jueves, 11 de enero de 2018

Eres Mía: Capítulo 12

Las  palabras  secas  lo  golpearon.  Sí,  lo  había  dicho  en  un  arranque  de  orgullo  estúpido. Desde luego, no hablaba en serio. Estaba descolocado, Dolido. Humillado. Y traicionado...Bajo ningún concepto iba a volver a abrirse para que ella lo despedazara.Clea se apartó, apuntó una nota en su agenda y le dijo sin mirarlo:

—Si no te importa, estableceré una cita con el banco y te confirmaré la hora luego.

Sí le importaba.Y lo estaba despidiendo. Lo invadió la incredulidad... y al final emergió el miedo. De haberla perdido de forma irrecuperable. De que nunca pudiera encontrar el camino de vuelta al mundo risueño, cálido y acogedor que habían compartido.Miedo de que el pasado hubiera desaparecido de verdad para siempre.Se controló y se preguntó qué hacía anhelando a una esposa que había encontrado a otro amante, y que encima la había dejado embarazada.Pero antes de poder contenerse, le aferró el brazo. Al instante Paula giró en redondo con mirada de sorpresa.

—¿Qué?

—¿Fue un accidente?

A Paula se le agitó la respiración hasta que finalmente casi graznó:

—¡No fue un accidente... yo quería este bebé!

El reconocimiento le atravesó el corazón como una bayoneta.

—¿Por qué?

—Ahora no, Pedro.

—Sí, ahora.

Desde el pasillo les llegó el sonido de voces.

—Esto  es  ridículo.  ¿Quieres hablar?  ¿Sabes?,  hace cuatro años  creía que lo  único  malo  de  nuestro  matrimonio  era  que  tú  siempre  mantenías  la  distancia...  jamás  me  hablabas  de  lo  que  estabas  pensando.  Bueno,  pues  anoche  yo  estaba  dispuesta  a  hablar... y tú no —suspiró al percibir la agitación interior de él—. Necesitamos hablar, Pedro. Pero no ahora. Tengo trabajo. Ariel acaba de llamar y puede que venga a verme. Cualquiera podría entrar.

—¡Me importa un bledo quién entre!

—A mí no.

—No necesito esas palabras sentimentales que tú consideras tan importantes. Pero sí quiero saber por qué me traicionaste, traicionaste nuestros votos.

—Traición es una palabra muy fuerte —alzó el mentón.

—Es lo que hiciste. Dime por qué.

—¿No te basta con que tú y yo hubiéramos soñado con iniciar juntos una familia?

—Esas son tonterías románticas —bufó.

—¿Tonterías? —algo aleteó en  los  ojos  de  ella—.  Bueno,  pues  esto  te  va  a  sonar  aún más a tonterías románticas... lo hice por el hombre al que amo.

—Por el padre de tu bebé.

Ella asintió con ojos súbitamente cautelosos.

—Por supuesto.

Aunque lo había estado esperando, quedó conmocionado por el reconocimiento de que  lo  había  traicionado  del  peor  modo  posible...  enamorándose  de  otro  hombre  a  pesar de jurar que sería suya para siempre. La furia se extendió por sus venas como si fuera  un  incendio  hasta  que  pensó  que  estallaría.  Pero  luchó  por  mantener  un  frío  control. Y lo logró.

—¿Y quién es  el hombre  afortunado?  —con  un  esfuerzo  sobrehumano,  sonrió  con  desdén.

—¿Quieres decir que no lo has adivinado?

Él se encogió de hombros y mintió.

—Con franqueza, no he pensado mucho en el asunto.

—Oh —bajó la vista a la mano que le rodeaba el brazo—. ¡Suéltame!

En  el  acto  Pedro apartó  la  mano,  se  alejó  y se apoyó en  el marco  de  la  puerta,  cruzando los brazos con una despreocupación que no sentía.

—Me sorprende que no lo hayas adivinado —repitió ella, retirándose el cabello de los hombros.

El gesto hizo que tuviera ganas de tomarla en brazos y besarla hasta dejarla sin aire.

—Pues sorpréndeme —la desafió en vez de ceder a sus impulsos.

Pero el recuerdo de la visión que habían en sus ojos al entrar la noche anterior en el museo lo encendió. Paula, su hermosa Paula, de pie cerca de Hall-Lewis, con la mano reposando en el brazo del otro. Una amargura aguda y corrosiva le quemó la garganta—. No te molestes, no necesito  adivinarlo  —lo  había  sabido  en  el  momento  en  que  Fernando le  había  tocado  el  vientre en cuyo interior crecía el bebé—. Fernando Hall-Lewis.

Paula parpadeó dos veces.

—Nunca  has  sido  tonto,  Pedro.  Debería  haber  imaginado  que  lo  deducirías.

 Con  tiempo.La conclusión de Pedro le revolvió el estómago a Paula.Lo  estudió  allí  apoyado  contra  la  puerta.  No  se  parecía  en  nada  al  hombre  con  el  que  se  había  casado.  Las ondas  largas  de  pelo  negro  habían  sido  cortadas,  revelando  con  claridad  la  mandíbula  cuadrada  y  los  velados  ojos  oceánicos.  La  boca,  plena  y  apasionada, se había transformado en una línea fina. Se dijo con vehemencia que ese hombre duro e intransigente no la atraía nada.Lo contrario sería una estupidez.Tenía que salir de allí.Antes de poder arrepentirse, pasó a su lado, abandonó el despacho y fue al aseo de señoras pasillo abajo. Por primera vez, no se fijó en las antigüedades que lo decoraban y abrió el grifo y dejó que el agua fría le recorriera las muñecas.El destello de oro a través del agua le brindó una pausa. Despacio,  cerró  el  grifo.  Un  segundo  más  tarde,  se  había  quitado  la  alianza  y  estudiaba  la  banda  de  oro  rojo,  blanco  y  amarillo  que  reposaba  en  la  palma  de  su  mano derecha.

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