jueves, 30 de enero de 2025

Compromiso Fingido: Capítulo 16

 —Vamos a mi dormitorio. He estado separando alguna ropa que puede servirte hasta que puedas comprarte más. Tú eres más alta, pero creo que he encontrado algunas cosas que te sentarán bien.


Entraron en la habitación y se quedó perpleja al ver lo que Florencia había hecho. Parecía haber sacado toda la ropa de sus armarios y había tantos montones por todo el dormitorio que apenas había espacio para pasar, era como un mercadillo.


—Eres demasiado generosa, te has tomado muchas molestias.


—No te preocupes —repuso Florencia mientras se acariciaba el estómago—. Después de todo, dentro de nada no voy a caber dentro de esta ropa. Por cierto, no tengo la gripe.


Se quedó con la boca abierta. Se sentía muy feliz por su hermana, aunque también un poco celosa.


—¿Estás embarazada?


Florencia asintió con la cabeza.


—De dos meses y medio. David y yo no se lo hemos contado aún a nadie. Habría comentado algo antes, pero estaba tan conmocionada con la noticia que me ha costado hacerme a la idea. No queríamos tener hijos tan pronto, pero la verdad es que estoy muy contenta.


—¡Felicidades! —exclamó mientras la abrazaba de nuevo—. Estoy tan feliz por tí.


Y era cierto. Sus dos hermanas habían empezado a construir sus vidas y estaban formando sus propias familias. Se sentía feliz por ellas, pero también añoraba tener lo mismo. Esperaba que llegara algún día y soñaba con encontrar a un hombre que le pidiera que se casara con ella por amor, no por razones prácticas o para acallar a los medios de comunicación.


—Bueno, ¿No tienes nada que contarme? —le dijo entonces su hermana.


—¿Qué?


Florencia fue hasta su cama y tomó un periódico que había sobre ella.


—¡Dios mío, chica! No podía creer lo que estaba viendo. ¿De verdad te has acostado con Pedro Alfonso?


—Gracias por el voto de confianza.


Sabía que no era el tipo de mujer que solía acompañar a un hombre como Pedro, pero le dolía oírlo por boca de su hermana. Por eso no creía que la prensa fuera a tragarse que había algo serio entre ellos aunque anunciaran que estaban comprometidos.


—Me ha sorprendido porque no sabía nada. No tenía ni idea de que se conocieran tan bien —repuso Florencia mientras buscaba las fotos más escandalosas—. Aunque, viendo estas imágenes, me he dado cuenta de que me has estado ocultando muchas cosas. No entiendo cómo no me contaste nada cuando te llevé la ropa al hospital —añadió con algo de dolor en su tono. 


—Lo siento. Tienes razón, pero es que no nos conocemos tan bien. Ya has leído todo lo que hay que saber. No hay nada más. Nos hemos visto de vez en cuando para preparar cenas y reuniones relacionadas con la campaña electoral. Lo de esa noche fue… Bueno, fue algo…


—¿Espontáneo?


—Creo que ninguno de los dos nos paramos a pensar.


—Bueno, me alegra que tú estés bien.


—¿Qué quieres decir?


—Que esto puede ser un duro golpe para Pedro. Todo está muy igualado en las encuestas —comentó Florencia mientras tomaba un montón de camisetas que había pintado ella misma—. Espero que su oponente no consiga sacar partido de esto en un momento en el que unos pocos votos pueden marcar la diferencia. Hay temas muy importantes en juego. Ya sabes que Martín Stewart no tiene muy buena reputación, durante su legislatura redujo drásticamente los fondos de las agencias de adopción y acogida de niños.


Habían estado siguiendo de cerca las elecciones y las tres hermanas habían apoyado desde el principio a Pedro Alfonso, era el candidato que más importancia daba la situación de los menores.


Compromiso Fingido: Capítulo 15

Paula esperó a que su hermana Florencia bajara y se entretuvo contemplando cómo Pedro se alejaba de allí en coche.Había sido su primera proposición de matrimonio, pero no había dejado de ser toda una farsa. Recobrada ya de la impresión que le había producido que se lo pidiera, tenía que reconocer que había sido un detalle que a él le preocupara su reputación hasta ese punto. Le parecía una noción bastante anticuada. Pero, después de todo, él pertenecía a una familia tradicional que siempre había seguido las reglas sociales. Le resultaba irónico que Florencia hubiera pasado a formar parte de ese mundo. La familia de su marido era una de las más conocidas de Charleston. La mansión familiar de los Alfonso en Hilton Head era bastante más moderna que la de Florencia. Recordaba haber visto las fotos en una revista de decoración. La casa concentraba todo el poder y los privilegios que los sureños ricos habían tenido desde antes de la guerra civil. Su creativa hermanastra había aportado a su hogar un toque ecléctico y distinto que contrastaba con la histórica mansión. Había mezclado lo antiguo y lo moderno, muebles de madera oscura con alegres y coloridos cuadros. Las serias y pesadas cortinas habían sido sustituidas por ligeras contraventanas de madera blanca que dejaban pasar la luz pero daban la necesaria intimidad. Atravesó el salón, pasó al lado del gran piano y se detuvo frente a la mesa donde su hermana había colocado varios retratos. En uno estaban Florencia y David el día de su boda. En otro estaba la nueva suegra de su hermana, sentada en un sillón con apariencia de trono y sosteniendo un gato en su regazo. Se fijó en una tercera. Eran Florencia, Romina y ella misma frente a la fachada de Beachcombers, el día que abrieron oficialmente el negocio de hostelería en la vieja casa. Ya habían pasado tres años. Sabía que la mayor parte de los restaurantes fracasaban durante el primer año, pero ellas habían conseguido superar esa primera etapa a pesar de no contar con ninguna experiencia en ese campo. A sus clientes, entre los que se encontraban las mejores familias de Charleston, les gustaba celebrar sus fiestas en Beachcombers. A todos les atraía la posibilidad de tener un escenario tan histórico, suntuoso y típicamente sureño en el que poder festejar sus acontecimientos familiares. Florencia las había convencido para redecorar la mansión y habían conseguido crear un ambiente muy especial. Romina, por otro lado, había aportado su talento en la cocina. Y ella era la encargada de administrar el negocio. Su madre había gastado casi todo su dinero en las niñas que había ido acogiendo, pero les había dejado un legado de amor inestimable. Tomó un retrato de tía Silvia, como la habían llamado siempre. La mujer había perdido a su prometido por culpa de la guerra de Corea y juró que nunca se casaría con otro hombre. Fue entonces cuando decidió quedarse en la casa donde había crecido y usar su herencia para que niñas huérfanas o abandonadas pudieran tener un hogar. Muchas habían llegado a la casa y se habían vuelto a ir algún tiempo después, adoptadas por otras familias o de regreso con sus padres. Florencia, Romina y ella habían sido las únicas que se habían quedado. Echaba mucho de menos a tía Silvia. Sobre todo en esos momentos, cuando tanto necesitaba sus consejos y su sentido común. A esa mujer nunca le había importado lo que otras personas pensaran de ella, y eso que había tenido que enfrentarse a sus vecinos cuando vieron cómo llevaba a su casa, en medio de un lujoso barrio, a algunas adolescentes más que problemáticas. Escuchó pasos en la escalera y eso la sacó de su ensoñación. Se dio la vuelta y se encontró con su hermana corriendo hacia ella.


—¡Bienvenida! Perdona que no estuviera lista para recibirte.


—No pasa nada —repuso ella mientras la abrazaba—. Tu asistenta me ha dicho que tienes algo de gripe, ¿Estás bien?


—Nada serio, de verdad.


Quería a esa mujer como si fueran hermanas de sangre. Las tres estaban muy unidas. Florencia tomó su brazo y la llevó hacia las escaleras. 

Compromiso Fingido: Capítulo 14

 —Deja de hacer eso. Lo último que necesitamos es darles la oportunidad de hacernos más fotos comprometedoras y alimentar los cotilleos.


—Entonces, conviértete en mi prometida —le dijo Pedro entonces.


—No.


—Haré que te merezca la pena —repuso él con un seductor guiño.


Se cubrió las orejas con las manos.


—No sigas por ahí, mis oídos no están hechos para ese tipo de comentarios.


Pedro se echó a reír, agarró una de sus manos y se la bajó.


—Muy graciosa.


—Espero que haya quedado clara mi respuesta.


—Paula, eres una mujer práctica. Por el amor de Dios, si eres contable. ¿No ves acaso que es lo mejor que podemos hacer?


«¿Soy práctica? ¿Es eso lo que le gusta de mí? ¡Qué romántico!», pensó ella.


—Gracias, pero creo que prefiero enfrentarme sola a la prensa —le dijo mientras intentaba que le soltara la mano. 


Pero no tuvo tanta suerte. Pedro no iba a dejar que se apartara y siguió torturando su mano con sutiles caricias hasta que llegaron a la casa de su hermana. Lo primero que vió fue la pancarta que Florencia tenía en el jardín de su casa, era de apoyo a la candidatura del congresista Alfonso en su carrera hacia el Senado. Después miró Beachcombers y se olvidó de todo, de su enfado y de la pasión que habían compartido dos días antes. Su casa, esa vieja conocida, la esperaba con un aspecto triste y desolador. La fachada blanca estaba cubierta de hollín, casi todas las ventanas estaban rotas y alguien había clavado tablones para cubrirlas. El cuidado césped había quedado destrozado. Había barro por todas partes y se distinguían las profundas marcas que habían dejado los camiones de bomberos. Sabía que acabaría por echarse a llorar si seguía mirando. Pero tampoco podía apartar la vista porque entonces se sentía como si estuviera abandonando a un amigo. Se dió cuenta de que tenía problemas mucho mayores que su reputación y que la absurda necesidad que parecía sentir por repetir aquella noche de pasión con un hombre que sólo podía complicar aún más su vida. Tenía que calmarse y tomar conciencia de lo que había pasado. Su prioridad en ese momento era reunirse con sus hermanas para hablar de lo que había ocurrido y de qué debían hacer a partir de ese momento. Y, decidieran lo que decidieran, no quería que Pedro Alfonso estuviera implicado de ninguna manera en su futuro. Apartó de nuevo su mano para dejarle muy claro con su gesto que se negaba a lo que le estaba sugiriendo. 

Compromiso Fingido: Capítulo 13

 —La prensa no te va a dejar en paz. Llevan muchos años intentando casarme.


—Soy fuerte —repuso ella con algo de temblor en la voz—. Puedo esperar a que se cansen. 


No podía soportar esa situación. Se sentía fatal. Ella no merecía eso. Todo aquello era culpa suya y debería ser él quien acarrease con las consecuencias de sus actos. Fue entonces cuando pensó de repente en la solución. Acababa de comprobar que para ella sería mucho más fácil sobrellevar aquello si lo tenía a su lado. Se le había ocurrido la manera perfecta de mantenerla cerca y conseguir que los cotilleos dejaran de ser negativos. Ya había tomado la decisión y no se lo pensó más.


—Hay una manera mucho más rápida de acabar antes con los rumores.


—¿Cómo? —preguntó Paula.


Se dió cuenta de que la joven estaba hecha un manojo de nervios. Se paró ante un semáforo en rojo, era su oportunidad. Colocó el brazo sobre el respaldo de ella y la contempló con su mirada más seductora y persuasiva.


—Nos prometeremos.


—¿Prometernos? —repitió ella con los ojos como platos.


Aquello consiguió despertarla del todo. Se incorporó aún más en su asiento.


—No hablarás en serio. ¿No crees que contraer matrimonio para apaciguar a la prensa es un poco extremo?


«Matrimonio», se repitió él. La palabra lo atravesó como un puñal. Era tan reacio como ella a pasar por el altar. El semáforo se puso en verde y agradeció la oportunidad de apartar de ella la mirada para concentrarse de nuevo en la carretera.


—No llegaremos a tanto. Cuando la novedad del compromiso pase, nos limitaremos a romper de manera discreta. Podemos incluso darle la vuelta a la tortilla y decirles que la presión de los medios puso mucha tensión en nuestra relación.


No le gustaba tener que mentir. Estaba muy orgulloso de sus valores y de su honestidad, pero no quería que la reputación de Paula se viera dañada por culpa suya.


—Organizaremos una rueda de prensa para hacer público el compromiso —le dijo entonces.


Paula se cruzó de brazos. Lo miraba con los ojos brillantes y mucha determinación.


