jueves, 27 de febrero de 2025

Compromiso Fingido: Capítulo 48

 —¿Lo matamos directamente o lo torturamos antes? —le preguntó Florencia con fiera expresión.


Las tres hermanas se habían reunido para comer en un restaurante. Paula seguía intentando volver a la realidad. Ya habían pasado dos horas desde que Pedro recibiera la llamada del director de comunicación de su campaña. Su aún prometido apenas había tenido tiempo de asegurarle que esas fotos no eran lo que parecían cuando el resto de la familia Alfonso llegó a la casa para hablar de lo que había ocurrido. Pedro tenía una explicación para lo ocurrido con la chica que vendía agua y refrescos a los golfistas en ese club. Aseguraba que la joven se le había echado encima y él instintivamente la sujetó para que se calmara. Por desgracia, el aparcamiento del club había estado lleno de periodistas y fotógrafos que no dejaron pasar la ocasión. Los hermanos de Pedro le habían asegurado que él no conocía a esa joven, pero la mala suerte había querido que ninguno de los tres estuviera allí en ese momento. Pedro había estado muy preocupado por convencerla de que el incidente no significaba nada, pero a ella no le había afectado tanto como saber lo que le había contado sobre Brenda. Su mayor problema en esos momentos era confiar en que algún día él podría volver a enamorarse de alguien. Eso era lo único que le interesaba, saber si acabaría por quererla a ella. Sus hermanas la habían llamado en cuanto se enteraron y habían ido hasta Hilton Head a buscarla. Fue un alivio poder salir de esa casa, donde la familia Alfonso y los miembros de la campaña se afanaban por reducir las consecuencias de las fotografías aparecidas en prensa. Al final, había acabado escondiéndose en un pequeño restaurante con sus hermanas y sin poder quitarse la gorra ni las gafas de sol. Estaba cansándose de aquello, no quería que su vida se convirtiera en un espectáculo. Florencia tomó la cesta del pan y se puso a comer. El apetito de su hermana había aumentado mucho desde que se quedara embarazada.


—Entonces, ¿Qué prefieres? ¿Muerte rápida o con sufrimiento?


—Lo que me hace gracia es que la prensa se ha pasado por alto la historia más jugosa. No acabo de comprender que se creyeran su compromiso —añadió Romina.


Se quedó boquiabierta al escucharla.


—Y ¿quién dice que no sea real? Nunca te he dicho que no lo fuera. 


—¡Venga, Paula! —le dijo Romina—. Eres como yo. Sé que no te comprometerías con nadie que no conocieras muy bien.


—¿Es que nunca has hecho nada impulsivo? —le preguntó ella.


Tenía interés por saber cómo iba Romina a responderla. Su hermana se había quedado embarazada después de una aventura de una noche con un amigo. Desde entonces, ese amigo se había convertido en el amor de su vida y en su marido.


—Eso es un golpe bajo —repuso Romina—. Pero te perdono porque me imagino que estás muy nerviosa.


No quería estar a la defensiva con ellas. Después de todo, eran sus hermanas y no podía seguir mintiéndoles. Se imaginó que había llegado también el momento de que dejara de mentirse a sí misma. Se acarició el dedo anular de su mano izquierda, donde había llevado el anillo de compromiso.


—La verdad es que ya no importa. Pedro y yo hemos terminado.


Lo que no les dijo fue que él quería intentar seguir con ella y que ella había sido la que se había negado a seguir en la misma situación. Romina la miró con mucha preocupación en sus ojos.


—¿Ha sido por culpa de las fotos que han aparecido en la prensa?


—¿Hablas de sus fotos conmigo o con la rubia del campo de golf? —preguntó ella con una mueca de desagrado—. La verdad es que las de hoy no me preocupan demasiado, sólo si dañan su imagen de cara a las elecciones. Estoy segura de que fue todo un montaje.


Y estaba siendo sincera. Confiaba en Pedro totalmente. Siempre había sido sincero con ella, incluso cuando sus palabras pudieran hacerle daño. No le había negado cuánto había querido a aquella joven, una historia de amor que le preocupaba mucho más que cualquiera de las que pudieran inventarse los medios de comunicación.


Compromiso Fingido: Capítulo 47

 —¿Quién es ella? Creo que tengo derecho a preguntar, aunque sólo sea la falsa prometida.


Pedro se apartó de ella y se acercó a la ventana.


—Fue alguien que conocí en la universidad, Brenda —repuso él con extrema seriedad—. Nos prometimos enseguida, fue todo muy rápido. Pero, antes de que pudiera siquiera presentársela a mi familia, Brenda murió.


Se le encogió el corazón al escucharlo.


—Lo siento muchísimo —le dijo ella mientras acariciaba su hombro—. Sería horrible perderla.


Sabía mejor que nadie lo difícil que era superar algo así. Ella había arrastrado desde su infancia el abandono de sus padres.


—Sí, fue horrible —repuso él.


Parecía muy tenso y no sabía cómo hacer que se sintiera mejor.


—¿Qué le pasó? —preguntó ella. 


—Tenía un problema de corazón, algo de nacimiento que nadie detectó — explicó Pedro mientras se pasaba las manos por la cara.


—Está claro que la querías mucho —le dijo.


Una parte de ella quería consolarlo. Pero la otra parte le decía que ella merecía que la amaran con la misma intensidad. No podía conformarse con ser su amante ni su segunda mejor opción. Se apartó de su lado y dejó sobre la mesita de noche el anillo de compromiso. Un anillo que había concentrado un montón de bellos sueños que no iban a poder realizarse.


—Lo siento, Pedro. Pero así es como tiene que terminar…


El teléfono, también en la mesita, comenzó a sonar y no pudo evitar sobresaltarse. Pedro dudó un segundo. Siguió mirándola a los ojos y ella le hizo un gesto para que contestara al teléfono. Decidió que llamaría a una de sus hermanas para que fuera a recogerla. Se imaginó que aún estarían cerca de allí.


—Residencia de los Alfonso —saludó Pedro al tomar el auricular.


Iba ella a tomar el teléfono móvil para llamar a Florencia cuando algo en la cara de Pedro la detuvo. Parecía enfadado y fruncía el ceño. Agarró entonces el mando a distancia y lo dirigió hacia el televisor.


—De acuerdo, sí, Leandro. Estoy encendiéndolo.


No sabía de qué hablaban, pero se temía lo peor. Alguna otra cosa sobre ellos que pudiera hacerles daño. Sabía que más fotos de ellos no tendrían valor ahora que estaban prometidos, pero Pedro parecía muy disgustado. Apareció en la pantalla un informativo. En una esquina superior de la pantalla, detrás del locutor, había una foto en la que se veía a Pedro en un campo de golf… Y abrazando a una joven y atractiva rubia. 

Compromiso Fingido: Capítulo 46

Por otro lado, no podía seguir participando en esa mentira, ella no era así. Aunque romper con Pedro y salir de su vida iba a romperle el corazón.


—No puedo seguir fingiendo que estamos prometidos. Ha sido difícil mentirle a la prensa, pero tener que engañar a mis hermanas ha sido horrible. Lo he pasado muy mal esta tarde. Creo que deben de sospechar algo…


—Bueno, la verdad es que yo he estado pensando en lo mismo esta tarde, mientras jugaba al golf con mis hermanos —repuso Pedro mientras le tomaba las manos con cariño.


Se le hizo un nudo en el estómago. Se dió cuenta de que todo estaba a punto de terminar. Iban a separarse y ella volvería a Charleston sola. Con la única compañía de recuerdos para sustituir a lo que antes sólo eran fantasías. El problema era que la realidad había superado con creces lo tejido por su imaginación.


—Y ¿Qué es lo que has decidido?


Pedro apretó con más fuerza sus manos.


—¿Qué te parece si lo intentamos de verdad y nos olvidamos de que empezó como una farsa?


No creía haberle escuchado bien.


—Vas a tener que repetir eso porque creo que te he entendido mal. No es posible…


Pedro levantó su mano izquierda y acarició el dedo donde había llevado el anillo.


—Dejemos la sortija en su sitio e intentemos conocernos mejor, salir juntos…


—¿Y seguir acostándonos?


—Vaya, eso espero.


Pedro volvió a sonreír. Le gustó ver cuánto la deseaba, pero eso ya no era suficiente para ella, necesitaba más.


—¿Decidiste mientras jugabas al golf con tus hermanos que tenemos que pasar más tiempo juntos y seguir haciendo el amor a menudo?


—Bueno, supongo que no me he expresado demasiado bien, lo cual es extraño teniendo en cuenta que me dedico a la política. Así te haces una idea de hasta qué punto me vuelves loco —le dijo él con una sonrisa maliciosa—. Lo intentaré de nuevo. Lo que sugiero es que nos conozcamos mejor, poco a poco, para que así podamos tener una… Una…


Pareció quedarse sin palabras y se quedó mirando el horizonte.


—Una relación, Pedro. Creo que «Relación» es la palabra que no te salía.


Para ella también era extraño, pero al menos podía decir esa palabra sin atragantarse.


—Sí, eso es. 


Pedro parecía nervioso e incómodo. Sus palabras contradecían su lenguajecorporal.


—Creo que lo que estás describiendo es lo que hacen los amigos con derecho a más o los amantes. Y, que yo sepa, los amantes no se intercambian anillos de compromiso —le dijo ella.


Unas semanas antes, habría estado encantada de ser sólo eso para Pedro Alfonso, pero las cosas habían cambiado y ese anillo empezaba a representar lo que ella creía que merecía tener algún día en su vida.


—¿Qué es lo que esperas de mí? —le preguntó Pedro con frustración—. ¿Quieres que te diga que te quiero? Ya he estado enamorado antes y esas cosas llevan su tiempo. No te conozco lo suficiente como para estar seguro de algo así. Pero puedo decirte que creo que podría llegar a amarte algún día. ¿Por qué vamos a romper cuando existe esa posibilidad en nuestro futuro?


«¿Qué me podría llegar a amar algún día?», se dijo ella sin saber qué hacer con una promesa tan insuficiente. Pero entonces recordó lo que acababa de decirle.


—¿Has estado enamorado?


Pedro se quedó helado.


—¿De quién? —le preguntó ella sin poder aplacar su curiosidad—. La prensa te ha emparejado con decenas de mujeres durante los últimos años, pero nunca pudieron encontrar una relación lo suficientemente seria como para resaltarla. Creo que por eso les ha gustado tanto escuchar lo de nuestro compromiso.


—Supongo que tienes razón —concedió él.


Pedro no parecía querer responderle, y eso no hizo sino acrecentar su curiosidad. No sabía por qué le interesaba tanto. 

Compromiso Fingido: Capítulo 45

Había sido fácil fantasear con él. Estar con él estaba siendo mucho más excitante, pero también más complicado. Hubiera preferido que se tratara de un tipo normal con una vida aburrida e intrascendente. Paula se quedó mirando su anillo de compromiso y se lo quitó para ver cómo se sentía. Su mano parecía más desnuda que nunca. Hizo un puño para contenerse y no volver a colocárselo, aunque eso era lo que quería hacer. Levantó el anillo contra la luz del sol y se quedó mirando el diamante. Brillaba de manera distinta desde cada ángulo. Era como una representación de lo que era su vida en esos momentos. Tenía que tomar una decisión importante, pero esa decisión podía ser completamente distinta si miraba a las cosas desde un lado o desde el otro. Se encendió en ese instante el aire acondicionado y sintió el aire en su cuello como si fuera una caricia. No pudo evitar estremecerse y cerró la mano en la que tenía el anillo. Pero entonces sintió un beso en la nuca. 


-Hola, preciosa.


Intentó relajarse mientras se giraba en sus brazos.


—No te oí entrar.


—Estabas muy concentrada pensando en algo importante —le dijo Pedro mientras le acariciaba la frente—. ¿Cómo fue todo con tus hermanas?


Su pregunta la devolvió al presente, no podía creer que no hubiera estado pensando en Beachcombers, tal y como Pedro se había imaginado.


—Todo fue bien. Tenemos muchas cosas positivas en las que concentrarnos. Los investigadores del incendio nos han dicho que una vieja instalación eléctrica fue la causante del fuego. Así que no somos responsables y el seguro nos pagará todas las reparaciones. Podemos empezar a hablar con contratistas enseguida.


