jueves, 21 de diciembre de 2023

Culpable: Capítulo 17

Sin embargo, Pedro no se había esperado en absoluto la información que recibió: Paula estaba embarazada de seis meses. No habían logrado averiguar quién podría ser el padre, pero él lo sabía perfectamente. En su primera noche juntos había descubierto que ella era virgen, y durante los meses que habían estado juntos le había sido fiel, de eso no tenía la menor duda. El bebé tenía que ser de él. Durante el vuelo de regreso a Nueva York el día anterior no había podido dejar de darle vueltas al asunto, preguntándose si Paula ya habría sabido que estaba embarazada la noche de la fiesta. Había llegado tarde a su casa en el West Village y nada más meterse en la cama se había quedado profundamente dormido. A la mañana siguiente se había despertado tarde y había ido a la oficina, pero no había aguantado más que un par de horas allí antes de llamar a su chófer para que lo llevara a Brooklyn. Le había dicho que estacionara frente al bloque de departamentos donde Paula vivía, y se había quedado sentado en el coche, cada vez más tenso, mientras intentaba decidir si debería entrar en el edificio o no. Porque cuando hubiera confirmado que lo que le habían dicho era verdad, que estaba embarazada, no habría vuelta atrás. Y entonces la había visto aparecer calle abajo, paseando a su perrita. Estaba más hermosa que nunca. El embarazo había hecho sus curvas más rotundas, haciéndola aún más sexy, había otorgado un brillo especial a sus ojos verdes, y la piel de su rostro estaba radiante.


–¿Ni siquiera vas a dejar que te ayude con la manutención? –le preguntó airado.


La expresión de Paula se ensombreció, como si ella misma se hubiese dado cuenta de que estaba llevando aquello demasiado lejos.


–Eres un monstruo, y no te necesitamos –murmuró obstinadamente, y entró a toda prisa en el edificio con su mascota.


Oyó en su mente el eco de la voz enfurecida de su madre: «Pequeño monstruo… ¡Ojalá no hubieras nacido!»… El corazón le martilleaba en el pecho y todo su cuerpo se había puesto tenso. Esas habían sido las palabras que le había gritado su madre la última vez que la había visto, a los catorce años. Acababan de volver del funeral del hombre que siempre había creído que era su padre, cuando su madre le había dicho la verdad y que se marchaba para no volver. Con el corazón roto, había agarrado unas tijeras en un arranque de rabia y había desgarrado con ellas el cuadro preferido de su madre. Y ella, furiosa, le había quitado el Picasso de las manos y lo había increpado de aquel modo tan cruel. Había muerto una semana después, en el terremoto de Turquía, y el cuadro había desaparecido. No le quedaban más parientes, pero ahora, de pronto, había descubierto que iba a tener una hija. Sangre de su sangre. Alzó la vista hacia la fachada del bloque de apartamentos y entornó los ojos. Le gustara a Paula o no, iba a formar parte de la vida de su hija. Apretó los puños y entró en el edificio. Sin embargo, cuando se dirigía al ascensor, el portero le bloqueó el paso. 

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