martes, 11 de abril de 2017

Te Necesito: Capítulo 28

La forma en que la había mirado... Se le iba la cabeza sólo con recordarlo, la miraba como si quisiera devorarla y hacerle el amor cada minuto. Pero no podía estar segura de confiar en su instinto, o en el de él, en ese tema. Además ya habían tenido su oportunidad y había sido un desastre. Una chica inteligente no se metería en ese lío, y ella era una chica muy inteligente. Justo en ese momento sonó el teléfono y contestó.

—Paula Chaves.

—Paula, soy Pablo.

 Era el director del Pinnacle, el primer restaurante del hotel. Habían trabajado juntos muchas veces preparando eventos.

—¿Qué puedo hacer por tí?

—¿Te importaría pasarte un momento por aquí?

En realidad tenía que ocuparse de muchos otros proyectos de Alfonso, pero en el hotel siempre sucedía algo. No podía recordar si tenía algo pendiente con Pablo.

—¿Hay algún problema?

—Ninguna crisis. Sólo necesito tu ayuda para un par de cosas.

—Ahora voy.

 Paula bajó en el ascensor hasta el vestíbulo, donde tomó otro, uno privado, que era el único que llevaba hasta el Pinnacle, en la última planta. Cuando la puerta se abría era como entrar en otro mundo. Luces suaves, madera oscura y paredes que eran enormes  ventanales con vistas al luminoso perfil de Las Vegas. Nada de vaqueros ni camisetas. Chaqueta y corbata para los hombres y una oportunidad para las mujeres de ponerse esos vestidos de noche a la última. Se detuvo al lado de la ventana un momento para disfrutar de la vista del Hotel MGM y de las luces de la cima de la pirámide de Luxor, que taladraban la oscuridad de la noche. Aquella vista nunca dejaba de estimular su imaginación. Amaba ese lugar donde el cielo era el límite, un lugar de millonarios instantáneos. Era el único sitio en el mundo en que se daban a la vez todas las posibilidades de juego. De pronto apareció Pedro a su lado.

—Hola —ella se quedó sin respiración y se miraron un momento.

Entonces ella se rehizo.

—Sea lo que sea que quiere Pablo, seguro que es algo malo si tú también estás aquí. Aunque me dijo que no había ninguna crisis. ¿Qué pasa? —preguntó Paula.

—Nada malo —dijo apoyándole la mano en la cintura para llevarla hasta el restaurante— Ven conmigo.

No podía pensar en otra cosa que no fuera el calor de la mano de Pedro a través de la blusa de seda. Podía sentir cada dedo y su corazón volvía a estar desbocado. La llevó a través del restaurante, pasado el salón principal donde las mesas se encontraban en una especie de estrado y rodeadas por medias paredes de vidrio coronadas por pasamanos de latón. Estaba repleto de gente, murmullos de voces, sonidos de cubiertos y musicales tintineos de cristal. Llegaron a una de las salas aisladas del salón principal utilizadas para grandes fiestas privadas, O para fiestas más pequeñas, pensó al ver la mesa tan íntima preparada para dos comensales. El perfume de un ramo de flores llenaba el aire. Las llamas de las velas se reflejaban en la cristalería de Waterford y los cantos dorados de la porcelana.

—¿Qué es esto? —dijo mirándolo fijamente.

—Me he tomado la libertad de encargar la cena.

—¿Libertad?

Desde luego que se tomaba libertades. Era el grande y poderoso Pedro Alfonso. Una especie de Mago de Oz, sólo que rico y guapo. Y que había hecho brillar sus ojos una vez, pero ella ya no era la mujer desesperada y débil que había sido. Ya no era tan fácil intimidarla con exhibiciones de riqueza y poder. Claro que si esas hubieran sido las únicas cualidades de Pedro que hubiera encontrado atractivas, no se encontraría en el lío en el que estaba. Tenía que tener una larga charla con Pablo para definir el contenido de la palabra «crisis». Tragó con dificultad al observar lo romántico de la escena y luego lo  miró, que estaba muy atractivo con su traje negro, camisa blanca y corbata roja. ¿Cena romántica o baja en calorías de microondas? Quería quedarse desesperadamente, pero no podía.

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