Pedro esperaba junto al ruedo principal a que llegasen los participantes a presenciar su demostración, pero el micrófono no parecía funcionar bien y no sabía si se le había oído. Entonces vió a Paula acercarse. El pelo le caía alrededor de la cara como una cortina de seda, y movía las caderas de una forma fascinantemente femenina. Iba derecha hacia él. Le gustaba verla. Había muchas cosas que quería decirle, pero no había tenido tiempo. Había pensado en buscarla cuando todo terminase, pero ella estaba allí en aquel preciso momento. No sabía por qué, pero si era por algo que él hubiese hecho y aquello la acercaba a él, lo seguiría haciendo. Su corazón se inflamó de amor, y se dió cuenta de que las dos cosas que más deseaba en la vida eran ella y un hogar. Ver a Paula y oírle decir que él era más que bueno había derribado su última barrera emocional. O quizá había sido la necesidad de agarrarse a un clavo ardiendo; fuese lo que fuese le había dado las fuerzas que necesitaba para decirle lo mucho que la amaba. En una ocasión le había dicho que cuando averiguase lo que quería, sería la primera en saberlo. Y aquel era el momento. Tenía que saber si ella sentía lo mismo. Paula se detuvo frente a él. Estaba casi sin aliento por lo deprisa que se había dirigido hacia allí.
—¿Qué pretendes hacer? —le preguntó ella.
—Poner el broche final a todo esto —dijo él—. Me pareció una buena idea.
Tenía que decirle lo que sentía, y tenía que darle las gracias a Marcos por haberle hecho volver a Destiny.
—¿Te has vuelto loco? No puedes hacerlo.
Pedro frunció el ceño. ¿De qué estaba hablando?
—¿Hacer, qué?
—Tu pierna —contestó ella—. No lo has hecho en mucho tiempo, es una tontería.
—¿El qué?
—Montarte en un toro. ¿Y si te vuelves a hacer daño?
¡Paula había creído que iba a montar sobre un toro! Estaba preocupada por él. ¡Ojalá aquello significase lo que él pensaba!
—¿Cómo te sentirías si me hiciese daño en la pierna? —le preguntó, observando su reacción.
—Es una pregunta estúpida —dijo ella, y le temblaron los labios.
Entonces se dió la vuelta.
—Yo no creo que lo sea. Dime cómo te sentirías.
Paula negó con la cabeza sin mirarlo.
—¿Desde cuándo te asusta decir lo que piensas?
Aquello hizo que Paula se diese la vuelta y lo mirase.
—¿Quieres saber cómo me sentiría? —dijo ella furiosa secándose una lágrima—. No. Soy yo quien quiere decirte cómo me siento —corrigió ella.
—De acuerdo.
—La vida es demasiado corta para dejar cosas en el tintero y hay demasiados cabos sueltos.
—De acuerdo —dijo él deseando que hablase. Si no lo hacía, lo haría él.
—Quizá esté loca por amarte, pero así es.
Por fin. Pedro, que había estado conteniendo el aliento, suspiró. Él quería decirle lo que sentía, pero ella no había terminado aún.
—Soy mujer de un solo hombre, y tú siempre fuiste el único para mí. Te amaba hace diez años y te amo ahora. Por más que he intentado dejar de hacerlo, no he podido.
—¿Intentaste no amarme?
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque sabía que tú amabas a Camila. Y aún la amas.
—Espera...
Paula continuó como si él no hubiese hablado.
—El día en que ella volvió te ví besarla y abrazarla. Es a ella a quien tú quieres, y yo no puedo dejar de ser como soy.
—Paula...
—No te preocupes, Pedro. Lo superaré. Ahora que te lo he dicho me siento mucho mejor —dijo ella, pero las lágrimas rodaban por sus mejillas.
—No llores, cariño —dijo Pedro tomando la cara de Paula en sus manos y secando sus lágrimas con los pulgares.
Después la abrazó.
—No lo hagas, Pedro—dijo ella esforzándose por apartarse.
—¿El qué? ¿Que no te ame? —dijo Pedro apoyando la barbilla sobre su cabeza—. Demasiado tarde. Te amo.
Pedro sonrió al sentir que ella lo abrazaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario