jueves, 27 de septiembre de 2018

El Engaño: Capítulo 20

-Era, murió hace unos años -no permitió que Paula le ofreciera sus condolencias-. Murió como quería, realizando un trabajo en Sudamérica. Estaba en San Salvador y murió durante un terremoto.

¿Reflejaban por eso sus fotos relacionadas con la guerra tanta aversión? La guerra había llevado a su padre a Sudamérica, aunque quien le segara la vida fuera un desastre natural.

-¿Se ausentaba mucho cuando eras niño? -preguntó ella.

-Bastante, pero también tenía un estudio al norte de Sydney, cerca de donde está ahora el mío. Durante mi adolescencia, se dedicó a retratar gente. Aunque no le gustaba, le permitía quedarse conmigo. Espero que su esfuerzo no haya sido en vano.

-Él debía tener fe en tí-mientras hablaban, Paula se había tranquilizado un poco y su mano descansaba muy cerca de la de Pedro, lo que le permitía sentir la calidez que emanaba. Despacio deslizó los dedos hasta tocar los suyos y el fotógrafo se la apresó suavemente y con naturalidad. El corazón de Paula se desbocó y tuvo que hacer un esfuerzo para continuar la conversación-. Parece que los dos hemos tenido un padre que tenía el corazón en otro sitio -aceptó-. El mío soñaba con ser un poeta irlandés; tuvo suerte porque consiguió realizar su sueño.

-¿Está en Irlanda? -preguntó Pedro, y Paula asintió.

-Un pariente lejano les legó a mis padres una pequeña granja en Cork. Creyeron que no iban a poder pagarse el viaje para ir, pero a papá le ofrecieron un puesto de maestro en la universidad y pudieron irse juntos. En sus cartas, llenas de poesía, narran sus aventuras.

-Al menos pudieron irse juntos con sus ilusiones-comentó Pedro y Paula se perturbó por la amargura que detectó en su voz-. Es un lujo que mi padre nunca conoció.

Paula no sabía si confesar que ya se lo había dicho Vanesa, pero decidió que sería mejor que se lo contara él cómo y cuándo quisiera. Recordando la armonía que siempre había existido entre sus padres, pensó que había tenido más suerte que Pedro. Su madre le había confesado antes de partir que le costaba mucho dejar solas a sus hijas, aunque ya fueran adultas, pero que no podía permitir que Miguel se fuera sin ella.

-Estoy muy agradecido de que mi padre se quedara a mi lado durante mi adolescencia -comentó Pedro, en voz baja-. A pesar de sus errores, mi madre era preciosa. Su personalidad atraía a los hombres -su voz se hizo más distante-. Se suponía que yo no me iba a enterar de sus aventuras amorosas, pero me dí cuenta. Al principio, mi padre se quedó en casa con la esperanza de que su presencia me ayudaría. Pero al final, abandonó el estudio y volvió al frente.

-Comprendo -asintió Paula intentando compensar su dolor. Por eso no podía perdonar el comportamiento de Vanesa: porque sabía que podía causar mucho sufrimiento.

-De todos modos, comprendo lo que mi padre vió en mi madre -su repentina carcajada sorprendió a Paula-. Estaba llena de vida y nunca se tomaba nada en serio.

Igual que Vanesa, pensó Paula. Su gemela tenía el mismo temperamento, el mismo amor a la diversión que la madre de Pedro, pero también los mismos errores que habían destruido el matrimonio.

-Algunas personas no pueden evitar ser así -murmuró Paula-. Y si hacen daño, no lo hacen adrede.

-Lo sé -parecía que se había dado cuenta de que se estaba refiriendo más a Vanesa que a su madre-. Por eso estoy encantado de haberte encontrado a tiempo.

¿A tiempo para qué? ¿Para no cometer el mismo error que su padre? Pensó con satisfacción. Seguían con los dedos entrelazados y él comenzó a acariciarle el brazo, lo que la hizo estremecerse. Sintiéndose hambrienta de amor, se inclinó hacia él, como si hubiera tirado de ella con una cuerda invisible. Los ojos sombríos de Pedro al observarla, le daban a entender que estaba sintiendo lo mismo. Los dos se inclinaron hasta que sus labios se encontraron por encima de la mesa. Pedro la tomo de los hombros y ella le rodeó el cuello, pero, al acercarse más, chocó con el borde de la mesa y a regañadientes, se alejó un poco, lamentando cada centímetro que los separaba. Temblando de deseo, se puso de pie apoyándose en la mesa y haciendo un esfuerzo por controlar su voz, musitó:

-Mas vale que nademos un poco, ¿Estás de acuerdo?

Estaba tan nerviosa que no conseguía abrocharse el bikini que Pedro había llevado del estudio. Estaba tejido en crochet y era color rojo; tenía el forro color carne, por lo que daba la impresión de que era casi transparente. Al mirarse en el espejo del vestuario, Paula se sintió osada y libertina. Con razón le habían puesto el nombre de «Tentador» a ese modelo. Cuando apareció Pedro permaneció quieto como absorbiendo la visión. Ante el escrutinio, Paula se alegró de que el bikini fuera tan provocativo. Experimentó el poder de su sensualidad y le resultó una sensación nueva y muy agradable. Se enderezó, proyectó los senos hacia adelante y sintió que Pedro aspiraba profundamente de admiración. Luego le tocó el turno a ella. Como si tuviera voluntad propia, sus ojos recorrieron el pecho velludo y el cuerpo esbelto y atlético. El sedoso vello descendía por la cintura y continuaba por las largas y fuertes piernas. Pedro se zambulló en el agua para emerger al otro extremo de la piscina. Apoyó el brazo en el borde y se retiró el cabello de los ojos para verla acercarse. De pronto, Paula se sintió tímida, tras la osadía que había sentido momentos antes.

-¿Vas a meterte? -preguntó.

-Sí -respondió sin dudarlo, pensando que la decisión la había tomado al ir con él a su casa.

Se olvidó del trabajo y de Vanesa, pensando únicamente en la añoranza que tenía de que él la abrazara. Por fin se tiró al agua y se acercó hacia Pedro nadando. Al llegar a su lado, vió tanto deseo en sus ojos que en vez de acercarse más a él, se sujetó de la barandilla y extendió las piernas hasta que los dedos de los pies aparecieron en la superficie.

El Engaño: Capítulo 19

-No, ya tengo todas las fotos de fondo que necesito. Y no quiero matarte a trabajar.

-Ya estoy bien -suspiró contenta-. Pero no sabía que fuera tan dura esta profesión.

-En cuanto domines la técnica no vas a necesitar esforzarte. No tienes que hacer ningún esfuerzo para estar guapa. La cámara te adora.

«¿Me adora también Pedro Alfonso?», se preguntó. ¿Qué sentía por ella, lejos de los reflectores y de la cámara? El trabajo les había unido mucho, pero ¿Seguirían unidos cuando terminara?

-Como has ayunado por mi culpa y te he expuesto a una insolación, ¿Qué te parece si te ofrezco disculpas invitándote a la piscina en mi casa? -esas palabras disiparon las dudas de Paula.

-¿No le importará a tu ama de llaves que llegue sin previo aviso?

-Dora tiene la tarde libre y de todos modos ya sabe quién eres, por si eso te preocupa.

-Me encantaría nadar un rato -aceptó ya más tranquila y sonriendo.

Cuando llegaron, Dora Howard que estaba a punto de irse, saludó entusiasmada a Paula.

-Es un placer volver a verla, querida, aunque el parecido con la señorita Vanesa es impresionante. Sigo sin poder dominar mi asombro. El día que vino con el señor Andrews, ese hombre tan desagradable, estaba segura de que era ella.

Paula sintió una punzada de dolor pensando que su gemela debía haber ido con frecuencia al departamento de Pedro.

-No se preocupe, estamos acostumbradas a que la gente nos confunda - aseguró.

-No lo dudo y me alegro de volver a verla... Paula-se alejó, moviendo la cabeza.

Al darse cuenta de que por fin se encontraban solos, Paula contuvo el aliento y se le aceleró el corazón. Habían pasado mucho tiempo solos trabajando, pero en ese momento, las cosas eran distintas. ¿Qué cabida podía tener ella en la vida privada de Pedro? Además, continuaba torturándole la duda de cuáles serían sus sentimientos hacia Vanesa. Pedro hablaba de experiencias compartidas con Vanesa como si Paula las conociera. ¿Qué pensar de él? Pero no iba a hacer el tonto permitiendo que esas preocupaciones le estropearan la tarde. Fijó una sonrisa en sus labios y se volvió hacia él.

-Has dicho que íbamos a nadar, pero no recuerdo haber visto la piscina la última vez que estuve aquí.

-Creo que no estabas de humor para apreciar las características más agradables de mi casa.

-Tienes razón, no estaba de humor -se rió con él, contenta de que los dos consideraran la pasada experiencia como una broma. Le indicó que subiera a la parte más alta y al llegar se encontró en una terraza soleada con una piscina en el centro. Pensaba que era una piscina común para todos los inquilinos del edificio - declaró sorprendida.

-La terraza y la piscina privadas me encantaron cuando las ví. No me gusta la vida en común.

A Paula no le sorprendió porque ya sabía que Pedro era un lobo solitario, aunque estuviera rodeado de gente. Era... ¿Cómo catalogarle...? independiente y poco comunicativo. Le dió un leve empujón hacia la terraza y cruzaron las puertas de cristal para llegar a una superficie empedrada. Desde allí se veía el norte de Sydney. Incluso las brumosas Blue Montains. La Casa de la Ópera resaltaba en el centro y las velas blancas de las embarcaciones se hinchaban con la suave brisa.

-¡La vista es grandiosa! -exclamó y le miró con los ojos brillantes.

-Ya lo creo -estaba observando a Paula. pero se volvió-. Voy a preparar algo de beber.

Paula ya se sentía embriagada por la magia del ambiente y la cercanía de Pedro, pero aceptó el combinado que le había preparado porque necesitaba entretener sus manos inquietas. Sentada frente a él, bajo la colorida sombrilla, agradeció tener el vaso fresco entre los dedos. Así le resultaba más fácil de controlar el deseo de entrelazar su mano con la de Pedro. La necesidad de tocarle era imperante y cerró los ojos para evitar la tentación.

-¿Te molesta el sol? Puedo abrir la sombrilla.

-No, estoy bien-declaró, aunque sentía un mariposeo en el estómago.

¿Qué le estaba pasando a la serena reportera? Se estaba comportando como una adolescente atolondrada. ¿Qué le había hecho Pedro?

-¿En qué piensas? -preguntó y la sobresaltó.

-En tí --confesó arrebolada porque no quería decir tal cosa.

-¿Es eso un problema?

-Para mí, sí. Ay, Pedro en este momento no necesito complicaciones.

-¿Soy una complicación?

-Sí -aceptó. Estaba perturbando su frío enfoque de la vida. Además, seguía creyendo que podía confundirla con Vanesa.

-Al menos, eso significa que me tienes un poco de cariño.

-¿Cómo es posible? No te conozco bien.

-A veces los detalles biográficos no significan tanto como las relaciones intuitivas; pero el primer asunto tiene remedio. ¿Qué quieres saber?

-¿Siempre has querido ser fotógrafo? -preguntó contenta de que la conversación girara en otro terreno.

-Sí, siempre he querido ganarme la vida con una cámara, pero el mundo de la moda es sólo un medio. Me gusta y me ha proporcionado casi todo esto - señaló la terraza-. Sin embargo, a lo que aspiro es a dejar testimonio de nuestra época. ¿Te parece jactancioso de mi parte?

-No. y creo que casi todos los reporteros pretenden lo mismo, aunque no siempre lo confiesan.

-Me alegro de que comprendas. La única persona que también lo entendió fue mi padre.

- ¿También es fotógrafo?

El Engaño: Capítulo 18

Paula se despertó con el timbre del despertador y cansada, lo apagó. Horrorizada se dio cuenta de que lo había puesto mal, pues debía haber sonado una hora antes. Presa del pánico, saltó de la cama. Pedro estaría a punto de llegar. Apenas tenía tiempo para darse una ducha y vestirse. Cuando bajó media hora después, el Mercedes estaba frente al edificio.

-Estás jadeando, ¿Has corrido? -preguntó cuando se sentó a su lado.

-Me ha fallado el despertador -explicó—. Espero haberme vestido bien -por fortuna había tenido la precaución de elegir la ropa la noche anterior.

-Estás encantadora -comentó después de contemplar el blusón calado de algodón, sobre otra blusa y el amplio cinturón-. Los canguros van a saltar de alegría.

