martes, 28 de julio de 2020

Chocolate: Capítulo 36

Avanzó un poco más tratando de no chocarse con nadie para ver qué era lo que ella estaba haciendo. Paula tenía un pequeño cono de papel en una mano y estaba adornando maravillosamente los platos con flores y hojas realizados con virutas de chocolate. Era como si estuviera escribiendo en los platos. Aquel trabajo era muy especializado y, por lo que parecía, llevaba un buen rato haciéndolo.

Cuando Pedro se estaba acercando a ella, el responsable de repostería le dijo algo a Paula en francés que él no entendió. Ella negó con la cabeza y siguió con su trabajo hasta que el plato estuvo completamente terminado. Entonces, se puso un poco del chocolate que le quedaba en el tubo en un dedo y sonrió maravillosamente. El encargado sonrió también y le indicó que se marchara. Entonces, dió un beso al aire sin dejar de hablar en francés. Paula se echó a reír de un modo que Pedro jamás le había oído antes y, con un gesto muy coqueto, dio también un beso al aire y sonrió.

Pedro se sintió invadido por una oleada de ridículos celos. Paula seguía riendo, como si no tuviera ni una sola preocupación en el mundo, de espaldas a él, sin saber que estaba observando cada movimiento de su cuerpo.  El modo en el que le relucía la pulsera que llevaba puesta con las luces de la cocina. El modo en el que se había recogido el cabello para que acentuara su largo y esbelto cuello y la cremosa y suave piel. Tenía en la nuca una cascada de pecas doradas que parecían canela sobre la crema de un capuchino. Parecían estar esperando a que alguien las lamiera y saboreara como la delicia que eran. ¿Dónde había encontrado aquel vestido? El corpiño de un tono verde esmeralda cubierto de encaje negro realzaba su estrecha cintura antes de dejar paso a una vaporosa falda negra confeccionada para bailar. Una falda corta. Una falda que solo una mujer con largas y tonificadas piernas y delgados tobillos podía lucir con elegancia. Era perfecta para Paula. Ella era perfecta. El simple hecho de mirarla llenaba a Pedro de tal gozo que le hacía sonreír. Había merecido la pena ir hasta allí tan solo para ver a Paula Chaves con aquel vestido riendo a carcajadas en la cocina del hotel.

En el momento en el que ella se percató de su presencia y le dedicó una sonrisa, la patética excusa de que tan solo hacía unos días que la conocía se hizo añicos. Nunca antes hubiera esperado sentir algo parecido por otra mujer después de Mariana, la mujer de la que se había enamorado a primera vista. Era imposible que ocurriera dos veces… ¿O sí? Jamás habría esperado enamorarse de Mariana y lo había hecho rápida y profundamente. Con Paula, corría el grave peligro de volver a hacer exactamente lo mismo. Y estropearle la vida  al mismo tiempo. Se estaba enamorado de ella. El chocolate los había unido, pero él tendría que asegurarse de que el chocolate los separaba. El sueño de Paula era abrir su propia chocolatería. Podría ayudarla siendo Pedro, el cultivador de cacao. Pedro el novio y amante solo conseguiría alejarla más del objetivo principal y la abocaría a una vida llena de desilusión y arrepentimiento. No iba a dejar que eso ocurriera, aunque ello significara enterrar sussentimientos en lo más profundo y dejarlos allí ocultos. Ojos que no ven… Todo sería por el bien de Paula. Sin embargo, eso no significaba que no pudiera sacarla de la cocina y ayudarla a divertirse al menos una velada antes de que se marcharan por caminos separados.

—Lo has conseguido —comentó ella, con la suficiente alegría en la voz para que él pensara que podría ser que Paula se alegrara de verlo—. Y justo a tiempo.

—Lo siento mucho, señorita —bromeó él mirando por encima del hombro de Paula—. Estoy buscando a Paula Chaves, una extraordinaria chef. Normalmente, va vestida con unos pantalones negros y una chaqueta negra. ¿La ha visto usted por aquí? Vamos con el tiempo muy justo y no me gustaría llegar tarde.

Pedro tuvo que contenerse para no soltar la carcajada al ver que ella suspiraba y hacía un gesto de exasperación con los ojos.

—Siento llegar tan tarde —añadió—. Perdí toda noción del tiempo. Estás preciosa —comentó mientras daba un paso al frente—. Deberías ponerte vestido más a menudo, en especial con esas piernas.

—Tengo unos pantalones negros si prefieres que me los ponga — bromeó ella—. Tú tampoco estás mal. Ese traje te sienta muy bien, pero sospecho que ya lo sabes. Debe de ser duro tener un bronceado natural y ser tan guapo.

—¿Crees que soy guapo? —preguntó él mientras se colocaba la mano derecha sobre el corazón—. En ese caso, señorita, has hecho que esta velada merezca la pena. ¿Nos vamos a reunir con los demás?

—Por supuesto —replicó ella mientras tomaba su bolso—. ¿Cómo fue tu reunión? ¿Has conseguido algún pedido?

—Tal vez. Se lo va a pensar hasta después del concurso de mañana, pero podría ser un contacto muy útil. Tal vez un pedido pequeño ahora y luego ir aumentando el volumen. Hemos quedado en reunimos mañana por la noche, después de que nosotros hayamos celebrado nuestra victoria, por supuesto. Eso tiene que ser lo primero.

—Está bien. Entonces, vayamos a por ello —dijo ella mientras suspiraba profundamente—. Trabajo en equipo, ¿te acuerdas? Tú te ganas con tu labia a la sala entera mientras yo escucho y sonrío y hablo de cocina con el resto de los cocineros. Y me quedo pegada a ti toda la noche. Trabajo en equipo, ¿De acuerdo?

