—No legalmente... —se fue dirigiendo hacia la puerta a medida que el cuerpo de él ocultaba el sol—. Hice que te declararan muerto.
—¿Qué?
—Estás muerto, Pedro. Por lo que respecta al mundo, estoy viuda.
Él hizo una mueca.
—No son más que tonterías. Estoy aquí... vivo... y sigues siendo mi esposa —de pronto estableció la conexión—. Declarado muerto. Por eso congelaron mis cuentas.
La expresión de sus ojos le heló la sangre.
—Sí, hasta que se ejecute tu patrimonio. Luego se repartirán tus posesiones —había olvidado mencionarle la cita del día siguiente en el banco—. Pedro...
—Y tú, desde luego, lo heredas todo... Ahora entiendo tu motivación para que me declararan oficialmente muerto.
—Pedro, yo no necesito tu dinero. Tengo mi herencia, un trabajo...
—Que papito te consiguió —se mofó.
—Jamás me importó el dinero. Los contactos de mi padre puede que ayudaran en mi presentación en el museo, pero conseguí mi trabajo, y todos los ascensos que he obtenido, en base a mis méritos. Soy responsable de mi propio éxito. No me puedes arrebatar eso —se apartó unos mechones de la cara—. He arreglado una cita con el banco para mañana a primera hora.
—Será mejor que llames a los abogados para que también anulen la orden del tribunal que me declara muerto —gruñó.
Paula asintió. El súbito silencio que reinó entre ellos solo ayudó a potenciar la conciencia que tenía de cada movimiento que hacía él. Dió un paso leve hacia la puerta. Pero Pedro llegó primero. Se acercó hasta que ella quedó pegada contra el cristal. Se paralizó al ver que se inclinaba.La rodeó su aroma familiar; aspiró la fragancia de él y se le aflojaron las rodillas. Pedro entreabrió los labios y Paula recordó el placer que esa boca le había dado en el pasado.Sintió un cosquilleo por la espalda que aportó una urgente percepción eléctrica que realmente no necesitaba.Y supo que Pedro iba a besarla.Dejó de respirar. La supervivencia quedó ahogada por una emoción más poderosa. Pedro susurró su nombre y ella sintió un palpitar en la parte baja del vientre. Sin pensarlo, se humedeció los labios. Pedro exhaló y los músculos de Paula se tensaron. Ya podía sentir su boca... probarlo.La última vez que había experimentado ese nerviosismo sin aliento había sido en la Capilla del Amor en Las Vegas. Pero entonces la esperaba un mundo nuevo. Esperanza. Y felicidad. Habían estado enamorados, no había existido esa tensión afilada como el mejor acero.
Había sabido que esa huida a Nevada representaría problemas, pero había tenido la seguridad de que su padre le perdonaría no celebrar una boda lujosa, llena de invitados a los que apenas conocería. La boda en Las Vegas no había sido ni especial ni íntima, pero su corazón había estado con Pedro. Después de todo, lo amaba.Era suyo para siempre. Lo había sido desde aquel primer momento en la subasta en que le había aconsejado que no pujara por las monedas romanas falsas.En ese momento, el dedo pulgar de él se posó en su labio inferior húmedo. Su lengua probó esa piel áspera. Sabía a sal y a almizcle. A hombre excitado. Con el corazón desbocado, Paula se derritió. En esa ocasión le lamió el dedo pulgar con lenta deliberación. Hizo remolinear la lengua en el pliegue suave que separaba el pulgar del dedo índice.Tenían una segunda oportunidad.Iba a salir bien... entre los dos podían hacer que funcionara. La boca bajó sobre la suya. En contraste con la pasión ardiente que dominaba a Pedro, el cristal de su espalda estaba duro y fresco. Él movió los labios y ella dejó escapar un gemido. El beso se ahondó. Paula subió las manos por la camiseta de Pedro y le acarició la nuca. La presión de la boca de él cesó de golpe. Ella abrió los ojos. Pedro retrocedió, estableciendo distancia entre ambos, con un conocimiento horrible en sus ojos.
—Bueno... será mejor que me vaya... no has parado de decirme todo el trabajo que tenías y yo te impido ejecutarlo. Y pensándolo mejor, le daré órdenes a mis abogados para que cancelen ellos la orden de mi fallecimiento. De ese modo no te quitaré tu valioso tiempo.
Canalla...De modo que sabía que lo deseaba. Qué humillante. Iba a dejarla colgada de esa manera... hambrienta de él. Cerró las manos con fuerza, decidida a contenerse y a no suplicarle que la besara... una vez más.Con qué facilidad había derribado las barreras que había intentado levantar en torno a él. Con qué facilidad ella se había olvidado de Candela...Él volvió a inclinarse hacia ella.
—Toma esto como una advertencia —le gruñó al oído.
Negándose a amilanarse, no se movió. Pedro apoyó la yema de su dedo índice bajo el mentón de ella y se lo alzó, obligándola a mirarlo a los ojos.
—Disto mucho de estar muerto. Y así como quizá estés planeando casarte con otro hombre, sigues deseándome a mí. Piensa en eso... porque es en lo único en lo que voy a pensar yo... toda la noche.
Sin darle la oportunidad de responder, la soltó, dió media vuelta y se fue. Mordiéndose el labio inferior, contuvo el sollozo que amenazaba con salir de su garganta.En el despacho reinó el silencio. Encorvó los hombros. Demasiado extenuada para moverse, apoyó la cabeza en el frescor del cristal y deseó con toda su alma no tener que volver a ver jamás a Pedro.Canalla arrogante. ¡No se merecía su lealtad!Ni siquiera tenía manera de contactar con él... tendría que esperar que la llamara.Al menos había tenido el valor de quebrar un vínculo con él y quitarse la alianza. De pronto sintió una oleada de adrenalina. Aún podía visualizar el lugar donde lo había dejado en la encimera de granito. Se había secado las manos, pero después había olvidado recoger el anillo.En el momento en que abrió la puerta de los aseos femeninos, el corazón le martilleaba. Con pavor posó la vista junto al lavabo.La alianza no estaba.
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