jueves, 18 de enero de 2018

Eres Mía: Capítulo 18

Ni  siquiera  los  chorros  de  la  ducha  pudieron  evaporar  la  indignación  que  sentía  de  que  hubiera  ido  a  su  casa  y  se  hubiera  metido  en  su  cama,  adueñándose  de  su  santuario  más  íntimo  como  si  solo  lo  hubiera  dejado  el  día  anterior.  ¿Y  luego  tenía  el descaro de recordarle que aún era su esposa?¡No era ella quien se había ido! Alzó la cara hacia el agua. El hombre apoyado en sus almohadas y que había jurado amarla hasta que la muerte los separara la despreciaba. Ese hombre había abandonado los votos que habían pronunciado. Cerró  el  agua  y  se  pasó  crema  por  el  cuerpo,  cada  vez  más  sensible  a  medida  que  progresaba el embarazo.Un  aleteo  secreto,  como  el  susurro  de  alas  de  mariposa,  hizo  que  sus  manos  se  detuvieran  sobre  el  vientre,  experimentando  la  maravillosa  sensación  que  había  empezado dos semanas atrás. Su bebé se movía. Se habían casado cuatro semanas después de conocerse... y diez meses después él se había desvanecido. Un extraño que había compartido de forma íntima su vida y su amor durante menos de un año.Por  el  que  había  rezado  y  al  que  había  esperado  todos  los  años  que  había  estado  ausente. Pero,  ¿Había llegado a conocerlo alguna vez?No podía soportar tomar en cuenta la posibilidad de haberlo alejado de ella por un exceso de amor, como en una ocasión había alejado a su madre... hacia los brazos de la familia de otro hombre.Se preguntó si le había hecho lo mismo a él o si el vínculo que tenía con Candela  había sido  demasiado  fuerte.  Y  si  ese  era  el  caso,  ¿Por  qué  había  terminado  por  regresar  a  casa? En su cabeza remolineaban demasiadas preguntas. Pero una cosa era segura: no iba a compartir la cama con Pedro. No esa noche. No hasta que no obtuviera respuestas.Quizá nunca.El agua había dejado de correr.

Pedro observó la puerta con todos los músculos tensos, esperando a que se abriera.Cuando al final salió, la piel pálida de los hombros le brillaba por la humedad. Cerró rápidamente  los  ojos.  El  sonido  suave  de  los  pies  sobre  la  alfombra  le  indicó  que  se  acercaba a la cama.Se detuvo largo rato junto al lecho.

—¿Pedro? —musitó al final—. ¿Estás dormido?

No respondió y se concentró en mantener la respiración lenta y acompasada. En los últimos años había tenido mucha práctica en perfeccionar esa técnica que engañaba a los guardias.

Ella suspiró.

—No puedes dormir aquí.

A pesar de la irritación de Paula, Pedro no tenía intención de dormir en ninguna otra parte. Era su cama.... y ella su esposa.

—Despierta.

Le  tocó  el  hombro  con  dedos  sorprendentemente  gentiles.  Él  se  obligó  a  no  reaccionar.

—Eres demasiado pesado para que pueda moverte. Supongo que contaste con ello —se sentó en el borde—. Debería llamar a Leonardo para que me ayudara a hacerlo. Te lo tendrías bien merecido si todo el personal de la casa se enterara de que te he echado de mi dormitorio.

A la  uz  tenue  de  la  lámpara  de  noche  pudo  ver  que  tenía  la  cabeza  inclinada  y  los  hombros encorvados. Se la veía cansada y curiosamente derrotada. Anheló  alzar  el  edredón,  quitarle  la  toalla  húmeda  del  cuerpo  y  acomodarla  en  el  cálido espacio a su lado. Pero resistió el impulso.Iba a ganar ese asalto. Paula no tenía más elección que meterse en la cama con él... no tardaría en comprenderlo. Experimentó una oleada de expectación.

—¿Qué haces aquí? ¿Por qué has vuelto, Pedro?

Qué  Dios  lo  ayudara,  pero  ya  no  lo  sabía.  Durante  años  su  única  meta  había  sido  regresar junto a Paula. Desde el episodio del año anterior, cuando un mensajero había llegado  con  noticias  que  hicieron  que  Akam  se  enfureciera  de  miedo  y  condujeron  a  que lo golpearan de forma severa, Brand había sabido que sus captores se hallaban al límite.  Al  alimentar  la  paranoia  creciente  de  Akam,  se  había  asegurado  su  propia  liberación.  Su  secuestrador  le  había  proporcionado  transporte  al  norte.  Equipado  con  un  mapa  tosco,  Pedro se  había  dirigido  a  las  montañas  en  busca  de  una  red  de  contrabandistas  kurdos  de  la  que  Akam  le  había  hablado.  Después  de  tres  días  de  caminata  demoledora  bajo  un  sol  abrasador,  había  llegado  al  poblado  donde  se  asentaban.  Desde  allí  había  tenido  ayuda,  y  reveses  que  le  habían  hecho  perder  más  meses, antes de lograr atravesar el paso de los contrabandistas en las montañas. Una vez  en  Turquía,  le  habían  proporcionado  dos  pasaportes  falsos,  uno  a  su  propio  nombre  y  otro  bajo  una  identidad  falsa,  antes  de  iniciar  el  largo  trayecto  de  vuelta  a casa en los Estados Unidos.El primo turco de Akam, Ahmet, le había aconsejado que no usara el pasaporte a su nombre  por  si  despertaba  alarmas  en  alguna  agencia  gubernamental.  Sin  embargo,  y  aunque fuera falso, tener un pasaporte a su propio nombre lo reafirmaba en el hecho de que Pedro Alfonso aún existía.Había esperado...Cerró  los  ojos  con  fuerza.  ¿Qué  diablos  importaba  lo  que  había  esperado?  Había  llegado a casa listo para recuperar su antigua vida... y solo había descubierto que Paula negaba su existencia. Había vuelto junto a una esposa que estaba embarazada... y que planeaba casarse con otro hombre.

Paula se inclinó hacia él. Durante un segundo pensó que lo iba a abrazar... incluso a besar.

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