jueves, 28 de diciembre de 2023

Culpable: Capítulo 22

Le pareció ver un atisbo de vulnerabilidad en los ojos de Pedro antes de que sus facciones se endurecieran.


–No pienso desentenderme de nuestra hija; no me daré por vencido – le dijo.


Paula rogó por que no se hubiera dado cuenta de que había estado a punto de perder el control. Tenía que conseguir que se marchara, que abandonara aquel apartamento lleno de recuerdos agridulces.


–Estoy cansada. ¿Podemos hablar mañana?


–No –respondió él, obstinadamente–. Tenemos que resolver esto.


Luz se levantó de su almohadón, se acercó a Pedro para olisquearlo y lo miró esperanzado, como esperando unas caricias. Pedro se agachó, le rascó brevemente entre las orejas, y cuando se irguió la perrita le lamió la mano. «Traidora…», pensó Paula, mirando a su mascota con los ojos entornados.


–¿Tienes hambre? –le preguntó Pedro–. Podría llevarte a cenar a algún sitio.


Parecía vacilante, como si estuviese esperando que rechazase la invitación, pero la verdad era que sí tenía hambre.


–¿A otro restaurante de postín?


–Si no quieres, no. Conozco el sitio perfecto: con ambiente hogareño, informal… Hasta admiten perros –le dijo él con una sonrisa tentadora–. ¿Qué me dices?


Paula se sintió irritada por cómo reaccionó su cuerpo a esa sonrisa, con un cosquilleo eléctrico que la recorrió de arriba abajo.


–Está bien –masculló de mala gana–. Pero solo cenar y nada más.


Pedro miró a Paula, que iba sentada a su lado en el asiento trasero del Rolls-Royce con su perrita en el regazo. Tenía girada la cabeza hacia la ventanilla con cara enfurruñada, pero al menos la había convencido para que cenara con él. Nunca se había imaginado casándose, y mucho menos siendo padre, pero ahora estaba decidido a ser un buen marido y un buen padre. Toda su vida se había sentido impelido a demostrar su valía. Se recordaba a sí mismo, siendo aún un crío, intentando complacer al que siempre había creído que era su padre, un hombre cruel que lo llamaba «estúpido» e «Inútil». A pesar de sus esfuerzos, había continuado burlándose de él y hostigándolo, mientras su madre lo ignoraba por completo… A menos que tuvieran compañía. Para ellos las apariencias eran lo único que importaba y, aunque en privado tenían agrias discusiones, los dos querían que los demás pensaran que eran un matrimonio perfecto con un hijo perfecto y que formaban la familia perfecta. Pero la realidad era que se hallaban muy lejos de ser ninguna de esas cosas. Siempre le había parecido que sus padres se odiaban, aunque no tanto como lo odiaban a él. Desde los cinco años, cuando se había dado cuenta de que a otros niños sus padres los abrazaban y los elogiaban, había llegado a la conclusión de que había algo anormal en él, algo que hacía que sus padres se avergonzasen de él y lo despreciaran, por más que se esforzase. A sus catorce años los dos habían muerto, y no le había quedado nadie en el mundo. El juez había designado un tutor que administraría su herencia hasta que él alcanzase la mayoría de edad. 

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