martes, 6 de febrero de 2018

Eres Mía: Capítulo 25

—Paula, no pienses que tienes que casarte con Fernando para darle un padre al bebé. Yo aceptaré a tu hijo.

—Podría ser tuyo... si quisieras.

Pedro le soltó la mano y miró sus ojos verdes.

—¿Hablas de adopción?  —lo  tomaría  en  consideración...  haría  cualquier  cosa  para  no perderla.

—Podemos hablar de eso  más  adelante  —dijo  ella—.  Ya  tenemos  mucho  de  qué  hablar.

—Desde luego.  Y lo  más  importante,  quiero  que  le  digas  a  Hall-Lewis  que  no  tiene  futuro. No te vas a casar con él. ¿Sabes que está arruinado?

La sorpresa en el rostro de ella le indicó que lo desconocía.

—¿Cuándo has tenido tiempo para averiguarlo?

—Tengo  mis  fuentes  —respondió  misteriosamente.  Alzó  el  vaso  y  bebió  un  trago  del  refresco,  sin  dejar  de  observarla  en  ningún  momento,  sopesando  la  ventaja  que  podría haberle dado esa información—. ¿Sabes que le dieron sesenta días para aportar un millón de dólares que frenara temporalmente a sus acreedores?

—¿Adonde quieres llegar, Pedro? —preguntó incómoda.

—Para  él,  tú  fácilmente  vales  un  millón  de  dólares.  La  boda representaría  una  solución sencilla para todos los problemas financieros de Fernando.

—Un millón de dólares —jugó con el pie de su copa—. Y ese es el único motivo por el que Fernando querría casarse conmigo, ¿No?

—¡Claro que no! Tienes mucho que ofrecerle a Fernando... eres un tesoro inapreciable para  cualquier  hombre  —pero  notó  que  ella  no  le  escuchaba.  Dobló  con  cuidado  la  servilleta y la dejó sobre la mesa.Al alzar la vista, tenía el rostro inexpresivo.

—No voy a casarme con Fernando... nunca pensé en hacerlo.

El alivio le quitó una carga de una tonelada de peso.

—Entonces, ¿Por qué me contaste lo contrario?

—Cuando te volví a  ver...  —calló  un  momento—. En  mis  fantasías  llevaba  años  imaginando  ese  momento.  Pero  la  realidad  no  se  pareció  en  nada  a  lo  que  yo  había  esperado.  Estabas  tan  distinto...  tan  duro,  tan  enfadado.  Necesitaba  tiempo  para  pensar.

Pedro se  dijo  que  él  mismo  había  provocado  su  propia  caída.  Antes  de  poder  defenderse, ella volvió a hablar.

—Porque  si  amara  de  verdad  a  Fernando, no  importaría  que  estuviera  arruinado...  porque  nos  tendríamos  el  uno  al  otro.  Eso  nos  daría  todas  las  riquezas  que  yo  necesitaría.¡No amaba a Hall-Lewis!

—Tu fideicomiso habría ayudado.

Los ojos verdes de ella comenzaron a brillar.

—¿Por qué siempre surge eso? Y no soy yo quien no para de sacar el tema.

—No,  en  el  pasado  fueron  tu  padre,  tu  amigo  Fernando y  tus  otros  amigos  de  la  alta  sociedad.Captó la amargura que él no pudo ocultar.

—No  pensé  que  notaras  que  te  acusaban  de  haberte  casado  conmigo  por  mi  fideicomiso...

—Lo noté.

—Yo jamás lo creí —lo estudió con ojos suaves—. ¡Te hizo daño!

—Daño no —movió la cabeza—. Me irritó, como el zumbido de los mosquitos en el calor  de  la noche desértica 

—Tendría  que  empezar  a  trabajar  en  ser  más  abierto,  y  también en ser padre. Aprendería a ser el hombre de familia que quería ella.

El  contacto  de  ella  lo  sobresaltó.  Paula se  había  adelantado  y  apoyado  la  mano  izquierda en su brazo.

—Venías  de una familia  grande.   Te alistaste en  las Fuerzas Especiales...   te convertiste  en  un  experto  en  tu  campo.  Luego  descubriste  la  pasión  por  los  objetos antiguos  y  buscaste  aprender  todo  lo  que  podías  sobre  el  tema.  Eso  es  mucho  más  admirable  que  ser  un  magnate  de  fideicomiso.  Fue  tu  pasión  lo  que  me  atrajo  de  tí...  eras distinto. Por eso me enamoré de tí.

Su  sinceridad  le   quitó   toda   barrera.   Había  llegado  el  momento  de dejar  de esconderse, sin importar el precio.Apoyó la mano sobre la de ella y la miró a los ojos con toda la verdad en ellos.

—Lo único que siempre he querido eres tú.

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