martes, 29 de abril de 2025

Recuperarte: Epílogo

8 meses y medio después…


Paula siempre estaba encantada de ponerse un par de zapatos nuevos. Y, gracias al evento de aquel día, había tenido la mejor de las excusas para ir de compras. La finca de los Alfonso estaba llena de gente aquel día. Había pétalos de rosa flotando en la piscina, el sol de la tarde creando prismas de color sobre el agua mientras la familia y los amigos disfrutaban de un cóctel. Sonriendo, miró hacia abajo. Llevaba unas sandalias de color crema, de Chanel, que habían despertado más de una mirada ardiente por parte de Pedro. El vestido de seda color marfil envolvía sus nuevas curvas, acariciando sus rodillas con cada paso. Aquellos meses con él no habían sido siempre fáciles, pero el tiempo que pasaron conociéndose de nuevo había sido la mejor inversión que ninguno de los dos había hecho nunca. Sin duda, siempre sería un hombre adusto, pero ella ya no dudaba de su habilidad para hacerle frente y ganar más de un asalto. Había aprendido a apoyarse un poco más en la lógica y él había aprendido a escuchar a su corazón cuando tenía que hacerlo. La fiesta de aquel día, sin embargo, no tenía nada que ver con ellos, sino con otra persona. Esa tarde celebraban el bautizo de Nicolás Alfonso, un niño sano que pesó más de tres kilos al nacer y que ahora, con seis semanas, era como un muñeco. Paula se detuvo para mirar a su hijo, durmiendo en los brazos de su orgullosa abuela. No se cansaba de mirarlo. Entonces sintió una mano en la cintura y ni siquiera tuvo que mirar por encima del hombro. Conocía ese tacto íntimamente. Pedro la apoyó contra su pecho.


—Mi madre y tú saben cómo organizar una fiesta.


Su aliento la acariciaba, el sonido de su voz enviando un escalofrío de deseo por todo su cuerpo. No habían tocado el tema del matrimonio, pero agradecía que le diese el tiempo que necesitaba para solucionar sus problemas antes de dar el «Sí, quiero» otra vez. Paula inclinó a un lado la cabeza. Las duras facciones de su marido, que podían ser tan formidables en el Juzgado, mostraban una innegable felicidad.


—También hay que felicitarte a tí.


—¿A mí?


—Te has preocupado del menú por primera vez desde que te conozco.


—No sabía que darte una lista de golosinas de nuestra tienda favorita fuera aportar algo —rió Pedro.


—A mí me ha parecido un gesto dulce y muy sentimental.


—¿Dulce? —riendo, él le dió la vuelta para mirarla a los ojos—, Paula, no se lo cuentes a mis hermanos. Me harían sufrir mucho en el campo de golf.


Eso era algo que hacía más a menudo ahora, jugar al golf y pasar tiempo con su familia. Incluso juraba que ese tiempo de descanso lo hacía más efectivo en el trabajo. Paula pasó la punta del dedo índice por sus labios, la brisa del mar llevándoles el dulce olor de las rosas.


—Tu secreto está a salvo conmigo.


Los dos habían hecho ciertos ajustes en su vida profesional. Su decisión de dejar de trabajar con Adrián había desencadenado una creatividad que no hubiera soñado nunca. Después de tomar en consideración varias ofertas de trabajo, Paula había decidido abrir su propia empresa de decoración. E inspirada por Pedro, cuya estabilidad económica le permitía aceptar clientes que nunca hubieran podido pagar su minuta, su nueva empresa se tomaba interés en proyectos de menor envergadura. La semana anterior, por ejemplo, había terminado los planos para la casa de una pareja que acababa de tener cuatrillizos y, por lo tanto, no estaban muy sobrados de fondos. Le había resultado divertido organizar el espacio para que esos niños tuvieran el mayor sitio posible para jugar, dejando zonas para que los padres pudieran estar solos. Había descubierto lo importante que era cuidar una relación de pareja y no darla por sentado sin hacer el menor esfuerzo. Pedro cortó una rosa y la pasó por su mejilla antes de colocarla detrás de su oreja.


—He estado pensando que quizá podríamos convencer a mi madre para que organice otra fiesta. 


Los Alfonso tenían mucho que celebrar últimamente. Marcos había conseguido su asiento en el Senado; Agustina y él estaban casados y vivían entre Washington y su casa de Carolina del Sur. Su madre era una dinamo en su puesto de Secretaria de Estado. Ella y el general salían en las noticias regularmente como una de las parejas más importantes de Estados Unidos. Y Juan Pablo estaba sano y salvo.


—¿Qué clase de fiesta? —preguntó Paula, pasando las manos por las solapas de su chaqueta y pensando que esa mañana apenas habían tenido tiempo para vestirse... Con el colchón tentándolos después de seis semanas de abstinencia.


—Una fiesta de compromiso —contestó Pedro, sacando una cajita del bolsillo.


—El momento perfecto —sonrió ella, contenta.


Y lo era, perfecto de verdad. Tan diferente a la primera vez que pidió su mano... Habían tenido muchas oportunidades de alejarse el uno del otro para siempre, pero aquel matrimonio estaría basado en un amor demasiado profundo como para negárselo. Demasiado especial como para volver a arruinarlo. Pedro la apretó contra su pecho, los latidos de su corazón anunciando lo importante que era aquello para él a pesar de su aparente calma. Paula respiró el familiar aroma de su colonia, mezclada con el talco de Nicolás.


—Paula, ¿Quieres casarte conmigo... Otra vez? —Pedro abrió la cajita para revelar un diamante en forma de pera al lado de una alianza... Su alianza.


—Este habría sido nuestro décimo año...


Habían recorrido un largo camino desde que se conocieron; dos adolescentes casándose por un embarazo inesperado. Paula dejó escapar unas lágrimas que no tenían nada que ver con las hormonas esta vez y sí con la enorme felicidad que llenaba su corazón.


—Me gusta mezclar lo viejo con lo nuevo, así que es perfecto. Sí, me casaré contigo, Pedro Alfonso.


Él secó sus lágrimas con el dorso de la mano y luego le puso el diamante en el dedo, esperando la alianza que pondría al lado el día de su boda. Luego cerró su mano sobre la de ella, tan fuerte y tan firme como el propio hombre que era. 


—No vamos a casarnos porque estés embarazada, aunque no me quejaría en absoluto si tuviéramos otro niño... Cuando tú digas.


Paula pensó en la fotografía que habían puesto sobre la chimenea: Una fotografía de Camila que su madre biológica les había enviado. No habría ningún contacto entre ellos y, después de ocho meses, temía confundir a la niña de todas formas. Siempre habría un sitio en su corazón para ella y la echaría de menos todos los días, pero había visto felicidad en los ojos de Camila... Los ojos de una niña querida.


—¿Y si no hubiera más hijos?


Pedro era un padre maravilloso y paciente que paseaba con Nicolás en brazos por las noches hasta que el niño se quedaba dormido. Él apartó un mechón de pelo de su cara.


—No me importaría. Pero te quiero a tí en mi vida, eso es lo más importante.


—Qué maravillosa coincidencia. Porque ahí es precisamente donde yo quiero estar —sonrió Paula.


Pedro le pasó un brazo por los hombros, metiendo un dedo travieso bajo la tira del vestido.


—¿Qué tal si recuperamos al niño y volvemos a casa con Rocky y Frida?


—Tenemos mucho que celebrar —ella metió la mano bajo la chaqueta, el fibroso cuerpo masculino tentándola a explorarlo sin las barreras de la ropa. Un placer que disfrutaría durante el resto de su vida—. De hecho, yo estaba pensando que nos merecemos una celebración privada.


Los ojos de Pedro brillaban con la promesa de besos largos y apasionados cuando estuvieran solos.


—¿Quién tiene que dar de comer a quién desnudo esta vez?


—Eso depende de quién se desnude primero —rió Paula. 








FIN

Recuperarte: Capítulo 53

 —¿Pasa algo?


—¿Te das cuenta de que ésta es la primera vez que me pides disculpas?


¿De qué estaba hablando?


—No puede ser. He hecho las paces contigo más veces de las que puedo recordar.


—Sí, me doy cuenta ahora de que lo has intentado muchas veces. Pero debo decirle, abogado, que a veces ayuda escuchar esas sencillas palabras.


—Sí, tienes razón.


Paula necesitaba escuchar esas palabras cuando eran algo más que una simple disculpa, cuando eran un símbolo de amor. Tenía que escucharlas.


—Te quiero, Paula.


Él redactaba alegatos todos los días. ¿Cómo podía no haberse dado cuenta de que nunca los había hecho sobre lo que más le importaba?


—No sólo porque eres la madre de mis hijos... Camila y los que tengamos o podamos adoptar a partir de este momento. Te quiero porque me vuelves loco y me retas a ser mejor persona... Y Dios sabe que tengo fama en los tribunales por disfrutar de un buen reto.


Pero como también era un hombre de acción, Pedro cimentó esa declaración con otro beso. Paula se apoyó en él, las suaves curvas de su cuerpo aplastándose contra su torso. El deseo de hacer el amor, de sellar aquel compromiso, lo quemaba. Pero eso era algo que pensaba hacer en cuanto volvieran a casa. Ella dió un paso atrás y levantó una pierna para mostrarle sus preciosos zapatos de color rosa. Y el cuerpo de Pedro se tensó con la familiar sacudida del deseo. Con un desafiante golpe de melena, ella lo miró a los ojos con total honestidad y convicción.


—Te quiero, Pedro Alfonso. Adoro tu cuerpo cuando acaricia el mío. Adoro tu mente brillante cuando reta a la mía. Adoro tu alma de chocolate blanco cuando toca la mía. Te quiero, de manera incondicional, para siempre.


Pedro sintió que esa declaración de amor alejaba los últimos vestigios de la vieja pesadilla.


—¿Dónde crees que vamos a partir de ahora?


Paula se mordió los labios.


—Me gustaría que nos tomásemos un tiempo para redescubrirnos el uno al otro.


En lugar de criticarlo porque no había sabido darle suficiente durante todos esos años, su mujer anunciaba su deseo de darle tiempo, todo el tiempo del mundo. Y él estaba tan conmovido que tuvo que bromear.


—Ah, quieres una cita.


—La verdad es que nos saltamos esa parte hace nueve años.


El suyo había sido un viaje rápido al altar. ¿Se habría sentido insegura durante todos esos años? Pues eso era algo que, definitivamente, tenía que solucionar. Porque sabía, sin la menor duda, que se hubiera casado con aquella mujer fascinante estuviera embarazada o no. Pedro pasó los dedos por su cara.


—¿Qué tal si empezamos a hacerlo en cuanto salga de aquí? Tengo una mujer muy especial a la que invitar a cenar. 


Los ojos castaños de Paula brillaron, traviesos.


—Afortunadamente para tí, acabo de comprarme un par de zapatos nuevos para nuestra primera cita. 

Recuperarte: Capítulo 52

Pedro supo que Paula había entrado en la sala. Incluso de espaldas, experimentó aquella sensación que le decía que ella estaba cerca. No había perdido la concentración, pero estaba contando los minutos hasta que pudiesen parar para comer. El reloj marcaba exactamente la una cuando el juez levantó la maza para pedir un receso. Y se tomó un momento para hablar con su cliente antes de dirigirse hacia ella. ¿Querría retomar la discusión que habían dejado a medias en su despacho? Sí, reconocía haber perdido los nervios con Ward, pero no estaba seguro de que hubiera podido hacer las cosas de otra manera. En su opinión, sólo estaba protegiendo a su mujer y a su hijo. Se detuvo al llegar a su lado, pensando que aunque hubiera tenido razón sobre Ward, Paula estaría disgustada. Y aunque se sentía justificado, quizá podría haberle ofrecido algún... Consuelo. Casi podía ver a su madre regañándolo por no cuidar mejor de Paula. O de su familia. Y entonces ella sonrió. Y supo que, lo mereciera o no, le estaba dando una nueva oportunidad. Una que él pensaba usar para sacar el mayor provecho posible.


—Pedro... Encuentra un armario o una sala vacía —le dijo en voz baja.