Pedro la besó en los labios y la abrazó con más fuerza.


—Me alegra saberlo. Estoy muy contento por ustedes tres.


Podía escuchar los latidos de su corazón y su aroma la envolvía por completo. Era demasiado peligrosos estar con Pedro en su dormitorio, no se le pasaba por alto lo cerca que estaban de su cama.


—Salgamos al salón. Ya sé que somos adultos, pero no me parece bien que tu madre nos encuentre aquí juntos.


Pedro reaccionó con una mueca.


—No digas tonterías —le dijo dando un paso atrás—. Además, mi madre acaba de salir. Así que relájate.


—No puedo hacerlo —repuso ella sintiendo más que nunca el peso del anillo en su puño—. Lo que quiero decir es que no puedo relajarme.


Pedro miró a su alrededor con gesto cómico.


—¿Es que aún están tus hermanas por aquí?


—No, se fueron hace media hora.


Respiró profundamente y decidió decírselo cuanto antes, sin tiempo para arrepentirse de ello. Abrió la mano y le mostró el anillo.


—No puedo seguir haciendo esto.


Pedro se quedó serio de repente.


—¿Qué quieres decir? —preguntó.


Levantó más el anillo para que lo viera Pedro. Le temblaba la mano. No sabía si estaba haciendo lo correcto, pero además tenía miedo de que su decisión beneficiara al adversario de Pedro. Pensó que lo mejor sería tratar de convencer a Florencia para que contase lo que le había pasado. Quizás así consiguiera además que otras víctimas de acoso hablaran de su experiencia con Martín Stewart. 

martes, 25 de febrero de 2025

Compromiso Fingido: Capítulo 44

 —Bueno, creo que por un día ya nos hemos abierto demasiado, ¿No crees? Ya sabes que no me va este rollo sentimental… ¿Por qué no nos concentramos de nuevo en el juego? Estoy dispuesto a ganar este torneo.


Detuvo el carro, se bajó y sacó un palo de su bolsa de piel.


—Empiezo a pensar que mamá hizo lo correcto.


Juan Pablo salió del otro carro y se acercó a él.


—¿A qué te refieres?


—Eligió a un amigo cuando se casó por segunda vez. Me parece mucho más inteligente que meterte en una de esas relaciones sentimentales que son como una montaña rusa. Creo que todos deberíamos aprender de ella.


Bautista se quedó boquiabierto al escucharlo.


—¿Es que estás ciego? Mamá está loca por el general —le dijo su hermano pequeño mientras se apartaba sus abundantes rizos de la cara.


—Sí, sí —replicó él con incredulidad—. Aunque me cueste decirlo, sé que se sienten atraídos el uno por el otro. Recuerden cuando los pillamos aquel día en la cama…


Tanto sus hermanos como él se estremecieron al recordar el momento. Había sido uno de los días más complicados de sus jóvenes vidas y les había costado olvidar lo que habían visto, a su madre haciendo el amor con el que había pasado de ser su mejor amigo a su amante. Se casaron algún tiempo después. Hasta a Bautista, el más mujeriego de los cuatro, le costaba recordar aquello.


—Habría preferido pasar por la vida creyendo que nuestra santa madre nos había concebido a todos por arte de magia. Fue una experiencia traumática…


Federico levantó las manos para solicitar una pausa.


—De acuerdo, no hablemos de eso otra vez, por favor. Pero es verdad, creo que Bautista tiene razón. No se trata sólo de atracción, mamá quiere de verdad a ese hombre.


Se quedó callado unos instantes, pensando en la boda de su madre con Carlos Renshaw. Se casaron unas Navidades y de manera bastante impulsiva y romántica. Pero a lo mejor había algo más de lo que él se podía haber imaginado. Recordó cómo se iluminaba la cara de su madre cuando recibía una llamada de su marido. Además de sus exitosas carreras profesionales, su madre y su segundo esposo compartían mucho más. Siempre que podían sacaban una hora libre para sentarse juntos en el balancín del porche. Allí los había visto charlar y reír mientras se tomaban una copa de vino. Se dió cuenta, al analizarlo de una manera más tranquila, que era obvio y no entendía cómo no lo había visto antes. El general Carlos Renshaw y su madre estaban muy enamorados.  Pensó que quizás hubiera querido creer que no era así porque se ajustaba mejor a su modo de ver la vida. Llevaba años huyendo de los compromisos y las relaciones serias. El problema era que se había metido en un callejón sin salida. Ya no sabía cómo iba a poder finalizar esa relación. Ni siquiera tenía claro que quisiera hacerlo. Lo único que sabía a ciencia cierta era que no podría seguir viviendo sin repetir lo que habían compartido la noche anterior.



De vuelta en la casa principal, Paula se entretuvo mirando el océano desde la ventana de su dormitorio. La vista era similar a la que había contemplado siempre desde la casa de su tía Silvia. Eso le recordó cuánto la echaba de menos. Sobre todo en esos momentos, cuando se enfrentaba a la que podía ser la decisión más dura de su vida. Ni la presencia del océano ni la suave decoración de la habitación consiguieron calmar sus nervios. Se había pasado la tarde con sus hermanas, repasando los daños y evaluando cuánto costaría conseguir que Beachcombers abriera de nuevo sus puertas al público. Había sido mucho más duro de lo que se había imaginado. Se enfrentaba a la ardua tarea de reconstruir esa casa, pero lo que más le dolía era que lo tendría que hacer sola, fuera ya de la vida de Pedro. Eso le angustiaba más de lo que había esperado. Pero tampoco podía seguir con la farsa. No podía seguir acostándose con él sin tomar una decisión sobre el futuro de los dos, ya fuera juntos o por separado. 

Compromiso Fingido: Capítulo 43

 —Venga, hombre. A mí no me vengas con tonterías, sé sincero.


—¿Quién dice que no esté siendo sincero?


—¿De verdad te vas a casar con ella? —le preguntó su hermano.


—Yo no he dicho eso —repuso—. Sólo te he dicho que estamos prometidos. Es una persona muy especial y muy honesta. No se merecía lo que nos ha pasado con la prensa.


Intentaba quitarle importancia, pero no se sentía cómodo teniendo esa conversación. Sobre todo después de la noche que había compartido con ella. Sentía que muchas cosas habían cambiado, entre ellas, los planes que tenía para romper su compromiso después de las elecciones.


—Hermano, me da la impresión de que estás perdido —le dijo Federico sacudiendo la cabeza con gesto serio—. Lo único que te pido es que tengas cuidado.


Fue al escuchar a su hermano cuando cayó en la cuenta y supo por qué le estaba hablado así. Federico acababa de separarse de su esposa. Se habían casado demasiado pronto, siendo los dos muy jóvenes. Después habían madurado y descubierto que sus vidas crecían en direcciones opuestas. Federico parecía haber adelgazado bastante durante esos últimos meses y llevaba tanto tiempo sin cortarse el pelo que pronto lo tendría tan largo como Bautista. Pero lo que más le llamó la atención fue ver que aún llevaba puesta la alianza. La experiencia de su hermano le recordaba que la mala decisión de dos personas con buenas intenciones podía llegar a complicar mucho la vida de esa pareja. Le dolía no poder hacer nada para que Federico no sufriera tanto. Le dió una cariñosa palmada en el hombro.


—Lo tendré en cuenta. Por cierto, siento mucho todo por lo que estás pasando.


—Gracias —repuso Federico—. No quiero entrometerme en tu vida, sólo intento darte otro punto de vista, el punto de vista de los que estamos sufriendo un desengaño amoroso.


Apretó con fuerza el volante mientras pasaban al lado de un pelicano. Lamentaba no haber estado al lado de su hermano cuando él más lo podía haber necesitado. Había estado demasiado concentrado en su carrera política y en la preparación de la campaña electoral como para ayudarlo a pasar por el trance más doloroso de su vida. La nefasta experiencia matrimonial de su hermano era una señal de advertencia que no se le iba a pasar por alto. Estaba claro que la pasión y una corta relación amorosa no eran la mejor base para un matrimonio.


—¿Cuándo será por fin efectivo el divorcio?


—Este otoño —repuso Federico sin ningún tipo de emoción en la voz.


—Podrían pasar muchas cosas hasta entonces —le dijo.


Él era una prueba de que podían pasar muchas cosas en la vida de uno en muy poco tiempo.


—Yo creo que ya ha pasado demasiado. Todo lo que queremos es poder seguir con nuestras vidas y olvidarnos de todo lo que ha ocurrido durante estos últimos meses.


—Lo siento muchísimo. De verdad. Tenía la esperanza de que pudieran superarlo.


—Yo también, hermano, yo también —repuso Federico mientras se ponía las gafas de sol y miraba a otro lado.


Su lenguaje corporal no podía ser más claro. No quería seguir hablando del tema. Se quedaron en silencio. Sólo oían el sonido de los pájaros y del resto de criaturas que llenaban el campo de golf. Algún tiempo después, Federico volvió a mirarlo con una sonrisa algo forzada, pero sincera. 

Compromiso Fingido: Capítulo 42

 —A por todas, hermano.


Pedro se quedó helado al escuchar las palabras de su hermano. Había estado a punto de lanzar la pelota de golf y su inoportuno comentario consiguió alterarlo lo suficiente como para que ésta acabara sumergiéndose en un lago cercano al restaurante del club. Asustó a una manada de pájaros que levantó el vuelo al unísono. Miró a su hermano mediano con el ceño fruncido. Sabía tan bien como todos que no se debía hablar con el jugador cuando estaba a punto de golpear la pelota.


—Gracias, Federico —le dijo entre dientes—. Muchas gracias.


Había estado encantado con la posibilidad de jugar esa tarde al golf con sus hermanos, aunque no era un encuentro meramente deportivo, sino un torneo benéfico. Pero estaba jugando tan mal que se imaginó que el grupo que iba por detrás de ellos tendría tiempo de parar a almorzar antes de que ellos avanzaran hasta el siguiente hoyo.


—De nada, hermano. Ya sabes que me encanta animarte —le dijo el abogado—. Por cierto, ¡Qué golpe tan bueno!


Los otros dos hermanos Alfonso los observaban sonrientes desde el carro de golf. Miró el agua y distinguió entre sus aguas los ojos de un caimán. Fue entonces cuando decidió que no se metería a buscar la pelota, prefería asumir la penalización. Señaló a Bautista, el más joven de sus hermanos con el palo de golf, después hizo lo mismo con Juan Pablo, que era el segundo.


—Pronto les tocará a ustedes y puede que me dé un ataque de tos en el momento menos oportuno —les dijo a modo de advertencia.


Las palabras de Federico habían afectado su tiro, pero lo cierto era que no podía dejar de pensar en Paula y cada vez le costaba más mantener la cabeza despejada. La recordó entonces sentada sobre él en la bañera y estuvo a punto de perder la poca concentración que le quedaba. Miró el reloj, se imaginó que pronto terminaría la reunión que Paula estaba teniendo con sus hermanas para revisar todo el papeleo que tenían que presentar ante el seguro.


—¿Vamos a seguir jugando o vas a pasarte la tarde ensimismado mirando ese reloj?


—Estaba intentando calcular cuánto tiempo nos queda y el ritmo que llevamos —le dijo.


—Sí, claro. Dí lo que quieras, pero vimos cómo te despedías de tu prometida — repuso su hermano—. ¿Qué es lo que está pasando, Pedro? ¿Cómo es que no nos la habías presentado antes? Nos habrías machacado si uno de nosotros hubiera hecho lo mismo. 


Federico le dió un codazo a Bautista y con un gesto le señaló el grupo de periodistas que se congregaban cerca del club.


—Cállate de una vez —le dijo—. ¿No ves que hay prensa por todas partes?


De mala gana, Bautista dejó de mirar a la joven rubia para fijarse en los periodistas.


—Claro, claro. Hay que defender el buen nombre de esta familia —comentó el benjamín.


—Es un fastidio, hermano. Por tu culpa ya no podemos hacer nada los cuatro juntos sin que se convierta en una sesión fotográfica —le dijo Juan Pablo.


Pedro dejó una nueva pelota en el suelo y se preparó para volver a intentarlo.