—Congresista Alfonso, está claro que has perdido por completo la cabeza. No vas a conseguir poner un anillo de compromiso en mi dedo. ¡Por encima de mi cadáver!


Paula se dió cuenta nada más decirlo que había vuelto a provocarlo, arrojándole un guante que él no podía rechazar. Se agarró al suave asiento de piel de su lujoso coche y no se le pasó por alto que en los ojos de ese hombre había un brillo especial. La gente como él parecía crecerse con los retos.


—Pedro, te agradezco mucho que te preocupe mi reputación —le dijo para intentar suavizar su comentario anterior—. Pero el hecho de que hayamos compartido una noche de sexo no me convierte en tu responsabilidad. Igual que yo tampoco soy responsable de tí.


Pedro debió de ver que estaba agarrando con fuerza el asiento porque le retiró la mano y no la soltó mientras conducía a toda velocidad por la carretera. Apartó la mirada y se entretuvo mirando las casas con bellos porches de madera que iban pasando. No quería concentrarse en lo agradable que era sentir su cálida piel ni en cómo le estaba acariciando la muñeca con el pulgar. Su piel era áspera y le recordó los artículos que había leído en las revistas sobre cómo él ayudaba a construir casas para los más necesitados. Había conseguido endurecer su piel y fortalecer sus músculos de la mejor manera posible, siendo un político honesto y un hombre comprometido con los más desfavorecidos. Las caricias consiguieron acelerar su traicionero corazón y no le costó darse cuenta de que él lo había notado. Pedro sonreía de nuevo. Apartó deprisa la mano y la guardó bajo la pierna. 

martes, 28 de enero de 2025

Compromiso Fingido: Capítulo 12

 —La prensa va a perseguirte para conseguir más información. Nadie se imagina lo duro que es hasta que pasa por ello. ¿Sabes cuántos periodistas te esperan ahí afuera?


—Cuando llegue mi hermana a buscarme, saldremos juntas por la parte de atrás del hospital.


Se rascó la parte de atrás de la oreja antes de contestarle.


—No es tan sencillo. Tu hermana no va a venir.


—¡Deja de rascarte!


No entendía nada.


—¿Cómo has dicho?


—Que dejes de rascarte —repitió Paula—. Es tan obvio… Te rascas así la oreja cada vez que intentas eludir una pregunta. ¿Qué es lo que estás escondiendo…? 


Paula se quedó callada. Después lo miró con cara de pocos amigos.


—Espera un momento. Has dicho que mi hermana no va a venir, ¿No?


Era la primera vez que alguien le decía que tenía un gesto incriminatorio. No sabía cómo se le podía haber pasado por alto algo así al director de campaña y al resto de su equipo. Hizo una nota mental para intentar corregirlo en el futuro. En ese instante, sin embargo, tenía un problema mucho más grave. Debía tranquilizar a una mujer que estaba más que enfadada con él.


—Su marido y yo hemos pensado que sería más seguro para ella que no tuviera que venir y lidiar con la multitud de medios que hay allí afuera.


—¿Lo han decidido entre David y tú? Veo que habéis estado tan ocupados como tu director de campaña —protestó Paula mientras recogía su bolsa de viaje—. Tomaré un taxi.


—No digas tonterías. Mi coche está estacionado frente a la puerta trasera.


Lo miró con cara de frustración, pero acabó por rendirse con un sonoro suspiro.


—De acuerdo. Cuanto antes salgamos, antes podré dejar atrás todo esto.


Bajaron por el ascensor sin más problemas. Pero cuando fueron a abrir la puerta de servicio, se encontraron con cuatro fotógrafos listos para acribillarlos con flashes y preguntas. Escudó a Paula como mejor pudo y la llevó casi en volandas hasta el coche. Sabía que más fotos de ellos dos no iban a ayudar a que el tema se olvidara, pero se alegraba de haber estado allí para que ella no tuviera que pasar sola por ese trago. Tuvo que abrirse camino entre los periodistas, pero finalmente consiguió acceder al asiento del conductor. Cerró la puerta con cuidado de no hacerles daño, pero con firmeza. Paula se dejó caer sobre el asiento, parecía hundida.


—¡Dios mío! Tenías razón, no pensé que iba a ser tan desagradable.


—¿Desagradable? —repitió él mientras aceleraba—. Siento decírtelo, pero eso no ha sido nada y no creo que vayan a dejarnos tan fácilmente. Van a fisgonear hasta descubrir todo tu pasado.


Vió que Paula palidecía, pero reunió fuerzas para incorporarse en su asiento.


—Bueno, supongo que tendré que comprarme unas buenas gafas de sol y algunos sombreros —comentó ella.


Le gustó ver que tenía agallas, sobre todo porque sabía que todo lo que estaba pasando iba a ser mucho más duro para ella que para otras personas.


Compromiso Fingido: Capítulo 11

Pedro tuvo que usar todo su autocontrol para no montar en cólera cuando vió el periódico. Lo apretaba en su puño mientras subía en el ascensor de camino a la habitación de Paula. Se había imaginado que la prensa averiguaría lo que pudiera sobre ella y lo que había pasado. Era algo con lo que había tenido que vivir siempre. Casi siempre había aprovechado esas oportunidades para decir lo que opinaba de una manera calmada y articulada. Pero, en ese instante, habría sido incapaz de hacerlo. Desenrolló el periódico y volvió a mirar las fotografías inculpatorias que ilustraban la primera página. Un reportero había conseguido de alguna manera captar fotografías de la noche que había pasado con Paula. Había fotos muy íntimas que no dejaban demasiado a la imaginación. La menos escandalosa era la que el fotógrafo había obtenido mientras se despedían en la puerta. Ella sólo llevaba puesta una bata y el casto beso que él le había dado en la mejilla parecía algo mucho más apasionado desde el ángulo del paparazzi. El resto de las fotos era mucho peor. Una imagen captada con teleobjetivo a través de una de las ventanas reflejaba el momento en el que los dos salían al pasillo camino del dormitorio de Paula, sin dejar de besarse y desprendiéndose rápidamente de la ropa. Se preguntó si ella habría visto ya las fotos o si alguien le habría hablado de ellas. Iba a saberlo en cuestión de segundos. Al llegar a la habitación de la joven, asintió de nuevo para darle las gracias a la enfermera y llamó a la puerta.


—Soy yo —dijo a modo de saludo mientras empujaba una puerta que ya estaba entreabierta.


Paula estaba sentada al lado de la ventana. Llevaba vaqueros y una camiseta. Las prendas abrazaban las curvas que él soñaba con acariciar de nuevo. Ella hizo un gesto con la cabeza para señalar el periódico que llevaba en la mano.


—Es el escándalo político del año. Menuda exclusiva… —le dijo.


Sus palabras contestaron una de sus dudas. Estaba claro que había leído los periódicos. 


—No sabes cuánto lo siento.


—Me imagino que tu director de campaña aún no se ha levantado, ¿No? — preguntó ella con amargo sarcasmo y con mucha frialdad.


—Lleva despierto desde las cuatro de la mañana, cuando alguien le llamó por teléfono para informarle sobre lo que estaba a punto de salir a los quioscos.


—¿Y no se te ocurrió pensar que habría sido buena idea contármelo a mí también?


Mantenía la voz más o menos controlada. Pero sabía que estaba furiosa.


—Te habría llamado, pero había sobrecarga en la centralita del hospital.


Paula cerró con fuerza los ojos y suspiró. Segundos después, soltó los reposabrazos del sillón en el que estaba sentada y lo miró.


—¿Por qué le importa tanto a la prensa con quién te acuestas?


No podía creer que fuera tan ingenua como para hacerle esa pregunta. Le contestó levantando una ceja.


—Por supuesto —repuso ella.


Se puso en pie y comenzó a dar vueltas por la habitación como una leona en su jaula.


—Claro que les importa. A la prensa le interesa cualquier cosa que haga un político, sobre todo si procede una familia adinerada. Aun así, ¿Por qué tiene eso que afectar a las encuestas? Eres joven y sin compromiso. Yo soy soltera y mayor de edad. Nos acostamos. ¡Vaya cosa!


—No sé si leerías lo que pasó con mi última relación. Mi ex novia reaccionó muy mal cuando rompí con ella y se lo dejó bien claro a la prensa. Lo que no dijo nadie fue que ella me había estado engañando mientras yo estaba en Washington trabajando. Eso no les importaba…


Sabía que tenía que prepararla para lo que le esperaba fuera de esa habitación. 

Compromiso Fingido: Capítulo 10

 —Tengo problemas mucho más graves en mi vida ahora mismo que pensar en con quién me he acostado.


—Claro, lo entiendo.


—Tengo que encargarme de los daños en la tienda, hablar con mis hermanas, ocuparme de dar los partes a la compañía de seguros…


Era una empresaria muy competente y profesional y quería que la respetara por eso. No quería darle pena.


—Muy bien —repuso él levantando las manos en señal de rendición y con media sonrisa en la boca—. Veo que de verdad quieres que me vaya.


No entendía cómo había conseguido Pedro cambiar las cosas para que fuera ella entonces la que se sintiera culpable. Estaba segura de que era alguna técnica que aprendían todos los políticos. De un modo u otro, hizo que se sintiera como una bruja. Respiró profundamente e intentó tranquilizarse. Incluso llegó a sonreírle también.


—Lo de anoche estuvo… Estuvo bien, pero ahora hay que volver a la realidad.


Pedro levantó una ceja al escucharla.


—¿Bien? ¿Crees que la noche de pasión que compartimos estuvo bien? ¿Nada más? 


Demasiado tarde, se dió cuenta de que le había dado en su talón de Aquiles. Pedro Alfonso era un hombre competitivo, ésa era su forma de vida y no parecía dispuesto a conformarse con su comentario. Fue hacia la ventana y se distrajo mirando por ella. No quería mirarlo a los ojos, a pesar de que eso era lo que deseaba hacer. Quería ver si volvía a mirarla con la misma pasión de la noche anterior. Su presencia le afectaba demasiado, sobre todo después de todo lo que le había pasado y no sabía si iba a poder mantener el control por más tiempo.


—Pedro, necesito que te vayas, por favor —repuso ella mientras jugaba con el lazo de satén que decoraba uno de los centros de flores.


El tejido del lazo le recordó al camisón que había echado a perder de manera tan tonta esa misma madrugada.


—Por supuesto —murmuró él con voz sugerente.


Escuchó dos pasos fuertes y seguros y supo que estaba detrás de ella. Pudo sentir el calor de su aliento cuando le habló de nuevo.


—Siento mucho lo de la prensa y no haber sido capaz de mantener las distancias cuando debía haberlo hecho. Pero nunca definiría lo que pasó anoche como lo has hecho tú. No estuvo sólo bien.


Esperaba que no volviera a tocarla porque estaba a punto de perder el control. Y podría acabar dándole un puñetazo o, mucho peor, besándolo. Se dió la vuelta para mirarlo y apenas pudo soportar su intensa y penetrante mirada. Ignoró sus buenos modales. Era cuestión de vida o muerte.


—Mi hermana está a punto de volver con un secador. Se le olvidó traérmelo cuando me dió el resto de mis cosas.


Pedro asintió con la cabeza.


—Llámame si tienes algún problema con la prensa o con el seguro de la casa.


Abrió la puerta y salió de la habitación.


Ella tomó la rosa que Pedro había estado sosteniendo en sus manos. Apenas podía creer que no hubiera salido corriendo tras él. Le ardía la boca, hambrienta de besos. Ese hombre siempre le había atraído, aunque se imaginaba que eso era algo que les pasaba a muchas mujeres. Todo su cuerpo lo deseaba, pero su mente aún se dejaba llevar por el sentido común. Casi siempre. No quería ser una de esas mujeres que parecían volverse tontas de repente si el hombre de sus sueños les sonreía. Se acarició la mejilla con la rosa y jugó con el tallo entre dos de sus dedos, como había hecho él. Tenía las ideas muy claras, pero no sabía cómo llevarlas a cabo ni cómo podría mantenerse alejada de él cuando ya había experimentado lo que era estar entre sus brazos y sentir contra su cuerpo desnudo la piel de ese hombre. Se acercó a uno de los jarrones y metió en él la rosa. Tenía que agarrarse de nuevo a su fortaleza y su voluntad, como había hecho siempre, desde que sus padres la abandonaran siendo poco más que un bebé. Había sobrevivido en ese mundo gracias a sus agallas y al gran autocontrol que siempre había demostrado. 


