Después de cenar y de regresar caminando a Russian Hill, Paula se subió al coche de Pedro con una intensa sensación de anticipación y terror. ¿Y si él no intentaba nada? Quizá moriría. Pedro posó la mirada en sus mejillas sonrosadas y después la deslizó hasta su pronunciado escote y ella sintió un nudo en el estómago. No podía creer que durante los últimos días hubieran hablado con tanta facilidad. ¿No se suponía que los hombres eran misteriosos y difíciles de comprender? Era más fácil hablar con él que con algunas de sus amigas. Su departamento estaba en un edificio en Stockton Street y aparcaron el coche en el estacionamiento subterráneo.
–Esto es muy cómodo –Paula llamó al ascensor para subir al apartamento–. Es como si no estuviera en San Francisco. ¿No deberíamos haber puesto el freno de mano y haber subido una colina para llegar a casa?
Pedro puso una sonrisa.
–Antes de conocerte me había perdido gran parte del encanto de la ciudad. Me mudé aquí para estar cerca del trabajo. He vivido en este departamento desde que llegué de Los Ángeles hace cinco años.
Pedro entró en el ascensor después que ella. Se había arremangado la camisa y tenía los antebrazos al descubierto. Tenía la piel bronceada, salpicada de un vello oscuro y varonil. Ella se preguntaba cómo sería sentir sus brazos alrededor de la cintura. Notó que se le aceleraba el corazón y lo miró tímidamente cuando se abrió la puerta.
–Ya hemos llegado. Es la tercera puerta de la derecha. Me temo que no es tan estiloso como tu estudio.
Paula observó mientras Pedro abría la puerta y pasó al interior de la casa cuando él se lo indicó. La puerta principal daba a un salón en el que había un sofá de cuero negro. Sobre una mesita de cristal había tres revistas de publicidad y el mando a distancia del televisor.
–¿Te apetece beber algo? –Pedro se dirigió a la pequeña cocina–. Tengo vino blanco, vodka y ron.
–Será mejor que beba vino. No estoy acostumbrada a las bebidas fuertes –sólo con estar junto a Pedro ya se sentía mareada–. Tienes el departamento muy recogido.
–Hay que agradecérselo a la asistenta. No paso mucho tiempo en casa. Últimamente trabajo todo el día para Prentice. Están preparando una campaña que empieza el mes que viene.
–No puedo imaginar trabajar tantas horas. Debes de estar agotado.
Pedro sirvió dos copas de vino y le entregó una.
–No tanto. Uno se acostumbra. Me gusta el trabajo, me resulta estimulante.
Paula aceptó la copa y sonrió.
–Tienes suerte por haber encontrado un trabajo que te gusta.
–Lo sé. Ambos somos afortunados en ese aspecto. Brindemos por tu carrera como una de las mejores fotógrafas jóvenes de West Coast –alzó la copa y la chocó contra la de Bree.
–No estoy segura de ser lo bastante joven para entrar en esa categoría.
–Por supuesto que sí. No seas ridícula –frunció el ceño–. A menos que tengas setenta años y te hayas hecho una operación de cirugía estética muy buena.
Paula se rió.
–Estamos en California. Deberías comprobar mi edad en el carnet de conducir.
–No. Correré el riesgo y brindaré por la fotógrafa más bella de California –bebió un sorbo y la miró de manera seductora.
–Exageras.
–Para nada –la miró de arriba abajo–. Eres la mujer más guapa de San Francisco, y te lo digo con conocimiento puesto que he conocido a muchas modelos en mi trabajo. A tu lado, todas quedarían en la sombra.
Paula se mordió el labio inferior. Era muy halagador. No debía olvidar que trabajaban en publicidad. Aun así, era muy convincente.
–Ven a sentarte en el sofá.
Pedro se dirigió al salón. Su camisa de rayas azules revelaba sus anchas espaldas y sus pantalones su bonito trasero. Una ola de deseo invadió a Paula al pensar en el cuerpo que se ocultaba tras aquella ropa. Él se volvió y gesticuló para que se sentara. Ella se acomodó en el sofá de cuero y cruzó las piernas. Una vez más, notó que Pedro posaba la vista sobre su escote provocando que se le endurecieran los pezones. No le gustaba tener los pechos grandes porque sentía siempre que le estorbaban, pero con el sujetador nuevo que llevaba se habían transformado en una parte deseable de su cuerpo. Desde que había conocido a Pedro se sentía sexy y muy cómoda con su cuerpo. Por primera vez en su vida. Él dejó la copa sobre la mesa. Paula dejó la suya al lado.
Cuando Pedro se acercó, inhaló su aroma masculino y seductor. Se fijó en la barba incipiente que cubría su mentón y en la sonrisa sensual de sus labios. «Oh, cielos». Paula respiró hondo al ver que él acercaba su boca a la de ella. «Va a besarme». El corazón comenzó a latirle con fuerza. Durante un instante, sus rostros estuvieron tan cerca que ella podía sentir el calor de la cara de Pedro en su mejilla. Una mezcla de pánico y deseo se apoderó de ella.
martes, 30 de octubre de 2018
No Quiero Perderte: Capítulo 11
–¿Qué recomiendas?
–¿La Marina? O Painted Ladies… Las casas victorianas, por supuesto, no las prostitutas, de cerca del parque. Alcatraz es impresionante. ¿Has estado alguna vez?
–No, y ahora no puedo esperar a ir a todo esos sitios.
¿Por qué no la había besado todavía? Paula se miró en el espejo con detenimiento. Pedro estaba a punto de llegar otra vez. Durante las últimas dos semanas se habían visto día sí día no. Habían paseado por la ciudad y comido en montones de sitios, e incluso habían ido agarrados de la mano. Pero no habían compartido ni un solo beso. Él la besaba en la mejilla cuando se despedían, pero nada más. ¿Quizá no se sentía atraído por ella?
Ella debía de sentirse emocionada después de la sesión de fotos. A pesar de que se había retrasado el inicio todo había ido bien y las copias habían salido estupendas. El modelo era encantador y ella consiguió no sonrojarse ni tartamudear en su presencia. Incluso le había mostrado su carpeta para que se hiciera una idea de quién le estaba tomando las fotos. Él le había hecho un montón de preguntas y parecía interesado en su trabajo. Debería estar entusiasmada. Su primer encargo profesional había salido bien y tenía otra cita con el hombre más atractivo de San Francisco. Entonces, ¿Por qué se sentía tan inquieta?
Pedro parecía interesado en ella. Le brillaban los ojos cuando la miraba y ella lo había pillado mirándole el escote de reojo. Él se reía con sus bromas y parecía intrigado con las anécdotas que ella le contaba de su vida. En un momento dado, en la penumbra de una de las celdas abandonadas de Alcatraz, ella tuvo la sensación de que él se disponía a besarla. Bree sintió que se le erizaba el vello del cuerpo y esperó a que él se acercara. Pero no lo hizo. Y una vez más, después del trayecto en ferry, se despidió de ella besándole la mejilla con delicadeza. Pobre Paula. Quizá la veía más como una amiga. O incluso como una hermana, tal y como había sugerido aquella mujer en la fiesta de su oficina. La llamada en la puerta hizo que regresara a la realidad. Paula sintió que se le aceleraba el corazón bajo la blusa. Se aplicó un poco más de pintalabios para que le diera suerte. Quizá él se fijara en ellos y quisiera besarla esa noche. Si no, tendría que ocuparse ella del asunto. Como si tuviera valor para hacerlo. Abrió la puerta y puso una amplia sonrisa.
–Hola, Pedro.
–Hola, Paula–la besó en la mejilla provocando que le flaquearan las rodillas.
¿Cómo un hombre podía oler tan bien después de pasar todo el día en la oficina? Olía a viento, brisa marina y aventura. Se había vestido con una camisa azul y unos vaqueros que resaltaban sus piernas musculosas.
–¿Te apetece caminar hasta Coit Tower en Telegraph Hill?
–Estupendo –«sí, estupendo».
Era un lugar famoso por ser donde las parejas se proponían matrimonio, y ella iba a ir con Pedro y, si tenía suerte, harían manitas. A menos que… Tragó saliva. No. Pedro Alfonso no iba a proponerle matrimonio aquella noche. Era el siglo XXI y ningún hombre le pedía matrimonio a una mujer tras haber salido a pasear del brazo varias veces.
–También hay un pequeño restaurante italiano donde podemos cenar algo.
–Suena muy bien –su respuesta parecía algo forzada.
–¿Estás segura? Porque no hace falta que vayamos si no te apetece.
–No, en serio, me encantaría –agarró su bolso.
–Se me había ocurrido que después, si te apetece, podrías venir a mi casa para tomar una copa.
–Oh, claro. Será estupendo –de pronto mostraba pura excitación.
Tenía las mejillas coloradas. Él no iba a invitarla a su departamento a menos que… Sintió un nudo en el estómago. ¿Qué era lo que tenía en mente? Probablemente algo más que un beso.
–Vamos –le tendió la mano y ella la aceptó antes de cerrar la puerta.
Caminaron hasta Telegraph Hill, donde el capitel de la torre se elevaba sobre las casas de alrededor. El ascenso por la colina hasta la torre dejó a Paula jadeando.
–No puedo creer que ni siquiera estés sudando.
–Entreno habitualmente –Pedro le apretó la mano–. Me gustan las subidas. ¿Quieres que te lleve en brazos? –arqueó una ceja.
–La situación no es tan desesperada. Pero en la torre también hay escalones. Puede que ahí te tome la palabra.
Cuando llegaron a la cima, contemplaron la vista de Bay Bridge y Pedro sugirió que quizá ya habían subido bastante.
–De ninguna manera. Crees que no puedo más, ¿No es eso? –flexionó los brazos bajo la blusa de rayas–. Sería terrible si ni siquiera llegáramos a ver todos los murales. ¿Has oído el rumor de que la torre se diseñó para que pareciera la boquilla de una manguera de incendios gigante? Aparentemente, la mujer que donó el terreno y el dinero para construir la torre era una gran admiradora del parque de bomberos local.
Pedro se rió.
–Veo cierto parecido. Estoy seguro de que Sigmund Freud habría encontrado otros parecidos.
–No eres la primera persona que ha hecho esa observación. Un gran símbolo fálico se erige sobre San Francisco. ¿Entramos? –sonrió y Pedro se rió.
Una vez dentro de la torre él la rodeó por la cintura y miraron los murales que se habían pintado durante la crisis. Había escenas de agricultores recogiendo la cosecha, una calle de San Francisco con un accidente de tráfico y un carterista, una familia pobre buscando oro mientras una familia rica los miraba…
–Todos se encargaron durante la depresión económica, para dar trabajo a los artistas bajo el programa del Work Progress Administration.
Paula disfrutaba al notar el calor del brazo de Pedro a través de la blusa.
–Lo sé. ¿No son impresionantes? Supongo que siempre se saca algo bueno incluso de los peores desastres.
–Es una visión muy positiva. Estoy de acuerdo –la estrechó una pizca contra su cuerpo mientras se volvía para contestar.
Sus rostros estuvieron muy cerca durante un instante. Paula contuvo la respiración, sin duda iba a besarla… Pero él retiró el brazo de su cintura y se acercó a ver un detalle del cuadro. Ella respiró hondo. Si él no daba el paso pronto, iba a volverse loca.
–¿La Marina? O Painted Ladies… Las casas victorianas, por supuesto, no las prostitutas, de cerca del parque. Alcatraz es impresionante. ¿Has estado alguna vez?
–No, y ahora no puedo esperar a ir a todo esos sitios.
¿Por qué no la había besado todavía? Paula se miró en el espejo con detenimiento. Pedro estaba a punto de llegar otra vez. Durante las últimas dos semanas se habían visto día sí día no. Habían paseado por la ciudad y comido en montones de sitios, e incluso habían ido agarrados de la mano. Pero no habían compartido ni un solo beso. Él la besaba en la mejilla cuando se despedían, pero nada más. ¿Quizá no se sentía atraído por ella?
Ella debía de sentirse emocionada después de la sesión de fotos. A pesar de que se había retrasado el inicio todo había ido bien y las copias habían salido estupendas. El modelo era encantador y ella consiguió no sonrojarse ni tartamudear en su presencia. Incluso le había mostrado su carpeta para que se hiciera una idea de quién le estaba tomando las fotos. Él le había hecho un montón de preguntas y parecía interesado en su trabajo. Debería estar entusiasmada. Su primer encargo profesional había salido bien y tenía otra cita con el hombre más atractivo de San Francisco. Entonces, ¿Por qué se sentía tan inquieta?
Pedro parecía interesado en ella. Le brillaban los ojos cuando la miraba y ella lo había pillado mirándole el escote de reojo. Él se reía con sus bromas y parecía intrigado con las anécdotas que ella le contaba de su vida. En un momento dado, en la penumbra de una de las celdas abandonadas de Alcatraz, ella tuvo la sensación de que él se disponía a besarla. Bree sintió que se le erizaba el vello del cuerpo y esperó a que él se acercara. Pero no lo hizo. Y una vez más, después del trayecto en ferry, se despidió de ella besándole la mejilla con delicadeza. Pobre Paula. Quizá la veía más como una amiga. O incluso como una hermana, tal y como había sugerido aquella mujer en la fiesta de su oficina. La llamada en la puerta hizo que regresara a la realidad. Paula sintió que se le aceleraba el corazón bajo la blusa. Se aplicó un poco más de pintalabios para que le diera suerte. Quizá él se fijara en ellos y quisiera besarla esa noche. Si no, tendría que ocuparse ella del asunto. Como si tuviera valor para hacerlo. Abrió la puerta y puso una amplia sonrisa.
–Hola, Pedro.
–Hola, Paula–la besó en la mejilla provocando que le flaquearan las rodillas.
¿Cómo un hombre podía oler tan bien después de pasar todo el día en la oficina? Olía a viento, brisa marina y aventura. Se había vestido con una camisa azul y unos vaqueros que resaltaban sus piernas musculosas.
–¿Te apetece caminar hasta Coit Tower en Telegraph Hill?
–Estupendo –«sí, estupendo».
Era un lugar famoso por ser donde las parejas se proponían matrimonio, y ella iba a ir con Pedro y, si tenía suerte, harían manitas. A menos que… Tragó saliva. No. Pedro Alfonso no iba a proponerle matrimonio aquella noche. Era el siglo XXI y ningún hombre le pedía matrimonio a una mujer tras haber salido a pasear del brazo varias veces.
–También hay un pequeño restaurante italiano donde podemos cenar algo.
–Suena muy bien –su respuesta parecía algo forzada.
–¿Estás segura? Porque no hace falta que vayamos si no te apetece.
–No, en serio, me encantaría –agarró su bolso.
–Se me había ocurrido que después, si te apetece, podrías venir a mi casa para tomar una copa.
–Oh, claro. Será estupendo –de pronto mostraba pura excitación.
Tenía las mejillas coloradas. Él no iba a invitarla a su departamento a menos que… Sintió un nudo en el estómago. ¿Qué era lo que tenía en mente? Probablemente algo más que un beso.
–Vamos –le tendió la mano y ella la aceptó antes de cerrar la puerta.
Caminaron hasta Telegraph Hill, donde el capitel de la torre se elevaba sobre las casas de alrededor. El ascenso por la colina hasta la torre dejó a Paula jadeando.
–No puedo creer que ni siquiera estés sudando.
–Entreno habitualmente –Pedro le apretó la mano–. Me gustan las subidas. ¿Quieres que te lleve en brazos? –arqueó una ceja.
–La situación no es tan desesperada. Pero en la torre también hay escalones. Puede que ahí te tome la palabra.
Cuando llegaron a la cima, contemplaron la vista de Bay Bridge y Pedro sugirió que quizá ya habían subido bastante.
–De ninguna manera. Crees que no puedo más, ¿No es eso? –flexionó los brazos bajo la blusa de rayas–. Sería terrible si ni siquiera llegáramos a ver todos los murales. ¿Has oído el rumor de que la torre se diseñó para que pareciera la boquilla de una manguera de incendios gigante? Aparentemente, la mujer que donó el terreno y el dinero para construir la torre era una gran admiradora del parque de bomberos local.
Pedro se rió.
–Veo cierto parecido. Estoy seguro de que Sigmund Freud habría encontrado otros parecidos.
–No eres la primera persona que ha hecho esa observación. Un gran símbolo fálico se erige sobre San Francisco. ¿Entramos? –sonrió y Pedro se rió.
Una vez dentro de la torre él la rodeó por la cintura y miraron los murales que se habían pintado durante la crisis. Había escenas de agricultores recogiendo la cosecha, una calle de San Francisco con un accidente de tráfico y un carterista, una familia pobre buscando oro mientras una familia rica los miraba…
–Todos se encargaron durante la depresión económica, para dar trabajo a los artistas bajo el programa del Work Progress Administration.
Paula disfrutaba al notar el calor del brazo de Pedro a través de la blusa.
–Lo sé. ¿No son impresionantes? Supongo que siempre se saca algo bueno incluso de los peores desastres.
–Es una visión muy positiva. Estoy de acuerdo –la estrechó una pizca contra su cuerpo mientras se volvía para contestar.
Sus rostros estuvieron muy cerca durante un instante. Paula contuvo la respiración, sin duda iba a besarla… Pero él retiró el brazo de su cintura y se acercó a ver un detalle del cuadro. Ella respiró hondo. Si él no daba el paso pronto, iba a volverse loca.
No Quiero Perderte: Capítulo 10
Pedro llevó a Paula a casa y se despidió de ella con un simple beso en la mejilla. Ella no lo invitó a pasar, aunque parecía que le apetecía. Él prefería ir despacio para no asustarla.
En la siguiente cita él la invitó a un concierto de jazz en el Palace of Fine Arts. Para cenar llevó un picnic preparado de la tienda gourmet que había cerca de su departamento y una botella de champán. Paula, resplandeciente con su vestido de noche azul y sus pendientes de plata, se acomodó sobre la manta que él extendió bajo la sombra de un árbol. Hacía un día cálido y tranquilo.
–Siempre había querido hacer un picnic aquí –dijo ella–. Ha de ser uno de los lugares más románticos de la ciudad.
–Hoy teníamos la oportunidad perfecta.
–Mira la puesta de sol sobre el lago –el agua parecía oro líquido y a su alrededor había otras parejas y grupos disfrutando de la tarde primaveral–. La ciudad tiene muchos sitios interesantes. Se podría vivir aquí durante años y no conocerlos todos.
–Sería una lástima –Paula abrió una caja llena de hojas de parra rellenas–. Oh, uno de mis platos favoritos. Estoy segura de que los Chaves teníamos antepasados griegos. A todos nos encanta la comida griega.
–Entonces encajas a la perfección con la arquitectura de este lugar. ¿O es romana? –se fijó en las columnas de estilo corintio que adornaban los edificios de alrededor del lago.
Paula se rió.
–Se construyeron en 1915 para la World´s Fair que se celebró en San Francisco. Me encantan. Los edificios originales eran de papel y estaban pensados para durar un año. Resultó que duraron mucho más tiempo y cuando empezaron a caerse la gente estaba tan acostumbrada al lugar que decidieron reconstruirlos para siempre.
El sol se reflejaba en su cabello. Su tez brillaba y sus mejillas estaban sonrosadas. Él deseaba besarla… Pero se resistió.
–¿Cómo sabes tantas cosas?
–Por pura curiosidad, supongo. Y porque he vivido aquí toda mi vida.
–¿Piensas pasar aquí el resto de tu vida?
–No lo sé. Supongo que dependerá de hacia dónde me lleve la vida.
–Como fotógrafa podrías trabajar en cualquier sitio.
Ella se rió.
–No me considero fotógrafa. Hasta el momento sólo me han ofrecido un trabajo como profesional. Ni siquiera lo he hecho todavía. ¿Y si es un desastre?
–Será fantástico. ¿Es el de San Francisco Magazine?
–Sí, es la semana que viene. ¡Con Robert Pattison! Estoy paralizada por los nervios.
–Te mueves muy bien para estar paralizada –le ofreció un plato con aceitunas rellenas y ella tomó una–. ¿Tienes que volar a Nueva York para las fotos?
–No, él va a venir a un estreno de cine. Al menos si todo sale como está planeado. Puede que cancele en el último minuto –se acarició un mechón de pelo y se mordió el labio inferior.
–No lo cancelará. Es un profesional. Y tú harás un trabajo estupendo. Piensa que muy pronto tu foto estará circulando por Internet.
–¡Basta! Espero no incomodarlo, y que no se me caiga la cámara o algo. Tienes que ser en papel, no digital. Creo que ése es uno de los motivos por el que me lo han encargado a mí.
–Te lo han pedido a tí porque tienes mucho talento y saben que todo el mundo hablará de las fotos. Relájate y trata de disfrutarlo –le acarició el brazo.
La tela de su vestido era muy suave y resaltaba las curvas de su cuerpo. Pedro sintió un fuerte calor en la entrepierna y tuvo que contenerse para no continuar acariciándole el resto del cuerpo. «Todo a su tiempo», se prometió. Necesitaba algunas citas más antes de dar un paso adelante. Aunque la tentación lo estaba matando. Sobre todo cuando ella se movía y el vestido se pegaba a sus senos. Sintió como si los pantalones le quedaran pequeños.
Paula bebió un sorbo de champán.
–Estoy entusiasmada con el concierto. El año pasado fui a varios conciertos de jazz y estoy empezando a comprender la música.
Él sonrió.
–Entonces, puedes enseñarme. Lo único que hago es disfrutar de ella.
–Eso también vale. Es muy agradable conocer a alguien a quien le gusta hacer muchas cosas de las que me gustan a mí.
–Me encanta salir contigo. Sabes muchas cosas acerca de la ciudad.
A Paula se le iluminaron los ojos.
–Me encantaría seguir explorándola contigo.
Él le ofreció un poco de pollo marinado en pan de pita y ella se lo sirvió en el plato.
En la siguiente cita él la invitó a un concierto de jazz en el Palace of Fine Arts. Para cenar llevó un picnic preparado de la tienda gourmet que había cerca de su departamento y una botella de champán. Paula, resplandeciente con su vestido de noche azul y sus pendientes de plata, se acomodó sobre la manta que él extendió bajo la sombra de un árbol. Hacía un día cálido y tranquilo.
–Siempre había querido hacer un picnic aquí –dijo ella–. Ha de ser uno de los lugares más románticos de la ciudad.
–Hoy teníamos la oportunidad perfecta.
–Mira la puesta de sol sobre el lago –el agua parecía oro líquido y a su alrededor había otras parejas y grupos disfrutando de la tarde primaveral–. La ciudad tiene muchos sitios interesantes. Se podría vivir aquí durante años y no conocerlos todos.
–Sería una lástima –Paula abrió una caja llena de hojas de parra rellenas–. Oh, uno de mis platos favoritos. Estoy segura de que los Chaves teníamos antepasados griegos. A todos nos encanta la comida griega.
–Entonces encajas a la perfección con la arquitectura de este lugar. ¿O es romana? –se fijó en las columnas de estilo corintio que adornaban los edificios de alrededor del lago.
Paula se rió.
–Se construyeron en 1915 para la World´s Fair que se celebró en San Francisco. Me encantan. Los edificios originales eran de papel y estaban pensados para durar un año. Resultó que duraron mucho más tiempo y cuando empezaron a caerse la gente estaba tan acostumbrada al lugar que decidieron reconstruirlos para siempre.
El sol se reflejaba en su cabello. Su tez brillaba y sus mejillas estaban sonrosadas. Él deseaba besarla… Pero se resistió.