-Tenía entendido que no es recomendable trabajar con niños ni animales -no le había gustado la broma.

-Ese consejo es sólo para los actores. Hoy vas a posar con los animales nativos para darle colorido al catálogo.

Lo presentaba como algo sencillo pero Paula dudaba que lo fuera. En muy poco tiempo había aprendido resultar radiante, pero natural era muy dificil. Sin embargo, le hacía ilusión posar en el zoológico Taronga. Además, estaba contenta de no tener que lucirse en traje de baño. El personal del zoológico les estaba esperando y entraron con el coche lleno de equipo fotográfico.

-¿Cuándo viene Lucas? -le preguntó a Pedro mientras le ayudaba a descargar el equipo.

-Está revelando los últimos rollos -le informó-. Hoy vamos a estar tú y yo solos.

Solos tú y yo. La perspectiva era emocionante y se estremeció de emoción. Le parecía increíble estar con él en un escenario tan agradable. Siempre le había gustado trabajar, pero hacerlo con alguien tan creativo y exigente como Pedro, agregaba una nueva dimensión a la experiencia. Se volvió disfrutando del especial ambiente de Taronga. El zoológico estaba en una ladera llena de árboles y a sus pies se veía el puerto de Sydney como si fuera una alfombra enjoyada. Hacía años que no visitaba el zoológico y se alegró al ver que habían reemplazado las anticuadas jaulas por extensas zonas alambradas,dentro del medio natural. La primera parada la hicieron en la zona de los canguros, y frente a una pradera. Le habían dado a Paula un cereal para que se lo diera a los animales, pero como estaban bien alimentados, no mostraron mucho interés. Sólo uno, muy prudente, se acercó a ella con los ojos entrecerrados, lo que le daba un aspecto soñoliento y Pedro aprovechó la ocasión para tirar unas cuantas fotos. La parte destinada a los chimpancés, con suaves colinas y árboles para regocijo de los animales les proporcionó el trasfondo para otra foto.

-Ésta no es para el catálogo, es para mi próxima exposición -explicó Pedro cuando ella le recordó que los chimpancés no podían catalogarse como "fauna nativa".

A Paula le hizo ilusión que sus fotografías se exhibirían en una exposición porque sabía que Pedro era un fotógrafo excepcional. Con cierta timidez, apartó los ojos de los animales para observarle. Tenía la cabeza inclinada hacia la cámara, resultaba muy viril y apuesto y sus manos manejaban el delicado equipo con una seguridad que la dejó pasmada. Luego cuando se enderezó, se quedó deslumbrada con su mirada brillante. Encandilada, parpadeó y de pronto se dió cuenta de que la estaba hablando.

-Perdona.

-Estabas en otra esfera -rió y ella se ruborizó-. Decía que deberíamos acercarnos a la sección de los perezosos antes de que el sol cambie de posición.

El hábitat de los perezosos se había diseñado de tal manera que los visitantes quedaban al mismo nivel que las copas de los árboles y podían ver a los animales en su ambiente natural. Para la foto, le dieron a Paula uno que acababan de llevar porque decían que era más manso que los demás.

-Cuidado con las garras -le advirtió el vigilante cuando le entregó el animalito.

Ella obedeció y posó en diferentes ángulos con el soñoliento animal hasta que Pedro dijo que estaba satisfecho. Cuando le devolvió el animal al guarda, Paula se dió cuenta de que necesitaba hacer un gran esfuerzo para moverse y que el aire había adquirido una extraña pesadez.

-¿Y ahora? -le preguntó a Pedro aunque él apenas la oyó.

-¿Te sientes bien? -preguntó preocupado.

-Estoy un poco mareada por tanto sol -se pasó la mano frente a los ojos-. Siento....-se tambaleó y él la sostuvo para llevarla a un banco.

-¿Por qué no me has dicho que no estabas bien?

-Ha sido de repente. Se me pasará en cuanto coma algo.

-¿No has desayunado? – habló en tono desaprobador.

 -Como me he levantado tarde, no he querido entretenerte -hizo un débil ademán.

-¡Qué tontería! -explotó, pero rápidamente se calmó-. ¿Crees que soy un ogro y que no te hubiera esperado mientras desayunabas?

-No eres ningún ogro -murmuró sintiéndose mejor.

-No me mires así - gruñó él.

-¿Cómo?
-Como un cachorrito que no sabe si le voy a pegar o a acariciar. Ya deberías conocerme mejor.

Sí, le conocía lo bastante como para saber que daba la impresión de ser agresivo y duro, sobre todo en el trabajo, pero que en el fondo era tierno y considerado. Lo comprobó de nuevo cuando insistió en llevarla a comer al restaurante del zoológico antes de seguir con el trabajo. Después de un filete asado y una ensalada, Paula se sintió con energías para continuar.

El Engaño: Capítulo 17

-¿Sabías que iba a posar así? -preguntó curiosa.

Pedro estrujó la envoltura del emparedado con agresividad y la tiró a la papelera antes de volver junto a la cámara.

-¿Qué importancia tiene ahora? Lo hizo, ¿No? ¿Vamos a hablar de Trina todo el día o te vas a poner el bikini azul?

Desconcertada, Paula se puso la prenda de satén detrás del biombo improvisado. No tenía tirantes, pero el corpiño tenía varillas y le moldeaba los bien formados senos, además de acentuarle la esbelta cintura. Durante la siguiente hora, el único que habló fue Pedro para indicarle cómo debía moverse. Los reflectores y las luces de la cámara no dejaron de funcionar y Paula estaba deslumbrada. Por fin, apagó los reflectores y Paula se relajó frotándose los párpados.

-¿Estás bien? -preguntó Pedro.

-Sí -bajó la mano a un costado.

Pero Pedro no le creyó. Se le acercó, le echó la cabeza hacia atrás y con delicadeza, le levantó un párpado y luego el otro. Al ver la luz de nuevo, se le llenaron los ojos de lágrimas.

-¿Por qué no me has dicho que las luces te irritan los ojos? -exigió.

-No quería dar problemas. Estoy segura de que Vanesa no se hubiera quejado por eso.

-¡Olvida a Vanesa! -explotó-. Ella está acostumbrada a todo esto -la observó con detenimiento-. ¿Por qué insistes en parecerte a tu gemela si ya no es necesario?

Paula no sabía a cuál de las dos prefería en esa tarea, pero como estaba esperando una respuesta, respondió en voz alta:

-Trato de posar bien.

-Y lo estás logrando -le aseguró-. No necesitas ser idéntica a Vanesa, tienes tus propias facultades para posar y me gustan.

Paula intentando disimular lo absurdamente importante que era para ella su alabanza, bajó las pestañas ocultando sus ojos. Él le rodeó los hombros con un brazo y la llevó a una silla de lona.

-Siéntate aquí y cierra los ojos. No tardo.

Se relajó en la silla, contenta por la aprobación de Pedro, pero muy cansada. Dominar todos los trucos de esa profesión en pocos días, era agotador. ¿O sería la tensión de trabajar con un hombre que la atraía tanto? Pero. qué podía hacer mientras no supiera lo que él sentía?

-¿Qué haces? -preguntó cuando Pedro le echó la cabeza hacia atrás.

-No puedo permitir que tengas los ojos irritados -le abrió los párpados con delicadeza y sintió que unas gotas le refrescaban los ojos-. Esto aliviará el ardor -explicó.

-Gracias, ya me siento mejor.

-Es lo menos que puedo hacer, después de causarte tantas molestias.

Más de una, pensó con tristeza. Mientras esperaba a que surtieran efecto las gotas. Danni permitió que su mente divagara. Oía vagamente a Pedro moviéndose en el estudio y sentada en la cómoda silla y con los ojos cerrados, comenzó a dormitar.

-¿No crees que deberías cambiarte? -la despertó con voz extrañamente ronca.

Se le había olvidado que tenía puesto el bikini y al ver cómo Pedro le observaba las caderas, sintió que la envolvía una oleada de calor.

-Sí, claro -se puso de pie de un salto.

-¿Cómo están tus ojos? -preguntó, divertido con la escena.

-Las gotas me han sentado bien -respondió cohibida. Era posible que al mirarla viera a Vanesa, pero las reacciones eran suyas-. Iré a vestirme - tartamudeó.

-Buena idea -dió  un paso hacia ella con los ojos sombríos y sin convicción en la voz-. Por otro lado...

-No hay otro lado -declaró decidida.

Hechizada por su mirada le costó recordarse el propósito de no relacionarse con ningún hombre que tuviera algo que ver con Vanesa. ¿Cómo podía estar segura de que la veía a ella y no a su gemela?

-¿Estás segura? -preguntó el fotógrafo, provocando un gemido de angustia en Paula cuando le delineó las facciones con un dedo.

-No puede haberlo -intentó de nuevo-. Vanesa y tú...

-Sólo salíamos - declaró con firmeza-. Parece que te cuesta aceptarlo.

-Entonces, ¿No eran... nunca...? -maldición, ¿Por qué no podía decirlo?

-Nunca hemos sido amantes, si es lo que te preocupa. No me apetecía ponerme en la cola.

Paula sintió un respiro, aunque seguía inquieta. No se atrevía a preguntarle lo que sentía por Vanesa en el presente porque temía a la respuesta.

-¿Cómo sabes que no soy como ella? -preguntó haciendo un esfuerzo.

-Sé que eres muy diferente -respondió serio-. Tienes más compasión en tu meñique de lo que ella tiene en todo el cuerpo. Ya he visto suficiente para saber que piensas en los demás. Nunca podrías coleccionar cueros cabelludos, colgados de un cinturón, como lo hace ella.

-Pero me confundiste con ella -le recordó.

-Sólo la primera vez que te ví en Monarch Magazines y porque estaba agotado del trabajo. Después jamás lo he hecho -le levantó la barbilla para inspeccionarle el rostro-. Tú eres Paula Chaves, única e irrepetible, ¿Temes que te vea como la copia de tu hermana?

-Así nos ha visto la gente toda la vida --confesó temblorosa por su perspicacia.

-¡Dios mío, debe ser terrible! Si tienes una doble a lo largo de la vida, nunca podrás estar segura de tí como individuo.

-También tiene su lado bueno -comentó, tratando de darle poca importancia al asunto-. Nunca me siento sola porque hay otra persona que comparte mis pensamientos y sentimientos.

-¿También a tus galanes? -preguntó sin dejar de observarla.

-A veces -inspiró profundo.

-De modo que es eso lo que te da tanto miedo. Piensas que estoy contigo para consolarme mientras Vanesa no está.

-No sería la primera vez -fingió reír.

-Nunca cometería esa equivocación -a la luz de la tarde, los rasgos de Pedro se acentuaban y parecía más peligroso. Inspiró despacio y profundamente-. Para convencerte, me gustaría besarte sabiendo exactamente a quien tengo entre mis brazos.

¿Qué más pruebas necesitaba? Asintió sin respirar. Su boca masculina era firme y Paula contuvo el aliento mientras la obligaba con la lengua a abrir los labios para besarla más profundamente. Antes de que cediera totalmente al abrazo, Pedro comenzó a recorrer su cara y cuello con besos breves y Paula pensó que no podía resistir las sensaciones que provocaba en ella. Le estrechó acercándose más a él para disfrutar mejor la embriagante caricia. Después de los fugaces y tentadores besos, comenzó un ataque sobrecogedor. La pasión irradiaba en tomo a los dos como algo viviente.

Encantada, Paula sentía que el deseo iba creciendo en los dos con la misma fuerza. Cuando las manos de ella se deslizaron bajo la camiseta, para acariciarle el vello del pecho a Pedro se le aceleró la respiración. En ese momento estaban soñando las mismas fantasías.

-Llevo todo el día deseando esto -murmuró como si respondiera a los pensamientos de Paula.
-Yo también -confesó con timidez.

Murmuró una respuesta de felicidad contra su nuca y Paula se estremeció de placer.

-Contemplar tu cuerpo casi desnudo a través de la cámara ha sido una especie de tortura. No me puedo creer que estés en mis brazos, es como si te conociera desde hace mucho tiempo.

Paula sintió un repentino escalofrío que el cálido abrazo no logró disipar. En cierto sentido, la conocía desde hacía tiempo, o al menos, conocía su imagen. En vez de tranquilizarla, las palabras de Pedro renovaron sus temores. ¿Estaría cometiendo el error más grave de su vida al no cumplir la promesa de no relacionarse con ningún hombre que hubiera salido con Vanesa?

martes, 25 de septiembre de 2018

E Engaño: Capítulo 16

-¿Qué tiene que ver su madre con esto? -preguntó curiosa.