Compromiso Fingido: Capítulo 9

 —Me alegra ver que tienes todo bajo control.


Pedro, lleno de seguridad y con el mismo aire honesto de siempre, se levantó de la cama.


—Leandro Davis, mi director de campaña, es uno de los…


Levantó una mano para que no siguiera hablando.


—¡Genial! No me sorprende en absoluto ver que pueden ocuparse de todo.


Pedro la miró sin entender su tono.


—¿Pasa algo? Pensé que te aliviaría ver que nos estamos encargando de minimizar los daños.


«¿Minimizar los daños?», se repitió ella. No podía creer que lo que habían compartido la noche anterior fuera para él algo de lo que debía ocuparse su director de campaña. Estaba furiosa. Pero lo último que quería era que Pedro se diera cuenta de hasta qué punto le habían herido sus palabras. Pensó en alguna otra cosa que pudiera justificar su reacción.


—Tengo miedo de volver de nuevo a Beachcombers y ver cómo está todo. Pero, por otro lado, estoy deseando ir y empezar a organizarlo todo. Es un verdadero alivio ver que al menos no tendré que preocuparme por lo que va a decir la prensa.


Hablaba deprisa y sin pensar, pero creía que era mejor eso que tener que soportar un incómodo silencio o perder del todo los papeles y pegarle un puñetazo.


—Bueno, entonces eso es todo… —añadió ella a modo de conclusión.


Pero Pedro no se movió. Seguía mirándola con el ceño fruncido. Y, a pesar de su enfado, su corazón comenzó a galopar en su pecho. Ese hombre destilaba seguridad y sinceridad por los cuatro costados. Y además era extremadamente atractivo, pero no se sentía atraído por ella. No entendía por qué estaba tan enfadada con él. Había sido una aventura de una noche, algo impulsivo, sabía que la gente hacía cosas así todo el tiempo. Pero ella no. Nunca le había pasado. Tenía experiencia, no mucha, pero algo sí. A pesar de todo, Pedro había conseguido estremecerla y le había hecho sentir cosas que no creía posibles. Necesitaba que saliera de allí, no podía soportar tenerlo tan cerca.


—Quiero agradecerte de nuevo que te pasaras a verme, pero ahora… Bueno, tengo que secarme el pelo.


Sabía que era una excusa nefasta, pero fue lo primero que se le ocurrió. Pedro se masajeó la zona que rodeaba su herida en la sien.


—Prométeme que tendrás mucho cuidado y que no entrarás a Beachcombers hasta que los técnicos le den el visto bueno y te certifiquen que la casa es segura.


—Lo prometo —repuso ella—. Ya puedes irte.


No entendía por qué no se iba ya de allí. Deseaba que saliera de la habitación y volviera por fin a la mansión familiar de Hilton Head.


—En cuanto a lo de esta mañana… —comenzó él con algo de embarazo—. Sigues pensando lo mismo, ¿No?


Sus palabras desataron las alarmas en su interior, no podía creer que le diera tanta lástima como para imaginarse que esa noche de pasión había significado para ella más de lo que quería admitir. Rezaba para que Pedro no dijera nada más porque no sabía si podría controlarse y no darle después de todo el puñetazo que se merecía. 

jueves, 23 de enero de 2025

Compromiso Fingido: Capítulo 8

La miraba con intensidad, pero sin revelar nada de lo que pensaba o sentía.


—He tenido mucha suerte. Gracias por arriesgarte como lo hiciste para sacarme de allí —le dijo con sinceridad—. Por cierto, ¿Por qué volviste a Beachcombers esta mañana?


—Se me había olvidado allí el maletín —repuso él mientras dejaba la rosa sobre una mesa.


Bajó deprisa la cabeza para que no pudiera reconocer la decepción en sus ojos. La salvó un repentino ataque de tos que casi agradeció. Pedro apareció rápidamente a su lado con un vaso de agua.


—Gracias —le dijo.


—Debería haberte sacado antes de allí… —repuso él con el ceño fruncido.


—No digas tonterías. Estoy viva gracias a tí. ¿Cómo ha quedado Beachcombers? Florencia me ha contado un poco, pero no sé si está diciendo toda la verdad…


—La estructura está intacta. Parece que el fuego sólo afectó a la parte de abajo. Lo apagaron pronto, pero todo ha quedado inundado. Eso es todo lo que sé.


—Supongo que los inspectores nos facilitarán más información muy pronto.


—Si les dan problemas, dímelo y avisaré a los abogados de mi familia para que les ayuden.


—Florencia me dijo lo mismo que tú cuando vino antes. Pero ella no deja de repetir lo contenta que estar al ver que no me ha pasado nada.


Su otra hermana de acogida, Romina, la había llamado desde el barco en el que estaba haciendo un crucero con su marido y su hija. Y estaba tan aliviada como Florencia. Su seguro se haría cargo de todos los gastos, pero ella no podía dejar de sentirse culpable por lo que había pasado.


Pedro se levantó y se sentó a su lado en la cama. La abrazó antes de que ella pudiera negarse o protestar. Metió las manos bajo su melena mojada y le acarició la espalda. Poco a poco, fue relajándose entre sus brazos, dejando que la inundara un aroma a loción de afeitado que ya empezaba a resultarle familiar. Podía escuchar el constante y uniforme latido de su corazón a través de la impoluta camisa blanca. Después del día tan duro que había tenido, se convenció de que merecía que alguien la consolara.


—Todo irá bien —susurró Pedro para calmarla y sin dejar de acariciar su espalda—. Tienes mucha gente a tu alrededor dispuesta a ayudar.


No pudo resistir la tentación de jugar con el alfiler de su corbata. Le encantaba estar entre sus brazos, se sentía allí tan bien como recordaba.  Pensó por un momento que quizás no hubiera entendido bien por qué se había ido de madrugada de su lado, que quizás no fuera una manera de alejarse de ella, sino que había otros motivos.


—Gracias por pasarte para ver cómo estoy —le dijo ella.


—Por supuesto. He tenido mucho cuidado para que no me vieran.


Sus palabras la devolvieron a la realidad con fuerza.


—¿Qué?


Pedro le apartó con cuidado el pelo de la cara. Sus manos eran grandes y fuertes, pero la tocaban con ternura.


—He conseguido dar esquinazo a la prensa y que no me vieran entrar en el hospital.


Recordó entonces todas las preguntas que los periodistas les habían gritado mientras la metían apresuradamente en la ambulancia. Algo incómoda, se apartó de Pedro.


—Me imagino que tu heroico acto estará en todos los medios de comunicación.


Él se frotó la barbilla un instante antes de contestarle.


—No es ése el ángulo que le están dando a la historia.


El temor se apoderó de ella y sintió un escalofrío recorriendo su espalda.


—¿Hay algún problema?


—No te preocupes —repuso él con una sonrisa que no consiguió tranquilizarla—. Yo me ocuparé de la prensa y de las fotos que están apareciendo en Internet. El director de mi campaña no tardará en encontrar un nuevo giro a la historia y entonces nadie pensará, ni por un segundo, que somos pareja. 


«Nadie pensará que somos pareja», se repitió Paula. Se dió cuenta de que Pedro necesitaba aprender a tener más tacto con las mujeres. Apoyó las manos en su torso y lo empujó para separarse de él. Estaba enfadada y le pareció el hombre más arrogante del mundo. También estaba molesta con ella misma por imaginarse que quizás él también se sintiera atraído por ella. Decidió que no volvería a dejar que esos ojos verdes volvieran a engatusarla.


Compromiso Fingido: Capítulo 7

Paula se enjabonó una vez más la melena en la ducha del hospital. Le estaba costando deshacerse del hollín y el olor a humo. El agua estaba limpiando su cuerpo, pero no conseguía liberarla del sentimiento de frustración que atenazaba sus nervios. Hacía muy poco que Pedro Alfonso había aparecido en su vida, sólo había pasado por Charleston unas cuantas veces, pero ya había conseguido dar un giro de ciento ochenta grados a su existencia. Se preguntó si su impresión había sido la acertada, si de verdad él la había mirado con renovado interés cuando la manta la dejó casi desnuda sobre la camilla. A una parte de ella le gustaba que así fuera, sobre todo después de lo mal que le había sentado que se escapara de su dormitorio de madrugada. Pero entonces recordó el momento en el que él arriesgó su vida para salvarla. Sabía que, de no haber sido por él, habría muerto atrapada en el tocador de señoras. Tomó la esponja y frotó con fuerza su piel. Tenía que deshacerse del hollín y de la memoria de sus caricias. Cuando salió de la ducha y se secó, se sintió algo mejor y más fuerte. Se puso el camisón y la bata que su hermana le había llevado al hospital y no pudo evitar pensar en la delicada prenda de satén que había quedado arruinada para siempre.  Estaba decidida a olvidarse de lo que no era importante y concentrarse en todo lo que el fuego había cambiado. Abrió la puerta del baño y se quedó helada. Pedro estaba sentado en la única silla que había en su habitación y tenía sus largas piernas estiradas frente a él. Se había cambiado y llevaba un traje gris. En el alfiler de su corbata le pareció reconocer el escudo de Carolina del Sur. No entendía cómo podía estar tan relajado después de lo que había pasado ese día. Él sujetaba una rosa de tallo largo en una de sus manos, pero no quiso ni pensar que fuera un regalo para ella. Se imaginó que la habría arrancado de alguno de los ramos y centros florales que adornaban ya el alféizar de la ventana de su habitación. No entendía qué hacía aún en Charleston ni por qué no había regresado a la mansión que su familia tenía en Hilton Head.


—No… No esperaba que…


—He llamado a la puerta —dijo a modo de explicación.


—Es obvio que no te oí.


Se quedaron en silencio.


Pedro se puso entonces de pie y ella dió instintivamente un paso hacia atrás. Colgó la toalla mojada del picaporte y miró a todas partes menos a sus penetrantes ojos verdes, no podía hacerlo. Eran los mismos ojos que habían cautivado a los electores durante años. En esa zona del país, los cuatro hermanos Alfonso llevaban algún tiempo apareciendo en las noticias, primero como hijos del senador. Y, después de la trágica muerte de su padre, su madre había ocupado el cargo que su marido había dejado vacante. Pedro, como el resto de su familia, se había presentado a las elecciones para diputado en cuanto hubo terminado su máster universitario. Y, desde que su madre se concentrara en conseguir ser la siguiente ministra de Asuntos Exteriores, él se había propuesto hacerse con su sitio en el Senado. El apellido Alfonso estaba unido a los conceptos de familia, tradición, riqueza y poder. Y esa influencia en la sociedad sureña les había proporcionado gran seguridad a todos los miembros de la conocida familia. Quería odiarlo por poseer todas las cosas que ella nunca había tenido, pero la verdad era que nadie había podido nunca reprocharle nada a su familia.


—¿Cómo estás? —le preguntó entonces Pedro.


—Estoy bien.


—Paula… —repuso él—. Soy político y estoy acostumbrado a leer entre líneas. Ese «Bien» no me ha parecido sincero. Creo que sólo me has dicho lo que quiero oír.


—Sea como sea, la verdad es que estoy bien. El doctor Kwan me ha dicho que podré irme por la mañana —le dijo mientras pasaba a su lado para dejar la bolsa de aseo en la mesita—. Dice que tengo un caso moderado de intoxicación por inhalaciónde humo. Mi garganta aún está algo irritada, pero mis pulmones están bien. Tengo mucho por lo que sentirme agradecida…


—Es un alivio ver que te pondrás bien muy pronto. 

Compromiso Fingido: Capítulo 6

Alguien le tocó el brazo y ese gesto lo devolvió a la realidad, era la hermana de Paula, Florencia. Recordaba su nombre de otras cenas y encuentros políticos que habían organizado en Beachcombers. Sus ojos estaban llenos de preocupación.


—Congresista, ¿Qué es lo que ha pasado?


—Ojalá lo supiera.


—Si no me hubiera quedado dormida esta mañana, a lo mejor habría escuchado la alarma contra incendios… —murmuró la joven—. Acabo de llamar a David para decírselo.


Recordó entonces que su marido era piloto militar. Se imaginó que sería muy duro para esa mujer ver que su hermana estaba herida y su negocio se consumía entre las llamas.


—Gracias por entrar a por ella —le dijo la joven con los ojos llenos de lágrimas.