–¿Cómo sabes tantas cosas?
–Por pura curiosidad, supongo. Y porque he vivido aquí toda mi vida.
–¿Piensas pasar aquí el resto de tu vida?
–No lo sé. Supongo que dependerá de hacia dónde me lleve la vida.
–Como fotógrafa podrías trabajar en cualquier sitio.
Ella se rió.
–No me considero fotógrafa. Hasta el momento sólo me han ofrecido un trabajo como profesional. Ni siquiera lo he hecho todavía. ¿Y si es un desastre?
–Será fantástico. ¿Es el de San Francisco Magazine?
–Sí, es la semana que viene. ¡Con Robert Pattison! Estoy paralizada por los nervios.
–Te mueves muy bien para estar paralizada –le ofreció un plato con aceitunas rellenas y ella tomó una–. ¿Tienes que volar a Nueva York para las fotos?
–No, él va a venir a un estreno de cine. Al menos si todo sale como está planeado. Puede que cancele en el último minuto –se acarició un mechón de pelo y se mordió el labio inferior.
–No lo cancelará. Es un profesional. Y tú harás un trabajo estupendo. Piensa que muy pronto tu foto estará circulando por Internet.
–¡Basta! Espero no incomodarlo, y que no se me caiga la cámara o algo. Tienes que ser en papel, no digital. Creo que ése es uno de los motivos por el que me lo han encargado a mí.
–Te lo han pedido a tí porque tienes mucho talento y saben que todo el mundo hablará de las fotos. Relájate y trata de disfrutarlo –le acarició el brazo.
La tela de su vestido era muy suave y resaltaba las curvas de su cuerpo. Pedro sintió un fuerte calor en la entrepierna y tuvo que contenerse para no continuar acariciándole el resto del cuerpo. «Todo a su tiempo», se prometió. Necesitaba algunas citas más antes de dar un paso adelante. Aunque la tentación lo estaba matando. Sobre todo cuando ella se movía y el vestido se pegaba a sus senos. Sintió como si los pantalones le quedaran pequeños.
Paula bebió un sorbo de champán.
–Estoy entusiasmada con el concierto. El año pasado fui a varios conciertos de jazz y estoy empezando a comprender la música.
Él sonrió.
–Entonces, puedes enseñarme. Lo único que hago es disfrutar de ella.
–Eso también vale. Es muy agradable conocer a alguien a quien le gusta hacer muchas cosas de las que me gustan a mí.
–Me encanta salir contigo. Sabes muchas cosas acerca de la ciudad.
A Paula se le iluminaron los ojos.
–Me encantaría seguir explorándola contigo.
Él le ofreció un poco de pollo marinado en pan de pita y ella se lo sirvió en el plato.
No Quiero Perderte: Capítulo 9
No sólo era el cabello. Paula tenía algo diferente. Cuando la conoció era una mujer guapa, pero esa noche era deslumbrante. Incluso su manera de moverse era distinta. Pedro tuvo que contenerse para no soltarle el lazo de la espalda y desnudarla allí mismo.
–¿Tienes hambre?
«Porque yo estoy hambriento. Y no de comida». ¿Y el padre de Paula iba a darle un millón de dólares para que se casara con ella? Él se había acercado al conocido empresario para hablar sobre una inversión en su posible negocio y Chaves lo había sorprendido con su oferta: un millón de dólares y su hija soltera. Pedro había estado a punto de rechazar la oferta, pero había aceptado conocer a su hija. Su buena fortuna le parecía increíble.
–Um, claro. ¿Qué habías pensado? –preguntó ella–. Hay un restaurante tailandés a una manzana de aquí.
–Perfecto. Vamos –la rodeó por la cintura y regresaron a la sala principal.
No iba a permitir que otro chico posara sus garras sobre Paula Chaves. Miró alrededor de la sala como diciendo, manos fuera. Es mía.
Paula contoneaba sus caderas bajo su brazo, provocando que él se excitara aún más. El interés que sentía por Bree estaba pasando rápidamente de tener una motivación económica a una motivación personal. No recordaba la última vez que una mujer lo había excitado tanto. En el restaurante pidieron una mesa tranquila donde pudiera hablar. Pedro ayudó a Paula a sentarse y admiró su trasero. Ella se colocó la servilleta en el regazo.
–El pad thai está muy bueno.
–Pediré eso –a Pedro no le apetecía leer el menú. Estaba más interesado en mirar a Paula.
Llevaba colgado del cuello un pequeño corazón de plata que se movía entre sus senos. Lo único que le quedaba por hacer era convencer a Paula para que se casara con él. Sirvió un poco de San Pellegrino en su copa.
–¿Siempre has vivido en San Francisco?
–Solíamos pasar el verano en Napa Valley cuando era pequeña, antes de que mi madre muriera, pero aparte de eso, sí. He vivido en la misma casa de Russian Hill desde que era pequeña.
–Es un vecindario muy agradable.
–Supongo que eso es lo que pensaron mis antepasados cuando construyeron la casa hace cien años. Ha resistido varios terremotos y es lo bastante grande como para compartirla con mi padre sin volvernos locos el uno al otro, así que estoy contenta con ella.
–¿Se te hace raro vivir en casa de tu padre todavía?
–Estoy acostumbrada, así que no se me hace raro. Estoy segura de que hay gente que piensa que es patético y que debería irme a vivir sola –bebió un poco de agua–. Supongo que algún día lo haré. Cuando llegue el momento.
–¿Tu familia vive en San Francisco? –preguntó ella.
–En San Diego, pero me fui de casa a los diecisiete años y nunca volví. Mi padre quería que siguiera la tradición familiar y me alistara en el ejército. Se puso furioso cuando solicité plaza en UCLA, conseguí una beca para estudiar marketing. Tuvimos una gran bronca y me marché esa misma noche.
–¡Qué horror! ¿Y solucionaron las cosas?
–Tardó como cuatro años en olvidar su sueño de verme vestido de uniforme y cubierto de medallas, pero está contento de ver que estoy haciendo algo que me gusta.
–Eso es todo lo que importa en realidad. Mi padre no podía comprender por qué aceptaba trabajos en asociaciones benéficas que me pagaban muy poco. A mí me gustaba el trabajo y estaba encantada de poder ayudar. Y puesto que tenía un buen sitio para vivir no necesitaba ganar mucho dinero.
–Eres afortunada. Yo lo pasé mal al terminar los estudios. Estaba preparado para comerme el mundo y convertirme en el director ejecutivo de General Electric, y me jefe se empeñaba en que le organizara los documentos y contestara el teléfono.
Paula se rió.
–Créeme, en las asociaciones benéficas es parecido. Aunque hay menos gente y uno tiene que arrimar más el hombro. Creo que es bueno empezar por abajo, así se tiene la oportunidad de ver cómo la gente hace las otras cosas.
–Y aprender de sus errores.
–Eso también –sonrió ella–. ¿Te gusta trabajar para Maddox Communications?
–Claro. Es una de las agencias más importantes de West Coast. Tenemos algunos de los clientes más importantes de los Estados Unidos.
–Hmm, esos son motivos muy generales.
–También me caen bien Antonio y Francisco Maddox. Heredaron la empresa de su padre pero han hecho muchas cosas con ella.
¿Sería una buena idea decirle que quería montárselo por su cuenta? Probablemente no. Paula podría preguntarse si no estaría más interesado en su dinero que en ella. Pidieron la comida al camarero y éste regresó enseguida con las cervezas.
–Me temo que mi padre está un poco decepcionado por el hecho de que no quiera convertirme en empresaria –Paula arqueó las cejas–. No comprende cómo se puede hacer algo sin que se obtenga beneficio.
–Una locura –Pedro consiguió mantener una expresión seria.
–¡Creo que el motivo por el que nunca se ha vuelto a casar es porque no ha encontrado a nadie más rico que él!
Paula se rió y Pedro se esforzó por reír también. Tenía que asegurarse de que ella nunca descubriera la propuesta que le había hecho su padre.
–¿Y cuál crees que es un buen motivo para casarse?
–Por amor, supongo. ¿Qué otro motivo puede haber?
Él sintió un nudo en el estómago.
–¿Has estado enamorada alguna vez?
–No desde tercer grado. Pablo Plimpton me rompió el corazón cuando se sentó con Jesica Slade en el picnic de fin de curso y nunca me he recuperado.
–Suena a algo tremendo. Comprendo que nunca hayas entregado tu corazón a otro hombre.
–Supongo que eso explicará por qué nunca he tenido un novio de verdad –se sonrojó una pizca.
–Ese Pablo tendría que dar respuesta a muchas cosas. Por otro lado, si hubieses tenido un novio a lo mejor te habrías casado con él. Entonces no estarías aquí, tomándote una cerveza conmigo –levantó el vaso.
–Supongo que todo tiene un lado bueno –Paula brindó con él y bebió un sorbo–. No suelo beber mucho. En realidad he llevado una vida bastante sosa.
–A lo mejor eso está a punto de cambiar.
–¿Tú crees?
–Sí. Tengo una extraña sensación al respecto –la miró y vió que ella separaba los labios, como si deseara que la besara.
Paula bebió un poco de cerveza y preguntó:
–¿Sabes qué? Estoy lista para un cambio. Estoy cansada de mantenerme al margen de la vida. Estoy preparada para salir y disfrutar más.
Les sirvieron la comida y comieron en silencio durante unos momentos. Después, Pedro decidió adentrarse en terreno peligroso.
–Yo he tenido algunas novias, pero ninguna me pareció la adecuada.
–Me pregunto cómo será, si de pronto descubres a la persona con la que pasarías el resto de tu vida. Debe de ser una sensación maravillosa.
–He oído que sucede deprisa.
–¿Amor a primera vista?
–Algo así. De pronto, una persona encaja contigo.
–Espero encontrarla algún día. Una persona con la que me sienta cómoda en todos los aspectos.
«A lo mejor ya la has encontrado».
–Podría ser que suceda de repente mientras estás conociendo a la persona.
–¿Quieres decir que se pasa de ser amigos a no poder apartar las manos de la otra persona? –se rió.
–Estoy seguro de que eso le pasa a la gente a menudo. Probablemente cuando menos se lo esperan.
–¿Tienes hambre?
«Porque yo estoy hambriento. Y no de comida». ¿Y el padre de Paula iba a darle un millón de dólares para que se casara con ella? Él se había acercado al conocido empresario para hablar sobre una inversión en su posible negocio y Chaves lo había sorprendido con su oferta: un millón de dólares y su hija soltera. Pedro había estado a punto de rechazar la oferta, pero había aceptado conocer a su hija. Su buena fortuna le parecía increíble.
–Um, claro. ¿Qué habías pensado? –preguntó ella–. Hay un restaurante tailandés a una manzana de aquí.
–Perfecto. Vamos –la rodeó por la cintura y regresaron a la sala principal.
No iba a permitir que otro chico posara sus garras sobre Paula Chaves. Miró alrededor de la sala como diciendo, manos fuera. Es mía.
Paula contoneaba sus caderas bajo su brazo, provocando que él se excitara aún más. El interés que sentía por Bree estaba pasando rápidamente de tener una motivación económica a una motivación personal. No recordaba la última vez que una mujer lo había excitado tanto. En el restaurante pidieron una mesa tranquila donde pudiera hablar. Pedro ayudó a Paula a sentarse y admiró su trasero. Ella se colocó la servilleta en el regazo.
–El pad thai está muy bueno.
–Pediré eso –a Pedro no le apetecía leer el menú. Estaba más interesado en mirar a Paula.
Llevaba colgado del cuello un pequeño corazón de plata que se movía entre sus senos. Lo único que le quedaba por hacer era convencer a Paula para que se casara con él. Sirvió un poco de San Pellegrino en su copa.
–¿Siempre has vivido en San Francisco?
–Solíamos pasar el verano en Napa Valley cuando era pequeña, antes de que mi madre muriera, pero aparte de eso, sí. He vivido en la misma casa de Russian Hill desde que era pequeña.
–Es un vecindario muy agradable.
–Supongo que eso es lo que pensaron mis antepasados cuando construyeron la casa hace cien años. Ha resistido varios terremotos y es lo bastante grande como para compartirla con mi padre sin volvernos locos el uno al otro, así que estoy contenta con ella.
–¿Se te hace raro vivir en casa de tu padre todavía?
–Estoy acostumbrada, así que no se me hace raro. Estoy segura de que hay gente que piensa que es patético y que debería irme a vivir sola –bebió un poco de agua–. Supongo que algún día lo haré. Cuando llegue el momento.
–¿Tu familia vive en San Francisco? –preguntó ella.
–En San Diego, pero me fui de casa a los diecisiete años y nunca volví. Mi padre quería que siguiera la tradición familiar y me alistara en el ejército. Se puso furioso cuando solicité plaza en UCLA, conseguí una beca para estudiar marketing. Tuvimos una gran bronca y me marché esa misma noche.
–¡Qué horror! ¿Y solucionaron las cosas?
–Tardó como cuatro años en olvidar su sueño de verme vestido de uniforme y cubierto de medallas, pero está contento de ver que estoy haciendo algo que me gusta.
–Eso es todo lo que importa en realidad. Mi padre no podía comprender por qué aceptaba trabajos en asociaciones benéficas que me pagaban muy poco. A mí me gustaba el trabajo y estaba encantada de poder ayudar. Y puesto que tenía un buen sitio para vivir no necesitaba ganar mucho dinero.
–Eres afortunada. Yo lo pasé mal al terminar los estudios. Estaba preparado para comerme el mundo y convertirme en el director ejecutivo de General Electric, y me jefe se empeñaba en que le organizara los documentos y contestara el teléfono.
Paula se rió.
–Créeme, en las asociaciones benéficas es parecido. Aunque hay menos gente y uno tiene que arrimar más el hombro. Creo que es bueno empezar por abajo, así se tiene la oportunidad de ver cómo la gente hace las otras cosas.
–Y aprender de sus errores.
–Eso también –sonrió ella–. ¿Te gusta trabajar para Maddox Communications?
–Claro. Es una de las agencias más importantes de West Coast. Tenemos algunos de los clientes más importantes de los Estados Unidos.
–Hmm, esos son motivos muy generales.
–También me caen bien Antonio y Francisco Maddox. Heredaron la empresa de su padre pero han hecho muchas cosas con ella.
¿Sería una buena idea decirle que quería montárselo por su cuenta? Probablemente no. Paula podría preguntarse si no estaría más interesado en su dinero que en ella. Pidieron la comida al camarero y éste regresó enseguida con las cervezas.
–Me temo que mi padre está un poco decepcionado por el hecho de que no quiera convertirme en empresaria –Paula arqueó las cejas–. No comprende cómo se puede hacer algo sin que se obtenga beneficio.
–Una locura –Pedro consiguió mantener una expresión seria.
–¡Creo que el motivo por el que nunca se ha vuelto a casar es porque no ha encontrado a nadie más rico que él!
Paula se rió y Pedro se esforzó por reír también. Tenía que asegurarse de que ella nunca descubriera la propuesta que le había hecho su padre.
–¿Y cuál crees que es un buen motivo para casarse?
–Por amor, supongo. ¿Qué otro motivo puede haber?
Él sintió un nudo en el estómago.
–¿Has estado enamorada alguna vez?
–No desde tercer grado. Pablo Plimpton me rompió el corazón cuando se sentó con Jesica Slade en el picnic de fin de curso y nunca me he recuperado.
–Suena a algo tremendo. Comprendo que nunca hayas entregado tu corazón a otro hombre.
–Supongo que eso explicará por qué nunca he tenido un novio de verdad –se sonrojó una pizca.
–Ese Pablo tendría que dar respuesta a muchas cosas. Por otro lado, si hubieses tenido un novio a lo mejor te habrías casado con él. Entonces no estarías aquí, tomándote una cerveza conmigo –levantó el vaso.
–Supongo que todo tiene un lado bueno –Paula brindó con él y bebió un sorbo–. No suelo beber mucho. En realidad he llevado una vida bastante sosa.
–A lo mejor eso está a punto de cambiar.
–¿Tú crees?
–Sí. Tengo una extraña sensación al respecto –la miró y vió que ella separaba los labios, como si deseara que la besara.
Paula bebió un poco de cerveza y preguntó:
–¿Sabes qué? Estoy lista para un cambio. Estoy cansada de mantenerme al margen de la vida. Estoy preparada para salir y disfrutar más.
Les sirvieron la comida y comieron en silencio durante unos momentos. Después, Pedro decidió adentrarse en terreno peligroso.
–Yo he tenido algunas novias, pero ninguna me pareció la adecuada.
–Me pregunto cómo será, si de pronto descubres a la persona con la que pasarías el resto de tu vida. Debe de ser una sensación maravillosa.
–He oído que sucede deprisa.
–¿Amor a primera vista?
–Algo así. De pronto, una persona encaja contigo.
–Espero encontrarla algún día. Una persona con la que me sienta cómoda en todos los aspectos.
«A lo mejor ya la has encontrado».
–Podría ser que suceda de repente mientras estás conociendo a la persona.
–¿Quieres decir que se pasa de ser amigos a no poder apartar las manos de la otra persona? –se rió.
–Estoy seguro de que eso le pasa a la gente a menudo. Probablemente cuando menos se lo esperan.
jueves, 25 de octubre de 2018
No Quiero Perderte: Capítulo 8
Pedro llamó a Paula el domingo para invitarla a la inauguración de una exposición de fotografía el martes por la noche y le dijo que quería su opinión acerca de la obra del artista. Por supuesto, ella aceptó la invitación. Para ir a la exposición eligió un vestido color berenjena que resaltaba las curvas de su cuerpo y su altura. Por primera vez en muchos años se calzó zapatos de tacón. Se había puesto una mascarilla y el cabello le había quedado sorprendentemente bien. Mientras se ponía el maquillaje que Marcela le había dejado, se preguntaba cómo reaccionaría Pedro al verla. A las siete en punto oyó que llamaban a la puerta de su estudio. Con el corazón acelerado, atravesó el salón y se dirigió a abrir.
–Hola, Pa… –Pedro se quedó boquiabierto.
–Hola, Pedro–sonrió ella–. ¿Qué tal tu día?
–Estupendo. Ha sido bueno –pestañeó y la miró con curiosidad–. Pareces diferente.
–Sólo un poco –se encogió de hombros–. El vestido es nuevo.
–Te queda de maravilla –dijo él.
Iba vestido con un pantalón oscuro y una camisa blanca de rayas grises casi imperceptibles.
–Gracias. Sólo tengo que agarrar el bolso –se colgó un bolso que había sido de su madre–. Tengo ganas de ir a la exposición.
–Yo también –contestó él.
Ella se volvió y vió que tenía el ceño fruncido.
–¿Ocurre algo?
–Oh, no –pestañeó–. Nada –la miró de arriba abajo provocando que a ella le ardiera la piel.
«Me encuentra atractiva». La sensación era nueva y extraña para ella. Enderezó la espalda, tratando de mantener la postura que Marcela le había enseñado e intentó ocultar que tenía el corazón acelerado y le sudaban las manos.
Pedro se aclaró la garganta.
–Tengo el coche abajo.
Entraron en la galería Razor agarrados del brazo. Con los zapatos de tacón, ella sólo medía unos cinco centímetros menos que él y tanto hombres como mujeres se volvían a mirarlos. Paula se atusó los tirabuzones y aceptó una copa de vino blanco.
–¿Vamos a ver las fotos?
Incluso su voz parecía más seductora, como si de noche se hubiese transformado en una versión más moderna de sí misma. Miraron las fotos con detenimiento. Casi todas eran de gente en fiestas nocturnas y muy coloridas.
–Casi se puede oír la música –dijo ella, mirando a una pareja que bailaba en la pista con el cuerpo sudoroso.
–Por eso me gustan las fotos de Diego. Invocan otros sentidos. Espero que haga la campaña publicitaria que tengo pensada de un vodka. Es difícil hacer que un pedazo de papel diga bébeme, pero creo que este chico podría hacerlo.
Le dijo a Paula quién era el artista. Era un chico delgado con muchos piercings y perilla.
–Desde luego que parece un artista –susurró ella–. Quizá debería hacerme un piercing en la nariz. ¿Qué te parece? –ladeó la cabeza tratando de no sonreír.
–Desde luego que no. Tu nariz es perfecta –Pedro posó la mirada de sus ojos grises en su rostro–. Tienes los ojos verdes.
–Sí –se sonrojó ella–. Llevo lentillas –Marcela la había convencido de que se pusiera unas lentillas de colores.
–Son bonitas. Y te puedo ver mejor sin las gafas de por medio.
–¿No habíamos venido a ver arte? Empiezo a sentirme cohibida.
Aunque tenía que admitir que sentirse admirada era una buena sensación. Cuando Pedro fue a por otras dos copas de vino, un hombre alto, con el pelo rubio y de punta, se acercó a ella para hablar de las fotografías. La expresión que puso Pedro al regresar no tenía precio. Tenía que sacar a Paula de allí. Trató de no fruncir el ceño al punk que se había acercado a ella en el momento en que él se había dado la vuelta. Conocía a aquel hombre, era un editor de video finlandés con el que había trabajado alguna vez.
–Hola, Julián. ¿Cómo va todo?
–Bien, Pedro. Bien –se volvió hacia Paula–. ¿Así que tú también eres fotógrafa?
–Sí –Paula sonrió con dulzura.
Pedro no se había fijado en lo sensuales que eran sus labios.
–Más o menos. Aunque todavía no he hecho fotografía profesional.
–Paula y yo estábamos a punto de irnos a cenar –dijo con un tono más duro del intencionado.
Todos los hombres de la habitación la estaban mirando. ¿Y quién podía culparlos? El vestido que llevaba resaltaba sus curvas y con los zapatos de tacón era la mujer más alta del lugar. Su cabello con mechas doradas la hacía parecer una diosa.
–Me encantaría echar un vistazo rápido a las fotografías de la otra sala. Lars me estaba hablando de ellas. Son retratos de los amigos del artista.
Pedro pensó que le gustaría decirle un par de cosas a Julián, pero se contuvo.
–Claro, vamos a verlas.
Agarró a Paula del brazo y la guió hasta la otra habitación.
–Oh, mira a esa pareja –exclamó ella.
Él se fijó en una foto de un par de amantes adolescentes que estaban con los cuerpos entrelazados en un banco del parque. Podía imaginarse estando así con Paula. Sus curvas le llamaban la atención, y deseaba explorar su cuerpo. Al sentir que se excitaba dejó de mirar el escote de Paula y se fijó en las fotos otra vez.
–Muy buenas –murmuró.
Ella movió su melena hacia atrás de los hombros. Él estaba casi convencido de que su pelo tenía un aspecto diferente al de la última vez que la vió. Quizá fuera que lo había llevado recogido.
–Hola, Pa… –Pedro se quedó boquiabierto.
–Hola, Pedro–sonrió ella–. ¿Qué tal tu día?
–Estupendo. Ha sido bueno –pestañeó y la miró con curiosidad–. Pareces diferente.
–Sólo un poco –se encogió de hombros–. El vestido es nuevo.
–Te queda de maravilla –dijo él.
Iba vestido con un pantalón oscuro y una camisa blanca de rayas grises casi imperceptibles.
–Gracias. Sólo tengo que agarrar el bolso –se colgó un bolso que había sido de su madre–. Tengo ganas de ir a la exposición.
–Yo también –contestó él.
Ella se volvió y vió que tenía el ceño fruncido.
–¿Ocurre algo?
–Oh, no –pestañeó–. Nada –la miró de arriba abajo provocando que a ella le ardiera la piel.
