¿Y al día siguiente?, se preguntó. Pero no podía dejar que ese triste pensamiento arruinase el encuentro. No, sólo quería sentir. Cuando él dejó de moverse un momento, Paula levantó la cabeza. Aunque no debería haberlo hecho. Los ojos azules de Pedro brillaban con una intensidad familiar; la intensidad del deseo. Eso era lo que había entre ellos, nada más. Pedro no había cambiado aunque, tontamente, ella siguiera confiando en esa posibilidad. Enterrando la cara en su cuello, movió las caderas contra él y le siguió el ritmo mientras la embestía con una fuerza que la hizo gritar de placer antes de que Pedro la siguiera en una explosión de sensaciones. Luego se dejó caer sobre su pecho, intentando llevar aire a sus pulmones. No sabía cuánto tiempo habían estado así y le daba igual porque Sebastián la tomó en brazos para volver al dormitorio que una vez habían compartido. Después de dejarla suavemente sobre la cama, se dió la vuelta para poner el despertador. ¿Para ir a trabajar? Paula recordó entonces el golpe que se había dado en la cabeza y la orden de la doctora de que la despertase cada cierto tiempo. Le parecía como si el accidente hubiera ocurrido años antes. Habían pasado tantas cosas en ese tiempo... Ni siquiera había vuelto a pensar en él desde que volvieron a casa.
Paula miró hacia la ventana, la luz de la luna entrando por las cortinas entreabiertas. Las sombras bailaban por las paredes, cambiantes como su turbulenta vida. Dándose la vuelta, miró la causa de esa turbulencia durmiendo a su lado. Las dudas amenazaban el poco terreno común que habían encontrado Pedro y ella esa noche. Porque cuando la llevó al dormitorio de nuevo había visto la pantalla del ordenador encendida y sabía que ella no la había dejado así. No tenía que preguntarle si había estado trabajando. Se llevó una mano al abdomen, intentando imaginar a su hijo. Quería a ese hijo, lo necesitaba. Pero no estaba segura de qué iba a hacer con el padre, aquel hombre complejo que evocaba emociones que había creído perdidas para siempre. El sonido del teléfono la despertó. Y la realidad volvió tan claramente como la luz del sol que entraba a través de las cortinas. El teléfono volvió a sonar. ¿Sería Ana para darles alguna noticia sobre Juan Pablo? Alargó una mano para tocar a Pedro, pero su mano cayó en un espacio vacío. ¿Dónde estaba? ¿De vuelta en el ordenador, trabajando? Cuando se dió la vuelta para contestar al teléfono había dejado de sonar y la lucecita indicaba que alguien había contestado desde otro aparato. El número que aparecía en la pantalla era el de Ana. Pedro no se había ido, pensó, aliviada, mientras saltaba de la cama para ponerse una bata de seda. Sabía que la llamada tendría que ver con Juan Pablo y, fuera cual fuera la información, tenía que estar a su lado. Pero al oír su voz se detuvo. Porque llegaba de... El dormitorio de Camila. Se le encogió el estómago al pensar en esa habitación de cortinas blancas, papel pintado con rosas diminutas y recuerdos. ¿Habría entrado allí porque era la habitación que estaba más cerca cuando sonó el teléfono? Tenía que ser eso porque él nunca había vuelto a poner el pie en ese cuarto desde que Camila desapareció de sus vidas. Se detuvo en la puerta y estudió el perfil de su marido, sentado en la mecedora donde los dos habían pasado interminables noches intentando que Camila se durmiera.
—Sí, de acuerdo —estaba diciendo—. Ésas son muy buenas noticias, general. ¿Cuándo podremos hablar con Juan Pablo?
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