—De acuerdo. Prepárate para divertirte mucho. Esta va a ser una noche especial.

Paula sonrió y el pobre corazón de Pedro se aceleró tanto que él dió las gracias al cielo porque la parte sensata de su cerebro le refrenara antes de que hiciera algo verdaderamente estúpido, como abrazarla o acariciarla, lo que no sería una buena idea en público. Entonces, su corazón se abrió y todo el afecto que sentía por aquella maravillosa mujer, que parecía no saber el talento y la belleza que poseía, estalló en una brillante burbuja de felicidad. Se sintió completamente feliz. Después de tantos años, el sentimiento era casi abrumador. Decidió olvidarse del concurso. De la plantación. Aquella noche iba ser simplemente estar con Paula, compartir una velada mágica con ella en aquel maravilloso lugar. La deseaba tanto como la necesitaba. El mañana no importaba. Aquella noche, iba a vivir el momento y a disfrutar de la compañía de aquella maravillosa mujer que llevaba del brazo.

Chocolate: Capítulo 35

No tenía nada que ver con Paula. Aquello era trabajo, no unas vacaciones con la mujer que deseaba tanto en su vida que le dolía. Sabía que ni podía ni debía tenerla. No se trataba de una cita o una cena romántica con ella. Se habían pasado la mayor parte del largo trayecto desde Londres a Cornualles comentando ideas para la presentación que él tenía sobre el cacao de las Indias Occidentales y hablando del chocolate.  Hablando y hablando de todo y de nada a excepción de lo que verdaderamente hacía que seis horas en un coche fueran más que incómodas. De su beso. Del modo en el que el cuerpo de Pedro reaccionaba cuando estaba Paula tan cerca y del hecho de que había estado a punto de saltar del asiento cuando el brazo de ella rozó el suyo mientras cargaban el equipaje. De hecho, bastaba tan solo con el perfume que ella se ponía para turbarlo. Además, había visto cómo ella se ruborizaba cuando él se volvió a mirarla en un atasco. Resultaba fascinante cómo siempre parecía algo interesante que ver por la ventana de ella cuando él tenía que detener el coche, de manera que Paula siempre evitara mirarlo a los ojos.

Sacudió lentamente la cabeza y se encogió de hombros. ¿A quién estaban tratando los dos de engañar? La atracción que había entre ellos era poderosa y elemental, completamente diferente a todo lo que Pedro había sentido antes. Tratar de fingir que no estaba ocurriendo solo conseguía empeorar las cosas. Se pasó las manos por la barbilla. Paula tendría que cocinar al día siguiente, él tendría que hablar con posibles clientes y realizar su presentación. Probablemente pasarían tan poco tiempo juntos que la cena de gala y el anuncio de los ganadores del concurso habría terminado antes de que se dieran cuenta. Entonces, los dos regresarían a sus vidas de siempre. Por lo tanto, lo único que él tenía que hacer era mantener su promesa y centrarse en su negocio durante veinticuatro horas. Ella necesitaba aquel paso al frente en su vida. No podía estropeárselo.

Con esa decisión tomada, Pedro hizo girar los hombros para relajarse y salió a buscarla. Unos minutos más tarde entró en la sala brillantemente iluminada que el hotel había preparado para la recepción. Todos los invitados charlaban en grupos alrededor de un piano de cola. Una pianista tocaba melodías clásicas para entretener a los invitados. Recorrió la sala con la mirada para buscar a Pedro y frunció el ceño. No estaba presente. Eso solo podía significar que estaba en el exterior o en la cocina.  Pareció tardar una eternidad en cruzar la sala, dado que fue respondiendo a los saludos de otros productores de cacao y de fabricantes de alimentos orgánicos a los que conocía. Estaba ya casi a la entrada de las cocinas cuando las puertas se abrieron y él vió una fugaz imagen de ella al otro lado. Paula estaba en la cocina. Se sintió preocupado y enojado a la vez. Después de todo el trabajo que había puesto en aquel concurso, ella se merecía estar en la sala, disfrutando del piano y departiendo con el resto de los invitados, no escondida en la cocina como si no mereciera estar con el resto de los delegados de la conferencia. Ella le había dicho que era tímida y que prefería permanecer alejada del centro de la atención de los demás, pero aquello era ridículo. Atravesó las puertas y se quedó asombrado de lo que vió. Paula estaba allí, tan tranquila, charlando con los chefs y con los camareros que estaban preparando el primer plato de la cena. Se reía con ellos y parecía estar disfrutando con los últimos detalles de la cena. Efectivamente, la comida tenía un aspecto delicioso, pero era ella quien le quitaba el aliento.

Chocolate: Capítulo 34

Se levantó de la mesa y fue a buscar platos y cubiertos. Sabía que Pedro estaba observando todos sus movimientos. Había llegado el momento de evitar que él siguiera sufriendo. Si él podía hacer el sacrificio y ser noble, ella también podría hacerlo diciéndole la verdad, aunque no necesariamente en su totalidad.

—La respuesta breve a tu pregunta es sí. Es suficiente —dijo. Volvió a sentarse y alcanzó la mermelada y la mantequilla—. Sin embargo, también hay una respuesta larga. ¿Recuerdas que Marcos mencionó que yo había trabajado en París para Barone? ¿Sí? Bueno, pues deberías saber que conocí a mi primer amor en París. Era un chocolatero y, entre los dos, planeamos hacernos los dueños del mundo del chocolate. Éramos los mejores en el negocio y nada iba a impedirnos llegar a la cumbre.

Paula comenzó a comerse el croissant mientras Pedro la escuchaba en silencio, aunque con más interés que preocupación.

