jueves, 21 de diciembre de 2023

Culpable: Capítulo 19

Se quedaron mirándose fijamente, y cuando Pedro bajó la vista, contra su voluntad, a los labios de Paula, ésta se estremeció.


–Eres un bastardo –masculló.


Poco podía imaginar lo ciertas que eran sus palabras. Pedro inspiró profundamente y reprimió el dolor y la inseguridad que le provocaba pensar en eso. La miró a los ojos y le dijo:


–Pues antes no parecías pensar eso, cuando nos pasábamos horas en la cama. Me deseabas, tanto como yo a tí.


Paula tragó saliva y dió un paso atrás.


–Eres encantador cuando quieres serlo –respondió. Apretó la mandíbula–. Pero detrás de esa fachada de hombre guapo, rico y encantador no hay nada.


–La opinión que tengas de mí no viene a cuento –le dijo él, irritado–. Ahora lo que importa es el bebé. Lo único que intento es responsabilizarme de mi hija.


–¿Cómo?, ¿Amenazándome con mandarme a tus abogados? –le espetó ella.


–No iba en serio… –masculló Pedro–. Lo dije porque te negabas a que habláramos siquiera.


–¡Y con razón!


–Paula… –le dijo él en un tono quedo–. ¿De qué tienes tanto miedo?


Ella se quedó mirándolo un buen rato antes de apartar la vista.


–Ví lo que tus abogados y tu dinero consiguieron en los tribunales con mi padre. Me da miedo que intentes quitarme a mi hija… No porque la quieres, sino por despecho, porque puedes.


Pedro suspiró.


–Jamás haría algo así. Jamás. Pero también es mi hija. No puedo rehuir mi responsabilidad. No quiero que un día se pregunte por qué no estuve a su lado, por qué no te ayudé a criarla, si es que no la quería.


Paula bajó la vista y preguntó en un hilo de voz.


–¿Y qué propones que hagamos?


Pedro se quedó pensativo un momento, preguntándose cómo podría asegurarse de que formaría parte de la vida de su hija sin necesidad de abogados, sin temer constantemente que Paula decidiera desaparecer en cualquier momento o casarse con otro hombre. Y entonces, de repente, se le ocurrió una solución muy sencilla. De un solo plumazo lo tendría todo atado y bien atado. Era algo que jamás se habría planteado, de lo que siempre había renegado, pero en cuanto se le pasó por la cabeza sintió que su tensión se disipaba. Esbozó una sonrisa y le dijo:


–Nuestro bebé necesita un padre, necesita un apellido… Y quiero que sea el mío –la miró a los ojos y añadió–: Y quiero que también se convierta en el tuyo.


Paula se quedó mirándolo horrorizada.


–¿Qué estás diciendo?


–La solución no podría ser más sencilla, Paula: Solo tienes que casarte conmigo. 

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