—Oh —la boca de Paula formó un círculo perfecto—. Sigues levantado.
—Te esperaba —gruñó.
—Paula, ¿Hay algún problema? —Hall-Lewis se detuvo detrás de ella y apoyó las manos sobre sus hombros.
—Ninguno —repuso con los dientes apretados—. No ahora que te vas a marchar.
Reinó un silencio momentáneo. Entonces Paula se apresuró a hablar.
—Pedro, no hay necesidad de ser grosero...
—Paula, ha sido una velada maravillosa —Fernando acalló sus protestas—. Te llamaré mañana y podremos arreglar un momento para que elijas un anillo.
—Fernando, no te preocupes...
—O si estás demasiado ocupada, puedo escoger un diamante que haga juego con las estrellas de tus ojos. Hall-Lewis rió entre dientes.
Pedro cerró las manos a los costados. Y cuando el otro acarició la curva de los hombros de Paula y bajó por los brazos esbeltos antes de hacerla girar con habilidad e inclinarse para darle un beso, cerró los ojos con tanta fuerza que, detrás de sus párpados, bailaron estrellas. Paula y él necesitaban hablar. Al abrir los ojos, vió que Hall-Lewis lo miraba por encima del cabello lustroso de Paula con expresión llena de triunfo. A Brand le dolieron la manos de luchar por mantenerlas a los lados. Pero no había motivo alguno para no devolverle una mirada centelleante. La guerra estaba declarada.
—Necesito una copa —dijo tras el silencio que siguió a la partida del otro.
Con una sensación de vacío en el pecho, regresó por el pasillo al estudio que en una ocasión había sido su dominio. En ese momento la estancia mostraba que desde su ausencia el lugar tenía una nueva ocupante: Paula.Se dirigió al armario de los licores que había en una esquina. Ella entró justo cuando abría las puertas del mueble. No prestó atención a las tazas de chocolate aún en la bandeja junto al sofá.
—¿No crees que deberíamos hablar de lo que acaba de pasar en la entrada sin que el alcohol matice el tema?
Jamás pensaba tratar el instinto primario que le había surgido al verla con su amante. Paula era suya. Y no pensaba dejarla ir, aunque dentro llevara el bebé de Hall-Lewis. Pretendía reclamar a su esposa. Su esposa. No era la novia de nadie... y jamás sería la prometida de Hall-Lewis.En ese momento solo tenía una cosa en la mente: convencerla de que su lugar estaba con él. Pero había decidido que ella tenía razón en una cosa... necesitaban hablar. Y ese no era el momento ideal... ya que necesitaba enfriarse.La miró.
—¿Sigue en pie el ofrecimiento de ayudarme a elegir ropa? —preguntó sin volverse.
La sorpresa aleteó en el rostro de ella.
—Por supuesto.
—Bien —giró aliviado—. Podemos ir de compras por la mañana y luego comer juntos —ella todavía no lo sabía, pero el único resultado de esa charla sería que Hall-Lewis era historia. Miró ese rostro que tanto había echado de menos—. Te he preparado una taza de chocolate —la voz le salió ronca—. Está junto al sofá.
—Gracias —Paula giró, quebrando el hechizo.
Con manos trémulas Pedro se sirvió dos dedos de whisky irlandés. Una vez sentado en el sofá chesterfield, echó la cabeza hacia atrás y suspiró.
—¿Cansado?
Irguió la cabeza y vió que la tenía de pie delante de él. Un poco de chocolate le manchaba el labio superior. «Que dulce sería lamérselo».
—Deberías irte a la cama —le dijo con brusquedad.
Antes de que él actuara impulsado por el cóctel explosivo del deseo creciente y la furia posesiva que había sentido al ver las manos de Hall-Lewis sobre ella. "Es mía", se dijo.
—Me iré en cuanto acabe el chocolate —se estiró y bostezó cubriéndose la boca—. Lo siento —se disculpó y se dejó caer en el sofá.
Pedro no se atrevió a mirarla. Sus sentidos se pusieron en alerta máxima. Toda su existencia se canalizó en el presente. Y en ellos dos.Bebió un trago del whisky que ya no quería.
—Ya había aceptado salir a cenar con Fernando antes de tu regreso —le explicó ella a su lado.
—Lo sé. Ya me lo dijiste —no deseaba hablar de la noche que había pasado con Fernando. Dejó la copa sobre la mesita de centro y vió que ella sonreía. Deseó oír el sonido jubiloso de su risa y se dijo que aún podía conseguirlo. Desde luego, podía intentarlo—. ¿Quién llama a un hombre adulto Feranndo, por el amor de Dios? Es un nombre para perros. La sonrisa de ella se mantuvo.
—No olvides a los héroes y a los príncipes. Es muy distinguido... .
—Eso plantea otra cuestión.
-Tiene que ser mejor que llamar a una hija Paula. Muchas reinas llamaron a sus hijos Fernando. Muchos reyes ingleses se llaman Fenando.
Pedro bufó y apoyó el brazo en el respaldo del sofá, la mano cerca de su nuca, pero con cuidado de no tocarla.
—¿Me estás diciendo que Hall-Lewis tiene aspiraciones reales?
Ella rió de verdad e hizo que los ojos de él se clavaran en su boca.
—¡Claro que no! Y deja de llamarlo Hall-Lewis... es tan cursi.
—No habrá necesidad de llamarlo de ninguna manera como siga sobándote —afirmó con tono lúgubre.
—¡No me estaba sobando!
—Sus manos estaban por todo tu cuerpo —se acercó a ella.
—Exageras, Pedro—evitó su mirada.
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