Algo incómodo, se ajustó el nudo de la corbata. Paula estaba muy cerca de allí y temía que pudiera oírlos. Sabía que Florencia no le estaría tan agradecida de haber sabido toda la historia de lo que había sucedido allí esa noche y de cómo había acabado.


—Me alegra haber estado en el sitio apropiado en el momento oportuno.


—Sí, ha sido una suerte que se acercara entonces a Beachcombers. Por cierto, ¿Qué es lo que hacía aquí? Beachcombers no abre hasta dentro de una hora.


—Vine a…


—Vino a recoger los contratos para la cena de recaudación de fondos — intervino entonces Paula—. Pero, por favor, no se preocupen por mí, ¿Qué es lo que pasa con la casa? ¿Qué es esa sirena? 


No le sorprendió su actitud. Hacía poco que la conocía, pero estaba claro que no le gustaba que nadie se preocupase por ella. Pero él no iba a apartarse de allí hasta que los médicos le dijeran que estaba bien. Miró entonces al enfermero que le había hablado antes.


—¿No deberían llevarla al hospital?


—Señor Alfonso —lo llamó alguien que estaba tras él—. ¿Puede responder a unas preguntas?


«¡Lo que me faltaba!», pensó. Miró por encima del hombro y vió a una reportera vestida de manera impecable y con un micrófono en la mano. No entendía cómo se le podía haber pasado por alto que la prensa acudiría tarde o temprano. Sabía que no podía mantener su vida privada en secreto, pero estaba dispuesto a proteger la intimidad de Paula. Ya le había hecho bastante daño y no iba dejar que sufriera más por su culpa. Se dió la vuelta. Pero, antes de que pudiera decirles que no pensaba hacer declaraciones, escuchó el disparo de una cámara de fotos. Se dió cuenta entonces de que su decisión no iba a conseguir mantenerla fuera de todo aquello. 

Compromiso Fingido: Capítulo 5

Vió pasar a dos bomberos que arrastraban una manguera. Eso le recordó que tenía problemas más graves que las manos de Pedro y la escasa ropa que llevaba encima. Su restaurante se estaba quemando. Se trataba del negocio que había iniciado con sus dos hermanastras en el único hogar de verdad que había tenido en su vida. Era la casa que les había dejado su querida tía Silvia, la mujer que las había acogido a las tres. Se le llenaron los ojos de lágrimas. Estaba aterrada. Temía que el fuego se extendiese y afectase a otras casas. Entre ellas, estaba la de su hermana Florencia.


—¿Paula?


Oyó su nombre, giró la cabeza y, entre su propia melena, vió a su hermanastra.



Pedro se detuvo entonces al lado de una camilla, tomó su cabeza y se inclinó con cuidado para tumbarla en ella.  Miró hacia Beachcombers, su restaurante. El humo salía por las ventanas de la fachada, cubriendo con nubes grisáceas el cielo. Se preguntó si aún quedaría algo dentro de la bella casa que habían heredado de su madre de acogida. Sus dos hermanas y ella habían invertido en ese negocio todo su dinero y todas sus ilusiones. Se apoyó en los codos para poder incorporarse un poco y ver mejor lo que estaba pasando. La tristeza y el desconsuelo le dificultaron aún más la respiración.


—Paula…


Su hermana le dió un abrazo al que no pudo responder con facilidad, tenía los brazos atrapados. Y entonces se dio cuenta de que su hermana había levantado sin querer su manta mojada y dejado al descubierto lo que quedaba del camisón desatén. Esperaba que nadie la estuviera mirando. O mejor dicho, esperaba que Pedro no se hubiera fijado en ese detalle. Pero lo miró y se dio cuenta de que no había tenido suerte. Había algo en sus ojos que le recordó a la pasión de la noche anterior. 


Pedro estaba seguro de estar imaginando cosas. Paula estaba de nuevo cubierta. Sólo había quedado un hombro al descubierto y pudo distinguir un fino tirante de satén rosa. Le sorprendió darse cuenta de que no quería que nadie más viera esa parte de ella. Intentó acercarse de nuevo a la camilla, pero se lo impidió uno de los sanitarios.


—Apártese, por favor, congresista. Ese enfermero le echará un vistazo mientras nos ocupamos nosotros de la señorita —le dijo mientras colocaba una mascarilla de oxígeno sobre la cara de Paula—. Respire… Muy bien, señorita. Respire profundamente y con calma. Intente relajarse.


Apenas fue consciente de que alguien lo auscultaba, le limpiaba la herida que tenía en la sien y le colocaba un vendaje. Intentó calmarse y respirar de manera normal, como si así pudiera conseguir que Paula también lo hiciera. 

jueves, 16 de enero de 2025

Compromiso Fingido: Capítulo 4

Cada vez había más humo. Se agachó y se cubrió la boca y la nariz con el brazo.


—¡Socorro! —gritó ella mientras golpeaba una pared—. ¿Hay alguien ahí? ¡Estoy aquí!


—¡Aguanta, Paula, ya voy! —le gritó él con alivio—. ¡Sigue hablando!


—¡Estoy aquí, en el tocador!


Siguió el sonido de su voz hasta llegar a los aseos públicos.


—Apártate de la puerta, voy a entrar —le advirtió él.


—Muy bien, ya me he alejado —contestó ella algo más tranquila.


Se puso en pie conteniendo la respiración al entrar en la espesa nube de humo. No tenía mucho tiempo. Si las llamas pasaban al pasillo, quedarían atrapados por un fuego fuera de control. Empujó la puerta con su hombro, pero no se abrió. Se retiró para intentarlo de nuevo. Se apartó un poco más para ganar impulso. Empujó con todas sus fuerzas y la puerta cayó hacia dentro. Miró deprisa a su alrededor y encontró a Paula sentada en una esquina del aseo, al lado del lavabo y cubierta con una toalla empapada. Era una mujer lista. Fue hacia ella.


—Gracias por volver —le dijo ella mientras le entregaba una toalla empapada en agua.


Paula se puso en pie mientras tosía y se esforzaba para respirar con normalidad. Se dio cuenta de que necesitaba aire puro. Se agachó y la levantó en volandas sobre su hombro.


—Agárrate.


—Sácanos de aquí, Pedro —le pidió ella entre ataques de tos.


Salió rápidamente y atravesó la tienda, que ya era un auténtico horno. Las llamas los rodeaban y estaban devorando los libros y todos los artículos de papelería. Una estantería se tambaleó a su lado y él se apartó a un lado para salvarse. Cubrió con su cuerpo el de Paula. Pocos segundos después, otro par de estanterías se derrumbaron frente a él y alimentaron las llamas. Una de ellas golpeó su rostro. Acababan de cerrarle el paso.


—Por la otra puerta, por la cocina —le indicó Paula—. A la izquierda.


—De acuerdo —repuso él mientras daba media vuelta y deshacía lo andado.


Salió al pasillo. El humo se había disipado lo suficiente como para que distinguiera mejor la luz que se colaba por la puerta de cristal y fue directo hacia ella. Cuando salió, el aire fuera de la casa le pareció tan espeso e impenetrable como el infierno que había dejado atrás dentro de la mansión. Paula intentó recuperar el aliento en cuanto salieron por la parte de atrás de la tienda, donde estaban los cubos de basura. Estaba histérica. Sabía que, si los bomberos no aparecían pronto por allí, su restaurante y su casa acabarían consumidos por las llamas. El hombro de Pedro le presionaba el estómago y con cada paso que daba le dificultaba aún más la respiración. Para colmo de males, no le gustaba que la llevara como un saco de patatas, se sentía avergonzada.


—Ya me puedes bajar.


—No me des las gracias —repuso él con ironía—. No gastes aliento en ello.


No entendía cómo podía pasar de héroe a villano insensible en tan poco tiempo. Esa madrugada, había lamentado que Pedro no la viera enfundada en el bello camisón de satén. Pero las cosas habían cambiado radicalmente y le hubiera encantado que no tuviera que verla con lo que había quedado de la delicada prenda que aún llevaba bajo la manta.


—Pedro —insistió entonces—. Puedo andar. Suéltame, por favor.


—De eso nada —repuso él agarrándola mejor.


Pero con el movimiento, se deslizó la manta y uno de sus hombros quedó al desnudo.


—Vas directa al hospital para que te hagan un chequeo.


—No tienes por qué llevarme así, estoy bien y… —protestó ella.


Pero un ataque de tos no la dejó terminar de hablar. Intentaba cubrirse el cuerpo con la empapada manta, pero no era fácil en esa posición.


—¡Deja de moverte, Paula! —le pidió él mientras agarraba con fuerza su trasero.


Eso era lo último que necesitaba. Todo su cuerpo se estremeció. 

Compromiso Fingido: Capítulo 3

Pedro Alfonso intentó aclararse las ideas mientras contemplaba el amanecer sobre el océano. Iba de vuelta a Beachcornbers, donde se había dejado olvidado su maletín. Dejó el coche en el aparcamiento del restaurante, era la segunda vez que lo hacía ese día. Volvía al mismo lugar donde había empezado todo al lado de Paula Chaves. Era una persona muy organizada y eso le ayudaba a no cometer errores. Pero lo que había pasado esa noche no había formado parte de sus planes. Siempre había tenido mucho cuidado con su vida personal y su elección de amantes. No tenía intención de casarse, pero tampoco podía vivir como un monje. Ya había intentado tener una relación seria y para toda la vida, fue durante su tiempo en la universidad, pero había acabado perdiéndola por culpa de una fatal enfermedad cardiaca producida por un defecto de nacimiento. No tuvo siquiera la oportunidad de que su familia conociera a Dana y nadie supo nunca que habían estado prometidos para casarse. Lo había mantenido en secreto como homenaje a esa mujer y al poco tiempo que tuvieron para estar juntos. Pero Paula Chaves… Le parecía una mujer muy sexy y bella. Valores de los que ella misma parecía no ser consciente y eso no hacía sino incrementar su atractivo. Pero eso no era excusa. Estaba acostumbrado a trabajar con bonitas mujeres y siempre había podido controlarse. Tenía la intención de olvidarse de esa noche en cuanto recogiera su maletín, aunque una voz en su interior le recordaba que quizás lo hubiera dejado olvidado a propósito. Oyó la alarma contra incendios en cuanto abrió la puerta de su coche. Vió que el coche de ella seguía en el mismo sitio de antes.


—¡Paula! —gritó con la esperanza de que ella ya hubiera salido del edificio.


No hubo respuesta.


Echó a correr hacia el porche de la mansión mientras llamaba a la policía por el móvil. El pomo de la puerta de entrada estaba caliente, pero ignoró el dolor y lo hizo girar. Fue una suerte que ella no hubiera cerrado por dentro después de que él se fuera. Sintió el intenso calor en cuanto entró. Apenas distinguía nada entre el humo, pero no vió llamas en el vestíbulo. Comenzó a atravesarlo y vió entonces la luz que venía de la tienda de regalos. El fuego parecía estar concentrado sólo en esa zona. Las llamas iban devorando poco a poco las estanterías llenas de ropa y la pintura se desprendía de la vieja madera.


—¡Paula! —gritó de nuevo—. ¡Paula!


Se acercó más. Empezaban a caer pedazos de escayola del techo y le preocupó la integridad estructural de esa casa tan antigua. No sabía cuánto tiempo tendría para encontrarla. Pero supo que no pararía hasta dar con ella.


—¡Paula, contéstame de una vez! ¿Dónde demonios estás? 

Compromiso Fingido: Capítulo 2

 —Enviaré a tu ayudante un par de copias del contrato que hemos firmado para la cena.


La noche anterior y tras la cena de negocios que habían tenido, Pedro se había quedado un buen rato para repasar con ella algunos detalles de la misma. Nunca se hubiera imaginado lo incendiario que podía llegar a ser un simple y accidental roce de cuerpos. Pero se daba cuenta de que no podía haber nada más, no se le había pasado por alto lo rápido que había querido salir de su dormitorio. Era la historia de su vida. Había sido rechazada por familias de acogida desde temprana edad. Ese pasado la había marcado y se había convertido en una mujer independiente y llena de orgullo. Ese sentimiento era el que mantenía su cabeza alta y su espalda recta, una postura que se había visto forzada a mantener durante toda su infancia por culpa de un duro corsé que le habían colocado para corregir su escoliosis.


—Te llamaré.


«Sí, claro que me llamarás», pensó ella con incredulidad.


—No, nada de llamadas. Terminemos este encuentro como lo empezamos. Sólo se trata de negocios —repuso ella mientras le ofrecía con profesionalidad la mano.