—La relación terminó mal. He tardado tres años de duro trabajo en reconstruir mi vida y la seguridad en mis habilidades hasta el punto en el que puedo pensar en salir sola. Por eso quiero mi propia tienda. Así podré tomar mis propias decisiones. Ese concurso que tú me has propuesto me va a ayudar a conseguirlo, pero si vamos a ganar, tenemos que dar el todo por el todo y no permitir que nuestras vidas personales se interpongan. ¿Podrás hacerlo, Pedro? ¿Es eso suficiente para tí?

Pedro asintió una vez. Después, estiró la mano izquierda y la colocó sobre el brazo de Paula.

—Tienes mi palabra. Haré todo lo que esté en mi mano para ayudarnos a ganar este concurso. Ahora somos un equipo. Después, ya seguiremos adelante con nuestras vidas. Te ruego que me creas. Sé lo importante que esta conferencia es para ambos. Cuando tengo que hacerlo, puedo centrarme en los negocios.

—Te creo. De hecho, te creo lo suficiente como para llevarme el chocolate a Londres y hacer todo lo que pueda para crear algo sorprendente para el concurso. Haré todo lo que pueda, Pedro. Tienes mi palabra.

—En ese caso —replicó él—, ¿Te importaría que les diera estos croissant a los pájaros y tostara unos bollitos blancos? Me apetece algo crujiente y muy inglés para desayunar.

Ella lo miró a los ojos y le dedicó una sonrisa que reflejaba lo bien que entendía que Pedro no se estaba refiriendo simplemente a la comida.

—Pensaba que jamás me lo sugerirías.


Pedro se enderezó la corbata con una mano mientras tiraba del cuello de su elegante camisa de vestir con la otra. Se había olvidado de lo encorsetada que resultaba la ropa de vestir, pero merecía la pena. No. Más bien Paula merecía la pena. Los últimos dos días habían sido un torbellino de actividad. Parecía casi imposible que estuvieran por fin allí, en el hotel de Cornualles, con todo lo que necesitaban para conseguir que el Equipo Alfonso fuera el ganador. Había apalabrado compradores para su cacao y Paula había dado por terminadas las recetas. Lo que tenían que hacer en aquellos momentos era trabajar con más fuerza que nunca para conseguir el éxito. Ojalá él se pudiera acordar de cómo se ponía una corbata… Tal vez Paula podría echarle una mano. Estaba al otro lado del pasillo y…

Pedro dejó caer las manos sobre la cómoda de su habitación y se miró en el espejo. ¿Qué estaba haciendo? Podría ser que el resto de los delegados llevara puestas corbatas, pero ciertamente no era su estilo. Odiaba las corbatas y todo lo que se asociaba a ellas. Tal vez se la pusiera para una de las presentaciones más formales que tenía que dar como parte del programa de la conferencia, pero ¿Para un cóctel? Se quitó la corbata y la arrojó sobre la cama. Entonces, se desabrochó los dos botones superiores de la camisa y respiró aliviado. Quería que Paula lo viera con un traje. Ella lo había desafiado a hacer todo lo que pudiera por ella y eso era precisamente lo que Pedro tenía la intención de hacer. El traje era parte de la imagen profesional que quería transmitir para los otros delegados y compradores de cacao.

Chocolate: Capítulo 33

Paula entró en la cocina. Inmediatamente, sus sentidos se vieron asaltados por el delicioso perfume de un jarrón de flores que había sobre la mesa. En realidad, se trataba de una jarra de agua que estaba llena a rebosar de rosas blancas, jazmín, lavanda y madreselva, todas las flores con las que tanto había disfrutado la noche anterior. Eran preciosas. Aquello no era bueno. Sabía que, en lo sucesivo, tal y como le había pasado a Pedro de niño, el aroma de aquellas flores las transportaría de nuevo a las horas vividas en aquella casita.

—Buenos días —dijo una voz familiar desde la puerta del jardín.

Paula se giró y vió que Pedro entraba con las manos llenas de bolsas de supermercado. Al verlo, su pobre y traicionero corazón le dio un impresionante vuelco en el pecho. Podía esperar que el fuego que ardía en su corazón encendiera una relación sentimental duradera entre ambos, pero sabía que no era así. Pedro no tenía intención de dejar su plantación. Ni siquiera por su propia hija. Seguramente, cuando todo aquello acabara, no volvería a verlo. Por lo tanto, era muy importante que ella no dejara que él supiera cómo se sentía. Había llegado el momento de recuperar el control. Y de alejarse de Max tanto como le fuera posible.

—Buenos días —respondió—. Veo que te has levantado temprano y que has ido a por suministros mientras yo dormía. Deja que te ayude.

Pedro dejó las bolsas sobre la mesa.

—Viendo que la cena de anoche consistió en bocadillos de queso y jamón y un par de refrescos, pensé que lo menos que podía hacer eraproporcionar un desayuno decente. No estoy acostumbrado a tener una chef profesional en la casa, por lo que no me quedó más remedio que ir al supermercado. Tenemos todo lo que necesitamos para un buen desayuno completo, además de setas y de jamón. Pan recién hecho, mantequilla, mermelada, confitura de naranja y un paquete de cruasanes. Nunca he estado en París —añadió mientras observaba los cruasanes—, por lo que no tengo nada con lo que compararlos, pero…

—Pedro… —susurró ella mientras colocaba la mano encima de la de él para evitar que siguiera hablando y moviéndose.