—Creí que sería buena idea filtrar a la prensa información sobre este torneo. Quería que dejaran tranquila a Paula, al menos por un día.


—Y decidiste usarnos como cebo para la prensa, ¿No?


—Así es —repuso él mientras golpeaba de nuevo con su hierro.


Se quedó mirando la trayectoria de la pelota. Esa vez aterrizó sobre el green.


—Esto tampoco es nuevo para nosotros —les dijo a sus hermanos—. Siempre hemos tenido la atención de la prensa. Me imaginé que podíamos llevarlo mejor que ella.


Se subió al carro de golf. Federico se sentó a su lado. Juan Pablo y Bautista los seguían en el otro carro.


—Parece que esta mujer te importa mucho —le dijo su hermano Federico.


—Estamos prometidos —le recordó.


Era algo que nunca pensó que volvería a hacer. 

Compromiso Fingido: Capítulo 41

 —Supongo que es también resultado de esa escoliosis.


—Pero tienes mucha suerte, eres una mujer fuerte y sana —le dijo Pedro mientras la miraba con intensidad.


—Sí, la verdad es que tengo mucho que agradecerle a los médicos que me ayudaron durante años —le dijo ella—. Pero no me conociste de pequeña —añadió con dificultad—. No fue fácil conseguir que la columna se enderezara y mantener una postura erguida. Mucha gente, como mis padres biológicos, no aceptan carga económica y el esfuerzo que supone una niña con problemas como era yo.


Sintió contra su espalda cómo se tensaba el cuerpo de Pedro. Lo miró por encima del hombro y vió que en sus ojos había la misma dureza que había notado en su cuerpo.


—No te merecían —le dijo entonces con ternura.


Pero su cuerpo seguía sin relajarse. Parecía indignado, casi irritado. Lo vió en sus ojos de hielo. Estaba enfadado por lo que le había pasado. Le pareció increíble. Se había encontrado con gente que la había compadecido y con gente que la había ayudado, pero no recordaba haberse encontrado con nadie que estuviera realmente furioso por la injusticia del abandono que había sufrido siendo muy pequeña. Pedro consiguió emocionarla y hacer que se olvidara en un segundo de tantos años de dolor.


—Gracias —le dijo con sinceridad.


—No me agradezcas nada, sólo digo la verdad —repuso él sin dejar de mirarla a los ojos—. Por cierto, tengo que decirte también que eres una de las mujeres más fuertes que he conocido.


También le gustó escuchar aquello. Sobre todo después de que Leandro Davis hablara de ella como una mujer débil y tímida.


—He tenido que serlo. Los niños pueden llegar a ser muy crueles con los que no son como ellos.


Y, en su caso, también los adultos lo habían sido. No pudo evitar pensar en sus padres biológicos. Se dió cuenta de que Pedro tenía razón, no habían merecido tenerla como hija si no habían sido capaces de aceptarla tal y como había nacido. Le llamó la atención que hasta ese momento no hubiera sido consciente de ello. Sus padres biológicos no habían estado preparados para ser padres. Le dio la impresión de que lo entendía por primera vez y todo su cuerpo se relajó al instante. Durante años, había hablado mucho sobre el tema con su tía Silvia y con sus hermanas, pero hasta ese momento, no lo había comprendido. Le asustó y sorprendió ver que había bastado una conversación con ese hombre para ver su pasado desde otra perspectiva. Pedro acarició su columna con los nudillos.


—¿Tuviste que llevar un corsé durante mucho tiempo?


—Hasta que fui a la universidad. Entonces sólo me lo ponía por las noches —le dijo ella—. Por eso me gustan tanto ahora las delicadas prendas de seda. Me encanta sentirlas sobre mi piel.


—Eres muy sensual, de eso ya me había percatado —repuso él mientras acariciaba suavemente su espalda.


—¿Qué dices? Pero sí soy contable.


—¿Y qué? ¿Es que la gente a la que le gustan los números no pueden gustarle también las sensaciones o incluso el sexo salvaje?


—Bueno, supongo que sí…


No pudo seguir hablando. No mientras Pedro se acercaba peligrosamente a sus pechos y le besaba el cuello.


—Eres perfecta tal y como eres —le dijo—. Todo por lo que has pasado te ha convertido en la mujer sexy e inteligente que eres ahora.


La presión que comenzó contra la parte baja de su espalda le dejó claro que Pedro no estaba mintiendo, se sentía atraído por ella. Metió las manos bajo el agua para acariciar las poderosas piernas de ese hombre. Había conseguido despertar de nuevo su deseo y el corazón le latía con tal fuerza que le retumbaba en los oídos. La tomó por la cintura y la levantó un poco para que ella pudiera darse la vuelta. Quedó de rodillas frente a él y con las piernas a ambos lados de las de ese hombre. Se inclinó hacia delante hasta que sintió el miembro de Pedro, firme y preparado, contra el mismo centro de su feminidad. Se dejó llevar por todas las sensaciones, como la de sentir sus pechos aplastándose contra su torso cuando lo besó en la boca. Esa noche aún no había terminado y había decidido que la aprovecharía al máximo. Arqueó la espalda y se recolocó para después deslizarse y permitir que Pedro la llenara de nuevo. Pero lo hizo muy despacio, sometiéndolo a la más deliciosa de las torturas.


—Yo sí que voy a por todas, Pedro. Conseguiré la victoria… 

jueves, 20 de febrero de 2025

Compromiso Fingido: Capítulo 40

 —Siento que estés tan tensa. No me gusta darme cuenta de que es seguramente la campaña electoral la que ha producido estos nudos en tus músculos —le dijo mientras trabajaba con los dedos sus contracturas.


—No lo llevo mal —repuso ella mientras bebía un poco de champán.


—No seas modesta, la verdad es que lo estás haciendo fenomenal —le aseguró Pedro mientras reposaba la barbilla sobre su cabeza—. Pero no te gusta ser el centro de atención, ¿No?


Eso era lo último que necesitaba. No quería recordar la conversión que había escuchado durante la fiesta y las preocupaciones de Leandro Davis. El director de campaña creía que ella perjudicaba a Pedro y la probabilidad de que éste ganara a Martín Stewart. Se quedó callada, terminó su copa de champán y se distrajo jugando con las pompas de jabón.  El vapor había conseguido amortiguar sus sentidos. Hacía tiempo que se había empañado el espejo, pero aún recordaba ver en él la imagen de ellos dos en la elegante bañera de mármol. Pedro seguía acariciando y masajeando su espalda.


—Ya verás cómo todo se resuelve pronto. Estoy seguro.


Pero ella no sabía qué iba a pasar ni quería pensar en ello. Le frustraba seguir con la farsa del compromiso, pero tampoco podía hacerse a la idea de acabar con todo y salir para siempre de su vida. Creía que lo mejor que podía hacer, al menos por esa noche, era olvidarse de todo y concentrarse en lo que estaba viviendo.


—Me encanta esto…


Pedro estaba consiguiendo relajar sus músculos.


—Sí, este jacuzzi siempre me ayuda a recuperarme después de hacer deporte con mis hermanos.


—No hablaba de la bañera, sino de tus manos.


—Me alegra oír que te gusta que te toque.


—Mucho… —repuso ella con sinceridad.


Pero lo cierto era que no sólo le gustaba mucho, sino probablemente demasiado. Su atracción por Pedro había sido mucho más llevadera cuando él era inalcanzable y estaba convencida de que ese hombre nunca se fijaría en ella. Se tocó el hombro izquierdo, el que aún estaba más elevado por culpa de la enfermedad.


—Tuve escoliosis cuando era pequeña —le dijo sin pensar.


Las manos de Pedro se detuvieron medio segundo y se dió cuenta de que la había oído.


—Fue una suerte que la tía Silvia se ocupara del problema con mi columna vertebral tan pronto como lo hizo —le dijo—. Eso ya no afecta demasiado mi vida, pero evito llevar tacones altos. Y casi siempre que paso mucho tiempo de pie sin moverme acabo con dolor de cabeza.


—Bueno, tengo entendido que los tacones de aguja no son buenos para la espalda de nadie y quedarse de pie sin moverse tampoco me parece buena idea.


Le encantó que lo aceptara con tanta naturalidad. Consiguió que se sintiera muy cómoda y más relajada.


—No puedo creer lo que acabo de oír.


—¿A qué te refieres?


—Es la primera vez que oigo a un hombre oponiéndose al uso de tacones altos —repuso ella mirándolo por el encima de su hombro con la nariz arrugada—. No me lo creo. Pensé que a todos los hombres les quitaba la respiración ver las piernas de una mujer con tacones altos.


—Y yo no me puedo creer que digas algo tan manido como eso. Haces que los hombres parezcamos seres muy superficiales.


—Eso lo has dicho tú, no yo.


—¡Vaya! ¡Qué golpe más bajo! Pero la verdad es que has jugado bien tus cartas. A lo mejor deberías representarme durante los debates electorales —sugirió Pedro mientras la abrazaba bajo el agua—. Está claro que todo el mundo tiene predilección por alguna parte del cuerpo.


—Como las piernas, ¿No?


Pedro deslizó las manos hacia arriba y cubrió sus pechos. Después comenzó a jugar con sus pezones.


—Sí, pero tampoco hay que olvidarse del pecho —susurró él—. Ni de la suavidad de tu piel —añadió mientras la besaba en el cuello—. Sin dejar de lado tu maravillosa melena…


—Sabes muy bien cómo seducir a una mujer…


Pedro dejó de acariciarla al escuchar sus palabras. 


—Sólo estoy siendo sincero —replicó él—. ¿Por qué te cuesta tanto aceptar los halagos?


Ese hombre había aceptado con tanta comprensión lo que le había contado que decidió ir más lejos y confesarle las consecuencias emocionales a las que se había tenido que enfrentarse desde pequeña por culpa de su defecto de nacimiento.


Compromiso Fingido: Capítulo 39

 —A mí me gustó lo del vestíbulo.


—A mí también —repuso él—. Pero esta vez vamos a tomárnoslo con más calma.


Lo cierto era que aquella mujer le gustaba en el dormitorio, en el vestíbulo o en cualquier otro sitio. Le apartó los tirantes del vestido y fue bajándoselo poco a poco, entreteniéndose sobre todo al pasar por sus pechos y sus caderas. Cuando la elegante prenda cayó al suelo, contuvo el aliento y se quedó admirando su cuerpo. Le daba la impresión de que había pasado toda una eternidad desde que la viera desnuda por primera vez. Sabía que era muy atractiva y había soñado desde entonces con ella. Pero, al verla de nuevo, se dió cuenta de que había olvidado algunos detalles. O quizás esa primera vez no se tomara el tiempo necesario para explorarla con cuidado. Vió, por ejemplo, que tenía un sensual lunar en la cadera. Lo acarició con sus dedos para poder recordarlo después. El cuerpo de Paula tenía incontables matices que no quería que se le pasaran por alto. Decidió que tenía que grabarlos a fuego en su memoria. Pero entonces ella colocó una mano en su torso y perdió la capacidad de pensar en nada más. Era el momento de sentir, de tocar, de dejarse llevar por todo aquello. La besó en el cuello y recorrió sus clavículas con la lengua. Fue bajando por su cuerpo, acercándose peligrosamente a las sensuales curvas de sus pechos. La torturó todo lo que pudo hasta atrapar con su boca uno de los pezones. Se concentró un tiempo en uno y después en el otro. Le pareció la cosa más dulce del mundo, no se cansaba de ella, quería más. No entendía cómo podía desearla tanto, sobre todo teniendo en cuenta que acababan de hacer el amor en el vestíbulo. Ella se arqueó hacia él y los dos cayeron sobre la cama. Ella acarició su espalda hasta llegar a su trasero y asir con fuerza sus glúteos para atraerlo más hacia su ardiente cuerpo.


—Ahora, Pedro —le pidió ella.


Agarró las muñecas de Paula y las apartó con cuidado.


—Esta vez vamos a ir más despacio, ¿Es que ya lo has olvidado?


—Olvídate de eso. Tenemos toda la noche para ir más despacio —repuso ella con picardía.


