martes, 30 de enero de 2018

Eres Mía: Capítulo 24

Salvo él.Tras un momento vibrante, Pedro dijo:

—De acuerdo, ahora no... pero sí luego.

—Pero primero hablaremos.

—Te lo recordaré —la miró con expresión inescrutable.

Después de arreglar que le enviaran toda la compra a casa, empezó a cansarse de ir de  una  tienda  a  otra,  de  la  multitud,  de  no  poder  captar  más  que  un  leve  vistazo  de  cielo  azul.  Comenzaba  a  sentir  cierta  claustrofobia.  Necesitaba  espacio.  Un  paseo  por  el oasis  verde  de  Central  Park  hasta  el  Loeb  Boathouse  Restaurant  proporcionó  el  antídoto perfecto para la inquietud que lo consumía.Los escoltaron hasta una mesa junto al borde del lago. Adrede él había elegido ese restaurante  que  tanto  habían  frecuentado  en  el  pasado.  Pretendía  reavivar  antiguos  recuerdos  de  los  buenos  tiempos  que  habían  compartido,  aunque  sería  importante  mantener la cabeza fría en la conversación que iba a tener lugar. Estaba luchando por lo que más le importaba.Después de todo, Paula seguía siendo su esposa.Y no iba a permitir que eso cambiara. Sin importar lo que planeara Hall-Lewis.

Cuando  regresó  al  camarero,  Pedro cerró  el  menú  sin  haberlo  leído.  Sabía  que  quería el sabor familiar de una hamburguesa con un refresco frío. Hacía mucho que no disfrutaba  de  esos  corrientes  placeres  occidentales.  Y Paula necesitó  un  segundo  para  decantarse por unos raviolis de setas silvestres y una ensalada verde.

—De joven, solía imaginar que celebraría mi boda aquí, junto al lago —comentó ella con tono soñador una vez que se hubo marchado el camarero.

La información fue inesperada y el interés de Pedro se agudizó.

—Siempre supe que disfrutabas viniendo aquí... pero nunca me habías contado eso.

—Es tan romántico. Los botes, los cisnes. Hasta el horizonte urbano más allá de los árboles te recuerdan que es un mundo secreto en el corazón de Nueva York —en  ese  momento  el  camarero  les  llevó  el  pedido  y  después  de  marcharse,  la voz de Paula se  suavizó más—: Y no te lo dije porque nunca quise que pensaras que me había perdido un sueño por casarnos en Las Vegas.

Pero se lo había perdido. Paula se había merecido la boda romántica de sus fantasías juveniles. Diablos, incluso era virgen. Recordó la incredulidad y devoción que lo habían abrumado al realizar ese descubrimiento sorprendente la noche nupcial.

—En cualquier caso,  me pediste  que  nos casáramos  aquí,  en  Central  Park,  ¿Lo  recuerdas? Antes de largamos a Las Vegas. Así que debiste sentir el vínculo que tenía con este lugar.

—El calor era sofocante. Me declaré bajo un roble...

—Lo  recuerdo  —su  mirada  se  tomó  súbitamente  brumosa  y  apoyó  la  mano  en  el  brazo de él.Brand  respiró  hondo  cuando  el  calor  lo  atravesó  como  una  lanza.  Tras  una  pausa,  acarició el dedo de ella, que mostraba una marca más clara.

—Paula, me gustaría que volvieras a llevar el anillo... después de todo, aún seguimos casados.

—No  puedo  —la  suave  ensoñación  se  desvaneció  de  su  rostro  cuando  movió  la  cabeza.

La negativa fue como un golpe en las entrañas de Pedro.Antes  de  que  pudiera  responder,  les  sirvieron  la comida.  Cenaron  en  silencio  y  el  murmullo de las conversaciones circundantes llenó el espacio entre ellos. Mientras  Pedro reflexionaba  sobre  la  negativa  recibida,  se  dijo  que  no  debería  haberlo sorprendido.

—Necesitamos hablar de Fernando—dijo.

—¿Fernando? —ella  enarcó  las  cejas  y  dejó  los  cubiertos  en  el  plato  vacío—.  ¿De  qué  quieres hablar?

—Es  difícil  que  puedas  casarte  con  él  mientras  estés  casada  conmigo  —ella  fue  a  decir  algo  pero  la  cortó—.  No  estoy  muerto,  de  modo  que  nuestro  matrimonio  sigue  vigente. Debes saber que no pienso acceder a un divorcio pasivo y sencillo.

—Brand...

—Así que deberías reconsiderar este plan impulsivo.

—No ha sido nada impulsivo.  Tú no  estabas.  Y  conozco  a  Fernando de  toda  la  vida  —alzó  el  mentón  en  un  gesto  típico  de  ella y  lo  estudió  ceñuda—.  De  hecho,  desde  mucho antes de conocerte a tí.

—El  tiempo no  significa  nada.  Puedes conocer  a  alguien  de  años  y  no  saber  nada  sobre él... el matrimonio lo cambia todo.

—Me  casé  contigo  al  mes  de  conocerte,  Pedro.  Y  a  pesar  de  estar  casados  y  de  pasar casi todas las noches desnudos en brazos del otro, apenas te conocía —hizo una pausa y luego continuó—: A pesar de que me dijiste que me amabas, hubo una parte de tí que siempre mantuviste oculta. Guardaste secretos.

No era la primera vez que sacaba ese tema y Pedro empezaba a creer que Paula tenía razón. Pero igual se defendió.

—Algunos  eran  secretos  muy  reales...  secretos  militares  que  no  tenía  libertad  de  revelar.

—No todos.

—No —reconoció él—. Pero había cosas... terribles que prefería no tratar.

—Bien,  puedo aceptar  eso.  Pero  a  veces  percibía  que  entre  nosotros  había  una  distancia que jamás cruzaría. Al principio lo achaqué al hecho de que eras mayor y que habías visto muchas más cosas que yo. Pero esa distancia... tu reserva formó un muro impenetrable y me hizo difícil entenderte de verdad.

—¿Y consideras que entiendes a Fernando? Sonrió de un modo que no le gustó nada, con diversión... y  ternura.

—Fernando me adora. Y él nunca me mentiría...

—¿Estás segura de eso?

—Absolutamente —parpadeó.

La conversación no tenía nada que ver con Fernando y sí con la tensión no resuelta que se  retorcía  entre  ellos.  Veía que Paula confiaba  en  Hall-Lewis  y  no en  su  marido.  El  miedo  a  perderla  superó  con  creces  la  traición  que  tanto  lo  había  indignado.  Podía entender por qué se había sentido atraída hacia Fernando, era su amigo, a la vez que creía que Pedro estaba muerto. Pero había vuelto. Y no tenía intención de dejarla ir. No en esa vida.

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