No tuvo que decírselo dos veces. Aunque el matrimonio con una mujer tan belicosa fuera un reto, siempre le había gustado esa parte de ella. Paula nunca rechazaba una pelea, pero tampoco se echaba atrás cuando quería eso. Pedro la tomó del brazo para llevarla a la sala donde la había llevado el día que se desmayó. Una vez dentro, ella lo empujó contra la puerta, buscando sus labios antes de que él pudiera decir nada. Claro que no pensaba discutir con un saludo que era mucho mejor que cualquier palabra. Sólo que la puerta no tuviera llave impidió que la tumbase en el sofá. Aquella mujer llevaba nueve años haciéndolo perder la cabeza. Ningún problema entre ellos, por difícil de resolver que fuera, había logrado cambiar eso.


—Me he despedido de Southern Designs.


—¿Por lo que ha pasado esta mañana? —preguntó él.


—Debería haberme dado cuenta de que Adrián estaba interesado en mí— murmuró Paula—. Pero lo he dejado porque era lo que debía hacer. Adrián se ha pasado de la raya y la relación con él sería muy incómoda a partir de ahora.


—¿Y qué piensas hacer?


—Espero que no vayas a ofrecerte a ingresar dinero en mi cuenta otra vez — Paula levantó una ceja.


Pedro se quedó callado un momento, sopesando cuál sería la mejor respuesta. Pero incluso los mejores abogados reconocían la oportunidad para un acuerdo. Ella había hecho una concesión dejando la empresa de Ward y era hora de que él respondiera en especie. Tenerla en su vida era demasiado importante como para volver a meter la pata.


—¿Qué tal si lleno la nevera con cosas que tienten a tu paladar?


—Gracias —su sonrisa fue la mejor recompensa.


Él tomó su cara entre las manos.


—Siento haber hecho una escena en tu oficina.


Él siempre había respetado su trabajo, admirando cómo convertía en bello todo lo que tocaba. Y no había querido hacérselo pasar mal. Más calmado ahora, sinceramente esperaba no haber comprometido su vida profesional. Pero Paula estaba mirándolo muy seria... 

Recuperarte: Capítulo 51

Paula estaba sentada en los bancos de atrás, animada por su nueva determinación y más por el bollo que se había comido de camino a los Juzgados. Pedro se levantó de su asiento, abrochándose la chaqueta. Un traje gris oscuro que ella misma había elegido una semana antes de que se separasen. Nunca se lo había visto puesto hasta aquel día. La fresca tela de verano destacaba sus anchos hombros incluso mejor de lo que ella había esperado; el pelo corto le llegaba hasta el cuello de la camisa, haciéndole recordar lo sedoso que era. Pero no pareció fijarse en ella mientras se acercaba al estrado para interrogar al testigo. Sabía que era un caso de maltrato. Pedro defendía a una madre y a su hijo contra un padre abusivo. Al ver a los clientes, la pareció indudable que había aceptado el caso pro bono, es decir sin cobrar minuta. Y viendo el brillo de esperanza en los ojos de la joven madre, lo admiró por ello. Pedro se dirigió al testigo, un hombre corpulento que lo miraba con cara de pocos amigos, manteniendo la calma y la concentración. Una y otra vez lo retaba con preguntas de las que el hombre no sabía cómo escapar, cada una de sus titubeantes respuestas reforzando la impresión que Sebastián quería dar de él.


Paula se quedó atónita viéndolo en acción. Saber que era uno de los mejores abogados de Carolina del Sur no la había preparado para el impacto de verlo en un tribunal. Ponía el alma para luchar por aquel niño que no podía defenderse a sí mismo. Se echó hacia delante, la poderosa voz de Pedro llenando la sala. En un golpe de inspiración, se dió cuenta de que no había estado ignorando sus sentimientos en absoluto. Estaba desahogando su frustración por haber perdido a Camila mientras defendía a aquel niño. Claro que seguramente ponía la misma convicción para defender a todos sus clientes. Se había convertido en la clase de abogado que siempre había dicho que quería ser cuando entonces sólo era un sueño. ¿Era tan raro que quisiera algo de paz cuando volvía a casa? Esa nueva comprensión de la personalidad de su marido la hizo pensar que quizá podría asistir a los juicios de vez en cuando, ser parte de su mundo en lugar de esperar que él fuera parte del suyo. No se había equivocado al pensar que haría falta tiempo para que confiasen el uno en el otro. Pero ahora, viendo al hombre del que se había enamorado nueve años antes, estaba dispuesta a hacer lo que tuviese que hacer, durante el tiempo que fuera necesario. 

Recuperarte: Capítulo 50

¿Qué parte de su éxito tendría que ver con las oportunidades que Adrián le había dado con objeto de ganarse su simpatía? Nunca lo sabría seguro, pero ésa era otra razón por la que ya no podía trabajar con él. Ella merecía conocer su propio talento, probar hasta dónde podía llegar sólo con sus propios méritos. Adrián se levantó del sillón y Paula vió que tenía una marca morada en la mandíbula.


—¿Qué quieres?


—Te agradezco mucho las oportunidades que me has dado durante estos años y quiero que sepas que siempre he respetado tu talento. Pero no puedo seguir trabajando para tí.


Él se inclinó hacia delante.


—Paula, por favor, siéntate. Quiero explic...


—No voy a estar aquí tiempo suficiente para sentarme —lo interrumpió ella—. Sólo he venido a decirte que renuncio a mi puesto.


—Te dije que nunca habría intentando nada contigo mientras estuvieras casada y lo decía en serio. Si Pedro y tú están juntos de nuevo... En fin, no me hace ninguna gracia, pero no pienso interferir.


Parecía estar diciendo la verdad y, en ese momento, Paula sintió una punzada de simpatía por él. Ella sabía bien lo que era querer a alguien y verse rechazado. Pero no podía dejar que eso afectase a su decisión. Además Adrián era, en parte, el causante del caos en que se había convertido su vida. Por no hacerle caso cuando le dijo que parase, por tomarse libertades con ella que ella no le había permitido nunca. Pero daba igual. Necesitaba cortar con él, pasara lo que pasara con el padre de su hijo.


—Después de lo que ha pasado he decidido que será mejor no seguir trabajando contigo. Además, Pedro y yo tenemos que encontrar la manera de entendernos... Por el niño.


—¿Eso significa que están juntos de nuevo?


¿Lo estaban? La verdad era que no lo sabía. Cómo iban a tener futuro como pareja seguía sin estar claro pero, de repente, Paula experimentó una sensación de paz mientras libraba valientemente esa batalla. Se sentía lo bastante fuerte como para defenderse sola, como para tomar decisiones para ella y para su hijo.


—No lo sé, Adrián. Pero sí sé que no estoy dispuesta a tener una relación con ningún otro hombre. 


Luego se dió la vuelta, con la cabeza bien alta, y entró en su despacho para llamar a un taxi. Todo iba a salir bien, se decía. Se había ganado el respeto de los clientes con su trabajo y que Adrián se hubiera portado como un patán no cambiaría nada. Pero después de llamar al taxi, cuando iba a salir del despacho, vio una bolsa blanca sobre su escritorio. ¿Había estado allí todo el tiempo? El logo azul y rojo resolvió el misterio, la bolsa era de la tienda donde Pedro le había comprado el chocolate blanco. ¿No había dicho algo sobre el desayuno cuando entró en el despacho? El día podía haber terminado siendo tan diferente si ella hubiera estado sola en la oficina... Claro que sólo hubieran retrasado lo inevitable. Tarde o temprano habrían acabado teniendo esa confrontación. Paula abrió la bolsa para mirar el contenido: Un bollo de canela y un tarrito con manteca de cacahuete. Y una tarjeta de Pedro con una nota escrita al dorso: "Te quiero".


—Te quiero —murmuró, pasando el dedo por la sencilla frase.


Le parecía como si hubiera pasado una eternidad desde la última vez que usó esa expresión. ¿Estaba intentando disculparse por no habérselo dicho la noche anterior? Claro que tampoco ella lo había dicho... El significado de esa nota empezaba a pesar sobre su conciencia. Paula pensó en otros detalles que había tenido en el pasado y que ella había creído calculadores. ¿Y si quizá, sólo quizá, esos gestos habían nacido del afecto y no de una calculadora manipulación? Le dió vueltas a esa posibilidad. Pedro había dicho muchas veces que ser abogado lo hacía tratar con gente engañosa todos los días y eso podía hacer que una persona tuviera dificultad para mostrarse cándida, para confiar en las palabras. Los actos contarían más para él.  Y era lógico pensar que su reservado ex marido hubiera intentado demostrarle su amor con hechos y no con palabras. No sabía cómo iba a convencer a Pedro para que le abriera su corazón o cómo iban a solucionar el conflicto en que se había convertido su matrimonio, pero no pensaba dejar de luchar si había una sola oportunidad de seguir juntos. De modo que salió de la oficina, absolutamente decidida. Ahora sólo tenía que encontrar la sala en la que estaba Pedro y presentar su caso de forma convincente para poder vencer a uno de los mejores abogados de Carolina del Sur. 

Recuperarte: Capítulo 49

 -Vas a aceptar ese trabajo en Columbia, ¿Verdad?


—No es por el trabajo ni por el maldito dinero —replicó Paula—. Estamos hablando de que tú intentas manipularme para que haga las cosas a tu manera. No confías en mí, no crees que pueda solucionar sola cualquier tipo de situación... Como lo que acaba de pasar ahora mismo.


—¿Se te ha ocurrido pensar que a lo mejor eres tú quien no confía en mí?


Eso la dejó muda. Ni siquiera se molestó en negarlo, de modo que no confiaba en él. Pedro metió las manos en los bolsillos del pantalón para controlar su rabia. Él no le gritaba a ninguna mujer y menos a una mujer embarazada de la que estaba enamorado. ¿Enamorado? Sí, la amaba. La había amado desde que eran adolescentes y, sin embargo, siempre acababan en el mismo sitio.


—Yo tenía razón sobre Adrián Ward. Durante todo este tiempo ha estado enamorado de tí.


—Sí, claro, tienes razón —dijo ella, con los ojos llenos de lágrimas—. Tú siempre tienes razón y yo no soy más que una sentimental que no sabe cuidar de sí misma, ¿Es eso?


—Paula...


—Nunca te has parado a pensar que ya soy mayorcita. Puedo controlar que un hombre se sienta atraído por mí y mantenerlo a distancia.


—Sí, lo estabas haciendo muy bien cuando entré en el despacho —replicó él, irónico.


Si había querido hacerle daño... Bien, lo había conseguido. Paula se puso pálida.


—Vete de aquí, Pedro —le dijo, dándose la vuelta, su postura dejando claro que no pensaba seguir hablando con él, que quizá no quería saber nada más de él—. Márchate ahora mismo. 


El portazo reverberó en el corazón de Paula. Incluso en el silencio del despacho, sólo con el tictac del reloj de la pared haciéndole compañía, el ruido de la pelea de Pedro con su jefe, de su propia pelea después, parecía haber quedado en el aire. ¿Cómo podía haber salido todo tan mal? Se le encogió el corazón al pensar en la esperanza que había tenido hasta unos minutos antes. Había creído que porque Pedro mencionara el nombre de Camila todo lo demás se colocaría mágicamente en su sitio. Qué ingenua. Pero habían tardado mucho tiempo en llegar a ese momento triste y confuso en su relación. Y ella era tonta por pensar que tantos años de problemas y desacuerdos podrían ser resueltos en unos días. Pero cómo dolía amar a un hombre tan inmutable como Pedro Alfonso. Se dejó caer en el sofá, exhausta. Estuvo a punto de salir corriendo tras él... Pero sólo durante un segundo. No sabía por dónde empezar a arreglar aquello. Lo único que sabía seguro era que tenía que dejar la empresa. Lo que Pedro había querido desde el principio. ¿Habría esperado él que eso pasara y por eso se había peleado con Adrián? ¿Lo habría provocado?, se preguntó. ¿Podría ser tan manipulador? Desde luego, había intentado convencerla muchas veces para que dejase de trabajar. De hecho, en cuanto supo que estaba embarazada había empezado a insistir en que se tomara las cosas con calma. Pero odiaba pensar que pudiera ser tan calculador. Miró alrededor y se despidió mentalmente de esa parte de su vida que, de repente, ya no le parecía tan importante cuando pensó en todo lo que podía perder aquel día. A Pedro. La posibilidad de un futuro con él. Se levantó, resignada, y se dirigió al despacho de Adrián. Pero dejó la puerta abierta. Su jefe le hizo un gesto mientras se despedía de alguien con quien estaba hablando por teléfono y Paula aprovechó para mirar su despacho por última vez. Desde la escultura en mármol negro a los cuadros abstractos sobre el sofá, todo en aquel sitio transpiraba estilo; el estilo que le había hecho ganar tantos premios.

jueves, 24 de abril de 2025

Recuperarte: Capítulo 48

Pero cuando se volvió para salir del despacho, Adrián se levantó del sofá y se lanzó sobre él. Pedro cayó sobre la pared, sorprendido, pero la sorpresa duró poco. Cara a cara con el objeto de tantas discusiones en su matrimonio, no podía controlar la furia. En alguna parte de su cerebro oyó voces de gente que se acercaba a la puerta y a Paula gritar que parasen, pero no estaba dispuesto a parar. La miró de reojo para comprobar que estaba a una distancia razonable y Ward aprovechó para darle un puñetazo. Y le dolió. Tanto que lanzó el puño con todas sus fuerzas hacia su mandíbula para tirar al imbécil sobre un sillón. Eso pareció ser suficiente para Ward, aunque lo mantuvo vigilado por si lanzaba un ataque sorpresa.


