Las palabras secas lo golpearon. Sí, lo había dicho en un arranque de orgullo estúpido. Desde luego, no hablaba en serio. Estaba descolocado, Dolido. Humillado. Y traicionado...Bajo ningún concepto iba a volver a abrirse para que ella lo despedazara.Clea se apartó, apuntó una nota en su agenda y le dijo sin mirarlo:
—Si no te importa, estableceré una cita con el banco y te confirmaré la hora luego.
Sí le importaba.Y lo estaba despidiendo. Lo invadió la incredulidad... y al final emergió el miedo. De haberla perdido de forma irrecuperable. De que nunca pudiera encontrar el camino de vuelta al mundo risueño, cálido y acogedor que habían compartido.Miedo de que el pasado hubiera desaparecido de verdad para siempre.Se controló y se preguntó qué hacía anhelando a una esposa que había encontrado a otro amante, y que encima la había dejado embarazada.Pero antes de poder contenerse, le aferró el brazo. Al instante Paula giró en redondo con mirada de sorpresa.
—¿Qué?
—¿Fue un accidente?
A Paula se le agitó la respiración hasta que finalmente casi graznó:
—¡No fue un accidente... yo quería este bebé!
El reconocimiento le atravesó el corazón como una bayoneta.
—¿Por qué?
—Ahora no, Pedro.
—Sí, ahora.
Desde el pasillo les llegó el sonido de voces.
—Esto es ridículo. ¿Quieres hablar? ¿Sabes?, hace cuatro años creía que lo único malo de nuestro matrimonio era que tú siempre mantenías la distancia... jamás me hablabas de lo que estabas pensando. Bueno, pues anoche yo estaba dispuesta a hablar... y tú no —suspiró al percibir la agitación interior de él—. Necesitamos hablar, Pedro. Pero no ahora. Tengo trabajo. Ariel acaba de llamar y puede que venga a verme. Cualquiera podría entrar.
—¡Me importa un bledo quién entre!
—A mí no.
—No necesito esas palabras sentimentales que tú consideras tan importantes. Pero sí quiero saber por qué me traicionaste, traicionaste nuestros votos.
—Traición es una palabra muy fuerte —alzó el mentón.
—Es lo que hiciste. Dime por qué.
—¿No te basta con que tú y yo hubiéramos soñado con iniciar juntos una familia?
—Esas son tonterías románticas —bufó.
—¿Tonterías? —algo aleteó en los ojos de ella—. Bueno, pues esto te va a sonar aún más a tonterías románticas... lo hice por el hombre al que amo.
—Por el padre de tu bebé.
Ella asintió con ojos súbitamente cautelosos.
—Por supuesto.
Aunque lo había estado esperando, quedó conmocionado por el reconocimiento de que lo había traicionado del peor modo posible... enamorándose de otro hombre a pesar de jurar que sería suya para siempre. La furia se extendió por sus venas como si fuera un incendio hasta que pensó que estallaría. Pero luchó por mantener un frío control. Y lo logró.
—¿Y quién es el hombre afortunado? —con un esfuerzo sobrehumano, sonrió con desdén.
—¿Quieres decir que no lo has adivinado?
Él se encogió de hombros y mintió.
—Con franqueza, no he pensado mucho en el asunto.
—Oh —bajó la vista a la mano que le rodeaba el brazo—. ¡Suéltame!
En el acto Pedro apartó la mano, se alejó y se apoyó en el marco de la puerta, cruzando los brazos con una despreocupación que no sentía.
—Me sorprende que no lo hayas adivinado —repitió ella, retirándose el cabello de los hombros.
El gesto hizo que tuviera ganas de tomarla en brazos y besarla hasta dejarla sin aire.
—Pues sorpréndeme —la desafió en vez de ceder a sus impulsos.
Pero el recuerdo de la visión que habían en sus ojos al entrar la noche anterior en el museo lo encendió. Paula, su hermosa Paula, de pie cerca de Hall-Lewis, con la mano reposando en el brazo del otro. Una amargura aguda y corrosiva le quemó la garganta—. No te molestes, no necesito adivinarlo —lo había sabido en el momento en que Fernando le había tocado el vientre en cuyo interior crecía el bebé—. Fernando Hall-Lewis.
Paula parpadeó dos veces.
—Nunca has sido tonto, Pedro. Debería haber imaginado que lo deducirías.
Con tiempo.La conclusión de Pedro le revolvió el estómago a Paula.Lo estudió allí apoyado contra la puerta. No se parecía en nada al hombre con el que se había casado. Las ondas largas de pelo negro habían sido cortadas, revelando con claridad la mandíbula cuadrada y los velados ojos oceánicos. La boca, plena y apasionada, se había transformado en una línea fina. Se dijo con vehemencia que ese hombre duro e intransigente no la atraía nada.Lo contrario sería una estupidez.Tenía que salir de allí.Antes de poder arrepentirse, pasó a su lado, abandonó el despacho y fue al aseo de señoras pasillo abajo. Por primera vez, no se fijó en las antigüedades que lo decoraban y abrió el grifo y dejó que el agua fría le recorriera las muñecas.El destello de oro a través del agua le brindó una pausa. Despacio, cerró el grifo. Un segundo más tarde, se había quitado la alianza y estudiaba la banda de oro rojo, blanco y amarillo que reposaba en la palma de su mano derecha.
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