La besó entre los pechos y dejó de agarrar sus muñecas para entrelazar sus dedos con los de ella. Fue bajando por su cuerpo, besando y mordisqueando sus costillas y después su estómago. Sopló entonces con mucho cuidado y no dejó de descender por su anatomía hasta que la oyó gemir.


—Pedro…


—Voy a por todas —murmuró él contra su piel. 


—¿Cómo?


Levantó la cabeza para mirarla a la cara, tenía a la vista y completamente expuesto su maravilloso cuerpo.


—Que voy a por todas, señorita. Conseguiré la victoria, sé cómo hacerlo… —le dijo de manera sugerente.


Paula acarició la espuma que cubría la gran bañera y acomodó mejor su espalda contra el torso de Pedro. El cuerpo desnudo de ese hombre era el mejor sillón que había tenido nunca. El jacuzzi estaba dentro de su baño privado y justo debajo de una claraboya. Daba la impresión de estar al aire libre sin perder un ápicede intimidad. Después de que hicieran de nuevo el amor en el dormitorio, él le había mostrado su enorme baño privado. Acababa de preparar el agua y de meterse en el jacuzzi cuanto Pedro regresó a su lado con champán y fresas. Cuando él se metió con ella en la bañera, el nivel del agua se elevó hasta cubrirle los pechos. Compartir ese baño con él estaba siendo una de las experiencias más sensuales que había tenido en su vida. Quería relajarse, disfrutar del momento, beber el champán y deleitarse con el sabor de la fruta que le ofrecía a la boca. Pero no podía, los nervios atenazaban su estómago. Se daba cuenta de que las cosas se estaban complicando cada vez más con él. Una parte de ella le recordaba que debería sentirse feliz. Había fantaseado con estar así con ese hombre. Pedro no se había levantado para irse de puntillas de su lado como le había pasado aquella primera noche. Pero todo había cambiado demasiado deprisa y el peso de su anillo de compromiso en el dedo le parecía de repente demasiado grande como para soportarlo. Pedro acarició entonces sus hombros y comenzó a darle un relajante masaje. 

Compromiso Fingido: Capítulo 38

Su grito final la estremeció y se relajó totalmente entre sus brazos. Se quedaron abrazados en silencio durante un tiempo, no podría haber calculado cuánto. Después, Pedro la soltó despacio y sus pies por fin tocaron el suelo. Pero no la sostenían, sus músculos estaban agotados, demasiado débiles después del esfuerzo. La tomó entonces en brazos.


—Te tengo, Paula. Relájate.


Gimió y se dejó caer sobre su pecho. Creía que también se le había olvidado cómo hablar. Atravesando el vestíbulo, Pedro se detuvo un segundo para que ella encendiera un interruptor en la pared. El salón se llenó de una tenue luz. Se relajó en sus brazos y aprovechó el momento para aprender más de él contemplando su casa. Un sofá y sillones de piel granate llenaban la estancia. Desde ellos se podía contemplar el océano y una gran pantalla de televisión. El salón se comunicaba con un comedor y una moderna cocina. De la gran sala salía un estrecho pasillo que sin duda llevaba a los dormitorios.  Pedro se detuvo al lado del sofá.


—¿Quieres quedarte aquí o te llevo dentro?


—Dentro, por favor.


Quería saber más de él. Quería conocer al hombre que se escondía tras el político. Sólo sabía de él que le gustaban los sofás de piel y que de pequeño quería ser policía.


—¡Qué bien! Da la casualidad de que yo también quería ir al dormitorio. De hecho, cualquier sitio donde pueda desnudarte es perfecto.


Quería vivir el momento y disfrutar de las sensaciones que estaba viviendo, pero seguía temiendo que aquello se le fuera de las manos y acabara sintiendo algo más por él. Sabía que aquella tenía que ser la última noche, no podía arriesgarse a ir más lejos. Pedro se dió cuenta de que todo podía ser mucho más sencillo de lo que se había imaginado. Llevó a Paula en brazos a su habitación pensando que quizás hubiera exagerado la situación desde el principio. Se llevaban bien y estaba claro que la química que había entre ellos iba más allá de una aventura de una sola noche. Pensó que quizás debiera arriesgarse. Una amistad acompañada de increíbles relaciones sexuales era una alternativa mejor que pasar el resto de sus vidas solos o metidos en relaciones que no los llenaban. La besó con ternura en los labios antes de dejarla sobre la cama. Le gustó verla allí y sabía que le gustaría mucho más en cuanto despojara su bello cuerpo de la ropa que aún llevaba puesta. Y vió que Paula tenía lo mismo en mente porque se arqueó hacia él para besarlo con tal pasión que a él no le quedó ninguna duda, estaba lista para hacerlo de nuevo. Se quitó la chaqueta y la dejó sobre la silla sin dejar de besarla. Paula le deshizo el nudo de la corbata de manera apresurada y se la quitó. Después comenzó a desabrocharle la camisa y a acariciar su torso al mismo tiempo. Él la besó en el cuello y bajó por sus hombros mientras le quitaba uno de los tirantes del vestido. Su ropa interior había quedado olvidada en el suelo del vestíbulo. Estaba casi desnuda. No pudo evitar sonreír, estaba deseando tenerla entre sus brazos. Hundió la nariz en su piel y dejó que su aroma floral lo embriagara por completo.


—Al menos esta vez vamos a hacerlo en una cama…


Paula le bajó los pantalones y él terminó de deshacerse de ellos. 

Compromiso Fingido: Capítulo 37

Paula agarró con fuerza la mano de Pedro mientras pasaban entre los robles de camino a la casa. La acogedora vivienda, blanca con contraventanas azules, brillaba como un faro con las luces de seguridad. Tenía la piel cubierta de arena y estaba hecha un desastre. Pero, corriendo tras él entre las azaleas, nunca se había sentido tan viva como en ese preciso instante. Subieron deprisa las escaleras y Pedro no tardó ni un segundo en abrir la puerta y cerrarla tras ellos. La besó entonces de nuevo, aplastándola contra la pared. Fue un beso mucho más intenso, un beso que la sacudió con la fuerza demoledora de un huracán. Pedro tenía las manos colocadas sobre la pared a ambos lados de su cara. Sólo necesitaba usar sus labios para seducirla. Nada más. Su boca sabía a la sal del océano y al limón del agua que había tomado en la fiesta del barco. El chal se resbaló por sus brazos y cayó al suelo. Acarició con el pie uno de los gemelos de él. Le agarró con fuerza la espalda. No podía dejar de acariciarlo, de atraerlo hacia ella hasta que no hubo ya aire entre ellos. Fue entonces cuando pudo por fin notar hasta qué punto la deseaba. Acarició con el cuerpo su firme miembro, se moría por sentirlo dentro de ella. Pedro dejó de besarla en la boca para concentrarse en su cuello. Siguió tras su oreja y enterró la cara en su cabello. Estaba ardiendo, no aguantaba más.


—Paula, tenemos que ir más despacio o no llegaré al dormitorio, ni siquiera al sofá.


Ella no quería detenerse. La corta distancia hasta el sofá de piel le parecía infranqueable.


—Pero ¿Para qué vamos a movernos? Si llevas protección en el bolsillo, no tenemos que ir a ningún sitio. Prefiero hacerlo aquí y ahora mismo.


El gutural gruñido de Pedro, casi animal, la estremeció y excitó aún más. Notó que sacaba algo del bolsillo. Era su cartera.


—Llevo preservativos encima desde aquella noche. Sabía que la química que hay entre nosotros podría volver a arder en cualquier momento sin que pudiéramos hacer nada al respecto —le confesó Pedro.


Sacó un paquetito de la cartera y tiró ésta por encima del hombro. Apenas fue consciente de lo que pasó a partir de ese momento. Pedro la besaba de nuevo y ella intentaba desabrocharle el cinturón. Él le levantó con algo de dificultad el largo vestido hasta llegar a su cintura. Con impaciencia, agarró sus braguitas de satén. Recordó entonces cuánto le había gustado comprar nuevos artículos de lencería. Entre ellos no había ni un conjunto de aburrida ropa interior de algodón.  Consiguió desabrochar sus pantalones y tomarlo entre sus dedos con una larga y sensual caricia. No había tenido nada tan increíble en su vida como lo que sentía estando con ese hombre. Notó que Pedro apretaba la mandíbula, parecía estar también fuera de control, tiró con más fuerza de sus braguitas y acabó rompiéndolas. Sintió entonces el frescor del aire sobre su ardiente piel.


—¡Ahora, Pedro! ¡Ya! —le pidió en un susurro contra su boca—. Olvídate de caricias y juegos…


—Si insistes… —gruñó él.


Lo observó mientras se colocaba el preservativo. Después, Pedro agarró su trasero y la levantó contra la puerta hasta que se deslizó dentro de ella. Fue increíble sentirlo de nuevo, llenándola de calor y sensaciones. Fue bajándola poco a poco y ella rodeó con sus piernas las caderas de aquel hombre, guiándolo hasta que fueron un sólo cuerpo. Comenzó a sentir sacudidas dentro de ella antes incluso de que él comenzara a moverse. Se dió cuenta entonces de que todo lo que había pasado durante los dos últimos días había sido como el juego previo de caricias y besos que antecede a ese tipo de intimidad. Pedro se separó unos milímetros de ella para volver a embestirla con fuerza. Aquel movimiento la envió hasta cumbres de placer inesperadas. Echó la cabeza hacia atrás mientras gritaba cada vez que una nueva ola podía con ella. Clavó los talones en el trasero de Pedro y él entendió que quería sentirlo con más fuerza y más deprisa. El placer fue creciendo más y más hasta que llegó también el clímax para él. 

martes, 18 de febrero de 2025

Compromiso Fingido: Capítulo 36

 —Me estás angustiando mucho con esas palabras, Pedro. Por favor, ve al grano.


No pudo evitar reírse.


—Bueno, el caso es que voy a tener que ponerme a la altura de muchos de esos políticos. No puedo dejar que el miedo me mantenga fuera de la carrera política.


—Pero necesitamos que haya buena gente en el gobierno.


—Gracias —repuso él dándole un abrazo con la mano que rodeaba sus hombros.


—¿Gracias por qué?


—Por llamarme «Buena gente».


No sabía cómo podía contestarle cuando sólo podía pensar en que el abrazo que acababa de darle había presionado uno de los pechos de Paula contra su torso. Lo último que tenía en mente era cómo seguir siendo buena gente. Sólo podía pensar en hacerla suya allí mismo y en ese instante, detrás de la duna de arena más cercana. Paula se detuvo y dejó que sus sandalias cayeran. Después tomó sus zapatos e hizo lo mismo, agarrando sus manos.


—Has estado preocupado por lo del falso compromiso, ¿Verdad? 


Se quedó callado unos instantes.


—Es difícil tener que hacer algo que está mal usando razones justas y validas. Lo sé porque yo he estado luchando en mi interior con el mismo problema.


—Y ¿A qué conclusión has llegado?


—Sé que la buena gente es también humana y tiene derecho a equivocarse. A veces necesitamos tomarnos un descanso, aunque sólo sea un alivio temporal.


Acarició con los nudillos la suave piel de su cara y bajó hasta el cuello. Paula lo miró. Sus ojos eran tan oscuros y brillantes como un pozo. Temió caer dentro de ellos y perderse para siempre. La besó entonces. Tenía que hacerlo. Durante los dos días anteriores habían estado jugando y los dos sabían que aquello acabaría por suceder. Él había estado intentando controlarse para darle tiempo a ella de asumir lo que estaba pasando. Pero esa noche, bajo las estrellas, la deseaba con locura y sentía que a Paula le pasaba lo mismo. Notó cómo se acercaba a su cuerpo mientras la besaba. No había dudas ni temores en sus reacciones. Suspiró entre beso y beso y el sonido le recordó a los gemidos de la otra noche. Era una joven tímida, pero sabía que se convertía en una mujer desinhibida y pasional en la cama. Paula agarró las solapas de su traje con fuerza, atrayéndolo hacia su cuerpo. Entreabrió sus labios y su lengua lo buscó con el mismo hambre que lo dominaba a él. Su boca sabía a lima y recordó lo que había estado bebiendo en la fiesta. Los pechos de esa mujer se aplastaron contra su torso de forma tentadora, imposible de ignorar. Se moría por tocarla sin ropa y sin interrupciones. Le habría encantado hacerla suya allí mismo, al lado del mar y bajo el cielo estrellado, pero sabía que no era buena idea.