-Huyó con un hombre cuando Pedro era adolescente. Supongo que por eso teme soltar la correa a cualquier mujer.

Paula se quedó pensativa. Con razón Pedro se había enfadado tanto con Vanesa por su comportamiento, y con las dos por tratar de engañarle. Conociendo sus antecedentes, ¿Cómo podía Vanesa mostrar tanta indiferencia por sus sentimientos?

-A parte de lo que sientas por él, quiere que termines tú las sesiones de fotos -habló con enfado-. Y salta a la vista que tu salud es inmejorable.

Vanesa enrojeció de vergüenza, pero se mostró testaruda.

-Me dolía el pecho de verdad. Sabes muy bien que mis pulmones, desde...

-¡Basta! -Paula levantó las manos-. ¡Te estaré eternamente agradecida porque me salvaste la vida, pero no pienso pasarme la vida pagándote esa deuda, en esta ocasión no cederé!

-Está bien, pero no puedo terminar el trabajo. Mañana, Francisco y yo nos vamos a la Costa Dorada..

-¿No puedes retrasar el viaje?

-No; si pudiera lo haría. Los padres de Francisco han venido desde Estados Unidos sólo para conocerme y no puedo defraudarles.

Paula sabía que de todos modos Vanesa se iba a salir con la suya. Molesta, reconoció que se alegraba de que no siguiera trabajando con Pedro.

-Paula, ¿Estás bien? -preguntó Pedro desde el otro lado de la puerta.

 -Por favor, no le digas que he estado aquí -Vanesa ciñó el brazo de Paula.

Paula asintió sombría. Si Pedro seguía amando a Vanesa se sentiría herido si la veía del brazo de otro hombre. Cuando menos, le ahorraría ese sinsabor. Llevó a su hermana detrás de la puerta y entreabrió.

-Estoy bien, he venido a colocarme el vestido -salió y cerró la puerta para que no entrara a inspeccionar el despacho-. Quería hablar contigo de una foto que está en otra habitación.

Pedro la siguió entre el público, hasta un retrato grande.

 -Ésta -declaró sin mirar la foto.

-¿Estás segura? -Paula se horrorizó cuando vió que estaban frente al retrato de la anciana con las palomas.

-Éste... yo... es aquél -señaló al azar.

-Aquello es un letrero que dice: Escalera de emergencia en caso de incendio -le informó en tono solemne-. ¿Le habrá dado tiempo a Vanesa para escaparse ya?

-¿La has visto? --derrotada, se apoyó contra la pared.

-Y también al norteamericano con el que ha venido.

-Ah -soltó el suspiro entre los labios fruncidos.

-No importa -le aseguró sonriendo, hecho que la dejo pasmada-. Ya te dije que lo nuestro se terminó, no me importa que salga con otro hombre.

-No quería que te hiriera -aceptó sintiéndose muy tonta.

-Lo sé y agradezco tu preocupación -le tomó la barbilla y se la levantó hasta que se miraron a los ojos-. Pero te has preocupado sin motivos.

-¿Y qué pasó con las fotos? -preguntó inquieta.

-Tendré que contratar a otra modelo y empezar otra vez -la expresión amable cambió a preocupación.

-¿Tan torpe soy? -preguntó bajito.

-De ninguna manera -la observó sorprendido-. Pero tu tiempo es demasiado valioso para que lo pierdas posando en traje de baño.

-Y el tuyo para que vuelvas a repetir las fotos -le recordó con timidez.

-Entonces, ¿No te molestará seguir posando?

-No, pero pensaba que preferías a Vanesa --el alivio y el placer le iluminaron las mejillas.

-Tiene más experiencia-explicó--. Pero es la única ventaja que te lleva.

Él no podía imaginar la felicidad que le dieron sus palabras. Paula se pasó el resto de la velada flotando en una nube de satisfacción. Pedro pensaba que merecía algo mejor que ese trabajo, y no lo contrario. Iban a trabajar juntos otra vez.


Al día siguiente, se despertó menos optimista. Vanesa había perdido el interés por Pedro, y Paula seguía temiendo que la considerara una sustituta de su gemela. De camino hacia el estudio pasó junto a un puesto de periódicos. Vió la revista que contenía fotografías de Vanesa. Desde luego, no exhibían las páginas centrales, pero la foto de la portada era bastante sugestiva y Danni, molesta, desvió la mirada. Las fotos de Trina eran como su propia imagen distorsionada. Paula jamás habría posado así. Se preguntó si la desavenencia entre Pedro y su hermana se debería a aquellas fotos. ¡A ningún hombre le gustaría ver así a la mujer que quería!

Mientras trabajaban seguía pensándolo, pero no tuvieron oportunidad de hablar hasta que se tomaron un descanso para comer. Viéndole comer, Paula comenzó a imaginarse que su perfecta dentadura y sus fuertes labios, recorrían la tersa piel de su cuello mordisqueándole los lóbulos de las orejas para finalmente, cerrarse sobre su boca. De pronto, él levantó la cabeza y se miraron a los ojos. Ella se arreboló temiendo que de alguna manera le había adivinado los pensamientos.

-Me alegro de que hayas venido, Paula-murmuró.

-Para mis amigos soy Pau-dijo ronca.

-Muy bien... Pau.

De modo que quería ser su amigo. La idea le proporcionó calidez hasta que recordó que la amistad era algo muy diferente de lo que había tenido con Vanesa. De pronto, comprendió que estaba dando muchas cosas por sentadas. ¿Por qué suponía que habían sido amantes? Le dolía pensarlo, pero era mejor que creer lo contrario para después averiguar la verdad.

-¿Cómo reaccionaste cuando te enteraste de que Vanesa había posado desnuda?-preguntó, dominando la voz.

-Es su cuerpo y puede hacer con él lo que quiera -se encogió de hombros-. Si hubiéramos tenido una relación más íntima quizá, hubiera sentido algo diferente.

Pedro lo ignoraba, pero le había dado la respuesta a su pregunta.

-Sería una hipocresía hacer tu tipo de trabajo y luego objetar cuando la modelo... tiene otra relación contigo -insistió con osadía.

-Cuando respeto a alguien, me gusta que me respeten. Así se evitan ciertos  dilemas -declaró después de meditar un momento.

Pero el dilema se había presentado. A pesar de que salía con Vanesa, ella había posado desnuda. Era evidente que a Pedro no le había gustado, pero ¿Qué clase de cariño sentía hacia su hermana?

El Engaño: Capítulo 15

En contraste con su trabajo del mundo de la moda, Pedro exponía retratos dramáticos, en blanco y negro, de personas famosas y de individuos comunes en sus ocupaciones cotidianas. Paula permaneció parada mucho tiempo frente a la foto de una anciana dando de comer a las palomas en el Centennial Park.

-¿Te gusta? -preguntó Pedro, a sus espaldas.

-Da a entender que la vida continúa -comentó sin volverse-. Veo a la mujer, al final de su vida, alimentando a los pajarillos; y a una niña que la observaba y que representa a la siguiente generación -Paula creyó que se iba a burlar de su interpretación.

-Me alegro de que encuentres tanto contenido en la foto -le tocó el hombro en un gesto de compañerismo-. En cada una intento transmitir algún mensaje.

-Las fotos de Kampuchea son espeluznantes. Estás en contra de la guerra, ¿Verdad? -se volvió y notó tristeza en las bien delineadas facciones masculinas.

-Estoy contra cualquier destrucción corrigió-. Perdemos mucho tiempo derrumbando casas en vez de construirlas, de dar comida a los hambrientos y hogar a los desposeídos. Lo siento, parece que estoy ensayando para hablar frente a las cámaras de televisión.

El equipo encargado de reseñar la exposición andaba por allí, pero a Paula le pareció que la declaración de Rowan había sido sincera. Estaba contenta de estar allí y ya no le importaba el motivo por el cual la había invitado. A través de lo que Pedro calificaba como trabajo serio, podía detectar una personalidad suya diferente de la que proyectaba en sus actividades comerciales.

-¿Te importa que te deje sola un momento? -le tocó el brazo-. Los de la tele me están llamando para hacer la entrevista.

-No te preocupes, conozco a algunos de los que están por aquí -le aseguró y él se alejó para entrar al círculo de luces como lo haría un boxeador al llegar al cuadrilátero.

Paula le observó unos minutos y luego volvió su atención a las fotografías. Era cierto que conocía a muchos periodistas y fotógrafos que estaban allí, pero no tenía ganas de hablar de banalidades. Hasta ese momento, sólo una persona la había confundido con Vanesa: la editora de modas que había invitado a su hermana. Cuando le dijo que no era Vanesa, la mujer creía que estaba bromeando, pero se convenció cuando le enseñó una foto en la que estaban las dos juntas.

-Es sorprendente -murmuró viendo la foto-. Si posaran juntas para las páginas centrales, la revista se vendería como pan caliente.

La mujer se alejó antes de que Paula reaccionara a la sugerencia. Seguro que se vendería bien, pero eso no le importaba. Apoyada en una columna, se quedó observando a la gente y saludaba con un movimiento de cabeza cuando la reconocían. Al ver que Vanesa entraba en el salón, del brazo de un hombre alto, de cabello arenoso y de poco más de cuarenta años, se enderezó. Su hermana la vió al mismo tiempo e intentó convencer a su acompañante de que se fueran, pero él le dijo algo y siguieron caminando. Paula se abrió camino para acercarse a su hermana con desesperación.

-Supongo que debo decirte que me sorprende verte aquí -comentó Vanesa fingiendo animación.

-Pedro sabía que ibas a venir -respondió Paula.

-¿Pedro? Pero si nunca asiste a sus exposiciones -Vanesa se alarmó.

-Hoy lo ha hecho y quiere hablar contigo.

-¡Dios santo, Vanesa, estoy viendo a dos mujeres iguales y no he bebido ni una gota de alcohol! comentó el hombre, con un marcado acento norteamericano.

-Sí, Fran. Francisco Sutton, te presento a mi gemela, Paula. ¿No te acuerdas que te dije que tenía un hermana?

-Pero no me dijiste que son idénticas -los ojos de Francisco estaban fijos en Paula.

-Mucho gusto, Francisco -Paula le ofreció la mano.

-Encantado Paula-respondió haciendo un esfuerzo por salir del asombro y estrecharle la mano-. ¿Dices que Pedro Alfonso está aquí? Es un fotógrafo brillante y me gustaría conocerle.

-Primero vamos a brindar por el dinámico dúo -intercaló Vanesa.

-Por supuesto. ¿Champán para las dos? -preguntó Francisco y luego se acercó a donde servían las bebidas.

-A ver qué dices de Pedro delante de Francisco-le murmuró Vanesa a su gemela-. Es posible que me case con él.

-Déjate de Francisco. Quiero saber qué hay entre Pedro y tú -Paula llevó a su hermana a un despacho vacío y cerró la puerta para ahogar el bullicio.

-No sé a qué te refieres -la expresión de Vanesa la delató.

-¿No? ¿Por qué no me dijiste que además de trabajar con Pedro salías con él?

-No me lo preguntaste.

-¡Por Dios, Vanesa! -la hora y la tensión del día le impidieron controlarse-. Te enfadaste con Pedro, y no querías enfrentarte a él y por eso me pediste que te reemplazara.

-Exageras -protestó la modelo irritada-. Tu reacción me hace pensar que te gusta.

-No seas ridícula -replicó Paula, incómoda porque era cierto-. Después del asunto con Pablo Bowden, prometí que jamás saldría con un hombre con el que hubieras estado tú, ¿Te acuerdas?

-¿Otra vez con Pablo a vueltas? No tenía ni idea de lo que sentías por él y lo sabes.

-Eso no importa -murmuró Paula cansada, sabiendo que Vanesa intentaría salirse por la tangente-. Lo que me importa es que Pedro y tú tienen un asunto pendiente.

-Por mi parte, no hay nada pendiente -repuso Vanesa-. Pedro se interesaba por mí, pero no estaba dispuesto a aceptarme como soy.

-Querrás decir que no le gustaba compartirte con otros hombres -corrigió Paula y notó que el rostro de su hermana se encendía.

-Supongo que te refieres a Francisco Sutton -dijo a la defensiva-. Le tengo mucho cariño. Es un hombre importante en el mundo de los bienes raíces.

-¿Estás enamorada de él?