—¿Vas a tener un niño? —preguntó, atónito.


Paula asintió, haciendo un gesto de rabia.


—Sí, estoy de dos meses.


¿Por qué hacía ese gesto de rabia?, se preguntó Pedro. Si alguien debía estar furioso, era él. Ward se había atrevido a tocar a su mujer... Cada vez que lo pensaba lo veía todo rojo. Agarrándose a los brazos del sillón, Adrián movió la mandíbula para comprobar si se la había roto.


—Voy a demandarte por esto —Ward miró a las personas que se habían reunido en la puerta, la recepcionista y dos extraños que debían de ser clientes—. Ustedes son testigos de lo que ha pasado aquí.


Pedro dió un paso adelante.


—Hazlo, no me importa. Yo presentaré una contrademanda. Incluso un estudiante de primer año de Derecho sabría que tu comportamiento puede calificarse como acoso sexual.


Paula cerró la puerta y se volvió para mirarlos a los dos.


—Paren los dos. Yo no soy propiedad de nadie y puedo defenderme sola —les espetó, antes de volverse hacia su jefe—. ¿Te importa salir un momento para que pueda hablar con el padre de mi hijo?


Mientras Adrián salía del despacho, Pedro parpadeó, sorprendido. Que reconociera oficialmente a su hijo lo hizo sentir algo... Algo que no había sentido desde que llevaron a Camila a casa.  Y, por primera vez, no quiso dejar de pensar en la niña que había sido su hija durante cuatro meses. Al contrario, dejó que la carita de Camila se formase en su mente hasta que Paula se plantó delante de él con cara de pocos amigos.


—Parece que tenías razón: Adrián siente algo por mí. Aunque yo no me había dado cuenta.


—¿Quieres que saque tus cosas ahora mismo?


—No tomes decisiones por mí, Pedro. Si decido marcharme, yo misma guardaré mis cosas.


—¿Vas a quedarte aquí? —exclamó él, frustrado—. Tu jefe estaba a punto de besarte...


—Olvidas algo muy importante —lo interrumpió Paula— Que Adrián no me interesa nada, así que no tienes por qué estar celoso.


Pedro la agarró por las muñecas.


—Pero quiere acostarse contigo. Esa es razón suficiente.


—También hay mujeres por ahí que quieren acostarse contigo. ¿Qué quieres que haga, que las tire del pelo? Pues claro que no —Paula se apartó, suspirando—. Necesito que confíes en mí. Ya no soy una adolescente y puedo cuidar de mí misma.


—Estás dándole la vuelta al asunto —insistió él. Su lógica de abogado le iría muy bien en aquel momento, pero no era con lógica con lo que estaba pensando—. Mira, no necesitamos el dinero. Anoche decidí invertir en un fideicomiso para el niño y puedo abrir una cuenta para tí antes de que termine el día...


—No sigas por ahí, Pedro —lo interrumpió ella—. No ha cambiado nada, ¿Verdad?


—No te entiendo.


—¡No quiero que dirijas mi vida! No quiero que me digas lo que tengo o no tengo que hacer.


—Entonces, estás diciendo que ya está... ¿No vamos a intentarlo ni siquiera por el niño?


—Estoy diciendo que, por el niño, tenemos que encontrar una manera de entendernos sin pelearnos todo el día —suspiró Paula—. Pero no sé si eso es posible.


Entonces, todo eso de «Hacer el amor» no era más que hablar por hablar, pensó Pedro. 

Recuperarte: Capítulo 47

Paula puso una mano sobre su pecho para empujarlo antes de que hiciera algo que lamentaría después. O ella dijera algo que no pudiese retirar.


—Mira, vamos a hablar razonablemente...


La puerta del despacho se abrió entonces. Ah, genial. ¿Qué pensaría la recepcionista?


—Hola, preciosa —oyó la voz de Pedro—. Se te ha olvidado el desayuno...


Paula se apartó de Adrián, buscando algo que decir que no fuera el tópico: «No es lo que parece». Ella misma estaba aún tan sorprendida por la escenita que apenas podía entender lo que pasaba.


—Vamos a portarnos como adultos sensatos...


Él sacudió la cabeza, sin dejar de mirar al otro hombre.  Era increíble. Su marido tenía que entrar precisamente en ese momento, confirmando de primera mano todas sus sospechas.


—Si sales un momento, podemos hablar...


—¿Hablar? —repitió Pedro—. No, no lo creo. Pero sí sería buena idea que tú salieras del despacho.


—¿Adrián? —suspiró Paula—. Sal de mi despacho, por favor.


—No voy a dejarte sola con él.


—¿Estás insinuando que yo le haría daño a Paula? —le espetó Pedro, furioso—. Eres tú quien le hace daño intentando coquetear con ella en la oficina.


Paula se colocó entre los dos hombres.


—Por favor, paren un momento...


Pero ninguno de los dos estaba escuchándola. Pedro la empujó a un lado suavemente y se dió la vuelta para mirar a Adrián Ward.


—Sólo voy a decir esto una vez: Aléjate de mi mujer.


—Ya no es tu mujer.


—¿Cómo que no? Está esperando un hijo mío.


Paula estuvo a punto de soltar una carcajada al ver la expresión de su jefe. Y si no estuviera tan enfadada, lo habría hecho. Estaba enfadada con Pedro por decirle lo del embarazo sin contar con ella y con Adrián por portarse como un crío. Además, su marido debería saber que podía confiar en ella. Todo habría sido mucho más fácil si la hubiera dejado hablar. Si hubiera podido decirle a Adrián que, sencillamente, estaban intentando solucionar sus problemas maritales. Aparentemente, Pedro sólo podía cambiar poquito a poco. Ella abrió la boca para pedirle a Adrián que se disculpase por pasarse de la raya... Pero no pudo decir nada porque su ex marido levantó el puño y lo lanzó contra quien pronto sería su ex jefe. Pedro estuvo a punto de sonreír al ver que Adrián caía sobre el sofá como un fardo. Estaba más que furioso. Aquel canalla no perdía el tiempo. Y que sus sospechas hubieran sido confirmadas sólo servía para aumentar su ira. 

Recuperarte: Capítulo 46

Paula tomó su cara entre las manos para besarlo. Había hecho tanto para ganársela que había llegado el momento de que ella pusiera algo de su parte, pensó. Pedro puso una mano sobre su estómago como para tocar al niño y ella sintió el deseo de apoyarse en él y cerrar los ojos. Pero no podía dejar de pensar que estaban reviviendo el pasado. Habían pasado por eso mismo mientras esperaban la adopción de Camila, sonriendo para disimular la preocupación hasta que ya no pudieron hacerlo.


—Si seguimos así, el coche acabará rodeado de gente —bromeó—. Pero te prometo que seguiremos por la noche.


—Es una cita —asintió él, guiñándole un ojo.


Después de darle un beso en la frente volvió a colocarse frente al volante y desapareció al final de la calle. ¿Podía estar mirando los faros del coche como si fuera una adolescente enamorada otra vez?, se preguntó Paula. Quizá. Pero el miedo a que Pedro simplemente estuviera siguiéndole la corriente por el niño, como había hecho cuando Camila entró en sus vidas, era demasiado profundo. ¿Podría creer algún día que estaba genuinamente interesado en ella? ¿Podría confiar en su marido del todo? Cuando entró en la oficina, encontró a Adrián en su despacho.


—Hola, Paula. Tengo que hablar contigo un momento.


—Dime.


Su jefe cerró la puerta y se volvió hacia ella con el ceño fruncido.


—No pensarás volver con tu marido, ¿Verdad?


—¿Estabas vigilándonos? —preguntó ella, tirando su bolso sobre la mesa.


—Estaban en la puerta, a la vista de todo el mundo —respondió Adrián—. Sólo quería saber si estabas bien.


La actitud de su jefe no era muy profesional últimamente. ¿Podría tener razón Pedro?


—Agradezco mucho que te preocupes por mí, pero esto no es asunto tuyo.


—Quiero pensar que nuestra relación es algo más que la de jefe y empleada. Me considero tu amigo.


Amigos, claro. Paula se relajó un poco. Pero ni siquiera por Adrián podía contener sus emociones y su costumbre de decir lo que pensaba: 


—Yo también, pero incluso un amigo debe ser cauto cuando se trata de las relaciones sentimentales del otro.


—Mira, Paula... —Adrián metió las manos en los bolsillos del pantalón—. He hecho lo posible por disimular mientras estabas con él. Las mujeres casadas son intocables para mí.


Oh, no. Su radar femenino empezó a dar la señal de alarma.


—Como tiene que ser.


—Pero ahora no estás casada —siguió él—. Había decidido esperar hasta el divorcio, pero estoy empezando a pensar que no tengo mucho tiempo.


Paula tragó saliva. Le molestaba que dijera eso cuando ella jamás le había dado la menor indicación de que estuviera interesada en una relación sentimental con él. Además, Adrián la había visto besar a Pedro cinco minutos antes.


—No digas nada más —lo interrumpió.


Debía hacerle entender que no tenía la menor oportunidad con ella y tenía que hacerlo antes de que su relación profesional con Adrián Ward quedase rota para siempre.


—Lo lamentaré durante el resto de mi vida si no te digo lo que siento —Adrián se acercó y Paula tuvo que dar un paso atrás—. Pedro no te aprecia como debería.


—Adrián...


—Dame una oportunidad de demostrarte cómo podría ser entre nosotros — siguió él, atrayéndola hacia sí. 

Recuperarte: Capítulo 45

 —¿Pedro? —Paula tomó su mano—. Quiero que sepas que no me dejaste sola. Me abrazabas, a veces muy tarde por la noche, cuando no podía dormir.


—No me acuerdo de eso —suspiró él—. Esos días son como un borrón para mí...


—Me abrazabas, pero no dejabas que yo te abrazase a tí. Aunque ahora eso no importa. Sé que la echas de menos y sé también que te da miedo querer a otro niño. 


Pedro rozó sus labios, resistiendo el deseo de apartarse. Por alguna razón, a Paula le gustaba recordar el pasado y eso era algo que le resultaba insoportable. Pero besar a su mujer tenía un atractivo que no había apreciado del todo hasta que el privilegio dejó de ser suyo. Su mujer. Aunque no tenía la menor duda de que podría conquistarla de nuevo, se alegraba de que las cosas fueran más rápido de lo que había previsto. Cuanto antes hubiese recuperado a su familia, mejor para todos. Sentada en el coche de Pedro, apenas podía creer todo lo que había pasado desde que subió a ese mismo coche el día anterior. El avión de Juan Pablo había sido derribado, pero él estaba bien. El accidente y el viaje a Urgencias. Hacer el amor con Pedro... Sí, había empezado a pensar que estaban haciendo el amor otra vez. Que él le hubiese abierto su corazón en el cuarto de Camila seguía sorprendiéndola, pero la llenaba de esperanza. No se había abierto del todo, claro; su marido no era así. ¿Ex marido? Aún no se había acostumbrado a pensar en él en esos términos y, por una vez, no estaba rechazando del todo la posibilidad de que pudieran volver a estar juntos. Si fuera paciente con ella, si le demostrase que quería cambiar. Pedro detuvo el coche en el aparcamiento de su oficina, una casita en la playa.


—Vendré a buscarte en cuanto salga de trabajar. Y creo que terminaré pronto porque el juez que me ha tocado hoy tiene fama de mirar el reloj.


—Te agradezco que te tomes la tarde libre.


—Lo estoy intentando, Paula.


—Y eso significa mucho para mí —ella se miró las manos—. Por cierto, anoche estuviste trabajando en el ordenador.


—No podía dormir... Pensando en Juan Pablo. 

martes, 22 de abril de 2025

Recuperarte: Capítulo 44

«¿Piensas en ella?». La pregunta de Paula parecía quemarlo por dentro. No tenía que preguntarle a quién se refería. Sólo con hablar de Camila parecía devolverla a aquella habitación. Casi podría jurar que oía los gorgoteos de su hija y tuvo que hacer un esfuerzo para soltar los brazos de la mecedora antes de que se le durmieran los dedos. El instinto le decía que debía cortar la conversación, como hacía siempre, pero si quería solucionar las cosas con Paula, no podía cometer los mismos errores que había cometido en el pasado. Tenía que aceptar que la pérdida de Camila, y su negativa a compartir el dolor con su mujer, era el problema más serio en su matrimonio.


—Pienso en ella todo el tiempo —dijo por fin.


Aunque intentase olvidarla, aunque no quisiera ni recordar su nombre, no dejaba de preguntarse si estaría bien, si estaría calentita y bien cuidada. Si la querrían. Paula se detuvo frente a la cuna, tocando los barrotes de madera que no se levantarían nunca más para su hija.


—Cumple un año esta semana.


—Lo sé.


Ella tomó una de las bolsas y sacó un vestidito rosa, rozando con el dedo las margaritas bordadas en el cuello.


—Fui a comprarle estas cosas hace unos días. Sé que no voy a poder dárselas, pero necesitaba... No podía dejar pasar su cumpleaños sin celebrarlo de alguna forma.


Luego sacó una muñeca de trapo, con la etiqueta puesta.


—¿Qué vas a hacer con todo eso? —preguntó Pedro.


—No lo sé, donarlo a alguna parroquia.


—Es un bonito gesto.


El debería haber pensado en donar una cantidad de dinero anual a alguna asociación benéfica en nombre de Camila. Y no era demasiado tarde para hacerlo.


—¿Qué más has comprado? 


—Vestidos y cosas prácticas para jugar en el parque. Baberos, zapatitos — Paula sacó un oso de peluche y lo apretó contra su corazón—. Lo hicieron especialmente para ella... Ya sabes a qué tienda me refiero.


—Sí, lo sé —murmuró él.


—Antes de hacerlo te dan un trocito de tela roja para que formules un deseo y luego lo meten dentro —una lágrima asomó a sus ojos—. Así que pedí que Camila fuera muy feliz, que cuidasen muy bien de ella.


Pedro tuvo que tragar saliva, los recuerdos ahogándolo.


—Me estás matando.


—Lo siento —Paula dejó el osito en la cuna—. Sé que no te gusta hablar de ella.


—No es eso —admitió él por fin—. Lo que me mata es no haber estado a tu lado cuando nos la quitaron.


—A tí también te dolió mucho, aunque intentaras disimular.


Estaba siendo más magnánima de lo que había esperado y, seguramente, más de lo que merecía.


—Gracias por decir eso.


—Sé que debería sentirme feliz porque estoy embarazada —Paula se llevó una mano al abdomen—. Y lo estoy, de verdad.


—Cada niño es tan importante como el otro.


¿No había dicho su madre eso mismo en el hospital? Pedro miró una fotografía que había sobre la cómoda: Paula, Camila y él, el día del bautizo de la niña. ¿Reconocería a su hija si se cruzara con ella por la calle? Le gustaría pensar que sí, pero no podía estar seguro... Los niños cambiaban tan rápidamente. Pero había llegado el momento de aceptar que, aunque él la reconociese, Camila no sabría quién era.


Recuperarte: Capítulo 43

Paula se dejó caer sobre el quicio de la puerta, aliviada. Su hermano debía de estar bien. Gracias a Dios. Aunque no dejaba de mirar a Pedro, podía ver el cuarto que habían decorado juntos con tanto amor. Cada detalle del cuarto estaba en su mente, desde los alegres muebles de cerezo al papel pintado. Incluso el aroma de Camila parecía haberse quedado allí después de tanto tiempo. Aquel aroma a colonia de bebé, a esperanza... Tuvo que tragar saliva.


—Gracias por llamar. Si logras hablar con Juan Pablo, dile que me alegro mucho de que su habilidad haciendo trincheras le haya servido de algo. Sí, buenas noches... Bueno, en realidad buenos días.


Después de colgar, Pedro enterró la cabeza entre las manos. Ella estuvo a punto de correr a su lado para consolarlo, pero recordó que se había quedado inmóvil en la cocina cuando lo abrazó. El sexo, sin embargo, le había parecido mejor que otro rechazo, una reacción que había sufrido muchas veces durante su matrimonio después de que Camila se fuera. No, no iba a acercarse porque sabía lo que iba a pasar: Pedro volvería a ponerse en plan severo, negándose a pensar en tonterías como la emoción o el dolor. De modo que lo dejaría solo un momento, decidió. Iba a darse la vuelta cuando él volvió la cabeza.


—No te vayas.


Por una vez no había barreras entre los dos; sólo un hombre agotado, asustado. Y, sin embargo, parecía más fuerte que nunca. ¿Habría cambiado algo? ¿Lo que ella había empezado a sentir de nuevo podría sentirlo él también?


—¿Sabías que estaba aquí?


—Siempre sé cuándo entras en una habitación.


—Parece que Juan Pablo está bien, ¿No?


—No tiene un solo rasguño —le confirmó él—. Aunque derribaron el avión, todos sobrevivieron al accidente y salieron huyendo para evitar a los rebeldes. Por eso la misión de rescate tardó más de lo previsto.


—Esas horas han debido de ser horribles para tu hermano.


—No quiero ni pensarlo.


Claro que no. Pedro acostumbraba a olvidar el pasado y seguir adelante como si no ocurriera nada. Paula pasó los dedos por la puerta abierta del armario. Dentro podía ver el vestidito blanco del bautizo de Camila. Y le producía tal dolor que casi desearía tener la amnesia de su ex marido. Él señaló las bolsas que había en la cuna.


—Veo que has ido de compras... Para el niño.


Paula miró las bolsas llenas de vestiditos rosas y se le hizo un nudo en la garganta. El olvido era imposible y no podía contenerse más. Si Pedro quería volver a estar con ella, tendría que aceptar quién era y cómo lidiaba con la vida. Tendría que aprender a cambiar.


—¿Piensas en ella alguna vez? —le preguntó, los ojos llenos de dolor. 

Recuperarte: Capítulo 42

¿Y al día siguiente?, se preguntó. Pero no podía dejar que ese triste pensamiento arruinase el encuentro. No, sólo quería sentir. Cuando él dejó de moverse un momento, Paula levantó la cabeza. Aunque no debería haberlo hecho. Los ojos azules de Pedro brillaban con una intensidad familiar; la intensidad del deseo. Eso era lo que había entre ellos, nada más. Pedro no había cambiado aunque, tontamente, ella siguiera confiando en esa posibilidad. Enterrando la cara en su cuello, movió las caderas contra él y le siguió el ritmo mientras la embestía con una fuerza que la hizo gritar de placer antes de que Pedro la siguiera en una explosión de sensaciones. Luego se dejó caer sobre su pecho, intentando llevar aire a sus pulmones. No sabía cuánto tiempo habían estado así y le daba igual porque Sebastián la tomó en brazos para volver al dormitorio que una vez habían compartido. Después de dejarla suavemente sobre la cama, se dió la vuelta para poner el despertador. ¿Para ir a trabajar? Paula recordó entonces el golpe que se había dado en la cabeza y la orden de la doctora de que la despertase cada cierto tiempo. Le parecía como si el accidente hubiera ocurrido años antes. Habían pasado tantas cosas en ese tiempo... Ni siquiera había vuelto a pensar en él desde que volvieron a casa.


Paula miró hacia la ventana, la luz de la luna entrando por las cortinas entreabiertas. Las sombras bailaban por las paredes, cambiantes como su turbulenta vida. Dándose la vuelta, miró la causa de esa turbulencia durmiendo a su lado. Las dudas amenazaban el poco terreno común que habían encontrado Pedro y ella esa noche. Porque cuando la llevó al dormitorio de nuevo había visto la pantalla del ordenador encendida y sabía que ella no la había dejado así. No tenía que preguntarle si había estado trabajando. Se llevó una mano al abdomen, intentando imaginar a su hijo. Quería a ese hijo, lo necesitaba. Pero no estaba segura de qué iba a hacer con el padre, aquel hombre complejo que evocaba emociones que había creído perdidas para siempre. El sonido del teléfono la despertó. Y la realidad volvió tan claramente como la luz del sol que entraba a través de las cortinas. El teléfono volvió a sonar. ¿Sería Ana para darles alguna noticia sobre Juan Pablo? Alargó una mano para tocar a Pedro, pero su mano cayó en un espacio vacío. ¿Dónde estaba? ¿De vuelta en el ordenador, trabajando? Cuando se dió la vuelta para contestar al teléfono había dejado de sonar y la lucecita indicaba que alguien había contestado desde otro aparato. El número que aparecía en la pantalla era el de Ana. Pedro no se había ido, pensó, aliviada, mientras saltaba de la cama para ponerse una bata de seda. Sabía que la llamada tendría que ver con Juan Pablo y, fuera cual fuera la información, tenía que estar a su lado. Pero al oír su voz se detuvo. Porque llegaba de... El dormitorio de Camila. Se le encogió el estómago al pensar en esa habitación de cortinas blancas, papel pintado con rosas diminutas y recuerdos. ¿Habría entrado allí porque era la habitación que estaba más cerca cuando sonó el teléfono? Tenía que ser eso porque él nunca había vuelto a poner el pie en ese cuarto desde que Camila desapareció de sus vidas. Se detuvo en la puerta y estudió el perfil de su marido, sentado en la mecedora donde los dos habían pasado interminables noches intentando que Camila se durmiera.


—Sí, de acuerdo —estaba diciendo—. Ésas son muy buenas noticias, general. ¿Cuándo podremos hablar con Juan Pablo? 

Recuperarte: Capítulo 41

 —Cuando teníamos nueve o diez años, nos pasábamos el verano jugando en un bosque detrás de la casa. Bueno, a nosotros nos parecía un bosque. Seguramente sólo serían unos cuantos árboles.


Pedro cortó la manzana en trozos hasta que sólo quedó el corazón. 


—Estábamos allí todo el día —siguió—. Nos llevábamos pan con chocolate y hacíamos túneles.


—¿Túneles? —repitió ella, apoyando los codos en la encimera.


—Hacíamos trincheras —sonrió Pedro, recordando esos tiempos—. Tuvimos suerte de no morir enterrados bajo la tierra. Podríamos habernos asfixiado...


—¿Y qué decía tu madre?


—Nunca lo supo —contestó él— Bautista hacía guardia y nos avisaba si llegaba alguien.


—¿Y cuánto tenían que pagarle para que hiciera eso? 


—¿Quién ha dicho que le pagásemos nada? —riendo, Pedro tiró a la basura el corazón de la manzana—. Era el más pequeño, hacía lo que le decíamos.


—Pobrecito —rió Paula—. ¿Y Marcos?


—Marcos era demasiado obediente, así que nunca le contamos nuestro secreto —intentaba no entristecerse por los recuerdos, pero no era fácil—. A Juan Pablo le encantaba hacer trincheras... Debería haber sabido entonces que acabaría en el ejército.


