—Paula, no pienses que tienes que casarte con Fernando para darle un padre al bebé. Yo aceptaré a tu hijo.
—Podría ser tuyo... si quisieras.
Pedro le soltó la mano y miró sus ojos verdes.
—¿Hablas de adopción? —lo tomaría en consideración... haría cualquier cosa para no perderla.
—Podemos hablar de eso más adelante —dijo ella—. Ya tenemos mucho de qué hablar.
—Desde luego. Y lo más importante, quiero que le digas a Hall-Lewis que no tiene futuro. No te vas a casar con él. ¿Sabes que está arruinado?
La sorpresa en el rostro de ella le indicó que lo desconocía.
—¿Cuándo has tenido tiempo para averiguarlo?
—Tengo mis fuentes —respondió misteriosamente. Alzó el vaso y bebió un trago del refresco, sin dejar de observarla en ningún momento, sopesando la ventaja que podría haberle dado esa información—. ¿Sabes que le dieron sesenta días para aportar un millón de dólares que frenara temporalmente a sus acreedores?
—¿Adonde quieres llegar, Pedro? —preguntó incómoda.
—Para él, tú fácilmente vales un millón de dólares. La boda representaría una solución sencilla para todos los problemas financieros de Fernando.
—Un millón de dólares —jugó con el pie de su copa—. Y ese es el único motivo por el que Fernando querría casarse conmigo, ¿No?
—¡Claro que no! Tienes mucho que ofrecerle a Fernando... eres un tesoro inapreciable para cualquier hombre —pero notó que ella no le escuchaba. Dobló con cuidado la servilleta y la dejó sobre la mesa.Al alzar la vista, tenía el rostro inexpresivo.
—No voy a casarme con Fernando... nunca pensé en hacerlo.
El alivio le quitó una carga de una tonelada de peso.
—Entonces, ¿Por qué me contaste lo contrario?
—Cuando te volví a ver... —calló un momento—. En mis fantasías llevaba años imaginando ese momento. Pero la realidad no se pareció en nada a lo que yo había esperado. Estabas tan distinto... tan duro, tan enfadado. Necesitaba tiempo para pensar.
Pedro se dijo que él mismo había provocado su propia caída. Antes de poder defenderse, ella volvió a hablar.
—Porque si amara de verdad a Fernando, no importaría que estuviera arruinado... porque nos tendríamos el uno al otro. Eso nos daría todas las riquezas que yo necesitaría.¡No amaba a Hall-Lewis!
—Tu fideicomiso habría ayudado.
Los ojos verdes de ella comenzaron a brillar.
—¿Por qué siempre surge eso? Y no soy yo quien no para de sacar el tema.
—No, en el pasado fueron tu padre, tu amigo Fernando y tus otros amigos de la alta sociedad.Captó la amargura que él no pudo ocultar.
—No pensé que notaras que te acusaban de haberte casado conmigo por mi fideicomiso...
—Lo noté.
—Yo jamás lo creí —lo estudió con ojos suaves—. ¡Te hizo daño!
—Daño no —movió la cabeza—. Me irritó, como el zumbido de los mosquitos en el calor de la noche desértica
—Tendría que empezar a trabajar en ser más abierto, y también en ser padre. Aprendería a ser el hombre de familia que quería ella.
El contacto de ella lo sobresaltó. Paula se había adelantado y apoyado la mano izquierda en su brazo.
—Venías de una familia grande. Te alistaste en las Fuerzas Especiales... te convertiste en un experto en tu campo. Luego descubriste la pasión por los objetos antiguos y buscaste aprender todo lo que podías sobre el tema. Eso es mucho más admirable que ser un magnate de fideicomiso. Fue tu pasión lo que me atrajo de tí... eras distinto. Por eso me enamoré de tí.
Su sinceridad le quitó toda barrera. Había llegado el momento de dejar de esconderse, sin importar el precio.Apoyó la mano sobre la de ella y la miró a los ojos con toda la verdad en ellos.
—Lo único que siempre he querido eres tú.
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