jueves, 3 de abril de 2025

Recuperarte: Capítulo 30

Pedro estuvo tirado en una tumbona prácticamente toda la fiesta, charlando con la gente que pasaba a su lado. Pero, sobre todo, usaba ese sitio para observar a Paula charlando con los invitados y ayudando a su madre a dar órdenes a los camareros... Y abrir la pista de baile bajo las estrellas. Mientras la veía moverse al ritmo de la música con su hermano pequeño, su risa haciéndole sentir escalofríos, la decisión de no tocarla empezó a ser insoportable. Hacía tiempo que no la veía tan feliz. Tenía que ser el embarazo, pensó. La orquesta estaba tocando cuando el general se acercó a ella. El pobre Carlos iba a poner la mano en su espalda pero se detuvo, buscando un sitio donde hubiera tela... Y Pedro tuvo que contener una carcajada. Pasó una hora más hasta que vió a Paula sola por primera vez, sentada en una silla frente a la piscina. Y su decisión de no tocarla iba a tomarse una tregua, decidió. Se merecía por lo menos un baile.


—Creo que soy el único hombre de la fiesta que no ha bailado contigo.


—No me lo has pedido.


De modo que se había dado cuenta... Bien. Al menos, se sentía satisfecho de su comedimiento. Aunque empezaba a preguntarse durante cuánto tiempo podría ser comedido.


—¿Quieres bailar conmigo? Como amigos.


Paula tragó saliva. El auténtico caballero del sur, con un traje de chaqueta azul marino, una conservadora corbata marrón al cuello... Había muchos hombres vestidos como él en la fiesta, igualmente atractivos y poderosos, pero ninguno de ellos despertaba su interés como Pedro. Cuando él puso la mano en su espalda desnuda tuvo que cerrar los ojos, dejando que la atracción que había entre ellos se hiciera cargo de sus sentidos, ardiente como la temperatura en Carolina del Sur. Sus piernas se rozaban mientras sus cuerpos copiaban una danza mucho más fundamental, despertando recuerdos del pasado... Si no estuvieran rodeados de gente, Pedro le habría quitado la ropa en un segundo. Por el momento, sólo podía mirarlo, hipnotizada por el fiero deseo que veía en sus ojos, todo su cuerpo suplicándole que se rindiera. 


—Tienes que saber lo preciosa que eres —le dijo al oído, los dedos masculinos trazando figuras en su espalda.


De nuevo, Paula sintió el imperioso deseo de aprovechar ese tiempo antes del nacimiento del niño para hacer lo que su cuerpo le pedía. Aunque Pedro la había dejado en paz durante la fiesta, estaba segura de que no le diría que no. Parecía muy tranquilo, pero ella sabía lo bien que podía esconder sus cartas. Quizá debería dejárselo claro. Eso sonaba razonable, especialmente cuando el deseo empezaba a ser una tortura.


—¿Qué te parece un acuerdo temporal como... Amigos con derecho a roce?


¿Amigos con derecho a roce? Pedro la miró, atónito. Quería acostarse con él. Había dicho algo sobre un arreglo temporal, pero ya lidiaría con eso más tarde. No era tan tonto como para dejar pasar esa oportunidad.


—Esta casa está llena de gente. ¿Qué tal si volvemos a la nuestra?


Paula lo miró, con un innegable brillo de anhelo en los ojos.


—Yo diría que sí.


Conteniendo el deseo de dar un salto con el puño en alto, Pedro buscó la salida más próxima. No pensaba despedirse de nadie ahora que Paula parecía tan decidida como él. ¿Les daría tiempo a llegar a casa o tendría que parar el coche en el arcén de nuevo? Cinco interminables minutos más tarde, el empleado del estacionamiento llegó con el Mercedes de Paula. Pedro prácticamente le quitó las llaves de la mano. 

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