-Vas a aceptar ese trabajo en Columbia, ¿Verdad?
—No es por el trabajo ni por el maldito dinero —replicó Paula—. Estamos hablando de que tú intentas manipularme para que haga las cosas a tu manera. No confías en mí, no crees que pueda solucionar sola cualquier tipo de situación... Como lo que acaba de pasar ahora mismo.
—¿Se te ha ocurrido pensar que a lo mejor eres tú quien no confía en mí?
Eso la dejó muda. Ni siquiera se molestó en negarlo, de modo que no confiaba en él. Pedro metió las manos en los bolsillos del pantalón para controlar su rabia. Él no le gritaba a ninguna mujer y menos a una mujer embarazada de la que estaba enamorado. ¿Enamorado? Sí, la amaba. La había amado desde que eran adolescentes y, sin embargo, siempre acababan en el mismo sitio.
—Yo tenía razón sobre Adrián Ward. Durante todo este tiempo ha estado enamorado de tí.
—Sí, claro, tienes razón —dijo ella, con los ojos llenos de lágrimas—. Tú siempre tienes razón y yo no soy más que una sentimental que no sabe cuidar de sí misma, ¿Es eso?
—Paula...
—Nunca te has parado a pensar que ya soy mayorcita. Puedo controlar que un hombre se sienta atraído por mí y mantenerlo a distancia.
—Sí, lo estabas haciendo muy bien cuando entré en el despacho —replicó él, irónico.
Si había querido hacerle daño... Bien, lo había conseguido. Paula se puso pálida.
—Vete de aquí, Pedro —le dijo, dándose la vuelta, su postura dejando claro que no pensaba seguir hablando con él, que quizá no quería saber nada más de él—. Márchate ahora mismo.
El portazo reverberó en el corazón de Paula. Incluso en el silencio del despacho, sólo con el tictac del reloj de la pared haciéndole compañía, el ruido de la pelea de Pedro con su jefe, de su propia pelea después, parecía haber quedado en el aire. ¿Cómo podía haber salido todo tan mal? Se le encogió el corazón al pensar en la esperanza que había tenido hasta unos minutos antes. Había creído que porque Pedro mencionara el nombre de Camila todo lo demás se colocaría mágicamente en su sitio. Qué ingenua. Pero habían tardado mucho tiempo en llegar a ese momento triste y confuso en su relación. Y ella era tonta por pensar que tantos años de problemas y desacuerdos podrían ser resueltos en unos días. Pero cómo dolía amar a un hombre tan inmutable como Pedro Alfonso. Se dejó caer en el sofá, exhausta. Estuvo a punto de salir corriendo tras él... Pero sólo durante un segundo. No sabía por dónde empezar a arreglar aquello. Lo único que sabía seguro era que tenía que dejar la empresa. Lo que Pedro había querido desde el principio. ¿Habría esperado él que eso pasara y por eso se había peleado con Adrián? ¿Lo habría provocado?, se preguntó. ¿Podría ser tan manipulador? Desde luego, había intentado convencerla muchas veces para que dejase de trabajar. De hecho, en cuanto supo que estaba embarazada había empezado a insistir en que se tomara las cosas con calma. Pero odiaba pensar que pudiera ser tan calculador. Miró alrededor y se despidió mentalmente de esa parte de su vida que, de repente, ya no le parecía tan importante cuando pensó en todo lo que podía perder aquel día. A Pedro. La posibilidad de un futuro con él. Se levantó, resignada, y se dirigió al despacho de Adrián. Pero dejó la puerta abierta. Su jefe le hizo un gesto mientras se despedía de alguien con quien estaba hablando por teléfono y Paula aprovechó para mirar su despacho por última vez. Desde la escultura en mármol negro a los cuadros abstractos sobre el sofá, todo en aquel sitio transpiraba estilo; el estilo que le había hecho ganar tantos premios.
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