Pedro levantó la barbilla. Por fin, Paula pudo verle el rostro iluminado por la luz del sol en vez de sumido en las sombras, tal y como había estado hasta aquel momento. Sonreía como de costumbre, pero tenía el ceño fruncido y profundas ojeras que parecían indicar que seguramente había dormido menos que ella. Se miraron en silencio durante un tiempo y, entonces, los dos empezaron a hablar al mismo tiempo.

—Las damas primero —dijo Pedro.

—Está bien —replicó Paula—. La comida está muy bien, pero te ruego que te detengas. Solo quiero que te sientes y que me contestes. ¿Dormiste mucho anoche?

—Unas pocas horas. Paula —susurró Pedro mientras sacaba una silla y tomaba asiento—, sobre lo de anoche, te debo una disculpa. No debería haberte besado. Siento que eso nos haya colocado a ambos en una situación incómoda.

—No me debes ninguna disculpa —replicó ella sentándose también.

Pedro tomó uno de los cruasanes y comenzó a cortarlo en pedazos.

—Yo creo que sí. Los dos habíamos trabajado mucho, era una preciosa velada y yo me dejé llevar por el momento. Ciertamente no lo planeé, pero no quiero que hoy te vayas de aquí con una idea equivocada. Lo siento mucho, Paula, pero las relaciones a larga distancia no funcionan y son muy dolorosas. Por lo tanto, eso solo nos deja una pregunta.

Pedro la miró a los ojos. En aquella ocasión, su rostro se mostraba pálido y serio.

—Si me quieres dar con el beicon en la cabeza, lo comprenderé — prosiguió—, pero ¿Me podrás perdonar por lo que hice y tolerarme lo suficiente como para seguir trabajando conmigo como colega durante los próximos días? Eso es lo único que te puedo ofrecer, Paula. Dime, ¿Te basta?

Paula se le quedó mirando a los ojos. Seguramente tan solo pasaron minutos, pero pareció una eternidad. El corazón le latía con fuerza en el pecho. Pedro acababa de decirle a su manera que estaba sintiendo por ella casi lo mismo que ella sentía por él y que iba a tratar de crear distancia entre ellos para protegerlos a ambos del dolor de una relación amorosa que no podía llegar a nada.

jueves, 23 de julio de 2020

Chocolate: Capítulo 32

Paula se acurrucó bajo el edredón, cerró los ojos y dejó que el cansancio se apoderara de ella. Después de lo que parecieron minutos, los volvió a abrir y vió que el sol ya se colaba por entre las cortinas. Ya había amanecido. Levantó el brazo izquierdo y miró el reloj. Entonces, se sentó de un salto en la cama, lo que le produjo tal mareo que tuvo que volver a sentarse. ¡Eran las diez de la mañana! No era el amanecer, sino casi mediodía. Hacía meses que no dormía hasta tan tarde. Aunque trabajara hasta tarde, su reloj interno solía despertarla sobre las siete. La vida en el campo estaba teniendo un extraño efecto en ella.  En primer lugar, había roto todas las reglas del libro y había accedido a quedarse. Tendría que haberse marchado el día anterior, pero se había quedado y, juntos, habían producido un chocolate que esperaba que siguiera siendo tan maravilloso aquella mañana como les había parecido la noche anterior. En segundo lugar, no solía ir por ahí besando a hombres divorciados a los que acababa de conocer. Eso era la primera vez. El hecho de que le hubiera gustado no cambiaba que hubiera cometido un error. De hecho, empeoraba aún más las cosas.

Se levantó de la cama y se dirigió a la ventana. Descorrió la cortina para mirar el jardín. Todo parecía tan diferente a la noche anterior. Había llovido y el agua que cubría arbustos y flores hacía que los colores fueran más brillantes y que todo tuviera un aspecto limpio y reluciente. Era como si la lluvia se hubiera llevado el pasado y el jardín hubiera empezado el día renovándose por completo. Ojalá fuera tan sencillo para las personas… No debería haber besado a Pedro. Una posible relación entre ellos jamás podría salir adelante. Él regresaría a Santa Lucía después del cumpleaños de su hija y ya no volverían a trabajar juntos. Aunque ganaran el concurso, ella estaría en Cornualles mientras que él le enviaba el cacao desde su plantación a miles de kilómetros de distancia. Todo eso significaba que solo le quedaban tres días para estar junto a él, con sus dos noches, en un encantador y romántico hotel en Cornualles.

De repente, un escalofrío le recordó que ya había estado antes en aquella situación. David Barone le había prometido un brillante futuro y una maravillosa vida juntos. Sin embargo, al final él la había defraudado justo cuando Paula más lo necesitaba. Pedro no era David, pero ella había confiado su corazón y su instinto y había terminado sintiéndose traicionada. Después de la muerte de su padre, había necesitado amor en su vida igual que lo necesitaba en aquellos momentos. Por mucho que lo negara, el momento en el que Pedro la besó había supuesto para ella que su pobre y maltrecho corazón gozara con cada segundo de aquella gloriosa intimidad como el desierto con las gotas de lluvia.  Resultaba aterrador lo mucho que necesitaba en su vida a alguien como él. Sin embargo, ¿Qué podía ofrecerle? ¿Unos días de diversión antes de que se marchara? ¿Remordimiento y un corazón roto? Jamás en toda su vida había tenido una aventura de una noche y aquel no era el mejor momento para empezar. No. Lo mejor sería que se marchara y le dijera que se encontrarían en Cornualles. Debía olvidarse de todo lo ocurrido y volver a ser colegas de profesión que iban a asistir a una conferencia juntos. Desgraciadamente, no creía que pudiera hacerlo. Se alejó de la ventana. Era hora de vestirse y de ir a hablar con Pedro.