Pedro la miró con cautela. Después la aceptó sin sacudirla y se inclinó para besarla… Pero, muy a su pesar, lo hizo en la mejilla. 


—Aún es de noche, deberías volver a la cama y dormir un poco más —le aconsejó Pedro.


Lo último que tenía en mente era dormir un poco más. Entre otras razones porque sabía que no lo conseguiría, no después de haber pasado una noche como aquélla con Pedro Alfonso. Entró y cerró la puerta con fuerza. Fue entonces cuando el orgullo dejó de mantenerla en pie y se derritió. Se acercó al mostrador de la entrada y se derrumbó sobre él. La verdad era que no podía culparlo de nada, ella había estado tan dispuesta como él. La llama se había encendido entre ellos de repente y, en ese momento, lo último que había tenido en mente había sido su aburrida ropa interior de algodón. Se sentía algo herida y confusa. Tenía que animarse de alguna manera. Miró el escaparate de la tienda de regalos que tenían en el vestíbulo y se fijó en la zona donde tenían la lencería fina. Eran modelos inspirados en diseños antiguos. Entró y fue directa al camisón de satén rosa pálido que siempre le había llamado la atención. Se había pasado toda la infancia soñando con tener prendas delicadas y femeninas como aquéllas. Nunca había podido llevar nada parecido, sólo prendas de algodón blanco, un tejido mucho más resistente que su duro corsé corrector no podía dañar. Ya no necesitaba llevar nada parecido. Su escoliosis se había corregido y la única consecuencia de esa condición era que tenía un hombro algo más alto que el otro, algo apenas perceptible. En un impulso, tomó la percha con el camisón y salió de la tienda. Se dirigió con paso decidido al aseo público. Le hubiera encantado llevar algo así puesto la noche anterior. Se quitó el albornoz y dejó que cayera al suelo. El satén se deslizó sobre su cuerpo desnudo como una refrescante ducha tras una noche de pasión con Pedro. Se dejó caer sobre el diván francés que decoraba el tocador y encendió una vela para intentar relajarse y crear algo más de ambiente. Se tapó con la delicada colcha que había sobre el diván y cerró los ojos. Pensó que no estaría mal dormir unos segundos… Pasó el tiempo sin que se diera cuenta. Respiró entonces, de manera más profunda, y comenzó a toser. Se incorporó deprisa en el diván. Ya no olía el aroma de la vela. Olía a humo. 

Compromiso Fingido: Capítulo 1

Sólo había algo peor que llevar aburrida ropa interior de algodón cuando por fin conseguía acostarse con el hombre de sus sueños: Que él se fuera antes del amanecer. Paula Chaves sintió cómo su cuerpo se tensaba bajo la sábana. Con los ojos aún entrecerrados, observó silenciosa cómo se vestía. Había sido lo suficientemente imprudente como para acostarse con Pedro Alfonso la noche anterior, pero lo cierto era que ese tipo de conducta no era propio de ella. Su cuerpo aún evocaba las maravillosas sensaciones y no se arrepentía de nada. Pero su sentido común le recordaba que había sido un error. Para colmo de males, el error lo había cometido con uno de los más prometedores candidatos a ser senador por el estado de Carolina del Sur. Se fijó en su pelo oscuro y corto. La impoluta camisa blanca cubría una espalda de anchos y fuertes hombros. Recordó cómo se la había quitado ella horas antes, mientras organizaban una cena para recaudar fondos que iba a tener lugar en su restaurante, donde también vivía. La reunión había dado un giro inesperado que los había llevado por el pasillo y hasta su dormitorio. Siempre le había gustado Pedro, pero no había pasado de lo platónico. Nunca se habría imaginado que algo así pudiera llegar a pasar entre los dos. A ella le gustaba su vida tranquila y sedentaria, disfrutaba dirigiendo su propio negocio y con los simples placeres que tenía a su alcance. Eran cosas que valoraba especialmente por su experiencia personal. Se había criado en hogares de acogida. Él, en cambio, estaba siempre en el punto de mira por su trabajo. Era uno de los miembros más poderosos del Congreso. Y tan pronto tenía que negociar una nueva e importante ley como participaba en algún acto benéfico. La gente lo seguía con entusiasmo. Era un hombre con mucho carisma y empuje. Se preguntó si se despediría de ella o si se limitaría a desaparecer.


—La tabla de madera que está justo frente a la puerta cruje al pisarla, así que será mejor que la evites si lo que pretendes es irte sin que te oiga —le dijo ella.


Él se detuvo y la miró. Sus ojos, verdes y brillantes, los que le habían ayudado a ganar su puesto de diputado, parecían estar llenos de culpabilidad. En unos meses podría conseguir el cargo en el Senado que su madre estaba a punto de dejar vacante.


—¿Qué dices? Yo no me escapo de los sitios —se defendió él—. Me estaba vistiendo, eso es todo.


—Claro, perdona —repuso ella con sarcasmo—. Así que, desde anoche, has empezado a andar de puntillas y sin zapatos, ¿No?


—Estabas profundamente dormida —repuso Pedro.


—Vaya, ¡Qué considerado eres! 


Pedro soltó los zapatos y se los puso.


—Paula, lo de anoche fue genial…


—No sigas —lo interrumpió ella—. No necesito explicaciones. Los dos somos adultos y solteros. La verdad es que ni siquiera somos amigos. Sólo somos dos conocidos con una relación comercial entre manos y parece que nos hemos dejado llevar por un momento de momentánea atracción.


—Veo que entonces pensamos igual —repuso él.


—Deberías irte ya o no vas a tener tiempo para cambiarte de ropa.


Pedro dió media vuelta y salió. Ella lo siguió hasta el vestíbulo de la grandiosa mansión sureña. Era una de las pocas casas que se conservaban en pie desde antes de la guerra civil y el restaurante que habían instalado allí se había convertido en la forma de vida para sus dos hermanastras y para ella. Hacía poco que vivía en la habitación contigua a su despacho, en la parte de atrás de la mansión. Después de que sus dos hermanas se casaran y se mudaran a otras casas, ella era la que se encargaba de la contabilidad y el mantenimiento. Más de un tablón crujió bajo los seguros pasos de Pedro mientras pasaban al lado de la tienda de regalos y llegaban al vestíbulo. Abrió el cerrojo de la gran puerta sin mirarlo a los ojos. 

Compromiso Fingido: Sinopsis

Lo tenía todo menos una esposa… Y un poco de amor.


El anuncio del compromiso entre Pedro Alfonso y Paula Chaves estaba en boca de todos. Parecía que el primogénito de una de las familias más importantes de Carolina del sur estaba prometido con una chica… Normal.


¿Tendría algo que ver aquel compromiso con la salida a hurtadillas de Pedro de la casa de la señorita Chaves? ¿Qué futuro tenía aquella relación que “Alguien” había filtrado a la prensa? 

martes, 14 de enero de 2025

Prisionera De Tu Amor: Capítulo 55

 –Temías que volviera a pedirte matrimonio –adivinó él con gesto sombrío.


–En parte, temía que insistieras… –admitió ella. Pero lo que más había temido había sido ser incapaz de negarse.


–¿Tan terrible te parecía mi proposición?


Cuando Paula asintió, percibió una expresión de sufrimiento en los ojos de él.


–Pero no por lo que tú crees –continuó ella, acercándose un poco más–. No podía soportar que solo fuera una alianza de negocios. Para impulsar tu éxito y tu reputación. Y solo porque acababas de decidir que querías tener una familia.


–No fue así –dijo él, mirándola a los ojos, con voz cargada de emoción–. Siento mucho todo lo que ha pasado. Solo querías ayudar a tu hermano y te traté como a una ladrona. Luego, te seduje, cuando no tenía ningún derecho a robarte tu inocencia. No tenía derecho a trastocar tu vida de esa manera – reconoció él y se puso pálido–. Cuando te ví debajo de esos caballos… Pensé que te habían matado. Lo del bebé es culpa mía, Paula. Si no te hubiera hecho participar en la carrera, no habría pasado. Tú eres inocente de todo.


De pronto, Paula se llevó la mano a la boca, quedándose helada.


–¿Te culpas por lo que pasó? ¿Por eso estabas tan afectado cuando viste el accidente? Pensé… –balbuceó ella y volvió la cara. 


Nunca se había sentido tan idiota. Había pensado que él, tal vez, la amaba, pero había sido solo una cuestión de culpabilidad.


–Cuando te propuse que nos casáramos, en el hospital, no quería admitir que me siento incapaz de vivir sin tí –continuó él–. Cuando pensé que iba a perderte… Eres la única persona a la que he amado de verdad. Pero, entonces, no quería reconocerlo.


–¿Qué estás diciendo? –dijo ella y parpadeó, preguntándose si estaría oyendo bien.


–Digo que te amo, Paula –contestó él con una expresión inusual de vulnerabilidad–. Creo que te he querido desde el primer momento. Pero sé que tú no me amas. Y te mereces a alguien mejor que yo.


–Te he mentido –confesó ella tras un instante, temiendo que aquel mágico momento pudiera romperse si hablaba–. Sí te amo. Lo sé desde que fuimos juntos a París.


–¿Lo dices en serio? –preguntó él, tomando su rostro entre las manos.


Paula asintió.


–Cuando te dije que no te quería en el hospital fue solo por despecho, porque pensaba que querías casarte conmigo solo por conveniencia.


–Nada de lo que tengo me importa, si no estás tú. Te dije que no era un matrimonio por amor porque no sabía lo que era el amor. Lo supe el día siguiente, cuando fui a buscarte y no estabas allí. Quiero tener una familia contigo, Paula. Aunque sea una idea que me da miedo. No sé cómo actuar, nunca he tenido a nadie que me diera ejemplo.


–Yo te enseñaré –susurró ella, rodeándolo con sus brazos.


Entonces, él esbozó un gesto serio, mirándola con intensidad.


–Paula Chaves, no pienso dejar que te vayas de mi vida nunca más. ¿Quieres casarte conmigo?


–Sí, sí –repitió ella, sin poder parar de llorar–. Te quiero.


–Y yo te quiero a tí.


Mientras la sujetaba entre sus brazos, con sus bocas unidas, Pedro supo que, por fin, había encontrado el amor, la paz y un hogar de verdad.






FIN

Prisionera De Tu Amor: Capítulo 54

 –¿Y qué pasa con Pedro?


–¿Por qué? Me propuso un matrimonio de conveniencia, no por amor.


–¿Pero tú lo amas?


Aunque Paula quiso negarlo, se le contrajo el corazón y, con lágrimas en los ojos, asintió. Entonces, el pequeño Camilo, de cinco años, apareció corriendo en la terraza, con una tableta en las manos.


–¡Mira, tía Pau! ¡Sales en internet!


Al momento, se sentó en el regazo de Paula y puso el vídeo de su última carrera.


–No creo que tu tía quiera verlo, Camilo –señaló Delfina.


Pero Paula estaba sujetando la tableta, con los ojos pegados a la pantalla. Vió cómo el caballo desbocado casi chocaba contra Sur La Mer y ella caía, desapareciendo bajo sus patas. Una figura entró corriendo por la derecha. Un hombre empujando a todo el mundo para abrirse paso, gritando. La cámara se enfocó en él. Era Pedro. Vincent lo sujetaba del brazo, mientras el equipo de urgencias la ponía en una camilla. Vincent le estaba diciendo algo. Y Pedro se giró con gesto salvaje.


–No me importa el maldito caballo. ¡Me importa ella!


El vídeo terminaba ahí, con la imagen congelada sobre la expresión aterrorizada de Pedro. Paula miró a su hermana.


–¿Parece un hombre que quiera casarse con una mujer solo por conveniencia?


–Está en el gimnasio, en la primera planta. Se pasa horas allí cada mañana. Es como si quisiera exorcizar al mismo diablo.





Paula le dió las gracias a la señora Owens. Le latía el corazón a toda velocidad, pero estaba decidida. Aunque de verdad la amara, un hombre como él nunca iría a buscarla. Estaba demasiado solo, demasiado herido por su pasado.


–Siempre lo lamentarás, si no vas a allí y lo averiguas, Pau –le había dicho su hermana.


Dejándose llevar por un impulso, se soltó el pelo que llevaba recogido en una cola de caballo, antes de llamar a la puerta. Nadie respondió. Despacio, asomó la cabeza y lo vió al otro lado de la sala, dando puñetazos a un saco de boxeo. Estaba desnudo de cintura para arriba, empapado en sudor, con el ceño fruncido y el pelo húmedo. Al ver la cicatriz de su espalda, a ella se le encogió el corazón. De pronto, él paró. La había visto por el espejo. Se volvió. Paula se quedó sin aliento. Y supo que no podía soportar vivir sin ese hombre. Aunque él no la amara. Despacio, ella se acercó. Poco a poco, él suavizó su expresión. Se quitó los guantes, tomó una toalla y se secó la cara, el cuello. Se puso una camiseta.


–Pensé que estabas en Merkazad.


–Así era. He vuelto.


–¿Por qué te fuiste? –quiso saber él–. Acababas de sufrir un aborto ¿Y saliste corriendo a cuidar de tu hermana sin pensar en tu propio bienestar?


–Delfina no sabía nada del bebé. Y yo pensé que era buena idea irme unos días.

Prisionera De Tu Amor: Capítulo 53

Había pasado una semana desde que Pedro había visto a Paula en París. Había vuelto al hospital el día después de su conversación, pero había encontrado la habitación vacía. Se había enterado de que el jeque Nadim había hecho que la recogiera un jet privado para llevarla a Irlanda. Al pensar en lo unida que estaba su familia, se sintió como un tonto. Se había equivocado de cabo a rabo desde el principio. Gonzalo no era un ladrón y Paula no había sido su cómplice. Comprendía que ella necesitara tiempo para considerar su proposición. Pero no pensaba aceptar un no por respuesta. Maldita mujer, se dijo. Siempre lo había desafiado, desde el primer día, pensó, mientras buscaba sin querer su cabello rojizo entre los campos de su granja irlandesa. Era inconcebible que ella lo rechazara. La química entre los dos era demasiado fuerte. La seduciría y le haría aceptar su propuesta, planeó. No había otra opción.


–¿Cómo que no está en casa?


Pedro había llamado a Gonzalo a su despacho para pedirle que le indicara cómo llegar a la granja Chaves. Era hora de ir a buscar a Paula.


–Se ha ido a Merkazad. Delfina necesitaba ayuda con el bebé.


–¡Pero está convaleciente!


–Dijo que ya se sentía mejor –repuso Gonzalo, bajando la cabeza.


Irritado, Pedro le dijo a Gonzalo que saliera y se quedó dando vueltas en su despacho como un animal enjaulado. Paula estaba en la otra punta del mundo. Y él la necesitaba. Entonces, de pronto, lo comprendió. Nunca había necesitado a nadie en su vida. Ni siquiera Francis Fortin había sido tan importante para él. Asustado ante la fuerza de sus propios sentimientos, se sirvió un vaso de whisky. El pánico, sin embargo, no cedió. Como un rayo, se dirigió a los establos. Los mozos de cuadra se alejaban al verlo llegar, tan terrorífica era la expresión de su rostro. 


–Vaya, Pedro. ¿Qué te pasa? –preguntó André, cuando se topó con él.


Sin responder, Pedro pasó de largo. Ensilló a su caballo favorito y salió a los campos con él. Galopó a toda velocidad, hasta que el animal estaba sin aliento. Desmontó en la misma colina donde, cuando había comprado esa granja, había respirado con satisfacción por todos sus logros. Por primera vez, apreció que le debía a su pasado quién era. Sin embargo, no tenía a nadie con quien compartir todo lo que había conseguido. Estaba vacío. Paula había regresado bajo la protección de su familia y él no tenía ningún derecho a llevársela. Ella se merecía a alguien mucho mejor. Era demasiado tarde.




–Paula, si me hubieras dicho lo del bebé, no te habría consentido que viajaras hasta aquí.


Paula era una manojo de nervios, mientras su hermana mayor la contemplaba con ternura. Estaban tomando el té en la terraza del palacio de Merkazad. Y ella acababa de confesarle a su hermana toda la verdad. Al menos, todo había terminado y su hermana Delfina ya no tenía que preocuparse por nada, se dijo ella.


–No pasa nada. Me alegro de haber venido, Delfi. De verdad –afirmó Paula.


Su hermana le apretó la mano con dulzura. 

jueves, 9 de enero de 2025

Prisionera De Tu Amor: Capítulo 52

Paula se quedó boquiabierta, conmocionada.


–¿Seguro que no te has dado un golpe en la cabeza?


Pedro meneó la cabeza.


–Lo digo en serio, Paula. Ahora mismo, estaríamos viendo las cosas de forma distinta si no hubieras perdido al bebé.


–¿Crees que fue culpa mía? –le interpeló ella, dolida–. La semana pasada tenía muchas náuseas, pero pensé que era solo por…


Pedro se sentó en la cama de nuevo.


–No, Paula. Claro que no fue culpa tuya. El médico dice que estas cosas pasan. Pero el hecho es, si estuvieras embarazada, nos casaríamos de todas maneras. Ningún hijo mío nacerá fuera del matrimonio. Yo nací así y no quiero dejarle el mismo legado a mis hijos.


Paula se esforzó por entender adónde quería él llegar.


–Pero no estoy embarazada, ¿Así que por qué ibas a querer casarte conmigo?


Pedro se levantó de nuevo y comenzó a dar vueltas en la habitación.


–Porque esta experiencia me ha hecho comprender que no soy tan reacio a tener una familia. Ahora veo los beneficios de tener un hijo, un heredero.


–Eso suena muy cínico –observó ella.


–Lo querría todo lo que puedo querer. Le daría una buena vida, todas las oportunidades. Hermanos y hermanas. Como tu familia.


–¿Y qué pasa conmigo? ¿Me querrías a mí todo lo que pudieras?


–No estamos hablando de amor –repuso él–. Por eso, sería un éxito. Todavía te deseo, Paula. Puedo ofrecerte mi compromiso. Somos un buen equipo. Las últimas semanas nos hemos manejado muy bien juntos profesionalmente. Podemos crear un imperio entre los dos.


–Hace unos días, me dijiste que había perdido el atractivo de la novedad.


–No quería lastimarte.


–Bueno, pues lo hiciste –le espetó ella–. Por muy halagada que me sienta porque me consideres apta para ser tu mujer, me temo que no puedo aceptar.


–¿Por qué no?


–Porque no te amo –mintió ella.


–No necesitamos amor. Hay una química increíble entre nosotros.


–Tú dijiste que eso se desvanecería con el tiempo –recordó ella.


–Subestimé nuestra atracción. No creo que se desvanezca pronto.


–¿Pero qué pasará cuando llegue el momento? ¿Tendrás amantes, mientras nuestros hijos crecen con dos padres que no se quieren? –replicó ella–. No puedo hacerlo, Pedro. Quiero tener un matrimonio feliz como el que tuvieron mis padres. No me conformaré con menos. Tú puedes encontrar a cualquier otra mujer que acepte tus reglas. Estoy segura de que no te costará mucho.


–Paula…


–Lo siento, señor. Tiene que irse. Necesita descansar. Le está subiendo la tensión –señaló una enfermera, que había entrado sin que ninguno de los dos se percatara.


–Pedro, vete. Y, por favor, no vuelvas. No puedo darte lo que necesitas.


Durante un largo instante, él no se movió. Al fin, levantó las manos en gesto de rendición.


–Me iré, por ahora. Pero esta conversación no ha terminado, Paula.


Cuando se hubo marchado, Paula dejó caer la cabeza en la almohada. Pedro le había pedido que se casara con él. Pero no había sido por amor. Había sido solo una propuesta de negocios. Para él, sería un beneficio estar relacionado con el jeque Nadim. Le abriría las puertas de la alta sociedad como tanto ansiaba. Y ella sería una atracción de feria perfecta para llevarla a las fiestas, una esposa jockey. Siempre y cuando siguiera ganando carreras, claro. También había decidido que era conveniente tener hijos para que pudieran ser sus herederos. En cierta forma, ella envidiaba su frío desapego. Y deseaba poder ser fría, no estar enamorada. Cuando la enfermera le hubo tomado las constantes vitales, salió de la habitación. Entonces, sonó su teléfono en la mesilla. Era su hermana desde Merkazad. 


–Paula, ¿Qué diablos ha pasado? ¿Estás bien?


Haciendo un esfuerzo supremo para calmarse, Paula se lo contó todo. Menos que se había enamorado de Pedro y había perdido a su bebé.


Prisionera De Tu Amor: Capítulo 51

 –Muy bien. Si tienen una relación íntima, hay algo que debe saber. En cuanto a las lesiones, ha tenido mucha suerte. Escapó de aquellos caballos solo con la espalda magullada. Podía haber sido mucho peor.


A Pedro se le contrajo el corazón solo de pensarlo.


–Sin embargo, hay algo más –dijo el médico con un hondo suspiro–. Me temo que no hemos podido salvar al bebé. Ella no sabía que estaba embarazada, así que imagino que también es una noticia para usted. Solo estaba de pocas semanas. No hay forma de saber seguro cuál fue la causa del aborto, puede haber sido por la caída o por el estrés. De todas maneras, no hay razón para que no pueda quedarse embarazada de nuevo y tener un bebé sano.


Minutos después, Pedro estaba en la puerta del hospital, ajeno a las miradas de curiosidad que suscitaba. La cabeza le daba vueltas. Ella había estado embarazada. Había estado a punto de ser padre y, en un instante, lo había perdido todo. Se había pasado toda la vida diciéndose que no quería tener una familia y, sin embargo, lo único que sentía ante la pérdida era un profundo dolor. Solo se había sentido así dos veces en su vida, cuando había encontrado el cuerpo sin vida de su madre y cuando Francis Fortin había muerto. Se había jurado a sí mismo, entonces, no dejar que nadie se le acercara tanto como para hacerle daño. Aun así, la pena que sentía por ese bebé no nacido delataba que se había estado engañando. Se había negado la posibilidad de tener hijos solo para protegerse a sí mismo de la tristeza potencial de perderlos. En realidad, su corazón anhelaba tener una familia. Nessa. Ella era su familia, a pesar de la pérdida del bebé. Allí, en las escaleras del hospital, la visión del mundo cambió de golpe para él. En ese instante, fue cuando supo que solo había una cosa que quería hacer.


A Paula le dolía la espalda y, sobre todo, el vientre. El lugar que había albergado a su bebé. Un bebé del que ni siquiera había sido consciente. Era algo cruel enterarse de que estaba embarazada y, al mismo tiempo, ya no lo estaba. ¿Pero cómo podía dolerle tanto algo que había sido tan efímero? Era por Pedro. Porque había soñado con un final feliz con él, con una familia. Acongojada, apretó los párpados para contener las lágrimas. Entonces, el sonido de la puerta la sobresaltó.


–Paula.


Antes de mirarlo, ella respiró hondo, tratando de recuperar la compostura. Cuando giró la cabeza hacia él, supo al instante que él lo sabía. El médico se lo había dicho. Pedro llevaba el traje arrugado, la corbata desatada, la camisa con los botones superiores abiertos. Sus ojos eran tan oscuros que Nessa creyó que podía ahogarse en ellos.


–No sabía nada del bebé –se apresuró a explicar ella.


–Lo sé.


–¿Lo sabes? ¿Estás seguro de que no lo hice a propósito para atraparte? –le espetó ella, incapaz de contener las emociones que bullían en ella como en una olla a presión.


–En una ocasión, podía haber sospechado algo así –admitió él con gesto de sufrimiento–. Pero ahora te conozco mejor.


–No, no me conoces. No tienes ni idea de qué quiero.


Pedro se sentó en el borde de la cama, mirándola con intensidad.


–¿Qué quieres, Paula?


–Quiero que te vayas. Mi hermano va a venir desde Dublín para llevarme a casa mañana por la mañana.


–Hemos perdido a nuestro bebé, Paula. Tenemos que hablar de esto –dijo él, tiñendo sus palabras de una honda emoción.


–Yo he perdido al bebé, Pedro. No finjas que te habría gustado ser padre.


Él se puso en pie con mirada ardiente.


–¿Qué estás diciendo? ¿No me lo habrías contado?


–No lo sé. No tuve que tomar esa situación –reconoció ella.


–¿Te habrías deshecho de él?


–No –negó ella de inmediato, sin pensarlo, llevándose las manos al vientre.


Pedro se relajó un poco. Se pasó la mano por el pelo. La miró.


–No te negaré que la noticia me tomó por sorpresa. Y no te culpo por pensar que no querría al bebé. Siempre he dicho que no quería tener una familia. Pero ahora las cosas son diferentes. 


