—¿Quieres que te lo deletree?
—Así como es cierto que la base de este jarrón se rompió como el de Warka, me molesta tu implicación de que fue como resultado de su robo del Museo de Irak. Este no es el Jarrón de Inanna que tú viste allí. Este jarrón posee una procedencia segura. Creo que sufrió daños hace unos años, cuando se inspeccionó por motivos del seguro.—¿Y no se restauró entonces? —inquirió él con incredulidad.
—A mí también me resultó peculiar —reconoció Paula—. Pero el coleccionista se hace mayor y el mantenimiento le resultaba agotador. Lo hicimos restaurar nada más adquirirlo. Verás que no fue el primer daño que recibió. Siglos atrás debió de caerse, porque fue restaurado por artesanos antiguos. ¿Lo ves?
Ella señaló las marcas y le dedicó una mirada de reojo para evaluar su reacción. Ni un parpadeo.Dejó de mirar el jarrón de alabastro y centró su atención en ella.
—Lo veo, y sospecho que es muy factible que fuera robado... y vendido en el lucrativo mercado negro a un coleccionista que lo mantuvo bajo fuertes medidas de seguridad.
Molesta ante la implicación de que tanto ella como Ariel Daley, el conservador jefe ya mayor, pudieran comprar artefactos en el mercado negro, nombró al vendedor, un coleccionista privado de excelente reputación.Él enarcó una ceja.
—¿Aceptó separarse voluntariamente de la que debía ser la joya de la corona de su colección?
Se preguntó si de verdad creía que había habido algo turbio o solo intentaba crisparla.
—Es un viejo amigo de mi padre. No tiene hijos... y sus herederos carecen de interés por las antigüedades. Y como te acabo de informar, la pieza ya estaba dañada. Creo que el pobre hombre estaba encantado de que la restauraran y expusieran en el museo para que la gente pudiera gozar de ella. Fuimos muy afortunados de adquirir parte de su colección.
La sorpresa de Pedro se puso de manifiesto.
—¿Hay más piezas?
—Oh, sí —el orgullo hizo que sonriera—. Pero aún las están catalogando... Ariel comprueba la procedencia de cada pieza. Pero ha ayudado que nuestro coleccionista sea mayor y realizara casi todas sus adquisiciones antes de la década de los setenta. Durante un tiempo no se expondrán... la limpieza y restauración lleva mucho tiempo... aunque exhibiremos una de las piezas más espectaculares para que coincida con el festival del museo.—Y para convencerte del cuidado que pusimos, Ariel contactó con el museo de Bagdad y confirmó que el Jarrón de Inanna no había sido saqueado. No figura en su inventario de artefactos perdidos.La miró a los ojos.
—Yo habría hecho exactamente lo mismo. Pero eso no garantiza que no haya sido saqueado, solo que su desaparición aún no se ha registrado.
El impacto de esos ojos hizo que sus siguientes palabras murieran mudas en su boca. La mirada de Pedro se agudizó y le tomó la mano. Mientras el dedo pulgar acariciaba la ligera hendidura donde había estado la alianza, experimentó una descarga de sensaciones.
—No llevas puesta la alianza.
—Me la quité.
—¿Por qué?
En ese momento entró un grupo de turistas japoneses en una excursión guiada por el museo.
—Este no es el lugar para mantener esta discusión —dijo, agradecida por el respiro.
—¿Por qué? —repitió él con más insistencia, sin moverse.
El aire entre ellos crepitaba. Se le encendieron las mejillas.
—Estamos dando un espectáculo.
Sin aguardar la respuesta de él, liberó su mano y escapó de la galería como si la persiguiera el mismo diablo. Pedro llenó el umbral de la puerta de su despacho.Paula pensó que había llegado el diablo en persona...Desterró esa imagen y respiró hondo. La reacción al contacto con él la había sacudido. La atracción que siempre le había provocado parecía tan poderosa como siempre... aun cuando él la odiaba.Se preguntó qué diablos le pasaba. La había abandonado por otra mujer. ¿Cómo podía siquiera sentirse tentada por un hombre cuyo desprecio por ella resultaba palpable? Pero había una salida... que lo situaría para siempre fuera de su alcance.Era hora de pensar en su propia supervivencia. Y en la de su bebé.
—Me quité la alianza porque... —la voz se le quebró y tragó saliva.
Pedro se quedó inmóvil y con los ojos entornados. Ahí no había amor, solo oscuridad.
—Fernando me pidió en matrimonio y...
—¡No! —el sonido estalló de él.
Con rapidez, añadió:
—Le dije que sí —alzó el mentón y sus ojos se encontraron—. Un bebé necesita un padre.
Para sus adentros se disculpó con Fernando por su cobardía. Pero sería más fácil de esa manera. Pedro ya había llegado a la conclusión de que el bebé era de su amigo. Y ella no quería a ese desconocido de ojos fríos y naturaleza suspicaz.
—No puedes casarte con Hall-Lewis... estás casada conmigo.
—No, no lo estoy. Tú estás muerto.
—¿Disculpa? —se acercó, demasiado grande y peligroso—. Estoy bien vivo.
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