Chocolate: Capítulo 31

Era lo que la soledad le hacía a las personas, en especial cuando existía la posibilidad de que Pedro Alfonso tuviera la clase de pegamentoadecuado para unir de nuevo los pequeños fragmentos de su corazón. Es decir, si ella se lo permitía. No iba a hacerlo. No podía. Eso significaría tener que ver cómo él se marchaba. No podía quedarse allí ni por su propia hija. ¿Qué posibilidad tenía ella? Cuando él se marchara a Santa Lucía sería como perderlo una y otra vez. Miró hacia la puerta del dormitorio por encima del edredón deseando que se abriera y, al mismo tiempo, aterrada ante aquella posibilidad. No fue así. Él se dirigió hacia su propio dormitorio. Buena decisión. En nombre de ambos. En aquel momento, lo único que tenía que hacer era trabajar con Pedro tres días más y luego podría retomar su tranquila y ordenada vida para poder centrarse en su tienda. Aquello era lo que quería, ¿No? Bostezó ampliamente. Tal vez podría descansar unas cuantas horas antes de regresar a Londres…


Pedro se había mantenido ocupado recogiendo la cocina y retirando los platos que habían ensuciado durante la cena mientras que Paula estaba en la ducha, pero cada nervio de su cuerpo estaba pendiente de los sonidos que procedían del pasillo. Sintió un profundo alivio cuando escuchó, por fin, que ella se recluía en la habitación de Camila. Había sido una tortura trabajar codo con codo con ella para conseguir el chocolate, pero lo había conseguido. No le había quedado más remedio. Aquel era su futuro. Sin embargo, ni siquiera el frenético empuje por terminar el chocolate había bastado para superar la tensión en el garaje, donde cada contacto físico parecía aumentado mil veces. Al menos, se habían mantenido ocupados, pero en aquel momento…

En aquel momento tenía tiempo para recordar todos los acontecimientos del día, sobre todo el momento en el que los dos se besaron. Había revivido aquel instante tantas veces en la última hora que, cuanto más lo pensaba, más le parecía un sueño. Se secó el cabello con la toalla y se sentó sobre la cama con los codos en las rodillas. Ansiaba regresar frente a la puerta del dormitorio de Camila para ver si Paula estaba dormida, pero no se atrevía a moverse. Sabía que la vieja y silenciosa casita reflejaría cada paso que diera. ¿En qué había estado pensando? Ese precisamente era el problema. No había estado pensando. Simplemente había cedido a sus egoístas impulsos, algo que solo conducía al sufrimiento y a la amarga desilusión. Se terminó de secar la cara y arrojó la toalla al cesto de la ropa sucia. Paula era una chica encantadora y le gustaba mucho. De hecho, le gustaba más de lo que debería y mucho más de lo que tenía derecho. Se dirigió a la pequeña ventana y la abrió tan silenciosamente como pudo. Tan solo faltaban un par de horas para el amanecer. El rocío cubría las rosas que crecían en profusión sobre el enrejado de madera que recorría la pared exterior de arriba abajo. El aire era casi tan refrescante como la ducha y era un alivio poder enfriarse la cabeza y otras partes de su cuerpo antes de que le crearan un problema del que no sabría salir. Estaba físicamente agotado, emocionalmente exhausto y de algún modo, sin quererlo, acababa de añadirse un nuevo problema y más estrés a una situación que ya era suficientemente estresante. Acababa de hacer la primera remesa de su propio chocolate y era mucho mejor de lo que nunca hubiera imaginado. Paula lo había hecho posible y, por ello, le estaba agradecido. Podría haberse marchado sin hacer nada, pero se había quedado y le había dado una segunda oportunidad, algo que no ocurría con frecuencia en la vida. El problema era que tendría que haberse imaginado el verdadero coste de esa oportunidad antes de aceptarla. Y eso era lo que le iba a mantener despierto lo que le quedaba de noche.

Chocolate: Capítulo 30

—¿Quedarme? ¿Pasar la noche en la casa contigo?

Paula no supo cómo reaccionar. El corazón se le aceleró mientras ella trataba de respirar con normalidad y aclarar sus pensamientos. Ya le había dicho que no quería quedarse… ¿No? Sin embargo, eso había sido antes. Lenta y suavemente empujó a Pedro para tratar de crear una distancia física entre ambos. Estar tan cerca de él, de su boca, de sus ojos y de su cuerpo resultaba demasiado tentador como para poder pensar al mismo tiempo. ¿Pasar la noche allí? La idea resultaba muy tentadora, pero sabía que quedarse allí sería un verdadero error.

—No sé si sería muy buena idea, Pedro. Te agradezco tu preocupación por mi seguridad, pero tengo muchas cosas que hacer en Londres mañana. Sería mucho mejor que me marchara en cuanto hayamos terminado de hacer el chocolate.

—Esta casa está muy apartada —replicó él frunciendo el ceño—. No hay alumbrado y tampoco creo que podamos terminar el chocolate en menos de cuatro horas, aunque nos saliera a la primera. Es decir —añadió mientras consultaba el reloj—, necesitaríamos unas cinco horas. Podrías perderte con facilidad y, además, debes de estar muy cansada. No quiero que te pierdas —susurró acariciándole suavemente la mandíbula—. Ni un poquito…

Pedro bajó la cabeza para colocarla al mismo nivel que la de ella. Entonces, Paula sintió que ya no se podía seguir resistiendo. Y en ese mismo instante, se escuchó una alarma que provenía del interior del garaje.

—¡Dolores! —exclamó Paula dando un paso atrás—. Creo que tu chica está celosa. Con eso, levantó la cabeza y se dirigió hacia el garaje.




