martes, 9 de enero de 2018

Eres Mía: Capítulo 6

—¿Por  qué  no  me contaste que te  ibas  a Bagdad?  —inquirió.  Él  simplemente  la  miró—. ¡Responde!

Nada.  Ni  siquiera  un  parpadeo.  No dejaba  de  mirarla  con  esa  mirada  de  basilisco  que empezaba a despreciar.

—He esperado...

—¿Esperado? —enarcó una ceja con ironía.

—¡Sí!  ¡Esperado!  —se  apartó  un  mechón de la  cara—.  En  la  última  conversación  aceptable que  mantuvimos,  tú  estabas  en  Londres...   a  punto de  irte  a  Grecia.   Discutimos por eso. ¿Recuerdas? —ella había querido reorganizar su agenda y le había pedido que la esperara hasta que pudiera reunirse con él.  Pedro se había negado... y le había ordenado que se quedara en casa.

A Paula no le había gustado nada esa negativa sin  rodeos.  No  había  sido  la  primera  vez  que  Pedro  tomaba  decisiones  por  ella  y  la  había  dejado  de  malhumor.  Había  vuelto  a  llamarla desde  Atenas...  y  la  conversación  había sido seca y breve. Justo antes de cortar, él le había dicho que la amaba. Luego ya no hubo más contactos.Al no obtener respuesta, añadió:

—Nunca me dijiste que planeabas ir a Irak.

La mirada de él no vaciló.

—No quería preocuparte.

¿Podía ser tan simple  la  explicación?  ¿O  el  viaje  a  Grecia  había  sido  una  tapadera  para una aventura con otra mujer? ¿Había sido correcta, después de todo, la primera teoría de la infidelidad presentada por los investigadores?

Ella quebró el silencio.

—¿Eso es todo?  ¿Esa  es  la  razón  por  la  que  nunca  lo  mencionaste?  —de  no  haber  estado observándolo con suma atención, habría pasado por alto el destello en sus ojos.

Pedro no le contaba la verdad.O al menos no toda la verdad.El silencio se alargó hasta que ella volvió a romperlo.

—¿No crees que la preocupación de que pudieran mutilarte, secuestrarte o incluso matarte sería una reacción razonable de saber que ibas a ir a Bagdad?

Él encogió los hombros poderosos.

—Serví allí con las Fuerzas Especiales —dijo—. Conozco el territorio... y los riesgos.

La frustración y una sensación de decepción la empujaron al sarcasmo.

—De  acuerdo,  puede  que  esos  riesgos  no  preocupen  a  superhumanos  como  tú...  pero desde luego sí me preocupan a mí.

—Razón por lo que no te lo conté... no tenía tiempo para tranquilizarte.

Como si  fuera una chiquilla  que se aferrara  a  él  y  no  quisiera  soltarlo.  Pero  eso  empezaba a ponerse interesante. Pedro le mentía. No le cabía duda al respecto.

—Bien, ¿Qué era tan importante como para marcharte sin consultarlo conmigo? ¿Y por  qué  no estableciste contacto desde entonces?  No habrás  estado  en  Bagdad  todo  este   tiempo   —más   silencio.   Volvió   a   intentarlo—:   ¿Estuviste   en   alguna   misión   encubierta?

Él  rió,  haciendo  que  se  sintiera  ridículamente  melodramática.  Aunque  no  pudo  evitar  pensar  en  los  hombres  de  trajes  oscuros  que  aparecieron  después  de  su  desaparición y que parecían saber todo sobre su pasado en las Fuerzas Especiales.

—Al menos dime que se trata de material clasificado, si esa es la causa.

—No formé parte de una operación militar.

—Dime  dónde  has  estado  y  me  pensaré  si  te  explico  lo  del  bebé...  —respiró hondo— con la condición de que no me interrumpas hasta que haya terminado.

—No necesito tus condiciones... o tus explicaciones —repuso él. Clavó la vista en el estómago casi liso de ella—: Sé muy bien lo que has estado haciendo.

Puede que Pedro no necesitara explicaciones, pero ella desde luego que sí. Aunque no pensaba permitirle que viera lo mucho que le importaba.

—Deja que lo adivine. ¿Has estado tomando el sol en el Mediterráneo? ¿Haciendo vida social con el Aga Khan?¿Acostándote con otra  mujer? 

Le  aterraba  demasiado  la  respuesta  como  paraplantear en voz alta esa pregunta. ¿Era posible que hubiera estado  viviendo con su  amante durante los cuatro años que  había  desaparecido  sin dejar  rastro?   Desde  luego,   poseía  la  habilidad  de  permanecer invisible el tiempo que quisiera. Cerró los ojos y se  preguntó  por  qué  se  peleaba  con  Pedro.  No era eso lo  que  quería.  Sacudió  la  cabeza  para despejarla  de  toda  agitación  y  confusión,  en  busca  de  serenidad.  ¿Cómo  se  había  estropeado  todo  tan  rápidamente?  Era  Pedro.  Lo  amaba.  Siempre  había  creído  en  él.  Había aguardado  su  regreso  cada  día.  Cada  noche.  Y  sin  embargo,  ahí  estaba,  tan  dolida  que  podía  escupir  fuego...  mientras  las  dudas  se  asentaban en su corazón.Tenían que parar todo eso.Volvió  a  respirar  hondo  y  cuando  estuvo  segura  de  hallarse  bajo  control,  abrió  los  ojos y dijo con ecuanimidad:

—Lo siento, no pretendía sonar frívola.

La expresión hermética de él no se ablandó. El silencio se alargó mucho. Pero  ella  siguió   esperando  con  las  manos cerradas  con  fuerza  y  el  pulso  martilleándole los oídos.Una  explicación sobre  dónde  había  estado  y  por  qué  la  ausencia  había  sido  tan  prolongada.  Incluso  se  convenció  de  que  la  aceptaría  sin  cuestionarla, diciéndose  que  lo único que importaba era que había vuelto y que lo amaba.Pero a medida que el minutero de los relojes de pared avanzaban implacables, Paula se rindió. Pedro no iba a darle ninguna explicación. ¿Porque ya no le importaba? solo había una manera de averiguarlo.

—Pedro... —abrió las manos y se alejó de la seguridad del escritorio.

Poniéndose de puntillas   y   apoyando   las   manos   en   sus   hombros,   buscó   una   conexión.

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