jueves, 4 de enero de 2018

Eres Mía: Capítulo 2

El  amor  de  su  vida...  e  imposible  de  reemplazar.  El  dolor  había creado  un  agujero  negro en su vida que la había vaciado de todo júbilo. ¡Cuánto lo echaba de menos!Frenó esa línea de pensamiento que siempre conducía al dolor y al remordimiento y se concentró en Fernando.

—No  estoy  preparada  para  volver  a  pensar  en  el  matrimonio —y  dudaba  de  que  alguna vez lo estuviera.

—¿No me dirás que aún albergas esperanzas de que Pedro siga vivo?

Las  palabras  de  Fernando hicieron  que  se  enfrentara  al  dolor  que  con  tanto  cuidado  había  tratado  de  esquivar.  Sintió  un  gran  cansancio  y  una  añoranza  solitaria.  De  repente deseó  estar  en  casa,  sola  en  el  dormitorio  que  otrora  había  compartido  con  Pedro. La inundó el dolor familiar de la pérdida.Retiró los dedos del brazo de Fernando y cruzó las manos en tomo a su cintura.

—Este no es el momento propicio para esta discusión —manifestó con voz aguda.

Fernando le tomó el brazo y musitó:

—Paula,  durante  los  últimos  nueve  meses,  desde  que  recibiste  confirmación  de  la  muerte de Fernando, nunca quieres hablar de él.

Se encogió para sus adentros ante el recordatorio de aquel día terrible.

—Sé que hiciste todo lo que estuvo a tu alcance para encontrarlo, Pau, que jamás dejaste de esperar que estuviera vivo. Pero no lo está. Está muerto, y probablemente lleve muerto cuatro años... a pesar de tus esfuerzos por negarlo. Debes aceptarlo.

—Sé que está... —la voz se le quebró— muerto.

El frío la penetró. Vencida, encorvó los hombros y el satén del vestido verde mar, el color  de  los  ojos  de  Pedro,  siguió  el  movimiento.  Tembló  a  pesar  de  la  calidez  de  la  noche estival. Era la primera vez que reconocía la muerte de su marido en voz alta.Se  había  negado  a  perder  la  esperanza  durante  tanto  tiempo.  Había  rezado.  En  lo  más   hondo   de su corazón,   en  ese lugar sagrado que  únicamente Pedro había  alcanzado  jamás,  había  mantenido  la  llama  viva.  Incluso  se  había  llegado  a  convencer  de  que  si  él  hubiera  muerto,  una  parte  de  su  alma  se  hubiera  marchitado.  Por  lo  que  durante todos esos meses, esos años, se había negado a extinguir ese último destello de esperanza. Ni siquiera cuando sus padres y sus amigos le decían que se enfrentara a la realidad, que Pedro no iba a volver.Fernando habló, interrumpiendo sus pensamientos.

—Bueno, aceptar su muerte es un gran paso adelante.

—Fernando...

—Escucha,  sé  que  han  sido  momentos  muy  duros  para  tí.  Esos  primeros  días  de  silencio —movió  la  cabeza—.  Y  luego  descubrir  que  se  había  ido  a  Bagdad  con  otra  mujer...

—Puede que me equivocara  acerca de que  Pedro aún  siguiera  con  vida   —interrumpió  de  forma  acalorada—,  pero  no  estaba  teniendo  una  aventura  con  Candela Freeman...  y  no  me  importa  lo  que  digan  los  investigadores  —no  iba  a  tolerar  que  mancillaran su recuerdo de Pedro—. No es verdad. Sus mentes están mejor en alguna alcantarilla de Bagdad.

—Pero tu padre...

—No  me  importa  lo  que  piense  mi  padre,  me  niego  rotundamente  a  creerlo. Además,  los  dos  sabemos  que  a  papá  nunca  le  cayó  muy  bien  Pedro.  Déjalo  estar  —titubeó—. Pedro y Candela eran colegas de trabajo.

—¿Colegas? —repitió lleno de reticencia.

—De  acuerdo,  salieron  unas  pocas  veces.  Pero  se  había  terminado  antes  de  que  Pedro me conociera —cuánto odiaba el modo en que los rumores manchaban el amor que habían compartido.

—Puede que eso fuera lo que Pedro quisiera que creyeras, pero los investigadores encontraron pruebas de que habían vivido juntos más de un año en Londres antes de conocerte...  diablos,  eso  es  más  tiempo  que  el  que  estuvo  casado  contigo,  Pau.  ¿Por  qué nunca lo mencionó? Tu marido murió en un accidente de coche con esa mujer en el desierto iraquí. ¡Deja de engañarte!

Un rápido  vistazo  alrededor  reveló  que  no  había  nadie  cerca  que  pudiera  captar  la  conversación. Acercándose aún más, habló en voz baja:

—No  vivían  juntos...  Pedro me  lo  habría  contado.  La relación  fue  breve,  solo  mantenían  contacto  debido  al  trabajo.  Pedro era  un  experto  en  antigüedades,  Candela era arqueóloga. Por supuesto que sus caminos se cruzaban.

—Pero nunca lo sabrás con certeza. Porque Pedro ni siquiera te contó que se iba a Irak.

Incapaz de contradecir la lógica de Fernando, irguió los hombros.

—No pienso conducir una investigación postmortem de esto.

Su  marido  estaba  muerto.  Ya  era  bastante  trágico  que  su  arraigada  convicción  de  que había estado en alguna parte sufriendo... tal vez con amnesia... esperando que lo encontraran... hubiera estado equivocada.Aunque  todo  el  mundo  siempre  había  creído  que  estaba  loca  por  esperar  que  todavía  siguiera  con  vida  ante  las  pruebas  abrumadoras  que  indicaban  lo  contrario.  Habían encontrado en el desierto el calcinado vehículo alquilado, y lugareños próximos habían confirmado haber enterrado los restos de un hombre y una mujer en una fosa común.A pesar de  la  certeza  de  los  investigadores  de  que  Pedro había  fallecido  en  el  desierto, Paula había querido pruebas de que realmente había sido él y no otro hombre. Ni siquiera el hecho de que nadie hubiera tenido noticias de él desde su desaparición o de que sus cuentas bancarias permanecieran inmóviles pudo apagar la esperanza que anidaba en ella.Pero nueve meses atrás, después de años de mantener viva la llama, había recibido la prueba que había temido.La  alianza  nupcial  de  Pedro.  Robada  de  uno  de  los  cadáveres  por  uno  de  los  miembros  del  equipo  que  había  excavado  la  fosa  común  y  que  luego  terminó  en  un  puesto de empeño en el mercado de un pueblo. Pedro jamás  se  la  habría  quitado.  Nunca.  Entonces  no  le  quedó  más  opción  que  enfrentarse a la realidad: su marido había muerto en el accidente del desierto. No iba a regresar.Su amado esposo estaba muerto.

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