martes, 30 de enero de 2018

Eres Mía: Capítulo 22

—¿Exagero? —la  chanza  y  la  risa  se  habían  evaporado.

 Solo  podía  centrarse  en  el  hecho revelador de que Paula no le había dicho a su amante que parara. La aferró por los hombros y la giró hacia él.

—¿Disfrutaste cuando te  acarició  los hombros  así?   —rugió,  actuando  en  consonancia  con sus  palabras. 

Pero en el instante en que  sus  dedos  le  rozaron  la  piel  una emoción diferente, más intensa y emotiva, barrió toda furia.Ella se puso rígida al sentir la caricia leve.

—O cuando te besó...

No añadió así. Simplemente, actuó. El sabor era embriagador. Chocolate dulce. Y lo más tentador era la esencia de Paula. Miel. Jazmín.  De  inmediato  sintió  que  la  adrenalina  bombeaba  por  todo  su  torrente  sanguíneo. Probó esa dulzura, lamió la espuma de chocolate del labio de ella, la sintió moverse contra él. La  alzó  del  sofá  y  la  acomodó  sobre  su  regazo, sellándole  la  boca  con  los  labios  al  tiempo que la reclamaba como suya.Era tan hermosa. Tan dulce. Tan suave. Su Paula.Ya  no  pudo  parar.  Tampoco  ella  puso  objeción  a  su  mano  en  la  pierna  por  debajo  del vestido. La piel del interior del muslo era lisa y suave. Acarició esa piel sedosa con movimientos circulares hasta que ella dejó escapar el vestigio de un gemido.

—Eres increíblemente suave —dijo él, retirando un poco la mano.

Le  dió  besos  por  toda  la  extensión  de  la  boca  hasta  que  abrió  los  labios,  pero  no  entró en esa dulzura acogedora para explorarla más profundamente. Por dentro Pedro temblaba.  Era una  masa de necesidades  desesperadas  y  voraces.  Sin  embargo,  se  contuvo, retrasando el placer, aguardando que ella iniciara la acción. Paula se movió en su regazo y la curva del trasero se frotó contra la erección. Pedro gimió ante la agonía de tenerla tan cerca. Quería subirle la falda y arrancarle el encaje escueto  que  ella  llamaba  ropa  interior.  Quería separarle  las  piernas e introducir  su  masculinidad  preparada,  en  el  calor  femenino  que le  había  faltado  durante  tanto  tiempo. Se acabaría en segundos. Una decepción terrible para Paula...No era el modo de iniciar una vida nueva. Luchó para contenerse y le tocó de nuevo el interior del muslo con dedos trémulos. Subió la mano y encontró el núcleo húmedo y  resbaladizo.  Estaba  lista.  La  acarició  con  una  lentitud  que  contradecía  el instinto primitivo que bullía en su interior. Con respiración acelerada, Clea se arqueó. Ella apoyó la cabeza contra su torso y Pedro deseó que estuvieran desnudos.  Quería el contacto de las pieles y absorber los latidos de ese corazón.

—Abre las piernas.

Ella abrió las piernas  en  su  regazo,  ofreciéndole  acceso  a  las  delicias  con  las  que  había soñado en la oscuridad de su celda en el desierto. Era su esposa... y sabía exactamente cómo darle placer.Ella ladeó la boca sobre la suya e introdujo la lengua. «Al fin», pensó Pedro. La  recompensó  con  caricias  más  profundas, sondeando el canal  mojado  entre  las  piernas abiertas.

—Déjate llevar, deja que suceda —murmuró él.

—Aaah.

Ese  jadeo  hizo  que  el  control  que  con  tanto  ahínco  había  tratado  de  dominar  finalmente se le escapara. Ella era suya. Ya no lo dudaba. Le introdujo dos dedos. Paula gimió, echó la cabeza atrás y comenzaron los estremecimientos.

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