Paula se dió la vuelta en la cama y se tapó con el edredón hasta la barbilla, pero entonces los dedos de los pies se le quedaron expuestos al fresco aire de la noche. Lo intentó de nuevo, pero volvió a ocurrir lo mismo. Al final, terminó rindiéndose. Se sentó sobre la cama y se llevó las rodillas al pecho. Estaba en la habitación de invitados de la casa de Pedro. En la cama de Camila. Se sentía furiosa consigo misma y más aún con él por haber tenido razón. Eran más de las tres cuando Dolores terminó por fin y pudieron guardar el valioso y maravilloso chocolate que habían hecho.

Cuando volvieron a entrar en la casa, Paula estaba tan cansada que casi no podía ni mantener abiertos los ojos. Ponerse al volante de su coche no solo habría sido peligroso para los demás conductores, sino que habría sido suicida. Se había visto obligada a admitir su derrota y a aceptar el ofrecimiento de Pedro a pasar la noche allí, en la cama de Camila, por supuesto. Sin embargo, después de darse una ducha, en la que había utilizado la mayor parte del agua caliente, se había sentido tan culpable que no había podido conciliar el sueño en cuanto se metió en la cama. Había permanecido despierta, casi sin atreverse a respirar, escuchando los ruidos que hacía Pedro en la casa. El sonido de la ducha, el de los pies descalzos sobre las losetas de la cocina, las pisadas al otro lado del pasillo, a pocos metros de donde ella se encontraba… Si quisiera, podría levantarse de aquella cama tan pequeña y dirigirse a la enorme cama doble que había visto antes a través de una puerta entreabierta. Estaba segura de que Pedro no la rechazaría. No tenía ninguna duda de que él necesitaba su compañía y el contacto de su cuerpo tanto como ella lo necesitaba a él. Cerró los ojos y recordó lo que había sentido cuando él la besó en el patio. Entonces, golpeó la almohada varias veces, aunque se sintió mal por hacer pagar su frustración a una inocente bolsa de plumas. Ella se había metido sólita en aquel lío. Lo mejor era que saliera del mismo lo más rápidamente posible. Oyó que Pedro salía del cuarto de baño y que caminaba por el pasillo. Entonces, se detenía frente a su puerta, probablemente para ver si escuchaba que ella estaba dormida o recibía una cortés invitación para entrar. Era tan tentador…

Chocolate: Capítulo 29

—¿Cómo…? ¿Cómo lo superaste? —preguntó Paula.

—El internado me ayudó. Yo estaba prácticamente salvaje, pero sentía verdadera pasión por los deportes. De algún modo, los profesores consiguieron inculcarme que la ciencia y las matemáticas eran de utilidad para cultivar cacao. Lo que me daba fuerzas para seguir era que me había prometido a mí mismo que regresaría para trabajar en la finca. Sin embargo, eso no fue lo único —añadió, mientras apartaba un mechón del rostro de Paula con la mano que le quedaba libre—. Mi abuela me encargó un proyecto de jardinería. Aquí, en su jardín.

—¿Hiciste tú todo esto? —le preguntó Paula mirando a su alrededor con admiración—. Es maravilloso. ¿Cómo supiste lo que debías plantar?

—Antes de responder a esa pregunta, necesito que te reclines hacia atrás y que cierres los ojos. Venga, solo un momento. Cierra los ojos. Yo estaré a tu lado todo el tiempo. Ahora, vas a tener que tratar de relajarte. Así. Ya está mejor. Mucho mejor. Ahora —añadió, sin soltarle la mano—, no digas nada. Solo tienes que centrarte en lo que puedas oler. Flores. Plantas. Hemos pasado horas trabajando en el interior, así que ahora suéltate. Sé que puedes hacerlo si lo intentas.

—¿Oler, dices? No sé. No tengo ni idea de plantas.

—Eso no me lo creo. Sorpréndete. Venga, yo te ayudaré. Abre la otra palma de la mano. Así. ¿Qué es lo primero que te viene a la mente?

Paula sintió que algo le caía sobre la palma de la mano y se sobresaltó tanto que estuvo a punto de abrir los ojos. Sin embargo, Pedro comenzó a acariciarle el reverso con el pulgar para tranquilizarla. Ella comenzó a tocar lo que parecía un largo y fino tallo con pequeñas flores en la punta.

—Me parece una flor, pero no parece tener pétalos —dijo. Entonces, se la llevó hacia el rostro y aspiró—. ¡Ah! Es lavanda. Me encanta la lavanda. Es maravillosa. ¡Qué acierto que plantaras lavanda!

—Eso fue idea de mi abuela, que era muy lista. Conocía bien las plantas y sabía cómo un aroma concreto puede transportar a una persona a un momento y a un lugar. En este jardín no podíamos cultivar ni mangos ni plátanos, pero sí la clase de flores que mis padres tenían en su jardín de Santa Lucía, como lavanda, rosas y jazmín. Y eso fue lo que yo planté aquí. Algo que me vinculara a la isla. Y algo para disfrutar en una tarde de verano después de que se ha estado haciendo chocolate durante horas. ¿Te gusta?

Paula respiró profundamente. Por primera vez, su olfato captó la compleja combinación de perfumes de las flores que crecían a su alrededor, la lavanda que tenía entre los dedos y el aroma del cacao que le impregnaba manos y ropa.

—Oh, Pedro, esto es…

—Lo sé. Dos mundos diferentes que encajan a la perfección.

—Si pudiéramos encontrar algún modo de capturar este aroma… ¡Ah! Paula abrió los ojos y vió que Pedro estaba a su lado, sonriendo. En un instante, supo por qué él la había sacado allí.

