martes, 16 de enero de 2018

Eres Mía: Capítulo 13

El día de la boda Pedro le había dicho que el rojo representaba la pasión, el blanco era  por  ella,  su  prometida,  mientras  que  el  amarillo  representaba  los  niños  que  tendrían juntos... la familia que ella siempre había anhelado.Se llevó la mano libre al estómago, reconfortada por la presencia de vida que crecía en ella. Tendría el hijo que habían planeado, pero no habría familia...Sin embargo, no albergaba remordimientos.Tomar  la  decisión  de  tener  el  bebé  había  llenado  el  vacío  oscuro  en  los  días  posteriores  en  los  que  se  había  visto  obligada  a aceptar  que  Pedro estaba  realmente  muerto... de lo contrario se habría vuelto loca. Miró el anillo. Ir en pos de aquel sueño era lo que la había mantenido cuerda.Hasta  ahí  llegaba  la  esperanza  de  que  ese  día  le  aportaría  perspectiva.  Y  ahí  se  evaporaba  su  intención  de  hablar  con  Pedro acerca  del  bebé.  Empezaba  a  resultar  imposible...El había cambiado demasiado. Dejó  el  anillo  de  boda  en  la  fría  encimera  de  granito  y  se  secó  las  manos  con  una  toalla  antes  de  echarla  en  el  cesto.  Luego  se  inspeccionó  con  mirada  crítica  en  el  espejo.  Nada  en  ella  había  cambiado.  Estaba  igual  que  el  día  anterior...  que  el  mes  anterior...  incluso  que  el  año  anterior.  Desde  luego,  no  parecía  embarazada  de  diecinueve semanas.Finalmente reconoció que quizá se hallaba algo más delgada. Pedro había  cambiado.  Así  como  siempre  había  sido  reservado  y  más  que  un  poco  enigmático,  jamás  había  dudado  de  que  la  amaba.  Pero  en  ese  momento  no  estaba  distante...  estaba  directamente  en  otro  planeta.  Sin  importar  lo  que  él  quisiera  convencerla  de  creer,  descubrir  su  embarazo  no  podía  ser  responsable  de  semejante  metamorfosis.Ya  no  confiaba  en  ella.  No  la  amaba.  Creía  que  lo  había  traicionado  y  que  se  había  acostado con Fernando. Antes de caer en un sentimiento de culpa, se repitió que toda la situación no tenía nada que ver con ella... ni con el embarazo.Por  motivos  personales,  cuatro  años  atrás  Pedro había  elegido  marcharse,  irse  a  Atenas sin ella, y luego viajar a Bagdad sin comunicárselo, en compañía de una mujer con la que en una ocasión había tenido una relación íntima.Era  hora  de  reconocer  el  hecho  de  que  la  unión  había  empezado  a  desmoronarse  antes de que él se marchara... que no era el templo de fortaleza construido sobre unos cimientos sólidos de amor y confianza que ella había creído que era.

—Tú no hiciste que Pedro se alejara —le dijo a su reflejo en el espejo—. Así que no te atrevas a echarte la culpa a tí.

Observó el anillo sobre el granito.Luego  se  irguió.  Hasta  que  Pedro no  le  dijera  qué  había  salido  mal,  qué  lo  había  impulsado a irse, no pensaba volver a ponérselo jamás.

Para  su  inmenso  alivio,  al  recobrar  la  serenidad  y  salir  de  los  aseos,  Pedro ya  se  había ido de su despacho. Apenas tardó un minuto en llamar al banco y establecer una cita  con  el  director  para  el  día  siguiente.  Pero,  ¿Cómo  contactar  con  Pedro para  hacérselo saber? Colgó  y  se  puso  de  pie  con  rapidez.  Si  podía  alcanzarlo  antes  de  que  dejara  el  edificio...

Lo encontró  en  la   amplia   galería   oeste,   de   techo   alto   y   abovedado,   donde   examinaba   la   adquisición   más   valiosa   que   había   hecho   el   museo   desde   su   desaparición. El sol  estival  entraba  por  los  grandes  ventanales  arqueados  y  hacía  imposible  no  admirar el modo en que los vaqueros le ceñían las caderas estrechas o notar cómo la camiseta negra se estiraba a lo ancho de sus poderosos hombros. La visión le produjo un aleteo en el pecho. La atención de Pedro se centraba en el jarrón de alabastro de sesenta centímetros, expuesto  dentro  de  un  armario  de  cristal  equipado  con  lo  último  en  sensores  de  seguridad. Titubeó.

—¿Qué te parece? —dijo  al  final,  avanzando  hasta  ir  a  detenerse  junto  a  él—.  Del  período uruk. Casi 3500 años de antigüedad. ¿No es fabuloso?

—Había un jarrón muy parecido a este en el Museo de Irak... lo ví una vez.

—He oído hablar de él. El Jarrón de Inanna —expuso Paula con voz de gran respeto—.  Pero,  a  diferencia  de  nuestro  tesoro,  creo  que  aquel  se  encuentra  en  una  condición  impecable. Esta pieza ha recibido daños importantes... aunque se la ha sometido a una restauración experta. Permite que te diga que costó el rescate de un rey. Pero valió la pena, ¿No crees?

Sin apartar la vista del jarrón, Pedro respondió:

—Cuando miro este jarrón, no puedo evitar pensar en el robo del Jarrón de Warka... una  pieza  completamente  diferente  que  no  se  parece  en  nada  a  esta,  pero  que  fue  robada del Museo de Irak durante el saqueo de Bagdad.

—Lo sé —dijo Paula con impaciencia.

—Desde  luego,  la  historia  del  Jarrón  de  Warka  tuvo  un  final  inesperado.  Por  coincidencia,  yo  me  encontraba  en  Bagdad,  como  parte  de  un  batallón  de  tropas  estacionadas allí cuando dos meses más tarde fue devuelto.

—Nunca me lo contaste.

—Fue entregado bajo la guardia de un grupo sorprendido de soldados —expuso sin inflexión en la voz, recitando hechos—. Con una antigüedad de miles de años, el jarrón había sufrido daños y en algún momento de la fase del robo se había roto en catorce piezas. Un precio innecesario que pagar por la codicia de alguien.

Paula se encrespó.

—Entonces,  ¿Por  qué  nuestro  jarrón  te  recuerda  ese  incidente?  —no  podía  creer  que esa conversación se encaminara hacia donde sospechaba.

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