—Parece que empiezo a causar una especie de revuelo... he de irme. Lo último que deseo es provocar un incidente. Esta es la noche de Paula... debería ser un gran éxito, no un altercado.
Ella asintió y suspiró con tono de conspiración:
—Hay dos periodistas al otro lado de la columna... los distraeré. Puede ser muy difícil escapar del civismo. Pero, créeme, Paula y tú siempre han tenido algo especial. Sean cuales fueren los problemas, estoy segura de que podrán superarlos.
Al marcharse, deseó compartir la seguridad de Alejandra... y se preguntó si al fin se había dado cuenta de que había llamado Paula a su hija. Desde luego, su valentía fue efímera. En cuanto él se marchó, Paula quiso saber adonde había ido... cuándo volvería a verlo.Pero el deber la llamaba. De modo que charló, rio y dijo todas las cosas correctas, negándose a revelar lo sacudida que se había visto por el desconocido peligroso y de mirada dura con el que había estado en su despacho.Una hora más tarde, su padre la encontró, exhibiendo esa expresión que para sus adentros ella llamaba de bulldog, lo que hizo que la tensión que sentía se incrementara. Se dijo que daría cualquier cosa por poder irse a casa y meterse en la cama que una vez había compartido con el antiguo Pedro. Tomó una copa de agua mineral con gas de la bandeja de un camarero que pasó a su lado.
—Ese canalla ha tenido el descaro de aparecer aquí después de haberte abandonado.
—Shh, papá, no montemos una escena.
Miguel controló su voz.
—La velada se ha terminado... la gente comienza a marcharse.
Paula miró alrededor. Aún había muchos asistentes.
—Entonces, ¿También nosotros podemos irnos? —intentó mantener la voz ligera mientras enlazaba el brazo de su padre.
En el vestíbulo de abajo, el portero vió que iban hacia allí y por el micrófono interior llamó a su chofer, Samuel, para que llevara el coche mientras la encargada de guardarropía retiraba su chal. Paula le dió las gracias con una sonrisa.
—¿Ha dicho dónde ha estado? —preguntó su padre mientras salían por las puertas de cristal.
Movió la cabeza.
—No quiso hablar. Está enfadado por lo del bebé.
—¿Le hablaste del bebé?
—No hizo falta —eligió sus palabras con cuidado—. Adivinó que estaba embarazada.—E imagino que no está nada complacido. ¿Qué esperabas?
Su padre había intentado convencerla de no tener el bebé, pero ella ya había tomado la decisión.
—Te dije que era una decisión precipitada, que no deberías hacerlo. Pero no quisiste escuchar. Ahora resulta que es posible que tu terquedad salve la situación.
—Papá...
«Por favor, por favor, no permitas que diga que Pedro no debería haber vuelto». No podría soportarlo. A pesar del enfrentamiento, la euforia de que siguiera vivo vibraba bajo todo el dolor.
—No deberías haberte casado con él —decía ya su padre—. Fue un error. Deberías haberte casado con Fernando... es uno de los nuestros.
Uno de los nuestros. Lo que su padre había mantenido contra Pedro todos esos años. No es uno de los nuestros. Pero desde el instante en que se lo había encontrado en una subasta, donde inspeccionaba las monedas por las que ella había ido a pujar, había quedado fascinada. Todavía estudiante, su padre le había organizado un trabajo en el museo durante las vacaciones. Se le había indicado que pujara por dos monedas romanas y su entusiasmo casi se había desbordado. Hasta que Pedro le dijo que eran falsificaciones... motivo por el que no había más interés en ellas.Alto y atractivo, él la había atraído. Su razonamiento había sido persuasivo y sus conocimientos obvios.Dominada por la duda, había tratado de llamar al conservador adjunto, luego a Ariel Daley y por último a su padre, sin éxito en ninguno de los tres casos.De modo que había tomado la decisión de no pujar. Luego, Pedro la había invitado a comer, pero, sabiendo que debía volver al trabajo y explicar su decisión, había declinado. Sin embargo, cuando la invitó a cenar, se había sentido encantada. Y al final de la velada estaba perdida. Se había enamorado con toda la desesperación de su corazón de diecinueve años. El suspiro de su padre la sacó del ensimismamiento en el que se hallaba.
—Ese hombre dió problemas desde el principio.
—¿Cómo puedes decir eso? —Paula no avanzó hacia el coche, que la esperaba—. El día que lo conocí, Pedro le ahorró al museo comprar unas falsificaciones sobrevaloradas.
—Y a la semana ya te tenía en su cama —Miguel fue hacia el vehículo.
Una vez en el asiento de atrás, dijo:
—Un mes más tarde se casó conmigo.
—Una ceremonia precipitada que no era lo que tú te merecías.
—Papá, era lo que quería —no estaba de humor para escuchar el argumento favorito de su padre de que Pedro solo se había casado con ella porque había heredado una considerable cantidad de dinero de su abuela materna.
No soportaría otro discurso, no esa noche. Al mirar las luces de la ciudad por la ventanilla, sintió que las lágrimas le aguijoneaban los ojos.
—No vas a ponerte a llorar por él, ¿Verdad? —espetó Miguel—. El hombre te abandonó, tuvo una aventura y se vió inmerso Dios sabe en qué lío en Irak. Lo que necesitas es deshacerte de él.
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