«Me encuentra atractiva». La sensación era nueva y extraña para ella. Enderezó la espalda, tratando de mantener la postura que Marcela le había enseñado e intentó ocultar que tenía el corazón acelerado y le sudaban las manos.
Pedro se aclaró la garganta.
–Tengo el coche abajo.
Entraron en la galería Razor agarrados del brazo. Con los zapatos de tacón, ella sólo medía unos cinco centímetros menos que él y tanto hombres como mujeres se volvían a mirarlos. Paula se atusó los tirabuzones y aceptó una copa de vino blanco.
–¿Vamos a ver las fotos?
Incluso su voz parecía más seductora, como si de noche se hubiese transformado en una versión más moderna de sí misma. Miraron las fotos con detenimiento. Casi todas eran de gente en fiestas nocturnas y muy coloridas.
–Casi se puede oír la música –dijo ella, mirando a una pareja que bailaba en la pista con el cuerpo sudoroso.
–Por eso me gustan las fotos de Diego. Invocan otros sentidos. Espero que haga la campaña publicitaria que tengo pensada de un vodka. Es difícil hacer que un pedazo de papel diga bébeme, pero creo que este chico podría hacerlo.
Le dijo a Paula quién era el artista. Era un chico delgado con muchos piercings y perilla.
–Desde luego que parece un artista –susurró ella–. Quizá debería hacerme un piercing en la nariz. ¿Qué te parece? –ladeó la cabeza tratando de no sonreír.
–Desde luego que no. Tu nariz es perfecta –Pedro posó la mirada de sus ojos grises en su rostro–. Tienes los ojos verdes.
–Sí –se sonrojó ella–. Llevo lentillas –Marcela la había convencido de que se pusiera unas lentillas de colores.
–Son bonitas. Y te puedo ver mejor sin las gafas de por medio.
–¿No habíamos venido a ver arte? Empiezo a sentirme cohibida.
Aunque tenía que admitir que sentirse admirada era una buena sensación. Cuando Pedro fue a por otras dos copas de vino, un hombre alto, con el pelo rubio y de punta, se acercó a ella para hablar de las fotografías. La expresión que puso Pedro al regresar no tenía precio. Tenía que sacar a Paula de allí. Trató de no fruncir el ceño al punk que se había acercado a ella en el momento en que él se había dado la vuelta. Conocía a aquel hombre, era un editor de video finlandés con el que había trabajado alguna vez.
–Hola, Julián. ¿Cómo va todo?
–Bien, Pedro. Bien –se volvió hacia Paula–. ¿Así que tú también eres fotógrafa?
–Sí –Paula sonrió con dulzura.
Pedro no se había fijado en lo sensuales que eran sus labios.
–Más o menos. Aunque todavía no he hecho fotografía profesional.
–Paula y yo estábamos a punto de irnos a cenar –dijo con un tono más duro del intencionado.
Todos los hombres de la habitación la estaban mirando. ¿Y quién podía culparlos? El vestido que llevaba resaltaba sus curvas y con los zapatos de tacón era la mujer más alta del lugar. Su cabello con mechas doradas la hacía parecer una diosa.
–Me encantaría echar un vistazo rápido a las fotografías de la otra sala. Lars me estaba hablando de ellas. Son retratos de los amigos del artista.
Pedro pensó que le gustaría decirle un par de cosas a Julián, pero se contuvo.
–Claro, vamos a verlas.
Agarró a Paula del brazo y la guió hasta la otra habitación.
–Oh, mira a esa pareja –exclamó ella.
Él se fijó en una foto de un par de amantes adolescentes que estaban con los cuerpos entrelazados en un banco del parque. Podía imaginarse estando así con Paula. Sus curvas le llamaban la atención, y deseaba explorar su cuerpo. Al sentir que se excitaba dejó de mirar el escote de Paula y se fijó en las fotos otra vez.
–Muy buenas –murmuró.
Ella movió su melena hacia atrás de los hombros. Él estaba casi convencido de que su pelo tenía un aspecto diferente al de la última vez que la vió. Quizá fuera que lo había llevado recogido.
No Quiero Perderte: Capítulo 7
–Oh, vamos. ¿Qué iba a ver Pedro en mí? No soy el tipo de mujer por el que un hombre se vuelve loco.
–¿Por qué dices eso?
–Veamos. Mi pelo tiene vida propia y cambia según varía la presión atmosférica. Tengo que adelgazar. Y la única persona famosa a la que me parezco es a Alberto Chaves, décimo Terrateniente de Aislin. Puedes verlo a mitad de escalera, con un marco dorado.
Marcela se rió.
–Estoy segura de que a Pedro le encanta tu sentido del humor.
–Eso es lo único que podría encantarle.
–¡Qué tontería! Aunque… –ladeó la cabeza y dijo–: Si no te importa que lo comente, veo alguna cosilla que se podría mejorar.
–Me temo que más de una.
–Eres encantadora tal y como eres, pero podrías serlo un poco más. Pasé un verano trabajando en un spa en Santa Bárbara. Allí aprendí un montón de trucos.
–¿Cómo cuál?
–Tu cabello. Lo tienes rizado, ¿Verdad?
–Creo que encrespado lo definiría mejor.
–No, en serio. ¿Te importa soltártelo un momento?
Paula se quitó la coleta dejando que la melena le cayera sobre los hombros.
–Oh, sí. Tienes unos tirabuzones preciosos. Sólo tenemos que liberarlos.
–¿Y cómo se hace?
Marcela sonrió.
–Tenemos que encontrar algunas herramientas.
Eran casi las cuatro de la tarde cuando Marcela terminó su trabajo satisfecha. Habían pasado una hora al sol mientras le hacía la manicura a Paula y esperaban a que hiciera efecto el zumo de limón que le había puesto para aclararle el cabello. Después, le puso una mascarilla en el pelo y se la aclaró, haciendo que Paula le prometiera que no volvería a permitir que se le secara el cabello de esa manera. También revisó el armario de Paula y al final decidió llevarla de compras por Union Street, donde la animó a comprarse tres sujetadores caros y varias prendas de una boutique. Consiguió que Paula disfrutara de todo aquello. Se sentía como si fueran dos buenas amigas en lugar de dos mujeres que se habían conocido la noche anterior. Después de encontrar unos zapatos a juego, regresaron al departamento y le aplicó un poco de maquillaje en el rostro. También, sombra de ojos verde grisácea y una pizca de pintalabios de color rosa.
–Por fin se te ha secado el pelo. ¿Por qué no te miras en el espejo?
Un poco temerosa por lo que iba a encontrar, Paula cruzó el estudio con las botas de tacón que se había comprado después de que Marcela la hubiera convencido. Detrás de la puerta del baño había un espejo y ella respiró hondo antes de mirarse en él. Entornó los ojos y soltó una carcajada.
–¿Quién es la mujer que está en mi espejo?
–Eres tú, cariño.
–No es posible. Esta mujer es fina y elegante, y tiene unos tirabuzones sedosos con reflejos rubios.
–Eres tú. Y estás recta. Las chicas altas como tú a veces os encorváis porque tenéis miedo de destacar. Si una vez al día haces las posturas de yoga que te he enseñado, notarás una diferencia en tu postura.
–¡Nunca se me ocurrió pensar que la ropa de mi talla me haría parecer más delgada!
–Tienes una figura estupenda y deberías mostrarla.
–¿Quién lo sabía? –Paula sonrió ante el espejo–. Y prometo que nunca dejaré que mi pelo se seque otra vez.
–Esa es mi chica. Bueno, ¿Y cuándo vas a ver a Pedro otra vez?
–¿Por qué dices eso?
–Veamos. Mi pelo tiene vida propia y cambia según varía la presión atmosférica. Tengo que adelgazar. Y la única persona famosa a la que me parezco es a Alberto Chaves, décimo Terrateniente de Aislin. Puedes verlo a mitad de escalera, con un marco dorado.
Marcela se rió.
–Estoy segura de que a Pedro le encanta tu sentido del humor.
–Eso es lo único que podría encantarle.
–¡Qué tontería! Aunque… –ladeó la cabeza y dijo–: Si no te importa que lo comente, veo alguna cosilla que se podría mejorar.
–Me temo que más de una.
–Eres encantadora tal y como eres, pero podrías serlo un poco más. Pasé un verano trabajando en un spa en Santa Bárbara. Allí aprendí un montón de trucos.
–¿Cómo cuál?
–Tu cabello. Lo tienes rizado, ¿Verdad?
–Creo que encrespado lo definiría mejor.
–No, en serio. ¿Te importa soltártelo un momento?
Paula se quitó la coleta dejando que la melena le cayera sobre los hombros.
–Oh, sí. Tienes unos tirabuzones preciosos. Sólo tenemos que liberarlos.
–¿Y cómo se hace?
Marcela sonrió.
–Tenemos que encontrar algunas herramientas.
Eran casi las cuatro de la tarde cuando Marcela terminó su trabajo satisfecha. Habían pasado una hora al sol mientras le hacía la manicura a Paula y esperaban a que hiciera efecto el zumo de limón que le había puesto para aclararle el cabello. Después, le puso una mascarilla en el pelo y se la aclaró, haciendo que Paula le prometiera que no volvería a permitir que se le secara el cabello de esa manera. También revisó el armario de Paula y al final decidió llevarla de compras por Union Street, donde la animó a comprarse tres sujetadores caros y varias prendas de una boutique. Consiguió que Paula disfrutara de todo aquello. Se sentía como si fueran dos buenas amigas en lugar de dos mujeres que se habían conocido la noche anterior. Después de encontrar unos zapatos a juego, regresaron al departamento y le aplicó un poco de maquillaje en el rostro. También, sombra de ojos verde grisácea y una pizca de pintalabios de color rosa.
–Por fin se te ha secado el pelo. ¿Por qué no te miras en el espejo?
Un poco temerosa por lo que iba a encontrar, Paula cruzó el estudio con las botas de tacón que se había comprado después de que Marcela la hubiera convencido. Detrás de la puerta del baño había un espejo y ella respiró hondo antes de mirarse en él. Entornó los ojos y soltó una carcajada.
–¿Quién es la mujer que está en mi espejo?
–Eres tú, cariño.
–No es posible. Esta mujer es fina y elegante, y tiene unos tirabuzones sedosos con reflejos rubios.
–Eres tú. Y estás recta. Las chicas altas como tú a veces os encorváis porque tenéis miedo de destacar. Si una vez al día haces las posturas de yoga que te he enseñado, notarás una diferencia en tu postura.
–¡Nunca se me ocurrió pensar que la ropa de mi talla me haría parecer más delgada!
–Tienes una figura estupenda y deberías mostrarla.
–¿Quién lo sabía? –Paula sonrió ante el espejo–. Y prometo que nunca dejaré que mi pelo se seque otra vez.
–Esa es mi chica. Bueno, ¿Y cuándo vas a ver a Pedro otra vez?
No Quiero Perderte: Capítulo 6
–Iré a buscarlo. Encantada de conocerte, Paula. Nos veremos mañana.
Marcela se marchó entre la multitud.
–Antonio está un poco distraído últimamente –Pedro se acercó a Paula hasta invadirla con su aroma masculino–. Están pasando muchas cosas.
El ruido de una cuchara golpeando una copa llamó su atención. Paula se volvió para ver a un hombre sonriente de cabello gris vestido de traje. Al momento, toda la sala quedó en silencio.
–Es nuestro cliente más antiguo –murmuró Pedro–. Walter Prentice. Hemos venido a celebrar el lanzamiento de una nueva campaña de su empresa, ideada por Celia, una de nuestras ejecutivas. Está yendo muy bien.
–Es un gran placer para mí pasar la velada con los talentos más destacados de los Estados Unidos –dijo el hombre–. Durante los años que mi empresa ha trabajado con Maddox Communications, he tenido el placer de conocer personalmente a muchos de vosotros. Acabo de enterarme de que Francisco Maddox y su encantadora esposa, Patricia, están esperando su primer hijo. Me gustaría que brindaran conmigo por la nueva familia. Los camareros estaban sirviendo copas de champán por la sala.
–Francisco es el hermano pequeño de Antonio Maddox. Ha vuelto con su esposa después de una larga separación –la respiración de Pedro acariciaba la oreja de Paula.
–Qué bien –sonrió ella, y aceptó una copa de champán–. Y es todo un detalle por parte de su cliente brindar por ellos.
–Es un buen hombre. Muy familiar. Lleva casado con su esposa cuarenta años.
–Impresionante. Casi todos los amigos de mi padre están divorciados. Algunos de ellos varias veces.
–Es una lástima –Pedro bebió un poco de champán–. El matrimonio debería durar toda una vida, si no, ¿Qué sentido tiene?
Al ver cómo la miraba, Paula se bebió el champán de un trago.
–Estoy segura de que tienes razón. Sin embargo, nunca he estado casada así que no tengo ni idea de cómo es –dijo de forma apresurada. Era extraño hablar del matrimonio en la primera cita.
–Yo, tampoco –sonrió él–. Pero espero que cuando lo haga pueda brindar por mi matrimonio cuarenta años después.
Paula apartó la mirada hacia otro lado. Aquello no podía ser real. Debía de estar soñando. Un hombre atractivo y exitoso no podía desear permanecer casado con la misma mujer durante toda una vida. ¿O sí?
Walter Prentice levantó la copa de champán.
–¡Un brindis por la feliz pareja! Que su familia tenga muchos años de felicidad y no muchas noches sin dormir –sonrió–. Mis hijos me han dado muchas alegrías. Sé que Francisco y Patricia serán unos padres estupendos.
Miró a un hombre de cabello oscuro y Paula pensó que podía ser Francisco.
–Ya conoces el lema de nuestra empresa… La familia lo es todo. No es sólo un lema, es una forma de vida –alzó la copa.
La gente comenzó a gritar de júbilo.
–Oh, cielos, ése es su lema de verdad ¿No? –se rió Paula–. He visto sus anuncios en la televisión.
–Supongo que a veces no es tan malo creer en tu propia publicidad –dijo Pedro–. Mira, ahí está Antonio. Ven a conocer al gran jefe.
Paula se sorprendió al ver que él posaba una mano en su espalda y la guiaba por la habitación como si estuviera enseñando a su pareja de la noche a todo el mundo. Ella se contuvo para no pellizcarse. Pensaba que en cualquier momento despertaría en su cama, con Faith y Ali ronroneando junto a ella. Pero hasta entonces, decidió que lo mejor era seguir sonriendo. Hacía poco tiempo que se había despertado cuando Marcela apareció en su puerta. Pedro y ella habían estado en la fiesta hasta la una de la madrugada y, una vez más, él la había llevado a casa y no había intentado pasar. Tampoco había intentado besarla.
–¡Hola, Paula! –Marcela la besó en la mejilla como si fueran grandes amigas–. Te he traído pastas y café. Estoy segura de que lo necesitas después de la fiesta de anoche. Pedro debió de presentarte a todos los invitados –le entregó una taza de café humeante.
–Puede que incluso me presentara a algunos dos veces. Pasa.
En una de las paredes había un ventanal estilo victoriano que se extendía hasta parte del techo.
–Oh, cielos, mira que vista –Marcela dejó la bolsa de la pastelería sobre una mesita y se dirigió junto a la ventana–. Estoy segura de que en un día claro puedes ver Japón desde aquí.
–Casi –sonrió Paula–. Me encanta ver los barcos en la bahía.
–Supongo que echarás de menos la vista cuando te mudes a vivir con Pedro–Elle arqueó una ceja.
Paula se quedó de piedra.
–¿Qué? No hay nada entre Pedro y yo. Acabo de conocerlo.
–¿De veras? Anoche me dió la sensación de que erais pareja.
–Él fue muy amable conmigo pero lo había conocido la noche anterior.
–Bromeas. Sé que acabamos de conocernos y que no debería preguntarte esto pero ¿Se han besado, Verdad?
–Ni un pico –un sentimiento de vergüenza se apoderó de ella. Si fuera tan guapa como Marcela, Pedro lo habría intentado–. Creo que sólo trata de ser amable.
–Pero no dejaba de rodearte con el brazo. Eso no es lo que se hace con una amiga. No. Está claro que le gustas. Probablemente prefiere ir despacio.
Paula se encogió de hombros, confiando en que no se notara que se había sonrojado.
–Voy a buscar unos platos.
Hablaron sobre la casa y el vecindario mientras se tomaban las pastas y el café. Después de desayunar, Paula le mostró algunas fotos a Marcela.
–Tienes un talento estupendo. En cada foto sacas la esencia del individuo. Sé que eso es muy difícil de captar. Yo no he podido sacar un retrato decente en mi vida. Tengo suerte si salen con los ojos abiertos.
–Ojalá pudiera mostrarte algunos trucos, pero me temo que no estoy segura de cómo lo hago.
–Eres un genio. Tienes talento. Todo lo que yo no tengo como fotógrafa –sonrió Marcela–. No es difícil entender por qué Pedro está loco por tí.
–¡Basta! Lo primero, no está loco por mí. Y segundo, no ha visto mis fotos.
–Sí, las ha visto. El viernes le estaba mostrando a todo el mundo el Black Book.
–¿De veras? –Paula se mordió el labio inferior.
–Una palabra. Enamorado –Marcela se cruzó de brazos–. Un hombre enamorado. A veces sucede así de rápido.
Marcela se marchó entre la multitud.
–Antonio está un poco distraído últimamente –Pedro se acercó a Paula hasta invadirla con su aroma masculino–. Están pasando muchas cosas.
El ruido de una cuchara golpeando una copa llamó su atención. Paula se volvió para ver a un hombre sonriente de cabello gris vestido de traje. Al momento, toda la sala quedó en silencio.
–Es nuestro cliente más antiguo –murmuró Pedro–. Walter Prentice. Hemos venido a celebrar el lanzamiento de una nueva campaña de su empresa, ideada por Celia, una de nuestras ejecutivas. Está yendo muy bien.
–Es un gran placer para mí pasar la velada con los talentos más destacados de los Estados Unidos –dijo el hombre–. Durante los años que mi empresa ha trabajado con Maddox Communications, he tenido el placer de conocer personalmente a muchos de vosotros. Acabo de enterarme de que Francisco Maddox y su encantadora esposa, Patricia, están esperando su primer hijo. Me gustaría que brindaran conmigo por la nueva familia. Los camareros estaban sirviendo copas de champán por la sala.
–Francisco es el hermano pequeño de Antonio Maddox. Ha vuelto con su esposa después de una larga separación –la respiración de Pedro acariciaba la oreja de Paula.
–Qué bien –sonrió ella, y aceptó una copa de champán–. Y es todo un detalle por parte de su cliente brindar por ellos.
–Es un buen hombre. Muy familiar. Lleva casado con su esposa cuarenta años.
–Impresionante. Casi todos los amigos de mi padre están divorciados. Algunos de ellos varias veces.
–Es una lástima –Pedro bebió un poco de champán–. El matrimonio debería durar toda una vida, si no, ¿Qué sentido tiene?
Al ver cómo la miraba, Paula se bebió el champán de un trago.
–Estoy segura de que tienes razón. Sin embargo, nunca he estado casada así que no tengo ni idea de cómo es –dijo de forma apresurada. Era extraño hablar del matrimonio en la primera cita.
–Yo, tampoco –sonrió él–. Pero espero que cuando lo haga pueda brindar por mi matrimonio cuarenta años después.
Paula apartó la mirada hacia otro lado. Aquello no podía ser real. Debía de estar soñando. Un hombre atractivo y exitoso no podía desear permanecer casado con la misma mujer durante toda una vida. ¿O sí?
Walter Prentice levantó la copa de champán.
–¡Un brindis por la feliz pareja! Que su familia tenga muchos años de felicidad y no muchas noches sin dormir –sonrió–. Mis hijos me han dado muchas alegrías. Sé que Francisco y Patricia serán unos padres estupendos.
Miró a un hombre de cabello oscuro y Paula pensó que podía ser Francisco.
–Ya conoces el lema de nuestra empresa… La familia lo es todo. No es sólo un lema, es una forma de vida –alzó la copa.
La gente comenzó a gritar de júbilo.
–Oh, cielos, ése es su lema de verdad ¿No? –se rió Paula–. He visto sus anuncios en la televisión.
–Supongo que a veces no es tan malo creer en tu propia publicidad –dijo Pedro–. Mira, ahí está Antonio. Ven a conocer al gran jefe.
Paula se sorprendió al ver que él posaba una mano en su espalda y la guiaba por la habitación como si estuviera enseñando a su pareja de la noche a todo el mundo. Ella se contuvo para no pellizcarse. Pensaba que en cualquier momento despertaría en su cama, con Faith y Ali ronroneando junto a ella. Pero hasta entonces, decidió que lo mejor era seguir sonriendo. Hacía poco tiempo que se había despertado cuando Marcela apareció en su puerta. Pedro y ella habían estado en la fiesta hasta la una de la madrugada y, una vez más, él la había llevado a casa y no había intentado pasar. Tampoco había intentado besarla.
–¡Hola, Paula! –Marcela la besó en la mejilla como si fueran grandes amigas–. Te he traído pastas y café. Estoy segura de que lo necesitas después de la fiesta de anoche. Pedro debió de presentarte a todos los invitados –le entregó una taza de café humeante.
–Puede que incluso me presentara a algunos dos veces. Pasa.
En una de las paredes había un ventanal estilo victoriano que se extendía hasta parte del techo.
–Oh, cielos, mira que vista –Marcela dejó la bolsa de la pastelería sobre una mesita y se dirigió junto a la ventana–. Estoy segura de que en un día claro puedes ver Japón desde aquí.
–Casi –sonrió Paula–. Me encanta ver los barcos en la bahía.
–Supongo que echarás de menos la vista cuando te mudes a vivir con Pedro–Elle arqueó una ceja.
Paula se quedó de piedra.
–¿Qué? No hay nada entre Pedro y yo. Acabo de conocerlo.
–¿De veras? Anoche me dió la sensación de que erais pareja.
–Él fue muy amable conmigo pero lo había conocido la noche anterior.
–Bromeas. Sé que acabamos de conocernos y que no debería preguntarte esto pero ¿Se han besado, Verdad?
–Ni un pico –un sentimiento de vergüenza se apoderó de ella. Si fuera tan guapa como Marcela, Pedro lo habría intentado–. Creo que sólo trata de ser amable.
–Pero no dejaba de rodearte con el brazo. Eso no es lo que se hace con una amiga. No. Está claro que le gustas. Probablemente prefiere ir despacio.
Paula se encogió de hombros, confiando en que no se notara que se había sonrojado.
–Voy a buscar unos platos.
Hablaron sobre la casa y el vecindario mientras se tomaban las pastas y el café. Después de desayunar, Paula le mostró algunas fotos a Marcela.
–Tienes un talento estupendo. En cada foto sacas la esencia del individuo. Sé que eso es muy difícil de captar. Yo no he podido sacar un retrato decente en mi vida. Tengo suerte si salen con los ojos abiertos.
–Ojalá pudiera mostrarte algunos trucos, pero me temo que no estoy segura de cómo lo hago.
–Eres un genio. Tienes talento. Todo lo que yo no tengo como fotógrafa –sonrió Marcela–. No es difícil entender por qué Pedro está loco por tí.
–¡Basta! Lo primero, no está loco por mí. Y segundo, no ha visto mis fotos.
–Sí, las ha visto. El viernes le estaba mostrando a todo el mundo el Black Book.
–¿De veras? –Paula se mordió el labio inferior.
–Una palabra. Enamorado –Marcela se cruzó de brazos–. Un hombre enamorado. A veces sucede así de rápido.
