martes, 9 de enero de 2018

Eres Mía: Capítulo 7

La  necesidad,  ardiente  e  inesperada,  le  provocó  un  vacío  en  el  estómago.  Dios,  lo  había echado de menos. La fragancia no olvidada de él, una mezcla de almizcle y algo penetrante, le llenó los sentidos.  Cerró  los  ojos  y  se  apoyó  contra  su  marido,  el  cuerpo  le  temblaba  al  entrar  en  contacto  con  esa  extensión  tensa.  La  calidez  del  cuerpo  grande  se  filtró  despacio  en  ella,  reviviéndola  después  de  ese  frío  que  le  embotaba  el  corazón.  Durante  unos  momentos  casi  esperó  que  los  cuerpos  pudieran  comunicarse  a  pesar  de  que  los  cerebros parecían distanciados.

El bebé se movió. Y  en  el  instante  en  que  sus  labios  le  rozaban  el  mentón,  Pedro se  separó  de  su  abrazo. Estableciendo dos  metros  entre ambos,  se  detuvo cerca  de  la   puerta  con  respiración pesada.

—¿Qué diablos te pasa? —Paula intentaba no jurar nunca, pero la fuerza con la que se  apartó  de  ella  la  ofendió.  En  esa  ocasión  no  pensaba  cerrar  la  distancia  que  había  entre ambos.

—¿Necesitas preguntarlo?

Le molestó que la tratara como si estuviera contaminada. Estaba embarazada, no era contagiosa. Su condición era su salvación.

—¡Sí! —pero  era  obvio  que  él  no  estaba  dispuesto  a  extenderle  la  cortesía  de  una  explicación. 

Daba  la  impresión  de  que  finalmente  habían  llegado  a  un  punto  muerto.  Como su ira iba en aumento, se sentía menos dispuesta a darle una explicación hasta que él le mostrara la confianza y el respeto que se merecía.

—¿Qué diablos importa qué me pasa? —replicó con voz fría—. Lo que tuvimos una vez ha muerto.

—¿Muerto? —el  corazón  casi  se  le  para.  Olvidando  su  determinación,  avanzó  un  paso y lo miró horrorizada—. ¡Pedro! No... puedes... hablar en serio.

—Sí,  muerto  —la  miró  con  ojos  helados—.  Ha  pasado  mucho  tiempo.  Demasiado,  sospecho, para que hayamos mantenido lo que una vez tuvimos.

El dolor la atravesó. Su mundo se derrumbó a su alrededor mientras se afanaba por poner  cierto  orden  en  el  caos  que  eran  sus  pensamientos.  ¿Acaso  Pedro solo  había  vuelto para solicitar el divorcio?

—¿Has vivido alguna vez con Candela Freeman? —soltó ella sin premeditación.

—¿Y eso que tiene que ver con esto?

—Habías salido con ella.

—Durante un tiempo —confirmó, inmóvil.

—¿Corto?

—¿Por  qué  estas preguntas  sobre  algo  que  se  había  acabado  antes  de  que  nos  conociéramos?

El cerebro de Paula no paraba de trabajar. Pedro no había querido tenerla con él en Grecia; sin consultárselo, había ido a un país que sabía que ella consideraría demasiado peligroso. Según los investigadores, en ambas ocasiones Candela había estado con él. En Atenas  se  los  había  fotografiado  juntos  y  testigos  con  los  que  habían  hablado  los  investigadores los habían visto juntos en Bagdad. Parecían inseparables.En su momento, se había negado a considerarlo capaz de semejante traición. Pedro la amaba a ella.Pero había estado irritada con él por rechazar la oportunidad de un idilio romántico en Grecia.Finalmente, dijo:

—Quiero  saber  si  alguna  vez  has  vivido  con  ella  —ya  sospechaba  cuál  sería  la  respuesta: Pedro había mentido en el pasado.

La mueca de él mostró el disgusto que sentía. Ni siquiera se molestaba en negarlo. El último vestigio de esperanza que había guardado sin saberlo, la abandonó.

—¿Quién te dijo que una vez viví con Candela?

—¿Importa?  Tu  reacción  me  demuestra  que  es  verdad.  ¿Por qué me  llevaste  a  pensar que no habían sido más que unas citas sin importancia? Me mentiste.

—¿Y tu represalia fue engañarme y quedarte embarazada?

Ella se quedó boquiabierta.

—¿Tienes  la  desfachatez  de  entrar  aquí  después  de  una  ausencia  de  cuatro  años  y  acusarme de engañarte?

—Estás embarazada —rugió él—. Y es evidente que yo no he estado presente para hacer que te lo pasaras bien.

Con un supremo esfuerzo de voluntad logró contener las lágrimas.Lo que tuvimos una vez ha muerto.Por el momento, era todo lo que necesitaba saber. Pedro había hecho su elección.Volvió a ponerse los zapatos y casi a ciegas se dirigió a la puerta. Al pasar junto a él, hizo acopio del último vestigio de dignidad que pudo y dijo:

—Quizá  estés  preparado  para  contarme más  una vez hayas  dispuesto de  la   oportunidad  de  reflexionar.  Cierra  la  puerta  de  mi  despacho  cuando  te  vayas.  Esta  es  una noche importante para mí y voy a celebrar mi éxito.

Al marcharse, él no intentó detenerla.

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