martes, 15 de abril de 2025

Recuperarte: Capítulo 39

Pedro estaba en su propia cama por primera vez en ocho meses. Despierto. Pero no habría podido dormir aunque no tuviese que despertar a Paula cada dos horas. Esperando que sonara el teléfono para saber algo de su hermano. Intentó distraerse entrando en el ordenador de ella para acceder a su cuenta corriente. Quería buscar el mejor fideicomiso para su hijo. Y sí, pasó mucho tiempo intentando imaginar cómo iba a convencerla de que dejase su trabajo y se tomara las cosas con calma. ¿Era malo por su parte querer cuidar de ella, especialmente en una noche como ésa, cuando había quedado tan claro lo frágil que era la vida? Los toldos de la terraza se movían con la brisa. Y, sin duda, él mismo necesitaba un poco de aire después del ejercicio que habían hecho en la escalera y luego en la cama. De vuelta en la habitación, enredó un mechón de pelo en su dedo, con cuidado para no despertarla. Luego miró el reloj: Las 4:25. Aún faltaban cinco minutos y no pensaba despertarla ni un segundo antes. Después de tanto tiempo separados, agradecía la oportunidad de mirarla tan de cerca. Un pálido hombro asomaba por encima de la sábana y tuvo que hacer un esfuerzo para no apartarla... ¿Qué demonios había pasado mientras iban al dormitorio? El quería sexo por el olvido que había sido capaz de encontrar en su cuerpo en el pasado. Pero hacer el amor con ella había sido todo menos pacífico. Paula lo había clavado con sus ojos, aumentando su enardecido deseo y, a la vez, haciendo que deseara dar marcha atrás. Su mujer necesitaba algo más que él... siempre había sido así. Tendría que distraerla con lo que hacían tan bien para que olvidase aquello por lo que chocaban. Miró el reloj de nuevo: Las 4:30. Apartó la sábana poco a poco, besando sus pechos, su estómago, sus caderas... Hasta que ella empezó a moverse. Paula se estiró con una gracia felina que lo excitó de nuevo. Pero no. Necesitaba más tiempo para levantar sus defensas antes de que ella lo emboscase con otro «Quiero hacer el amor».


—¿Estás despierta?


—Ahora sí —sonrió ella, abriendo los ojos.


Pedro acarició tiernamente su cara. 


—¿Cuántos dedos?


—Tres.


—Perfecto.


—¿Hay alguna noticia sobre Juan Pablo?


—No, nada. Pero confío en el viejo dicho: cuando no hay noticias es buena noticia—suspiró él—. ¿Quieres comer algo antes de que empieces con las náuseas matinales?


Paula lo estudió con cara de preocupación durante un segundo antes de ofrecerle la sonrisa que necesitaba.


—¿Sabes lo que quiero? —le preguntó, sentándose en la cama—. Chocolate blanco o manteca de cacahuete.


Mientras Pedro se ponía los calzoncillos, ella se envolvió en la sábana.


—El último que llegue a la cocina tiene que dar de comer al otro... Desnudo.


—En cualquier caso, los dos vamos a ganar.


Pedro corrió tras ella, ansiando el placer de llevar comida a sus labios y ver el éxtasis en su rostro. Ni siquiera el estudio en el que estaba encendido el ordenador podía competir con lo que Paula podía ofrecerle en aquel momento. 

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