No Quiero Perderte: Capítulo 5
Miró alrededor de la sala y se alegró al ver que Paula hablaba con Marcela con una copa de
vino en la mano.
–De hecho, me licencié en Filología Inglesa –Paula bebió un sorbo de su copa.
Elle le había pedido un vino blanco y la había llevado a un rincón tranquilo para que pudieran hablar. Al principio, Bree se sintió una pizca intimidada por ella. Marcela era una mujer elegante con el cabello liso y unos ojos azules llenos de inteligencia y buen humor. Sin embargo, al cabo de unos momentos, empezó a relajarse y contestó a todo aquello que Marcela le preguntaba con interés.
–Después incluso pensé en hacer el doctorado pero me tomé un tiempo libre para viajar y cambié de opinión.
–Qué bien. Mucha gente lleva a cabo un plan que tenía pensado desde hacía años y termina haciendo algo que no es su pasión. He de admitir que a mí siempre me ha encantado la fotografía. Recibí muchas clases en la universidad, pero supongo que nunca me he atrevido a intentar publicarlas o exponerlas. ¿Cómo empezaste a hacer fotografía?
–Me avergüenza admitir esto pero fue por pura casualidad. Mi padre me regaló una cámara por mi cumpleaños hace cuatro años. Creo que un cliente se la regaló a él. Era una Nikon con un juego de lentes. El tipo de cámara con la que incluso un profesional salivaría al verla. Empecé a jugar con ella sacando fotos a los robles del parque y a los edificios interesantes de Russian Hill y de Marina District.
Marcela asintió, mirándola con interés.
–Un día estaba sacando una foto de San Francisco de Asís en Vallejo Street.
–Ah, sí. La que tiene muchas puertas.
–¿Has visto a la mujer que lleva un abrigo azul y que a menudo está allí?
–Dando de comer a las palomas. ¡Sí, la he visto! –sonrió Marcela.
–Me intrigó algo de ella. No tengo ni idea de por qué está allí, y nunca se lo pregunté. Soy demasiado tímida. Pero quería ver si podía sacar una foto de esa pose de dignidad que tiene.
–¿Qué le dijiste?
–Sólo le pregunté si podía sacarle una foto –sonrió Paula–. Ahora sé que debería haberle ofrecido dos dólares y un formulario de autorización, pero en aquel momento no tenía ni idea.
–Y te dijo que sí.
Paula asintió.
–Así que tomé la foto. Sólo me llevó unos segundos. Ella estaba de pie frente a la puerta más pequeña, llevaba el abrigo abotonado hasta el cuello, como siempre, y había un montón de palomas a su alrededor. Las copias salieron muy bien, así que presenté una a un concurso de la biblioteca local. Gané y la gente comenzó a comentar mi fotografía, así que decidí seguir sacando fotos.
–Me encantaría ver esa foto.
–Puedes venir a mi estudio cuando quieras.
–¿De veras? ¡Me encantaría! Nunca he estado en el estudio de un fotógrafo de verdad.
–Bueno, yo no lo llamaría así –se sonrojó–. Pero tiene una vista estupenda de los tejados de la ciudad. Mañana estaré por allí, si quieres puedes pasar.
–¿Puedo? No tengo nada que hacer hasta las cinco. Estaría bien ver algunas fotos que no sean comerciales –le guiñó un ojo–. Si voy por la mañana puedo llevar café y pastas de Estela.
–Muy bien. Nunca puedo decir que no a esas pastas. La dirección es 200 Talbot Street. El edificio de piedra que tiene verjas de hierro. Si lo rodeas por la derecha hay una puerta que lleva a mi estudio.
–¿Están planeando una cita secreta? –la voz de Pedro hizo que Paula se volviera.
–Así es –dijo Marcela–. Quiero ver la obra de Paula antes de que se haga demasiado famosa como para hablar conmigo. ¿Sabías que le han pedido que haga una foto para la revista San Francisco?
–¿Es eso cierto?
–Lo es –Paula se sonrojó de nuevo–. Voy a retratar a Robert Pattison. Les ha costado decidir entre Analía Leibowitz y yo. Sospecho que yo cobro menos –vió que a Pedro se le formaban los hoyuelos–. Me han llamado de repente. Han visto mis fotos en Black Book.
–Es estupendo –dijo Pedro con admiración–. A mí también me gustaría ver tus fotos.
–Ponte a la cola –bromeó Marcela–. Ahora en serio, ¿A Robert Pattison? Me encantaría ser fotógrafa de famosos y no una humilde secretaria de administración –frunció los labios.
Paula dudaba de que Marcela fuera simplemente una humilde secretaria de administración. Saludaba y hablaba con todo el mundo como si fuera la dueña de la empresa, y no la mano derecha del dueño.
–Tranquila, Cenicienta. Algún día irás al baile. Entretanto, será mejor que encuentres a tu jefe. No lo he visto por ningún sitio.
vino en la mano.
–De hecho, me licencié en Filología Inglesa –Paula bebió un sorbo de su copa.
Elle le había pedido un vino blanco y la había llevado a un rincón tranquilo para que pudieran hablar. Al principio, Bree se sintió una pizca intimidada por ella. Marcela era una mujer elegante con el cabello liso y unos ojos azules llenos de inteligencia y buen humor. Sin embargo, al cabo de unos momentos, empezó a relajarse y contestó a todo aquello que Marcela le preguntaba con interés.
–Después incluso pensé en hacer el doctorado pero me tomé un tiempo libre para viajar y cambié de opinión.
–Qué bien. Mucha gente lleva a cabo un plan que tenía pensado desde hacía años y termina haciendo algo que no es su pasión. He de admitir que a mí siempre me ha encantado la fotografía. Recibí muchas clases en la universidad, pero supongo que nunca me he atrevido a intentar publicarlas o exponerlas. ¿Cómo empezaste a hacer fotografía?
–Me avergüenza admitir esto pero fue por pura casualidad. Mi padre me regaló una cámara por mi cumpleaños hace cuatro años. Creo que un cliente se la regaló a él. Era una Nikon con un juego de lentes. El tipo de cámara con la que incluso un profesional salivaría al verla. Empecé a jugar con ella sacando fotos a los robles del parque y a los edificios interesantes de Russian Hill y de Marina District.
Marcela asintió, mirándola con interés.
–Un día estaba sacando una foto de San Francisco de Asís en Vallejo Street.
–Ah, sí. La que tiene muchas puertas.
–¿Has visto a la mujer que lleva un abrigo azul y que a menudo está allí?
–Dando de comer a las palomas. ¡Sí, la he visto! –sonrió Marcela.
–Me intrigó algo de ella. No tengo ni idea de por qué está allí, y nunca se lo pregunté. Soy demasiado tímida. Pero quería ver si podía sacar una foto de esa pose de dignidad que tiene.
–¿Qué le dijiste?
–Sólo le pregunté si podía sacarle una foto –sonrió Paula–. Ahora sé que debería haberle ofrecido dos dólares y un formulario de autorización, pero en aquel momento no tenía ni idea.
–Y te dijo que sí.
Paula asintió.
–Así que tomé la foto. Sólo me llevó unos segundos. Ella estaba de pie frente a la puerta más pequeña, llevaba el abrigo abotonado hasta el cuello, como siempre, y había un montón de palomas a su alrededor. Las copias salieron muy bien, así que presenté una a un concurso de la biblioteca local. Gané y la gente comenzó a comentar mi fotografía, así que decidí seguir sacando fotos.
–Me encantaría ver esa foto.
–Puedes venir a mi estudio cuando quieras.
–¿De veras? ¡Me encantaría! Nunca he estado en el estudio de un fotógrafo de verdad.
–Bueno, yo no lo llamaría así –se sonrojó–. Pero tiene una vista estupenda de los tejados de la ciudad. Mañana estaré por allí, si quieres puedes pasar.
–¿Puedo? No tengo nada que hacer hasta las cinco. Estaría bien ver algunas fotos que no sean comerciales –le guiñó un ojo–. Si voy por la mañana puedo llevar café y pastas de Estela.
–Muy bien. Nunca puedo decir que no a esas pastas. La dirección es 200 Talbot Street. El edificio de piedra que tiene verjas de hierro. Si lo rodeas por la derecha hay una puerta que lleva a mi estudio.
–¿Están planeando una cita secreta? –la voz de Pedro hizo que Paula se volviera.
–Así es –dijo Marcela–. Quiero ver la obra de Paula antes de que se haga demasiado famosa como para hablar conmigo. ¿Sabías que le han pedido que haga una foto para la revista San Francisco?
–¿Es eso cierto?
–Lo es –Paula se sonrojó de nuevo–. Voy a retratar a Robert Pattison. Les ha costado decidir entre Analía Leibowitz y yo. Sospecho que yo cobro menos –vió que a Pedro se le formaban los hoyuelos–. Me han llamado de repente. Han visto mis fotos en Black Book.
–Es estupendo –dijo Pedro con admiración–. A mí también me gustaría ver tus fotos.
–Ponte a la cola –bromeó Marcela–. Ahora en serio, ¿A Robert Pattison? Me encantaría ser fotógrafa de famosos y no una humilde secretaria de administración –frunció los labios.
Paula dudaba de que Marcela fuera simplemente una humilde secretaria de administración. Saludaba y hablaba con todo el mundo como si fuera la dueña de la empresa, y no la mano derecha del dueño.
–Tranquila, Cenicienta. Algún día irás al baile. Entretanto, será mejor que encuentres a tu jefe. No lo he visto por ningún sitio.
martes, 23 de octubre de 2018
No Quiero Perderte: Capítulo 4
–Pedro, cariño, ¿Cómo estás? –Laura Curtis se acercó a él al verlo entrar en el Rosa Lounge con Bree agarrada del brazo. Lo abrazó y lo besó en las mejillas, asfixiándolo con el aroma del perfume que llevaba siempre–. Te he echado de menos esta semana. ¿Fuiste a Cannes?
–Sí. He tenido algunas reuniones –lo había pasado muy bien en el festival de cine y había tenido tiempo de planear su campaña para conseguir a Paula Chaves, que esperaba pacientemente a su lado.
–Laura, ésta es Paula. Paula, ésta es Laura.
–Ah, encantada de conocerte –contestó la rubia con una amplia sonrisa–. ¿Eres la hermana de Pedro?
Pedro soltó una carcajada.
–¿Mi hermana? Ni siquiera tengo una hermana.
–Ah… –Laura ladeó la cabeza–. Creía que… –miró a Paula con malicia.
–¿Que paula y yo nos parecemos tanto que podríamos ser gemelos? –Pedro rodeó a Paula con el brazo.
Ella estaba rígida como una tabla. Era evidente que Laura insinuaba que Paula no podía ser su pareja aquella noche.
–Paula es mi acompañante por esta noche.
–Ah, qué bien –abrió los ojos sorprendida–. He de irme. He visto a Daniel. Me dijo que me traería algo bonito de Cannes.
Pedro se volvió hacia Paula.
–No le hagas caso. Está loca.
Paula sonrió de nuevo con dulzura y él experimentó una cálida sensación en el pecho. Le gustaba su sonrisa.
–Y sabes, sí que nos parecemos un poco –le acarició el hombro–. Los dos tenemos el cabello oscuro y los ojos grises. O espera, ¿Los tuyos son verdes? –la miró fijamente–. La otra noche no pude vértelos muy bien. Estaba muy oscuro en la gala.
–Son más grises que verdes –dijo Bree–. A mí me da un poco igual. Sólo los uso para mirar.
–Y tomar fotos. He visto tus fotos del Black Book. Hay unos retratos estupendos.
–Unos rostros interesantes –sonrió tímidamente–. Hacen que mi trabajo sea más fácil.
–¿Quiénes eran? –preguntaba acerca de una pareja mayor que aparecía en la calle de una ciudad, con rostros alegres y la evidencia de un feliz matrimonio.
–No lo sé. ¿No es vergonzoso? –se mordió el labio–. Estaba de pie en la puerta de la biblioteca esperando a alguien, no lo recuerdo bien. Les pregunté si podía tomarles una foto.
–No habría imaginado que no los conocías.
–Eso es lo que dice todo el mundo –se encogió de hombros–. Es un poco raro, supongo.
–Es arte –sonrió él. Ella empezaba a relajarse–. Hola, Marcela. Ven a conocer a Paula–llamó a la secretaria de Antonio Maddox. La mujer se acercó a ellos–. Paula es fotógrafa.
–¿De veras?
–Y ganadora de premios –comentó Pedro–. ¿Puedo dejar a Paula en tus manos un momento, Marcela? Tengo que hablar con Antonio.
–Claro. Primero le conseguiremos una copa. Acompáñame al bar –Marcela guió a Paula entre la multitud.
Pedro buscó a Antonio por la sala. Había tenido una reunión en Cannes con un director checo que quizá estuviera dispuesto a rodar una campaña por una determinada cuantía. No estaba seguro de que Antonio aceptara la cifra de Tomás Kozinski, pero merecía la pena intentarlo. Él tenía un estilo único que hacía que incluso el decorado cobrara vida.
–Hola, Pedro, ¿Cómo va todo? ¿Todavía intentas quedar bien con la gente de los yates Rialto? –Lucas Emerson se materializó frente a él con una copa de vino en la mano.
–Eso intento –dijo Pedro.
–Eso sería un buen tanto. Ya imagino a los Rialto navegando bajo el Golden Gate en el descanso de la Super Bowl.
–Eso quizá sea un poco predecible.
–Supongo que por eso soy ejecutivo de cuentas y no redactor de anuncios –Logan se rió y le dió una palmadita en la espalda.
Pedro respiró hondo. Había algo en aquel hombre que lo molestaba, y no sólo eran sus bromas pesadas. Lucas Emerson sólo llevaba unas semanas en la empresa, pero parecía un auténtico estorbo. Se lo encontraba en cada reunión, perdiendo el tiempo junto a la máquina de café, e incluso entraba en el baño al mismo tiempo que Pedro. A veces, era todo sonrisas y regocijos, pero la mayor parte del tiempo permanecía allí. Observando. Quizá intentaba empaparse del modus operandi de Maddox para poder ganar a los otros ejecutivos de cuentas en su propio campo. Algo que no era tan malo. Al menos, así, Pedro no se sentiría del todo mal cuando montara su propia agencia y dejara a Antonio plantado. Y confiaba en que fuera pronto.
–Sí. He tenido algunas reuniones –lo había pasado muy bien en el festival de cine y había tenido tiempo de planear su campaña para conseguir a Paula Chaves, que esperaba pacientemente a su lado.
–Laura, ésta es Paula. Paula, ésta es Laura.
–Ah, encantada de conocerte –contestó la rubia con una amplia sonrisa–. ¿Eres la hermana de Pedro?
Pedro soltó una carcajada.
–¿Mi hermana? Ni siquiera tengo una hermana.
–Ah… –Laura ladeó la cabeza–. Creía que… –miró a Paula con malicia.
–¿Que paula y yo nos parecemos tanto que podríamos ser gemelos? –Pedro rodeó a Paula con el brazo.
Ella estaba rígida como una tabla. Era evidente que Laura insinuaba que Paula no podía ser su pareja aquella noche.
–Paula es mi acompañante por esta noche.
–Ah, qué bien –abrió los ojos sorprendida–. He de irme. He visto a Daniel. Me dijo que me traería algo bonito de Cannes.
Pedro se volvió hacia Paula.
–No le hagas caso. Está loca.
Paula sonrió de nuevo con dulzura y él experimentó una cálida sensación en el pecho. Le gustaba su sonrisa.
–Y sabes, sí que nos parecemos un poco –le acarició el hombro–. Los dos tenemos el cabello oscuro y los ojos grises. O espera, ¿Los tuyos son verdes? –la miró fijamente–. La otra noche no pude vértelos muy bien. Estaba muy oscuro en la gala.
–Son más grises que verdes –dijo Bree–. A mí me da un poco igual. Sólo los uso para mirar.
–Y tomar fotos. He visto tus fotos del Black Book. Hay unos retratos estupendos.
–Unos rostros interesantes –sonrió tímidamente–. Hacen que mi trabajo sea más fácil.
–¿Quiénes eran? –preguntaba acerca de una pareja mayor que aparecía en la calle de una ciudad, con rostros alegres y la evidencia de un feliz matrimonio.
–No lo sé. ¿No es vergonzoso? –se mordió el labio–. Estaba de pie en la puerta de la biblioteca esperando a alguien, no lo recuerdo bien. Les pregunté si podía tomarles una foto.
–No habría imaginado que no los conocías.
–Eso es lo que dice todo el mundo –se encogió de hombros–. Es un poco raro, supongo.
–Es arte –sonrió él. Ella empezaba a relajarse–. Hola, Marcela. Ven a conocer a Paula–llamó a la secretaria de Antonio Maddox. La mujer se acercó a ellos–. Paula es fotógrafa.
–¿De veras?
–Y ganadora de premios –comentó Pedro–. ¿Puedo dejar a Paula en tus manos un momento, Marcela? Tengo que hablar con Antonio.
–Claro. Primero le conseguiremos una copa. Acompáñame al bar –Marcela guió a Paula entre la multitud.
Pedro buscó a Antonio por la sala. Había tenido una reunión en Cannes con un director checo que quizá estuviera dispuesto a rodar una campaña por una determinada cuantía. No estaba seguro de que Antonio aceptara la cifra de Tomás Kozinski, pero merecía la pena intentarlo. Él tenía un estilo único que hacía que incluso el decorado cobrara vida.
–Hola, Pedro, ¿Cómo va todo? ¿Todavía intentas quedar bien con la gente de los yates Rialto? –Lucas Emerson se materializó frente a él con una copa de vino en la mano.
–Eso intento –dijo Pedro.
–Eso sería un buen tanto. Ya imagino a los Rialto navegando bajo el Golden Gate en el descanso de la Super Bowl.
–Eso quizá sea un poco predecible.
–Supongo que por eso soy ejecutivo de cuentas y no redactor de anuncios –Logan se rió y le dió una palmadita en la espalda.
Pedro respiró hondo. Había algo en aquel hombre que lo molestaba, y no sólo eran sus bromas pesadas. Lucas Emerson sólo llevaba unas semanas en la empresa, pero parecía un auténtico estorbo. Se lo encontraba en cada reunión, perdiendo el tiempo junto a la máquina de café, e incluso entraba en el baño al mismo tiempo que Pedro. A veces, era todo sonrisas y regocijos, pero la mayor parte del tiempo permanecía allí. Observando. Quizá intentaba empaparse del modus operandi de Maddox para poder ganar a los otros ejecutivos de cuentas en su propio campo. Algo que no era tan malo. Al menos, así, Pedro no se sentiría del todo mal cuando montara su propia agencia y dejara a Antonio plantado. Y confiaba en que fuera pronto.
No Quiero Perderte: Capítulo 3
Paula se detuvo frente al espejo del cuarto de baño con el pretexto de atusarse el cabello. En realidad sólo quería ver qué era lo que Pedro Alfonso miraba con tanto interés y brillo en la mirada. La gente siempre le había dicho que tenía unos ojos bonitos. Se quitó las gafas de montura fina que guardaba para las ocasiones especiales y se miró los ojos en el espejo. No le parecían tan especiales. Quizá eso era lo que la gente decía cuando no tenía otro cumplido que decir. Se colocó las gafas de nuevo y se rehízo el moño. No llevaba nada de maquillaje y su vestido era horroroso. Su tía Mónica le había asegurado que le disimulaba los fallos del cuerpo, pero ella consideraba que le quedaba muy mal. No tenía mejor aspecto que otras veces. Si acaso, incluso peor. Entonces ¿Por qué Pedro parecía tan interesado en ella? Había estado a su lado desde que su padre los había presentado. Ella suponía que en algún momento él se encontraría con alguien y se despediría, pero no había sido así. De hecho, estaba casi segura de que la estaría esperando en la puerta del baño.
Suspiró con fuerza. Tenía las mejillas sonrosadas y no le parecía algo demasiado atractivo. También le brillaban los ojos. Pero era normal. Nunca había bailado así. ¡Ni en su imaginación! ¿Cómo no iba a sentirse como Cenicienta en el baile? Algo curioso, teniendo en cuenta que era una de las mujeres más ricas de San Francisco. Había llegado a tener esa fortuna porque la había heredado. Y no estaba orgullosa de ello. Al contrario. A menudo imaginaba que la gente murmuraba: «Con todo ese dinero y mira lo poco que ha conseguido por sí misma». Su padre pensaba de esa manera e incluso se lo había dicho en un par de ocasiones.
Paula respiró hondo y se colocó un mechón que le había quedado suelto detrás de la oreja. «Paula Chaves, eres una mujer deseable y atractiva». No. No era convincente. «Paula Chaves, eres una gran fotógrafa y una gran cuidadora de gatos». Mejor. Esbozó una sonrisa y se percató de que la mujer rubia que estaba a su lado la miraba. Rápidamente, se dirigió hacia la salida.
Pedro no estaba esperándola en la puerta. Una leve sensación de decepción la sorprendió. ¿De veras creía que un hombre como aquel la estaría esperando como si fuera un perrito fiel? Lo más probable era que estuviera bailando con otra mujer.
Paula miró hacia la pista de baile. Era pasada la medianoche y ya había menos gente. Todos los hombres iban vestidos con esmoquin, pero ella sabía que reconocería a Pedro inmediatamente. ¿Era posible que se hubiera marchado sin despedirse? Probablemente no lo volvería a ver. Alzó la barbilla y se abrió paso entre las mesas donde había estado sentada con algunos de los socios de su padre. Pedro no estaba por ninguna parte. Tenía una fuerte sensación de frío. Eso había sido todo. Una velada estupenda. Un rato fantástico. Posiblemente la mejor noche de su vida. Tragó saliva. Sin duda, todos aquellos que la habían visto entre los brazos de Pedro estarían pensando lo de siempre. «Pobre Paula». Se dirigió hacia la salida. Habitualmente tomaba un taxi para regresar a casa cuando asistía a ese tipo de eventos, ya que su padre solía quedarse hasta más tarde. Por supuesto, pensaba que era patético que viviera todavía en la mansión familiar pero le gustaba el estudio del ático, que había convertido en su apartamento privado y que estaba lleno de recuerdos de los años felices que había vivido antes de la muerte de su madre. Ella solía pintar allí cada tarde mientras Paula jugaba en el suelo cerca del caballete.
Paula se mordió el labio inferior. Estaba contenta con su vida. No necesitaba a un hombre alto, de cabello moreno y atractivo para crearle problemas. Retiró el abrigo del guardarropa y se lo puso sobre los hombros. Estaba a punto de cruzar el recibidor hacia la salida cuando el corazón se le detuvo de golpe. Pedro estaba hablando con su padre. Paula frunció el ceño. ¿De qué se conocían tanto? Su padre sólo solía tratar con empresarios muy ricos que pudieran hacerle ganar dinero. Si Pedro no era más que un publicista, ¿Por qué su padre hablaba con él como si fuera Bill Gates? Terminó de ponerse el abrigo y se dirigió hacia ellos. Ambos posaron la vista en ella al verla llegar y Paula sintió que se le formaba un nudo en el estómago.
–¡Paula, cariño! –su padre estiró el brazo–. Pedro y yo estábamos hablando sobre lo maravillosa que ha sido la velada. Tengo que darte las gracias por haberme insistido en que comprara una entrada para el evento –se volvió hacia Pedro–. Paula tiene debilidad por los animales.
Paula forzó una sonrisa.
–Ha sido un placer conocerte, Paula –Pedro la miró a los ojos.
–Lo mismo digo –contestó con el corazón acelerado.