—Será mejor que entremos antes de perder totalmente el control —le dijo.


—Y antes de que alguien con un teleobjetivo consiga unas imágenes del político del año al desnudo —comentó Paula.


—No es así como quiero que me recuerden.


Riendo, Paula agarró su mano y corrieron hacia el antiguo cobertizo. Ella sujetaba con la otra mano el vestido para no pisarlo. Era extraño verla con un vestido tan formal, pero descalza y despeinada.


—¡Los zapatos! —exclamó él.


Había tirado de ella para que se detuviera, pero Paula lo miró con los ojos llenos de deseo.


—¡Al infierno con los zapatos!


La miró. No podía decirle que no a nada, no cuando se mostraba más tentadora y apasionada que nunca. Sólo esperaba no sentir a la mañana siguiente que había perdido del todo el sentido común, le bastaba con haber perdido ya para siempre los zapatos. 

Compromiso Fingido: Capítulo 35

 —Tu madre sí que ha podido completar su legislatura. Y la verdad es que lo ha hecho muy bien. La vida acaba siempre por encontrar un lado bueno a las cosas y podemos aprender hasta de las cosas negativas. Es sólo cuestión de tiempo.


—Tienes razón.


Sabía que tenía que recordar eso y concentrarse en las razones que tenía él para conseguir ser senador sin pensar que lo hacía para otra persona. Le llamó la atención que Paula le hubiera ayudado a recordarlo con sus palabras. Lo que no entendía era por qué estaba contándole todo aquello en vez de aprovechar un paseo bajo las estrellas en compañía de una bella mujer. Paula tenía tanto talento para concentrar la atención en otras personas que se imaginó que muchas perdían la oportunidad de descubrir lo fascinante que era ella. Se acercó y le levantó con un dedo la barbilla.


—¿Y tú?


—¿Y yo qué?


—¿De qué te disfrazabas tú en Halloween?


No pudo evitar sonreír al imaginársela de niña. Seguro que había sido delgada, pequeña, con una melena que pesaba más que ella y con un corazón que no le cabía en el pecho.


—¿De qué te gustaba vestirte? Y quiero que me lo cuentes todo.


—De pirata, de cebra, de vagabunda, de ninja, de Cleopatra… —enumeró Paula mientras contaba con los dedos—. De médico… ¡Se me olvidaba! Un año me disfracé de bolsa de patatas fritas. Florencia iba de perrito caliente y Romina decía que iba de quiche. Pero nosotras nos burlábamos de ella diciéndole que no era más que una tortilla con trozos de panceta cosidos.


—¡Vaya! ¿Tu madre de acogida organizaba eso para todas sus niñas?


Se preguntó si Paula era consciente de que se había acercado a él. Su suave brazo no dejaba de rozar el suyo. Se preguntó si estaría intentando seducirlo.


—La tía Silvia tenía un enorme baúl lleno de viejos disfraces y ropa. Se pasaba todo el año metiendo allí lo que iba encontrando en mercadillos —le dijo Paula mirándolo con sus bellos ojos castaños—. La verdad es que no esperábamos a Halloween. Nos disfrazábamos casi cada día.


—Me encantaría ver fotos de todo eso.


Vió cómo su sonrisa se apagaba.


—Si no se han quemado en el fuego…


Rodeó sus hombros y la atrajo hacia él. Paula no protestó.


—Cuéntame más sobre esas fiestas de disfraces. 


—Todas éramos muy teatrales. Lo pasábamos muy bien inventándonos personajes. Podíamos ser cualquier cosa con nuestros disfraces puestos e inventarnos otros mundos. Ahora que lo pienso, creo que tía Silvia usaba esos juegos como una especie de terapia para ayudar a unas niñas que llegábamos algo heridas a su hogar.


—Debió de ser una mujer increíble.


—Lo fue. La echo mucho de menos —repuso Paula mirándolo de nuevo con intensidad—. Supongo que tanto como tú a tu padre.


Intentó aclararse la garganta, pero tenía un nudo que no le dejaba hablar. Paula metió las manos por debajo de su chaqueta y rodeó su cintura.


—¿Es por eso por lo que te metiste en el mundo de la política, para intentar sentirte más cerca de él?


Su cercanía consiguió aflojar la tensión que tenía en la garganta y fue capaz de hablar.


—Por eso empecé mi carrera política, sí. Después descubrí por qué había sido tan importante para él. No se trata de poder. No es eso… La sensación de ser capaz de cambiar las cosas desde la base es increíble. Y eso no es todo.


—¿Qué más hay?


—La verdad es que se ha convertido en un juego tan sucio que nadie en sus cabales querría participar en esta loca competición. Entre los buitres de la prensa y la ferocidad de los rivales, nadie puede llevar una vida tan perfecta y virtuosa como para soportar ese tipo de escrutinio. Tarde o temprano, aparecerá una mancha de sangre en el agua y los tiburones nos rodearán. 

Compromiso Fingido: Capítulo 34

Pedro y Paula pasearon por su playa privada al volver de la fiesta. No podía quitarse de la cabeza que había ido demasiado lejos al decirle a Paula algo tan sugerente antes de abandonar la fiesta esa noche. Quería tener con ella una aventura, pero se daba cuenta de que no iban a tener demasiado tiempo. Estaba convencido de que ella saldría huyendo de ese estilo de vida en cuanto tuviera una oportunidad. Pero todos los besos y caricias que habían tenido que fingir en beneficio de la prensa y los votantes estaban haciendo mella y apenas podía controlar su libido. Le había sugerido dar un paseo por la playa antes de retirarse porque había creído que era la mejor manera de refrescarse un poco antes de acostarse. Sabía que iba a ser una noche muy larga, otra noche que pasaría solo. Deseaba tenerla en su cama, pero sabía que ella sería lo bastante inteligente como para pararle los pies si llegaba el caso. Paula salió corriendo hacia las olas. Riendo mientras saltaba en el agua. La brisa hacía que su chal dorado ondeara y sólo tenía ojos para el tentador cuerpo que ese vestido realzaba de forma sugerente. No había dejado de soñar con esas curvas y sus manos se morían por recorrerlas de nuevo. Se subió la falda del vestido para no mojarla, dejando sus piernas al desnudo hasta medio muslo. Corrió un poco más y después se giró hacia él. Llevaba la melena suelta y le caía salvaje sobre los hombros. 


—¿De qué solías disfrazarte en Halloween cuando eras pequeño?


Su pregunta le sorprendió más que ninguna de las que le habían hecho los periodistas más versados durante esos días de campaña. Se imaginó que tampoco le ayudaba que su mente estuviera en esos momentos completamente bloqueada por culpa de esa mujer.


—¿Cómo? Estoy acostumbrado a preguntas de todo tipo, pero la tuya me ha descolocado por completo, la verdad.


—Entonces supongo que ha sido una pregunta muy buena —repuso ella entre risas—. Es que me estoy dando cuenta estos días de que apenas nos conocemos. Y eso podría ser un problema si nos entrevistan. Por eso te lo he preguntado. Háblame de tu infancia y de cómo celebrabas esas fiestas.


Se quedó callado y pensó en las fotos que su madre guardaba en decenas de álbumes.


—De policía. Me vestía de policía en Halloween.


—¿Y de qué más?


Se quedó pensativo un momento. Después negó con la cabeza.


—Siempre de policía. De nada más. A mi madre le sacaba de quicio. Se empeñaba en hacernos ella misma los disfraces cada año, pero yo siempre le pedía el mismo. Sólo iba cambiando la talla.


—Si querías ser policía, ¿Por qué te metiste en política?


—Y ¿Quién ha dicho que quisiera ser policía de mayor? Sólo porque me disfrazara así de pequeño no quiere decir que… Bueno, de acuerdo, supongo que tu pregunta es lógica. Pero es que los Alfonso nos dedicamos a la política; está unido al apellido. Lo natural era que siguiera por ese camino.


—Pero tu padre estuvo en las Fuerzas Aéreas antes de hacerse senador —le dijo Paula mientras se apartaba el pelo de la cara—. Y tus hermanos han elegido carreras muy distintas.


—Es verdad —repuso él mientras recordaba su infancia y cómo se disfrazaban—. Pero, de un modo u otro, lo que queremos es servir a nuestro país.


—Eso lo podías haber hecho también como policía.


—Mi padre murió…


Noto que Paula aminoraba el paso para quedarse a su lado. No le tocó, pero estaba presente, muy presente.


—Supongo que sería muy duro para tí.


—No llegó a terminar la legislatura…


Le parecía muy triste el concepto de dejar algo inacabado. Su padre no había podido concluir su tiempo en el Senado y Brenda no llegó nunca a recoger su título de licenciada. El suyo fue un compromiso que nunca llegó a realizarse frente a un altar. 

Compromiso Fingido: Capítulo 33

 —Todo va bien —le aseguró—. ¿Por qué no iba ser así? Davis estaba comentándome cómo puedo serte de mayor utilidad en la campaña.


Pedro rodeó su cintura con el brazo y miró a los otros dos hombres.


—Paula no tiene que hacer nada especial, sólo ser ella misma —les dijo.


—Me preocupan mucho ustedes dos —les dijo Leandro.


—Limítate a hacer tu trabajo —repuso Pedro con frialdad—. Si tienes algo más que decir sobre este tema, lo haremos más tarde en las oficinas centrales.


—Tú mandas —contestó Leandro Davis mientras se alejaba de ellos en compañía del otro hombre.


Pedro se quedó mirándolos con gesto suspicaz. Después la miró a ella.


—¿Han dicho algo que te haya molestado?


—No, nada. De verdad. Todo está bien —repuso ella.


Pedro le acarició la mejilla con ternura. Después, y antes de hablarle de nuevo, miró a su alrededor como lo había hecho Leandro.


—Pareces agotada. Y tienes ojeras.


Su preocupación le recordó lo que acababa de decirle Davis y acabó con su paciencia. Tenía los sentimientos a flor de piel y Pedro no le estaba ayudando a controlarse.


—Parece que sabes muy bien lo que decirle a una chica para que se sienta guapa —repuso ella.


—Estás preciosa, pero pareces cansada. Sé mejor que nadie que las campañas electorales pueden ser agotadoras —le dijo Pedro—. Vamos a irnos ya.


—Pero… No puedes irte —repuso ella mirando a la gente que bailaba—. Esta es  tu fiesta.


—Sí, pero puedo irme cuando quiera. Ya estamos en el muelle y hay más gente desembarcando. Aprendí hace mucho que no puedo quedarme en estos eventos hasta el final. Entonces es cuando las fiestas se vuelven locas y eso no favorece en nada la imagen de un político.


Consiguió convencerla. Sonrió y tomó el brazo que le ofrecía.


—Vámonos antes de que la señora Reis se emborrache y cuelgue su sujetador del palo mayor.


—Vaya, ahora no voy poder quitarme esa imagen de la cabeza —le dijo él con sarcasmo.


—Encantada de poder complacerte —repuso ella.


Pedro la miró entonces con los ojos entrecerrados.


—No sabes cuánto me complaces, Paula Chaves, más de lo que te imaginas — le dijo al oído—. Y no sabes cuánto siento haber arruinado la oportunidad de poder complacerte de nuevo.


Sus palabras la estremecieron y se quedó sin aliento. Sabía que Leandro Davis tenía mucha experiencia en la política y tendría sus motivos para decirle que no era el tipo de mujer más conveniente para Pedro. Pero, aunque sólo fuera por esa noche, estaba decidida a llevarse un bello recuerdo de esa historia que pudiera atesorar para siempre. 

jueves, 13 de febrero de 2025

Compromiso Fingido: Capítulo 32

 —Deja que te traiga otro vaso. Quiero pedirte perdón por haberte ignorado durante toda la noche.


—Gracias —repuso ella.


Le agradó ver que no se le había pasado por alto que apenas habían estado juntos esa noche.


Se apoyó de nuevo en la barandilla y se quedó ensimismada mirando a las parejas bailando en la cubierta. La brisa marina le llevaba fragmentos de conversaciones. No prestaba atención, pero tampoco podía evitar escucharlos. Pero algo cambió de repente.


