Cuando llegaron a la demarcación de Wellington, Pedro le dió instrucciones para ir al taller. Ella esperó en la camioneta mientras él entraba a hacer sus gestiones.
—Aún no está lista—dijo, subiendo— Supongo que eso es bueno, porque el arreglo va a costar mucho dinero. Dinero que ahora no tengo.
Estuvo a punto de decirle que ella le prestaría el dinero, pero se lo pensó mejor al ver su expresión hosca. Su instinto le decía que no aceptaría dinero de ella.
—¿Adónde vamos? —le preguntó. —¿De vuelta a Lane?
—Sí, a no ser que quieras ir a cenar algo.
—Prefiero volver.
—Me parece bien.
Estaban en las afueras de Wellington, en una carretera lateral, cuando ella vió la casa más bonita que podía haber imaginado. De piedra blanca, estaba entre árboles y arbustos, bien cuidada. Tenía un aspecto pacífico y acogedor. Intrigó tanto a Paula que bajó la velocidad.
—Que lugar más bonito —dijo con admiración.
—Debe de estar de broma.
—¿Por qué dices eso? —Paula paró el motor y se volvió hacia él.
—Me sorprende que consideres bonita una casa de fuera de la ciudad.
—Bueno, esto es todo lo cerca que me gustaría vivir del campo.
—Incluso así, dudo que fueras feliz. La gente de la ciudad no encaja aquí.
Eso lo dejaba todo muy claro. Los ojos de Paula chispearon con ira.
—¿Intentas enfadarme a propósito, o es natural en tí?
—Eso no merece respuesta —masculló él.
El resto de camino transcurrió con un silencio hostil. Cuando llegaron a casa de Jimena, Paula saltó de la camioneta y fue hacia dentro. Pedro agarró su brazo y la obligó a girarse hacia él.
—Mira, lo siento. No debí abrir la boca.
—Tienes razón.
—¿Me creerías si te digo que estaba muy estresado?
—No.
—Ya lo suponía —se frotó la mandíbula— ¿Creerías esto? ¿Y si te digo que quería conseguir que me odiaras, para no desear besarte cada vez que te acercas a mí?
Ella sintió la sangre golpetearle en los oídos.
—Oh, al diablo —farfulló Pedro.
Puso la mano buena en su hombro y la empujó contra la pared, con la respiración entrecortada. Segundos después, la besaba. Si ella no hubiera estado apoyada en la pared, se habría derretido hasta hacer un charco en el suelo. Pero le devolvió el beso con ganas, abrazándose a su cuello, disfrutando de las sensaciones que provocaba en ella.
—Dios, te deseo tanto que me estás matando —la voz de Pedro sonó desesperada.
—Yo también te deseo —susurró ella, amándolo con todo su corazón.
—Me refiero a aquí —clavó los ojos en los suyos, tan ardientes como sus labios. —Ahora.
—¿Ahora? ¿Y... y tu hombro?
—Deja que yo me preocupe de eso.
Sin una palabra más y sin quitarle los ojos de encima, ella le bajó la cremallera y liberó su erección. Él le levantó la falda vaquera y le bajó el tanga. Paula se libró de él de una patada justo cuando él colocaba una mano bajo su trasero. Como si supiera exactamente lo que tenía en mente, ella se abrazó a su cuello. Después, utilizando toda su fuerza, dio un salto y lo rodeó con las piernas.
—Oh, Paula, Paula —gimió él, penetrándola con una fuerte embestida.
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