–¿Estás libre el viernes? La agencia organiza un cóctel en el Rosa Lounge para celebrar una nueva campaña. Me encantaría que vinieras.
Paula sintió que la cabeza le daba vueltas. ¿El viernes por la noche? Era la noche de las citas. ¿Y él quería que conociera a sus socios? Sintió que se le secaba la boca.
–Um, claro. Estaría bien –pestañeó.
–Te recogeré en tu casa, si te parece bien.
–Me parece estupendo –sonrió–. Te veré entonces.
–Hasta luego, cariño –su padre le dedicó una sonrisa–. Tengo que ir a hablar con unos amigos.
–Claro, tomaré un taxi.
Pedro se dirigió a ella.
–Te llevaré a casa. Así sabré dónde tengo que recogerte el viernes.
Le dijo al portero que avisara al estacionamiento antes de que Paula pudiera protestar. Ella respiró hondo, lo agarró del brazo y lo acompañó a fuera. La luz de la luna iluminaba los edificios de Market Street. Pedro la ayudó a subir a su deportivo y durante el trayecto a casa conversaron sobre la nueva exposición de Luis Bourgeois. Pedro admitió que estaba al tanto de ese tipo de eventos para impresionar a los clientes. Además de ser atractivo ¿Sabía de arte?
Cuando el coche se detuvo frente a la casa, Paula se bajó enseguida. ¿Intentaría besarla? Imposible. El terror se apoderó de ella al ver que Pedro rodeaba el coche para llegar a su lado. La agarró de la mano y ella se estremeció.
–Buenas noches, Paula–sus miradas se encontraron–. El viernes te recogeré a las siete, ¿De acuerdo?
–Perfecto. Hasta entonces –sonrió y se volvió hacia la puerta.
Una vez dentro de la casa, se apoyó contra la puerta con una amplia sonrisa. El viernes tenía una cita con el hombre más atractivo de San Francisco. Y si no estuviera tan asustada, estaría entusiasmada por ello.
Suspiró con fuerza. Tenía las mejillas sonrosadas y no le parecía algo demasiado atractivo. También le brillaban los ojos. Pero era normal. Nunca había bailado así. ¡Ni en su imaginación! ¿Cómo no iba a sentirse como Cenicienta en el baile? Algo curioso, teniendo en cuenta que era una de las mujeres más ricas de San Francisco. Había llegado a tener esa fortuna porque la había heredado. Y no estaba orgullosa de ello. Al contrario. A menudo imaginaba que la gente murmuraba: «Con todo ese dinero y mira lo poco que ha conseguido por sí misma». Su padre pensaba de esa manera e incluso se lo había dicho en un par de ocasiones.
Paula respiró hondo y se colocó un mechón que le había quedado suelto detrás de la oreja. «Paula Chaves, eres una mujer deseable y atractiva». No. No era convincente. «Paula Chaves, eres una gran fotógrafa y una gran cuidadora de gatos». Mejor. Esbozó una sonrisa y se percató de que la mujer rubia que estaba a su lado la miraba. Rápidamente, se dirigió hacia la salida.
Pedro no estaba esperándola en la puerta. Una leve sensación de decepción la sorprendió. ¿De veras creía que un hombre como aquel la estaría esperando como si fuera un perrito fiel? Lo más probable era que estuviera bailando con otra mujer.
Paula miró hacia la pista de baile. Era pasada la medianoche y ya había menos gente. Todos los hombres iban vestidos con esmoquin, pero ella sabía que reconocería a Pedro inmediatamente. ¿Era posible que se hubiera marchado sin despedirse? Probablemente no lo volvería a ver. Alzó la barbilla y se abrió paso entre las mesas donde había estado sentada con algunos de los socios de su padre. Pedro no estaba por ninguna parte. Tenía una fuerte sensación de frío. Eso había sido todo. Una velada estupenda. Un rato fantástico. Posiblemente la mejor noche de su vida. Tragó saliva. Sin duda, todos aquellos que la habían visto entre los brazos de Pedro estarían pensando lo de siempre. «Pobre Paula». Se dirigió hacia la salida. Habitualmente tomaba un taxi para regresar a casa cuando asistía a ese tipo de eventos, ya que su padre solía quedarse hasta más tarde. Por supuesto, pensaba que era patético que viviera todavía en la mansión familiar pero le gustaba el estudio del ático, que había convertido en su apartamento privado y que estaba lleno de recuerdos de los años felices que había vivido antes de la muerte de su madre. Ella solía pintar allí cada tarde mientras Paula jugaba en el suelo cerca del caballete.
Paula se mordió el labio inferior. Estaba contenta con su vida. No necesitaba a un hombre alto, de cabello moreno y atractivo para crearle problemas. Retiró el abrigo del guardarropa y se lo puso sobre los hombros. Estaba a punto de cruzar el recibidor hacia la salida cuando el corazón se le detuvo de golpe. Pedro estaba hablando con su padre. Paula frunció el ceño. ¿De qué se conocían tanto? Su padre sólo solía tratar con empresarios muy ricos que pudieran hacerle ganar dinero. Si Pedro no era más que un publicista, ¿Por qué su padre hablaba con él como si fuera Bill Gates? Terminó de ponerse el abrigo y se dirigió hacia ellos. Ambos posaron la vista en ella al verla llegar y Paula sintió que se le formaba un nudo en el estómago.
–¡Paula, cariño! –su padre estiró el brazo–. Pedro y yo estábamos hablando sobre lo maravillosa que ha sido la velada. Tengo que darte las gracias por haberme insistido en que comprara una entrada para el evento –se volvió hacia Pedro–. Paula tiene debilidad por los animales.
Paula forzó una sonrisa.
–Ha sido un placer conocerte, Paula –Pedro la miró a los ojos.
–Lo mismo digo –contestó con el corazón acelerado.
–¿Estás libre el viernes? La agencia organiza un cóctel en el Rosa Lounge para celebrar una nueva campaña. Me encantaría que vinieras.
Paula sintió que la cabeza le daba vueltas. ¿El viernes por la noche? Era la noche de las citas. ¿Y él quería que conociera a sus socios? Sintió que se le secaba la boca.
–Um, claro. Estaría bien –pestañeó.
–Te recogeré en tu casa, si te parece bien.
–Me parece estupendo –sonrió–. Te veré entonces.
–Hasta luego, cariño –su padre le dedicó una sonrisa–. Tengo que ir a hablar con unos amigos.
–Claro, tomaré un taxi.
Pedro se dirigió a ella.
–Te llevaré a casa. Así sabré dónde tengo que recogerte el viernes.
Le dijo al portero que avisara al estacionamiento antes de que Paula pudiera protestar. Ella respiró hondo, lo agarró del brazo y lo acompañó a fuera. La luz de la luna iluminaba los edificios de Market Street. Pedro la ayudó a subir a su deportivo y durante el trayecto a casa conversaron sobre la nueva exposición de Luis Bourgeois. Pedro admitió que estaba al tanto de ese tipo de eventos para impresionar a los clientes. Además de ser atractivo ¿Sabía de arte?
Cuando el coche se detuvo frente a la casa, Paula se bajó enseguida. ¿Intentaría besarla? Imposible. El terror se apoderó de ella al ver que Pedro rodeaba el coche para llegar a su lado. La agarró de la mano y ella se estremeció.
–Buenas noches, Paula–sus miradas se encontraron–. El viernes te recogeré a las siete, ¿De acuerdo?
–Perfecto. Hasta entonces –sonrió y se volvió hacia la puerta.
Una vez dentro de la casa, se apoyó contra la puerta con una amplia sonrisa. El viernes tenía una cita con el hombre más atractivo de San Francisco. Y si no estuviera tan asustada, estaría entusiasmada por ello.
No Quiero Perderte: Capítulo 2
–¿Te apetece una copa de champán? –se volvió ofreciéndole una.
–Gracias –aceptó la copa y bebió un sorbo.
Él se inclinó hacia delante, hasta casi rozarle la mejilla con su barba incipiente.
–¿Cómo puede ser que no te haya conocido antes?
–No salgo mucho. Adopté a mis dos gatos en Oakland Animal Society y por eso quería venir esta noche a la fiesta para recaudar fondos para los animales. ¿Tienes alguna mascota?
Él negó con la cabeza.
–No tengo tiempo. Trabajo muchas horas y viajo a menudo. Estoy seguro de que tus gatos son afortunados por haberte encontrado.
–Me gusta pensar lo mismo. Sobre todo desde que Ali necesita que le inyecten insulina todos los días. Es difícil encontrar dueños que quieran tener animales con problemas de salud.
–Eres una buena persona.
–O una idiota –sonrió ella–. Pero feliz. Son mis bebés.
Pedro puso una expresión extraña que sólo se reflejó en su mirada. ¿Se estaría preguntando por qué perdía el tiempo con una mujer soltera horriblemente vestida mientras otras mujeres despampanantes lo miraban de manera sugerente? En cualquier caso, ella hubiese preferido estar en casa con sus gatos. Se ponía nerviosa al lado de Pedro. Era demasiado atractivo.
–Estoy aquí porque un cliente compró una mesa para la agencia. Sé que son por una buena causa pero a mí tampoco me gustan mucho este tipo de actos –murmuró él–. Demasiada gente. Discursos muy largos y carne correosa –se le formaron los hoyuelos otra vez.
–¿Qué te gusta hacer?
–Es una pregunta interesante –dudó un instante–. Paso tanto tiempo trabajando que a veces se me olvida que hay otras cosas –sonrió–.Últimamente estoy pensando que me gustaría bajar el ritmo y disfrutar más del camino. Quizá incluso… –se pasó la mano por el cabello, como avergonzado–. Incluso sentar la cabeza y formar una familia. Igual suena un poco ñoño.
–Para nada –su manera de mirarla hacía que Paula se sintiera mareada–. Creo que es algo natural. Todo el mundo necesita cierto equilibro en su vida.
–Por cierto, ¿Te apetece bailar otra vez? Esta canción es una de mis favoritas.
La banda había comenzado a tocar una canción latina. La idea de moverse al ritmo de aquel hombre provocó que Paula se estremeciera. ¿Era verdad todo aquello?
Pedro entrelazó los brazos con los de Paula y la guió de nuevo hasta la pista de baile. Deseó no llevar puesto el traje para poder sentir su piel suave contra la de ella. Toda ella reflejaba suavidad, sus grandes ojos grises semi escondidos detrás de las gafas, sus mejillas sonrosadas y su boca tentadora. Él sospechaba que bajo su vestido gris también había un cuerpo exuberante. Su padre había insinuado que ella era poco atractiva y deseable, y que el hecho de que continuara soltera lo avergonzaba. Su propia hija suponía una carga por la que estaba dispuesto a pagar por deshacerse de ella. ¿De veras que Miguel Chaves podía tener tales sentimientos hacia la mujer que tenía agarrada de su brazo en ese mismo momento?
Pedro la rodeó por la cintura. Tenía un cuerpo en el que cualquier hombre podría perderse con facilidad. Al abrazarla, sus senos redondeados rozaron contra su pecho. Tenía el cabello castaño, recogido en un moño, y él se preguntaba cómo le quedaría suelto sobre los hombros. También le gustaba su manera de moverse, y cómo permitía que él la girara con suavidad mientras sonreía. Él la miró y sonrió también. Si su primera impresión era certera, Paula Chaves podría convertirse en la agradable esposa de Pedro Alfonso. Quizá no fuera el tipo de mujer ante la que los hombres se volvían para mirarla pasar pero, ¿Y qué? Él no necesitaba una mujer retocada gracias a la cirugía estética para demostrar su virilidad. Y Paula Chaves contaba con un buen incentivo económico. Un millón. Sus miradas se encontraron y un sentimiento de culpa le invadió el corazón. ¿Podría casarse con una mujer por dinero? Durante diez años se había esforzado mucho por conseguir una buena reputación como ejecutivo de cuentas. Desde el primer día en el puesto supo que quería abrir su propia agencia. Juntar a los mejores talentos creativos y revolucionar el mundo de la publicidad. Si diez años antes alguien le hubiera dicho que a los treinta todavía trabajaría para otra persona, se habría reído en su cara. Pero la vida no le había concedido muchas oportunidades para reírse. El plan de pensiones de su padre había quebrado y él había tenido que ayudar a sus padres a pagar la hipoteca. En realidad, se alegraba de haberlos podido ayudar. El mayor error de su vida había sido confiarle gran parte de sus ahorros a un asesor financiero que los dilapidó en carreras de caballos y violines de época.
Pedro estrechó a Paula contra su cuerpo, disfrutando del roce de sus senos en su pecho. La miró a los ojos y se imaginó contemplándolos el resto de su vida. Paula Chaves le daba buenas sensaciones y él no solía equivocarse. Encontrar novia o esposa nunca había sido una prioridad para él. Sus amigos siempre bromeaban diciéndole que estaba casado con su trabajo. Y era cierto. Le encantaba su trabajo y se conformaba con alguna aventura ocasional. Al menos así nadie salía decepcionado. Si continuaba adelante con aquella locura de plan, se esforzaría para no decepcionar a Paula y por ser un buen marido. La inclinó hacia atrás y ella se dejó llevar hasta reposar el peso de su cuerpo sobre su mano con confianza. No tenía ni idea de qué era lo que él estaba pensando. De haberlo sabido, se hubiera horrorizado. Pero nunca lo sabría. Nunca.
Paula se rió mientras él la enderezaba de nuevo. A Pedro le invadió una extraña sensación. Ella estaba disfrutando de aquello, y él también.
–Gracias –aceptó la copa y bebió un sorbo.
Él se inclinó hacia delante, hasta casi rozarle la mejilla con su barba incipiente.
–¿Cómo puede ser que no te haya conocido antes?
–No salgo mucho. Adopté a mis dos gatos en Oakland Animal Society y por eso quería venir esta noche a la fiesta para recaudar fondos para los animales. ¿Tienes alguna mascota?
Él negó con la cabeza.
–No tengo tiempo. Trabajo muchas horas y viajo a menudo. Estoy seguro de que tus gatos son afortunados por haberte encontrado.
–Me gusta pensar lo mismo. Sobre todo desde que Ali necesita que le inyecten insulina todos los días. Es difícil encontrar dueños que quieran tener animales con problemas de salud.
–Eres una buena persona.
–O una idiota –sonrió ella–. Pero feliz. Son mis bebés.
Pedro puso una expresión extraña que sólo se reflejó en su mirada. ¿Se estaría preguntando por qué perdía el tiempo con una mujer soltera horriblemente vestida mientras otras mujeres despampanantes lo miraban de manera sugerente? En cualquier caso, ella hubiese preferido estar en casa con sus gatos. Se ponía nerviosa al lado de Pedro. Era demasiado atractivo.
–Estoy aquí porque un cliente compró una mesa para la agencia. Sé que son por una buena causa pero a mí tampoco me gustan mucho este tipo de actos –murmuró él–. Demasiada gente. Discursos muy largos y carne correosa –se le formaron los hoyuelos otra vez.
–¿Qué te gusta hacer?
–Es una pregunta interesante –dudó un instante–. Paso tanto tiempo trabajando que a veces se me olvida que hay otras cosas –sonrió–.Últimamente estoy pensando que me gustaría bajar el ritmo y disfrutar más del camino. Quizá incluso… –se pasó la mano por el cabello, como avergonzado–. Incluso sentar la cabeza y formar una familia. Igual suena un poco ñoño.
–Para nada –su manera de mirarla hacía que Paula se sintiera mareada–. Creo que es algo natural. Todo el mundo necesita cierto equilibro en su vida.
–Por cierto, ¿Te apetece bailar otra vez? Esta canción es una de mis favoritas.
La banda había comenzado a tocar una canción latina. La idea de moverse al ritmo de aquel hombre provocó que Paula se estremeciera. ¿Era verdad todo aquello?
Pedro entrelazó los brazos con los de Paula y la guió de nuevo hasta la pista de baile. Deseó no llevar puesto el traje para poder sentir su piel suave contra la de ella. Toda ella reflejaba suavidad, sus grandes ojos grises semi escondidos detrás de las gafas, sus mejillas sonrosadas y su boca tentadora. Él sospechaba que bajo su vestido gris también había un cuerpo exuberante. Su padre había insinuado que ella era poco atractiva y deseable, y que el hecho de que continuara soltera lo avergonzaba. Su propia hija suponía una carga por la que estaba dispuesto a pagar por deshacerse de ella. ¿De veras que Miguel Chaves podía tener tales sentimientos hacia la mujer que tenía agarrada de su brazo en ese mismo momento?
Pedro la rodeó por la cintura. Tenía un cuerpo en el que cualquier hombre podría perderse con facilidad. Al abrazarla, sus senos redondeados rozaron contra su pecho. Tenía el cabello castaño, recogido en un moño, y él se preguntaba cómo le quedaría suelto sobre los hombros. También le gustaba su manera de moverse, y cómo permitía que él la girara con suavidad mientras sonreía. Él la miró y sonrió también. Si su primera impresión era certera, Paula Chaves podría convertirse en la agradable esposa de Pedro Alfonso. Quizá no fuera el tipo de mujer ante la que los hombres se volvían para mirarla pasar pero, ¿Y qué? Él no necesitaba una mujer retocada gracias a la cirugía estética para demostrar su virilidad. Y Paula Chaves contaba con un buen incentivo económico. Un millón. Sus miradas se encontraron y un sentimiento de culpa le invadió el corazón. ¿Podría casarse con una mujer por dinero? Durante diez años se había esforzado mucho por conseguir una buena reputación como ejecutivo de cuentas. Desde el primer día en el puesto supo que quería abrir su propia agencia. Juntar a los mejores talentos creativos y revolucionar el mundo de la publicidad. Si diez años antes alguien le hubiera dicho que a los treinta todavía trabajaría para otra persona, se habría reído en su cara. Pero la vida no le había concedido muchas oportunidades para reírse. El plan de pensiones de su padre había quebrado y él había tenido que ayudar a sus padres a pagar la hipoteca. En realidad, se alegraba de haberlos podido ayudar. El mayor error de su vida había sido confiarle gran parte de sus ahorros a un asesor financiero que los dilapidó en carreras de caballos y violines de época.
Pedro estrechó a Paula contra su cuerpo, disfrutando del roce de sus senos en su pecho. La miró a los ojos y se imaginó contemplándolos el resto de su vida. Paula Chaves le daba buenas sensaciones y él no solía equivocarse. Encontrar novia o esposa nunca había sido una prioridad para él. Sus amigos siempre bromeaban diciéndole que estaba casado con su trabajo. Y era cierto. Le encantaba su trabajo y se conformaba con alguna aventura ocasional. Al menos así nadie salía decepcionado. Si continuaba adelante con aquella locura de plan, se esforzaría para no decepcionar a Paula y por ser un buen marido. La inclinó hacia atrás y ella se dejó llevar hasta reposar el peso de su cuerpo sobre su mano con confianza. No tenía ni idea de qué era lo que él estaba pensando. De haberlo sabido, se hubiera horrorizado. Pero nunca lo sabría. Nunca.
Paula se rió mientras él la enderezaba de nuevo. A Pedro le invadió una extraña sensación. Ella estaba disfrutando de aquello, y él también.
No Quiero Perderte: Capítulo 1
–¡Vaya! ¿Y ahora qué?
El padre de Paula Chaves la saludó desde el otro lado del salón de baile. Paula se puso derecha al ver que él se acercaba a ella entre la multitud. Él se había levantado de la mesa nada más terminar el postre, para ver a la gente y que lo vieran. Como de costumbre, Paula se había quedado sentada escuchando la música y esperando a que terminara la velada. Había asistido únicamente porque los fondos iban destinados a una de sus asociaciones benéficas favoritas. Recelosa, miró a su padre y se fijó en el hombre alto que estaba detrás de él. Oh, no. Otra presentación. Creía que él ya había decidido dejar de presentarle a cada uno de los codiciados solteros de San Francisco.
–Paula, cariño, hay alguien a quien me gustaría presentarte.
Paula había oído aquellas palabras muchas veces durante veintinueve años y normalmente nunca la llevaban más allá de una primera cita. Aun así, se puso en pie y forzó una sonrisa.
–Pedro, ésta es mi hija Paula. Paula, éste es Pedro Alfonso. Trabaja como publicista en Maddox Communications.
Pedro Alfonso le tendió la mano y ella se la estrechó.
–Encantada de… –«Oh, cielos», pensó al levantar la vista y sentir que se le paraba el corazón. Llevaba el cabello peinado hacia atrás y tenía una boca muy sensual. Era muy atractivo.
–¿De conocerme? –sus ojos grises se iluminaron alegremente.
–Sí, encantada de conocerlo –retiró la mano. Su padre debía de estar loco si pensaba que un hombre como aquel podía alguna vez interesarse en ella.
–Maddox ha hecho campañas realmente buenas últimamente. Los anuncios de Porto Shoes fueron muy llamativos.
–Gracias. Yo trabajé en esa campaña –sonrió él–. Tu padre me ha dicho que eres fotógrafa.
Paula miró a su padre. ¿Se lo había contado? Una mezcla de sorpresa y orgullo se apoderó de ella. Él nunca se había molestado en hablar de lo que consideraba que era un hobby para su hija.
–Sí, me gusta hacer fotos.
–Acaba de ganar un premio –intervino su padre con una sonrisa–. El Black Hat o algo así.
–Black Book –lo corrigió ella. Es un concurso de fotografía publicitaria.
–Conozco los Black Book Awards –Pedro asintió con la cabeza–. Es un buen premio.
El padre de Paula saludó a alguien al otro lado del salón, se disculpó y se alejó entre la multitud. Dejándola sola con el hombre más atractivo de aquella habitación. Ella tragó saliva, se alisó la parte delantera del vestido y deseó haberse puesto algo menos horrible.
–¿Qué clase de fotografías haces?
–Retratos, en su mayoría –habló con bastante tranquilidad a pesar de que le inquietaba que aquel hombre ejerciera tanto efecto sobre ella–. Intento captar la personalidad de la gente.
–Eso parece un gran reto.
–Se trata de elegir el momento adecuado –se encogió de hombros–. Creo que se me da bien.
–Eso significa que tienes el tipo de talento que hace que destaques entre los demás –comentó con una sonrisa.
–Bueno, sin duda no destaco entre esta multitud –movió el brazo indicando a los invitados más importantes de San Francisco e inmediatamente se arrepintió de sus palabras. Por supuesto que destacaba. Por ser la persona menos interesante y elegante.
–Todas las personas que están aquí se han esforzado mucho por destacar –dijo él, y se le formaron hoyuelos en las mejillas–. La gente que no lo intenta es la más interesante. ¿Te apetece bailar?
–¿Bailar? – ¿Se refería a bailar con él? Nadie le había pedido nunca bailar en un sitio así.
–¿Hay eco?
–No. Quiero decir, sí, me gustaría bailar.
Durante un instante deseó que se la tragara la tierra. Por supuesto que él no quería bailar con ella. Sólo estaba siendo educado. Sin duda, habría agradecido que ella hubiera rechazado su invitación. Pero él estiró los brazos y la guió hasta la pista de baile, donde la banda tocaba In the Mood, un clásico de los años treinta.
Pedro se detuvo en el medio de la pista y rodeó a Paula por la cintura, lo que provocó que se estremeciera. La habitación comenzó a dar vueltas a su alrededor cuando Pedro empezó a girar agarrado a ella. Él seguía el ritmo de la música moviéndose entre las demás parejas sin esfuerzo. Su masculino aroma era hipnótico y embriagador. Paula movía los pies al mismo ritmo que él. Su brazo apenas rozaba sus hombros debido a su altura, pero ella consiguió moverse al ritmo de los trombones y trompetas hasta que cesó la música. Pestañeando y con la respiración entrecortada, Paula se liberó de entre los brazos de Pedro.
