Nada. Ni siquiera un parpadeo. No dejaba de mirarla con esa mirada de basilisco que empezaba a despreciar.
—He esperado...
—¿Esperado? —enarcó una ceja con ironía.
—¡Sí! ¡Esperado! —se apartó un mechón de la cara—. En la última conversación aceptable que mantuvimos, tú estabas en Londres... a punto de irte a Grecia. Discutimos por eso. ¿Recuerdas? —ella había querido reorganizar su agenda y le había pedido que la esperara hasta que pudiera reunirse con él. Pedro se había negado... y le había ordenado que se quedara en casa.
A Paula no le había gustado nada esa negativa sin rodeos. No había sido la primera vez que Pedro tomaba decisiones por ella y la había dejado de malhumor. Había vuelto a llamarla desde Atenas... y la conversación había sido seca y breve. Justo antes de cortar, él le había dicho que la amaba. Luego ya no hubo más contactos.Al no obtener respuesta, añadió:
—Nunca me dijiste que planeabas ir a Irak.
La mirada de él no vaciló.
—No quería preocuparte.
¿Podía ser tan simple la explicación? ¿O el viaje a Grecia había sido una tapadera para una aventura con otra mujer? ¿Había sido correcta, después de todo, la primera teoría de la infidelidad presentada por los investigadores?
Ella quebró el silencio.
—¿Eso es todo? ¿Esa es la razón por la que nunca lo mencionaste? —de no haber estado observándolo con suma atención, habría pasado por alto el destello en sus ojos.
Pedro no le contaba la verdad.O al menos no toda la verdad.El silencio se alargó hasta que ella volvió a romperlo.
—¿No crees que la preocupación de que pudieran mutilarte, secuestrarte o incluso matarte sería una reacción razonable de saber que ibas a ir a Bagdad?
Él encogió los hombros poderosos.
—Serví allí con las Fuerzas Especiales —dijo—. Conozco el territorio... y los riesgos.
La frustración y una sensación de decepción la empujaron al sarcasmo.
—De acuerdo, puede que esos riesgos no preocupen a superhumanos como tú... pero desde luego sí me preocupan a mí.
—Razón por lo que no te lo conté... no tenía tiempo para tranquilizarte.
Como si fuera una chiquilla que se aferrara a él y no quisiera soltarlo. Pero eso empezaba a ponerse interesante. Pedro le mentía. No le cabía duda al respecto.
—Bien, ¿Qué era tan importante como para marcharte sin consultarlo conmigo? ¿Y por qué no estableciste contacto desde entonces? No habrás estado en Bagdad todo este tiempo —más silencio. Volvió a intentarlo—: ¿Estuviste en alguna misión encubierta?
Él rió, haciendo que se sintiera ridículamente melodramática. Aunque no pudo evitar pensar en los hombres de trajes oscuros que aparecieron después de su desaparición y que parecían saber todo sobre su pasado en las Fuerzas Especiales.
—Al menos dime que se trata de material clasificado, si esa es la causa.
—No formé parte de una operación militar.
—Dime dónde has estado y me pensaré si te explico lo del bebé... —respiró hondo— con la condición de que no me interrumpas hasta que haya terminado.
—No necesito tus condiciones... o tus explicaciones —repuso él. Clavó la vista en el estómago casi liso de ella—: Sé muy bien lo que has estado haciendo.
Puede que Pedro no necesitara explicaciones, pero ella desde luego que sí. Aunque no pensaba permitirle que viera lo mucho que le importaba.
—Deja que lo adivine. ¿Has estado tomando el sol en el Mediterráneo? ¿Haciendo vida social con el Aga Khan?¿Acostándote con otra mujer?
Le aterraba demasiado la respuesta como paraplantear en voz alta esa pregunta. ¿Era posible que hubiera estado viviendo con su amante durante los cuatro años que había desaparecido sin dejar rastro? Desde luego, poseía la habilidad de permanecer invisible el tiempo que quisiera. Cerró los ojos y se preguntó por qué se peleaba con Pedro. No era eso lo que quería. Sacudió la cabeza para despejarla de toda agitación y confusión, en busca de serenidad. ¿Cómo se había estropeado todo tan rápidamente? Era Pedro. Lo amaba. Siempre había creído en él. Había aguardado su regreso cada día. Cada noche. Y sin embargo, ahí estaba, tan dolida que podía escupir fuego... mientras las dudas se asentaban en su corazón.Tenían que parar todo eso.Volvió a respirar hondo y cuando estuvo segura de hallarse bajo control, abrió los ojos y dijo con ecuanimidad:
—Lo siento, no pretendía sonar frívola.
La expresión hermética de él no se ablandó. El silencio se alargó mucho. Pero ella siguió esperando con las manos cerradas con fuerza y el pulso martilleándole los oídos.Una explicación sobre dónde había estado y por qué la ausencia había sido tan prolongada. Incluso se convenció de que la aceptaría sin cuestionarla, diciéndose que lo único que importaba era que había vuelto y que lo amaba.Pero a medida que el minutero de los relojes de pared avanzaban implacables, Paula se rindió. Pedro no iba a darle ninguna explicación. ¿Porque ya no le importaba? solo había una manera de averiguarlo.
—Pedro... —abrió las manos y se alejó de la seguridad del escritorio.
Poniéndose de puntillas y apoyando las manos en sus hombros, buscó una conexión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario