Después de dos nuevas rondas en las que otros dos chefs fueron expulsados, Rafael consiguió mejorar sus resultados y Paula y Pedro permanecieron entre los tres primeros. Se habían convertido en los dos concursantes a los que los demás querían batir, lo que los aislaba del conjunto. Pero a ella solo le afectaba el silencio de él. Ocasionalmente lo encontraba mirándola, pero cada vez apretaba la mandíbula y su expresión se endurecía antes de desviar la mirada. Paula lo echaba desesperadamente de menos. A él a y lo que podían haber llegado a ser. Aunque no había querido admitírselo ni a sí misma, sabía que se estaba enamorando de él. Y ese reconocimiento, no expresado, la torturaba. Los días eran largos y el horario agotador. Aunque cocinar apenas llevaba tiempo, pasaban horas en el estudio, grabando entrevistas en las que hablaban de técnicas y de recetas, e incluso tenían que hablar sobre sus competidores. Los productores querían sazonar el programa con un poco de cotilleo para mejorar los datos de audiencia.
Al final de la segunda semana, otros tres chefs habían sido eliminados, incluido Kevin. Solo quedaban seis. Al lunes siguiente, tras anunciarse otra eliminación, Paula esperaba un taxi fuera del edifico cuando vió a Pedro salir. Aunque no se hablaban, habían alcanzado algo parecido a una tregua. Mientras Rafael y los demás acaparaban ingredientes, ellos dos los compartían. Sus miradas se encontraron, y ambos inclinaron la cabeza a modo de saludo.
—¡Hoy ha sido duro! —comentó ella.
—No sé cómo has conseguido sacar adelante un plato tan complicado en cuarenta minutos.
Una frase completa y halagadora… La sorpresa debió reflejarse en el rostro de Paula, porque Pedro añadió:
—Nunca he dudado de tu capacidad como cocinera, Paula. Nos vemos mañana.
Paula lo vió alejarse y tragó saliva. No. Era aún peor. Era de ella de quien dudaba.
En la última semana de competición quedaban cuatro chefs: Paula, Pedro, Ángela y Rafael.
—Hoy vas a perder —dijo Rafael a Paula—. Has durado demasiado.
—Ya veremos —dijo ella con indiferencia.
Media hora más tarde, ya en su puesto, maldijo entre dientes cuando Diego anunció que tenían treinta minutos para preparar un postre, y que el chef famoso que juzgaría el resultado era un prestigioso repostero.
—¡Qué mala suerte! —oyó mascullar a Pedro.
—Si puedes hacer unas galletas como las que hizo tu madre para la fiesta, ganarás —musitó ella.
Pedro la miró, sorprendido, de soslayo. Y Paula quiso creer que también agradecido. Ella optó por una tartaleta de albaricoque con nata perfumada con canela.
—La masa tiene muy buena pinta —comentó Pedro cuando pasó el tiempo estipulado.
—Me temo que no ha quedado lo bastante hojaldrada.
—Claro que sí —Pedro le dió un disimulado apretón de mano—. Y gracias por la sugerencia.
Se refería a su plato: Sándwiches de frambuesa con galletas de mantequilla bañadas en chocolate; y una hoja de menta y unas frambuesas frescas como decoración.
—Yo solo he sugerido las galletas—dijo ella, apretándole la mano—. Y la presentación está muy bien, por cierto.
—He pensado: ¿Qué haría Paula? —dijo él con una sonrisa.
Un rato más tarde, los cuatro chefs esperaban de pie delante de sus puestos a que Diego anunciara la última baja:
—Ángela, lo siento, estás eliminada —dijo con fingida lástima.
Los ojos de esta centellaron de rabia.
—¡La cata a ciegas es mentira! —exclamó. Y señalando con el dedo a Paula, siguió—: ¡Todos sabemos que les dicen a los jueces cuáles son tus platos para que ganes!
—Eso no es verdad —dijo Diego—. Lo cierto es que los jueces han encontrado tu helado totalmente insípido.
Razonar con Ángela era imposible porque estaba furiosa y no paraba de lanzar acusaciones intercaladas con juramentos. Dos agentes de seguridad tuvieron que entrar en el estudio para sacarla. Cuando ya estaba en la puerta, amenazó a Paula:
—¡Te voy a matar!
—¡Qué desagradable! —dijo Diego, ajustándose los gemelos.
Tras aquella escena, la grabación se dió por concluida. Paula había pensado volver a casa, ponerse una copa de vino y darse un prolongado baño. Al salir del edificio, le sorprendió encontrarse a Pedro, que había salido un rato antes que ella.
—¿Estás esperando un taxi?
—La verdad es que te esperaba a tí. Llevo días queriendo decirte algo.
Después de las acusaciones de Ángela, ella no estaba segura de poder aguantar un enfrentamiento.
—¿Ahora?
Pedro le dedicó una mirada que Paula no había visto en sus ojos desde hacía días.
—Sí. ¿Podemos ir a tomar un café?
Paula habría querido negarse; proteger su corazón. Pero no pudo resistirse.
—¿Vamos a Isadora?
Pedro esperó al café y los cantuccini antes de hablar.
—Paula —empezó con la voz quebrada—, siento lo que te dije el otro día. Me temo que me cuesta confiar en la gente.
—Lo sé, Pedro, y creo que lo entiendo.
—Debía haberte preguntado antes de sacar mis propias conclusiones.
Paula parpadeó, asombrada.
—¿Es eso lo que estás hacienda ahora? ¿Pedirme explicaciones?
—No. Mi madre me dijo que debía darte el beneficio de la duda antes de que habláramos.
—¿De verdad dijo eso? —Paula esbozó una sonrisa—. Porque a mí me ha parecido que ya me habías juzgado y sentenciado.
—Lo sé. He reflexionado mucho sobre cómo te he tratado — Pedro posó su mano sobre la de ella—: Cuando alguien te importa tanto como tú a mí, las explicaciones sobran —Paula abrió los ojos desmesuradamente pero no dijo nada. Pedro continuó—: Paula, sé que apenas nos conocemos, pero solo he sentido esto por otra persona en mi vida. Siento haber dejado que el pasado nublara mi juicio. Lo siento. Y te prometo que nunca volveré a dudar de tí.
Paula pareció desconcertada, pero giró la mano para entrelazar sus dedos con los de él.
—Pedro, aparte de ser chef, como Candela, no tengo nada en común con ella. Yo jamás te traicionaría.
—Lo sé. Creo que mi cabeza tenía que sincronizarse con mi corazón. ¿Me perdonas?
—Sí. Ha sido espantoso no tenerte cerca.
—Para mí también.
Fueron al departamento de Pedro. Paula lamentó no haberse puesto ropa interior sexy, pero aquella mañana no había salido de casa confiando ni en ser seducida ni en seducir.
—Solo para aclarar las cosas: Todavía pienso ganar —dijo, a la vez que Pedro la tumbaba sobre el sofá.
—Me parece muy bien. Porque yo pienso vencerte.
—Vale —Paula mordisqueó el labio inferior de Pedro antes de preguntar—: ¿Qué te parece si fraternizamos con el enemigo?
—Estoy plenamente a favor.
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