martes, 9 de enero de 2018

Eres Mía: Capítulo 8

—Whisky doble con hielo.

Asintió brevemente ante el anuncio del barman mientras alzaba la copa y mantenía la  mirada  cauteloso  sobre  la  manada  de  periodistas  que  había  mostrado  un  gran  interés desde que había regresado a la galería. El  primer  trago  fue  como  una  descarga  contra  su  garganta.  En cuatro años había olvidado la potencia del whisky. Se sirvió dos dedos de agua. Con la copa en la  mano,  se retiró  a  un  punto  desierto  detrás  de  una  columna  coronada  con  la  cabeza  tallada  en  mármol  de  una  mujer.  Alejado  de  los  medios,  se  dedicó  a  buscar  con  la  vista  a  su  mujer.  La  encontró  en  un  grupo  que  incluía  un  senador, la esposa de aquel y un conocido subastador de arte. Mientras la estudiaba, intentó descifrar por qué aún no se había marchado. Con  el  revuelo  que  iba  a  causar  su  misteriosa  reaparición,  no tenía  sentido  quedarse.  No  a  menos  que  quisiera  aparecer  en  la  primera  plana  de  los  periódicos...  algo que nunca había sido su estilo.Ceñudo, vio que a Paula se la veía vivaz y feliz... no como si acabara de mantener una fuerte  discusión  con  el  marido  al  que  no  había  visto  en  cuatro  años. 

Relajada  en  compañía  del  poder,  era  evidente  que  había  desarrollado  una  sofisticación  de  la  que  carecía cuatro años atrás. Su mujer había crecido.   Había dejado  a  una  esposa  joven  y  regresado   para   encontrar a una mujer. Posó la vista en su estómago.Una mujer embarazada. El  padre  de  ella  se  unió  al  grupo.  La  primera  vez  que  se  conocieron,  Paula  le  había  dicho que iba a encantarle, ya que tenían muchas cosas en común. Miguel Chaves importaba   alfombras,   cerámica,   muebles   de   madera   y   antigüedades   selectas de   Afganistán, Irak y Turquía para una cadena de tiendas que poseía.Desde el primer apretón de manos, Pedro había sabido que el padre de Paula sentía un  interés  nulo  por  él.  Conocer  al  amigo  de  la  infancia  de  ella  le  había  explicado  la  causa...  Fernando  Hall-Lewis  era  el  hombre  que  Miguel había  elegido  para  que  se  casara  con su hija. Licenciado  en  la  mejor  universidad,  importador  exportador  de  éxito  con  quien  Miguel mantenía una relación estrecha de trabajo, Fernando era afable y relajado. Que la familia de este pudiera rastrear su linaje hasta el Mayflower también ayudaba. Un exsoldado de las fuerzas especiales procedente de una familia rural anónima de Nueva  Zelanda  no  era  competencia,  sin  importar  la  fama  de  integridad  que  se  había  ganado... o su fortuna en incesante crecimiento basada en la constante revalorización de los elementos antiguos con los que trataba. Aunque los millones significaban poco para  Miguel...  él  mismo  tenía  más  que  suficientes.  Cuando  Paula había  elegido  un  matrimonio precipitado en la Capilla del Amor de Las Vegas con el soldado convertido en   tratante   de   antigüedades,   el  desagrado   de   Miguel se   había  convertido   en   manifiesta enemistad.

—Pedro... ¿Eres tú? Qué maravilloso. ¿Dónde has estado?

Este giró la cabeza. Al lado tenía a la madre de Paula, el cabello negro recogido en un moño y el vestido de igual color de una elegancia atemporal. En su garganta brillaban diamantes,  solo  había  visto  a  Alejandra unas  pocas  veces  durante  el  matrimonio  con  Paula. Hija única de un industrial millonario, Alejandra había puesto fin a su matrimonio con  Miguel cuando  Paula tenía  diez  años  y  poco  después  de  obtener  el  divorcio  había  vuelto a casarse. Su nuevo marido, un próspero hombre de negocios viudo, tenía una hija de la misma edad que Paula y un hijo menor.

—Ha pasado tiempo —le dió un abrazo comedido—. Se te ve preciosa.

—Lisonjero —Alejandra Schulz Chaves Gordon  le  devolvió  el  abrazo  antes  de  retirarse esbozando una leve sonrisa—. Te sorprende verme aquí. Es lógico... ya que no fui  invitada.  Tuve  el  sentido  común  de  no  traer  a  mi  marido,  pero  deseaba  ver  la  exposición de Paula y me colé... el portero me dijo que tenía los mismos ojos que ella  y  en  ningún  momento  se  le  pasó  por  la  cabeza  negarme  el  acceso.  He  estado  admirando  las  exposiciones.  Pau ha  hecho  un  trabajo  magnífico.  Me  siento  tan  orgullosa —los ojos esmeralda de Alejandra brillaron de emoción.

 Omitiendo mencionar que también él se había colado, comentó con gentileza: sospechaba  que  el  distanciamiento  entre  Paula y  su  madre  le  causaba  a  aquella  un  dolor  que  jamás  admitiría.  Siempre  había  ansiado  una  familia  y  necesitaba  a  su  madre... a pesar de ser demasiado obstinada para reconocerlo.

—Mi hija jamás me perdonará por haberlos abandonado.

Pedro se movió incómodo.

—Te necesita, lo que pasa es que aún no lo sabe. Dale tiempo.

—¿Paula sabe que has vuelto? —inquirió Alejndra con suavidad.

—Sí —fue su respuesta escueta.

Su suegra le dió una palmada en la manga.

—Pedro, sabes que nunca he gozado de su confianza e intimidad, pero sí sé que te echó mucho de menos después de que... desaparecieras.

La carga evidente que llevaba fue prueba más que suficiente.Los ojos de Alejandra estaban llenos de preguntas que él no podía ni iba a responder. Aún no.Con la mano indicó hacia donde Paula charlaba y sonreía.

—¿Tanto que está embarazada.

—¿Embarazada? —examinó la figura de su hija—. ¿Paula?

—Mmm.

—¡No puede ser!

Volvió a centrar su atención en la madre de Paula y se inclinó.

—Créeme, lo está.

Alejandra había palidecido.—Ni siquiera sabía que se veía con alguien. Aunque no hay motivo para que me lo hubiera contado. No nos hablamos.

Vió  el movimiento  de la prensa  y  comprendió  que  iba  a  empezar  a  costarle  permanecer oculto.

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