Paula bajó del taburete y le pasó un brazo por la cintura, apoyando la cabeza en su pecho... Pero Pedro intentó apartarse. La preocupación por su hermano lo ahogaba, pero no iba a dejar que le impidiese respirar. Especialmente delante de Paula. Pero cuando ella levantó la cabeza para besar su cuello, el nudo que tenía en la garganta se hizo más grande. Tenía que apartarse, y pronto, o dejaría al descubierto sus emociones. De modo que la tomó entre sus brazos para sellar sus labios con un beso. 


Sabiendo que Pedro había rechazado su consuelo como tantas otras veces, Paula decidió volver a la vieja costumbre de perderse en el sexo. Caer en un patrón antiguo era mucho más fácil que crear uno nuevo, se dijo. Pero la historia de su infancia con Juan Pablo seguía conmoviéndola. Y el silencio de la casa le recordaba lo sola que se había sentido esos últimos meses.


—Has perdido la carrera a la cocina. Se supone que deberías darme de comer —murmuró, levantando las manos para tocar sus definidos pectorales, formados a base de horas en el agua y en el campo de golf.


—Sí, es verdad —asintió él.


Mirando sus ojos oscurecidos, Paula pasó un dedo por la cinturilla de los calzoncillos. Y su ronco gemido de placer la animó a continuar bajándolos poco a poco...


—No sabes cuánto me gustas.


—Seguramente tanto como tú a mí. 


Deshaciéndose de los calzoncillos a toda prisa, Pedro le quitó la sábana de un tirón para deslizarse en ella con lentitud, profundamente, llenándola del todo. Paula cerró los ojos y arqueó la espalda para acomodarlo mejor. Enredando los tobillos en su cintura, disfrutó estando con su marido otra vez, teniéndolo todo para ella esa noche. 

martes, 15 de abril de 2025

Recuperarte: Capítulo 40

Ella encendió la luz de la cocina, iluminando el moderno espacio. Se había tomado su tiempo para decorarla porque quería que fuera un sitio para divertirse cocinando. Los recuerdos lo emboscaron entonces... Recuerdos de Paula eligiendo los electrodomésticos más modernos del mercado. Recuerdos de ella sobre una escalera, colocando cacerolas. De su hija dormida en un moisés, al lado de la mesa, o de Paula moviendo la mecedora con el pie mientras cortaba verduras... Definitivamente diferente a lo que estaban haciendo ahora.


—Siéntate y prepárate para que te dé de comer.


Paula se sentó en un taburete mientras él abría la nevera. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que hicieron eso? No lo recordaba. La diversión había desaparecido de su matrimonio mucho tiempo atrás.  Se preguntó ahora cómo había dejado que eso pudiera pasar cuando la risa desinhibida de Paula era una de las cosas que más le gustaban de ella. Y esa noche, con el pasado repitiéndose y la preocupación por Juan Pablo, les haría falta. Pedro sacó una botella de agua mineral y la dejó sobre la encimera, al lado del cesto de fruta. Y cuando miró en la despensa comprobó que había guardado allí todos los tarros de chocolate y manteca de cacahuete que le había regalado. Y que estaban casi vacíos.


—¿Qué tendrá el chocolate que le gusta a todo el mundo?


—Debe de ser algo que viene de la infancia. Todos los niños comen chocolate.


No era buen momento para sacar a la luz recuerdos de infancia, pero hablar de Juan Pablo era más fácil que pensar en Camila, especialmente porque tenía que creer que su hermano estaba vivo.


—Juan Pablo y yo solíamos comer bocadillos de mantequilla y chocolate cuando éramos pequeños.


Ella levantó la mirada y Pedro vió que sus ojos se habían llenado de lágrimas.


—Siempre se han llevado muy bien.


—Más cuando éramos pequeños, antes de empezar a trabajar.


Esperaba que ella hiciese algún comentario irónico sobre el tiempo que le dedicaba al trabajo pero, por una vez, no lo hizo. 


Recuperarte: Capítulo 39

Pedro estaba en su propia cama por primera vez en ocho meses. Despierto. Pero no habría podido dormir aunque no tuviese que despertar a Paula cada dos horas. Esperando que sonara el teléfono para saber algo de su hermano. Intentó distraerse entrando en el ordenador de ella para acceder a su cuenta corriente. Quería buscar el mejor fideicomiso para su hijo. Y sí, pasó mucho tiempo intentando imaginar cómo iba a convencerla de que dejase su trabajo y se tomara las cosas con calma. ¿Era malo por su parte querer cuidar de ella, especialmente en una noche como ésa, cuando había quedado tan claro lo frágil que era la vida? Los toldos de la terraza se movían con la brisa. Y, sin duda, él mismo necesitaba un poco de aire después del ejercicio que habían hecho en la escalera y luego en la cama. De vuelta en la habitación, enredó un mechón de pelo en su dedo, con cuidado para no despertarla. Luego miró el reloj: Las 4:25. Aún faltaban cinco minutos y no pensaba despertarla ni un segundo antes. Después de tanto tiempo separados, agradecía la oportunidad de mirarla tan de cerca. Un pálido hombro asomaba por encima de la sábana y tuvo que hacer un esfuerzo para no apartarla... ¿Qué demonios había pasado mientras iban al dormitorio? El quería sexo por el olvido que había sido capaz de encontrar en su cuerpo en el pasado. Pero hacer el amor con ella había sido todo menos pacífico. Paula lo había clavado con sus ojos, aumentando su enardecido deseo y, a la vez, haciendo que deseara dar marcha atrás. Su mujer necesitaba algo más que él... siempre había sido así. Tendría que distraerla con lo que hacían tan bien para que olvidase aquello por lo que chocaban. Miró el reloj de nuevo: Las 4:30. Apartó la sábana poco a poco, besando sus pechos, su estómago, sus caderas... Hasta que ella empezó a moverse. Paula se estiró con una gracia felina que lo excitó de nuevo. Pero no. Necesitaba más tiempo para levantar sus defensas antes de que ella lo emboscase con otro «Quiero hacer el amor».


—¿Estás despierta?


—Ahora sí —sonrió ella, abriendo los ojos.


Pedro acarició tiernamente su cara. 


—¿Cuántos dedos?


—Tres.


—Perfecto.


—¿Hay alguna noticia sobre Juan Pablo?


—No, nada. Pero confío en el viejo dicho: cuando no hay noticias es buena noticia—suspiró él—. ¿Quieres comer algo antes de que empieces con las náuseas matinales?


Paula lo estudió con cara de preocupación durante un segundo antes de ofrecerle la sonrisa que necesitaba.


—¿Sabes lo que quiero? —le preguntó, sentándose en la cama—. Chocolate blanco o manteca de cacahuete.


Mientras Pedro se ponía los calzoncillos, ella se envolvió en la sábana.


—El último que llegue a la cocina tiene que dar de comer al otro... Desnudo.


—En cualquier caso, los dos vamos a ganar.


Pedro corrió tras ella, ansiando el placer de llevar comida a sus labios y ver el éxtasis en su rostro. Ni siquiera el estudio en el que estaba encendido el ordenador podía competir con lo que Paula podía ofrecerle en aquel momento. 

Recuperarte: Capítulo 38

Y, aparentemente, los sentimientos de Pedro no eran muy diferentes porque el ardor con que la besaba hacía que le temblasen las rodillas. Una sombra blanca llamó su atención y, al levantar la cabeza, vió su camisa volando por la escalera. ¿Cuándo se la había quitado? Aunque le daba igual mientras pudiese tocarlo. El vestido se deslizó por sus hombros, de nuevo sin saber cómo. Y, de nuevo, le dió igual mientras fuera él quien lo apartase. Pedro apoyó las dos manos en la pared y se inclinó hacia delante, el cálido aliento masculino enviando escalofríos por su espina dorsal, para buscar sus labios de nuevo. Paula, enredando los dedos en su pelo, abrió la boca, hambrienta, y sus lenguas se enredaron en una batalla de voluntades que prometía mucho si ninguno de los dos se rendía. Pero el último tramo de escaleras le parecía una excursión interminable y se apoyó en él para no caer al...  Sí, al suelo. El suelo era perfecto, inmediato. Porque esos últimos escalones que parecían imposibles le darían tiempo para entrar en razón y apartarse de algo que deseaba, que necesitaba. Pedro la tumbó con cuidado sobre la alfombra.


—¿Ahora? ¿Aquí?


—Sí, aquí.


Paula restregó sus caderas contra él, disfrutando como nunca de esa proximidad. Y Pedro, enredando sus piernas con las suyas, metió una mano bajo el sujetador para acariciar sus hinchados pechos...


—Pensé que no querías sexo esta noche —dijo con voz ronca.


—Y así es —murmuró Paula—. Quiero que hagamos el amor otra vez.


Y sí, quería eso aunque sabía que era imposible. Sus ojos azules se volvieron de un gris que ella conocía bien. El gris que decía que estaba intentando distanciarse de sus emociones. Emociones que Pedro llamaba «Dramones» en los meses previos al divorcio. Pero si le daba tiempo para pensar, perderían la oportunidad que tenían esa noche.


—Date prisa —mordiéndose los labios, Paula desabrochó su cinturón y lo liberó con lentas y deliberadas caricias.


Pedro, con la mano temblando mientras le quitaba el sujetador y las braguitas, se apoyó en un codo para mirarla. La miraba con tal admiración que sólo una mujer comatosa podría no disfrutarlo. Comatosa. La palabra le hizo recordar ese momento terrible en el coche, los primeros segundos cuando despertó en el hospital. Todo ello recordándole lo que podía haber perdido. Y convenciéndola de que debía aprovechar lo que pudiera porque la vida era tan inesperada, tan injusta. Lo guió dentro de ella, con cuidado, despacio, pero él se apartó.


—Mírame.


Paula levantó la cabeza, pero no abrió los ojos.


—Paula, mírame.


Ella tardó un segundo en hacerlo, temiendo lo que pudiera ver en sus ojos.


—Muy bien, te estoy mirando —dijo por fin.


Las pupilas de Sebastián estaban tan dilatadas que el azul era casi invisible. 


—Dí mi nombre.


—¿Qué?


¿De qué estaba hablando y cómo podía pensar... Y mucho menos hablar?


—Dí mi nombre.


Paula intentó besarlo, pero él se apartó.


—Pedro —murmuró, acariciando sus hombros—. Pedro...


Se apretaba contra él, deseando que perdiese el control. Era tan frustrante perder el control en cuanto la tocaba con las manos, los ojos, incluso con sus palabras. Cerrando los ojos, dejó que él marcara el ritmo, llevándola hasta el final con cada embestida de su cuerpo. Un millón de sensaciones explotaron dentro de ella mientras repetía su nombre una y otra vez, arqueando la espalda... Dejando escapar un grito ronco, Pedro enredó los dedos en su pelo, los espasmos sacudiendo su cuerpo hasta que por fin cayó de lado, llevándola con él. Con el cuerpo cubierto de sudor, las piernas enredadas en las de su marido como un extraño lazo del que no podía soltarse, Paula supo que subir ese último tramo de escaleras no era ya una preocupación. 

Recuperarte: Capítulo 37

Pedro abrió la puerta y dió la vuelta al coche para ayudarla a salir. Mientras se dirigían a la casa, Paula no podía dejar de comparar aquel sombrío paseo con el que habían dado unas horas antes. Sí, le haría falta el consuelo de sus brazos, pensó. ¿Y si él quería retomar lo que habían dejado a medias? No sabía si eso sería sensato, pero sabía que tenía que ser sincera con él. Rocky los recibió en el pasillo, tan alegre como siempre, y Paula lo sujetó por la correa para que no saliera corriendo al jardín.


—No sé si deberíamos acostarnos juntos esta noche.


Pedro guardó las llaves en el bolsillo.


—Tienes que descansar. Te despertaré cada dos horas.


Se había rendido tan fácilmente que Paula no sabía si sentirse aliviada o insultada.


—Siento que no puedas estar con tu familia en este momento. Debes de estar muy preocupado por Juan Pablo. Yo misma estoy preocupada por él.


Él se inclinó para acariciar la cabecita de Rocky.


—Yo no puedo hacer nada por mi hermano y Marcos ha prometido llamar si tenían alguna noticia. Además, estoy donde debo estar. Mi hijo y tú son mi familia.


