—Whisky doble con hielo.
Asintió brevemente ante el anuncio del barman mientras alzaba la copa y mantenía la mirada cauteloso sobre la manada de periodistas que había mostrado un gran interés desde que había regresado a la galería. El primer trago fue como una descarga contra su garganta. En cuatro años había olvidado la potencia del whisky. Se sirvió dos dedos de agua. Con la copa en la mano, se retiró a un punto desierto detrás de una columna coronada con la cabeza tallada en mármol de una mujer. Alejado de los medios, se dedicó a buscar con la vista a su mujer. La encontró en un grupo que incluía un senador, la esposa de aquel y un conocido subastador de arte. Mientras la estudiaba, intentó descifrar por qué aún no se había marchado. Con el revuelo que iba a causar su misteriosa reaparición, no tenía sentido quedarse. No a menos que quisiera aparecer en la primera plana de los periódicos... algo que nunca había sido su estilo.Ceñudo, vio que a Paula se la veía vivaz y feliz... no como si acabara de mantener una fuerte discusión con el marido al que no había visto en cuatro años.
Relajada en compañía del poder, era evidente que había desarrollado una sofisticación de la que carecía cuatro años atrás. Su mujer había crecido. Había dejado a una esposa joven y regresado para encontrar a una mujer. Posó la vista en su estómago.Una mujer embarazada. El padre de ella se unió al grupo. La primera vez que se conocieron, Paula le había dicho que iba a encantarle, ya que tenían muchas cosas en común. Miguel Chaves importaba alfombras, cerámica, muebles de madera y antigüedades selectas de Afganistán, Irak y Turquía para una cadena de tiendas que poseía.Desde el primer apretón de manos, Pedro había sabido que el padre de Paula sentía un interés nulo por él. Conocer al amigo de la infancia de ella le había explicado la causa... Fernando Hall-Lewis era el hombre que Miguel había elegido para que se casara con su hija. Licenciado en la mejor universidad, importador exportador de éxito con quien Miguel mantenía una relación estrecha de trabajo, Fernando era afable y relajado. Que la familia de este pudiera rastrear su linaje hasta el Mayflower también ayudaba. Un exsoldado de las fuerzas especiales procedente de una familia rural anónima de Nueva Zelanda no era competencia, sin importar la fama de integridad que se había ganado... o su fortuna en incesante crecimiento basada en la constante revalorización de los elementos antiguos con los que trataba. Aunque los millones significaban poco para Miguel... él mismo tenía más que suficientes. Cuando Paula había elegido un matrimonio precipitado en la Capilla del Amor de Las Vegas con el soldado convertido en tratante de antigüedades, el desagrado de Miguel se había convertido en manifiesta enemistad.
—Pedro... ¿Eres tú? Qué maravilloso. ¿Dónde has estado?
Este giró la cabeza. Al lado tenía a la madre de Paula, el cabello negro recogido en un moño y el vestido de igual color de una elegancia atemporal. En su garganta brillaban diamantes, solo había visto a Alejandra unas pocas veces durante el matrimonio con Paula. Hija única de un industrial millonario, Alejandra había puesto fin a su matrimonio con Miguel cuando Paula tenía diez años y poco después de obtener el divorcio había vuelto a casarse. Su nuevo marido, un próspero hombre de negocios viudo, tenía una hija de la misma edad que Paula y un hijo menor.
—Ha pasado tiempo —le dió un abrazo comedido—. Se te ve preciosa.
—Lisonjero —Alejandra Schulz Chaves Gordon le devolvió el abrazo antes de retirarse esbozando una leve sonrisa—. Te sorprende verme aquí. Es lógico... ya que no fui invitada. Tuve el sentido común de no traer a mi marido, pero deseaba ver la exposición de Paula y me colé... el portero me dijo que tenía los mismos ojos que ella y en ningún momento se le pasó por la cabeza negarme el acceso. He estado admirando las exposiciones. Pau ha hecho un trabajo magnífico. Me siento tan orgullosa —los ojos esmeralda de Alejandra brillaron de emoción.
Omitiendo mencionar que también él se había colado, comentó con gentileza: sospechaba que el distanciamiento entre Paula y su madre le causaba a aquella un dolor que jamás admitiría. Siempre había ansiado una familia y necesitaba a su madre... a pesar de ser demasiado obstinada para reconocerlo.
—Mi hija jamás me perdonará por haberlos abandonado.
Pedro se movió incómodo.
—Te necesita, lo que pasa es que aún no lo sabe. Dale tiempo.
—¿Paula sabe que has vuelto? —inquirió Alejndra con suavidad.
—Sí —fue su respuesta escueta.
Su suegra le dió una palmada en la manga.
—Pedro, sabes que nunca he gozado de su confianza e intimidad, pero sí sé que te echó mucho de menos después de que... desaparecieras.
La carga evidente que llevaba fue prueba más que suficiente.Los ojos de Alejandra estaban llenos de preguntas que él no podía ni iba a responder. Aún no.Con la mano indicó hacia donde Paula charlaba y sonreía.
—¿Tanto que está embarazada.
—¿Embarazada? —examinó la figura de su hija—. ¿Paula?
—Mmm.
—¡No puede ser!
Volvió a centrar su atención en la madre de Paula y se inclinó.
—Créeme, lo está.
Alejandra había palidecido.—Ni siquiera sabía que se veía con alguien. Aunque no hay motivo para que me lo hubiera contado. No nos hablamos.
Vió el movimiento de la prensa y comprendió que iba a empezar a costarle permanecer oculto.
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