—Esa chica lo ha hecho mejor de lo que esperaba —dijo alguien.


—Pero eso no es decir demasiado —contestó otro hombre—. Tú no esperabas demasiado.


La voz le era familiar, le sonaba haberla escuchado esa misma tarde cuando alguien la llamó para informarla por teléfono de la agenda del día siguiente.


—¿Qué quieres que te diga? —contestó Leandro Davis—. No es el tipo de mujer que habría elegido yo para acompañarle durante la campaña ni tampoco como esposa. No aporta nada a la escena política, sólo esa tímida sonrisa suya. Pero ¿Qué le vamos a hacer? Ya está hecho. Pedro tendrá que jugar con las cartas que tiene. Al menos sabemos que ella no va a eclipsarlo.


Sus últimas palabras le hicieron mucho daño.


—Ana ha hecho un buen trabajo con el cambio de imagen —apuntó el otro hombre—. Ni va demasiado llamativa ni parece una bibliotecaria. El vestido es elegante, pero Paula no parece que vaya disfrazada con la ropa de mamá.


—Ése es otro problema, la edad. ¿En qué demonios estaba pensando Pedro? Ella no debe de tener más de veinticuatro, la presión va a poder con ella.


Ya había oído suficiente. No estaba dispuesta a quedarse allí, escuchando como una asustada e insegura quinceañera. Esas palabras le habían hecho daño y le recordaban de nuevo que no era el tipo de mujer que Pedro debería tener a su lado. Pero tenía que asegurarse de que no supieran hasta qué punto le afectaban ese tipo de comentarios. Se acercó a los dos hombres con paso seguro.


—No tengo veinticuatro, sino veintitrés. Tú, mejor que nadie, deberías saberlo. Pero me alegra ver que, según tus apreciaciones, tengo la madurez de una mujer de veinticuatro —le dijo a Leandro Davis—. A lo mejor tampoco sabes que me licencié con honores en la universidad de Charleston.


—¡Maldita sea! —exclamó Leandro con una mueca—. No te habíamos visto. Lo siento mucho. No debería haber hablado así en un sitio público. Estaba fuera de lugar.


—Acepto la disculpa.


No quería convertir a ese hombre en un enemigo, pero tampoco quería su compasión. Ya sabía ella que no era la mujer que le convenía a Pedro Alfonso.


—Pero me gustaría recordarte un consejo que me dieron hace muy poco tiempo: Nunca digas nada que no quieras ver repetido en algún otro sitio.


—Muy bien —repuso Leandro Davis mientras miraba a su alrededor para asegurarse esa vez de que nadie más lo oyera—. Pero tienes que saber que llevo muchos años en la política y veo que no estás hecha para esto. Martín Stewart es un rival astuto y tu presencia no ayuda a Pedro.


Antes de que pudiera contestar, el propio Pedro apareció a su lado.


—¡Ahí estás! Pensé que te había perdido por culpa de los periodistas —le dijo mientras le ofrecía un vaso—. Aquí tienes, agua con gas y un poco de lima.


—Gracias —repuso ella tomando un sorbo.


Pedro los miró con el ceño fruncido.


—¿Va todo bien?


Paula se concentró en mirar el vaso de agua. No estaba dispuesta a hacer una escena que enfrentara a Pedro con su director de campaña.


Compromiso Fingido: Capítulo 31

Paula no dejaba de mirarlo a los ojos y vio cómo se entreabrían sus labios. Ella se puso de puntillas y tuvo que besarla de nuevo. Rozó suavemente su boca una y otra vez, después mordió sus labios, pero eso no hizo sino acrecentar su deseo. Intentó convencerse de que podían seguir por ese camino, que no tenía nada de malo que exploraran la atracción que sentían. Le tentaba la idea de tener una breve aventura con ella y volver a probar su cuerpo. Pero entonces se abrió la puerta que conectaba con el escenario y el momento se echó a perder. Su director de campaña se acercó deprisa hacia ellos sin molestarse en cerrar la puerta. Se imaginó que los reporteros estarían encantados con la oportunidad de hacerles más fotos juntos.


—Muy bien, tortolitos. Vámonos, tenemos la agenda llena de actos —les dijo Leandro con energía.


Se quedó mirando a Paula mientras ésta seguía al director de campaña. No quería una relación seria ni compromisos de ningún tipo. Por encima de todo, no estaba dispuesto a entregar de nuevo su corazón a alguien. Pero, mientras observaba a esa mujer andando con más decisión y seguridad que nunca, se dio cuenta de que no le iba a ser tan fácil como pensaba alejarse de ella. 


Paula disfrutó contemplando los reflejos que la luna hacía en el agua. Apoyada en la barandilla del barco que en ese momento amarraban al muelle, pensó en las miles de preguntas que había tenido que contestar durante los dos días anteriores. Había saludado a centenares de personas y tomado decenas de bebés en sus brazos. Lo último había sido lo más sencillo porque esos pequeños electores no podían votar. Y no se había dado cuenta hasta la mañana siguiente, cuando vio su imagen en la prensa, que la habían engañado para que participara en uno de los gestos más gastados de toda campaña política. Había sido agotador tener que controlar cada gesto y medir cada palabra, sobre todo cuando Pedro y ella se conocían tan poco. La cena de esa noche había sido muy agradable. El barco proporcionaba un escenario de lo más romántico y la comida había sido deliciosa, aunque no se le pasó por alto que el evento hubiera resultado mucho mejor de haberse podido celebrar en Beachcombers, su restaurante. Lo peor de toda la velada había sido el poco tiempo que había podido pasar con él. Y no sabía por qué eso le disgustaba tanto, sabía que no tenía derecho a sentirse así. Decidió olvidarse de ello y concentrarse en la belleza que la rodeaba. El barco brillaba con mil luces y la decoración de la fiesta era muy elegante. Pedro salió entonces de entre las sombras. Llevaba en la mano un vaso de agua y vió que la miraba de arriba abajo con un innegable gesto de admiración. Recordó entonces que tenía que darle de nuevo las gracias a Ana Alfonso, su hada madrina. Una mujer que había sido lo suficientemente lista como para saber que no era una cenicienta que necesitara disfrazarse de princesa. Se había limitado a aconsejarla sin prescindir de sus gustos. A ella, por ejemplo, nunca se le habría ocurrido elegir un vestido que mostrara sus hombros. Le acomplejaba saber que la escoliosis le había dejado uno más alto que otro y siempre intentaba esconder con tela su defecto. Pero cuando Ana le mostró ese vestido… Era color crema con bordados en hilo de oro. Tenía un profundo escote en pico tanto en la parte delantera como en la espalda. Siempre había soñado con tener un vestido de satén como aquél. Pedro se terminó el agua, como si la visión le hubiera dejado la boca seca.


—¿Cómo es que no estás probando el magnífico champán que sirven en esta fiesta? —le preguntó.


—Me temo que sería un desastre mezclar alcohol con periodistas —repuso Pedro.


—Yo también estoy bebiendo agua, pero con una rodaja de lima. 

Compromiso Fingido: Capítulo 30

Terminó su discurso y el presidente de la asociación donde estaban se acercó al micrófono para invitar a la prensa a participar. Se puso en pie una periodista de mediana edad.


—Señorita Chaves, ¿Por qué no nos cuenta cómo le pidió el congresista Alfonso que se casara con él? ¿Ocurrió antes o después de que aparecieran las reveladoras fotos en los periódicos?


Frunció el ceño al ver que los periodistas no iban a centrarse en los importantes temas que centraban la campaña. Su director de comunicación se puso en pie al oír la pregunta.


—¡Por favor, Leticia! —le pidió Leandro Davis a la periodista—. ¿Por qué no le dan un respiro?


Paula acarició el brazo de su prometido y lo apartó suavemente del podio.


—No pasa nada. Me gustaría responder —anunció.


Notó que Leandro se quedaba sin respiración al escucharla. Y él también estaba preocupado.


—Como podrán imaginarse, Pedro está preocupado por mí y la presión que supone una campaña electoral. No quería que la prensa me atosigara continuamente. Por eso trató de mantener nuestra relación en secreto. Así que resolví el problema pidiéndoselo yo a él.


Todo el mundo se echó a reír y los periodistas anotaban como locos en sus cuadernos. Tenía que admitir que había conseguido responder a la pregunta muy bien sin faltar a la verdad.


—Tendrán que perdonarme, pero el resto de los detalles son muy personales y privados.


Todos rieron de nuevo y Paula esperó pacientemente a que pasara la algarabía.


—Y he aprendido lo suficiente como para saber que siempre hay que intentar terminar con algo positivo, así que no añadiré nada más. Gracias por invitarnos —les dijo ella a modo de despedida.


Se acercó a Paula y, colocando la mano en la parte baja de su espalda, la acompañó hasta la salida del escenario. La puerta se cerró tras ellos y dejaron de oír los aplausos y las cámaras de fotos. Capturó sus labios antes de que pudiera pensar en lo que estaba haciendo. Ella había conseguido embelesarlo por completo en el escenario. Creía que había brillado con luz propia. Se había prometido mantener las distancias por el bien de ella, pero no había tardado demasiado en olvidarse de todo. La tenía de nuevo entre sus brazos y era demasiado duro no aprovechar al máximo ese momento antes de separarse. Y cuando lo hizo, la abrazó contra su torso.


—Has hecho un trabajo excelente respondiendo a esa periodista. 


—Contesté con sinceridad —le dijo Paula mientras agarraba las solapas de su chaqueta.


—Contestaste con maestría —repuso él dando un paso atrás—. Hay que tener talento para hacerlo.


—Ha merecido la pena ver cómo tu director de campaña palidecía y se quedaba sin aliento.


—Esperaba que no te hubieras dado cuenta.


—No tiene ninguna razón para confiar. No sabe nada de mí —le contestó ella frunciendo el ceño—. Por cierto, Pedro, he estado esperando el momento adecuado para preguntarte algo, pero parece que siempre hay gente alrededor y no he tenido la ocasión de hacerlo. ¿Por qué no le has contado la verdad a tu familia?


—¿Por qué no lo has hecho tú?


—No vas a salir del paso contestándome con otra pregunta.


—Casi todo en mi vida es de dominio público, así que intento mantener el resto sólo para mí. Por otro lado, mi familia se preocuparía mucho. Supongo que es por eso por lo que no se lo has dicho tú a tus hermanas.


—Eres muy perspicaz.


Paula se relajó de nuevo contra su torso. Le gustó sentirla tan cerca.


—Siento haberte puesto en esta posición. Si pudiera volver atrás y cambiar las cosas…


Pero no pudo seguir hablando porque la verdad era que no se arrepentía, no lamentaba haber pasado esa noche con ella, incluso después de ver que todo se había torcido en su vida.


Compromiso Fingido: Capítulo 29

Pedro se acercó a su madre y le dió un beso en la mejilla.


—Siempre tan diplomática —le dijo con cariño—. Bueno, voy a ayudar al chófer con las maletas.


Ana entró en la casa y ella la siguió. Vió entonces que el reportaje que había visto en la revista de decoración no le había hecho justicia a ese sitio. Una de las paredes era una inmensa cristalera que iluminaba la sala hasta su alto techo abovedado. Los suelos de madera estaban cubiertos de alfombras persas. Vió dos impresionantes sofás en azul claro y varios sillones a un lado.


—Deja que te enseñe tu dormitorio. La vista del océano es impresionante.


—Tiene una casa maravillosa. Quiero agradecerle de nuevo que deje que me quede aquí. Estoy deseando deshacer mi maleta e instalarme.


—No te preocupes por eso, querida. No vas a necesitar la ropa de tu hermana.


Entraron en un dormitorio lleno de luz y de los aromas procedentes de varios jarrones con flores recién cortadas. 


—No entiendo nada… ¿No me acaba de decir que no tendré que pasar por un cambio de imagen?


—Así es, pero no he dicho que no podamos ir las dos de compras.


Se dió cuenta de que se le daba tan bien jugar con las palabras como a su hijo. Vió que le convenía tener mucho cuidado si iba a vivir unos días con políticos como ellos.