-No lo sé, pero me divierto averiguándolo -Vanesa se encogió de hombros y miró a Paula seria-. ¿Por qué dan tantos problemas los hombres? Para ellos la vida es variedad, pero nosotras, las mujeres tenemos que contentamos con un solo platillo -Paula guardó silencio porque no sabía qué contestar-. Pedro y yo nunca nos pondremos de acuerdo en este asunto y creo que es por culpa de su madre -Vanesa insistió en dar su punto de vista.

El Engaño: Capítulo 14

-Aún no lo sé, pero quizá... De todas formas, no la voy a encontrar a tiempo de que haga las fotos de la playa mañana. ¿Te molestaría posar un día más?

Lo haría un día y muchos más, pensó Paula, pero parecía que no era lo que Pedro quería. Puede que lo hiciera por no quitarle tiempo, pero, seguramente, era porque prefería estar con Vanesa. Por experiencia, ella sabía que a los hombres siempre les gustaba más su hermana, pero sin saber por qué creía que Pedro sería la excepción. ¿Sería porque ella disfrutaba a su lado? Pensar así era una pérdida de tiempo porque él parecía haber hecho su elección.

-Es hora de irme. Gracias por la copa -se puso de pie.

Rehusó el ofrecimiento de Pedro de llevarla a casa, diciendo que tenía cosas que hacer en el camino. Pero no dejó de pensar en él en toda la tarde e incluso en sueños. A pesar de que no debía ilusionarse con volver a verle, descubrió que estaba impaciente por llegar a la playa a la mañana siguiente. Como no era fin de semana, podía haber ido a la playa en su coche porque no había problemas para aparcar, pero decidió no arriesgarse y tomó un taxi. El Mercedes deportivo de Rowan estaba al lado de la camioneta roja que, supuso,  era de Lucas . Llamó a la puerta y el ayudante asomó la cabeza por la ventanilla.

-Los trajes están aquí, así que puedes usar la camioneta como vestuario -le explicó Lucas al salir.

El primer traje de baño era de malla, a rayas diagonales, y dejaba al descubierto los costados; era como un bikini unido por franjas de tela por delante y la espalda. Bajó la camioneta con el traje puesto. Pedro y Lucas estaban preparando el equipo en la playa, cerca de la zona reservada para topless. De pronto, Paula se alegró de que Pedro supiera que ella no era Vanesa porque no le pediría que posara sin el sujetador del bikini.

Sin embargo, tras hacerle varias fotos, Pedro se acercó y comenzó a deslizar los tirantes por los hombros.

-¿Qué haces? -preguntó apartándole las manos.

-No te preocupes, aquí está permitido. No te va a detener la policía -le aseguró.

-No me importa -sintió que enrojecía y no por el sol-. No quieren fotos en topless.

-Lo sé, son para mi colección privada -explicó-. A Vanesa no le molestaría posar así.

-No soy Vanesa-enfadada, dio un paso atrás para alejarse del brazo de Pedro y se hundió en un agujero que había formado la marea.

Gritó al sentir que se caía de espaldas. Pero antes de llegar al suelo, Pedro la tomó con sus musculosos brazos, acercándola a su cuerpo. El repentino contacto le quitó el aliento y Paula se agarró fuertemente al fotógrafo. Pedro la tuvo abrazada más tiempo del necesario y ella se sorprendió de lo que le gustaba encontrarse entre sus brazos. Su cuerpo semidesnudo se estremeció al sentir cada contorno del cuerpo viril, y a regañadientes, tuvo que aceptar que se debía a que lo deseaba.

-Gracias por agarrarme. Lo lamento, no suelo ser tan torpe -intentó liberarse, pero con pocas ganas.

-Yo soy quien debería disculparse -la soltó, pero siguió dominándola con la mirada-. Te pareces tanto a Vanesa que no me cuesta que no seas como ella.

-Pues ya lo sabes-dijo medio ronca, intentando convencerse de que su excitación se debía a la caída y no a la forma que tenía Pedro de mirarla.

Estuvo a punto de preguntarle si le gustaba o le decepcionaba el que fuera diferente de Vanesa, pero por temor a la respuesta no formuló la pregunta.

-Más vale que te pongas el siguiente traje -sugirió para cambiar de tema..

-Sí, si no nos vamos a pasar aquí todo el día y toda la noche contestó intentando aligerar su tensión.

-La noche, no -respondió-. Iba a decirte que hoy se inaugura una exposición de mis fotos más recientes. ¿Te gustaría ir?

 -Me encantaría -la opresión del pecho le cedió un poco.

¡Quería que le acompañara!

-Muy bien, porque intuyo que tu gemela también va a ir.

-¿Qué te hace pensarlo? -¿Sólo la invitaba por eso?, se decepcionó.

-Le he dicho a una editora de modas influyente que le enviara una invitación, porque si se la manda ella, irá -observó a Paula percibiendo su desilusión-. Estás molesta y creía que te alegrarías de dejar este trabajo.

-Supongo que sí -como ya se había dado cuenta de las diferencias que había entre las dos, parecía que estaba deseando dejar de verla-. ¿Y si no va?

-Cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él, ¿De acuerdo? -terminó con un gesto muy expresivo.

Paula posó el resto del día sabiendo que iba a ser la última vez. Tan pronto volviera su hermana al trabajo, ya no habría cupo para ella. Era lo mejor, estaba harta de reemplazar a Vanesa cuando se trataba de hombres. De todas maneras se arregló con esmero para asistir a la exposición de Pedro consciente de que no le apetecía que se presentara su gemela.

El Engaño: Capítulo 13

Al verle tomar el vaso con los largos y elegantes dedos, Paula recordó lo que había sentido cuando esos mismos dedos le rozaron la suave piel de la espalda y hombros, al ayudarla a vestirse en el estudio. Sentía la boca hinchada y lastimada por el beso y, con un aire ensoñador, se llevó el dorso de la mano a los labios. Al darse cuenta de lo que estaba haciendo, bajó la mano bruscamente, tirando el vaso sobre la mesita. Dora Howard oyó el ruido y se presentó para limpiarlo mientras Paula ofrecía disculpas. Ese breve interludio le sirvió para recobrar la serenidad. ¿Cómo podía pensar en Pedro Alfonso con tanto romanticismo? Se obligó a recordar que la había besado sólo para incitarla a confesar quién era. Además, acababa de decirle que le había abandonado Vanesa y no al revés. No debía permitirse fantasía alguna respecto a él, mientras no supiera lo que Pedro sentía por su gemela. Al menos eso había aprendido durante sus veinticinco años de vida. Su experiencia con Pablo Bowden había sido una buena lección para que no cometiera el mismo error con Pedro. Pablo era salvavidas en la playa. Moreno y atractivo, le había capturado el corazón y ella llegó a creer que la amaba con locura. Empezaba a soñar con casarse con él cuando Pablo  comenzó a cancelar sus citas. Al final descubrió que salía con Vanesa. Cuando se lo recriminó, él aceptó que la había usado sólo para llegar hasta su hermana. Si Vanesa tuvo remordimientos de conciencia por quitarle el novio a su hermana, los acalló muy pronto al sentirse admirada por otro hombre. Las relaciones entre hermanas comenzaron a deteriorarse hasta que Paula comprendió que Vanesa nunca se iba a dar cuenta de lo que había hecho y decidió hacer las paces. Por acuerdo tácito, a partir de entonces no volvieron a hacerse partícipes de sus respectivas vidas sentimentales y por eso Paula no se había enterado de su relación con Pedro. Observó al fotógrafo paseando nervioso por el apartamento y se entristeció al pensar que después de ese día no volvería a verle. El juego se había terminado y era hora de que asumiera su propia identidad y su vida. Tomó  el bolso y se puso de pie.

-Me alegro de que hayamos aclarado este enredo, Pedro. Ahora tenemos que despedirnos.

-¿De qué hablas? -se volvió hacia ella con las cejas arqueadas-. No puedes desaparecer, tienes que terminar el trabajo.

-El trabajo es de Vanesa-le recordó intentando disimular su deseo de que la situación fuera diferente-. Soy periodista, no modelo.

-No veo a Vanesa aquí, ¿La ves tú? -fingió escudriñar la habitación.

-Por supuesto que no -contestó pensado que el infantil era él-. Está de vacaciones.

 -¿Te ha dicho dónde puedes localizarla?

-No -aceptó a regañadientes.

Antes de que Pedro lo mencionara, no le había parecido extraño que su hermana no le dijera dónde iba. ¿Qué habría pasado si hubiera necesitado ayuda para las sesiones?

-Me imaginaba y por eso tienes que cumplir con el contrato -Pedro notó las diferentes emociones que recorrieron la cara de Paula.

-¡No es posible! Tú mismo dices que soy muy torpe y que lo hago mal -dijo acongojada.

-No he dicho mal, sólo que no tienes experiencia. De hecho, no lo has hecho tan mal como te lo he hecho creer. Quería forzarte a que confesaras tu engaño.

-La respuesta sigue siendo no -negó con la cabeza, a pesar de que le estaba haciendo un cumplido.

-No puedo aceptar tu negativa -frunció el ceño.

-¿No puedes aceptarla? No tienes elección -le miró sorprendida.

-Tampoco tú, Paula. Tengo que terminar este catálogo para una fecha fija. Como periodista sabes lo que eso significa -Paula asintió-. Sin Vanesa,  eres la única modelo que tengo. Tú has empezado esto, de modo que debes terminarlo.

Ante la insistencia de Pedro se le desvanecieron algunas dudas. Parecía como si realmente quisiera trabajar con ella. De todos modos, deseaba que no tratara de obligarla.

-¿Qué pasaría si no estoy de acuerdo? -tuvo que preguntar.

-¿Crees que te sería fácil conseguir un puesto de periodista si suelto el rumor de que eres tú la de la foto de las páginas centrales? -la pregunta la tomó por sorpresa.

-¡Tu amenaza es indigna! -recordó la reacción de la señora Philmont y comprendió lo que podía conllevar-. Nadie te creería.

-Estoy dispuesto a correr el riesgo -respondió tranquilo-. ¿Lo estás tú?

Sabía que Paula no podía arriesgarse porque el mundo del periodismo se alimenta de rumores. Jamás encontraría trabajo si se rumoreaba que posaba desnuda en sus ratos libres. Su reputación como reportera quedaría destruida. Era un precio muy alto y sabía que esa amenaza sólo tenía una respuesta.

-Tendré que arriesgarme --soltó, agobiada-. Si cedo ante ese tipo de presión se acabó mi carrera -hizo una pausa para que digiriera sus palabras durante unos minutos antes de agregar-: Pero terminaría este trabajo si me lo pidieras con amabilidad.

-¡Cielos, qué diferente eres de Vanesa! -echó chispas por los ojos azules mientras la observaba admirado pasándose los dedos por el cabello-. Muy bien, Paula, te lo pido de buena manera. ¿Quieres trabajar conmigo mañana?

-Así, sí acepto.

-Me alegro de que lo hayamos arreglado -dijo con los dientes apretados-. ¿Siempre te pones tan difícil en tus tratos?

-No y mi intención no es ser dura, pero rijo mi vida con algo anticuado que se llama principios -sonrió y por primera vez se relajó.

-Quizá por eso mismo no he podido reconocerlo. En este negocio no es normal usar los principios -terminó su bebida.

-De hecho, es casi ninguno -concordó.

Le sonrió con tal luminosidad que faltó poco para que Paula buscara la luz que había iluminado la habitación. En un impulso se inclinó hacia adelante para regalarse con su fuerte personalidad. Le encontró tan encantador que no entendía cómo había dudado de querer trabajar con él. Pero no debía pensar en él más que como en un socio de trabajo.

-Procuraré terminar con las fotos lo antes posible -agregó dándole a Paula nuevos motivos para recelar.

¿Habría interpretado mal su insistencia para que no abandonara el trabajo?

-¿Tienes problemas de tiempo? -preguntó sintiendo frío.

-Esta no es tu profesión -explicó-. Sería injusto que monopolizara tu tiempo -antes de que dijera que no le importaba, él agregó en voz baja-. Si logramos que termine Vanesa esta serie, quedarás libre.

-¿Cómo vas a localizarla? -preguntó, desilusionada pensando que prefería tratar con Vanesa.

jueves, 20 de septiembre de 2018

El Engaño: Capítulo 12

Paula tuvo unos instantes de descanso cuando Dora Howard volvió con las bebidas. Sin decir palabra, el ama de llaves las colocó en una mesita y salió hacia la cocina. Desesperada, la observó irse, perdiendo la esperanza de que se quedara con ellos en la sala, con lo que se habría ahorrado las explicaciones. Esperaba que Pedro no la juzgara con severidad cuando le relatara todo el asunto. Pero de nuevo vió frustradas sus esperanzas. Él se inclinó hacia la mesa, levantó la copa, dió un sorbo y miró a la chica.