–Eres una bailarina estupenda –le susurró al oído.
–¿Yo? Has sido tú. Yo sólo tenía que seguirte.
–Eso ya es todo un arte. Te apuesto a que la mitad de las mujeres que hay en esta sala habrían intentado marcar el paso y me habrían hecho tropezar.
Paula se rió.
–Posiblemente sea verdad.
–Tienes una sonrisa muy bonita.
–Gracias a seis años de ortodoncia.
Él se rió.
–También tienes un buen sentido del humor –la guió hasta la barra.
Todo el mundo los miraba. Al parecer, nadie pasaba por alto la presencia del hombre más impresionante de la sala. Y él iba firmemente agarrado a su brazo. Paula pestañeó al ver que recibían tanta atención. Probablemente, todos se preguntaban qué diablos estaba haciendo con ella. Como futura heredera que era, resultaba sencillo imaginarse lo que un hombre podía querer de ella. Pero aquel hombre podría casarse con cualquier mujer rica que hubiera en aquella habitación. Y había muchas aquella noche. ¿Por qué ella le resultaba especial? Una vocecita en su cabeza le indicó que dejara de preocuparse por ello y que disfrutara de la atención que estaba recibiendo y que provocaba que su corazón latiera más deprisa que nunca.
El padre de Paula Chaves la saludó desde el otro lado del salón de baile. Paula se puso derecha al ver que él se acercaba a ella entre la multitud. Él se había levantado de la mesa nada más terminar el postre, para ver a la gente y que lo vieran. Como de costumbre, Paula se había quedado sentada escuchando la música y esperando a que terminara la velada. Había asistido únicamente porque los fondos iban destinados a una de sus asociaciones benéficas favoritas. Recelosa, miró a su padre y se fijó en el hombre alto que estaba detrás de él. Oh, no. Otra presentación. Creía que él ya había decidido dejar de presentarle a cada uno de los codiciados solteros de San Francisco.
–Paula, cariño, hay alguien a quien me gustaría presentarte.
Paula había oído aquellas palabras muchas veces durante veintinueve años y normalmente nunca la llevaban más allá de una primera cita. Aun así, se puso en pie y forzó una sonrisa.
–Pedro, ésta es mi hija Paula. Paula, éste es Pedro Alfonso. Trabaja como publicista en Maddox Communications.
Pedro Alfonso le tendió la mano y ella se la estrechó.
–Encantada de… –«Oh, cielos», pensó al levantar la vista y sentir que se le paraba el corazón. Llevaba el cabello peinado hacia atrás y tenía una boca muy sensual. Era muy atractivo.
–¿De conocerme? –sus ojos grises se iluminaron alegremente.
–Sí, encantada de conocerlo –retiró la mano. Su padre debía de estar loco si pensaba que un hombre como aquel podía alguna vez interesarse en ella.
–Maddox ha hecho campañas realmente buenas últimamente. Los anuncios de Porto Shoes fueron muy llamativos.
–Gracias. Yo trabajé en esa campaña –sonrió él–. Tu padre me ha dicho que eres fotógrafa.
Paula miró a su padre. ¿Se lo había contado? Una mezcla de sorpresa y orgullo se apoderó de ella. Él nunca se había molestado en hablar de lo que consideraba que era un hobby para su hija.
–Sí, me gusta hacer fotos.
–Acaba de ganar un premio –intervino su padre con una sonrisa–. El Black Hat o algo así.
–Black Book –lo corrigió ella. Es un concurso de fotografía publicitaria.
–Conozco los Black Book Awards –Pedro asintió con la cabeza–. Es un buen premio.
El padre de Paula saludó a alguien al otro lado del salón, se disculpó y se alejó entre la multitud. Dejándola sola con el hombre más atractivo de aquella habitación. Ella tragó saliva, se alisó la parte delantera del vestido y deseó haberse puesto algo menos horrible.
–¿Qué clase de fotografías haces?
–Retratos, en su mayoría –habló con bastante tranquilidad a pesar de que le inquietaba que aquel hombre ejerciera tanto efecto sobre ella–. Intento captar la personalidad de la gente.
–Eso parece un gran reto.
–Se trata de elegir el momento adecuado –se encogió de hombros–. Creo que se me da bien.
–Eso significa que tienes el tipo de talento que hace que destaques entre los demás –comentó con una sonrisa.
–Bueno, sin duda no destaco entre esta multitud –movió el brazo indicando a los invitados más importantes de San Francisco e inmediatamente se arrepintió de sus palabras. Por supuesto que destacaba. Por ser la persona menos interesante y elegante.
–Todas las personas que están aquí se han esforzado mucho por destacar –dijo él, y se le formaron hoyuelos en las mejillas–. La gente que no lo intenta es la más interesante. ¿Te apetece bailar?
–¿Bailar? – ¿Se refería a bailar con él? Nadie le había pedido nunca bailar en un sitio así.
–¿Hay eco?
–No. Quiero decir, sí, me gustaría bailar.
Durante un instante deseó que se la tragara la tierra. Por supuesto que él no quería bailar con ella. Sólo estaba siendo educado. Sin duda, habría agradecido que ella hubiera rechazado su invitación. Pero él estiró los brazos y la guió hasta la pista de baile, donde la banda tocaba In the Mood, un clásico de los años treinta.
Pedro se detuvo en el medio de la pista y rodeó a Paula por la cintura, lo que provocó que se estremeciera. La habitación comenzó a dar vueltas a su alrededor cuando Pedro empezó a girar agarrado a ella. Él seguía el ritmo de la música moviéndose entre las demás parejas sin esfuerzo. Su masculino aroma era hipnótico y embriagador. Paula movía los pies al mismo ritmo que él. Su brazo apenas rozaba sus hombros debido a su altura, pero ella consiguió moverse al ritmo de los trombones y trompetas hasta que cesó la música. Pestañeando y con la respiración entrecortada, Paula se liberó de entre los brazos de Pedro.
–Eres una bailarina estupenda –le susurró al oído.
–¿Yo? Has sido tú. Yo sólo tenía que seguirte.
–Eso ya es todo un arte. Te apuesto a que la mitad de las mujeres que hay en esta sala habrían intentado marcar el paso y me habrían hecho tropezar.
Paula se rió.
–Posiblemente sea verdad.
–Tienes una sonrisa muy bonita.
–Gracias a seis años de ortodoncia.
Él se rió.
–También tienes un buen sentido del humor –la guió hasta la barra.
Todo el mundo los miraba. Al parecer, nadie pasaba por alto la presencia del hombre más impresionante de la sala. Y él iba firmemente agarrado a su brazo. Paula pestañeó al ver que recibían tanta atención. Probablemente, todos se preguntaban qué diablos estaba haciendo con ella. Como futura heredera que era, resultaba sencillo imaginarse lo que un hombre podía querer de ella. Pero aquel hombre podría casarse con cualquier mujer rica que hubiera en aquella habitación. Y había muchas aquella noche. ¿Por qué ella le resultaba especial? Una vocecita en su cabeza le indicó que dejara de preocuparse por ello y que disfrutara de la atención que estaba recibiendo y que provocaba que su corazón latiera más deprisa que nunca.
No Quiero Perderte: Sinopsis
Atractiva, dulce y tremendamente rica… Paula Chaves era la novia que el publicista Pedro Alfonso había estado buscando. Y el padre de Paula le había ofrecido mucho dinero a Pedro para quitársela de en medio. Con la oportunidad de montar su propia agencia, el soltero no tardó ni un instante en convertir a la heredera en su esposa.
Sin embargo, Paula descubrió el verdadero motivo por el que Pedro la había cortejado de repente. Y le cerró la puerta del dormitorio en la cara… Él se percató de que sus sentimientos eran reales demasiado tarde. Pero ¿Podría convencer a la esposa que había adquirido de que los motivos por los que había contraído matrimonio con ella habían cambiado?
Sin embargo, Paula descubrió el verdadero motivo por el que Pedro la había cortejado de repente. Y le cerró la puerta del dormitorio en la cara… Él se percató de que sus sentimientos eran reales demasiado tarde. Pero ¿Podría convencer a la esposa que había adquirido de que los motivos por los que había contraído matrimonio con ella habían cambiado?
jueves, 18 de octubre de 2018
El Engaño: Capítulo 43
Paula dejó de sonreír tan pronto salió de la habitación de su hermana. Estaba tranquila pensando que Vanesa se iba a reponer. Leonardo se alegraría cuando fuera a visitarla, en cuanto terminara un asunto de negocios en Cessnock. Incluso contaba con la bendición de su hermana para la boda con Pedro. Pero ya no había ningún compromiso y era poco probable que volviera a proponerle matrimonio. Le había alejado de su vida tontamente al afirmar que no podría ser feliz si hería a su gemela. Sin embargo, Vanesa, menos inteligente, le había hecho ver que era una equivocación.
Sin fijarse en la actividad que había en el pasillo del hospital, Paula se apoyó en una pared. De pronto comprendió que un nuevo empleo y una carrera fulgurante no eran tan importantes. ¿Cómo enfocar el futuro sin el hombre al que amaba? Se le aceleró el corazón y se asustó, pero luego se acordó de que con sólo pensar en Pedro, se le solía acelerar el pulso. Habían prometido tener confianza entre ellos. ¿No había hecho todo lo contrario excluyéndole de su vida cuando más le necesitaba? Por fin tomó una resolución que le subió la adrenalina. Haría la maleta y regresaría a Sydney para decirle a Pedro lo que realmente sentía. Esperaba que comprendiera los motivos que había tenido para alejarle de su lado. ¿Sería suficiente? Se negó a dudar. Tenía que confiar en ella porque así debía ser. Pedro había dicho que Paula era lo mejor que le había sucedido en la vida. Él también era lo mejor para ella y tenía que hacérselo saber. Muy animada, se dirigió a Bedales. Era una bendición que conociera tan bien la carretera porque recorría los kilómetros de tres en tres. Estaba llegando a la desviación cuando se dió cuenta de que un coche la seguía desde muy cerca. Aumentó la velocidad y el otro la imitó. Disminuyó la velocidad e hizo lo mismo. Preocupada, reconoció que la estaban siguiendo. Oscurecía y sólo veía las luces delanteras del otro vehículo que le parecieron los ojos de un animal predador. Se estremeció de miedo. ¿Qué podía hacer? La carretera estaba solitaria y sólo existía la salida a Bedales. Se dominó, pisó el acelerador como si no fuera a tomar la desviación y al último momento giró hacia la izquierda. Al principio, creyó que había despistado al seguidor, pero a los pocos segundos volvió a ver las luces. El coche la rebasó, frenó delante y ella tuvo que detenerse. El corazón le saltó en el pecho cuando el conductor se acercó al de ella.
-Sí eres tú. ¿Por qué no te has parado cuando te he tocado la bocina?
-¡Pedro! -exclamó tranquilizada-. No lo he oído -estaba tan inmersa en sus pensamientos que no se había dado cuenta de nada.
-¡Por Dios, mujer, estás temblando como una hoja al viento! -la ayudó a salir del coche y la abrazó.
-Creía que me estaban siguiendo -murmuró sin poder creer que estaba con Pedro.
-No te has equivocado, pero era yo.
-¿Por qué?
-Estaba en Sydney esperando que me llamaras. Cuando comprendí que no ibas a hacerlo, decidí volver para hacerte entrar en razón.
-Es extraño, pero eso mismo pensaba hacer yo.
-¿Qué?
-Iba a Bedales para hacer la maleta e ir a Sydney a buscarte -murmuró.
-¿Quieres decir que te vas a casar conmigo?
-Si me aceptas. No debí alejarte por mis sentimientos de culpa. Cuando le dije a Vanesa que había renunciado a tí, se conmocionó tanto que salió del coma.
-Ya lo sé. He hablado con el hospital.
-¿No estás enfadado conmigo? -preguntó titubeante.
-Estoy enfadado conmigo mismo. Últimamente he tenido tiempo para meditar y he descubierto que confiar en alguien significa algo más que controlar los celos. Uno debe permitir que la otra persona decida lo que le parece más conveniente. Si crees que debemos esperar hasta que estés lista, no trataré de hacerte cambiar de opinión.
-Ya lo he hecho -le aseguró-. Bastante he esperado en mi vida. También he aprendido varias cosas y una de ellas es que la vida es muy frágil. Quiero que estemos juntos ahora y siempre.
En la oscuridad, sintió que Pedro le deslizaba algo liso y frío en el dedo. Cuando terminó de ponerle el anillo, alzó las manos para acariciarle la nuca. Paula sintió que su sistema nervioso volvía a la vida. ¿Era posible estar relajada y dolorosamente tensa al mismo tiempo? Las manos de Pedro le provocaban esa sensación y ella quería gritar de deseo. La pasión reprimida de los últimos días resurgió y ella se amoldó al cuerpo de él mientras jugueteaba con su cabello.
-¡Dios, Paula! gimió él junto a su boca. Probó la calidez de su aliento y se inundó de su olor. Era como beberse un cóctel de sensaciones y ansiaba percibir a su amado con todos los sentidos.
Bastante más tarde, estaban sentados en el asiento de atrás del coche de Pedro contemplando las colinas y valles oscuros, satisfechos de estar juntos.
-Sigo sin poder creer que Vanesa tenía celos de mí -comentó Paula-. Siempre he pensado que ella era la de la suerte -se acomodó mejor en la curva del hombro de Pedro-. Eso te demuestra que nadie tiene todo lo que desea.
-¿Qué me dices de nosotros? -Pedro la abrazó con fuerza.
-La excepción que confirma la regla -murmuró enternecida y sonriendo.
FIN
Sin fijarse en la actividad que había en el pasillo del hospital, Paula se apoyó en una pared. De pronto comprendió que un nuevo empleo y una carrera fulgurante no eran tan importantes. ¿Cómo enfocar el futuro sin el hombre al que amaba? Se le aceleró el corazón y se asustó, pero luego se acordó de que con sólo pensar en Pedro, se le solía acelerar el pulso. Habían prometido tener confianza entre ellos. ¿No había hecho todo lo contrario excluyéndole de su vida cuando más le necesitaba? Por fin tomó una resolución que le subió la adrenalina. Haría la maleta y regresaría a Sydney para decirle a Pedro lo que realmente sentía. Esperaba que comprendiera los motivos que había tenido para alejarle de su lado. ¿Sería suficiente? Se negó a dudar. Tenía que confiar en ella porque así debía ser. Pedro había dicho que Paula era lo mejor que le había sucedido en la vida. Él también era lo mejor para ella y tenía que hacérselo saber. Muy animada, se dirigió a Bedales. Era una bendición que conociera tan bien la carretera porque recorría los kilómetros de tres en tres. Estaba llegando a la desviación cuando se dió cuenta de que un coche la seguía desde muy cerca. Aumentó la velocidad y el otro la imitó. Disminuyó la velocidad e hizo lo mismo. Preocupada, reconoció que la estaban siguiendo. Oscurecía y sólo veía las luces delanteras del otro vehículo que le parecieron los ojos de un animal predador. Se estremeció de miedo. ¿Qué podía hacer? La carretera estaba solitaria y sólo existía la salida a Bedales. Se dominó, pisó el acelerador como si no fuera a tomar la desviación y al último momento giró hacia la izquierda. Al principio, creyó que había despistado al seguidor, pero a los pocos segundos volvió a ver las luces. El coche la rebasó, frenó delante y ella tuvo que detenerse. El corazón le saltó en el pecho cuando el conductor se acercó al de ella.
-Sí eres tú. ¿Por qué no te has parado cuando te he tocado la bocina?
-¡Pedro! -exclamó tranquilizada-. No lo he oído -estaba tan inmersa en sus pensamientos que no se había dado cuenta de nada.
-¡Por Dios, mujer, estás temblando como una hoja al viento! -la ayudó a salir del coche y la abrazó.
-Creía que me estaban siguiendo -murmuró sin poder creer que estaba con Pedro.
-No te has equivocado, pero era yo.
-¿Por qué?
-Estaba en Sydney esperando que me llamaras. Cuando comprendí que no ibas a hacerlo, decidí volver para hacerte entrar en razón.
-Es extraño, pero eso mismo pensaba hacer yo.
-¿Qué?
-Iba a Bedales para hacer la maleta e ir a Sydney a buscarte -murmuró.
-¿Quieres decir que te vas a casar conmigo?
-Si me aceptas. No debí alejarte por mis sentimientos de culpa. Cuando le dije a Vanesa que había renunciado a tí, se conmocionó tanto que salió del coma.
-Ya lo sé. He hablado con el hospital.
-¿No estás enfadado conmigo? -preguntó titubeante.
-Estoy enfadado conmigo mismo. Últimamente he tenido tiempo para meditar y he descubierto que confiar en alguien significa algo más que controlar los celos. Uno debe permitir que la otra persona decida lo que le parece más conveniente. Si crees que debemos esperar hasta que estés lista, no trataré de hacerte cambiar de opinión.
-Ya lo he hecho -le aseguró-. Bastante he esperado en mi vida. También he aprendido varias cosas y una de ellas es que la vida es muy frágil. Quiero que estemos juntos ahora y siempre.
En la oscuridad, sintió que Pedro le deslizaba algo liso y frío en el dedo. Cuando terminó de ponerle el anillo, alzó las manos para acariciarle la nuca. Paula sintió que su sistema nervioso volvía a la vida. ¿Era posible estar relajada y dolorosamente tensa al mismo tiempo? Las manos de Pedro le provocaban esa sensación y ella quería gritar de deseo. La pasión reprimida de los últimos días resurgió y ella se amoldó al cuerpo de él mientras jugueteaba con su cabello.
-¡Dios, Paula! gimió él junto a su boca. Probó la calidez de su aliento y se inundó de su olor. Era como beberse un cóctel de sensaciones y ansiaba percibir a su amado con todos los sentidos.
Bastante más tarde, estaban sentados en el asiento de atrás del coche de Pedro contemplando las colinas y valles oscuros, satisfechos de estar juntos.
-Sigo sin poder creer que Vanesa tenía celos de mí -comentó Paula-. Siempre he pensado que ella era la de la suerte -se acomodó mejor en la curva del hombro de Pedro-. Eso te demuestra que nadie tiene todo lo que desea.
-¿Qué me dices de nosotros? -Pedro la abrazó con fuerza.
-La excepción que confirma la regla -murmuró enternecida y sonriendo.
FIN
El Engaño: Capítulo 42
Los días se fundían uno con el otro mientras Paula pasaba el tiempo en Bedales, tratando de iniciar el proyecto de escribir la historia de la región, o en compañía de Vanesa. En ese momento tenía los ojos fijos en la figura inerte que yacía en la cama y casi no se dio cuenta de un movimiento hasta que volvió a verlo. Su hermana hacía un imperceptible movimiento con la mano. ¿Se lo estaba imaginando o realmente Vanesa había movido la mano en respuesta a algo que ella acababa de decir? Había desarrollado el hábito de pensar en voz alta y lo estaba haciendo. ¿Qué había dicho para traspasar la barrera del estado inconsciente de Vanesa? De pronto lo recordó y en voz vibrante de emoción repitió:
-Me siento muy sola viéndote así y sin Pedro a mi lado.
Volvió a ver un pequeño temblor en la mano de Vanesa y comprendió. Era la primera vez que hablaba de su amor por Pedro.
-Oh, Vanesa, le he dicho a Pedro que no puedo casarme con él si eso significa tu destrucción. Siento haberte contado mi compromiso con tanta brutalidad. Pero ya... le he alejado de mi lado.
-¡No!
La palabra sonó como si la hubiera arrancado de la garganta de su hermana. Paula miró fijamente a Vanesa y la esperanza, como algo viviente, creció en ella.
-¿Qué has dicho?
-No le amo -Vanesa abrió los párpados y giró un poco la cabeza hacia Paula.
Enjugándose las lágrimas de alegría, Paula llamó a las enfermeras einmediatamente aparecieron los médicos. Se quedó fuera mientras la examinaban. Bastante después, le permitieron entrar en la habitación de Vanesa. Se alegró al ver que le habían quitado todas las sondas y que su hermana estaba medio sentada en la cama, con los ojos abiertos y francamente alerta.
-¡Vanesa, has salido de coma! -exclamó Paula al acercarse a su gemela para tomarle una mano, más delgada de lo que debía estar-. Te pondrás bien.
-Parece un sueño -murmuró Vanesa como si todavía no dominara su voz-. Te oía hablar, pero sentía que una pared nos separaba y que no podía derrumbarla para acercarme a tí.
-Esa pared ya no existe.
-Te equivocas. Debes casarte con Pedro-Vanesa entrecerró los ojos.
-No pienses en eso ahora, antes tienes que reponerte.
-Sí, debo pensar en eso. No me perdonaría si por mi culpa renuncias a él.
-¿Qué te hace pensar que tú eres la culpable? -jugueteó con la ropa de cama y mantuvo la mirada baja.
-Lo sé, por lo que te dije antes de salir corriendo -le tomó las manos a Paula desesperada-. Estoy arrepentida. Estaba dolida por las humillaciones a que me habían sometido Francisco y su familia, y no pensaba con cordura. No quería decir nada de aquello. Has sido una hermana maravillosa y no te merezco.
-Calla, por favor -le rogó, cohibida-. Nunca imaginé que te sentías poca cosa a mi lado. Para mí era lo contrario.
-¿Tú? -Vanesa rió-. Nunca has dudado de nada.
Paula le refirió sus incertidumbres y terminaron llorando y abrazadas.
-Pedro no era el hombre indicado para mí -aceptó la modelo, bastante más tarde-. Él lo sabía tan bien como yo y lo nuestro hubiera terminado aun sin tí. Francisco era más mi tipo -miró a su alrededor como si esperara verle-. He soñado que estaba a mi lado durante todo este tiempo.
-Era Leonardo Bedford -explicó Paula a regañadientes-. Casi no se ha despegado de tu cama.
-Hmmm -Vanesa se quedó pensativa-. Debo darle las gracias por preocuparse tanto por mí -la expresión de Vanesa dió a entender que cuando le diera las gracias, caería rendido a sus pies.
-¿No sería maravilloso que...? pensó Paula divertida, pero no terminó de formular la idea.
-Me han dicho que me salvaste la vida -murmuró Vanesa con timidez cuando su gemela se disponía a salir.
-No me paré a pensar -confesó Paula.
-Entonces estamos empatadas y ya no podré recordar el accidente del velero.
-¡Ya era hora! - se rió Paula.
-Me siento muy sola viéndote así y sin Pedro a mi lado.
Volvió a ver un pequeño temblor en la mano de Vanesa y comprendió. Era la primera vez que hablaba de su amor por Pedro.
-Oh, Vanesa, le he dicho a Pedro que no puedo casarme con él si eso significa tu destrucción. Siento haberte contado mi compromiso con tanta brutalidad. Pero ya... le he alejado de mi lado.
-¡No!
La palabra sonó como si la hubiera arrancado de la garganta de su hermana. Paula miró fijamente a Vanesa y la esperanza, como algo viviente, creció en ella.
-¿Qué has dicho?
-No le amo -Vanesa abrió los párpados y giró un poco la cabeza hacia Paula.
Enjugándose las lágrimas de alegría, Paula llamó a las enfermeras einmediatamente aparecieron los médicos. Se quedó fuera mientras la examinaban. Bastante después, le permitieron entrar en la habitación de Vanesa. Se alegró al ver que le habían quitado todas las sondas y que su hermana estaba medio sentada en la cama, con los ojos abiertos y francamente alerta.
