jueves, 18 de enero de 2018

Eres Mía: Capítulo 20

—Vas  a  matarme  cuando  sepas  lo  que  he  hecho  —le  dijo  Paula a  Fernando esa  noche  después de que el maître los acomodara en una mesa.

—¿Matarte? —le sonrió por encima del menú que había abierto—. Nunca.

Ella gimió y apoyó el mentón en las palmas de las manos.

—Pedro cree que el bebé es tuyo.

—¿Qué? —soltó Fernando con incredulidad.

Paula se mordió el labio.

—Cree que estoy embarazada de tí.

—¿Es lo que le dijiste?

Era difícil evaluar la reacción de Fernando. Desde luego, no se lo veía tan irritado como había esperado que estaría. Pero tampoco reía.

—No del todo.

—Entonces, ¿Cómo llegó a ese malentendido?

—Es difícil de explicar. Pedro se mostraba... difícil. Dió por hecho...

—¿Que yo era tu novio? —cerró el menú y lo dejó sobre la mesa—. ¿Y no le dijiste la verdad?

—Yo... se estaba comportando como un idiota.

—¡Paula! Esto es casi tan descabellado como tu idea demente de tener un bebé.

—Fernando, por favor —desplegó la servilleta y se la colocó sobre el regazo—. Ya tuve suficientes recriminaciones al respecto de mi padre. ¿Podemos obviar ese tema?

Fernando se reclinó en la silla y la estudió.

—Bien, ¿Cómo reaccionó Pedro?

—¿Cómo imaginas que lo hizo?

—Mal —con  un  gesto  le  indicó  al  camarero  que  se  acercaba  a  tomarles  el  pedido  que les diera más tiempo.

—Por supuesto, voy a tener que decirle que no es cierto. No es justo enredarte en... nuestros problemas.

—Paula... —acercó la silla al lado de ella y le pasó un brazo por los hombros—. Odio verte así. Somos amigos desde hace mucho tiempo, ¿Cierto?

Ella asintió, temerosa de que si hablaba le saltaran las lágrimas que le atenazaban la garganta.

—Aprovéchate  de  mí...  deja  que  Pedro siga  creyendo  que  vas  a  tener  mi  bebé.  No  tienes  por  qué  contarle  la  verdad  ahora  mismo.  Date  algo  de  espacio  y  elige  el  momento apropiado para revelárselo.

Fernando tenía parte de razón.Siempre había actuado siguiendo impulsos... y no siempre le había ido bien. Incluso decidir tener el bebé había sido una reacción ante la ausencia de Pedro. Si  continuaba  con  la  mentira,  éste también  pensaría  que  Fernando era  su  amante  y  eso facilitaría mantenerlo a distancia. Le proporcionaría una máscara tras la cual poder esconderse. Lo que le recordó...

—Mmm... deberías saber algo más.

—¿Qué?

—Le dije a Pedro que planeábamos casarnos.

Fernando  la  miró  atónito,  y  luego  soltó  una  carcajada  que  hizo  que  los  comensales  de las mesas próximas giraran la cabeza.

—Es demasiado gracioso.

Paula no  quería  enfrentarse  al  hecho  de  que  también  quería  que  Pedro sufriera  un  poco. Después de todo, se había desvanecido cuatro años con otra mujer. Pero  no  tenía  intención  de  dejar  que  creyera  para  siempre  que  Fernando era  el  padre  de su bebé.

—Úsame como tu escudo humano el tiempo que quieras. Deja que Pedro crea que pretendes pedir el divorcio —llamó al camarero que esperaba a cierta distancia.

—Fernando, eres el mejor amigo que podría tener una mujer.

—Cuando  gustes  —le  dedicó  una  sonrisa  agridulce—.  Y  ahora  nos  merecemos  un  poco de champán para celebrar nuestro compromiso.

Al oír el coche detenerse fuera, se levantó en el acto. Pedro finalmente  había  reconocido  que  Paula tenía  razón.  Quizá  no  se  habían  comunicado  lo  suficiente  en  el  pasado.  Él  había  considerado  que  era  suficiente  la  comunicación que compartían en el dormitorio. Le había demostrado lo que sentía con acciones,  no  palabras.  Pero  empezaba  a  comprender  que  había  cosas  que  deberíanhaber tratado. Sin importar lo difícil que le hubiera resultado a él. Esa noche planeaba iniciar la construcción de un puente sobre ese abismo de dolor silencioso y promesas rotas que había entre ellos. Con eso en mente, le había dado la noche  libre  a  Leonardo para  estar  a  solas  con  ella.  Y  en  ese  momento,  dos  tazas  de  chocolate, calientes y espumosas, humeaban en la bandeja del mayordomo. No le gustó el sonido de una risa masculina. Salió al pasillo en el momento en que sonaba el código de seguridad. Paula entró riendo. La emoción apuñaló a Pedro . Detrás la seguía... Hall-Lewis.Todo su instinto masculino se puso en alerta. No era lo que había esperado. Era su culpa. Se había permitido caer en una falsa sensación de seguridad.

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