—Todas tus cosas se destruyeron en el incendio —le dijo la senadora—. Es obvio que necesitas ropa nueva, sobre todo después de lo que ha pasado con mi hijo. Además, tendrán que aparecer juntos en muchos actos políticos y benéficos.


—Pero no puedo permitir que Pedro me compre la ropa.


—Tienes que asistir a esos eventos por él. Lo más justo es que se haga cargo de los gastos.


—¿Qué le parece si dejo que Pedro pague la ropa que llevaré a los actos oficiales y yo me encargo de todo lo demás? —le preguntó ella entonces.


—Me parece justo y muy honrado por tu parte.


—El director de campaña de Pedro me ha dicho que los medios van a atacarme continuamente.


—Nadie espera que cambies tu manera de ser. Estamos aquí para encargarnos de que estés cómoda y sigas siendo tú misma. Y lo haremos comprando ropa que tú elegirás y dándote algunos consejos muy útiles para poder enfrentarte a la prensa. Esa mujer cada vez le gustaba más y sabía que eso era un problema. Cualquier lazo que formara con su familia durante esas semanas no iba sino a hacer más complicada su marcha.


Estaba a punto de terminar el que era sólo el primer discurso del día y ya estaba sudando. Pero no podía echarle la culpa a la multitud allí presente, a los focos ni al calor de verano. Si le ardía la sangre en las venas era por culpa de la mujer que tenía sentada a su lado en el escenario. Una joven que no había dejado de observarlo con atención durante todo el discurso. El vestido recto de Paula parecía estar resbalándose permanentemente sobre sus muslos, revelando unas rodillas que ella se empeñaba en cubrir. Era un gesto inocente, pero le dió la impresión de que iba a sufrir un infarto por su culpa. Cuando su madre le dijo que salían a comprar, pensó que se limitarían a trajes conservadores como los de la senadora, pero habían elegido un vestido recto en color verde esmeralda que dibujaba la figura de Paula. Con su pelo rojizo recogido hacia atrás con un simple prendedor, resultaba muy bella y elegante con ese atuendo. Tanto que no podía dejar de mirarla. 

martes, 11 de febrero de 2025

Compromiso Fingido: Capítulo 28

 —Mi casa está allí —le dijo Pedro mientras señalaba un cobertizo para carruajes que se veía entre los árboles.


La casa de Pedro era blanca y con contraventanas azules. Era más grande que la mayor parte de las casas que conocía. Estaba claro que procedía de una familia pudiente. Ella había crecido en la casa de su tía Silvia, rodeada de familias ricas que llevaban décadas viviendo en esa histórica zona de Charleston, pero el estilo de vida de Pedro era completamente distinto. Ver dónde vivía no hizo sino recordarle lo distintos que eran sus orígenes. Subió las escaleras hasta la puerta de entrada en la segunda planta. Se agarró a la baranda y contempló desde allí el agua.


—Estas vistas son increíbles —murmuró.


Pedro se acercó y le pasó de nuevo el brazo por los hombros. Esa vez Paula no fue lo bastante fuerte como para apartarse y echar a perder el bello momento. Intentó convencerse de que lo hacía por si alguien los estaba observando en ese instante. Se preguntó si a su familia le habría contado la verdad. Se imaginaba que sí, pero no se había acordado de preguntárselo. No le extrañó que hubiera engañado al director de campaña. Él confiaba en ese hombre, pero ella había aprendido que era buena idea tener siempre cuidado. Oyó una puerta abriéndose y volvió a la realidad. Se apartó de Pedro y se giró para ver de quién se trataba. Se encontró con una señora que se les acercaba desde la entrada principal. Aunque no la hubiera reconocido después de ver su imagen en los medios de comunicación durante años, no le habría costado saber que era la madre de Pedro. Sus ojos, verdes e intensos, la delataban. Ana Alfonso Zolezzi se acercó a ellos con paso seguro. Llevaba su pelo rubio perfectamente peinado, como si acabara de salir de la peluquería. Debía de tener unos cincuenta años, pero no lo parecía, tenía un aspecto excelente. Llevaba pantalones vaqueros y un jersey de punto rosa con chaqueta a juego. Las perlas no faltaban adornando su cuello. No era como se la había imaginado y le alivió ver que su presencia no la intimidaba tanto como había temido. Llevaba mucho tiempo viéndola en las noticias. Siempre tenía una respuesta inteligente y era firme cuando la cuestión lo requería. La observó en ese instante, mirando a su hijo y después a ella y se dió cuenta de que parecía mucho más dulce y cercana.


—Madre, te presento a Paula —anunció Pedro—. Paula, mi madre.


Ana alargó las manos y tomó las suyas con fuerza. 


—Bienvenida a nuestra casa. Siento mucho que se haya quemado tu restaurante, pero me alegra ver que estás bien y también que Pedro te haya traído para que te quedes con nosotros.


—Gracias por acogerme, senadora.


—Ana, por favor, llámame Ana.


—De acuerdo —contestó ella con poco convencimiento.


No se imaginaba tuteando a una mujer que cenaba casi todos los días con presidentes y senadores. Notó que la madre de Pedro la estaba estudiando sin demasiado disimulo y de arriba abajo. Se imaginó que, si estaba allí, era porque alguien le había pedido que cambiara su imagen.


—Es un placer y un honor conocerla —le dijo con algo de inseguridad.


—¿Te pasa algo, querida? —le preguntó la mujer ladeando la cabeza.


—No, no me pasa nada. Me siento muy agradecida.


—Pero… —insistió Ana.


—¿Está aquí porque el director de campaña le ha pedido que cambie mi imagen?


—¿Por qué iba a hacer algo así? Está claro que mi hijo te ve perfecta tal y como eres.


—Gracias por decir eso.


Lo que le había dicho la senadora parecía implicar que no sabía que el compromiso era una farsa. Le sorprendió que Pedro fuera tan reservado como para no contarle la verdad a su familia. Pero se dió cuenta entonces de que ella había hecho lo mismo con sus hermanas. 

Compromiso Fingido: Capítulo 27

Lo miró con el ceño fruncido. Le entraron ganas de darle un codazo, pero no quería que viera hasta qué punto le afectaba lo que le decía.


—Eso es parte del pasado y ya no es relevante.


—De acuerdo —repuso él—. Bautista y Federico tienen cada uno varias habitaciones en la casa, supongo que podrías llamarlas «Suites». Bautista vive allí desde que se licenció y Federico desde que se separó de su mujer. Juan Pablo está en un piso cerca de la base militar de Charleston. Yo vivo en la antigua casa de carruajes, que se remodeló para hacer allí una vivienda. ¿Te parece bien?


Se dió cuenta de que parecía buena idea. Su cuñado acababa de volver de una misión y, aunque Florencia y David le habían dicho que les encantaría tenerla en casa, no se le olvidaba que estaban recién casados y que tenían que celebrar la noticia del embarazo. Quería darles la oportunidad de estar solos unos días y sabía que sería absurdo tener que conducir entre Charleston y Hilton Head varias veces al día. El plan de Pedro parecía lo más lógico y ella era una mujer práctica.


—De acuerdo, así lo haremos. Gracias. Sólo espero que tus hermanos no se paseen por la casa en calzoncillos.


—Por eso no te preocupes —le dijo él con una picara sonrisa que consiguió estremecerla—. Si los veo de esa guisa, les daré una buena patada en el trasero.


Se quedaron en silencio y Paula se entretuvo mirando por la ventana. Había crecido en Charleston, pero no conocía bien esa zona de la costa. Era una de las más exclusivas de todo el estado. Parecían haber sido capaces de domar la naturaleza sin que fuera evidente. El paisaje era bellísimo. Fueron pasando impresionantes mansiones. Cada una parecía más grande y lujosa que la anterior. Se dió cuenta de que los dueños de esas propiedades se podían permitir hacer lo que quisieran con el paisaje, incluso transformarlo a capricho. Salieron de la carretera principal y siguieron por una sinuosa calle. Desde el coche sólo veía palmeras y cuidados céspedes. Y llegaron poco después frente a una enorme casa blanca, de tres pisos y con tejados Victorianos. Desde allí se podía ver el océano. Distinguió las escaleras que subían hasta el segundo piso, donde un porche ofrecía las mejores vistas desde la casa. Y allí parecía estar también la entrada principal. Ventanas con celosías cerraban la mayor parte de la planta baja, que parecía ser una espaciosa zona de entretenimiento y ocio. Muchas casas de Charleston seguían el mismo tipo de construcción. La verdadera vivienda estaba en las plantas altas para protegerla de las posibles inundaciones que podían traer los huracanes en esa zona del país. Al lado de la mansión había un garaje con tantas puertas que perdió la cuenta. El chófer detuvo el coche a un lado de la casa. No sabía si mirar a las bellas azaleas que tenía tras ella o al océano que tenía delante. Se fijó en una piscina que había entre la playa y la casa. La habían construido para simular una laguna natural entre las rocas y vió que también había un jacuzzi. 

Compromiso Fingido: Capítulo 26

 —Se te da bien escuchar, Paula.


—Y a tí hablar —contestó ella con sinceridad—. Estoy deseando oír todo lo que tengas que decir en esas reuniones de trabajo a las que asistiremos juntos. Estoy convencida de que eres el mejor candidato para ese puesto y haré todo lo que esté en mi mano para que lo consigas.


—Gracias. Lo has dicho como si lo pensaras de verdad.


Se sonrieron sin dejar de mirarse a los ojos. Era muy consciente de que estaban los dos solos en la parte de atrás de un coche y que los separaba del chófer un cristal oscuro. La sensación de intimidad era desconcertante. Llegó incluso a inclinarse hacia él antes de que su mente fuera consciente de lo que estaba haciendo y la detuviera a medio camino.


—¿Qué problema tienes entonces? —le preguntó Pedro mientras acariciaba su ceño fruncido con suavidad.


—No tengo ningún problema en ir a todas esas conferencias y cenas contigo — repuso ella intentando ignorar su caricia—. Lo que me preocupa son temas meramente logísticos. No sé cómo voy a poder ir a Charleston y volver cada día a tiempo para poder asistir a todos los eventos.


—¿Y quién ha dicho que tendrías que ir a Charleston y volver?


Sus palabras la dejaron sin aliento. Se quedó con la boca abierta y el pulso se le aceleró. Podía soportar fingir un compromiso entre los dos, pero irse a vivir con él eran palabras mayores. Lo miró incrédula. Pensó que Pedro debía de haberse bebido todos los licores del mueble bar del coche sin que ella se diera cuenta. Paula llegó a considerar que no sería mala idea después de todo abrir alguna de las botellas que había en el mueble bar. No eran horas de tomarse una copa, pero lo necesitaba. Si la policía no conseguía despejar pronto la carretera, podían estar allí atascados durante horas y no se veía capaz de soportarlo. Tiró del vestido hacia abajo. Había sentido la ardiente mirada de Pedro en sus piernas un par de veces y se sentía incómoda.


—¿Estás sugiriendo que me vaya a vivir contigo? ¡No quiero ni pensar en lo que diría la prensa entonces!


—Pero estamos prometidos —repuso Pedro agarrándola por el codo.


Ella lo apartó deprisa. No quería que la tocara. Ya se había dejado llevar una vez por la atracción que sentía por él y no le había traído más que problemas. Había tenido que verse medio desnuda en la primera página de muchos periódicos.


—¡No seas tozudo, Pedro, y deja de tocarme!


Vió cómo la miraba con los ojos entrecerrados. Se arrepintió de lo que le había dicho. Sabía que sólo había conseguido encender más aún su interés y su espíritu competitivo.


—Así que aún te sientes tan atraída por mí como yo por tí —le dijo él mientras apartaba despacio el brazo.


Estaba claro que le gustaba jugar, pero ella no iba a rendirse.


—Si sigues hablando de esa manera no vas a conseguir convencerme para que vaya a vivir a tu casa.


Pedro le dedicó media sonrisa.


—Tienes razón —repuso él—. Dentro del recinto familiar hay varias propiedades. Allí viven también dos de mis hermanos. Todos tenemos nuestra propia zona. Mi madre y el general viven entre Washington y Carolina del Sur. Él está ahora mismo en el Pentágono, pero mi madre se ha quedado en casa, así que tendremos carabina.