-¡Vanesa, has salido de coma! -exclamó Paula al acercarse a su gemela para tomarle una mano, más delgada de lo que debía estar-. Te pondrás bien.
-Parece un sueño -murmuró Vanesa como si todavía no dominara su voz-. Te oía hablar, pero sentía que una pared nos separaba y que no podía derrumbarla para acercarme a tí.
-Esa pared ya no existe.
-Te equivocas. Debes casarte con Pedro-Vanesa entrecerró los ojos.
-No pienses en eso ahora, antes tienes que reponerte.
-Sí, debo pensar en eso. No me perdonaría si por mi culpa renuncias a él.
-¿Qué te hace pensar que tú eres la culpable? -jugueteó con la ropa de cama y mantuvo la mirada baja.
-Lo sé, por lo que te dije antes de salir corriendo -le tomó las manos a Paula desesperada-. Estoy arrepentida. Estaba dolida por las humillaciones a que me habían sometido Francisco y su familia, y no pensaba con cordura. No quería decir nada de aquello. Has sido una hermana maravillosa y no te merezco.
-Calla, por favor -le rogó, cohibida-. Nunca imaginé que te sentías poca cosa a mi lado. Para mí era lo contrario.
-¿Tú? -Vanesa rió-. Nunca has dudado de nada.
Paula le refirió sus incertidumbres y terminaron llorando y abrazadas.
-Pedro no era el hombre indicado para mí -aceptó la modelo, bastante más tarde-. Él lo sabía tan bien como yo y lo nuestro hubiera terminado aun sin tí. Francisco era más mi tipo -miró a su alrededor como si esperara verle-. He soñado que estaba a mi lado durante todo este tiempo.
-Era Leonardo Bedford -explicó Paula a regañadientes-. Casi no se ha despegado de tu cama.
-Hmmm -Vanesa se quedó pensativa-. Debo darle las gracias por preocuparse tanto por mí -la expresión de Vanesa dió a entender que cuando le diera las gracias, caería rendido a sus pies.
-¿No sería maravilloso que...? pensó Paula divertida, pero no terminó de formular la idea.
-Me han dicho que me salvaste la vida -murmuró Vanesa con timidez cuando su gemela se disponía a salir.
-No me paré a pensar -confesó Paula.
-Entonces estamos empatadas y ya no podré recordar el accidente del velero.
-¡Ya era hora! - se rió Paula.
El Engaño: Capítulo 41
-¿No le preocupa que una chica que ha aparecido desnuda en otra revista le de mal nombre a la publicación? -preguntó con dolor.
-También me ha pedido que te presente sus excusas por el malentendido - confesó-. De haber sabido que era tu hermana, no habría despedido a una periodista tan valiosa.
¡Lo sabía desde el principio! Paula estaba boquiabierta. La taimada señora quería salvar las apariencias con hipocresía, al darse cuenta de la influencia que ella tenía en sus lectores. A cualquier precio deseaba reincorporarla a su empresa antes de que alguna revista rival la contratara. Paula se rió encantada.
-¿Puedo tomarme un tiempo para pensar la respuesta?
-Todo el que necesites -respondió Rafael muy serio-. Para variar, ¡Disfruto viéndola bullir en su propia salsa!
-Eres incorregible, Rafael -le amonestó, aunque concordaba con él.
A la poderosa mujer le haría provecho saber que no podía tratar a las personas como si fueran peones en un tablero de ajedrez.
-Tengo entendido que has vivido por aquí otra historia de interés humano -Rafael le tenía otra sorpresa.
-No comprendo -comentó intrigada.
-Me he enterado de que te has comprometido con Pedro Alfonso.
-¿Cómo te has enterado? -abrió desmesuradamente los ojos.
-¿No te dije que Leonardo Bedford era amigo de Vanina Philmont? La llamó para darle la noticia y ella me la transmitió. Creo que es otro motivo por el que te ofrece el puesto. Le aterroriza la idea de que puedas sucumbir al aliciente de un hogar con hijos.
-Dile que no tiene por qué preocuparse.
-¿He dicho algo malo? -preguntó.
-Sin intención -le aseguró de inmediato-. Hemos ido muy deprisa, eso es todo - no quería decirle que habían roto el compromiso. Tendría que dar demasiadas explicaciones y no le apetecía hacerlo-. Hemos decidido pensarlo más despacio.
-Entonces, ¿No estás molesta porque dejara que viniera Alfonso en vez de Laura Healey? -preguntó tranquilizado.
-¿Cómo iba a comprometerme con Laura? -respondió obligándose a mostrar buen humor. De hecho, creía que todo habría resultado diferente si Rafael no hubiera aceptado el cambio. No se había comprometido con Pedro y Vanesa no estaría en estado de coma. Pero no podía culpar a Rafael por los caprichos del destino, de modo que ocultó su tristeza-. Tus intenciones eran buenas.
-Me alegro de que comprendas, pero Alfonso es muy persuasivo cuando quiere.
Paula lo sabía muy bien.
-No hablemos de él -pidió con firmeza-. ¿Cómo van las cosas en la empresa?
Hablaron del asunto un rato más, pero cuando Rafael intuyó que Paula no se sentía del todo bien, dijo:
-Todavía estás convaleciente, así que te dejo. ¿Le digo a la señora Philmont que nos vas a llamar?
-Sí -aceptó. Iba a necesitar trabajo cuando se fuera de Bedales-. Además, dile que le agradezco su generoso ofrecimiento.
La expresión divertida de Rafael dió a entender que la señora Philmont sólo pensaba en su propio provecho. Paula quedó agotada después de acompañar a Rafael al coche y despedirse de él.
-También me ha pedido que te presente sus excusas por el malentendido - confesó-. De haber sabido que era tu hermana, no habría despedido a una periodista tan valiosa.
¡Lo sabía desde el principio! Paula estaba boquiabierta. La taimada señora quería salvar las apariencias con hipocresía, al darse cuenta de la influencia que ella tenía en sus lectores. A cualquier precio deseaba reincorporarla a su empresa antes de que alguna revista rival la contratara. Paula se rió encantada.
-¿Puedo tomarme un tiempo para pensar la respuesta?
-Todo el que necesites -respondió Rafael muy serio-. Para variar, ¡Disfruto viéndola bullir en su propia salsa!
-Eres incorregible, Rafael -le amonestó, aunque concordaba con él.
A la poderosa mujer le haría provecho saber que no podía tratar a las personas como si fueran peones en un tablero de ajedrez.
-Tengo entendido que has vivido por aquí otra historia de interés humano -Rafael le tenía otra sorpresa.
-No comprendo -comentó intrigada.
-Me he enterado de que te has comprometido con Pedro Alfonso.
-¿Cómo te has enterado? -abrió desmesuradamente los ojos.
-¿No te dije que Leonardo Bedford era amigo de Vanina Philmont? La llamó para darle la noticia y ella me la transmitió. Creo que es otro motivo por el que te ofrece el puesto. Le aterroriza la idea de que puedas sucumbir al aliciente de un hogar con hijos.
-Dile que no tiene por qué preocuparse.
-¿He dicho algo malo? -preguntó.
-Sin intención -le aseguró de inmediato-. Hemos ido muy deprisa, eso es todo - no quería decirle que habían roto el compromiso. Tendría que dar demasiadas explicaciones y no le apetecía hacerlo-. Hemos decidido pensarlo más despacio.
-Entonces, ¿No estás molesta porque dejara que viniera Alfonso en vez de Laura Healey? -preguntó tranquilizado.
-¿Cómo iba a comprometerme con Laura? -respondió obligándose a mostrar buen humor. De hecho, creía que todo habría resultado diferente si Rafael no hubiera aceptado el cambio. No se había comprometido con Pedro y Vanesa no estaría en estado de coma. Pero no podía culpar a Rafael por los caprichos del destino, de modo que ocultó su tristeza-. Tus intenciones eran buenas.
-Me alegro de que comprendas, pero Alfonso es muy persuasivo cuando quiere.
Paula lo sabía muy bien.
-No hablemos de él -pidió con firmeza-. ¿Cómo van las cosas en la empresa?
Hablaron del asunto un rato más, pero cuando Rafael intuyó que Paula no se sentía del todo bien, dijo:
-Todavía estás convaleciente, así que te dejo. ¿Le digo a la señora Philmont que nos vas a llamar?
-Sí -aceptó. Iba a necesitar trabajo cuando se fuera de Bedales-. Además, dile que le agradezco su generoso ofrecimiento.
La expresión divertida de Rafael dió a entender que la señora Philmont sólo pensaba en su propio provecho. Paula quedó agotada después de acompañar a Rafael al coche y despedirse de él.
martes, 16 de octubre de 2018
El Engaño: Capítulo 40
-No puedo -murmuró acongojada.
-Ya lo he achicado, pero parece que estaba predestinado a que no lo usaras.
-No digas eso. ¡Tú eres mi destino! -gimió dolorida. Pedro se iba a ir llevándose su corazón. La tentación de ceder la hizo entablar una lucha interna. El anillo y todo lo que significaba, estaba en manos de Rowan, pero no podía aceptarlo sabiendo el precio que tendría que pagar-. No sabes cuánto lo lamento - inspiró profundamente para no sollozar.
-También yo -habló sin inflexión en la voz. Observó el anillo antes de echárselo al bolsillo como si no quisiera verlo más-. Yo también.
Se volvió, pero de pronto, Paula no pudo permitir que se alejara de su vida sin quedarse con algo que la ayudara a sobrevivir. Se arrojó a sus brazos y apoyó el rostro en el hombro de Pedro. Él la abrazó con delirio, como si no fuese a soltarla jamás. Febril, le besó el rostro, el cuello y la boca. La desesperación hizo que ella le correspondiera con ardor y que sintiera que el alma se le quemaba. ¡Cuánto le amaba! Durante un momento fugaz, pensó que todo volvería a la normalidad. Pero recordó a Vanesa, tendida en la cama del hospital, y se petrificó en brazos de Pedro. Él sintió el cambio.
-¿Lo has dicho en serio? ¿Te vas a quedar aquí? -asintió con la cabeza porque no podía hablar-. Entonces hemos terminado, ya no tenemos de qué hablar.
Todo el cuerpo de Paula le pedía que le llamara, pero guardó silencio... el precio era demasiado alto. A través de una tupida cortina de lágrimas, vió cómo echaba la maleta al coche y se sintió terriblemente derrotada. Tras la partida de Pedro, le pareció que el lagar estaba desierto, aunque continuamente llegaba y se iba gente de Bedales. El conductor del tractor, conmocionado por el daño que su negligencia había causado, se fue antes de que Leonardo le despidiera. Paula no sentía rencor hacia él, pues estaba insensible. La partida de Pedro había dejado un vacío en su ser que nada podía llenarlo. Los únicos momentos en que se sentía viva era cuando estaba con Vanesa, le hablaba y le ponía su música favorita. También hablaba con Leonardo para que les oyera. El único nombre que Paula no podía mencionar era el de Pedro. Le resultaba muy doloroso hablar de él. Leonardo debió notar que ya no llevaba puesto el anillo de compromiso, pero no hizo ningún comentario al respecto. La única ilusión que había en su horizonte era la inminente llegada de sus padres. Después del accidente, Paula había hablado con ellos y habían prometido ir a verlas. Estaba deseando que llegaran aunque le habría gustado verles en circunstancias más felices. Estaba sentada fuera de la cabaña, tratando de concentrarse en la lectura, cuando la distrajo una voz conocida.
-¡De modo que esto es lo que haces en cuanto te pierdo de vista!
-¡Rafael! -exclamó sorprendida-. ¿Qué haces aquí?
-¿Así saluda una periodista a su editor? -preguntó, fingiendo severidad.
-Me extraña que digas que eres mi editor -se rió por primera vez en varios días-. Hace tiempo que debía haberte enviado el resto del reportaje.
-No te preocupes por algo tan insignificante como una fecha -se sentó frente a ella y se inclinó hacia adelante-. Los periodistas de primera, pueden elegir su trabajo.
-¿De primera? -repitió pasmada-. Soy de segunda categoría.
-No, desde que empezaron a salir los artículos sobre Hunter Valley, has subido de rango -le informó-. Hemos recibido muchas suscripciones de los entusiastas del vino.
-Pero todavía no he terminado la serie.
-Lo sé y nuestros lectores esperan impacientes lo que siga, pero no vas a trabajar hasta que estés del todo repuesta del accidente. La señora Philmont me ha pedido que te lo diga.
-¿Te ha enviado la señora Philmont hasta aquí sólo para que me digas que me mejore? Casi no podía creerlo.
-No me ha enviado, pero me ha sugerido que viniera para ofrecerte otro puesto como editora de la revista Descanso y Dinero -recompensó a Paula con una amplia sonrisa.
¡Le ofrecían una editorial y la promovían de categoría! Era demasiado para poderlo asimilar de golpe.
-Ya lo he achicado, pero parece que estaba predestinado a que no lo usaras.
-No digas eso. ¡Tú eres mi destino! -gimió dolorida. Pedro se iba a ir llevándose su corazón. La tentación de ceder la hizo entablar una lucha interna. El anillo y todo lo que significaba, estaba en manos de Rowan, pero no podía aceptarlo sabiendo el precio que tendría que pagar-. No sabes cuánto lo lamento - inspiró profundamente para no sollozar.
-También yo -habló sin inflexión en la voz. Observó el anillo antes de echárselo al bolsillo como si no quisiera verlo más-. Yo también.
Se volvió, pero de pronto, Paula no pudo permitir que se alejara de su vida sin quedarse con algo que la ayudara a sobrevivir. Se arrojó a sus brazos y apoyó el rostro en el hombro de Pedro. Él la abrazó con delirio, como si no fuese a soltarla jamás. Febril, le besó el rostro, el cuello y la boca. La desesperación hizo que ella le correspondiera con ardor y que sintiera que el alma se le quemaba. ¡Cuánto le amaba! Durante un momento fugaz, pensó que todo volvería a la normalidad. Pero recordó a Vanesa, tendida en la cama del hospital, y se petrificó en brazos de Pedro. Él sintió el cambio.
-¿Lo has dicho en serio? ¿Te vas a quedar aquí? -asintió con la cabeza porque no podía hablar-. Entonces hemos terminado, ya no tenemos de qué hablar.
Todo el cuerpo de Paula le pedía que le llamara, pero guardó silencio... el precio era demasiado alto. A través de una tupida cortina de lágrimas, vió cómo echaba la maleta al coche y se sintió terriblemente derrotada. Tras la partida de Pedro, le pareció que el lagar estaba desierto, aunque continuamente llegaba y se iba gente de Bedales. El conductor del tractor, conmocionado por el daño que su negligencia había causado, se fue antes de que Leonardo le despidiera. Paula no sentía rencor hacia él, pues estaba insensible. La partida de Pedro había dejado un vacío en su ser que nada podía llenarlo. Los únicos momentos en que se sentía viva era cuando estaba con Vanesa, le hablaba y le ponía su música favorita. También hablaba con Leonardo para que les oyera. El único nombre que Paula no podía mencionar era el de Pedro. Le resultaba muy doloroso hablar de él. Leonardo debió notar que ya no llevaba puesto el anillo de compromiso, pero no hizo ningún comentario al respecto. La única ilusión que había en su horizonte era la inminente llegada de sus padres. Después del accidente, Paula había hablado con ellos y habían prometido ir a verlas. Estaba deseando que llegaran aunque le habría gustado verles en circunstancias más felices. Estaba sentada fuera de la cabaña, tratando de concentrarse en la lectura, cuando la distrajo una voz conocida.
-¡De modo que esto es lo que haces en cuanto te pierdo de vista!
-¡Rafael! -exclamó sorprendida-. ¿Qué haces aquí?
-¿Así saluda una periodista a su editor? -preguntó, fingiendo severidad.
-Me extraña que digas que eres mi editor -se rió por primera vez en varios días-. Hace tiempo que debía haberte enviado el resto del reportaje.
-No te preocupes por algo tan insignificante como una fecha -se sentó frente a ella y se inclinó hacia adelante-. Los periodistas de primera, pueden elegir su trabajo.
-¿De primera? -repitió pasmada-. Soy de segunda categoría.
-No, desde que empezaron a salir los artículos sobre Hunter Valley, has subido de rango -le informó-. Hemos recibido muchas suscripciones de los entusiastas del vino.
-Pero todavía no he terminado la serie.
-Lo sé y nuestros lectores esperan impacientes lo que siga, pero no vas a trabajar hasta que estés del todo repuesta del accidente. La señora Philmont me ha pedido que te lo diga.
-¿Te ha enviado la señora Philmont hasta aquí sólo para que me digas que me mejore? Casi no podía creerlo.
-No me ha enviado, pero me ha sugerido que viniera para ofrecerte otro puesto como editora de la revista Descanso y Dinero -recompensó a Paula con una amplia sonrisa.
¡Le ofrecían una editorial y la promovían de categoría! Era demasiado para poderlo asimilar de golpe.
El Engaño: Capítulo 39
-Es una especie de sueño--confirmó él—. Pero los médicos están intrigados. Cuando le hicieron las pruebas, reaccionó a un amplia gama de estímulos y están convencidos de que recobraría el conocimiento si quisiera.
-Lo dices como si fuera sencillo.
-Quizá lo sea. Si supiéramos por qué no quiere enfrentarse al mundo, quizá podríamos despertarla. Se supone que nos oye hablar aunque no pueda o no quiera contestar.
Paula sabía por qué no quería enfrentarse a la realidad. Cuando se enteró del compromiso de ella con Pedro, no le quedaron motivos para seguir viviendo. Primero la había abandonado Francisco y luego Pedro, y eso era más de lo que podía tolerar. No había esperanza de que Vanesa y Francisco salvaran sus diferencias. Había leído en el periódico que el magnate regresaba a su tierra para ponerse al frente de los negocios de la familia. Sin duda, era miembro de la antigua élite adinerada. Pobre Vanesa. No podía hacer nada más que estar al lado de su hermana el mayor tiempo posible. Cuando no estaba en el hospital, se paseaba por la cabaña como un espectro. Intentaba trabajar, pero sólo escribía banalidades sin sentido. Arrancó otra hoja de la máquina de escribir, la estrujó y tiró al otro lado de la habitación para que se incorporara al creciente montón. ¿Qué le pasaba? A partir del accidente no podía concentrarse en nada. Quizá debería ir al hospital para que la examinaran de nuevo. Pero sabía que su mal no era físico. Estaba locamente enamorada de Pedro, y cada momento que pasaba, más se convencía de que no podía casarse con él. Leonardo le había vuelto a proponer que se quedara para que escribiera la historia de Bedales y para convencerla, le había llevado varios libros sobre la región, pero la chica no podía leer. Si se comprometía a escribir el libro, Pedro tendría que regresar a Sydney sin ella. Nunca se había sentido tan confusa. ¿Cómo podía tomar una decisión si ya no sabía lo que era correcto? Estaba sentada en un banco, fuera de la cabaña, rodeada de los libros que Leonardo le había dado.
-¿Estás segura de que ya estás en condiciones de trabajar?
-No, pero tengo que hacer algo para no enloquecer.
-Éstos no son para inversiones, ¿Verdad? -preguntó Pedro al leer los títulos.
-No, a lo mejor escribo la historia de Bedales.
-Necesitarías pasar mucho tiempo aquí para una empresa de ese calibre - comentó mirándola fijamente.
-Sí -desvió la mirada y trató de hablar con serenidad.
-¿Se te ha olvidado que has aceptado casarte conmigo? -preguntó Pedro con voz tensa-. Me he mantenido a cierta distancia mientras estabas convaleciente, pero si estás lo bastante bien para hacer planes, ¿No crees que deberías incluirme?
El pesar de, su voz hizo que levantara la cabeza y le mirara de frente. Paula se conmocionó al ver tanta desesperación. Parecía un reflejo de su propio torbellino interior. De alguna manera tenía que explicarle lo que sentía.
-Tal como están las cosas, no puedo casarme contigo.
-¿Cómo están? exigió—. Dímelo. Últimamente pasas mucho tiempo con él, ¿Wué es?
-¿No te das cuenta? Nuestro amor casi mata a mi hermana. ¿Cómo puedo ser feliz sabiéndolo?
-Por que no te cases conmigo no va a cambiar nada -masculló con el rostro contorsionado por el enfado y el dolor.
-Lo sé, pero, ¿Qué puedo hacer? Te amo, Pedro, más que a mi vida. Debes saberlo.
-¿Cómo puedo saberlo si estás dispuesta a sacrificar nuestro futuro para calmar tu sentimiento de culpa? ¡Por Dios, Vanesa se metió debajo del tractor, tú no la empujaste!
-De todos modos yo le provoqué su ofuscación -murmuró con amargura-. No habría salido corriendo si no le hubiera dicho que íbamos a casarnos.
-¿Vas a hacer penitencia el resto de tu vida?
-No sé lo que voy a hacer. ¡Dios, Pedro! ¿Qué pasará si no recobra el conocimiento?
-Basta, Paula, me estás destrozando. Te amo y deseo que seas mi esposa. No debemos permitir que nada cambie nuestras vidas.
-No es tan sencillo -movió la cabeza-. Si me caso contigo, siempre recordaré el precio que ha pagado mi hermana por mi felicidad -las lágrimas le empañaron los ojos.
-Entonces, ¿No vas a aceptar esto de nuevo? -preguntó casi trastornado, buscando algo en el bolsillo.
Sacó el anillo de compromiso. La sortija se le había caído a Paula del dedo cuando corría hacia Vanesa. Luego, lo estuvo buscando, pero llegó a la conclusión de que jamás lo encontraría.
-Lo dices como si fuera sencillo.
-Quizá lo sea. Si supiéramos por qué no quiere enfrentarse al mundo, quizá podríamos despertarla. Se supone que nos oye hablar aunque no pueda o no quiera contestar.
Paula sabía por qué no quería enfrentarse a la realidad. Cuando se enteró del compromiso de ella con Pedro, no le quedaron motivos para seguir viviendo. Primero la había abandonado Francisco y luego Pedro, y eso era más de lo que podía tolerar. No había esperanza de que Vanesa y Francisco salvaran sus diferencias. Había leído en el periódico que el magnate regresaba a su tierra para ponerse al frente de los negocios de la familia. Sin duda, era miembro de la antigua élite adinerada. Pobre Vanesa. No podía hacer nada más que estar al lado de su hermana el mayor tiempo posible. Cuando no estaba en el hospital, se paseaba por la cabaña como un espectro. Intentaba trabajar, pero sólo escribía banalidades sin sentido. Arrancó otra hoja de la máquina de escribir, la estrujó y tiró al otro lado de la habitación para que se incorporara al creciente montón. ¿Qué le pasaba? A partir del accidente no podía concentrarse en nada. Quizá debería ir al hospital para que la examinaran de nuevo. Pero sabía que su mal no era físico. Estaba locamente enamorada de Pedro, y cada momento que pasaba, más se convencía de que no podía casarse con él. Leonardo le había vuelto a proponer que se quedara para que escribiera la historia de Bedales y para convencerla, le había llevado varios libros sobre la región, pero la chica no podía leer. Si se comprometía a escribir el libro, Pedro tendría que regresar a Sydney sin ella. Nunca se había sentido tan confusa. ¿Cómo podía tomar una decisión si ya no sabía lo que era correcto? Estaba sentada en un banco, fuera de la cabaña, rodeada de los libros que Leonardo le había dado.
-¿Estás segura de que ya estás en condiciones de trabajar?
-No, pero tengo que hacer algo para no enloquecer.