A ella se le aceleró el corazón de golpe.


-¿Qué quieres decir?


-Creo que deberiamos casamos.

Prisionera De Tu Amor: Capítulo 50

 –No. Yo no quiero nada. No necesito nada de tí. ¿Puedo irme ya? – preguntó ella. 


Sin embargo, cada célula de su cuerpo ansiaba estar cerca de aquel hombre, sentir su contacto.


–Sí, puedes irte –repuso él tras un momento de silencio.


Paula se volvió hacia la puerta pero, justo antes de que saliera, Pedro la llamó. Sin poder evitar un atisbo de esperanza, ella se giró.


–Hagas lo que hagas y vayas donde vayas en el futuro, siempre podrás contar con mi recomendación. Me gustaría que te quedaras en mis establos aquí o en Irlanda, pero no creo que quieras seguir trabajando para mí.


Era impensable seguir cerca de Pedro Alfonso cada día a lo largo de los años, siendo testigo de cómo él cambiaba de mujer como de camisa. Por otra parte, su propuesta demostraba una vez más lo indiferente que ella era para él.


–La verdad, después de mañana, Pedro, espero no volver a verte –dijo ella, levantando la barbilla.




Al día siguiente, antes de la carrera, Paula estaba muerta de nervios. Había vomitado el desayuno en el baño del vestuario. Maldijo a Pedro Alfonso como fuente de sus ansiedades y se obligó a concentrarse en la carrera que tenía por delante. Se había reservado un billete de regreso a Dublín para esa misma noche. Pronto, todo sería cosa del pasado. Se dirigió a la línea de salida con el resto de jockeys y caballos, ajena a las miradas de curiosidad. Tras subirse a Sur La Mer, respiró hondo. Y, en el momento de la salida, se concentró en dar rienda suelta a la fuerza del caballo que montaba.


–No me lo puedo creer, Pedro. Va a ganar –comentó Vincent.


Pedro contemplaba la carrera con el pecho henchido de orgullo y algo más difícil de definir. Paula cortaba el aire como un cometa. Parecía diminuta sobre ese caballo y, de pronto, una oleada de miedo lo inundó. Cuando la había visto el día anterior en su despacho, había tenido que echar mano de toda su fuerza de voluntad para no tomarla entre sus brazos y llevársela a la cama. No había sido capaz de olvidarla. Ardía de deseo por ella. Pero era demasiado tarde. Se iría enseguida. Y esperaba no volver a verlo. Pensó en seducirla de nuevo, aunque se dijo que no podía hacerlo. Ella no era como las otras mujeres. Era fuerte y delicada a la vez. Sus ojos no ocultaban nada. Podía decir que no creía en los cuentos de hadas, pero él sabía que albergaba la esperanza de encontrar a su príncipe azul. Se merecía a alguien que pudiera satisfacer ese anhelo. Pero, por mucho que se dijera a sí mismo que la dejaba marchar para protegerla, algo que le hacía sospechar que también lo hacía para protegerse a sí mismo. Aunque no sabía de qué.


–¡Mira, Pedro! ¡Ha ganado!


Pedro vió a Paula atravesar la meta como una flecha. Pero algo andaba mal.


–¡Merde, Pedro! ¡Ese caballo está fuera de control! –gritó Vincent.


Entre los caballos que iban llegando, Pedro vió que había uno que había tirado a su jinete. Estaba desbocado. Y se dirigía derecho hacia Paula, que había aminorado el paso y sonreía, ajena a todo. Entonces, todo sucedió a cámara lenta. El caballo desbocado se alzó sobre dos patas justo delante de Sur La Mer. Otro jockey se acercó, tratando de calmarlo. Paula estaba justo en medio. Sur La Mer se asustó y, en medio de una exclamación asustada de la multitud, ella cayó al suelo. Bajo tres caballos. Pedro saltó la valla como un rayo. Solo podía ver una maraña de patas de caballo. Y Paula tumbada debajo de ellas. El equipo de urgencia ya la estaba atendiendo cuando él llegó. Vincent llegó detrás y lo sujetó del brazo.


–¡Pedro! Déjalos. Están haciendo todo lo que pueden. Sur La Mer está bien.


–Me temo que solo puedo darle la información a la familia o a sus seres queridos, señor Alfonso.


Seres queridos, se repitió él, tratando de contener una honda emoción. Estaba desesperado por saber si Paula estaba bien. Y su familia no estaba allí.


–No soy solo su jefe. Hemos sido amantes.


El médico lo miró con desconfianza un momento, pero capituló ante su expresión de ansiedad.

Prisionera De Tu Amor: Capítulo 49

 –Lo siento, ¿Querías algo? –preguntó ella.


–Es Pedro. Quiere verte en su despacho. Está en la casa principal. En la primera planta.


Las náuseas que desde hacía días no la abandonaban volvieron a la carga. Ella se limpió las manos y le dió una palmadita en el lomo a Sur La Mer antes de salir de los establos. Vincent la acompañó hasta la puerta de la casa y la dejó sola allí. Paula subió a la primera planta. Respiró hondo antes de llamar a la puerta del despacho, odiándose a sí misma por estar tan nerviosa ante la perspectiva de volver a verlo. Llamó con suavidad.


–Entra.


Cuando Paula abrió, se encontró a Pedro de pie tras su escritorio, vestido con vaqueros y una camiseta. De pronto, ella se encontró tan mareada que creyó que se iba a desmayar. Se agarró al picaporte de la puerta como si le fuera la vida en ello.


–¿Querías verme?


Entonces, se dió cuenta de que él estaba al teléfono. Le hizo una señal, tendiéndole el auricular que tenía en la mano.


–Es Gonzalo.


–¿Gonzalo…?


–Tu hermano –dijo él con impaciencia.


Conmocionada, Paula tomó el teléfono.


–¿Pau? ¿Estás ahí?


Ella bajó la vista para ocultar las lágrimas que le nublaban la visión al escuchar a su hermano.


–Gonza, ¿Dónde estás? ¿Qué está pasando?


Su hermano sonaba contento.


–Pau, ya se ha aclarado todo. Bueno, no está solucionado lo del dinero. Todavía estoy en deuda con el señor Alfonso. Pero, al menos, sabe que no fue culpa mía. Ha aceptado devolverme mi trabajo y empezaré a pagarle con parte de mi sueldo. Voy a hacer un curso en ciberseguridad para prevenir que esto vuelva a pasar. Me dijo que vas a montar para él en la carrera de mañana. ¡Qué buena noticia! Ahora tengo que irme. Voy a tomar un vuelo de regreso esta noche. Te llamaré cuando llegue y te lo contaré todo. Te quiero, hermanita. 


Acto seguido, la llamada se cortó. Ella se quedó mirando el teléfono un momento, tratando de poner en orden sus pensamientos. Cuando, por fin, alzó la vista, Pedro estaba parado delante de la ventana, cruzado de brazos.


–¿Puedes contarme qué ha pasado? –pidió ella.


–Fue Luca Corretti quien se dió cuenta de lo que había sucedido, porque ya le había pasado con otro caballo. Alguien hackeó su ordenador para suplantar su identidad en el correo electrónico. Luego, le dió al comprador un número de cuenta diferente, donde se desvió el dinero de la compra. Es lo mismo que le pasó a Gonzalo –informó él–. Poco después de haber hablado con Luca Corretti, mi equipo de seguridad localizó a tu hermano en Estados Unidos. Estaba en casa de su hermano gemelo.


Paula se sonrojó, pues ella ya lo había sabido.


–Me puse en contacto con Gonzalo para decirle que podía volver. Le dije que no volviera nunca a comportarse como un asno, huyendo de un problema así.


Pedro se pasó una mano por el pelo. Parecía cansado. Tenía una sombra de barba en la mandíbula. Acongojada, ella se preguntó si ya le habría buscado sustituta en la cama.


–Es obvio que ahora eres libre para irte. Me gustaría que montaras mañana a Sur La Mer, pero si prefieres no hacerlo, lo entenderé. Ya no tienes ninguna obligación hacia mí.


Ella parpadeó. No había pensado en eso.


–¿Y qué pasa con la deuda de Gonzalo? Dijo que todavía tenía que devolverte el dinero.


–Le dije que le perdonaría la deuda, pero él insistió en aceptar su responsabilidad por haber dejado que los hackers lo engañaran. Intenté disuadirlo, pero no lo conseguí.


Pedro había estado dispuesto a perdonar a su hermano un millón de euros, pensó ella, emocionada. Entonces, Paula tomó una decisión. Aunque lo único que quería era apartarse a un lugar alejado donde poder lamer sus heridas en soledad, participaría en la carrera. Debía ser profesional y era una gran oportunidad para ella.


–Iré a la carrera mañana. Pero, si gano, quiero que el dinero sea para pagar la deuda.


–¿No lo quieres para tí? 

martes, 7 de enero de 2025

Prisionera De Tu Amor: Capítulo 48

Paula dejó el tenedor.


–¿Y qué pasa si no manejo bien a tu caballo?


Pedro se encogió de hombros.


–Entonces, volverás a mis establos de Irlanda.


Ella se sintió como un peón movido de un sitio a otro a su voluntad. La metía y la sacaba de su cama, de sus establos… Era hora de exigir su independencia.


–Pedro, yo…


–Mira, Paula…


Los dos hablaron al mismo tiempo y se callaron.


–Habla tú –invitó él.


Ella tragó saliva con el corazón acelerado.


–Solo quería decir que no creo que debamos acostarnos juntos nunca más. He venido aquí para trabajar. Me gustaría centrarme en eso.


Los ojos de Pedro parecían dos joyas indescifrables. Era imposible saber lo que pensaba, se dijo ella.


–De acuerdo. Iba a decir lo mismo.


–Bien –repuso ella con rapidez, aunque una patética parte de ella había esperado que él se lo discutiera.


Entonces, Pedro se levantó y se dirigió a la ventana. Paula se puso en pie también, notando una creciente sensación de náusea.


–Como has dicho, estás aquí para hacer un trabajo. Además, has demostrado tener talento para ello. Eso es lo que más importa ahora.


Por supuesto que era importante, porque estaba dando al nombre de Alfonso una buena dosis de respeto y éxito. Y, como ella había aprendido, para Pedro su negocio y su reputación lo eran todo. Era comprensible, después de todo lo que él había pasado en su infancia. Pero no había lugar en su vida para el amor, ni para tener una familia.


–Mi vida no está hecha para tener una relación, Paula. No tengo nada que ofrecerte, excepto lo que hemos compartido. Hay otras mujeres que pueden entenderlo y aceptarlo. Tú eres distinta y, créeme, eso es algo positivo. Pero yo no creo en finales felices. Para mí… Ya se ha desvanecido la emoción de la novedad.


Su amante virginal había perdido el atractivo de la novedad. Paula debería estarle agradecida por ser tan brutalmente honesto. Sin embargo, solo podía sentir un hondo dolor.


–Estoy lista para irme ya. Avisa a tu chófer, por favor.


Durante un largo instante, el silencio pesó sobre ellos.


–Claro, lo llamaré y lo avisaré.


Muy civilizado, pensó ella. Entonces, se dió media vuelta y salió del salón. Corrió a su habitación y, en el baño, no pudo reprimir las náuseas. En el espejo, reparó en lo pálida que estaba. Era hora de recuperarse y olvidarse de todo lo que había pasado entre los dos. Debía hacer la carrera, ganar el dinero, pagar la deuda de Gonzalo. Ese era su único objetivo. Nada más.



Cuatro días más tarde, Paula estaba agotada y dolorida de los entrenamientos. Vincent apareció en la puerta de los establos, donde ella estaba cepillando a Sur La Mer. Casi había esperado que el caballo la tirara al suelo cuando intentara montarlo. Al contrario, los dos se habían llevado a la perfección desde el primer momento. Había sido un animal maravilloso y habían conectado muy bien. Vincent había estado emocionado. Pedro no se había presentado por allí para ver los entrenamientos, pero uno de los otros jockeys le había informado de que había cámaras de circuito cerrado y que él solía revisar las imágenes desde su oficina. Al pensar que observaba sus progresos, pero evitaba tener más contacto personal con ella le atravesaba el corazón como un cuchillo. Vincent la estaba mirando, como si esperara una respuesta. ¿Le había dicho algo? 

