martes, 19 de diciembre de 2023

Culpable: Capítulo 14

 –Lo que pasa es que no te lo esperabas –le había dicho éste–. Ya cambiarás de opinión. Pero bueno, te cases conmigo o no, puedes quedarte todo el tiempo que quieras –había añadido con suavidad–. Incluso, si quieres, puedes quedarte aquí para siempre.


Había sido bastante incómodo, y se había sentido aliviada cuando Enrique se había vuelto a Los Ángeles. Sin embargo, el oírlo hablar, una vez más, de lo agradable que era el clima en California, había hecho aflorar a su mente un recuerdo de dos años atrás. Su primera exposición había sido un fracaso, y cuando se había echado a llorar su padre la había consolado diciéndole:


–Podríamos volver a empezar, mudarnos a Santa Bárbara. Podríamos comprar una casita junto a la costa con un jardín lleno de flores.


–¿Dejar Nueva York? –había murmurado ella, mirándolo sorprendida–. ¿Y qué pasaría con tu galería?


–Quizá a mí tampoco me vendría mal un cambio. Solo tengo un trato importante que cerrar y luego… Bueno, ya veremos. 


Poco después lo habían arrestado y ya no habían hablado más de nuevos comienzos, pero aquel recuerdo había dejado pensativa a Paula. Con lo que ganaba como camarera no podría sacar adelante a su hija. Tenía que aumentar sus ingresos, quizá con un trabajo mejor remunerado y con un seguro médico. Había pensado entonces en su madre, que había sido enfermera. A ella le gustaba ayudar a la gente; quizá podría seguir sus pasos, se había dicho. Había enviado una solicitud de ingreso a una pequeña escuela de enfermería de Santa Bárbara, y milagrosamente la habían aceptado. Incluso le habían dado una beca. Comenzaría las clases en otoño, cuando su bebé tendría ya tres meses. Poco después las náuseas matinales habían desaparecido, había conseguido ahorrar algún dinero y tenía un plan para el futuro. Pero ya estaban en marzo y la semana próxima Franck regresaría a Nueva York para quedarse, y no se imaginaba compartiendo el apartamento con él. Tenía que mudarse a otro sitio, pero… ¿A dónde? Ninguno de sus amigos tenía sitio, y tampoco podía permitirse pagar un alquiler. No cuando estaba ahorrando cada céntimo para los gastos que tendría cuando naciera el bebé y se fuera a California. De hecho, si hubiera tenido suficiente dinero se habría ido ya a California. Allí en la ciudad de Nueva York temía chocarse algún día accidentalmente con Pedro. Si llegara a descubrir que estaba embarazada, tal vez intentaría quitarle la custodia de su hija. Pero es que allí tenía un trabajo, amigos y, por incómoda que se sintiese, al menos tenía un lugar donde vivir gracias a Enrique. Solo tenía que aguantar hasta el verano. Salía de cuentas a principios de junio, y a finales de agosto tendría el dinero suficiente como para conseguir un departamento de alquiler en California, donde las dos empezarían una nueva vida. Hasta entonces lo único que podía hacer era cruzar los dedos y rezar por que no se cruzara con Pedro y que no intentara contactar con ella. Al llegar al bloque de apartamentos, saludó con una sonrisa al portero, que le sostuvo la puerta.


–Hola, Walter.


–Buenas tardes, señorita Chaves. ¿Cómo va ese bebé? –le preguntó él amablemente, como hacía siempre.


–Estupendamente –contestó ella con otra sonrisa, antes de dirigirse al ascensor. 

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