-Éstos no son para inversiones, ¿Verdad? -preguntó Pedro al leer los títulos.
-No, a lo mejor escribo la historia de Bedales.
-Necesitarías pasar mucho tiempo aquí para una empresa de ese calibre - comentó mirándola fijamente.
-Sí -desvió la mirada y trató de hablar con serenidad.
-¿Se te ha olvidado que has aceptado casarte conmigo? -preguntó Pedro con voz tensa-. Me he mantenido a cierta distancia mientras estabas convaleciente, pero si estás lo bastante bien para hacer planes, ¿No crees que deberías incluirme?
El pesar de, su voz hizo que levantara la cabeza y le mirara de frente. Paula se conmocionó al ver tanta desesperación. Parecía un reflejo de su propio torbellino interior. De alguna manera tenía que explicarle lo que sentía.
-Tal como están las cosas, no puedo casarme contigo.
-¿Cómo están? exigió—. Dímelo. Últimamente pasas mucho tiempo con él, ¿Wué es?
-¿No te das cuenta? Nuestro amor casi mata a mi hermana. ¿Cómo puedo ser feliz sabiéndolo?
-Por que no te cases conmigo no va a cambiar nada -masculló con el rostro contorsionado por el enfado y el dolor.
-Lo sé, pero, ¿Qué puedo hacer? Te amo, Pedro, más que a mi vida. Debes saberlo.
-¿Cómo puedo saberlo si estás dispuesta a sacrificar nuestro futuro para calmar tu sentimiento de culpa? ¡Por Dios, Vanesa se metió debajo del tractor, tú no la empujaste!
-De todos modos yo le provoqué su ofuscación -murmuró con amargura-. No habría salido corriendo si no le hubiera dicho que íbamos a casarnos.
-¿Vas a hacer penitencia el resto de tu vida?
-No sé lo que voy a hacer. ¡Dios, Pedro! ¿Qué pasará si no recobra el conocimiento?
-Basta, Paula, me estás destrozando. Te amo y deseo que seas mi esposa. No debemos permitir que nada cambie nuestras vidas.
-No es tan sencillo -movió la cabeza-. Si me caso contigo, siempre recordaré el precio que ha pagado mi hermana por mi felicidad -las lágrimas le empañaron los ojos.
-Entonces, ¿No vas a aceptar esto de nuevo? -preguntó casi trastornado, buscando algo en el bolsillo.
Sacó el anillo de compromiso. La sortija se le había caído a Paula del dedo cuando corría hacia Vanesa. Luego, lo estuvo buscando, pero llegó a la conclusión de que jamás lo encontraría.
El Engaño: Capítulo 38
Oyó voces, muchas voces hablando al mismo tiempo. Unas manos le exploraban el cuerpo y alguien intentaba levantarla. Estaba a punto de protestar cuando otros brazos la ciñeron y se sintió protegida. Estaba muy cansada, pero se encontró en la gloria cuando apoyó la cabeza dolorida en la dureza de un pecho masculino. Alguien la estaba llevando a un sitio cálido y cómodo, para que descansara. Se sintió muy sola cuando la colocaron sobre una superficie almohadillada y la cubrieron con una manta. Los brazos que la habían consolado desaparecieron. Entreveía luces difusas y oía más voces; sintió algo frío y punzante en el brazo antes de quedar inconsciente. Despertó y vió que se encontraba en una cama alta, protegida por un biombo lateral que le impedía ver más allá. Una mano le acarició la frente y vió los ojos de Pedro.
-¿He dormido mucho tiempo? -preguntó.
-Lo que suele preguntarse es, ¿Dónde estoy? -comentó mientras le acariciaba los dedos-. Pero ya sé que eres muy original. Has dormido casi una hora y estás en el hospital de Cessnock.
-¿Hospital? -de pronto, recordó lo sucedido y de manera convulsiva, se aferró a la mano de Pedro-. ¿Está bien Vanesa?
-Está dormida. La has salvado la vida -su rostro se ensombreció.
-No, has sido tú -negó con un movimiento de cabeza y cerró los ojos al sentir un repentino dolor de cabeza-. Si no disparas el conductor no se habría dado cuenta.
-A él no le daba tiempo a reaccionar. Si no la hubieras empujado...
-¿Realmente está bien?
-Lo estará. Se ha caído y se ha dado un golpe en la cabeza. A tí, te ha dado el tractor, pero sólo tienes cardenales. El médico me ha asegurado que estás bien.
-¿Qué quieres decir con que Vanesa estará bien?
-De acuerdo, está en coma -declaró después de inspirar profundamente y apretarle con fuerza la mano.
-¿En coma? Eso es grave -abrió los ojos aterrorizada.
-El médico me ha explicado que hay diferentes grados de coma. En el caso de Vanesa, es posible que su estado se deba al golpe que ha sufrido en la cabeza, aunque reacciona a ciertos estímulos. Por eso piensan que pronto recobrará el conocimiento.
-¿Lo recobrará? -la voz le vibró por temor.
-Es el diagnóstico de los médicos, pero tenemos que tener paciencia.
Paula desvió la mirada para que Pedro no viera las lágrimas que le anegaban los ojos. Para él era fácil ser paciente porque ignoraba lo que había impulsado a Vanesa a salir corriendo como una loca.
-Yo tengo la culpa -murmuró-. Yo soy la culpable -repitió acongojada.
-No seas ridícula, acabo de decirte que le has salvado la vida.
-Si hubiera sido más sensible, no habría hecho falta.
Pedro se sentó en el borde de la cama y Paula no tuvo más remedio que mirarle.
-Explícame a qué viene esta orgía de autorrecriminación.
Vacilante, le refirió lo que había pasado en la cabaña.
-Si le hubiera dicho que me iba a casar contigo, de otra forma, esto no habría ocurrido.
-Eso no puedes saberlo -levantó la cabeza cuando desplazaron el biombo y apareció una enfermera.
-¿Ya ha recobrado el conocimiento Vanesa Chaves? -preguntó Pedro.
-Lamento decir que no -respondió la mujer mientras le tomaba el pulso a Paula-. El médico ha dicho algo muy extraño. La señorita no ha sufrido tanto como para estar así. Parece que no quiere despertar.
«Parece que no quiere despertar». Las palabras persiguieron a Paula durante todo el día siguiente en el que no cambió el estado de su hermana. Para permanecer cerca de Vanesa, aceptó el ofrecimiento de Leonardo que fuera a reponerse a Bedales. Aunque se puso bien pronto, el médico le recomendó mucho reposo antes de reanudar su vida normal. ¿Cómo podía volver a su vida normal, con Vanesa yaciendo en el hospital y viviendo gracias a las sondas que tenía en todo el cuerpo?
-Parece que duerme -le murmuró a Leonardo durante una de las visitas.
-¿He dormido mucho tiempo? -preguntó.
-Lo que suele preguntarse es, ¿Dónde estoy? -comentó mientras le acariciaba los dedos-. Pero ya sé que eres muy original. Has dormido casi una hora y estás en el hospital de Cessnock.
-¿Hospital? -de pronto, recordó lo sucedido y de manera convulsiva, se aferró a la mano de Pedro-. ¿Está bien Vanesa?
-Está dormida. La has salvado la vida -su rostro se ensombreció.
-No, has sido tú -negó con un movimiento de cabeza y cerró los ojos al sentir un repentino dolor de cabeza-. Si no disparas el conductor no se habría dado cuenta.
-A él no le daba tiempo a reaccionar. Si no la hubieras empujado...
-¿Realmente está bien?
-Lo estará. Se ha caído y se ha dado un golpe en la cabeza. A tí, te ha dado el tractor, pero sólo tienes cardenales. El médico me ha asegurado que estás bien.
-¿Qué quieres decir con que Vanesa estará bien?
-De acuerdo, está en coma -declaró después de inspirar profundamente y apretarle con fuerza la mano.
-¿En coma? Eso es grave -abrió los ojos aterrorizada.
-El médico me ha explicado que hay diferentes grados de coma. En el caso de Vanesa, es posible que su estado se deba al golpe que ha sufrido en la cabeza, aunque reacciona a ciertos estímulos. Por eso piensan que pronto recobrará el conocimiento.
-¿Lo recobrará? -la voz le vibró por temor.
-Es el diagnóstico de los médicos, pero tenemos que tener paciencia.
Paula desvió la mirada para que Pedro no viera las lágrimas que le anegaban los ojos. Para él era fácil ser paciente porque ignoraba lo que había impulsado a Vanesa a salir corriendo como una loca.
-Yo tengo la culpa -murmuró-. Yo soy la culpable -repitió acongojada.
-No seas ridícula, acabo de decirte que le has salvado la vida.
-Si hubiera sido más sensible, no habría hecho falta.
Pedro se sentó en el borde de la cama y Paula no tuvo más remedio que mirarle.
-Explícame a qué viene esta orgía de autorrecriminación.
Vacilante, le refirió lo que había pasado en la cabaña.
-Si le hubiera dicho que me iba a casar contigo, de otra forma, esto no habría ocurrido.
-Eso no puedes saberlo -levantó la cabeza cuando desplazaron el biombo y apareció una enfermera.
-¿Ya ha recobrado el conocimiento Vanesa Chaves? -preguntó Pedro.
-Lamento decir que no -respondió la mujer mientras le tomaba el pulso a Paula-. El médico ha dicho algo muy extraño. La señorita no ha sufrido tanto como para estar así. Parece que no quiere despertar.
«Parece que no quiere despertar». Las palabras persiguieron a Paula durante todo el día siguiente en el que no cambió el estado de su hermana. Para permanecer cerca de Vanesa, aceptó el ofrecimiento de Leonardo que fuera a reponerse a Bedales. Aunque se puso bien pronto, el médico le recomendó mucho reposo antes de reanudar su vida normal. ¿Cómo podía volver a su vida normal, con Vanesa yaciendo en el hospital y viviendo gracias a las sondas que tenía en todo el cuerpo?
-Parece que duerme -le murmuró a Leonardo durante una de las visitas.
El Engaño: Capítulo 37
Por un momento se sintió vulnerable, como si Vanesa pudiera llevar a cabo su amenaza. Luego sintiendo el anillo de compromiso en su dedo se animó.
-Me temo que ya es tarde -respondió suavemente-. Esta tarde, Pedro me ha pedido que me case con él y he aceptado.
-¡No te creo! -gritó echando chispas por los ojos.
En silencio, Paula extendió la mano izquierda y le mostró el brillante. Vanesa se transformó de rabia.
-¡Me lo tenía que haber imaginado! -tronó-. Siempre ganas, ¿No? incluso en el amor.
-Vanesa, por favor, no digas eso -rogó Paula, detestando y temiendo la horrible expresión de su hermana-. Podemos arreglar esto.
-¿Cómo? -la retó-. ¿Llevándome de dama de honor en la boda?
Antes de que Paula pudiera detenerla, la modelo llegó a la puerta de la cabaña y corrió a ciegas hacia el viñedo.
Aturdida por el sufrimiento y la conmoción, Paula permaneció sentada, tratando de buscarle sentido a lo que acababa de ocurrir. Jamás se había imaginado que Vanesa le tuviera tanto rencor. Además, si le hubiera dicho algo, habrían hablado. Pero había ocultado sus sentimientos dando fuga a sus frustraciones al posar desnuda para una revista masculina. Desesperada, deseó que sus padres estuvieran en Australia. Necesitaba su sabio consejo. Vanesa precisaba de ayuda, pero ella, a pesar de su inteligencia, no tenía la menor idea de qué hacer. Sentada con las manos entrelazadas en el regazo y la espalda tensa, oyó un ruido distante, como si se avecinara una tormenta. De pronto lo identificó y se puso de pie con el corazón desbocado. Corrió a la parte posterior de las cabañas y vio que no se había equivocado. La segadora estaba cerca de las casitas y la conducía el mismo hombre de la otra vez con las orejas protegidas. Vanesa corría hacia el monstruo con la cabeza gacha y los hombros caídos. Estaba tan agobiada por el dolor que no se daba cuenta de nada.
-¡Vanesa, cuidado! -gritó Paula con todas sus fuerzas, pero el ruido del tractor ahogó su voz.
Con espantosa claridad, Paula vió cómo se movían las afiladas cuchillas de la segadora. Estaban a pocos metros de Vanesa. Se le olvidó por completo la discusión que habían tenido y corrió todo lo deprisa que podía para salvar a su gemela del peligro. Justo cuando se daba por vencida, Vanesa levantó la cabeza y gritó al ver las tremendas cuchillas casi encima de ella. Se quedó petrificada frente a la máquina, igual que un conejo cuando lo ilumina una linterna de cazador. La esperanza que Paula había albergado por un instante se acabó cuando vió a su hermana inmóvil. Al conductor le daba el sol de frente y no había forma de que viera a Vanesa. Paula seguía corriendo y sentía como si los pulmones le fueran a explotar. Le dolía la garganta de tanto gritar a su hermana. A lo lejos, oyó gritos de voces masculinas, pero el conductor del tractor, con las orejas cubiertas y deslumbrado por el sol, no daba señales de notar nada anormal. Nunca había tenido una pesadilla tan terrible.
-¡Por Dios, Vanesa! -gimió dando un salto hacia su hermana.
De pronto oyó varias detonaciones y vió que Pedro apuntaba un rifle hacia el cielo. Como a cámara lenta, el conductor del tractor reaccionó, alterado por los disparos, vió a las dos mujeres casi debajo de los neumáticos y giró intentando evitarlas. En ese mismo momento, Paula alcanzó a Vanesa y con todas sus fuerzas la empujó para alejarla del peligro. La máquina se enfiló hacia ellas y Paula sintió que un fuerte golpe la lanzaba por los aires, antes de caer hecha un guiñapo y perder el conocimiento.
-Me temo que ya es tarde -respondió suavemente-. Esta tarde, Pedro me ha pedido que me case con él y he aceptado.
-¡No te creo! -gritó echando chispas por los ojos.
En silencio, Paula extendió la mano izquierda y le mostró el brillante. Vanesa se transformó de rabia.
-¡Me lo tenía que haber imaginado! -tronó-. Siempre ganas, ¿No? incluso en el amor.
-Vanesa, por favor, no digas eso -rogó Paula, detestando y temiendo la horrible expresión de su hermana-. Podemos arreglar esto.
-¿Cómo? -la retó-. ¿Llevándome de dama de honor en la boda?
Antes de que Paula pudiera detenerla, la modelo llegó a la puerta de la cabaña y corrió a ciegas hacia el viñedo.
Aturdida por el sufrimiento y la conmoción, Paula permaneció sentada, tratando de buscarle sentido a lo que acababa de ocurrir. Jamás se había imaginado que Vanesa le tuviera tanto rencor. Además, si le hubiera dicho algo, habrían hablado. Pero había ocultado sus sentimientos dando fuga a sus frustraciones al posar desnuda para una revista masculina. Desesperada, deseó que sus padres estuvieran en Australia. Necesitaba su sabio consejo. Vanesa precisaba de ayuda, pero ella, a pesar de su inteligencia, no tenía la menor idea de qué hacer. Sentada con las manos entrelazadas en el regazo y la espalda tensa, oyó un ruido distante, como si se avecinara una tormenta. De pronto lo identificó y se puso de pie con el corazón desbocado. Corrió a la parte posterior de las cabañas y vio que no se había equivocado. La segadora estaba cerca de las casitas y la conducía el mismo hombre de la otra vez con las orejas protegidas. Vanesa corría hacia el monstruo con la cabeza gacha y los hombros caídos. Estaba tan agobiada por el dolor que no se daba cuenta de nada.
-¡Vanesa, cuidado! -gritó Paula con todas sus fuerzas, pero el ruido del tractor ahogó su voz.
Con espantosa claridad, Paula vió cómo se movían las afiladas cuchillas de la segadora. Estaban a pocos metros de Vanesa. Se le olvidó por completo la discusión que habían tenido y corrió todo lo deprisa que podía para salvar a su gemela del peligro. Justo cuando se daba por vencida, Vanesa levantó la cabeza y gritó al ver las tremendas cuchillas casi encima de ella. Se quedó petrificada frente a la máquina, igual que un conejo cuando lo ilumina una linterna de cazador. La esperanza que Paula había albergado por un instante se acabó cuando vió a su hermana inmóvil. Al conductor le daba el sol de frente y no había forma de que viera a Vanesa. Paula seguía corriendo y sentía como si los pulmones le fueran a explotar. Le dolía la garganta de tanto gritar a su hermana. A lo lejos, oyó gritos de voces masculinas, pero el conductor del tractor, con las orejas cubiertas y deslumbrado por el sol, no daba señales de notar nada anormal. Nunca había tenido una pesadilla tan terrible.
-¡Por Dios, Vanesa! -gimió dando un salto hacia su hermana.
De pronto oyó varias detonaciones y vió que Pedro apuntaba un rifle hacia el cielo. Como a cámara lenta, el conductor del tractor reaccionó, alterado por los disparos, vió a las dos mujeres casi debajo de los neumáticos y giró intentando evitarlas. En ese mismo momento, Paula alcanzó a Vanesa y con todas sus fuerzas la empujó para alejarla del peligro. La máquina se enfiló hacia ellas y Paula sintió que un fuerte golpe la lanzaba por los aires, antes de caer hecha un guiñapo y perder el conocimiento.
jueves, 11 de octubre de 2018
El Engaño: Capítulo 36
-Te equivocas -insistió-. Nuestros padres siempre estaban orgullosos de tí. Saben que nunca tendrán que preocuparse por tu futuro, sin embargo, siempre intentaban buscarme un buen marido para que me cuidara -la voz se le quebró y sollozó-. ¡Que me cuidara como si fuera retrasada mental!
-Estoy segura de que no pensaban eso. Se preocupaban por tí porque parecía que sólo te importaba divertirte -con desesperación, trató de convencerla de que estaba equivocada-. ¿Qué me dices de Pablo Bowden? Pensaba casarme con él, cuando me enteré de que me había utilizado sólo para acercarse a tí.
-¿Ese bulto sin cerebro? -preguntó Vanesa disgustada, lo que dejó pasmada a Paula-. Tuviste suerte de librarte de él. Sólo buscaba una cosa y sabía que no la iba a conseguir de tí sin antes colocarte una alianza en el dedo. Pensaba que conmigo iba a ser más fácil -rió con amargura-. Me dijo claramente que me consideraba como una chica ligera de cascos. ¿Te parece agradable?
Paula sintió como si Vanesa la hubiera golpeado, y se apoyó en el respaldo. Se había pasado años culpándola por haberle quitado a Pablo. ¡Qué equivocación! Si la había abandonado era sólo porque pensaba que le sería más fácil llevarse a Vanesa a la cama. Pablo no había pensado nada más que en sexo, aunque hablara de amor. Durante mucho tiempo había creído que Vanesa era la afortunada y que caminaba por la vida sin preocupaciones. ¡Y resultaba que su hermana le tenía envidia! No podía asimilar tanto y, cansada, movió la cabeza.
-No comprendo nada de esto, Vanesa. ¿Por qué no me has revelado nunca tus sentimientos?
-La peor humillación habría sido que me tuvieras lástima. Te habría gustado, ¿Verdad?
-No, te habría intentado ayudar -por la expresión de Vanesa, comprendió que estaba malgastando las palabras.
Su gemela había vivido tanto tiempo teniéndole celos que nada de lo que dijera cambiaría los hechos. Decidió enfocarlo desde otro ángulo.
-Tienes éxito como modelo -comentó-. ¿No significa nada para tí?
-¿Qué otra cosa puedo hacer? -preguntó con amargura-. Además, entre las modelos mi belleza es tan común como la arena en la playa.
-¿Has posado desnuda solo para hacerte famosa?
Vanesa negó con un enérgico movimiento de cabeza.
-Lo he hecho porque sabía que era lo único que tú no harías jamás.
-¿Has expuesto tu cuerpo ante todo el mundo por el rencor que me tienes? No me puedo creer que hayas ido tan lejos.
-Créetelo -declaró Vanesa-. ¿No ha dado resultado? Todos han pensado que eras tú y te despidieron por ello.
-Parece que te alegras.
-Me alegré. Por primera vez estábamos mano a mano y ni siquiera tu elevado coeficiente intelectual podía ayudarte. Pero después, como siempre has sido la última en reír. ¿Quién iba a imaginar que Pedro se enamoraría de tí?
-¿Qué más te da? -preguntó Paula tensa-. Él me ha asegurado que entre ustedes no hay nada.
-He tenido un pequeño descuido --comentó en tono desagradable-. He venido para rectificarlo.
Paula sintió que se ahogaba oyendo a su hermana hablar con tanta indiferencia y crueldad.
-Estoy segura de que no pensaban eso. Se preocupaban por tí porque parecía que sólo te importaba divertirte -con desesperación, trató de convencerla de que estaba equivocada-. ¿Qué me dices de Pablo Bowden? Pensaba casarme con él, cuando me enteré de que me había utilizado sólo para acercarse a tí.
-¿Ese bulto sin cerebro? -preguntó Vanesa disgustada, lo que dejó pasmada a Paula-. Tuviste suerte de librarte de él. Sólo buscaba una cosa y sabía que no la iba a conseguir de tí sin antes colocarte una alianza en el dedo. Pensaba que conmigo iba a ser más fácil -rió con amargura-. Me dijo claramente que me consideraba como una chica ligera de cascos. ¿Te parece agradable?
Paula sintió como si Vanesa la hubiera golpeado, y se apoyó en el respaldo. Se había pasado años culpándola por haberle quitado a Pablo. ¡Qué equivocación! Si la había abandonado era sólo porque pensaba que le sería más fácil llevarse a Vanesa a la cama. Pablo no había pensado nada más que en sexo, aunque hablara de amor. Durante mucho tiempo había creído que Vanesa era la afortunada y que caminaba por la vida sin preocupaciones. ¡Y resultaba que su hermana le tenía envidia! No podía asimilar tanto y, cansada, movió la cabeza.
-No comprendo nada de esto, Vanesa. ¿Por qué no me has revelado nunca tus sentimientos?
-La peor humillación habría sido que me tuvieras lástima. Te habría gustado, ¿Verdad?
-No, te habría intentado ayudar -por la expresión de Vanesa, comprendió que estaba malgastando las palabras.
Su gemela había vivido tanto tiempo teniéndole celos que nada de lo que dijera cambiaría los hechos. Decidió enfocarlo desde otro ángulo.
-Tienes éxito como modelo -comentó-. ¿No significa nada para tí?
-¿Qué otra cosa puedo hacer? -preguntó con amargura-. Además, entre las modelos mi belleza es tan común como la arena en la playa.
-¿Has posado desnuda solo para hacerte famosa?
Vanesa negó con un enérgico movimiento de cabeza.
-Lo he hecho porque sabía que era lo único que tú no harías jamás.
-¿Has expuesto tu cuerpo ante todo el mundo por el rencor que me tienes? No me puedo creer que hayas ido tan lejos.
-Créetelo -declaró Vanesa-. ¿No ha dado resultado? Todos han pensado que eras tú y te despidieron por ello.
-Parece que te alegras.
-Me alegré. Por primera vez estábamos mano a mano y ni siquiera tu elevado coeficiente intelectual podía ayudarte. Pero después, como siempre has sido la última en reír. ¿Quién iba a imaginar que Pedro se enamoraría de tí?
-¿Qué más te da? -preguntó Paula tensa-. Él me ha asegurado que entre ustedes no hay nada.
-He tenido un pequeño descuido --comentó en tono desagradable-. He venido para rectificarlo.
Paula sintió que se ahogaba oyendo a su hermana hablar con tanta indiferencia y crueldad.
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