Sellar
Pedro estaba escuchando a Diego St. John, que explicaba tanto a la audiencia como a los concursantes las reglas del concurso. Hacía calor bajo los focos. Todos tenían gesto serio, Paula incluida. Su irritación con ella se había disipado lo bastante como para reconocer que acusarla de acostarse con los demás había sido un golpe bajo. Pero desde su divorcio, tendía a ser desconfiado, y ella era la primera mujer a la que se había sentido unido y hasta que no se aclarara todo, por ejemplo por qué no había contestado a sus llamadas, no se relajaría. El estudio estaba plagado de gente. Las cámaras se concentraban en los concursantes a medida que Diego los presentaba y leía sus biografías. Cuando llegó a Paula, tenía que desvelar su conexión con Luis. Pedro no pudo sino admirar la astucia de la cadena al haberse cubierto las espaldas haciendo que la decisión recayera sobre los propios concursantes, al tiempo que se aseguraba, de paso, un aumento de la audiencia. Tras leer el currículo de Paula, Diego dijo:
—Paula Dunham es la hija de Luis Chesterfield. Puede que algunos piensen que eso es una ventaja —la cámara se cerró a un primer plano—, pero se equivocan. Su padre no quiere que trabaje en su cocina. De hecho, esa es la razón de que convocara este concurso. Aquí tenemos las declaraciones que hizo cuando descubrió que su hija, que había usado un alias, estaba entre los participantes.
Éstos podían oír el audio aunque no vieran las imágenes. Mientras, una docena de cámaras enfocaron a Paula.
—Paula me ha desilusionado. Le dí la mejor educación pero la tiró por la ventana —se oyó decir a su padre.
—Tengo entendido que como estilista es muy respetada — comentó Diego.
—Es posible, pero no está al mismo nivel como cocinera.
—¿Es esa la única razón por la que no quiere contratarla?
—¿Se refiere al hecho de que se casara con David Dunham? — preguntó Luis, irritado.
—Supongo que fue como recibir una bofetada —dijo Diego, imperturbable—. Su conflicto con Dunham es conocido.
Hubo un silencio prolongado durante el que Pedro habría jurado que oía respirar a Paula.
—Que decidiera casarse con… Ese supuesto crítico gastronómico, solo demuestra que es impulsiva e inmadura. Características que no convienen en un chef.
—En su defensa hay que decir que eso fue hace seis años y que la relación no duró —dijo St. John—. Sin embargo, tengo entendido que no se habla con ella.
—No tengo nada que decirle.
—¿Y si gana?
—Eso no va a pasar —Pedro se volvió y vio que Lara hacia una mueca de dolor—. No tiene lo que hay que tener para ser una gran cocinera.
Para cuando la entrevista terminó, Paula estaba tan pálida como su bata. Diego había llegado junto a ella.
—Esas son palabras muy severas por parte de su padre, chef Dunham —dijo el presentador.
—Tiene derecho a tener su propia opinión —dijo ella, estoicamente.
Pero esa no era la actitud que los productores querían de ella.
—Aun así, debe ser doloroso oírle decir que no es lo bastante buena como para ganar.
—En eso se equivoca —dijo Paula tras una pausa.
—Pongámonos a trabajar —dijo Rafael desde el otro lado del estudio. Por una vez, incluso Pedro estuvo de acuerdo con él.
Mientras que la cadena quería sacar provecho al drama, los concursantes solo querían cocinar. También Paula. Sus nervios en ese momento eran palpables y Pedro tuvo la tentación de tranquilizarla. Pero no lo hizo. No pudo.
—Chefs —dijo St. John, señalando con un gesto dramático la mesa que tenía ante sí—. Estas son las tarjetas que les han tocado.
El concurso comenzaba. Paula miró a Pedro. Estaba plantado con los pies separados, con los ojos entornados y la mandíbula apretada. Parecía más preparado para un combate que para cocinar. Ella se sentía igual. Pero en su caso tenía dos objetivos: uno, permanecer en el concurso. El otro, más personal, conseguir mejor puntuación que Pedro. Estaba furiosa y herida. Y concentró toda su ira en las tres tarjetas que había sobre la mesa.
—La primera tarjeta dirá el tiempo del que disponen —dijo Diego. Le dió la vuelta con un amplio ademán—. Veinte minutos.
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