Pero cuando se volvió para salir del despacho, Adrián se levantó del sofá y se lanzó sobre él. Pedro cayó sobre la pared, sorprendido, pero la sorpresa duró poco. Cara a cara con el objeto de tantas discusiones en su matrimonio, no podía controlar la furia. En alguna parte de su cerebro oyó voces de gente que se acercaba a la puerta y a Paula gritar que parasen, pero no estaba dispuesto a parar. La miró de reojo para comprobar que estaba a una distancia razonable y Ward aprovechó para darle un puñetazo. Y le dolió. Tanto que lanzó el puño con todas sus fuerzas hacia su mandíbula para tirar al imbécil sobre un sillón. Eso pareció ser suficiente para Ward, aunque lo mantuvo vigilado por si lanzaba un ataque sorpresa.
—¿Vas a tener un niño? —preguntó, atónito.
Paula asintió, haciendo un gesto de rabia.
—Sí, estoy de dos meses.
¿Por qué hacía ese gesto de rabia?, se preguntó Pedro. Si alguien debía estar furioso, era él. Ward se había atrevido a tocar a su mujer... Cada vez que lo pensaba lo veía todo rojo. Agarrándose a los brazos del sillón, Adrián movió la mandíbula para comprobar si se la había roto.
—Voy a demandarte por esto —Ward miró a las personas que se habían reunido en la puerta, la recepcionista y dos extraños que debían de ser clientes—. Ustedes son testigos de lo que ha pasado aquí.
Pedro dió un paso adelante.
—Hazlo, no me importa. Yo presentaré una contrademanda. Incluso un estudiante de primer año de Derecho sabría que tu comportamiento puede calificarse como acoso sexual.
Paula cerró la puerta y se volvió para mirarlos a los dos.
—Paren los dos. Yo no soy propiedad de nadie y puedo defenderme sola —les espetó, antes de volverse hacia su jefe—. ¿Te importa salir un momento para que pueda hablar con el padre de mi hijo?
Mientras Adrián salía del despacho, Pedro parpadeó, sorprendido. Que reconociera oficialmente a su hijo lo hizo sentir algo... Algo que no había sentido desde que llevaron a Camila a casa. Y, por primera vez, no quiso dejar de pensar en la niña que había sido su hija durante cuatro meses. Al contrario, dejó que la carita de Camila se formase en su mente hasta que Paula se plantó delante de él con cara de pocos amigos.
—Parece que tenías razón: Adrián siente algo por mí. Aunque yo no me había dado cuenta.
—¿Quieres que saque tus cosas ahora mismo?
—No tomes decisiones por mí, Pedro. Si decido marcharme, yo misma guardaré mis cosas.
—¿Vas a quedarte aquí? —exclamó él, frustrado—. Tu jefe estaba a punto de besarte...
—Olvidas algo muy importante —lo interrumpió Paula— Que Adrián no me interesa nada, así que no tienes por qué estar celoso.
Pedro la agarró por las muñecas.
—Pero quiere acostarse contigo. Esa es razón suficiente.
—También hay mujeres por ahí que quieren acostarse contigo. ¿Qué quieres que haga, que las tire del pelo? Pues claro que no —Paula se apartó, suspirando—. Necesito que confíes en mí. Ya no soy una adolescente y puedo cuidar de mí misma.
—Estás dándole la vuelta al asunto —insistió él. Su lógica de abogado le iría muy bien en aquel momento, pero no era con lógica con lo que estaba pensando—. Mira, no necesitamos el dinero. Anoche decidí invertir en un fideicomiso para el niño y puedo abrir una cuenta para tí antes de que termine el día...
—No sigas por ahí, Pedro —lo interrumpió ella—. No ha cambiado nada, ¿Verdad?
—No te entiendo.
—¡No quiero que dirijas mi vida! No quiero que me digas lo que tengo o no tengo que hacer.
—Entonces, estás diciendo que ya está... ¿No vamos a intentarlo ni siquiera por el niño?
—Estoy diciendo que, por el niño, tenemos que encontrar una manera de entendernos sin pelearnos todo el día —suspiró Paula—. Pero no sé si eso es posible.
Entonces, todo eso de «Hacer el amor» no era más que hablar por hablar, pensó Pedro.
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