Después de una conversación seca con su padre cerca de la sala egipcia, Paula se escabulló detrás de una columna alta mientras Fernando se aventuraba a abrirse paso entre la multitud en busca de una copa de champán. No se hallaba con ánimos de mezclarse entre los invitados ni de mantener conversaciones triviales.
—Paula.
Esa voz. Giró en redondo con los ojos muy abiertos y sin aire en los pulmones por la conmoción.No podía ser. La incredulidad la hizo parpadear. Pedro estaba muerto.El hombre que avanzaba hacia ella era alto, moreno y estaba muy vivo.Un fantasma del pasado.Era una copia de su marido muerto... el hombre al que oficialmente había declarado fallecido ocho meses atrás.Era una crueldad. ¿Es que no había dedicado los últimos nueve meses a tratar de reconciliarse con la prueba definitiva de su muerte después de casi cuatro años de terrible y traumática incertidumbre.De repente no pudo respirar y se sintió espantosamente mal. Su padre jamás la perdonaría si vomitaba encima del suelo de mármol... con cámaras por doquier para inmortalizar el momento.
—¡Paula!
Las manos que se posaron en sus hombros le eran tan íntimamente familiares... pero tan dolorosamente desconocidas. Estaba muerto. Sin embargo, los dedos que la tocaban eran cálidos y fuertes.No se trataba de ningún fantasma. Era un ser humano. Un hombre al que conocía muy bien.
—No te desmayes —advirtió con esa voz profunda y algo ronca.
—No lo haré —pero debía reconocer que se sentía débil, mareada... aturdida—. ¡Se supone que estás muerto! —respiró hondo y entonces añadió estúpidamente—: Pero has vuelto.
¡Paula!Lo embargó un deseo descamado que no había experimentado en más de mil noches. Acercó a él a la mujer con la que había soñado cada día y aspiró su fragancia, una mezcla embriagadora de miel y jazmín. Cerró los ojos e inhaló. Lo envolvió la calidez de Paula. Notó los hombros más delgados bajo sus dedos, los huesos más frágiles que lo que recordaba, aunque la piel seguía tan suave como siempre.
—Has perdido peso.Se puso rígida bajo su contacto.
—Tal vez.
Pedro enterró la cara en el costado del cuello de Paula.
—Te he echado tanto de menos —musitó.
Sin ella, el hombre que había sido se había visto reemplazado por un vacío. Abrazó esa silueta esbelta y frágil.
—Pedro, no puedo oírte —ella se apartó un poco—. Hay mucho ruido aquí... busquemos un lugar más tranquilo —se liberó de su abrazo y extendió una mano—. Ven.
Lo guió entre la multitud de gente que miraba hasta que escaparon por unas puertas dobles abiertas que daban a un pasillo alfombrado. Paula se detuvo ante unos ventanales de cristal. Soltándolo, buscó en el bolso de noche una tarjeta que pase por la ranura de seguridad. Las puertas se abrieron y Pedro la siguió hacia una zona de recepción y un pasillo.
—Mi despacho está por aquí.
—Solía estar en el sótano —la vió alzar el mentón en un gesto típico de ella y el corazón se le encogió.
—He subido en el mundo —le dijo mirándolo a los ojos—. Ahora soy más importante.
Encendió un interruptor y la estancia se llenó de luz, capturando destellos cobrizos olvidados en su cabello largo que insinuaban el fuego que había debajo.El deseo le atenazó la garganta a Pedro.La había echado tanto de menos. Hablar con ella. Tocarla.Por encima de todo, amarla.
Paula.En un abrir y cerrar de ojos, cubrió la distancia que los separaba y volvió a tomarla en brazos. Ya no era un fantasma que se desvanecería con sus sueños cuando el amanecer subía por el horizonte interminable y vacío. Inclinó la cabeza y posó los labios sobre los de ella. Paula emitió un jadeo sorprendido y un instante después se fundió en su abrazo.Ante ese sabor tan dulce, se le disparó el apetito.Subió las manos hasta que los dedos se perdieron en la masa de bucles lustrosos y contenidos. Ella echó atrás la cabeza y Pedro ahondó el beso. Los pechos se pegaron contra su torso y, a pesar de la pérdida de peso de ella, parecieron más plenos que lo que recordaba. Paula siempre se había lamentado de su carencia de curvas, pero en ese momento era decididamente exuberante.Otro cambio que saborearía...Le rozó el vientre con los dedos y vio que esa parte también estaba más plena. Una anomalía curiosa dada la esbeltez de sus hombros, la precisa definición de los pómulos altos. Exploró esa elevación, detuvo los dedos... y notó que ella se paralizaba.La sangre bramó en los oídos de Pedro . No pudo absorber lo que le indicaban las yemas de los dedos.
¡No! Su primera reacción fue la negativa. Pero las palmas de sus manos recorrieron las curvas de Paula, enviándole descargas inoportunas de información a su cerebro confuso hasta que le fue imposible negar la verdad de lo que había bajo sus manos.
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