Ni siquiera los chorros de la ducha pudieron evaporar la indignación que sentía de que hubiera ido a su casa y se hubiera metido en su cama, adueñándose de su santuario más íntimo como si solo lo hubiera dejado el día anterior. ¿Y luego tenía el descaro de recordarle que aún era su esposa?¡No era ella quien se había ido! Alzó la cara hacia el agua. El hombre apoyado en sus almohadas y que había jurado amarla hasta que la muerte los separara la despreciaba. Ese hombre había abandonado los votos que habían pronunciado. Cerró el agua y se pasó crema por el cuerpo, cada vez más sensible a medida que progresaba el embarazo.Un aleteo secreto, como el susurro de alas de mariposa, hizo que sus manos se detuvieran sobre el vientre, experimentando la maravillosa sensación que había empezado dos semanas atrás. Su bebé se movía. Se habían casado cuatro semanas después de conocerse... y diez meses después él se había desvanecido. Un extraño que había compartido de forma íntima su vida y su amor durante menos de un año.Por el que había rezado y al que había esperado todos los años que había estado ausente. Pero, ¿Había llegado a conocerlo alguna vez?No podía soportar tomar en cuenta la posibilidad de haberlo alejado de ella por un exceso de amor, como en una ocasión había alejado a su madre... hacia los brazos de la familia de otro hombre.Se preguntó si le había hecho lo mismo a él o si el vínculo que tenía con Candela había sido demasiado fuerte. Y si ese era el caso, ¿Por qué había terminado por regresar a casa? En su cabeza remolineaban demasiadas preguntas. Pero una cosa era segura: no iba a compartir la cama con Pedro. No esa noche. No hasta que no obtuviera respuestas.Quizá nunca.El agua había dejado de correr.
Pedro observó la puerta con todos los músculos tensos, esperando a que se abriera.Cuando al final salió, la piel pálida de los hombros le brillaba por la humedad. Cerró rápidamente los ojos. El sonido suave de los pies sobre la alfombra le indicó que se acercaba a la cama.Se detuvo largo rato junto al lecho.
—¿Pedro? —musitó al final—. ¿Estás dormido?
No respondió y se concentró en mantener la respiración lenta y acompasada. En los últimos años había tenido mucha práctica en perfeccionar esa técnica que engañaba a los guardias.
Ella suspiró.
—No puedes dormir aquí.
A pesar de la irritación de Paula, Pedro no tenía intención de dormir en ninguna otra parte. Era su cama.... y ella su esposa.
—Despierta.
Le tocó el hombro con dedos sorprendentemente gentiles. Él se obligó a no reaccionar.
—Eres demasiado pesado para que pueda moverte. Supongo que contaste con ello —se sentó en el borde—. Debería llamar a Leonardo para que me ayudara a hacerlo. Te lo tendrías bien merecido si todo el personal de la casa se enterara de que te he echado de mi dormitorio.
A la uz tenue de la lámpara de noche pudo ver que tenía la cabeza inclinada y los hombros encorvados. Se la veía cansada y curiosamente derrotada. Anheló alzar el edredón, quitarle la toalla húmeda del cuerpo y acomodarla en el cálido espacio a su lado. Pero resistió el impulso.Iba a ganar ese asalto. Paula no tenía más elección que meterse en la cama con él... no tardaría en comprenderlo. Experimentó una oleada de expectación.
—¿Qué haces aquí? ¿Por qué has vuelto, Pedro?
Qué Dios lo ayudara, pero ya no lo sabía. Durante años su única meta había sido regresar junto a Paula. Desde el episodio del año anterior, cuando un mensajero había llegado con noticias que hicieron que Akam se enfureciera de miedo y condujeron a que lo golpearan de forma severa, Brand había sabido que sus captores se hallaban al límite. Al alimentar la paranoia creciente de Akam, se había asegurado su propia liberación. Su secuestrador le había proporcionado transporte al norte. Equipado con un mapa tosco, Pedro se había dirigido a las montañas en busca de una red de contrabandistas kurdos de la que Akam le había hablado. Después de tres días de caminata demoledora bajo un sol abrasador, había llegado al poblado donde se asentaban. Desde allí había tenido ayuda, y reveses que le habían hecho perder más meses, antes de lograr atravesar el paso de los contrabandistas en las montañas. Una vez en Turquía, le habían proporcionado dos pasaportes falsos, uno a su propio nombre y otro bajo una identidad falsa, antes de iniciar el largo trayecto de vuelta a casa en los Estados Unidos.El primo turco de Akam, Ahmet, le había aconsejado que no usara el pasaporte a su nombre por si despertaba alarmas en alguna agencia gubernamental. Sin embargo, y aunque fuera falso, tener un pasaporte a su propio nombre lo reafirmaba en el hecho de que Pedro Alfonso aún existía.Había esperado...Cerró los ojos con fuerza. ¿Qué diablos importaba lo que había esperado? Había llegado a casa listo para recuperar su antigua vida... y solo había descubierto que Paula negaba su existencia. Había vuelto junto a una esposa que estaba embarazada... y que planeaba casarse con otro hombre.
Paula se inclinó hacia él. Durante un segundo pensó que lo iba a abrazar... incluso a besar.
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