-Empieza con tu nombre.

-Soy Paula Chaves, la hermana de Vanesa-murmuró.

Él asintió como si confirmara lo que había sospechado.

-Hace tiempo, Vanesa me dijo que tenía una hermana gemela, pero creí que bromeaba. Es evidente que era verdad. ¿Suelen reemplazarse con frecuencia?

-¡Por supuesto que no! -replicó irritada-. Por lo general, mantenemos nuestras vidas de trabajo muy separadas.

-No en esta ocasión -comentó y observó su copa antes de mirar a Paula de nuevo-. ¿A qué debo este honor?

Su sarcasmo la hirió como un latigazo. Era injusto que se mostrara tan rencoroso sin siquiera haber oído sus explicaciones de por qué le había hecho un favor a Vanesa. Paula tomó su bolso y dijo:

-Ya me has catalogado mal, así que no hay motivo para que siga hablando.

-Siéntate y déjate de infantilismos -le sujetó de la muñeca para que no se alejara.

-No soy infantil -protestó y volvió a sentarse frente a él-. ¿Siempre eres tan cruel?

-Sólo cuando hay necesidad -replicó a secas-. ¿Por dónde vamos?

-Eres muy sarcástico -parpadeó para ahuyentar las lágrimas de rabia que se le acumulaban en los ojos. Trataba de darte mi versión.

-La espero -cruzó los brazos.

¿Cómo podía haber pensado que un hombre tan insensible fuera atractivo? ¡Con razón Vanesa se había negado a trabajar con él! Y como no parecía que no iba a soltarla hasta que hubiera acabado con ella, Paula decidió terminar el asunto lo más deprisa posible.

-Vanesa está enferma y no puede cumplir con los compromisos de esta semana - explicó-. Necesitaba descansar y yo he aceptado sustituirla para no defraudar al cliente.

-¡Qué generosidad la de tu hermana! profirió, dando a entender que pensaba lo contrario-. ¿Esperaba que la reemplaces en todas sus responsabilidades?

-¿A qué te refieres? -Paula le miró con recelo.

-Vanesa y yo salíamos después del trabajo.

-No lo sabía confesó porque no había previsto ese tipo de complicación.

-Me lo imaginaba.

Para ocupar sus manos temblorosas, Paula se acercó la copa a los labios, pero tenía la garganta tan cerrada que tuvo que volver a dejarla sobre la mesa.

-¿Conoces bien a mi hermana?

-Lo suficiente como para imaginar por qué se ha puesto enferma de repente -Paula esperó y él continuó-. Yo quería una relación más estable de lo que ella estaba dispuesta a aceptar. Vanesa me quería como una más entre los muchos admiradores que la rodean. Al final, le dije que yo no pensaba compartir a mi mujer con otros, y que esperaba lo mismo de ella. Reñimos y se fue. Por eso no ha querido trabajar conmigo esta semana.

-Comprendo -expresó mientras recorría el forro del sofá con la uña. ¿Por qué no le había dicho nada de eso su hermana y había fingido estar enferma?

Porque si hubiera sido franca, Paula no la habría sustituido. Vanesa se había valido de un medio de persuasión contra el que ella no tenía defensas: su frágil salud. Comenzó a enfadarse con su gemela por haberla metido en ese lío.

-No sabías lo que pasaba, ¿Verdad? -le adivinó el pensamiento.

-No, realmente creía que estaba enferma.

-¿La ayudas sin hacer preguntas? -apretó la boca.

Paula negó con la cabeza pensando que Pedro merecía conocer todos los detalles del asunto, de modo que le explicó cómo Vanesa le había salvado la vida hacía unos años.

-Por eso estoy en deuda con ella -concluyó.

-Y conociendo a tu hermana, hará todo lo posible para que no lo olvides jamás.

Aunque le dieron ganas de defender a su gemela, Paula guardó silencio porque sabía que Pedro tenía razón. Vanesa siempre se aprovechaba de esa deuda y Paula siempre terminaba claudicando a pesar de que cada vez se prometía no volver a ceder más.

-Si valen de algo mis disculpas, siento haber intentado engañarte -declaró la joven con todo el corazón.

-Te creo -la observó con tanto detenimiento que sintió que le horadaba el alma.

Pero estaba contenta porque la había creído. Aunque no tenía por qué importarle lo que pensara, al descubrirlo se puso eufórica. Se preguntó cómo podía Vanesa mirar a otros hombres teniendo a Pedro y ese pensamiento la irritó. Él ya le había demostrado que podía ser brusco e implacable. No debía malinterpretar su mirada de compasión por más tentada que estuviera de hacerlo. Pensó que Vanesa debía haberle hecho mucho daño. Paula, mejor que nadie, sabía que su hermana era muy coqueta y eso era algo en lo que las dos no concordaban. Paula era  lo que Pedro calificaba como mujer de un solo hombre. Si ese hombre la satisfacía, no tenía motivos para seguir buscando. Vanesa, desde que era estudiante, siempre había necesitado la admiración de muchos. No le sorprendió enterarse de que la modelo seguía siendo la misma. Lo que sí le asombró fue saber que un hombre como Pedro Alfonso, no bastaba para satisfacer su deseo de ser admirada.

El Engaño: Capítulo 11

-¿De qué se trata? -le preguntó cuando la miró a los ojos.

-Hay algo que estoy deseando hacer, pero siempre tenemos público -gruñó.

-Público, ¿Para qué? -preguntó tratando en vano de controlar el estremecimiento de su voz. ¿Qué tenía Pedro en mente?

Lo averiguó en cuanto la abrazó posesivo e irresistible. Luego, su boca se apoderó de la de ella con un beso que daba y exigía. A Paula la habían besado antes, pero ningún hombre había tenido tanto carisma como Pedro. Mientras la sujetaba por la nuca para profundizar el beso, ella pensó en vino rojo, chocolate oscuro y exóticas especias. Evocaba todos los sabores extraños que había probado, combinándolos con un indefinible atractivo masculino que le bombardeaba los sentidos. Cuando Pedro interrumpió la caricia, se quedó conmocionada.

-No debería habértelo hecho -murmuró acongojado.

-¿Por qué no? -a ella le había parecido correcto.

-Porque... ¡Maldición! Porque no tengo la costumbre de besar a impostoras.

-¿Lo sabes? -preguntó conmocionada, después de registrar lo que acababa de oír.

Él asintió y a Danni la inundaron oleadas de rabia. Pedro lo sabía y se había aprovechado para besarla. Se le pasó de golpe la euforia del beso y se sintió una vulgar.

-¿Desde cuándo lo sabes?

-Reconozco que me engañaste cuando te ví en Monarch Magazines, pero entonces estaba muy cansado para atar cabos. Me he dado cuenta de la verdad cuando he estado en mi estudio esta mañana y te he visto escondida detrás de un improvisado biombo. Estabas muy asustada. Ninguna modelo profesional actúa así. Tenías que ser novata.

-Pero no has dicho nada, me has dejado seguir haciendo el ridículo.

-No más de lo que me has hecho hacerlo a mí -movió la cabeza-. Quería ver hasta dónde pensabas llegar con el engaño.

-Me has obligado a ponerme el traje transparente y me has mandado a comer con Javier Andrews sabiendo que no me iba a negar para revelar mi identidad -comentó.

-Esa ha sido la idea -aceptó.

-¿Cómo puedes ser tan cruel? -se estremeció-. Andrews casi consigue meterme en el coche.

A Pedro le brillaron los ojos con cínica diversión y parecía no darse cuenta de que Paula estaba cada vez enfadada por la burla de que había sido objeto. Sabía que Dora iba a cuidarte. Y:si me hubieras hecho caso quedándote con ella, habrías estado segura.

-Yo no sabía. Eres el hombre más ególatra que he conocido... ni se dió cuenta de que estaba levantando una mano hacia la cara de Pedro.

El fotógrafo le ciñó la muñeca antes de que Paula asestara el golpe. Y por más que se contorsionaba no lograba soltarse.

-Espera un minuto, quien ha querido engañarme, has sido tú. Te mereces lo que te ha pasado. Si hubieras confesado, no habría permitido que vinieras aquí con Andrews. Pero quería seguir con el engaño, así que no puedes culpar a nadie más que a tí si la charada se ha vuelto contra tí.

-Está bien, lo siento —murmuró porque Pedro tenía razón. Su enfado comenzó a desvanecerse-. Ha sido un error fingir que era Vanesa, pero no una broma.

-Al menos coincidimos en una cosa -le soltó el brazo-. ¿Quieres que nos sentemos y me cuentas lo que pasa?

El Engaño: Capítulo 10

-Tiene razón -se serenó porque ella había pensado lo mismo-. También yo tengo que volver al estudio. Gracias por la comida, señora Howard.

-Ha llamado el señor Alfonso para decir que le espere aquí porque quiere hablar con usted -la detuvo el ama de llaves.

Bien, ella también quería hablar con él para reprocharle su comportamiento. Sin embargo, no iba a permitir que hubiera más malentendidos. Con uno había sido bastante.

-Por favor, pídale disculpas por mí, no puedo esperar.

-Se va a decepcionar -le advirtió la señora.

Ya se le pasará, pensó molesta, pero no iba a decir nada porque la señora había sido muy amable. Sonrió.

-Lo siento, tengo otro compromiso y estoy segura de que el señor Alfonso lo comprenderá-. Era evidente que el ama de llaves estaba acostumbrada a obedecer a Pedro Alfonso, como si sus palabras fueran ley, y que esperaba que todos hicieran lo mismo. ¡Debía ser un tirano en casa también!- Cuando le vea le diré que usted me ha dado el mensaje, -con eso se quitaba la responsabilidad a la señora y su jefe no podría amonestarla.

-Como quiera -murmuró la señora Howard sin tranquilizarse-. ¿Puedo decirle que le llamará por teléfono?

-Por supuesto -pero lo haría a la mañana siguiente, cuando verificara si el día era adecuado para las fotos al aire libre. Vanesa le había hablado de ese tipo de protocolo.

-Muy bien, le diré que le va a llamar-concluyó más serena.

Paula salió del suntuoso departamento. Satisfecha, imaginó a Pedro Alfonso sentado junto al teléfono esa noche, esperando su llamada. Bien merecido se lo tenía después de lo que le había hecho imponiéndole la compañía de Javier Andrews. ¿De qué querría hablarle? Sería cuestión de trabajo o de la extraña relación que su hermana parecía tener con él. Si Pedro no tuviera algo en contra de su gemela, no la trataría tan mal. Preocupada por el acertijo. bajó en el ascensor al vestíbulo, donde el portero le abrió la puerta. Si hubiera estado más alerta se había dado cuenta de que un coche rojo oscuro se había parado a su lado y de que habían abierto la puerta. Pero cuando Paula quiso reaccionar, ya la tenían tomada de un brazo e intentaban meterla en el coche.

-¡Suélteme! -gritó antes de reconocer a Javier Andrews-. ¡Es usted!

-¡Claro! -respondió grosero y Paula asoció su sonrisa con un cocodrilo que había visto en el zoológico Taronga-. Alfonso se cree muy listo, pero yo también lo soy. Entra.

Paula se aferró a la puerta del coche. ¡Era una pesadilla! ¿Cómo podía ponerse así con toda impunidad, a plena luz del día y en medio de la ciudad? Se resistía y él tiraba de ella con más fuerza.

-Anda, querida, sé que quieres entrar. Te voy a recompensar muy bien.

Esa sugerencia fue la gota que derramó el vaso. Paula hizo un último esfuerzo y tras soltarse, se apoyó contra la pared del edificio de departamentos. Durante un momento pensó que Andrews iba a salir del coche, pero no lo hizo. Ella permanecía adherida a la pared cuando él estiró el brazo hacia la puerta.

-Ya veo que me he equivocado contigo, cariño. No te mereces esfuerzo alguno de mi parte.

-¿Qué diablos pasa aquí?

Paula volvió la cabeza y al ver a Pedro que se acercaba, sintió gran alivio. Instintivamente corrió hacia él y el fotógrafo la abrazó protector. La furia que revelaba la voz de Pedro había asustado a Andrews, quien se quedó inmóvil mirando al fotógrafo.

-La idea ha sido tuya, recuérdalo.

-No necesitas ayuda para idear nada. Vete -la expresión de Pedro  era francamente de desprecio.