—Lo sé. Y esto es lo que deberíamos hacer. El cacao tiene mucho sabor. Necesitamos más perfume. Más fragancia. Estoy pensando en un jardín inglés con un toque de las Indias Occidentales. ¿Crees que podrás hacerlo? Sería muy diferente del chocolate más clásico, pero creo que podría funcionar.

—Lavanda. Rosa. ¡Sí, por supuesto! Ahora se lleva la fusión en la cocina. ¡Es una idea brillante! —exclamó ella mientras se agarraba a las dos manos de Pedro para que él la pusiera de pie—. Voy a preparar un pastel de chocolate templado que los deje sin habla. Tal vez con aroma de lavanda y coco. ¡Ay, Pedro! ¿Te ha dicho alguien recientemente que eres un genio?

—Recientemente, no, pero estoy dispuesto a aceptar el título. Ah, por cierto, gracias, Paula. Gracias por darme una segunda oportunidad.

Pedro cerró el espacio que los separaba. La expresión que se reflejó en su rostro estaba tan llena de comprensión y sentimiento que el vínculo invisible que la atraía a él se tensó tanto que era imposible de resistir. Parecía algo completamente natural que él le levantara la barbilla, inclinara su cabeza y apretara los labios contra los de Paula. Al principio, lo hizo muy suavemente. Después, más firmemente, con más presión y más amplitud.  Ella le devolvió el beso. Se llenó los labios y la boca con una calidez tan dulce y tan deliciosa que sintió la necesidad de profundizar el beso un poco más, antes de que sintiera que Pedro se retiraba. Él tenía las pupilas dilatadas y la respiración acelerada. Los latidos de su corazón rivalizaban con los de Paula.

—Tengo una sugerencia más —dijo él mientras le colocaba un mechón de cabello detrás de la oreja.

—¿Sí? —murmuró Paula mientras recorría el rostro de Pedro con la mirada.

—Me encantaría hacer ese chocolate de fusión esta misma noche, pero se está haciendo tarde. Muy tarde, demasiado para que sea seguro que conduzcas de regreso a Londres. Entonces, ¿Por qué no te quedas aquí a pasar la noche? Piénsalo. Podríamos seguir trabajando y empezar mañana temprano con las recetas —susurró mientras le acariciaba la barbilla y la miraba fijamente a los ojos—. ¿Quieres quedarte a pasar la noche conmigo, Paula?

martes, 21 de julio de 2020

Chocolate: Capítulo 28

—Y la caja de conejo. ¿Cómo se me ha podido olvidar algo así?

Pedro levantó la mirada y se relajó un poco más. En aquel instante, Paula sintió que el vínculo que había experimentado entre ellos en el restaurante se estrechaba un poco más, como si existiera entre ellos una cuerda invisible que no fuera posible romper. El sentimiento era tan intenso que, cuando hablaba, el resto de sonidos de la casa o del jardín quedaban en un segundo plano y las palabras de él reverberaban en el interior de su cuerpo y de su cabeza.

—Los dos tenemos nuestras razones para hacer este chocolate. Por eso, vamos a hacer todo lo posible. Además —añadió él con una sonrisa—, Dolores nos estará echando de menos.

Pedro dió un paso atrás para alejarse de la procesadora y estiró el brazo derecho por encima de la cabeza para tratar de aliviar la tensión que se había estado acumulando desde hacía unas horas. Los dos habían estado trabajando muy duro, pero Paula aún no estaba satisfecha con el resultado. La buena noticia era que Dolores había decidido funcionar correctamente después de que Pedro encontrara el manual de funcionamiento. Todas las instrucciones estaban escritas en francés, por lo que ella había tenido que encargarse de la traducción. Cuando por fin encontraron el programa adecuado para lo que ellos estaban tratando de conseguir, obtuvieron una pasta de chocolate suave, refinada y deliciosa. No dejaba de contemplarla. Ella estaba medio tumbada sobre la encimera, olfateando los tarros que contenían las muestras. Sus manos estaban en constante movimiento. No dejaban de anotar las sutiles diferencias de cada mezcla. Él estaba lo suficientemente cerca como para ver el modo en el que el cabello rojizo se le ondulaba en la nuca por el calor o el modo en el que los labios se le fruncían cuando se concentraba en algo. Cuando se inclinó sobre ella, aspiró el embriagador aroma que emanaba de la piel de Paula. Olía a todo lo bueno que podía haber en el mundo. Vainilla. Especias y chocolate. Chocolate  de muy buena calidad.

—No lo entiendo. Hemos probado ya tres variaciones de la mezcla. Si añado más vainilla, su dulzura tapa el sabor del cacao… ¿Qué? —dijo ella cuando notó la presencia de Pedro a su lado.

—Paula, te sugiero que vayamos fuera a respirar un poco de aire fresco. No sé tú, pero yo no soy capaz de sentir el sabor de nada más. Nos podría venir bien tomarnos un descanso de todo esto.

—Esa es la mejor idea que he oído en mucho tiempo. Se me había olvidado lo poderoso que puede resultar el aroma del chocolate.

Pedro le agarró del brazo y la condujo hacia la puerta del garaje. De repente, notó que Paula se detenía en seco.

—¿Ocurre algo?

—El sol se está poniendo ya. Vaya. No me había dado cuenta de que era tan tarde.

—Aquí es el mejor momento del día. Ven. Siéntate aquí para descansar un poco.

Pedro señaló un viejo banco de madera que estaba rodeado de arbustos y de tantas macetas que casi ocultaban el suelo. Resultaba un espacio muy íntimo y muy tranquilo. Paula tomó asiento y él se sentó a su lado. Desde allí, los dos pudieron disfrutar de los últimos rayos de sol en la cara antes de que este se ocultara detrás de los árboles.

