martes, 12 de diciembre de 2023

Culpable: Capítulo 6

Pedro se sentó tras su escritorio y se quedó pensativo, con la mirada perdida en el ventanal, que ofrecía una magnífica vista de la ciudad. ¿Tenía alguna posibilidad de retener a Paula? Sabía que estaba enamorada de él. Lo había visto en sus ojos verdes, aunque ella hubiera intentado disimularlo. Además, ella lo tenía por el dependiente en una boutique de Manhattan, y aun así lo amaba. No al rico y poderoso hombre de negocios, sino a él. Y si era capaz de amar a un simple dependiente, ¿no podría amarlo a él también, a pesar de sus faltas? Quizá si le explicara por qué lo había enfadado tanto que su padre hubiera intentado timarlo… Si le contara aquel terrible secreto de su infancia… Se estremeció de solo pensarlo. No, no podía contarle aquello a nadie, ni revelar a nadie sus verdaderos orígenes… Pero entonces… ¿Cómo podría convencerla para que permaneciese a su lado? Esperaría al momento adecuado en la fiesta, se dijo, la llevaría aparte para poder hablar con ella en privado y se lo explicaría todo. Habría un momento bastante incómodo cuando descubriese que había sido él quien había llevado a su padre ante los tribunales, pero de algún modo conseguiría que lo comprendiese. La seduciría con sus palabras, con sus caricias y con el lujoso estilo de vida que podía ofrecerle. Paula estaba viviendo de prestado en el Departamento de un artista de mediana edad, ese viejo amigo de su padre, mientras que con él no tendría que volver a preocuparse por el dinero. Podría dejar su trabajo de camarera, pasarse el día de compras, almorzar con sus amigas… Y por las noches le haría apasionadamente el amor. Podrían viajar juntos por el mundo. La llevaría a bailar, a fiestas, a exposiciones de arte, a los clubs nocturnos y a los partidos de polo a los que iba la jet set… Y la colmaría de caros y exclusivos regalos. ¿Bastaría todo eso para que lo perdonara por haber hecho que encarcelaran a su padre? Al fin y al cabo, no habría ido a prisión de no haber sido culpable, y estaba dispuesto a hacer todo lo posible para volver a ganarse a Paula. 



Paula alzó la vista y se quedó mirando con unos ojos como platos la impresionante casa colonial de cinco plantas, que casi podría decirse que era un palacete. Aquello tenía que ser un error.


–¿Está seguro de que es aquí? –le preguntó aturdida al chófer.


El hombre, que estaba sujetándole la puerta para que saliera, disimuló una sonrisa.


–Sí, señorita.


Nerviosa, Paula se apeó del Rolls-Royce. Se había quedado atónita cuando aquel lujoso automóvil la había recogido en Brooklyn. Era un barrio de clase media, pero el ver un Rolls-Royce con un chófer de uniforme había hecho que la gente se quedara mirando. Y ella se había sentido de lo más culpable. ¡Como si Leo no se hubiera gastado ya bastante dinero en aquel restaurante francés al que la había llevado! Y a saber cuánto le había costado alquilar aquel Rolls-Royce con chófer para que fuera a recogerla… No debería gastarse un dinero que no podía permitirse solo para impresionarla. De pie en la acera, alzó la vista de nuevo hacia la fachada. Solo un millonario podría vivir en aquella calle del barrio de West Village, en Manhattan.


–¿Hay un departamento alquilado en el sótano? –preguntó vacilante al chófer.


El hombre señaló la escalinata de la puerta principal.


–La entrada es por ahí, señorita. Parece que la fiesta ya ha empezado.


Efectivamente así parecía, porque había un ir y venir de coches que dejaban junto a la acera a gente de lo más elegante. Paula bajó la vista a su atuendo: Un vestido de cóctel que le había prestado una amiga y unos zapatos de tacón baratos. El vestido era de satén verde, le quedaba un poco justo y para su gusto tenía demasiado escote, y los zapatos, que le apretaban, le traían malos recuerdos de la única vez que se los había puesto: Para una exposición en la que no había vendido un solo cuadro. 

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