Andrews dió un portazo, accionó la palanca de velocidades y emprendió la marcha haciendo rechinar las ruedas. Al ver que se alejaba, Paula se apoyó contra el cuerpo de Pedro.

-¡Menos mal que has llegado en el momento preciso! Quería «convencerme» de que me subiera a su coche.

-¿Qué haces en la calle? -exigió Pedro-. Se supone que Dora Howard te estaba cuidando.

-Sí, pero... he decidido irme a casa. Ahora me arrepiento de no haberte esperado.

-Siempre hay una primera vez para todo -la miró con duda en los ojos.

-Mira quién me critica. Eres tú quien me ha comprometido para que viniera aquí con ese asqueroso.

-No debía habértelo hecho y lo siento. Te suplico que creas que no pretendía que el asunto llegara tan lejos -hablaba sombrío.

-Lo sé -aceptó.

Vanesa habría comprendido lo que había detrás de todo ese asunto. Paula estaba confusa y cansada por el trabajo y los sucesos del día.

-Necesitas tomar algo -sugirió al notar el agotamiento en su cara-. Sube al departamento y luego te llevo a tu casa. Es hora de que hablemos.

Paula volvió a sentir miedo. ¿De qué iban a hablar? ¿Podría seguir ocultando su verdadera identidad? ¿Qué iba a hacer en casa de Vanesa? Si le daba su dirección se daría cuenta de que era una impostora. Pero si rechazaba el ofrecimiento de Pedro, sospecharía. Con resignación, subió de nuevo al apartamento. Dora Howard pareció sorprendida al verla otra vez, pero con mucho tacto, no dijo nada y fue a preparar las bebidas que le había pedido Pedro. Paula se sentó en el borde de un sofá. Seguía nerviosa por el encuentro con el odioso Javier Andrews.

-¿Por qué le toleras como cliente? -le preguntó a Pedro.

-Te equivocas -contestó disgustado-. El cliente es un buen amigo mío, pero por desgracia, Andrews es su cuñado y no puedo despedirle. Pero sí puedo hacer algo y mañana, a primera hora, me aseguraré de que le quiten la cuenta de los trajes de baño.

Paula se tranquilizó pensando que no iba a volver a verle, pero seguía intrigándole el motivo que había tenido para colocar a Vanesa en una situación tan difícil. De nuevo deseó que su gemela hubiera sido más franca con ella. Se hizo un silencio que duró varios minutos y Paula seguía sentada en el borde del sofá, tratando con desesperación de hallar una excusa para irse, antes de delatarse y traicionar a Vanesa. Pedro era el amo, en su casa y, además se percibía que dominaba cierta energía, lo que la hacía sentirse como si estuviera enjaulada con un tigre. Pedro se puso de pie y su presencia física se hizo más impresionante. Automáticamente ella también se levantó para no quedar en desventaja, pero al instante se arrepintió porque se quedó muy cerca de Rowan sintiendo su cálido aliento acariciándole las ardientes mejillas.

El Engaño: Capítulo 9

Llegaron  al departamento de Pedro en silencio: el de ella despiadado; el de Javier Andrews esperanzado.

-Alfonso ha sido muy amable dejándonos su casa para comer -rompió el silencio Andrews.

-Sí, es puro corazón contestó impasible.

Pedro vivía en un edificio muy elegante, como revelaban el diseño arquitectónico y el servicial portero que les condujo al ascensor.

-Vive muy bien -murmuró Javier mientras subía al último piso.

Era evidente que pensaba que Pedro vivía con lujo a sus expensas. Al entrar, Paula contuvo el aliento, admirada. El ático estaba a tres niveles y casi toda la decoración era en tono beige, que creaban un ambiente de luz y espacio. A la izquierda de la entrada principal había una escalera de caracol que conducía a los pisos superiores y la distribución abierta revelaba una serie de tragaluces en el piso superior que inundaban todo con una maravillosa luz natural. En el primer nivel había una inmensa sala con ventanas que se abrían a una fabulosa vista del norte de Sydney. La habitación era fresca, elegante y muy bien amueblada con varios sofás, colocados en grupos, para facilitar la conversación. Un mostrador para bebidas, de cristal y metal cromado, ocupaba la mitad de una pared y detrás había unas fotografías enmarcadas. Supuso que eran obra de Rowan.

-Vamos a subir -sugirió animado Javier, satisfecho de tener a Paula en un ambiente tan suntuoso para él solo.

-¿No podemos quedarnos aquí para admirar la vista? -preguntó incómoda.

-No hemos venido a eso -le recordó y le ciñó el brazo para conducirla hacia la escalera.

Al sentir cómo le clavaba los dedos en el brazo, Paula comprendió que iba a tener dificultades para mantenerle alejado cuando se presentara el momento que él esperaba. El segundo nivel era un entrepiso con vista a la sala donde el comedor estaba aislado con una tela de alambre pintada del mismo color que las paredes. La cocina estaba a la derecha y, a la izquierda, vió la alcoba principal. Javier siguió su mirada hasta la gran cama circular que ocupaba casi toda la alcoba. Allí cambiaba el colorido y la manta Marimekko tenía sutiles diseños en color rosa subido.

-Luego veremos bien esa habitación -comentó con atrevimiento-. Ahora, más vale que te ocupes de la comida. Pedro me ha dicho que puedo tomar lo que encuentre.

¿La incluía a ella?, se preguntó la chica. Vanesa debía caerle mal a Pedro porque, de lo contrario, no la hubiera expuesto a la compañía de un lobo como Andrews, ni le hubiera proporcionado el escenario propicio para que satisficiera sus caprichos. Parecía que a Pedro le divertían esas situaciones y Paula se estremeció al pensarlo. No debía haberse metido en esa loca aventura. Pero ya no podía arrepentirse y dio un paso titubeante hacia la cocina.

-Voy a ver qué hay para comer -quizá, mientras preparaba algo se le ocurría cómo escapar.

-Les estaba esperando para comer, me ha llamado el señor Alfonso para avisarme de que iban a venir -tanto Paula como Javier miraron asombrados a la mujer alta y delgada que salía de la cocina. Llevaba puesto un elegante vestido de lino verde, protegido con un delantal con puntillas-. Soy Dora Howard, el ama de llaves del señor Alfonso-le informó a Javier, sonriendo a Paula-. Es un gusto volver a verla, querida.

Paula tuvo que contener la risa cuando vió que Javier estaba boquiabierto. Con aquella mujer allí no podría realizar sus designios.

-Me alegro de que esté aquí, señora Howard- comentó Paula sin mirar a Javier.

-¿Está segura de que Alfonso no le ha dado la tarde libre? -preguntó Javier con malicia.

-¡De ninguna manera! -respondió el ama de llaves con los labios bien apretados-. He preparado la comida y el señor Alfonso me ha pedido que me quede por si necesitan algo.

-Tal como ha dicho antes, es puro corazón -murmuró.

Paula se estremeció cuando se sentó a la mesa. Pedro había preparado todo para que ella... más bien, que Vanesa... pensara que la iba a dejar con Javier Andrews sabiendo que no podría defenderse. En cuanto regresara al estudio le iba a cantar unas cuantas verdades. ¿Cómo se había atrevido a meterla en ese embrollo? La comida fue un triunfo para Paula y una decepción para Javier. Cada vez que él se inclinaba hacia delante para acariciarle la mano, aparecía Dora Howard para preguntar si querían algo.

-Nada que usted pueda proporcionarme- masculló Javier, una vez como respuesta.

La señora Howard le oyó pero se limitó a decir que iba a servir el café.

-Me voy a la oficina-declaró Javier empujando la silla hacia atrás y Paula tuvo que dominar la risa de nuevo.

-Gracias por la invitación, señor Andrews -Paula sonrió fingiendo inocencia-. Debemos repetirlo en el futuro.

-No me gustan los tríos- disgustado miró hacia la cocina.

Se despidió y salió dando un portazo. Paula esperó hasta estar segura de que él se había ido para soltar una carcajada.

-¿Qué es tan chistoso? -preguntó la señora Howard al colocar una taza de café delante de la chica.

-La expresión de Javier Andrews cuando la ha visto aquí -Paula se enjugó las lágrimas de risa con el dorso de la mano-. Puede beberse el café del señor Andrews porque se ha ido.

-Imagino su sorpresa. ¡Qué osadía pensar que el señor Alfonso iba a permitir que viniera aquí para estar a solas con él!

martes, 18 de septiembre de 2018

El Engaño: Capítulo 8

¡Eso fue lo más amable que le dijo! Mientras se cambiaba de traje, comenzó a preguntarse si no estaría enfadándola con premeditación. No podía creer que tratara así a sus modelos, como regla general. Ni siquiera la escena que había presenciado en Monarch Magazines había sido tan ruda como la presente. Si quería provocarla, le iba a sorprender, porque cuanto más la incitara, más se dominaría. Por el bien de Vanesa, se mostró lo más dulce y modesta que pudo. Pero en vez de calmarle, le enfadó tanto que Pedro cubrió la lente de la cámara y tronó.

-Descansa; yo necesito hacerlo, aunque quizá tú no.

Pedro se dirigió al ventanal y se puso a observar el panorama mientras Lucas le daba a Paula un vaso de cartón con humeante café.

-Creo que lo necesitas -murmuró comprensivo.

-Gracias --dió un sorbo-. ¿Siempre es Pedro tan dificil? -Tú debes saberlo mejor que yo -Lucas se encogió de hombros.

Cuando Paula se sentó en un taburete para tomarse el café, el ayudante la observó con admiración. ¿Qué había hecho de malo? Quizá Vanesa conocía a Pedro Alfonso y a su ayudante más de lo que creía. Se tensó cuando Lucas se le acercó.

-¿Vanesa...? -murmuró, pero se interrumpió al abrirse la puerta del estudio.

Entró un hombre alto y fornido, con traje y Lucas se volvió para saludarle.

-Señor Andrews, que agradable sorpresa.

-Vigilo el presupuesto -respondió el hombre-. Alfonso tiene reputación de exigir lo mejor sin que le importe quién paga por ello.

-Si quieres basura, hay muchos fotógrafos que pueden hacerte el trabajo - respondió Pedro amable y sin moverse para estrechar la mano del otro. Deslizó una mano debajo del brazo de Paula y la impulsó hacia adelante-. Javier Andrews, creo que no conoces a Vanesa Chaves, tu modelo.

El hombre la miró con una sonrisa lujuriosa y Paula pensó que debía ser el cliente que pagaba por la labor de esa mañana.

-Señorita Chaves, ¿Permite que la llame Vanesa? Usted ha nacido para lucir las prendas que fabrica mi empresa.

A Paula le desagradaba la forma que tenía de desnudarla con los ojos, aunque había reaccionado de diferente manera cuando Pedro había hecho prácticamente lo mismo. En la expresión de Javier Andrews no había aprecio, sólo una mirada calculadora que la hizo imaginar que la estaba poniendo precio.

-Gracias -murmuró con la cabeza inclinada.

-¿Le molestaría si me siento un rato? -preguntó el señor Andrews sentándose en una de las sillas con respaldo de lona, antes de que nadie objetara algo.

-Como quiera -respondió Pedro, mientras se volvía hacia la cámara. Por encima del hombro agregó-: Ahora ponte el traje translúcido, Vanesa.

¡Qué atrevimiento! Era como si se hubiera dado cuenta de que el cliente la miraba con deseo, y hubiera elegido ese traje para provocarla. Echando fuego por los ojos, pero decidida, levantó la barbilla. Si Vanesa era capaz de hacerlo, también ella lo haría, pero le maldijo por tratarla tan mal. El traje confeccionado en chifón negro, con estrellitas de cuero negro que le cubría los pezones y un diminuto triángulo de piel que se suponía era la parte inferior, era francamente indecente. ¡Propio para el escenario de un cabaret! El rostro se le encendió al ver que los ojos del cliente la seguían camino al ciclorama.

-¡Un momento! Esa prenda no es de nuestra línea de producción y los compradores extranjeros se escandalizarían si metemos algo tan atrevido. Reconozco que lo lleva a la perfección, Vanesa, pero no lo incluiremos.

-Lo siento, ha sido un error -murmuró Pedro sin mirar a la chica-. Ponte el bikini de crochet, querida.