La sinceridad de sus palabras la conmovió.


—El niño está bien, puedes dejar de preocuparte por eso al menos.


Pedro apretó los labios, sacudiendo la cabeza.


—No debería haberte dejado subir al coche. Debería haber insistido en que te quedases aquí...


¿Se sentía culpable por el accidente? Eso era injusto... Y una carga tan pesada.


—No ha sido culpa tuya. El otro conductor estaba borracho.


Él la agarró por los hombros, su rostro tenso de dolor.


—Pensé que ibas a morir esta noche, Paula.


Sus palabras eran un eco de las que había pronunciado nueve años antes, cuando despertó después de la operación, el embarazo ectópico rompiendo una de sus trompas. Y, de repente, se dió cuenta de lo mal que Pedro debía de haberlo pasado esa noche, reviviendo el pasado. ¿Podría haberse culpado a sí mismo por lo que pasó esa noche también? 


—Pedro...


No sabía qué decir. Pero entonces él selló sus labios con una fiereza, con una urgencia que tocó su corazón. Cada una de sus caricias tirando las barreras emocionales que ella había intentado levantar para protegerse. La primera y única admisión de miedo por parte de Pedro la hacía sentir más débil que el roce aterciopelado de su lengua y, sin pensar, metió la mano bajo su chaqueta para acariciar su torso. Necesitaba aquella conexión, aunque sólo fuera física. Dejando escapar un gemido, le echó los brazos al cuello y sus bocas se encontraron con el familiar pero inexplicable frenesí que había empezado a ver como algo inevitable. Él acariciaba sus pechos por encima de la tela del vestido, la rigidez de las puntas como respuesta, un eco de su deseo. Pero entonces se detuvo.


—¿Te parece bien...?


—Estoy bien —dijo ella, desabrochando su camisa—. La doctora Cohen ha dicho que el niño y yo estamos bien. De hecho, es bueno para mí estar despierta. 


—Pero si...


—Estoy bien —repitió Paula entre beso y beso mientras subían la escalera, dejando ropa tras ellos, su chaqueta, los zapatos de ella...


Pedro se detuvo en el rellano, apretándola de nuevo contra la pared. Y ella no quería pensar en el día siguiente ni en el pasado. Lo que quería era hundirse en el deseo que sentía por su marido. 

martes, 8 de abril de 2025

Recuperarte: Capítulo 36

Y ellos esperando el momento adecuado para contar que iban a tener un hijo. Al menos Paula no podría echarle la culpa a él, pensó.


—Eso responde a muchas preguntas —sonrió Marcos—. Como, por ejemplo, por qué se llevan tan bien de repente.


—El día que se desmayó en el Juzgado descubrimos que estaba embarazada. Queríamos encontrar el momento adecuado para contarlo... Una vez que hubiéramos tenido la oportunidad de hacernos a la idea.


Su hermano le dió un golpecito en el hombro.


—Enhorabuena.


—Me alegro mucho por los dos —dijo Ana—. Un niño siempre es motivo de felicidad.


Sí, desde luego. Pero él sólo quería ver a Paula Y... maldita fuera, seguía preocupado por su hermano. ¿Cómo podía haberse olvidado de Juan Pablo? 


—Paula y yo iremos a la finca en cuanto...


—Tú tienes que quedarte con tu mujer toda la noche. Te llamaremos en cuanto sepamos algo —lo interrumpió su madre.


Pedro vaciló, el deseo de saber algo sobre su hermano luchando contra su preocupación por Paula.


—¿Estás segura?


—Lo único que podemos hacer es esperar. Ve con ella, hijo.


Tenía razón. Él no podía ayudar a Juan Pablo, pero sí podía cuidar de su mujer.


—Pasaremos por allí mañana a primera hora. O en cuanto nos sea posible 


Y cuando hubiera pasado la preocupación de su madre, Pedro pensaba dejar claro que Paula seguía siendo parte de la familia. Sí, conseguiría enderezar su vida. Nunca podría recuperar a Camila, pero no iba a dejar que nadie le robara de nuevo a su hijo, ni siquiera la testaruda de su mujer.


Paula apoyó la frente en la fría superficie del cristal, mirando las casas que pasaban a su lado. Eran las casas de sus vecinos, su vecindario desde que Pedro volvió a la finca de sus padres. ¿Sólo habían pasado un par de horas desde que ellos corrieron hacia la casa, esperando ser «Amigos con derecho a roce»? Ahora no sabían si Juan Pablo estaba vivo o muerto. Ellos mismos podrían haber muerto por culpa de un conductor borracho. La vida tenía por costumbre dar las cartas que le parecía bien. Como su embarazo adolescente, por ejemplo. Y la trágica pérdida del niño. ¿Las cosas hubieran sido diferentes para ella y para Pedro si hubiera insistido en esperar hasta que se conocieran un poco mejor?, se preguntó. Cuando Pedro detuvo el coche frente a la casa, ella, con una mano sobre su abdomen, levantó los ojos. Las dos personas más importantes del mundo para ella estaban bien. Debería alegrarse de eso, pero seguía inquieta. Sí, él era mucho más que un «Amigo con derecho a roce». Pero ¿Qué había cambiado entre ellos? No era fácil desembarazarse de los sentimientos sólo por haber firmado un acuerdo de divorcio. Aunque no podía resolver nada esa noche con el miedo del accidente atenazándola todavía. Y sin saber cuál había sido el destino de Juan Pablo. 

Recuperarte: Capítulo 35

Por un segundo, Pedro pensó que había descubierto el embarazo de Paula, pero enseguida se dio cuenta de que se refería a Camila. Y se quedó helado. Nadie más que ella se atrevía a mencionar ese nombre delante de él porque interrumpía cualquier conversación sobre el tema cada vez que alguien lo intentaba. Que su madre lo mencionase ahora sólo demostraba lo angustiada que debía de estar.


—Aunque saben que Camila estará bien cuidada, es difícil no preocuparse por los hijos cuando no están contigo. Y mucho más cuando sabes que no volverás a verlos. Paula y tú han sufrido mucho estos últimos meses...


Su madre había sugerido muchas veces que no empezaran con el proceso de divorcio tan rápidamente. Lo cual demostraba lo bien que Paula y él habían escondido sus problemas incluso de los más allegados. El final de su matrimonio fue muy doloroso, pero había sido un proceso que empezó dos años antes.


—Pedro, ¿Me has oído?


—Sí, mama, te he oído —dijo él, sin saber muy bien lo que decía. 


—Mamá, ya has visto con tus propios ojos que está bien —intervino Marcos entonces, tomándola del brazo—. Vamos a casa.


La puerta que llevaba a las consultas se abrió entonces y Pedro se dió la vuelta, olvidándose de su familia por el momento. La doctora Cohen se acercó a él, sus gafas colgando del cuello.


—Señor Alfonso, Paula está despierta. Y parece que tanto ella como el niño están bien.


Pedro tuvo que poner una mano en la pared porque le fallaban las piernas.


—¿Cuánto tiempo tengo que esperar antes de entrar a verla?


—Unos minutos. Se está vistiendo para que pueda llevarla de vuelta a casa pero tendrá que vigilarla durante la noche para asegurarnos de que el golpe en la cabeza no ha provocado una conmoción —la doctora apretó su brazo—. Es dura su mujer... Ella y el niño.


—Gracias otra vez, doctora Cohen. Le agradezco que haya venido.


Los médicos del hospital le habían asegurado que ellos se ocuparían de Paula, pero después de lo que pasó nueve años antes, Pedro había exigido que llamasen a la ginecóloga de su mujer. Pero cuando la puerta se cerró tras la doctora Cohen, se encontró a toda su familia mirándolo con la boca abierta. Incluso el general había llegado a tiempo para escuchar la noticia.


—¿Un niño? —su madre fue la primera en hablar.

Recuperarte: Capítulo 34

Seguía sin saber nada porque el médico lo había echado de la consulta y en el pasillo frente a la sala de espera podía oír los ruidos de Urgencias: Una señora mayor quejándose cada vez que alguna enfermera se acercaba a ella, un adolescente llorando mientras hablaba por el móvil, las ocasionales carreras por el pasillo cuando los enfermeros entraban con un nuevo paciente... ¿Cuánto tiempo podría esperar sin volverse loco? Sebastián pateó una mesa y, al hacerlo, se fijó en sus zapatos, los que Paula le había regalado por Navidad. Unos zapatas que deberían estar en el suelo, al lado de la cama, si la noche hubiera terminado de otra manera. No podía ni pensar en lo que le habría pasado a su hermano. Alguien tenía que darle una buena noticia. Y pronto. Las puertas de Urgencias se abrieron para admitir a varias personas, pero éstas mejor vestidas de lo habitual: Su familia. No debían de haber tenido tiempo de cambiarse después de la fiesta, pensó. Su madre corrió hacia él. Marcos y Agustina tras ella.


—¿Saben algo de Juan Pablo?


Marcos negó con la cabeza.


—Aún no. El general está en el estacionamiento intentando hablar con sus contactos en el ejército. Bautista se ha quedado en casa por si llamaba alguien.


Pedro dejó escapar un largo y doloroso suspiro, deseando saber algo más pero agradecido porque, al menos, no habían recibido malas noticias. Aunque su madre debía de estar sufriendo como nunca. Seguía llevando el vestido de noche, pero en los pies llevaba los zuecos del jardín y eso, en una mujer como ella, evidenciaba lo angustiada que debía de estar cuando salió de casa. 


—Mamá, no tenías que venir —dijo, abrazándola—. Ya tienes suficientes problemas con lo de Juan Pablo.


—Tú también eres mi hijo —Ana le dió un beso en la mejilla, la angustia en sus ojos evidente—. Todos mis hijos son igualmente importantes para mí.


—Yo estoy bien. Es Paula —y su hijo, aunque eso no podía decirlo— quien me preocupa.


Su madre lo tomó del brazo.


—Dijiste por teléfono que estabas con Paula, pero no dijiste qué le había pasado.


—Se golpeó la cabeza contra el cristal de la ventanilla cuando dí un volantazo para evitar a un conductor borracho.


—Hijo, no sé qué hay entre vosotros dos últimamente, pero me alegro mucho de que estén juntos.


La mitad del tiempo tampoco él sabía cómo estaban las cosas entre su ex mujer y él, pensó Pedro.


—Gracias por venir, pero de verdad pueden irse a casa.


Ana tomó su cara entre las manos.


—Tú más que nadie sabes el miedo que alberga el corazón de un padre. 

Recuperarte: Capítulo 33

Y ella quería estar con la familia. Necesitaba estar allí porque podía imaginar el miedo que tendría su madre. Su propio corazón se había roto al perder a Camila, aun sabiendo que su hija estaría bien. ¿Por qué clase de infierno estaría pasando Ana en ese momento? Y Pedro... Sí, tenía que estar a su lado aunque él no se lo pediría nunca. Nunca reconocería que la necesitaba. ¿Qué estaría pensando en aquel momento?, se preguntó. Iba sujetando el volante con una mano mientras mantenía la otra en la palanca de cambios. Si pudiera hacerlo hablar...


—¿Qué más te ha dicho el general? 


—Sólo que era una operación secreta de las fuerzas aéreas. El avión de transporte que llevaba a Juan Pablo desapareció del radar y las radiotransmisiones indican que había sido derribado. Están buscando los restos ahora mismo.


—Lo siento mucho. Tu madre debe de estar frenética.


—Juan Pablo es duro. Es un superviviente.


Y también era el tipo de hombre temerario y generoso que moriría por los demás, pensó Paula. Pero no tenía que decir eso. Pedro conocía a su hermano mejor que ella.


—¿Te ha dicho algo más? —insistió, más para hacerlo hablar que por otra cosa.


Él negó con la cabeza.


—Los medios aún no han recibido la noticia. Las fuerzas aéreas están intentando que no se haga público el nombre de Juan Pablo... En caso de que haya sido hecho prisionero.


