—No estoy preparada para volver a pensar en el matrimonio —y dudaba de que alguna vez lo estuviera.
—¿No me dirás que aún albergas esperanzas de que Pedro siga vivo?
Las palabras de Fernando hicieron que se enfrentara al dolor que con tanto cuidado había tratado de esquivar. Sintió un gran cansancio y una añoranza solitaria. De repente deseó estar en casa, sola en el dormitorio que otrora había compartido con Pedro. La inundó el dolor familiar de la pérdida.Retiró los dedos del brazo de Fernando y cruzó las manos en tomo a su cintura.
—Este no es el momento propicio para esta discusión —manifestó con voz aguda.
Fernando le tomó el brazo y musitó:
—Paula, durante los últimos nueve meses, desde que recibiste confirmación de la muerte de Fernando, nunca quieres hablar de él.
Se encogió para sus adentros ante el recordatorio de aquel día terrible.
—Sé que hiciste todo lo que estuvo a tu alcance para encontrarlo, Pau, que jamás dejaste de esperar que estuviera vivo. Pero no lo está. Está muerto, y probablemente lleve muerto cuatro años... a pesar de tus esfuerzos por negarlo. Debes aceptarlo.
—Sé que está... —la voz se le quebró— muerto.
El frío la penetró. Vencida, encorvó los hombros y el satén del vestido verde mar, el color de los ojos de Pedro, siguió el movimiento. Tembló a pesar de la calidez de la noche estival. Era la primera vez que reconocía la muerte de su marido en voz alta.Se había negado a perder la esperanza durante tanto tiempo. Había rezado. En lo más hondo de su corazón, en ese lugar sagrado que únicamente Pedro había alcanzado jamás, había mantenido la llama viva. Incluso se había llegado a convencer de que si él hubiera muerto, una parte de su alma se hubiera marchitado. Por lo que durante todos esos meses, esos años, se había negado a extinguir ese último destello de esperanza. Ni siquiera cuando sus padres y sus amigos le decían que se enfrentara a la realidad, que Pedro no iba a volver.Fernando habló, interrumpiendo sus pensamientos.
—Bueno, aceptar su muerte es un gran paso adelante.
—Fernando...
—Escucha, sé que han sido momentos muy duros para tí. Esos primeros días de silencio —movió la cabeza—. Y luego descubrir que se había ido a Bagdad con otra mujer...
—Puede que me equivocara acerca de que Pedro aún siguiera con vida —interrumpió de forma acalorada—, pero no estaba teniendo una aventura con Candela Freeman... y no me importa lo que digan los investigadores —no iba a tolerar que mancillaran su recuerdo de Pedro—. No es verdad. Sus mentes están mejor en alguna alcantarilla de Bagdad.
—Pero tu padre...
—No me importa lo que piense mi padre, me niego rotundamente a creerlo. Además, los dos sabemos que a papá nunca le cayó muy bien Pedro. Déjalo estar —titubeó—. Pedro y Candela eran colegas de trabajo.
—¿Colegas? —repitió lleno de reticencia.
—De acuerdo, salieron unas pocas veces. Pero se había terminado antes de que Pedro me conociera —cuánto odiaba el modo en que los rumores manchaban el amor que habían compartido.
—Puede que eso fuera lo que Pedro quisiera que creyeras, pero los investigadores encontraron pruebas de que habían vivido juntos más de un año en Londres antes de conocerte... diablos, eso es más tiempo que el que estuvo casado contigo, Pau. ¿Por qué nunca lo mencionó? Tu marido murió en un accidente de coche con esa mujer en el desierto iraquí. ¡Deja de engañarte!
Un rápido vistazo alrededor reveló que no había nadie cerca que pudiera captar la conversación. Acercándose aún más, habló en voz baja:
—No vivían juntos... Pedro me lo habría contado. La relación fue breve, solo mantenían contacto debido al trabajo. Pedro era un experto en antigüedades, Candela era arqueóloga. Por supuesto que sus caminos se cruzaban.
—Pero nunca lo sabrás con certeza. Porque Pedro ni siquiera te contó que se iba a Irak.
Incapaz de contradecir la lógica de Fernando, irguió los hombros.
—No pienso conducir una investigación postmortem de esto.
Su marido estaba muerto. Ya era bastante trágico que su arraigada convicción de que había estado en alguna parte sufriendo... tal vez con amnesia... esperando que lo encontraran... hubiera estado equivocada.Aunque todo el mundo siempre había creído que estaba loca por esperar que todavía siguiera con vida ante las pruebas abrumadoras que indicaban lo contrario. Habían encontrado en el desierto el calcinado vehículo alquilado, y lugareños próximos habían confirmado haber enterrado los restos de un hombre y una mujer en una fosa común.A pesar de la certeza de los investigadores de que Pedro había fallecido en el desierto, Paula había querido pruebas de que realmente había sido él y no otro hombre. Ni siquiera el hecho de que nadie hubiera tenido noticias de él desde su desaparición o de que sus cuentas bancarias permanecieran inmóviles pudo apagar la esperanza que anidaba en ella.Pero nueve meses atrás, después de años de mantener viva la llama, había recibido la prueba que había temido.La alianza nupcial de Pedro. Robada de uno de los cadáveres por uno de los miembros del equipo que había excavado la fosa común y que luego terminó en un puesto de empeño en el mercado de un pueblo. Pedro jamás se la habría quitado. Nunca. Entonces no le quedó más opción que enfrentarse a la realidad: su marido había muerto en el accidente del desierto. No iba a regresar.Su amado esposo estaba muerto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario