Y ella quería estar con la familia. Necesitaba estar allí porque podía imaginar el miedo que tendría su madre. Su propio corazón se había roto al perder a Camila, aun sabiendo que su hija estaría bien. ¿Por qué clase de infierno estaría pasando Ana en ese momento? Y Pedro... Sí, tenía que estar a su lado aunque él no se lo pediría nunca. Nunca reconocería que la necesitaba. ¿Qué estaría pensando en aquel momento?, se preguntó. Iba sujetando el volante con una mano mientras mantenía la otra en la palanca de cambios. Si pudiera hacerlo hablar...
—¿Qué más te ha dicho el general?
—Sólo que era una operación secreta de las fuerzas aéreas. El avión de transporte que llevaba a Juan Pablo desapareció del radar y las radiotransmisiones indican que había sido derribado. Están buscando los restos ahora mismo.
—Lo siento mucho. Tu madre debe de estar frenética.
—Juan Pablo es duro. Es un superviviente.
Y también era el tipo de hombre temerario y generoso que moriría por los demás, pensó Paula. Pero no tenía que decir eso. Pedro conocía a su hermano mejor que ella.
—¿Te ha dicho algo más? —insistió, más para hacerlo hablar que por otra cosa.
Él negó con la cabeza.
—Los medios aún no han recibido la noticia. Las fuerzas aéreas están intentando que no se haga público el nombre de Juan Pablo... En caso de que haya sido hecho prisionero.
Paula sintió un escalofrío. Si había sido hecho prisionero y sus captores descubrían que tenían en su poder al hijo de una senadora tan influyente... Las horrendas posibilidades eran impensables. Pedro se detuvo en un semáforo, pero mantuvo el pie en el embrague como si no pudiera esperar un segundo más para llegar a su casa. El semáforo se puso en verde y pisó el acelerador... Los faros de otro coche los cegaron entonces. Paula oyó el chirrido de unos frenos y todos sus músculos se pusieron en tensión, anticipando el golpe. Se agarró firmemente al salpicadero con una mano, llevándose la otra a la cintura en un fiero deseo maternal de proteger a su hijo... Pedro dió un volantazo... y Paula cayó de lado, golpeándose la cabeza contra la ventanilla. Y luego todo se volvió negro.
Pedro paseaba por la sala de espera, aún sin saber si Paula y el niño estaban bien. Maldita fuera, ¿Por qué se había distraído mientras iba conduciendo? Sí, había logrado evitar al otro vehículo... Por poco. El conductor borracho había chocado contra un poste de teléfono y luego salió del coche sin un solo rasguño. Paula, sin embargo, había quedado inconsciente. El presente se parecía demasiado al pasado. De nuevo estaba en Urgencias, esperando que le dijeran que ella y su hijo estaban bien. Y, como había ocurrido nueve años antes, iba conduciendo como un loco hasta el hospital. Tenía suerte de no haberla matado entonces. ¿Pero ahora?
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