jueves, 4 de enero de 2018

Eres Mía: Capítulo 4

Después  de  una  conversación  seca  con  su  padre  cerca  de  la  sala  egipcia,  Paula se escabulló  detrás  de  una  columna  alta  mientras  Fernando se  aventuraba  a  abrirse  paso  entre  la  multitud  en  busca  de  una  copa  de  champán.  No  se  hallaba  con  ánimos  de  mezclarse entre los invitados ni de mantener conversaciones triviales.

—Paula.

Esa voz. Giró en redondo con los ojos muy abiertos y sin aire en los pulmones por la conmoción.No podía ser. La incredulidad la hizo parpadear. Pedro estaba muerto.El hombre que avanzaba hacia ella era alto, moreno y estaba muy vivo.Un fantasma del pasado.Era una copia de su marido muerto... el hombre al que oficialmente había declarado fallecido ocho meses atrás.Era  una  crueldad.  ¿Es  que  no  había  dedicado  los  últimos  nueve  meses  a  tratar  de  reconciliarse  con  la  prueba  definitiva  de  su  muerte  después  de  casi  cuatro  años  de  terrible y traumática incertidumbre.De  repente  no  pudo  respirar  y  se  sintió  espantosamente  mal.  Su  padre  jamás  la  perdonaría  si  vomitaba  encima  del  suelo  de  mármol...  con  cámaras  por  doquier  para  inmortalizar el momento.

—¡Paula!

Las  manos  que  se  posaron  en  sus  hombros  le  eran  tan  íntimamente  familiares...  pero  tan  dolorosamente  desconocidas.  Estaba  muerto.  Sin  embargo,  los  dedos  que  la  tocaban eran cálidos y fuertes.No se trataba de ningún fantasma. Era un ser humano. Un hombre al que conocía muy bien.

—No te desmayes —advirtió con esa voz profunda y algo ronca.

—No lo haré —pero debía reconocer que se sentía débil, mareada... aturdida—. ¡Se supone que estás muerto! —respiró hondo y entonces añadió estúpidamente—: Pero has vuelto.

¡Paula!Lo  embargó  un  deseo  descamado  que  no  había  experimentado  en  más  de  mil  noches. Acercó a él a la mujer con la que había soñado cada día y aspiró su fragancia, una  mezcla  embriagadora  de  miel  y  jazmín.  Cerró los  ojos e inhaló.  Lo  envolvió  la  calidez de Paula. Notó los hombros más delgados bajo sus dedos, los huesos más frágiles que lo que recordaba, aunque la piel seguía tan suave como siempre.

—Has perdido peso.Se puso rígida bajo su contacto.

—Tal vez.

Pedro enterró la cara en el costado del cuello de Paula.

—Te he echado  tanto  de  menos  —musitó. 

Sin  ella,  el  hombre que  había  sido  se  había visto reemplazado por un vacío. Abrazó esa silueta esbelta y frágil.

—Pedro, no puedo  oírte  —ella  se  apartó  un  poco—.  Hay  mucho  ruido  aquí...  busquemos  un  lugar  más  tranquilo  —se  liberó  de  su  abrazo  y  extendió  una  mano—. Ven.

Lo  guió  entre  la  multitud  de  gente  que  miraba  hasta  que  escaparon  por  unas  puertas dobles abiertas que daban a un pasillo alfombrado. Paula se detuvo ante unos ventanales de cristal. Soltándolo, buscó en el bolso de noche una tarjeta que pase por la  ranura  de  seguridad.  Las  puertas  se  abrieron  y  Pedro la  siguió  hacia  una  zona  de  recepción y un pasillo.

—Mi despacho está por aquí.

—Solía  estar  en  el  sótano  —la  vió  alzar  el  mentón  en  un  gesto  típico  de  ella  y  el  corazón se le encogió.

—He  subido en el  mundo   —le dijo mirándolo a los  ojos—.   Ahora soy  más   importante.

Encendió un interruptor y la estancia se llenó de luz, capturando destellos cobrizos olvidados en su cabello largo que insinuaban el fuego que había debajo.El deseo le atenazó la garganta a Pedro.La había echado tanto de menos. Hablar con ella. Tocarla.Por encima de todo, amarla.

Paula.En un abrir y cerrar de ojos, cubrió la distancia que los separaba y volvió a tomarla en  brazos.  Ya  no  era  un  fantasma  que  se  desvanecería  con  sus  sueños  cuando  el  amanecer  subía  por  el  horizonte  interminable  y  vacío.  Inclinó  la  cabeza  y  posó  los  labios  sobre  los  de  ella.  Paula emitió  un  jadeo  sorprendido  y  un  instante  después  se  fundió en su abrazo.Ante ese sabor tan dulce, se le disparó el apetito.Subió las manos hasta que los dedos se perdieron en la masa de bucles lustrosos y contenidos. Ella echó atrás la cabeza y Pedro ahondó el beso. Los  pechos  se  pegaron  contra  su  torso  y,  a  pesar  de  la  pérdida  de  peso  de  ella,  parecieron  más  plenos  que  lo  que  recordaba.  Paula siempre  se  había  lamentado  de  su  carencia de curvas, pero en ese momento era decididamente exuberante.Otro cambio que saborearía...Le rozó el vientre con los dedos y vio que esa parte también estaba más plena. Una anomalía curiosa dada la esbeltez de sus hombros, la precisa definición de los pómulos altos. Exploró esa elevación, detuvo los dedos... y notó que ella se paralizaba.La  sangre  bramó  en  los  oídos  de  Pedro .  No  pudo  absorber  lo  que  le  indicaban  las  yemas de los dedos.

¡No! Su  primera  reacción  fue  la  negativa.  Pero  las  palmas  de  sus  manos  recorrieron  las  curvas de Paula, enviándole descargas inoportunas de información a su cerebro confuso hasta que le fue imposible negar la verdad de lo que había bajo sus manos.


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