Sulfurada, Paula  volvió al rincón para cambiarse y pensó que Pedro había premeditado todo el asunto. Debía haber puesto el traje de chifón negro en el perchero mientras se tomaba el café y la había obligado a ponérselo para humillarla ante el cliente. ¿Qué tipo de juego se traía entre manos con Vanesa?  Para cuando llegó la hora de comer, los nervios de Paula estaban hechos trizas y no estaba segura de poder tolerar más sarcasmos. Le hubiera gustado poder comunicarse con su hermana para preguntarle qué había entre ella y Pedro. Seguro que existía alguna explicación lógica para el terrible comportamiento de él. ¡Sin embargo, faltaba lo peor!

Javier Andrews se puso de pie para acercarse a Paula cuando ella comenzó a alejarse tras la última foto de la mañana.

-Me gustaría invitarte a comer, querida -murmuró Andrews en un tono que permitió que Pedro le oyera y se quedara observando a Paula intrigado.

Ella se mordió el labio preguntándose cómo reaccionaría Vanesa ante la invitación. ¡No aceptaría, era algo más allá del deber!

-Lo siento, pero no puedo entretenerme mucho tiempo, todavía tenemos mucho trabajo pendiente -respondió, sonriendo con dulzura a pesar de que el hombre le ponía la carne de gallina.

-Puedes ir, Vanesa. Acompaña al señor Andrews -intercaló Pedro-. Quiero revelar el rollo de esta mañana, así que tómate el tiempo que quieras.

Se le encogió el corazón imaginando lo que podía seguir a la comida, estando con un hombre como Andrews.

-No puedo -protestó.

-Sí puedes -Pedro apretó los labios hasta que formaron una firme línea-. Y Javier, puedes usar mi ático durante unas horas -le entregó unas llaves a Javier y los ojos del hombre se iluminaron.

-Eres muy amable -comentó el sedicioso y humedeció los delgados labios con la lengua.

Paula pensó que le habían ganado la partida y no veía la forma de escaparse de la situación. Irritada y silenciosa fue a ponerse su ropa, pero Pedro la siguió y le impidió huir al colocar un brazo en posesión estratégica.

-Me alegro de que hayas aceptado comer con el cliente -murmuró.

-Eres tú quien ha aceptado -replicó-. ¡Sabes muy bien lo que ese tipo quiere comer: a mí!

-¿Y qué? -se encogió de hombros-. En este negocio las cosas son así y lo sabes.

¿No había enfatizado Pedro demasiado las últimas palabras? Ella no lo sabía, pero no podía admitirlo sin traicionar a Vanesa y poner en peligro la carrera de su hermana.

-Comprendo -aceptó resignada preparándose para luchar por su honra en el ático de Pedro.

Cuando salía por la puerta del estudio con Javier Andrews, que en vano trataba de tomarla del brazo, Pedro le guiñó el ojo.

-¡Que comas bien, Vanesa, te lo mereces! -exclamó.

El Engaño: Capítulo 7

Volvió la cabeza por encima del hombro y vió que Lucas estaba ocupado preparando las luces y reflectores alrededor del ciclorama, de modo que llevó el perchero hacia la esquina para que la ocultara parcialmente del resto de la habitación. En ese escondite, se quitó el pantalón de satén y la blusa de encaje. Cada traje de baño tenía prendido un número, así que descolgó el que tenía el número uno. Era de su talla... más bien de la de Vanesa, puesto que el cliente debía saber las medidas de su gemela cuando la contrató. Pero el traje tenía poca tela, sólo unas angostas copas de satén para los senos, unidas con una cadena dorada. La parte inferior era sólo un triángulo. Antes de perder el valor, se quitó el sujetador y se puso el del bikini. Tenía varillas en la parte inferior para hacer que resaltaran los senos y formaran una línea divisoria entre ellos; se alarmó al ver el resultado. Mientras se abrochaba los aros de las caderas, se dió cuenta que la parte inferior era indecente, incluso para ponérsela en su dormitorio a solas. El diseñador de esa prenda no podía haber previsto que nadie se bañara con eso. ¡Sin duda se disolvería al contacto con el agua! Había un espejo en una pared lateral y se inclinó hacia él para peinarse. A su espalda oyó que se abría la puerta del estudio y que una voz muy masculina decía:

-Hola, ¿Cómo van las cosas, Lucas?

Paula se petrificó, con el peine en el cabello. ¡Dios, no! Hubiera reconocido esa voz en cualquier sitio: era Pedro Alfonso. Seguro que él era el fotógrafo, y no Lucas McGuire. De pronto. Recordó que la semana anterior había visto a Lucas ayudar a Pedro, en Monarch. Pero sólo le había visto de espaldas. Vanesa debía saber quién iba a hacer las fotos. ¿Cómo podía haberla hecho esa mala jugada después de que le había contado que no le gustaban los tipos como Pedro? El nerviosismo le impidió abrocharse por la espalda el sujetador del bikini, y permaneció atónita mientras unas manos hábiles le quitaban los broches de la mano para afianzarlos. Luego las manos se deslizaron por sus hombros descubiertos hasta los brazos. Como no sabía de qué manera habría reaccionado Vanesa en esa situación, no dijo nada, aunque se le hizo difícil respirar cuando comenzó a acariciarle la espalda.

-Así está mejor -murmuró junto a su oído-. Me alegro de que se te haya pasado la etapa de «no me toques».

Seguro que se refería al primer encuentro que habían tenido en Monarch Magazines. La había confundido con Vanesa y eso, al menos, explicaba su actitud presuntuosa. Ella se encogió de hombros.

-Ya me conoces, soy tan cambiante como el viento -lo que era cierto si se tenía en cuenta la variabilidad de los estados de ánimo de su hermana.

Con gentileza, la volvió para mirarla de frente y Paula contuvo el aliento cuando sus ojos se toparon con los azules e intensos del fotógrafo. Nunca antes se había expuesto a una mirada tan perturbadora y directa y se sintió desnuda ante el escrutinio. ¿Estaría revelando el engaño ante la inspección? Era media cabeza más alto que ella, lo que dejaba al mismo nivel sus labios y los ojos de Paula, permitiéndole que tomara plena consciencia de la incitante carnosidad de aquella boca. Al esbozo de una sonrisa, el hombre inclinó la cabeza de una forma que pensó que iba a besarla. Hecho extraño, se le aceleró el pulso y se le arrebolaron las mejillas. ¡Dios santo! ¿Era posible que deseara que la besara?

-A trabajar, Vanesa-murmuró volviéndose justo cuando se sentía preparada para la caricia.

Una ola de desilusión la cubrió. Pedro la alarmaba e intrigaba, y pensó que debería estar contenta por haberse librado de su beso, aunque estuviera destinado a Vanesa y no a ella. Sin embargo, se sintió como una chiquilla a quien le hubieran prometido un agasajo y se lo hubieran negado en el último momento. Cuando salió del improvisado escondite, él estaba orientando la cámara. Cuando se acercó, sin olvidarse de mover las caderas de forma provocativa, tal como se lo había enseñado su hermana, Pedro levantó la cabeza. Lucas lanzó un tenue silbido, pero Pedro permaneció impasible volviendo su atención de nuevo a la cámara. Él volvió a levantar la cabeza sólo para decirle que se dirigiera al trasfondo, donde Lucas había colocado un grupo de árboles de plástico y una hamaca entre dos de ellos. La red estaba suspendida de dos tubos de acero, pero los árboles los ocultaban. Paula se sentó en la hamaca y ésta comenzó a mecerse de un modo alarmante.

-Pon un pie en el suelo para que no se mueva tanto -aconsejó Pedro.

Ella obedeció. Estaba incómoda en esa postura, pero pensaba que sería la adecuada para la foto.

-Muy bien, echa la cabeza hacia atrás y abre bien los ojos -le indicó-. Flirtea conmigo, Vanesa, invítame a tu cama con los ojos.

¿Era indispensable que lo dijera de esa manera?, se preguntó irritada, pero recordó que Vanesa le había aconsejado que no perdiera la calma. Abrió bien los ojos, agitó las pestañas y arqueó el cuello hacia atrás.

-Si tu postura es sensual, entonces yo soy Robert Redford -gruñó-. ¡Por Dios, mujer, relájate! Estás más tiesa que un palo.

Paula creía que estaba relajada, pero se esforzó por aflojar más las extremidades. Los músculos de la espalda empezaron a protestar por la torpe postura y se movió un poco para disminuir la tensión.

-¿No puedes estarte quieta? -gritó Pedro-. No estamos filmando un película.

-Lo sé -replicó y viendo que levantaba las cejas, agregó-: Lo siento. ¿Está mejor así?

-Un poco. Ahora, levanta la pierna y permite que se balancee al aire. Sé que la hamaca se mueve, pero es mi problema. Levanta la pierna. Más alto. Ahora despéinate con la mano libre.

Paula se sentía como un títere. Al principio, intentaba seguir las instrucciones, pero al final, estaba tan confusa que movía una pierna cuando le pedía un brazo y terminó hecha un nudo.

-Lo siento -murmuró decaída al oír que Pedro mascullaba.

-Con razón -tronó-. He visto mujeres inútiles, pero tú te llevas la palma.

El Engaño: Capítulo 6

"Asegurate de mantenerte serena. A las modelos se las ve pero no se las oye".

El último consejo de Vanesa seguía haciendo eco en los oídos de Paula, mientras se preparaba para ir al estudio de fotografía. Su único consuelo era la alegría que su hermana había mostrado en vísperas de sus cortas vacaciones.

Habían trabajado todo el fin de semana para que Paula se convirtiera en algo cercano a una modelo y, aunque Vanesa había jurado que la transformación era completa, Paula seguía sintiéndose insegura. Sin embargo, la impulsaban marcas de cansancio que había en la cara de Vanesa y su decaimiento de los últimos días.

-¿Estás segura de que no te importa hacerlo? -le había preguntado varias veces, la noche que se despidieron.

-Por supuesto. ¡Vete a descansar! Yo me encargaré de todo .

-¿Cuántas veces había dicho lo mismo desde que eran niñas?, se preguntó Paula mientras se daba los últimos toques de maquillaje.

Le pesaban el delineador de ojos y las diferentes sombras porque no estaba acostumbrada a tanto artificio. Pero Vanesa le había asegurado que tenía que presentarse maquillada como una profesional.

-¡Maldición! --exclamó cuando le cayó una gota de rímel en la mejilla.

Las manos le temblaban y se esforzó por controlarlas para limpiarse la mancha antes del retoque final. «¿Estás lista, señorita 0... señorita Chaves?», se preguntó y se obligó a sonreír a su imagen en el espejo. ¡No es posible!, se dijo desviando la mirada. Mientras recogía sus cosas, recordó lo que el fotógrafo de Monarch había dicho a la modelo: finge. Eso mismo haría ella: fingir seguridad, a pesar de que se estremeció por dentro. No fue difícil llegar a la dirección que Trina le había dado. Era en Milson Point, en un elegante edificio que antes había sido un inmueble de apartamentos de lujo. Por lo visto, se había convertido en un edificio para agencias publicitarias, estudios de arte y productores de películas. Un letrero pintado a mano le indicó el camino al «Estudio de Fotografía». Notó que acaban de instalar el estudio porque todavía no estaba el nombre en el directorio de los inquilinos. El corazón le golpeteaba en el pecho mientras subía la escalera siguiendo los letreros escritos a mano. El último estaba en una puerta morada y Paula respiró profundamente para calmarse. Finge, se recordó y trató de aparentar la despreocupación de Vanesa. Lo logró sólo en parte imaginándose que se estaba preparando para otra difícil entrevista con un político hostil o alguno de los muchos hombres maduros de negocios que había entrevistado. Cualquier cosa era mejor que esa terrible sensación que tenía de que se acercaba al borde de un abismo. Cuando estaba a punto de dar media vuelta y marcharse, se abrió la puerta.

-Hola -murmuró, ronca, al ver a un hombre joven y sonriente, de poco más de treinta años, vestido informal: pantalón vaquero ceñido y camisa de cuadros.

-Hola de nuevo -respondió mirándola. Paula llevaba un pantalón de satén color blanco y blusa de encaje crema, atuendo de Vanesa-. No te acuerdas de mí, ¿Verdad? Soy Lucas McGuire.

-Por supuesto que sí -mintió y le ofreció la mano-. Me alegro de volver a verte. Lucas. ¿Te ibas? Puedo volver más tarde.

-No tenemos leche para el café -explica... e iba a comprarla. Pero ya que estás aquí, más vale que empecemos. Dicen que el tiempo es dinero. Entra.

