jueves, 11 de enero de 2018

Eres Mía: Capítulo 9

—Parece que empiezo a causar una especie de revuelo... he de irme. Lo último que deseo  es  provocar  un  incidente.  Esta  es  la  noche  de  Paula...  debería  ser  un  gran  éxito,  no un altercado.

Ella asintió y suspiró con tono de conspiración:

—Hay  dos  periodistas  al  otro  lado  de  la  columna...  los  distraeré.  Puede  ser  muy  difícil escapar del civismo. Pero, créeme, Paula y tú siempre han  tenido algo especial. Sean cuales fueren los problemas, estoy segura de que podrán  superarlos.

Al  marcharse, deseó compartir la  seguridad  de  Alejandra...  y  se  preguntó  si  al  fin  se  había dado cuenta de que había llamado Paula a su hija. Desde luego,  su  valentía  fue  efímera.  En  cuanto  él  se  marchó,  Paula quiso  saber  adonde había ido... cuándo volvería a verlo.Pero  el  deber  la  llamaba.  De  modo  que  charló,  rio  y  dijo  todas  las  cosas  correctas,  negándose  a  revelar  lo  sacudida  que  se  había  visto  por  el  desconocido  peligroso  y  de  mirada dura con el que había estado en su despacho.Una  hora  más  tarde,  su  padre  la  encontró,  exhibiendo  esa  expresión  que  para  sus  adentros   ella   llamaba   de   bulldog,   lo   que   hizo   que la tensión   que   sentía   se   incrementara.  Se  dijo  que  daría  cualquier  cosa  por  poder  irse  a  casa  y  meterse  en  la  cama  que  una  vez  había  compartido  con  el  antiguo  Pedro.  Tomó  una  copa  de  agua  mineral con gas de la bandeja de un camarero que pasó a su lado.

—Ese canalla ha  tenido  el  descaro de  aparecer  aquí  después  de  haberte   abandonado.

—Shh, papá, no montemos una escena.

Miguel controló su voz.

—La velada se ha terminado... la gente comienza a marcharse.

Paula miró alrededor. Aún había muchos asistentes.

—Entonces,  ¿También  nosotros podemos irnos?  —intentó mantener  la  voz  ligera  mientras enlazaba el brazo de su padre.

En el vestíbulo de abajo, el portero vió que iban hacia allí y por el micrófono interior llamó  a  su  chofer,  Samuel,  para  que  llevara  el  coche  mientras  la  encargada  de  guardarropía retiraba su chal. Paula le dió las gracias con una sonrisa.

—¿Ha dicho dónde ha estado? —preguntó su padre mientras salían por las puertas de cristal.

Movió la cabeza.

—No quiso hablar. Está enfadado por lo del bebé.

—¿Le hablaste del bebé?

—No hizo falta   —eligió sus  palabras  con  cuidado—.   Adivinó que  estaba  embarazada.—E imagino que no está nada complacido. ¿Qué esperabas?

Su padre había intentado  convencerla  de no  tener  el  bebé,  pero  ella  ya  había  tomado la decisión.

—Te  dije  que  era  una  decisión  precipitada,  que  no  deberías  hacerlo.  Pero  no  quisiste escuchar. Ahora resulta que es posible que tu terquedad salve la situación.

—Papá...

«Por favor, por favor, no permitas que diga que Pedro no debería haber vuelto».  No  podría soportarlo.  A pesar del  enfrentamiento,  la  euforia  de  que  siguiera  vivo vibraba bajo todo el dolor.

—No deberías haberte casado con él —decía ya su padre—. Fue un error. Deberías haberte casado con Fernando... es uno de los nuestros.

Uno de los nuestros. Lo  que  su  padre  había  mantenido  contra  Pedro todos  esos  años.  No  es  uno  de  los  nuestros.  Pero  desde  el  instante  en  que  se  lo  había  encontrado  en  una  subasta,  donde  inspeccionaba las monedas por las que ella había ido a pujar, había quedado fascinada. Todavía  estudiante,  su  padre  le  había  organizado  un  trabajo  en  el  museo  durante  las  vacaciones. Se le había indicado que pujara por dos monedas romanas y su entusiasmo casi se había desbordado. Hasta que Pedro le dijo que eran falsificaciones... motivo por el que no había más interés en ellas.Alto y atractivo, él la había atraído. Su razonamiento había sido persuasivo y sus conocimientos obvios.Dominada por la duda, había tratado de llamar al conservador adjunto, luego a Ariel  Daley y por último a su padre, sin éxito en ninguno de los tres casos.De modo que había tomado la decisión de no pujar. Luego, Pedro la había invitado a comer, pero, sabiendo que debía volver al trabajo y explicar  su  decisión,  había  declinado.  Sin  embargo,  cuando la invitó  a cenar,  se  había  sentido encantada. Y al final de la velada estaba perdida. Se había enamorado con toda la desesperación de su corazón de diecinueve años. El suspiro de su padre la sacó del ensimismamiento en el que se hallaba.

—Ese hombre dió problemas desde el principio.

—¿Cómo puedes decir eso? —Paula no avanzó hacia el coche, que la esperaba—. El día   que  lo conocí,   Pedro le ahorró  al  museo   comprar  unas  falsificaciones   sobrevaloradas.

—Y a la semana ya te tenía en su cama —Miguel fue hacia el vehículo.

Una vez en el asiento de atrás, dijo:

—Un mes más tarde se casó conmigo.

—Una ceremonia precipitada que no era lo que tú te merecías.

—Papá,  era lo que quería  —no estaba de humor  para  escuchar  el  argumento  favorito  de  su  padre  de  que  Pedro solo  se  había  casado  con  ella  porque  había  heredado  una  considerable  cantidad  de  dinero  de  su  abuela  materna. 

No soportaría otro discurso, no esa noche. Al  mirar las luces de la  ciudad  por  la   ventanilla,  sintió que las lágrimas  le  aguijoneaban los ojos.

—No  vas  a  ponerte  a  llorar  por  él,  ¿Verdad?  —espetó  Miguel—.  El  hombre  te  abandonó,  tuvo  una  aventura  y  se  vió  inmerso  Dios  sabe  en  qué  lío  en  Irak.  Lo  que  necesitas es deshacerte de él.

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