martes, 30 de enero de 2018

Eres Mía: Capítulo 21

—Oh —la boca de Paula formó un círculo perfecto—. Sigues levantado.

—Te esperaba —gruñó.

—Paula,  ¿Hay  algún  problema?  —Hall-Lewis  se  detuvo  detrás  de  ella  y  apoyó  las  manos sobre sus hombros.

—Ninguno —repuso con los dientes apretados—. No ahora que te vas a marchar.

Reinó un silencio momentáneo. Entonces Paula se apresuró a hablar.

—Pedro, no hay necesidad de ser grosero...

—Paula,  ha  sido  una  velada  maravillosa  —Fernando acalló  sus  protestas—.  Te  llamaré  mañana y podremos arreglar un momento para que elijas un anillo.

—Fernando, no te preocupes...

—O  si  estás  demasiado  ocupada,  puedo  escoger  un  diamante  que  haga  juego  con  las estrellas de tus ojos. Hall-Lewis rió entre dientes.

Pedro cerró las manos a los costados. Y cuando el otro acarició la curva de los hombros de Paula y bajó por los brazos esbeltos antes de hacerla girar con habilidad e inclinarse para darle un beso, cerró los ojos con tanta fuerza que, detrás de sus párpados, bailaron estrellas. Paula y él necesitaban hablar. Al  abrir  los  ojos,  vió  que  Hall-Lewis  lo  miraba  por  encima  del  cabello  lustroso  de  Paula con  expresión  llena  de  triunfo.  A  Brand  le  dolieron  la  manos  de  luchar  por  mantenerlas  a  los  lados.  Pero  no  había  motivo  alguno  para  no  devolverle  una  mirada  centelleante. La guerra estaba declarada.

—Necesito una copa —dijo tras el silencio que siguió a la partida del otro.

Con una sensación de vacío en el pecho, regresó por el pasillo al estudio que en una ocasión  había  sido  su  dominio.  En ese  momento  la  estancia  mostraba  que  desde  su  ausencia el lugar tenía una nueva ocupante: Paula.Se dirigió al armario de los licores que había en una esquina. Ella entró justo cuando abría las puertas del mueble. No prestó atención a las tazas de chocolate aún en la bandeja junto al sofá.

—¿No crees que deberíamos hablar de lo que acaba de pasar en la entrada sin que el alcohol matice el tema?

Jamás  pensaba  tratar  el  instinto  primario  que  le  había  surgido  al  verla  con  su  amante. Paula era suya. Y no pensaba dejarla ir, aunque dentro llevara el bebé de Hall-Lewis. Pretendía reclamar a su esposa. Su esposa. No era la novia de nadie... y jamás sería la prometida de Hall-Lewis.En  ese  momento  solo  tenía  una  cosa  en  la  mente:  convencerla  de que su lugar  estaba con él. Pero había decidido que ella tenía razón en una cosa... necesitaban hablar. Y ese no era el momento ideal... ya que necesitaba enfriarse.La miró.

—¿Sigue en pie el ofrecimiento de ayudarme a elegir ropa? —preguntó sin volverse.

La sorpresa aleteó en el rostro de ella.

—Por supuesto.

—Bien —giró  aliviado—.  Podemos  ir  de  compras  por  la  mañana  y  luego  comer  juntos —ella todavía no lo sabía, pero el único resultado de esa charla sería que Hall-Lewis  era  historia.  Miró  ese rostro  que  tanto  había  echado  de  menos—.  Te he preparado una taza de chocolate —la voz le salió ronca—. Está junto al sofá.

—Gracias —Paula giró, quebrando el hechizo.

Con manos trémulas Pedro se sirvió dos dedos de whisky irlandés. Una vez sentado en el sofá chesterfield, echó la cabeza hacia atrás y suspiró.

—¿Cansado?

Irguió  la  cabeza  y  vió que  la  tenía  de  pie  delante  de  él.  Un  poco  de  chocolate  le  manchaba el labio superior. «Que dulce sería lamérselo».

—Deberías irte a la  cama  —le  dijo  con  brusquedad. 

Antes  de  que  él  actuara  impulsado  por  el  cóctel  explosivo  del  deseo  creciente  y  la  furia  posesiva  que  había  sentido al ver las manos de Hall-Lewis sobre ella. "Es mía", se dijo.

—Me iré en cuanto acabe el chocolate —se estiró y bostezó cubriéndose la boca—. Lo siento —se disculpó y se dejó caer en el sofá.

Pedro no  se  atrevió  a  mirarla.  Sus  sentidos  se  pusieron  en  alerta  máxima.  Toda  su  existencia se canalizó en el presente. Y en ellos dos.Bebió un trago del whisky que ya no quería.

—Ya había aceptado salir a cenar con Fernando antes de tu regreso —le explicó ella a su lado.

—Lo sé.  Ya me lo dijiste  —no  deseaba  hablar  de  la  noche  que  había  pasado  con  Fernando.  Dejó la copa sobre la mesita de centro y vió que ella sonreía. Deseó oír el sonido jubiloso de su risa y se dijo que aún podía conseguirlo. Desde luego, podía intentarlo—. ¿Quién  llama  a  un  hombre  adulto  Feranndo,  por  el  amor  de  Dios?  Es  un  nombre  para perros. La sonrisa de ella se mantuvo.

—No olvides a los héroes y a los príncipes. Es muy distinguido... .

—Eso plantea otra cuestión.

-Tiene  que  ser  mejor  que  llamar a una  hija  Paula.  Muchas  reinas  llamaron  a  sus hijos Fernando. Muchos reyes ingleses se llaman Fenando.

Pedro bufó y apoyó el brazo en el respaldo del sofá, la mano cerca de su nuca, pero con cuidado de no tocarla.

—¿Me estás diciendo que Hall-Lewis tiene aspiraciones reales?

Ella rió de verdad e hizo que los ojos de él se clavaran en su boca.

—¡Claro que no! Y deja de llamarlo Hall-Lewis... es tan cursi.

—No habrá necesidad de llamarlo de ninguna  manera  como  siga  sobándote  —afirmó con tono lúgubre.

—¡No me estaba sobando!

—Sus manos estaban por todo tu cuerpo —se acercó a ella.

—Exageras, Pedro—evitó su mirada.

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