El joven era tan alegre y natural que Paula se tranquilizó porque, después de todo, la sesión podía no ser tan difícil. El estudio era enorme y abarcaba casi todo el piso del edificio. .Unos ventanales del suelo al techo, ofrecían una maravillosa vista del centro de la ciudad, donde se erguía la Torre Central como un hongo de acero, rodeado de un grupo de rascacielos. Los ventanales estaban flanqueados con pesadas cortinas negras, según supuso Paula, que se accionaban por medio de un mecanismo eléctrico para que el fotógrafo pudiera controlar la luz. A su derecha había un ciclorama pesado y blanco, suspendido de un tubo asegurado en el techo y detrás, unos inmensos rollos de papel de diferentes colores, para usarlos como fondo. En frente estaba el usual despliegue de cámaras y reflectores que ella conocía de cuando había trabajado con fotógrafos. El pulso se le fue normalizando porque se sentía a gusto.

-Tienen un sitio muy agradable para trabajar --comentó imitando la voz e inflexión de Vanesa.

-Gracias. Llevamos aquí sólo unas semanas, pero ya estamos casi instalados. ¿Quieres café?

-No, gracias... prefiero... empezar a trabajar -para terminar lo antes posible, se dijo en silencio.

-Pero... bueno, puedes ponerte el primer traje. Están en aquel rincón - señaló hacia un perchero en donde había trajes de baño cubiertos con un plástico.

-¿Dónde me cambio? -preguntó buscando con la vista señales de otra habitación.

-Vas a tener que hacerlo aquí mismo --sonrió-. Todavía no han instalado los vestidores. Sé que es desagradable dejar todo en el suelo, pero será diferente la próxima vez que vengas, te lo prometo.

Paula dedujo que había interpretado que lo que la preocupaba era no tener dónde colgar la ropa que llevaba puesta. Lucas no podía imaginarse que su angustia se debía a que tenía que cambiarse delante de él, pero no era típico de una modelo profesional. Sabía que las modelos estaban acostumbradas a eso porque las había visto desnudarse en habitaciones llenas de gente. Pero en esas ocasiones no había sido el cuerpo de Paula el que se exhibía en público. Se dió ánimos mientras se dirigía hacia el rincón.

El Engaño: Capítulo 5

-Está bien, lo haré -aceptó aunque sabía que Vanesa la manipulaba y se preguntaba cuántas veces más tendría que pagarle a su hermana por haberle salvado la vida.

-No te arrepentirás de tu decisión --declaró Vanesa de nuevo entusiasmada-. Es un trabajo muy lucrativo -mencionó la cantidad que le iban a pagar y Paula se atragantó con el café.

-¿Pagan tanto?

-No siempre, pero esta sesión es especial.

-¿No será una foto para otra página central? -preguntó recelosa. -¿Te haría yo algo parecido? No, es una nueva colección de trajes de baño australianos para un catálogo extranjero. -¿Trajes de baño? No sé nada de ese asunto.

-Lo harás muy bien. Estás estupenda en bikini, al menos, también como yo - agregó Vanesa sin modestia-. Enfócalo de esta manera: Vas a llevar algo puesto y todos van a pensar que eres yo, de modo que tu reputación va a permanecer intacta.

Dicho de esa manera, a Paula le pareció que sería ingrata si lo rechazaba.

-Está bien, si estás segura de que nadie se dará cuenta del cambio.

-Por supuesto. Considéralo como una compensación por todos los problemas que te he causado con mi pose desnuda. En esta ocasión les llevarás la ventaja en su propio juego.

Vanesa hablaba como si el asunto fuera muy sencillo, pero la perspectiva de desfilar ante una cámara la llenó de pavor. Recordó la arrogancia con que el fotógrafo había tratado a las modelos en Monarch Magazines esa tarde, y se estremeció. Si alguien la trataba igual, caería en la tentación de responder de la misma manera y dudaba de que a un hombre como Pietro... no, se llamaba Pero Alfonso, le gustara tomar una dosis de su propia medicina.

-¿En dónde se van a hacer las fotos? -preguntó.

-La mayoría en un nuevo estudio al norte de Sydney; te daré los detalles este fin de semana. Luego, se harán algunas tomas al aire libre, quizá en la playa Bondi.

-No estoy segura de poder hacerlo -cuando oyó que el trabajo se iba a hacer en una playa pública sus dudas reaparecieron.

-Tranquila -Vanesa le apretó la mano-. Cuando hayas probado la fama y veas que la gente estira el cuello para reconocerte, no querrás volver a ser Paula Chaves, la reportera. Por cierto, eso me recuerda que deberás acostumbrarte a que te llamen señorita Chaves.

-Siempre se me olvida que fuiste la «O» en tu nombre profesional - comentó Paula-. Tengo poco tiempo para acostumbrarme a muchas cosas.

-Ya te he dicho que te voy a entrenar, así que deja de preocuparte.

Pero Paula se preocupaba. Para Vanesa era fácil darle poca importancia al asunto, pero fingir ser otra persona no era nada sencillo. Si no le debiera la vida a su hermana ni siquiera habría tenido en cuenta la sugerencia. Pero ya la había aceptado y el corazón le golpeaba violentamente el pecho con sólo pensarlo. Sin embargo, la firme confianza en Vanesa le daba valor. Cuadró los hombros con determinación y esbozó una nerviosa sonrisa.

-De acuerdo, ¿Con qué empezamos?

jueves, 13 de septiembre de 2018

El Engaño: Capítulo 4

-¿Qué has traído? -preguntó Paula al sentir el peso.

-Todos los ingredientes para preparar sukiyaki -explicó Vanesa.

-Te estás volviendo extravagante, ¿ A qué se debe?

-La gente que está en paro suele descuidarse y no quiero que te suceda a tí - respondió muy seria.

-Llevo sólo una semana sin trabajo y ya he tenido tres entrevistas - protestó Paula.

-¿Cómo te ha ido hoy? -preguntó la modelo con las cejas alzadas y su hermana hizo una mueca.

-Una repetición de las dos primeras. El señor Monarch es un cínico que no se ha creído que fuera mi hermana gemela la que posó para la foto.

-¿Creía que eras tú? -al ver que Paula asentía, Vanesa agregó enfadada-: No es justo. ¿No crees que eso es discriminar? ¿No puedes denunciarle?

-No quiero tomarme esa molestia con él -Paula sintió que la envolvía una ola de cansancio-. De hecho, no me hubiera gustado trabajar para él. No te preocupes, hay muchos trabajos.

-Seguro, pero, ¿Qué harás para pagar el alquiler mientras encuentras uno?

-Ya me las arreglaré -declaró ante el recordatorio-. Ojalá no me hubiera dado unas vacaciones tan caras.

-No sabías lo que iba a pasar. Pero, al menos, las tres semanas en Fiji te han dejado un bronceado estupendo.

Vanesa entró en la cocina y comenzó a sacar los ingredientes para elsukiyaki mientras Paula sacaba la sartén oriental. Entre las dos la prepararon y, de pronto, Paula rompió el silencio con una risita.

-¿Qué es tan divertido? -preguntó su hermana.

-Me estoy acordando... Esta tarde, cuando he salido de Monarch Magazines uno de sus fotógrafos me quería traer en su coche.

-¿Le conozco? -Vanesa no se sorprendió con la noticia.

-¿Quieres decir que son todos iguales?

-No, pero he conocido bastantes. ¿Cómo se llama?

-No sé... algo como Pietro-Paula no podía recordar el nombre-. Conduce un deportivo.

-No me das mucha información. ¿Puedes describirle? -preguntó Valentina tras una larga pausa.

Paula se sorprendió de poder recordar cada rasgo de su atractivo rostro, incluso el cabello color azabache y las tupidas patillas. Si se lo decía a Vanesa, su hermana intentaría fomentar la relación, así que guardó silencio.

-No tiene la menor importancia.

-¿No vas a volver a verle? -preguntó Vanesa desilusionada.

-¡No, si puedo evitarlo! -exclamó estremeciéndose con la idea-. Ha sido un grosero y un presuntuoso pensando que me iba a subir a su coche sin apenas conocerle.

-Parece todo un hombre.

-Quizá lo sea, pero prefiero que los hombres me traten como una persona y no como un objeto sexual.

-Tranquila, mujer, sólo preguntaba. -Valentina levantó los brazos fingiendo capitulación.

-No quería irritarme tanto -Paula se sintió muy tonta, sólo pensar en el hombre la perturbaba, a pesar de que el encuentro había sido casual. ¿Por qué estaba tan a la defensiva?

Por fortuna, Vanesa no tuvo inconveniente en cambiar de tema y se comieron el sukiyaki hablando de una película que habían visto las dos hacía poco. Para cuando iban a tomar el café, Danni se dio cuenta de que no había parado de hablar.

-¿Tienes algún problema, Vane? -preguntó al llevar la cafetera y las tazas a la sala. Vanesa bajó la vista hacia la mesa y Paula le notó el rubor en las mejillas-. ¿De qué se trata? -preguntó al presagiar que algo no marchaba bien.

-No es importante -insistió la modelo.

Paula estuvo tentada de aceptar su aseveración, pero conocía a su hermana tan bien como se conocía a sí misma. Algo la tenía molesta y sólo era cuestión de tiempo que lo compartiera con su gemela. Cualquiera que fuera el problema, seguro que era el motivo de su visita.

-Anda, dime de qué se trata -repitió.

-No me encuentro muy bien -comenzó Vanesa, al parecer, de mala gana.

-Tu aspecto es inmejorable -comentó Paula con el corazón encogido porque sabía que sus palabras no iban a ayudarla.

-Lo sé y no tengo nada específico -suspiró-. Creo que trabajo demasiado. Debería irme unos días a un sitio tranquilo.

-Hazlo -sugirió Paula-. ¿Te lo impide algo?

-Me temo que sí. He firmado un contrato para una sesión larguísima, para la semana que viene.

-¿No puedes cancelarlo?

-Ojalá pudiera, pero es un cliente importante -movió la cabeza-. Si cancelo con tan poco tiempo de anticipación, la agencia podría borrarme de su lista y me sería imposible conseguir otro agente si se extiende la noticia de que no cumplo.

Paula comprendió el dilema de su hermana, pero no tenía la solución.

-Pues tendrás que cumplir antes de irte de vacaciones.

-Ya lo sé, he llegado a la misma conclusión -los grandes y expresivos ojos de Vanesa se llenaron de lágrimas.

-Lástima que yo no sea modelo, podría reemplazarte -bromeó Paula intentando aligerar el ambiente sin imaginar la entusiasta respuesta de Vanesa.

-Ay, Pau, ¿Lo harías? Sería la solución perfecta. Te quedarías con el pago, lo que te ayudaría a mantenerte hasta que encuentres trabajo y yo podría tomarme el descanso que tanto necesito.

-¡Espera un minuto! -Paula dejó la taza de café en la mesa y entrelazó las manos-. Lo he dicho en broma. No sé posar y haría el ridículo; además, también podría estropearte la carrera.

 -No es cierto. Tienes talento innato y te enseñaría los detalles. ¿No dices que todos piensan que eres yo? ¿Quién sabría distinguirnos?

-Yo -declaró Paula. ¿Cómo podía Vanesa sugerir tal cosa? Cierto, a veces, de niñas, habían cambiado de identidad, pero había sido en situaciones de juego que no dañaban a nadie. Ese asunto era diferente-. No puedo hacerlo - repitió.

-Supongo que es pedirte demasiado Vanesa inclinó la cabeza-. Pues nada, tendré que hacerlo y esperar que los dolores que tengo en el pecho no empeoren.

-¿Qué dolores? -preguntó, alarmada por el tono de derrota de su hermana. -No te preocupes. Debe de ser una reaparición del antiguo problema. Olvídalo.

-¿Has ido a ver al médico?

Sí, dice que hay un virus en el ambiente. No es problema para los demás,
pero con mis pulmones... -se calló.


Paula estaba atrapada. ¿Cómo podría permitir que Vanesa cumpliera con un contrato que podría dañarle la salud cuando ella era la responsable de la fibrosis pulmonar de su gemela? No habría ocurrido nada si no hubiesen salido en velero cuando cumplieron dieciséis años. Pero lo hicieron y una fuerte ola lanzó a Paula al mar, donde se sumergió como una piedra. A pesar de estar acatarrada, Vanesa se echó al agua para ayudarla, la llevó a la playa y le salvó la vida. Ella no sufrió más que un golpe en la cabeza, pero el catarro de Vanesa se convirtió en pulmonía. Tardó meses de tratamiento y descanso en reponerse y quedó con los pulmones delicados, de modo que era propensa a pescar cualquier infección respiratoria. Recordó que todo había sido por su culpa y accedió a pagar la deuda.