jueves, 11 de enero de 2018

Eres Mía: Capítulo 10

Su insensibilidad hizo que se pusiera rígida.

—No hay ninguna prueba de eso.

—Viste fotografías de una mujer joven y hermosa que no podía quitarle las manos de  encima  —emitió  un  bufido  de  disgusto—.  ¿Qué  más  necesitas?  Engáñate  todo  lo  que quieras, pero en algún momento tendrás que enfrentarte a la verdad.

Sintió que la atravesaba un aguijonazo de celos.

—Papá, los mismos investigadores dijeron que Pedro había muerto en un accidente de  coche  y  que  los  lugareños  habían  confirmado  que  su  cuerpo  había  sido  arrojado  a  una  fosa  común.  Es  evidente  que  también  se  equivocaron  con  eso  —sin embargo, en ese momento el mismo Pedro le había causado dudas...

—Pequeña... —con incomodidad,  su  padre  apoyó  una  mano  encima  de  la  suya— lamento  mucho  que  tengas  que  pasar  por  esto,  que  tengas  que  revivir  toda  la  desdicha...

Sintió  lágrimas  en  las  comisuras  de  los  ojos  e  intentó  convencerse  de  que  eran  lágrimas de felicidad porque Pedro estuviera vivo, pero después de la escena anterior que  habían tenido, sospechaba  que el futuro le deparaba  un  camino  rocoso  y  con  obstáculos. Miguel le apretó la mano y la estudió.

—¿Qué hacía tu madre en el museo?

Paula giró la cabeza con brusquedad.

—¿Estuvo allí? No la ví.

—¿No la invitaste tú?

—¡No! Jamás haría eso sin hablarlo primero contigo.

La expresión sombría en la boca de su padre se relajó un poco.

—Bien. Le dije que se marchara.

Paula luchó  por  hacer  caso  omiso  de  la  sensación  que  tenía  en  el  estómago provocada  por  la noticia  de su  madre.  De  inmediato,  se  dijo  que  ya  no  era  la  niña  de  diez años a la que había abandonado.Había  sido  un  día  largo  y  le  dolían  los  pies.  El  día  siguiente  sería  diferente.  Mejor.  Pedro habría  tenido  la  oportunidad  de  superar  la  conmoción  inicial.  Hablarían.  Le  explicaría por qué el bebé era tan importante para ella.Y  lo  entendería.  Aunque  con  la  vista  clavada  en  el  exterior  oscuro  a  través  de  la  ventanilla, por primera vez, en su mente aleteó la idea de que tal vez no lo hiciera.


A la mañana  siguiente,   Pedro entró  en  el  Museo  de  Antigüedades  lleno de   frustración.  Subió  las  escaleras  de  dos  en  dos  peldaños.  Las  puertas  de  cristal  que  daban a la zona ejecutiva se abrieron ante él, así que continuó hasta llegar a la puerta de cristal del despacho de Paula. Podía verla hablar por teléfono y escribir en un blog. Lo  invadió  la  suspicacia  y  se  preguntó  si  estaría  hablando  con  su  amante,  el  padre  del  hijo que esperaba. Se relajó un poco al ver que su postura no era coqueta. Empujó  la  puerta  y  aunque  no  hizo  ningún  ruido,  al  instante,  los  ojos  de  ella  se  clavaron en él y la tensión llenó el amplio espacio.

—He de dejarte —murmuró ella al auricular—. Hablamos luego, cariño.

Una amiga.   Ninguna  mujer  llamaba  a  su  amante   cariño.  Apaciguada  su  desconfianza,  miró  alrededor  del  despacho  nuevo  de  su  esposa.  Libros  de  arte,  una  alfombra mullida, un moderno sillón  LeCorbusier. Se acercó al ventanal y contempló el patio de abajo, lleno de estatuas.

—Muy agradable —alabó.

—Gracias. Llevo aquí tres años y me sigue gustando.

Tres años. Entonces, no había habido nada parecido a un nuevo ascenso. Resaltaba cuánto se había perdido de la vida de Paula. Había sido unos tres años atrás cuando sus captores se habían puesto nerviosos. En mitad de la noche habían llegado vehículos al campamento y se habían producido las reuniones. Pero él había oído las discusiones, la voz  de  Akam  resonando  por  encima  de  las  demás.  Unas  noches  después,  lo  habían  despertado y metido en un coche, con un guardia a cada lado y Akam, como líder del grupo,  sentado  al  lado  del  conductor,  con  una  AK—47  apoyada  en  el  regazo.  El  viaje  había  sido  tenso,  pero  no  habían  sufrido  bloqueo  alguno  ni  habían  visto  a  ningún  soldado  de  la  coalición.  El  emplazamiento  del  nuevo  campamento  había  estado  más  desierto  adentro,  con  el  asentamiento  más  próximo  a  una  hora  de  distancia.  En  los  días  siguientes,  la  disposición  de  Akam  había  sido  cada  vez  más  volátil  y  Pedro había  sabido  que  cualquier  esperanza  de  fuga,  o  de  rescate,  se  había  reducido  aún  más.  A  partir  de  entonces  habían  trasladado  el  campamento  de  manera  regular...  pero  había  existido  una  ventaja:  a  él  solo  lo  habían  encerrado  por  la  noche,  mientras  los  demás  dormían.  Durante  el  día,  se  le  había  permitido  la  libertad  de  los  campamentos desérticos. Eso le había salvado la cordura.

—Estoy segura de que no has venido a admirar las vistas, Pedro. ¿Qué haces aquí?

La voz de Paula interrumpió los recuerdos desagradables de calor, polvo y sordidez.Giró en redondo y se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros. Clea se había puesto de pie y rodeaba el escritorio.

—Esta  mañana  pasé  por  mis  oficinas...  o  las  que  solían  serlo.  Hay  un  ejército  de  contables en el espacio que era mío. ¿Dónde están mi secretaria y mi personal?Clea se quedó quieta.

—Lo  siento,  Pedro.  Tuve  que  dejar  que  tu  personal  se  marchara.  El  negocio  no  podía funcionar sin tu pericia.

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