Paula retrocedió y observó la combinación de aguacate, tomates, alubias negras y boniato salteado. Por sabor, le daba una A. Como estilista, no estaba tan contenta. Los cuencos blancos que había elegido eran adecuados, pero al conjunto le faltaba un toque de verde. Miró de soslayo el plato de Pedro. Aunque también había usado aguacate, en lugar de dejarse llevar por influencia mexicana, se había inspirado en la italiana. Un asistente recogió los platos en un carrito y ella observó que uno de los participantes no había logrado terminar a tiempo. Eso no significaba una descalificación inmediata, pero ponía al participante en una posición difícil. Los chefs se retiraron a la antesala. La mayoría se sentó, dando resoplidos de cansancio. Apoyó la espalda en la pared. La cabeza le seguía dando vueltas por la tensión de la competición y por la pelea con Pedro. «Déjalo estar», se repetía continuamente, sin éxito. Le dolía demasiado el corazón. Por primera vez había bajado las defensas, creyendo que…
—Ha sido peor de lo que imaginaba —comentó uno de los chefs. Sacándola de su ensimismamiento.
—¡Veinte minutos! —exclamó otro—. ¡Me han parecido dos!
—Dímelo a mí —comentó el que no había terminado su plato. Y se lamentó—: Supongo que seré expulsado.
—No es el fin hasta que llega el final —dijo Pedro.
Paula lo miró y vió que la estaba mirando… Sin animadversión. Sin que fuera cálida, al menos su expresión se había suavizado. Pedro se había quitado el guante; llevaba un vendaje y se sujetaba la mano herida con la otra. Ella se aproximó a él.
—¿Qué tal está el corte?
—Bien.
—Deberías pedir que lo viera el médico.
Pedro sacudió la cabeza y contestó:
—He sobrevivido a cosas mucho peores.
Mezclar a alta velocidad
Tardaron varias horas en saber que el concursante eliminado era el que no había terminado el plato en los veinte minutos adjudicados. Rafael había recibido una puntuación baja y no disimuló su irritación al ver que Paula había quedado entre los tres primeros, junto a Kevin y Pedro, cuyo plato consiguió la puntuación más alta. Y aunque éste sabía que debía estar feliz, aquella tarde, en su casa, solo podía pensar en Paula. Estaba confuso y enfadado. Pero no estaba seguro de con quién. ¿Con ella? ¿Con Luis? ¿Con el programa? ¿Consigo mismo? Se dejó caer sobre el sofá con una botella de cerveza. El teléfono resonó en el espacio exiguamente amueblado. Al contestar vio que tenía media docena de mensajes.
—¿Sí?
—¡Por fin! —oyó a Carolina al otro lado—. ¿Dónde te habías metido? No contestas al móvil.
—Lo he apagado durante el programa. ¿Pasa algo?
—¿Que si pasa algo? —repitió Carolina, imitándolo—. ¡Pedro! Llevamos todo el día esperando a saber cómo te ha ido. Estoy con Sonia, mamá y papá. Quedaste en llamar.
Pedro dejó la cerveza y se frotó los ojos.
—Es verdad. Lo siento.
—No me tengas en suspenses. ¿Sigues en el concurso o no?
Al fondo, Pedro oyó a su madre decir:
—¡Caro, no lo digas como si no confiáramos en él!
Un segundo más tarde, se oyó su voz con eco, y Pedro dedujo que habían conectado el altavoz.
—Pepe, estamos orgullosos de tí pase lo que pase.
Pedro sonrió a pesar de estar de pésimo humor, y no pudo evitar pensar en lo afortunado que era, comparado con Paula, al tener unos padres como los suyos.
—Sigo en el concurso, mamá. De hecho, he tenido la mejor puntuación.
Un estallido de gritos de entusiasmo recibió sus noticias
—¿Se lo has dicho a Paula? —preguntó Sonia.
—No ha hecho falta. Estaba allí.
—¿Ha ido a verte? ¿Podemos ir nosotros?
Pedro dió un trago a la cerveza.
—No ha venido a verme, sino a competir. La han readmitido.
No añadió que había dependido de su voto y las duras palabras que se habían dirigido. Al otro lado, oía a sus hermanas hablar al mismo tiempo. Pero su madre desconectó el altavoz y Pedro tuvo la seguridad de que se retiraba para continuar la conversación de forma privada. Jamás había podido ocultarle sus emociones.
—Estás disgustado.
—No, mama. Solo…
—¿Qué ha pasado?
Pedro suspiró.
—Hemos pasado las dos últimas semanas prácticamente juntos y no ha mencionado en ningún momento… —dió otro trago a la cerveza.
—¿Lo sabía y no te lo había dicho?
—No lo sé. Pero la llamé anoche y esta mañana y no contestó.
—¿Se lo has preguntado?
—La verdad es que no. Pero me resulta sospechoso que no me llamara —dijo, y volvió a sentirse justificado en su enfado—. Y cuando ha entrado en el estudio parecía… Sentirse culpable.
Pedro terminó la cerveza.
—¿Pero no le has dejado que se explique?
—Mamá…
—¿Te gusta Paula, Pedro? —al ver que Pedro tardaba en contestar, su madre continuó—: Está bien, te lo diré: Creo que te gusta mucho.
—Acabamos de conocernos. Apenas sé nada de ella —se levantó con un resoplido y fue por otra cerveza—. De hecho, el primer día me mintió al decirme que se llamaba Paula Chaves.
—Ya, pero tú mismo me dijiste por qué lo hizo.
—Está bien. Está bien. Pero puede indicar una tendencia, mamá —insistió Pedro, a la vez que abría la cerveza.
—¿Te has planteado que la tendencia es que tú desconfíes de la gente por lo que te hicieron Candela y Lucas?
—Es posible.
Pedro sabía que su madre tenía razón, pero le costaba franquear la distancia entre lo que pensaba su cabeza y lo que sentía su corazón.
—Pedro, hazte un favor y dale el beneficio de la duda hasta que puedan sentarse a hablar.
Pedro accedió antes de colgar, pero se fue a la cama sin llamar a Paula.
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