Paula sintió un escalofrío. Si había sido hecho prisionero y sus captores descubrían que tenían en su poder al hijo de una senadora tan influyente... Las horrendas posibilidades eran impensables. Pedro se detuvo en un semáforo, pero mantuvo el pie en el embrague como si no pudiera esperar un segundo más para llegar a su casa. El semáforo se puso en verde y pisó el acelerador... Los faros de otro coche los cegaron entonces. Paula oyó el chirrido de unos frenos y todos sus músculos se pusieron en tensión, anticipando el golpe. Se agarró firmemente al salpicadero con una mano, llevándose la otra a la cintura en un fiero deseo maternal de proteger a su hijo... Pedro dió un volantazo... y Paula cayó de lado, golpeándose la cabeza contra la ventanilla. Y luego todo se volvió negro. 



Pedro paseaba por la sala de espera, aún sin saber si Paula y el niño estaban bien. Maldita fuera, ¿Por qué se había distraído mientras iba conduciendo? Sí, había logrado evitar al otro vehículo... Por poco. El conductor borracho había chocado contra un poste de teléfono y luego salió del coche sin un solo rasguño. Paula, sin embargo, había quedado inconsciente. El presente se parecía demasiado al pasado. De nuevo estaba en Urgencias, esperando que le dijeran que ella y su hijo estaban bien. Y, como había ocurrido nueve años antes, iba conduciendo como un loco hasta el hospital. Tenía suerte de no haberla matado entonces. ¿Pero ahora? 

jueves, 3 de abril de 2025

Recuperarte: Capítulo 32

A mitad de la escalera, Pedro la apretó contra la pared y metió las manos bajo su vestido, sin dejar de besarla. Ella echó la cabeza hacia atrás, suspirando de placer. Acarició sus muslos hasta encontrar el diminuto tanga y un rugido posesivo escapó de su garganta al pensar en ella llevando eso en la fiesta. La apretó contra su pecho, pero aun así no era suficiente para aliviar la presión bajo sus pantalones y, a juzgar por sus urgentes suspiros, tampoco era suficiente para ella. ¿Quién demonios necesitaba irse a la cama? Él apartó el tanga de un tirón, rozando su húmeda cueva. La prueba de su deseo casi fue suficiente para hacerlo perder la cabeza, pero se contuvo. Quería darle placer antes de dejarse llevar por su propio deseo de estar dentro de ella.


—Pedro... —jadeó Paula, enredando una pierna en su cintura—. Esto no es justo...


—¿Qué?


—Prometiste que nos daríamos prisa.


—Ten paciencia —suspiró él, soplando sobre su clavícula para hacer volar el polvo plateado—. Llegaremos enseguida.


Luego metió dos dedos dentro del tanga para buscar su cueva. Metiéndolos, sacándolos. Repitiendo la acción una y otra vez mientras imaginaba cómo sería sentir esa húmeda garra alrededor de algo que no fueran los dedos. Ella jadeaba, sin aliento, y Pedro vió que estaba a punto de llegar al orgasmo. Se apretaba contra él mientras, con una mano, intentaba desabrochar su cinturón. Estaba tan excitado que sintió que empezaba a vibrar... Pero no, era su móvil, enganchado a la presilla del pantalón.


—No hagas caso —murmuró, haciendo círculos con dos dedos sobre el escondido capullo entre los rizos.


—Probablemente será una llamada de tu bufete. El trabajo inmiscuyéndose por enésima vez en nuestras vidas.


—El trabajo puede irse al infierno esta noche —dijo él, entre dientes. 


Seguía sonando, insistente, pero Pedro no dejaba de besarla, acariciando con la lengua el interior de su boca tan profundamente como lo hacía abajo con los dedos. Y el móvil seguía sonando. Paula le mordió el labio inferior. 


—Deberías comprobar quién es.


—No me apetece.


Pero ella inclinó la cabeza para mirar la pantalla y, de repente, se quedó muy quieta.


—Pedro, es tu padrastro. A lo mejor es algo importante...


Aunque le gustaría creer que estaba exagerando, el general nunca lo llamaba a esas horas. Jamás. De modo que tuvo que contestar:


—Dime, Carlos.


—Sabes que nunca te molestaría tan tarde si no fuera importante, pero tu madre te necesita. El avión de Juan Pablo... Lo han derribado en Afganistán.


Las palabras temidas por todas las familias con algún miembro destinado allí.


—Y no saben si hay supervivientes. 


Paula se sujetó al salpicadero, intentando que su cerebro cambiase de marcha tan rápido como lo hacía Pedro en el coche mientras se dirigían a toda prisa a la finca de los Alfonso. No habían tenido que discutir siquiera. Juan Pablo había sido parte de su familia durante nueve años. Pensar en el alegre hermano de Pedro muerto tan lejos de casa... 

Recuperarte: Capítulo 31

Vió una conveniente carretera secundaria en el camino, pero decidió que quería tomarse su tiempo con ella en la intimidad de su casa, en su cama. Casi podía convencerse a sí mismo de que las cosas habían vuelto a la normalidad entre ellos. Pero... ¿Habían sido normales alguna vez? Su vida juntos había empezado a un ritmo frenético. Se casaron tres meses después de conocerse, Paula perdió al niño durante aquella horrible noche en las montañas... Y luego la universidad, los fracasados tratamientos de fertilidad, la adopción... Pedro decidió dejar de recordar porque no servía de mucho. El pasado no tenía nada que ver con el presente. Debía seguir adelante, pensar en aquello con lo que contaban... El niño. Y la pasión que había entre ellos dos que, irónicamente, había aumentado durante el divorcio.  Una vez frente a la casa, quitó las llaves del contacto y se volvió para apartar un mechón de pelo de su cara.


—¿Te he dicho lo preciosa que eres?


—Sí, me lo has dicho.


—Sólo quería comprobarlo.


—Pedro...


—¿Sí?


—Cállate y dame un beso.


—Sí, señora.


Él mordisqueó su mano, su muñeca... Subiendo por el brazo para reclamar sus labios, fuerte, ardiente. La familiar sacudida de deseo que siempre había sentido al menor contacto con su ex marido despertó a la vida entonces. Mientras con una mano le quitaba las horquillas del pelo, con la otra rodeó su cintura, levantándola para apretarla contra él. Las suaves curvas seamoldaban a su cuerpo perfectamente, sus caderas moviéndose con una promesa que Pedro pensaba aceptar sin condiciones.


—Vamos dentro —murmuró, sobre sus labios—. Ya hemos hecho esto en el coche. Vamos a hacerlo en la cama.


—Sí —murmuró ella, agarrándolo por las solapas—. Pero pronto, por favor.


Pedro alargó una mano para abrir la puerta mientras Paula seguía besándolo hasta... El último... Segundo. Y cuando logró salir del coche y abrirle la puerta, se echó en sus brazos. Tropezaron con las piedras del camino en su prisa por llegar a la casa y ella perdió un zapato. Pero cuando iba a darse la vuelta para recuperarlo, Paula lo agarró por la muñeca.


—Ya vendré a buscarlo más tarde.


Si a ella le daban igual sus preciosos zapatos, debía de ir en serio. Pedro la tomó en brazos para llevarla al porche y Paula enredó los brazos en su cuello, besándolo mientras sacaba la llave del bolsillo. Una vez dentro, la dejó suavemente en el suelo y cerró la puerta con el pie, haciendo malabarismos para no pisar a Rocky, que corría haciendo círculos a su alrededor. Mientras iban hacia la escalera, ella consiguió quitarle la chaqueta y tirarla al suelo. Ah, cómo le gustaban sus rápidas y eficientes manos. Y su dispuesta boca moviéndose bajo la suya. Los suaves pechos apretados contra su torso... En aquel momento le gustaba todo de ella.

Recuperarte: Capítulo 30

Pedro estuvo tirado en una tumbona prácticamente toda la fiesta, charlando con la gente que pasaba a su lado. Pero, sobre todo, usaba ese sitio para observar a Paula charlando con los invitados y ayudando a su madre a dar órdenes a los camareros... Y abrir la pista de baile bajo las estrellas. Mientras la veía moverse al ritmo de la música con su hermano pequeño, su risa haciéndole sentir escalofríos, la decisión de no tocarla empezó a ser insoportable. Hacía tiempo que no la veía tan feliz. Tenía que ser el embarazo, pensó. La orquesta estaba tocando cuando el general se acercó a ella. El pobre Carlos iba a poner la mano en su espalda pero se detuvo, buscando un sitio donde hubiera tela... Y Pedro tuvo que contener una carcajada. Pasó una hora más hasta que vió a Paula sola por primera vez, sentada en una silla frente a la piscina. Y su decisión de no tocarla iba a tomarse una tregua, decidió. Se merecía por lo menos un baile.


—Creo que soy el único hombre de la fiesta que no ha bailado contigo.


—No me lo has pedido.


De modo que se había dado cuenta... Bien. Al menos, se sentía satisfecho de su comedimiento. Aunque empezaba a preguntarse durante cuánto tiempo podría ser comedido.


—¿Quieres bailar conmigo? Como amigos.


Paula tragó saliva. El auténtico caballero del sur, con un traje de chaqueta azul marino, una conservadora corbata marrón al cuello... Había muchos hombres vestidos como él en la fiesta, igualmente atractivos y poderosos, pero ninguno de ellos despertaba su interés como Pedro. Cuando él puso la mano en su espalda desnuda tuvo que cerrar los ojos, dejando que la atracción que había entre ellos se hiciera cargo de sus sentidos, ardiente como la temperatura en Carolina del Sur. Sus piernas se rozaban mientras sus cuerpos copiaban una danza mucho más fundamental, despertando recuerdos del pasado... Si no estuvieran rodeados de gente, Pedro le habría quitado la ropa en un segundo. Por el momento, sólo podía mirarlo, hipnotizada por el fiero deseo que veía en sus ojos, todo su cuerpo suplicándole que se rindiera. 


—Tienes que saber lo preciosa que eres —le dijo al oído, los dedos masculinos trazando figuras en su espalda.


De nuevo, Paula sintió el imperioso deseo de aprovechar ese tiempo antes del nacimiento del niño para hacer lo que su cuerpo le pedía. Aunque Pedro la había dejado en paz durante la fiesta, estaba segura de que no le diría que no. Parecía muy tranquilo, pero ella sabía lo bien que podía esconder sus cartas. Quizá debería dejárselo claro. Eso sonaba razonable, especialmente cuando el deseo empezaba a ser una tortura.


—¿Qué te parece un acuerdo temporal como... Amigos con derecho a roce?


¿Amigos con derecho a roce? Pedro la miró, atónito. Quería acostarse con él. Había dicho algo sobre un arreglo temporal, pero ya lidiaría con eso más tarde. No era tan tonto como para dejar pasar esa oportunidad.


—Esta casa está llena de gente. ¿Qué tal si volvemos a la nuestra?


Paula lo miró, con un innegable brillo de anhelo en los ojos.


—Yo diría que sí.


Conteniendo el deseo de dar un salto con el puño en alto, Pedro buscó la salida más próxima. No pensaba despedirse de nadie ahora que Paula parecía tan decidida como él. ¿Les daría tiempo a llegar a casa o tendría que parar el coche en el arcén de nuevo? Cinco interminables minutos más tarde, el empleado del estacionamiento llegó con el Mercedes de Paula. Pedro prácticamente le quitó las llaves de la mano. 

Recuperarte: Capítulo 29

Agustina, una mujer discreta pero sorprendentemente divertida, tomó una copa de champán mientras Marcos pasaba un brazo por los hombros de Paula.


—¿Mi hermano se está comportando? —le preguntó.


—El comportamiento de tu hermano es más o menos aceptable —sonrió Paula.


—¿Sólo aceptable? —rió Pedro, pasando el vaso por su brazo. 


—Aún no te he tirado a la piscina, pero lo haré si vuelves a hacer eso.


Pedro tomó un sorbo de refresco.


—Lo de la piscina podría ser buena idea —murmuró, volviéndose hacia su hermano, que miraba de uno a otro con cierta confusión—. Marcos, será mejor que estés atento.


—¿Por qué?


—Porque te debo una. ¿Recuerdas que me tiraste a la piscina en la fiesta que dió mamá cuando Paula y yo nos escapamos?


Agustina pasó un brazo por la cintura de su prometido.


—A los paparazzi les encantaría conseguir una fotografía tuya tonteando con Paula.


