jueves, 7 de diciembre de 2023

Culpable: Capítulo 1

No podía seguir postergándolo. Tenía que contarle la verdad. Tumbado en la cama, Pedro Alfonso giró la cabeza hacia el ventanal. El sol, que ya estaba empezando a despuntar, arrancaba destellos a los rascacielos de Manhattan, al otro lado del río. Inspiró profundamente y bajó la vista a la mujer que dormía en sus brazos. Tras años de relaciones breves y vacías con mujeres con un corazón de hielo como el suyo, Paula Chaves había sido como un fuego cálido que lo había tornado humano, un fuego que lo había envuelto en sus llamas. Y durante esas cuatro semanas, desde su primera noche juntos, no había hecho más que jurarse que iba a poner fin a aquel romance, a decirle quién era en realidad, pero no había hecho más que posponerlo diciéndose «Solo un día más». Tenía que ponerle fin a aquello; Paula estaba enamorándose de él. Lo había visto en su bonita cara y en sus brillantes ojos verdes. Ella creía que era Pepe Gianakos, un hombre amable y decente, un dependiente de clase media. Mentira, todo mentira. Y cuando le dijera su verdadero nombre, las únicas emociones que despertaría en ella serían espanto y odio. Paula suspiró y se movió un poco.


–Paula –la llamó suavemente–, ¿Estás despierta?


Paula se estiró, desperezándose desnuda bajo las suaves sábanas de algodón, y parpadeó adormilada. Le dolían los músculos, pero era un dolor exquisito, provocado por otra increíble noche de sexo. Se sentía maravillosamente bien; se sentía… Como si estuviera enamorada. Claro que también podría ser que estuviese en apuros. «No seas tonta», se reprendió irritada. «Puede que no sea nada. Tienes que estar equivocada». Sin embargo, sus absurdos temores ya habían arruinado su cita de la noche anterior, cuando Pepe se había gastado un dineral, llevándola a cenar a un restaurante francés carísimo de Williamsburg.  No solo se había pasado toda la cena preocupada por equivocarse de tenedor en aquel sitio tan elegante, sino también por una terrible sospecha: ¿Podría ser que estuviera embarazada?


–¿Paula? –volvió a llamarla él, rodeándola con su brazo musculoso.


Dejando sus temores a un lado, Paula abrió los ojos y le sonrió.


–Buenos días –murmuró.


–¿Cómo has dormido?


Paula esbozó una sonrisa entre tímida y traviesa.


–Yo diría que dormir hemos dormido más bien poco…


Él sonrió también y sus ojos descendieron lentamente a sus labios, su garganta y sus pechos, apenas cubiertos por la sábana. Cuando bajó la mano a su vientre, Paula volvió a preguntarse si podría estar embarazada como se temía. No, era imposible; siempre habían usado preservativo. Incluso aquella primera noche salvaje, cuatro semanas atrás, cuando había perdido la virginidad con él. Sin embargo, cuando empezó a acariciarla, se notaba los pechos raros, como si estuvieran hinchados y más sensibles al tacto.


–Paula, tenemos que hablar –le dijo él de repente, apartándose de ella.


Era la típica frase que nadie quería oír. Paula tragó saliva. ¿Podría ser que hubiese notado algún cambio en su cuerpo? ¿La habría notado nerviosa e intuía el porqué?


–¿De qué?


–Hay algo que tengo que decirte –respondió él en un murmullo–. Y no te va a gustar.


Un nuevo temor asaltó a Paula. ¿Qué sabía de él en realidad? Había llegado a su vida como por un milagro el mes pasado, después de un año infernal, con esos ojos negros, esa piel morena, esos pómulos marcados y esa sonrisa deslumbrantes. El día en que se habían conocido, le había bastado con un vistazo a sus atractivas facciones y a su traje a medida para saber que estaba totalmente fuera de su alcance. Sin embargo, de algún modo habían acabado acostándose, y desde ese mágico día habían pasado casi cada noche juntos. 

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