—¿Qué quieres decir con que todos tienen su propia zona? —le preguntó con suspicacia.


Pedro acababa de dejarle claro que ella aún le atraía. Pero no le gustaba la idea de tener una aventura con él cuando llevaba un falso anillo de compromiso. Sabía que era irónico que se hubiera acostado con él antes y no estuviera dispuesta a repetir cuando a ojos de los demás estaban prometidos, pero así era como se sentía.


—¿Es que tienen todos su propia suite en la misma casa? Aun así, me imagino que tendréis que veros por las mañanas —le dijo ella.


—Pensé que el otro día te enfadaste conmigo por todo lo contrario, por no quedarme a desayunar. 

Compromiso Fingido: Capítulo 25

Carraspeó para aclararse la garganta y concentrarse en el tema del que estaban hablando.


—¿Dónde estaban esos terrenos?


—En la playa de Myrtle —repuso él.


Era un lugar de veraneo exclusivo, donde las familias más pudientes del estado se construían sus mansiones.


—Eso explica muchas cosas… —comentó ella.


Le llamó la atención que quitara importancia a la manera en la que su familia se había hecho rica. Pero una riqueza así no crecía sola.


—Explica muchas cosas, pero no todo —insistió ella—. Muchas familias se gastan las herencias antes de que llegue la siguiente generación.


—Hemos invertido ese dinero de manera bastante inteligente durante décadas —reconoció Pedro mientras jugaba con los gemelos de su camisa.


Parecían antiguos. Se acercó más y vió que tenían las iniciales de su padre.


—Siempre hemos vivido bien, pero sin perder el norte y pendientes de que los bienes fueran creciendo.


—Muy inteligente. 


Pensó en muchas maneras de incrementar una cartera tan importante como la de los Alfonso. Después de todo, ése era su campo de trabajo. Envidió a la persona que se encargara de jugar con todo ese dinero.


—Las familias crecen. Así que siempre hay que alimentar los ahorros familiares para que no vayan haciéndose cada vez más pequeños.


—Así es —le dijo él—. Hemos tenido la suerte de poder elegir las profesiones que nos gustaban sin tener que preocuparnos por el dinero.


Le emocionó que apreciara lo que tenía y la fortuna de poder tener esa vida. Le gustaba todo lo que iba descubriendo en él y se dió cuenta de que debía tener mucho cuidado con ese hombre si no quería salir herida.


—Es admirable que todos penséis así cuando podíais haber elegido tener una vida fácil, de lujo y diversión.


El conductor frenó de repente. Estaban metidos en un atasco por culpa de un accidente. Iban a tardar más de lo que se había imaginado y decidió que lo mejor que podía hacer era mantener viva la conversación.


—Te podías haber dedicado simplemente a viajar y ver mundo. A nadie le habría extrañado que lo hicieras —le dijo.


—Supongo que podría hacer ese tipo de locuras, pero no es mi estilo. Me gusta jugar al golf tanto como a cualquiera —le comentó mientras señalaba un campo lleno de golfistas—. Pero no soy lo suficientemente bueno como para dedicarme a ese deporte de manera profesional. La política me mantiene en contacto con el resto del mundo, hace que siga siempre con los pies en la tierra. Mi hermano Juan Pablo dice lo mismo de su trabajo en las fuerzas aéreas.


La conversación no iba según lo previsto. No le estaba ayudando. Todo lo contrario, cada vez le gustaba más. Rezaba para que salieran pronto de ese atasco. Antes de que hiciera alguna tontería.


—¿Y tu hermano Federico?


—Él es abogado, experto en temas económicos. A él tenemos que agradecerle tener un futuro más que seguro.


—¿Y Bautista?


—Aún no sabemos que hará con su vida —repuso Pedro con una sonrisa algo tensa.


—Es el más joven, ¿Verdad? —preguntó ella—. Creo que leí no hace mucho que acababa de terminar sus estudios en la universidad.


—Así es, pero eso no es excusa para que se dedique únicamente a divertirse y viajar —repuso Pedro con el ceño fruncido—. No sé cómo mis padres han podido criar a un hijo que les ha salido vividor.


Se quedó callada al escucharlo. Se estaba dando cuenta de que Pedro Alfonso no era sólo un hombre atractivo, rico y con carisma para la política. Había mucho más. Cada vez se sentía más atraída por él. Era como si tuviera un magnetismo especial que la afectara aunque no lo estuviera tocando. 

jueves, 6 de febrero de 2025

Compromiso Fingido: Capítulo 24

Quería que Pedro entendiera de una vez por todas que su orgullo y sus valores no permitirían que aceptara ni un céntimo de él. Pero se dió cuenta de que había sido demasiado dura y le sonrió.


—De todas maneras, gracias por la oferta. Eres muy generoso.


—No lo creas. La verdad es que la cantidad que necesitas es insignificante para mí.


Le hizo una mueca al escuchar sus palabras.


—¿Por qué has sentido la necesidad de convertir tu generosa oferta en un comentario tan fuera de lugar?


—No estaba presumiendo, es que es la verdad.


Se imaginó que quizás fuera así, pero eso no cambiaba nada, seguía sin querer aceptar su dinero. No le parecía apropiado aceptar ese tipo de ayuda de un hombre con el que se había acostado. Ya había ignorado muchos de sus valores para aceptar ese falso compromiso y no estaba dispuesta a ir más lejos.


—Veo a mucha gente rica por Beachcombers que escatiman céntimos en las propinas a las camareras. He visto lo suficiente como para saber que riqueza y generosidad no siempre van unidas.


—Como ya tengo suficientes debates en mi agenda, no rebatiré esa amable definición de mi carácter que acabas de brindarme.


Se mordió el labio para no decir nada más y se entretuvo contemplando el tráfico por la ventanilla. Lo último que quería era seguir hablando sobre las muchas cualidades que poseía ese hombre. Eso no iba a ayudarla en absoluto. Pedro alargó un dedo hacia ella y le tocó la frente.


—Un céntimo por tus pensamientos —le dijo.


Forzó una sonrisa.


—¿Un céntimo? ¿No puedes mejorar esa oferta? Pensé que eras millonario…


Pedro se echó a reír. Un sonido que la afectó tanto como sentir sus brazos de repente sobre los hombros. Se estremeció y un fuerte deseo se despertó dentro de ella. Siempre le había atraído ese hombre, pero le era más difícil controlarse después de saber cómo era compartir una noche de pasión con él y hasta dónde podía llevarla cuando estaba dentro de ella. Se inclinó hacia delante para apartarse de él.


—No hay necesidad de seguir con las muestras de cariño. No hay nadie aquí que nos pueda hacer una foto.


Pedro apartó el brazo muy despacio, pero seguía mirándola con sus ojos de niño travieso. Era un seductor nato y lo sabía mejor que nadie.


—No pretendía excederme —le dijo. 


—Acepto tu disculpa.


No le gustaba ser tan fría y seca, pero no podía hacer otra cosa. Le costaba ser fuerte cuando no la tocaba, pero si le ponía la mano encima, ya no sabía cómo salir de la situación. Le había encantado que la acariciara toda la noche, pero no había podido superar aún cómo había hecho que se sintiera a la mañana siguiente.


—Entonces, ¿Cuánto valen tus pensamientos?


—La verdad que ahora mismo los estoy repartiendo gratis —le dijo ella para intentar cambiar de conversación y llevarla a un terreno más seguro—. Me estaba preguntando algo… Pero me temo que no es de buena educación decírtelo.


—Soy político, he aprendido a soportar todo tipo de comentarios y preguntas.


A ella le hubiera encantado tener ese talento.


—Muy bien —comenzó ella con más confianza—. Supongo que es deformación profesional. La contable que llevo dentro se estaba preguntando cómo habría conseguido tu familia hacerse con una fortuna tan importante.


—La verdad es que ha sido cuestión de suerte —le dijo él mientras se rascaba la barbilla—. Mi bisabuelo compró unos terrenos que se vendieron muy bien años después. Pero fue pura suerte, la inversión podría haberle salido mal.


No podía dejar de mirar cómo movía la boca mientras hablaba. Recordaba con demasiada exactitud cómo esos mismos labios habían explorado su piel la otra noche, deteniéndose en las partes más sensibles. 

Compromiso Fingido: Capítulo 23

Y no se refería al falso compromiso, sino a la elección de su anillo. Era exactamente como había soñado siempre que fuera. Pero ya nunca podría tenerlo porque ese tipo de sortija siempre le recordaría a Pedro Alfonso y el daño que ese hombre le había hecho. Pensó en cómo había salido de puntillas de su dormitorio. Temía que saliera con la misma facilidad de su vida cuando esa relación ya no beneficiara su carrera política. Le disgustaba pensar así de él, pero ése era el aspecto que le había mostrado hasta el momento, el de un político interesado. No creía que Pedro fuera un político al uso, pero sabía que se le daba bien hacer cambiar lo que hiciera falta para que todo saliera según le convenía. Sabía que tenía que mantener eso siempre presente para poder superar esa situación. Se metió en la parte de atrás del coche. El chófer cerró la puerta tras ella. Era un automóvil muy lujoso, con suaves asientos de piel. Había un pequeño televisor encendido frente a sus asientos en el que podían ver un canal que sólo mostraba informativos durante las veinticuatro horas del día. Pedro tiró su maletín al suelo y se abrochó el cinturón.


—Menos mal que ya ha pasado todo. Creo que tendremos tiempo para hablar un poco antes de que lleguemos a mi casa.


—¿Tu casa?


—Sí, deberías ir y familiarizarte con ella —repuso él—. Sería extraño que no conocieras la casa donde vivo.


—Claro, es verdad. 


Intentó fingir indiferencia, pero le molestó que la única razón que tuviera Pedro para llevarla a su casa fuera algo tan práctico como lo que le había explicado.


—Entonces, ¿Por qué no ha venido también con nosotros tu director de campaña? ¿Dónde está ahora?


—No lo sé —repuso Pedro encogiéndose de hombros.


—Pensé que quería comentarme algunos detalles de la agenda para los próximos días —le dijo mientras se cruzaba la chaqueta sobre el vestido.


Florencia le había prestado un vestido con estampado floral para la rueda de prensa. Pero su hermana no tenía tanto pecho como ella y le quedaba demasiado ceñido. Y tener la pierna de Pedro rozando las suyas no estaba ayudándole a sentirse más cómoda. Se moría por estar de nuevo entre sus brazos y sentir sus caricias. Se dió cuenta de que necesitaba comprarse ropa cuanto antes. Creía que eso era lo que debería haber estado haciendo en vez de ir a la joyería a por un anillo de compromiso.


—Hablé con Leandro y decidimos que ya te informaría yo. Él tiene mucho trabajo —le explicó Pedro mientras abría su maletín y sacaba una agenda—. Tengo un discurso mañana por la mañana en una asociación, es una especie de desayuno de trabajo. Por la tarde tengo una reunión con el equipo de mi campaña. El sábado por la noche, hay una cena para recaudar fondos. Tendrá lugar en un barco.


Dejó de leer para mirarla. Pedro no tenía ni idea de hasta qué punto le afectaba tenerlo tan cerca. Creía que si los paparazzis no hubieran conseguido esas fotografías tan comprometedoras, podría haber seguido con su vida. Sabía que se habría quedado muy decepcionada con él, pero al menos no tendría que intentar controlar continuamente la atracción que sentía por él.


—¿Paula? —dijo él mirándola a los ojos—. ¿Me estás escuchando? ¿Tienes algún problema con estos eventos? No tienes que asistir a todos los actos. No es como si fueras la esposa del candidato.


—Claro que quiero ir. La verdad es que es fascinante poder estar involucrada en todo esto. Además, ahora mismo estoy sin trabajo. Todo está parado en Beachcombers hasta que la compañía de seguros tase los daños y nos pague.


Hizo todo lo posible por no llorar, pero lo único que quería era gritar desesperada. Toda su vida estaba fuera de control y a ella le gustaban las cosas simples, sin complicaciones. Y Pedro Alfonso era todo lo contrario. Vió que la miraba con preocupación.


—Podría prestarte dinero y…


—¡Ya basta! ¡Deja de ofrecerme dinero! —le dijo con algo más de intensidad de la que habría querido comunicar.