—Paula, escucha...
—¿Qué tal el viaje desde Dallas? —ella preguntó a Camila interrumpiéndolo. Seguía sin mirarlo.
—Cansado —contestó Camila.
Paula sonrió, pero era una sonrisa falsa que no hizo desaparecer las sombras de sus ojos.
—¿Estaban retomando su amistad? —preguntó finalmente.
—Solo estábamos poniéndonos al día —dijo Pedro, pero sabía que aquello no era suficiente.
—Hemos estado hablando del pasado —dijo Camila. —¿Hay algo que quieran decirme? —preguntó Paula intentando aparentar despreocupación.
Pedro tenía algo muy importante que decirle, pero no era ni el momento ni el sitio. Tenía que hacerlo bien, pues tenía una segunda oportunidad en la vida y no podía. Deseaba tranquilizarla, pero debía esperar a que estuviesen solos para hacerlo como él quería. En cuanto terminase el rodeo tendría una conversación larga y seria con Paula Chaves. Habría vino, flores y cena en un restaurante caro. También habría apasionados besos. Ahora tenía que poner en marcha el rodeo.
—Tengo que ir al ruedo a asegurarme de que todo está listo —dijo—. Los veré más tarde.
Paula casi pudo oír cómo se le rompía el corazón cuando Pedro se alejó. Se sintió como si fuese la persona más idiota del planeta. Ver a su hermana en los brazos de Pedro le dolía tanto que se le cortaba la respiración. Estaban juntos de nuevo. Camila puso los brazos en jarras.
—¿Lo sabe? —le preguntó.
—¿Qué?
—Que estás enamorada de él.
—No —contestó dándose cuenta de que habían arrinconado sus sentimientos. Miró a su hermana exasperada—. No estoy enamorada de Pedro.
—Por la forma en que lo miras yo diría lo contrario. En las fotos de Diego y mías, yo lo miraba igual.
—Pero Diego te quería —dijo Paula intentando apartar la conversación de ella.
—Sí.
El forzado tono que había en la voz de Camila hizo que Paula se fijase en la extraña expresión de su cara.
—Diego te amaba, ¿No?
Camila agitó la cabeza como si quisiese librarse de unas imágenes no deseadas.
—Claro que me quería. Pero estamos hablando de Pedro y de tí. Si todavía estás enamorada de él, tienes que decírselo.
—No. Ya lo hice una vez.
—Eso fue hace diez años. Me apostaría el rancho a que sus sentimientos han cambiado.
—No te puedes apostar el rancho, es mío —le recordó Paula—. Además, no creo que sus sentimientos hayan cambiado.
«Aún te ama» se dijo.
—¿No estarás molesta porque me ha besado? —le preguntó Camila—. Era para enterrar el hacha de guerra.
—Me da igual lo que hagan Pedro y tú.
Camila movió la cabeza.
—Creo que Pedro está enamorado de tí.
—Y yo creo que estás loca.
—¿No sería mejor que lo comprobases?
Paula estaba segura. Ella amaba a Pedro, y él amaba a su hermana.
—Ama sinceramente. Puede que sufras, pero es la única forma de vivir una vida completa. La vida es demasiado corta para dejar escapar las oportunidades —dijo Camila—. Y no solo eso; los grandes amores y los grandes acontecimientos acarrean grandes riesgos, y tú estás al borde de ambos —añadió, entrando al cuarto de baño—. Voy a arreglarme un poco antes de ir al rodeo.
Paula agitó la cabeza cuando estuvo sola. Era propio de Camila pasar del romanticismo al cuidado del cuerpo sin más. Ella respetaba a su hermana, pero de ninguna manera le iba a decir a Pedro lo que sentía. Por un momento, la furia se apoderó de ella. Camila lo había dejado por otro, le había entregado su corazón a otro hombre y se había marchado. Un feroz deseo de luchar por el hombre a quien amaba le inflamó el corazón. Pero inmediatamente recordó que la última vez que hizo eso, su única recompensa había sido humillación y dolor en el corazón. Ya era hora de aprender de sus errores. Después de ver a su hermana en brazos de Pedro, nada la convencería de volver a entregarle su alma. Diez años atrás Camila era lo único que él quería. «Y yo sigo siendo demasiado poco», se dijo Paula.
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