—Camila y yo nunca seremos nada más que amigos, excepto, quizá, cuñados. No puedo creer que no supieses que los besos que compartimos tú y yo eran para siempre. Eres la mujer que quiero, Pau. Un hogar e hijos también, pero mientras te tenga a tí el resto no importa.
—No puedo creerlo —dijo ella sollozando.
—Créeme. Hace diez años eras la única que me quería, y yo te aparté de mí. Después huí lo más deprisa que pude de los recuerdos.
—Pero eran malos...
—Todos no —dijo Pedro—. Los recuerdos que tenía de tí, no.
—¿Y Camila?
—Camila es una buena amiga, y verla de nuevo me ha ayudado a hacer las paces con el pasado. Siempre le estaré agradecido.
—¿Por qué?
—Por ayudarme a darme cuenta de lo mucho que te amo.
—¿Cómo?
—No estaba celoso —dijo como si aquello lo explicase todo.
—¿A qué te refieres?
—La ví con Gabriel y no me molestó. Pero siempre que te veía a tí con otro hombre, por inocente que fuese la situación, me daban ganas de golpearlo.
—No tenías ninguna razón para estar celoso.
—¿Por qué?
—Porque te amo, Pedro—dijo ella.
Aquellas palabras tuvieron un eco extraño en el ambiente, pero lo único en lo que ella podía pensar era en Pedro. Mientras Paula lo miraba a los ojos, oyó cómo la multitud empezaba a cantar. El sonido se fue haciendo cada vez más fuerte, y pasaron unos instantes antes de darse cuenta de lo que decían.
—¡Bésala!
—Ahora sí funciona el maldito micrófono —dijo Pedro mirando furioso a los espectadores en las gradas.
Tomó a Paula de la mano y se marcharon al otro lado del granero.
—Creo que ha funcionado a la perfección —dijo ella—. Cuando hablaste por él, sonó como si estuvieses diciendo que ibas a montar en el toro. Por eso vine a buscarte, para que no cometieses una tontería.
Pedro se arrancó el micrófono y lo tiró al suelo. Después, la estrechó entre sus brazos y la besó.
—Cásate conmigo, Pau—dijo tras unos instantes—. Quiero pasar el resto de mi vida haciéndote feliz.
—Pero, Pedro—dijo ella—, tú te marchas cuando todo esto termine, y yo no puedo irme; mi vida y mis raíces están aquí, en el rancho.
—No te he pedido que te marches. Y tú no me has pedido que me quede —dijo, y su sonrisa era seductora, maravillosa y esperanzadora.
—¿Te quedarás conmigo? —le preguntó—. Sé que no tienes buenos recuerdos de Destiny, pero...
Pedro puso un dedo sobre sus labios.
—Sin peros. Los únicos recuerdos que me importan son los tuyos. Puedo trabajar en cualquier parte, pero no puedo vivir sin tí. Solo seré feliz mientras estemos juntos.
Paula apoyó la cara sobre el pecho de Pedro y se abrazó a él.
—Supongo que es cierto lo que dicen.
—¿Qué dicen?
—Que siempre puedes volver a casa. Quizá sea por eso por lo que no puedes escapar de Destiny.
Pedro se rió.
—He estado huyendo demasiado tiempo, de la ciudad y de la verdad.
—¿Cuál es esa verdad, Pedro?
—Que mi destino es amarte.
—Y el mío amarte a tí —dijo ella.
¿Destino? ¿Sino? ¿Karma? Paula no sabía cómo llamarlo, pero estaba más agradecida de lo que podía expresar a la fuerza que había devuelto a Pedro Alfonso a sus brazos.
FIN
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