—Aguafiestas —murmuró Pedro. Su discreta cuñada sabía cómo salirse con la suya, pensó. Y quizá sería mejor dejar de tocar a Paula por el momento—. Bueno, Marcos, ¿Sigues teniendo tiempo para jugar al golf este fin de semana?


Con un poco de suerte, su ex mujer se daría cuenta de que iba a tomarse el fin de semana libre, algo que le había pedido muchas veces cuando estaban casados. Marcos se volvió hacia Agustina.


—¿Lo tengo?


—A mí no me mires. No soy tu jefe.


—Venga...


—Sí, Pedro —Agustina puso los ojos en blanco—. Marcos puede jugar contigo este fin de semana. De verdad, son como niños.


Viéndolos tan felices, Paula no puedo evitar sentir cierta envidia. Aunque se alegraba por ellos, esa felicidad en contraste con su situación le dolía un poco. Pero estaba cansada de auto compadecerse. Estaba cansada de llorar. Su vida no era perfecta, pero tenía muchas cosas por las que sentirse feliz. Tenía que pensar en su hijo, por ejemplo. Y en reavivar la pasión de su ex marido. ¿Se atrevería a atizar ese fuego otra vez? Los dos habían sufrido y... ¿Cuándo se había vuelto tan tímida?, se preguntó entonces.  Fue después de perder a Camila. Entonces dejó de tener ganas de pelear. Qué triste legado en nombre de aquella preciosa niña que le había dado tanta alegría. Se irguió entonces, preguntándose cuanto tiempo llevaba encogida. Demasiado. No sabía dónde iban las cosas con Pedro. Seguramente a ninguna parte. Aunque imaginaba que él, dado su sentido del honor, querría volver a casarse por el niño. Pero ella no estaba de acuerdo. Se habían quitado las alianzas y habían pasado página. Ni siquiera sus coqueteos podrían cambiar eso. Pero, a pesar del divorcio, aparentemente seguía habiendo algo entre ellos... Algo que tenían que solucionar antes de que naciera el niño. Miró sus anchos hombros, su postura tan masculina... Y, de repente, sintió el deseo de explorar aquella nueva atracción. Se había cansado de mantenerlo a distancia. Estaba sexualmente frustrada y era hora de que Pedro dejase de toquetearla o reconociera que también él la deseaba. 

martes, 1 de abril de 2025

Recuperarte: Capítulo 28

Las invitaciones a la finca de los Alfonso eran raras porque Ana valoraba mucho su intimidad, aunque reunir a políticos y empresarios en su casa sería ventajoso para Marcos. Y para el general y su madre también, ya que cada día estaban más metidos en asuntos de Estado. Él prefería su discreto papel, alejado de la política, manejando la fortuna familiar y aceptando casos que encajaban con sus convicciones. Paula solía decir que admiraba eso de él. Y, justo en ese momento, la vió aparecer. El ruido de conversaciones y risas pareció disolverse y volvió a sentir el escalofrío que había sentido tantas veces durante su matrimonio. Estaba hablando con su madre y sonreía como en otros tiempos... Se alegraba de que hubiera ido. Aunque estaba encantado con la felicidad de su hermano, oír a Marcos y Agustina hacer planes de boda no era siempre agradable cuando uno estaba en medio de un divorcio. El vestido color burdeos que llevaba abrazaba sus curvas con discreta elegancia, dejando al descubierto sólo sus piernas. Unos mechones de pelo escapaban artísticamente del moño, enmarcando su cara... Pero cuando se volvió para tomar el canapé que le ofrecía un camarero, Pedro estuvo a punto de atragantarse. El maldito vestido dejaba la espalda al descubierto... Y la piel de Paula brillaba con una cualidad translúcida que le recordaba a las magnolias que flotaban en la piscina.


—Bonita fiesta, mamá —dijo, acercándose—. Hola Paula.


¿Qué era eso que tenía en el hombro? ¿Brillo plateado?


—Buenas noches, Pedro. Estaba preguntándole a tu madre el nombre de la empresa de catering.


—Y yo le estaba diciendo que me alegro mucho de que haya venido — Ana miraba de uno a otro sin disimular su curiosidad.


Pedro sabía que no podría evitar un interrogatorio después. Su madre podía ser implacable, el epítome de la magnolia de acero. Y hablando de mujeres de carácter... ¿Cuándo pensaba Paula dar la noticia de su embarazo? Aunque él preferiría esperar hasta que pudieran contarle a todo el mundo que volvían a estar juntos. No quería que ella se acostumbrase al papel de mujer soltera. Y, desde luego, no quería que se fuera a Columbia.


—Ah, ahí está el juez Johnson con su nueva esposa —dijo Ana—. Tengo que ir a saludarlos. Que la pasen bien, chicos. 


Paula se volvió hacia él en cuanto se quedaron solos.


—Te agradezco que no le hayas contado nada a tu familia. Sé que no es fácil para tí.


—Soy mayorcito. Lo contaré cuando tenga que hacerlo.


—Sí, claro.


Paula se había quejado frecuentemente de su carácter reservado porque se negaba a discutir algo si no lo tenía claro del todo, si no había sopesados los pros y los contras. Pero, habiendo crecido con dos hermanos muy discutidores, le resultaba más fácil hacer las cosas así.


—Voy a contarte un secreto —dijo Paula entonces—, pero tienes que prometer que no vas a contárselo a nadie.


Pedro rozó su pecho con un dedo para hacer una cruz.


—Te lo juro.


Ella se apartó de un salto, cruzando los brazos.


—Ya no puedes hacer eso.


Como si él necesitara recordatorios...


—¿Cuál es ese secreto?


—Estoy convirtiéndome en adicta al chocolate blanco. Gracias a tí.


—De nada —Pedro se echó hacia atrás. Ver ese polvillo plateado sobre su piel e imaginar hasta dónde se lo habría echado era suficiente por el momento—. Puedes descruzar los brazos.


—Y tú puedes dejar de tontear conmigo.


—Mientras no hagas las maletas para irte a Columbia...


—Estaba preguntándome cuánto ibas a tardar en sacar ese tema.


Marcos y Agustina aparecieron entonces en el porche y Pedro, salvado por la campana, volvió a tomar su vaso de refresco. 

Recuperarte: Capítulo 27

 —Pues lo siento. Supongo que, a pesar de la atracción física, no somos capaces de vivir juntos. Nuestros temperamentos son muy diferentes.


Él se inclinó hacia delante, con los codos apoyados en las rodillas.


—No me resulta fácil recordar cuáles son esas diferencias.


¿Ahora quería hablar de eso? El nunca había querido tocar el tema, diciendo que no había ningún problema entre ellos o que, si los había, se pasarían con el tiempo. Y ocurrió lo mismo con Camila. Pedro se negaba a hablar de la niña mientras para ella seguía siendo una herida abierta. Según él, ella se empeñaba en hablar demasiado y eso no servía de nada. Paula miró el tarro de chocolate blanco. Ocho meses antes, se lo habría tirado a la cabeza, pero ahora sólo quería llorar por lo que habían perdido.  Aunque lo encontraba infinitamente deseable, necesitaba hacerse la fuerte para no tocarlo.


—Pedro, no es el momento...


La puerta se abrió entonces y los dos se echaron hacia atrás. Adrián apareció en el despacho y, por una vez, a Paula le molestó su presencia.


—Sólo quería comprobar que habías llegado bien.


—Siento haber llegado tarde —se disculpó ella, tomando el catálogo del suelo—. La reunión con Marcos y Agustina se retrasó un poco, ya lo sabes.


—No pasa nada —dijo Adrián—. Trabajar en la casa del futuro senador es una prioridad.


Pedro se levantó del sofá.


—Gracias por confiar en que mi hermano sea elegido.


—Los Alfonso tienen fama de conseguir lo que quieren, ¿No?


Paula se puso tensa.


—Todo el mundo intenta conseguir lo que quiere.


—Sí, claro. Nosotros también —sonrió Adrián Ward— Southern Designs está a punto de ampliar su negocio.


—¿Ah, sí? —Pedro miró a Paula.


No se lo había contado. Claro que no había habido necesidad durante el proceso de divorcio ya que estaban intentando vivir por separado.


—Southern Designs va a abrir otra tienda en Columbia —siguió Adrián—. Y es mi esperanza que Paula sea la gerente.




Tirado en una tumbona al lado de la piscina, Pedro tomó un sorbo de refresco. Le gustaría tomar algo más fuerte, pero necesitaba tener la cabeza fría para hablar con su ex. Durante todos aquellos años había pensado que Adrián estaba interesado en Paula pero, en lugar de intentar conquistarla, el tipo lo que quería era enviarla a Columbia. Columbia no era el fin del mundo, pero las tres horas de distancia le parecían aún más cuando pensaba en sus planes de ser una presencia constante en la vida de su hijo... Y en la de Paula. Una orquesta tocaba en el cenador, la brisa del mar moviendo el agua de la piscina llena de magnolias y velas flotantes... Su madre y Agustina habían organizado aquella fiesta sin olvidar un solo detalle. 

Recuperarte: Capítulo 26

 —¿Manteca de cacahuete? —exclamó Paula, decepcionada. 


¿No podía haber comprado una tableta de chocolate?


—Querida, es chocolate blanco.


—¿En serio?


Se relamía sólo con mirar el tarro, aunque su corazón había empezado a palpitar por el romántico detalle. Pedro sacó otro tarro de la bolsa. 


—Y manteca de cacahuete... Con trocitos de cacahuete. Ah, y el último: Chocolate con fresas. Sé amable conmigo y te llevaré al supermercado donde encontré todo esto.


Paula tuvo que sonreír.


—Dame el chocolate blanco.


Pedro abrió el tarro con uno de esos gestos tan simples, tan masculinos. Una cosa tan domestica: «¿Puedes abrir este tarro?». Pero el gesto hizo que se encogiera su vulnerable corazón. Cuando sacó un cuchillo de plástico para extender chocolate blanco sobre una fresa, Paula pensó que intentaría ponerla en su boca y ella tendría que apartarse cuando lo que le gustaría de verdad sería disfrutar el momento. Pero él pinchó la fresa con un palillo y se la dió sin decir nada. Ella la mordió, el sabor del chocolate blanco y la fruta deshaciéndose en su boca. Pero cuando intentó comer el resto, el palillo lo impidió y Pedro intentó ayudarla... Los ojos azules de su marido se encontraron con los suyos. Y, de repente, el dedo de Paula se movió, como por voluntad propia, para rozar la mano masculina. Afortunadamente, lo apartó a tiempo. Pedro volvió a dejarse caer en el sofá y eso la sorprendió. Casi se habían besado por la noche, pero ahora parecía dispuesto a respetar los límites. Y ella debería alegrarse.


—¿Vas a ir a la fiesta de mi hermano el domingo por la tarde?


Ah, claro, había una segunda intención en esa visita. Debería haberlo imaginado. Paula vaciló, sin saber qué decir. Enfrentarse con su familia había sido difícil el día anterior y sólo estaba allí para hablar de trabajo. ¿Qué dirían si aparecía en una fiesta con su marido?


—No había pensado ir. 


—Sería una buena oportunidad profesional para tí y una buena oportunidad para los dos de demostrarle al mundo que podemos ser civilizados a pesar del divorcio.


Estaba recostado en el sofá, en una postura en absoluto amenazadora. Todo era un poco demasiado perfecto, como estudiado.


—Eres un buen abogado.


—Lo intento.


—¿Qué diría tu familia?


—Nada. Son todos muy diplomáticos... Es algo que viene con las inclinaciones políticas.


—Sí, claro —suspiró Marianna. En cualquier caso, y a causa del niño, tendría más contacto con ellos del que había imaginado—. Durante todo el divorcio, tu madre no ha dejado de ser amable conmigo.


—Pues has tenido suerte. Porque a mí me ha preguntado más de una vez qué demonios había pasado entre nosotros.


—¿En serio?


Eso la sorprendió, aunque era de esperar. Ana adoraba a sus hijos, pero nunca había dudado en llamarlos al orden, incluso siendo adultos.


—Espero que entienda que esto ha sido tanto culpa tuya como mía.


Pedro la miró, muy serio.


—Es la primera vez que te oigo decir eso.