jueves, 7 de diciembre de 2023

Culpable: Capítulo 3

Pepe la tomó de la mano para llevarla de vuelta al dormitorio y se tumbaron en la cama, donde empezaron a besarse de nuevo. Se notaba los pechos pesados y los pezones particularmente sensibles cuando Pepe se puso a lamerlos, pero no tenía que ser porque estuviese embarazada, se dijo. De hecho, podía haber múltiples razones por las que llevara dos semanas de retraso en su periodo. No podía ser porque estuviera embarazada. Era imposible… Apartó esos pensamientos de su mente cuando Pepe la besó con ternura en las mejillas y en la frente antes de besarla en los labios de nuevo, y al notar que se hundía dentro de ella gimió extasiada. Pepe empezó a moverse, y con cada embestida de sus caderas el placer fue in crescendo hasta que llegó al clímax, que él alcanzó también poco después. Al cabo de un rato yacían aún jadeantes el uno en brazos del otro con las sábanas revueltas a sus pies.


–No quiero perderte –murmuró Pepe.


–¿Perderme? –inquirió ella, levantando la cabeza para mirarlo–. ¿Por qué ibas a perderme?


Él se rió con tristeza.


–Ven a mi casa y hablaremos –le dijo.


–¿Hablar de qué?


–De mí.


La seria expresión de Pepe cuando se bajó de la cama y empezó a vestirse hizo que una sensación de pánico se apoderara de ella. Nerviosa, se levantó también y fue a por ropa interior, una camiseta y unos vaqueros limpios para vestirse también.


–Yo hoy no tengo turno en la cafetería –le dijo–. ¿Tú tienes que trabajar?


–Sí, pero puedo llegar un poco más tarde.


–Yo creía que los dependientes tenían que estar ya en los almacenes a la hora de abrir. ¿No abrís a las diez? –inquirió mientras acababa de vestirse. Al ver que Leo no contestaba, insistió–. ¿No te despedirán si llegas tarde?


–¿Despedirme? –repitió él, como divertido–. No –replicó con una sonrisa algo forzada–. ¿Nos vamos? 


Cuando salieron del bloque de departamentos al frío aire del mes de octubre, Paula iba a echar a andar hacia la boca de metro más cercana, a un par de manzanas de allí, cuando Pepe la detuvo.


–Espera, iremos en coche –le dijo.


Por algún motivo parecía tenso de repente. Paula sonrió y sacudió la cabeza.


–¡Venga ya!, ¿No querrás pagar un taxi con lo que te debió costar llevarme a cenar anoche a ese sitio tan caro! Podemos ir en metro; no hace falta que te arruines para impresionarme –le aseguró, aunque la halagaba que se esforzara tanto por conseguirlo.


–Bueno, no me refería a un taxi…


Paula oyó un ruido detrás de él. Ladeó la cabeza con el ceño fruncido. 


–¿Has oído eso?


–¿El qué?


Paula miró por encima de su hombro.


–Parece el llanto de un bebé –respondió.


Volvió a oírlo. Se escuchaba como amortiguado. Parecía más bien un gemido, o un sollozo. Rodeó a Pepe para dirigirse al callejón de donde provenía el ruido.


–¿A dónde vas? –la llamó él.


–Tengo que averiguar qué…


–Paula, no es problema tuyo –la cortó él–; estará con su madre…


Pero ella ya estaba entrando en el callejón, preocupada de que pudiera ser un bebé abandonado. Vió un sacó de arpillera encima de un contenedor de basura. El ruido parecía salir de ahí. El saco se movió y se oyó un gemido.


–¡Paula, no! –exclamó Pepe, que la había seguido–. No sabes lo que es.


Ella hizo caso omiso y alcanzó el saco. No pesaba casi nada. Lo depositó con suavidad sobre el asfalto, deshizo el nudo y abrió el saco. Dentro había un cachorrito, un perro de pelaje castaño claro. Gimoteaba y temblaba. Paula lo acarició con ternura y la ira se apoderó de ella.


–¿Quién puede haber sido tan cruel como para abandonarlo así?


–Algunas personas pueden ser auténticos monstruos –murmuró Pepe.

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