Prisionera De Tu Amor: Capítulo 47

Paula no pudo dormir cuando se fue a su dormitorio. Salió a la terraza y se sentó en una silla frente a las hermosas vistas. Había sido una ingenua. Por un momento, había imaginado que lo que Pedro le había contado sobre su pasado había significado algo. Pero no había querido decir nada. Él había tenido ganas de recordar su infancia y le había tocado a ella escucharlo. Entonces, de pronto, lo entendió. Se había enamorado de él, admitió para sus adentros, presa del pánico. Era demasiado tarde. Lo había defendido delante de Celeste Fouret como habría hecho con uno de sus seres queridos. Sentía náuseas solo de pensar que Luc había interpretado su defensa como devoción y, por eso, la había enviado a su cuarto.  En ese momento, tuvo la certeza de que cualquier dolor emocional que hubiera experimentado en su vida palidecería comparado con la angustia que iba a sentir cuando ese hombre la dejara. Y sabía que lo haría antes o después. Celeste Fouret había tenido razón, después de todo. Pedro Alfonso nunca pertenecería a nadie. Y, menos, a ella. Había sido solo un entretenimiento para él. Costara lo que costara, debía proteger su corazón.


A la mañana siguiente, Paula se preparó e hizo la maleta antes de ir a buscar a Pedro. Oyó movimiento en el salón principal y, cuando se asomó, vio al ama de llaves preparando la mesa para el desayuno. Él estaba sentado a la mesa, recién afeitado, con un traje oscuro, tomando café y leyendo el periódico. Apenas le dedicó una mirada. Parecía tan duro y distante como una roca. Pero era mejor así, se dijo ella. De esa manera, le resultaría más fácil hacer lo que tenía que hacer. Celina le dijo que tomara asiento y que le serviría el desayuno. Ella sonrió y le dió las gracias. Cuando se sentó, vestida con vaqueros y una camiseta, él dejó el periódico.


–¿Has dormido bien?


–Muy bien, gracias –mintió ella–. Tienes una casa preciosa. Eres afortunado.


Celina volvió y colocó un plato delante de Paula con huevos revueltos, salmón y tostada con mantequilla. Tenía un aspecto delicioso, pero ella no tenía hambre. Más bien, tenía una ligera sensación de náuseas.


–La suerte no tiene nada que ver con que yo tenga esta casa. Se la debo solo al trabajo duro.


A Paula no debió de sorprenderle que no creyera en cosas como la suerte y la casualidad. Sin embargo, tuvo ganas de pincharle un poco, desbancando su sombría actitud con algo de optimismo.


–Pues yo sí creo en la suerte. Creo que siempre hay un momento en que el destino interviene y puedes elegir entre aprovechar una oportunidad o no. No todo está bajo nuestro control.


–Al parecer, no –dijo él, apretando la mandíbula. 


Paula no estaba segura de qué significaba eso. Pero tenía ganas de provocarle un poco más.


–¿No crees que fue una suerte para tí conocer a Francis Fortin?


–Me dió una oportunidad y yo supe aprovecharla –repuso él.


Paula decidió dejar el tema y picó un poco de su desayuno.


–Tengo varias reuniones a las que asistir hoy en París. Mi chófer te llevará a mis establos a las afueras de la ciudad esta mañana. Allí te recibirá Vincent, el jefe de entrenadores. Él valorará qué tal llevas a Sur La Mer y, en función de lo que me diga, lo montarás en la carrera de la semana que viene. O no. 

Prisionera De Tu Amor: Capítulo 46

Hizo una mueca, recordando la historia de Sansón y Dalila. Era normal sentirse agotado después de haber experimentado tan exquisito placer. Pero una vocecilla en su interior le dijo que no había sido capaz de llegar al orgasmo hasta que habían estado mirándose a los ojos. Había necesitado sentir esa conexión. Algo que no le había pasado nunca antes. Se quedó helado. Los sucesos de la noche inundaron su mente. Le había contado a Paula más cosas sobre su vida privada de lo que le había contado a nadie jamás. Había compartido con ella la triste historia de su pasado sin titubear. Helado, comprendió lo que eso significaba. Había perdido la noción de quién era ella. Había olvidado que podía ser cómplice de un robo. Con un nudo en la garganta, se dijo que se había dejado cegar por el deseo y que había hecho oídos sordos a todo lo que había aprendido en la vida, había ignorado las lecciones que le habían enseñado a no confiar en nadie. Con el corazón galopándole en el pecho, comprendió lo cerca que había estado de… Confiar en ella. Pero había sido solo sexo. Eso era todo, se repitió a sí mismo. Paula había dado un nuevo impulso a su negocio, desde que había empezado a montar sus caballos, eso era lo importante. Después de todo, estaba en deuda con él. Su hermano le había robado un millón de euros y ella debía pagar esa deuda. A pesar de la dulzura y la aparente inocencia de Paula, no podía asegurar que no quisiera aprovecharse de él. No podía volver a ser débil. Ni volver a confiar. 


Paula podía oír a Pedro en el baño. La ducha estaba encendida. Abrió los ojos en la penumbra de la habitación, sin poder dejar de imaginarse cómo el agua caería sobre su imponente cuerpo desnudo. Entre las piernas, notaba una sensación placentera, recordando cómo él la había penetrado una y otra vez. Al instante, pensó en cómo la había tomado por detrás y le subió la temperatura. Había sido algo salvaje y erótico, aunque la había hecho sentir insegura, fuera de su elemento. No le había gustado no poder verle los ojos y la cara. Hasta que él la había girado y le había dicho que lo mirara. Había sido lo único que ella había necesitado para explotar en un delicioso orgasmo. La puerta del baño se abrió. Sintiéndose de pronto vergonzosa, se cubrió con la sábana. Pedro se quedó parado en la puerta, con una toalla alrededor de la cintura. Gotas de agua le caían por sus músculos esculturales.


–Deberías volver a tu cama ahora.


Ella se sentó, apretándose la sábana contra el pecho. Una oleada de humillación la recorrió. ¿Qué había esperado? ¿Que Pedro volviera a la cama y la tomara entre sus brazos de nuevo, susurrándole dulces palabras?


–No duermo con mis amantes –señaló él, por si no había sido lo bastante claro.


Ella lo miró, incapaz de ocultar lo ofendida que se sentía.


–Está bien. No tienes que darme explicaciones.


Se levantó y buscó el vestido, que estaba en el suelo a un par de metros de la cama. Estaba preguntándose cómo llegaría hasta su ropa sin exponer su cuerpo desnudo, cuando Pedro se acercó con un albornoz en la mano. 


–Toma –dijo él con tono brusco.


Paula lo tomó y se lo puso a toda prisa. Se odiaba a sí misma por sentirse tan dolida solo porque él le hubiera confirmado lo que era obvio: Para él no era distinta del resto de sus amantes. Pero ella quería ser diferente, reconoció para sus adentros, reprendiéndose por su peligrosa ingenuidad. Antes de que Pedro pudiera adivinar sus sentimientos, ella tomó el vestido del suelo y se dirigió a la puerta, evitando la mirada de él. Sin embargo, se forzó a sí misma a volverse un momento.


–Gracias por esta noche. Lo he pasado muy bien.


Antes de que él tuviera tiempo de responder, Paula salió. En vez de experimentar satisfacción por haber dejado claros los límites, Pedro se quedó pensando en la expresión de ella, en cómo se había tapado con el albornoz, evitando su mirada. No era como las demás mujeres con las que se había acostado. Y se sentía como un imbécil por haberle hecho daño. Si era honesto consigo mismo, se arrepentía de lo que había dicho. Quiso salir tras ella, llevarla de vuelta a su cama y continuar donde lo habían dejado. Maldiciendo, volvió al baño para darse una ducha fría. Maldita Paula Chaves. No debía haber dejado que ella le calara tan hondo. Cuanto antes encontraran a su hermano, mejor que mejor. 

Prisionera De Tu Amor: Capítulo 45

Cuando estuvieron de regreso en la casa, Pedro no le dió tiempo para pensar. La llevó directamente al dormitorio. Su rostro estaba contraído por el deseo.


–Date la vuelta –ordenó él, después de haberle quitado la chaqueta de los hombros.


Paula se volvió, dándole la espalda. Él le apartó el pelo a un lado, sobre un hombro, y le bajó la cremallera del vestido. Le desabrochó el sujetador.  Cuando le recorrió la columna con los nudillos, ella tiritó de anticipación. Entonces, Pedro le dejó caer el vestido de cintura para arriba y la hizo girarse hacia él. A ella se le endurecieron los pezones bajo su mirada y, cuando se los acarició con las puntas de los dedos, tuvo que morderse el labio para no gritar de excitación.


–Desnúdame –pidió él.


Contemplando el rostro embelesado de Paula, Pedro comenzó a sudar, por el esfuerzo que tenía que hacer para no arrancarle el vestido en ese mismo instante, tumbarla en la cama y sumergirse en su dulce interior. Pero quería controlar sus impulsos y tomarse su tiempo para disfrutar de ella. Ella alargó las manos y le desabrochó los botones de la camisa uno por uno con cara de concentración. Luego, le quitó la camisa y continuó con el cinturón y la cremallera de los pantalones.


–Tu vestido y tu ropa interior. Quítatelos –pidió él con voz ronca y desesperada.


Ella se quitó el resto del vestido hasta el suelo. Luego, se quitó las braguitas, dejando al descubierto sus rizos de oro rojizo entre las piernas. Estaba sonrojada y evitaba mirar a Pedro.


–Eres preciosa, Paula.


–Si tú lo dices…


–Sí lo digo. Túmbate en la cama.


Ella se subió a la cama y se tumbó boca arriba.


–Abre las piernas.


Tímidamente, Paula hizo lo que le pedía. Cuando vió lo húmeda que estaba, Pedro se quitó los calzoncillos y le apartó un poco más los muslos. Se arrodilló entre sus piernas, volviéndose loco con su aroma. La besó en la cara interna de los muslos, que temblaban bajo su contacto. Luego, le separó los labios de su parte más íntima y posó allí su boca, emborrachándose con su esencia. Nunca había probado nada tan dulce.


–Pedro, ¿Qué estás haciendo…? Oh, cielos…


Él sonrió contra su sexo, mientras sentía cómo ella respondía, cómo se derretía, se estremecía bajo su lengua. Cuando deslizó un dedo dentro, ella llegó al orgasmo de inmediato. Sin hacerse esperar, entonces, Pedor se puso un preservativo y se colocó sobre ella. Paula lo miró con ojos soñadores, saciados.


–Eso ha sido… Increíble. 


Durante un segundo, a pesar de la urgencia que lo consumía, Pedro se detuvo. Había algo tan abierto y honesto en los ojos de Paula que no podía aguantarlo. Se sentía como si ella estuviera mirando en las profundidades de su alma… De una forma en que nadie lo había mirado nunca. Era una sensación demasiado honda, demasiado nueva e inquietante. Y le hacía sentir demasiado expuesto.


–Date la vuelta –ordenó él.


Paula titubeó un momento con gesto de confusión. Él le puso la mano de nuevo entre las piernas, donde estaba tan mojada, tan caliente y tan sabrosa.


–Date la vuelta, minou.


Ella obedeció y él la sujetó de las caderas para hacer que se colocara a cuatro patas. Ella lo miró por encima del hombro en una postura sumamente erótica.


–¿Pedor?


Sujetándola de la caderas, Pedro la penetró. Vió cómo los ojos de ella se abrían y se inflamaban. Entonces, comenzó a entrar y salir con toda la lentitud de que fue capaz, hundiéndose más y más en su interior. Ella gimió y se apoyó sobre los codos, dejando que su pelo cayera como una cascada sobre las sábanas blancas. Se aferró a ellas, apretando los puños, acercándose al clímax con cada arremetida. Pero, a pesar de que notaba cómo el cuerpo de Paula se tensaba a su alrededor, próximo al orgasmo, él no podía hacerlo de esa manera, por muy vulnerable que se sintiera cuando ella lo miraba a los ojos. Salió de ella y la giró para que estuviera boca arriba. Ella estaba jadeante, con la piel mojada por el sudor.


–Pedro…


–Mírame.


Ella lo hizo, con ojos grandes y confiados. Desesperado, Pedro la penetró solo una vez más. Fue todo lo que necesitó para explotar en un océano de éxtasis. Cuando fue capaz de moverse de nuevo, se soltó de los brazos de Paula y se dirigió al baño para quitarse el preservativo. Se apoyó sobre el lavabo con la cabeza gacha, como si el sexo le hubiera drenado todas sus fuerzas.