martes, 19 de diciembre de 2023

Culpable: Capítulo 16

 –No te dije mi nombre completo, pero solo porque me gustaba charlar contigo y temía que no quisieras volver a verme si sabías quién era en realidad –replicó Pedro en un tono quedo–. Nunca te mentí. Y no fui yo quien intentó vender una falsificación; no soy un delincuente.


Paula se preguntó si podría estar diciendo la verdad sobre su padre. ¿Había sabido que el Picasso era falso cuando había intentado vendérselo? «No soy culpable, cariño, te lo juro por mi vida», le había dicho su padre. Recordaba lo trémula que había sonado su voz la noche de su arresto, las lágrimas en sus ojos… Durante todo el juicio, y luego, durante el tiempo que había estado en prisión, había insistido en que era inocente, en que a él también lo habían estafado, pero se había negado a decir quién había sido la persona a través de la que había conseguido el cuadro. ¿A quién debía creer, al maravilloso padre que la había criado solo tras la muerte de su madre y la había colmado de cariño, o al egoísta multimillonario que lo había arrastrado a los tribunales?


–¡No te atrevas a llamar delincuente a mi padre!


–Lo condenaron, fue a prisión.


–Sí, y murió allí… ¡Gracias a tí! –le espetó ella con voz ronca–. Le arruinaste la vida solo para hacerle daño, por un cuadro que no significaba nada para tí.


–Significa más para mí de lo que…


–Arruinaste nuestras vidas por un capricho egoísta –lo acusó Paula, alzando la voz–. ¿Por qué querría un padre como tú para mi hija, para que también le arruines la vida a ella? ¡Márchate y déjanos tranquilas!


Pedro se quedó mirándola aturdido. Jamás habría imaginado que un día se convertiría en padre, ni que la madre de su bebé podría odiarlo de esa manera. Había intentado poner distancia entre ellos, marcharse a París, donde tenía un piso, para pasar allí una temporada, pero desde que había dejado de ver a Pala sus días se habían vuelto tremendamente grises. Le costaba concentrarse en el trabajo, y hasta los miembros de la junta directiva habían empezado a susurrar a sus espaldas que quizá debería dejar el puesto de presidente de la corporación. Tampoco podía culparlos por pensar eso, se había dicho. Había perdido el interés por el negocio. La verdad era que ya no le importaba lo más mínimo. Y entonces, de repente, se había puesto furioso. Se había dado cuenta de que no había vuelto a pisar las oficinas centrales, en Nueva York, desde la desastrosa fiesta en su casa. Se había marchado de la ciudad para alejarse de Paula, pero ni siquiera en el otro extremo del mundo podía dejar de pensar en ella. Había llamado al jefe de su equipo de seguridad y le había dado orden de que la siguieran y lo informaran de sus actividades y movimientos en el día a día. Quería saber dónde estaba y qué estaba haciendo. Luego había llamado al piloto de su jet privado para decirle que preparara el vuelo de regreso a Nueva York. No iba a seguir huyendo de ella. No había hecho nada malo. Nada. Pero no le agradaba la idea de que pudiera coincidir con ella en algún evento en Manhattan, o verla del brazo de otro hombre. Esperaba que el jefe de su equipo de seguridad le dijese que se había mudado a Miami o, mejor aún, a Siberia. Fuera como fuera, quería estar preparado. 

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