—¡Qué lugar tan bonito! —murmuró Paula—. Entiendo perfectamente por qué quieres regresar aquí.

Pedro cerró los ojos y apoyó la cabeza contra el banco de madera.

—La primera vez que ví este jardín, tenía catorce años y acababa de llegar de Santa Lucía después de un vuelo de pesadilla. Mis padres habían muerto en un accidente de coche y yo había quedado al cuidado de mi abuela. Era enero. Yo estaba muy enfadado y sentía una profunda amargura. Además, hacía tanto frío que yo pensé que me iba a congelar, algo que, en aquellos momentos, cuando trataba de superar el hecho de verme privado de todo lo que conocía hasta entonces, no me parecía tan mala idea. Hasta entonces, mi vida se había desarrollado viviendo en el exterior, con una temperatura cálida y constante, disfrutando de las selvas tropicales y de las maravillosas playas. Largos y soleados días jugando con mis amigos —dijo. Entonces, suspiró—. No quería estar aquí. Me sentía como si me hubieran arrancado de mi único hogar y me aseguré de que todos los que me rodeaban lo sabían. Sin dudas y de todas las maneras posibles.

—Oh, Pedro. Debió de ser una experiencia terrible para tí. Lo siento mucho.

Pedro se giró hacia ella y sonrió. En los ojos de Paula había tanta tristeza que la profundidad de lo que ella sentía lo sorprendió. Paula deslizó la mano sobre el banco y entrelazó los dedos con los de él. Ella también había perdido a sus padres y el poder de su comprensión mutua se apoderó de Pedro tan fuerte que él sintió que se le hacía un nudo en la garganta, algo que no había sentido desde hacía mucho tiempo.

Chocolate: Capítulo 27

—¿Hay algo más que creas que debes compartir conmigo? Porque te aseguro que no tengo intención de quedarme a pasar la noche. Y ciertamente no he venido aquí para cocinar el chocolate —añadió, observando la pequeña cocina—. Seguro que ni te funciona el horno. Además, yo he tardado un año en reunir todo el equipo especializado que necesito para trabajar con Sofía y soy muy exigente de dónde cocino. Había pensado pasarme el día de mañana experimentando en mi propia cocina y con mi propio equipo, pero para hacer eso necesito tener un par de kilos del excelente chocolate que me has prometido. Si no hay chocolate, no hay recetas. Ni concurso. ¿Me estoy explicando, Pedro? Sugiero que lo primero nos preocupemos de hacer el chocolate y luego veremos qué podemos cocinar con él.

En el silencio que se produjo a continuación, los ojos de Pedro permanecieron fijos en la taza de café que se estaba tomando. Los segundos fueron pasando y Paula se fue sintiendo cada vez más tensa. De repente, él echó hacia atrás su silla, inclinándola y tomó una pequeña lata de metal que había sobre el aparador. Desgraciadamente para ella, eso significó que el cuerpo de Pedro se estiraba hacia atrás también. La camiseta se le levantó para dejar al descubierto los duros abdominales, que se tensaron aún más para ayudarle a mantener el equilibrio. Los latidos del corazón de Paula se aceleraron. Ella trató desesperadamente de encontrar algo que hacer, lo que fuera, para distraerse. Se aferró a su taza de té y dio un largo sorbo. Luego otro.

—Prueba una de estas —le dijo Pedr por fin mientras las patas delanteras de la silla volvían a descansar sobre el suelo—. Te sentirás mejor.

Paula no estaba tan segura. Se asomó al interior de la caja y vió que había dos magdalenas, que estaban coronadas toscamente con azúcar glas de color rosa y morado. Aquello era lo último que ella habría esperado. Tomó una de las magdalenas y la miró fijamente durante un segundo. Entonces, comenzó a retirar el papel y se dispuso a darle un bocado.

—Por si te lo estás preguntando, Camila y su amiga decidieron organizar ayer una merienda para sus muñecas, justo antes de que yo me marchara. Preparé rápidamente unas magdalenas en la cocina antes de que su madre me sorprendiera. A las niñas les gustaron. Tal vez no tengan la misma calidad que si las hubieras hecho tú, pero ¿Qué te parecen? Seguí las instrucciones del paquete.

¿Por qué había tenido Pedro que prepararle magdalenas a su hija? Era algo completamente injusto. Por supuesto, él no podía saber de ningún modo que algunos de sus recuerdos familiares más valiosos eran cuando sus padres le preparaban magdalenas para que Paula celebrara meriendas con sus muñecas. Cuando su madre murió, era ella quien solía prepararlas con su padre. Por supuesto, era imposible que él supiera algo así. ¿Cómo iba a saberlo? Acababan de conocerse. Él no sabía nada de su vida. Ganar aquel concurso podría abrir muchas puertas para ayudarla a conseguir su sueño y lo único que se le ocurría a Pedro era ofrecerle una magdalena. ¿Qué era lo que él tenía que provocaba que Paula no pudiera permanecer enfadada con él durante mucho tiempo? Resultaba muy enojoso.

—En realidad, mi padre era panadero y yo no creo que…

—¿Qué te parecen?

—Considerando que las hiciste ayer y que seguramente han sufrido algún que otro golpe durante el camino, no están mal. No están nada mal y mucho menos siendo una mezcla de supermercado.

—¿De verdad? Gracias.

—¿Cocinas a menudo con Camila? Le debe de encantar que te tomes tiempo para hacerlo con ella.

Durante unos segundos, Paula estuvo demasiado ocupada recogiendo migas como para percatarse de que él no había respondido. De repente, levantó la mirada y vio en el rostro de él un gesto de dolor y arrepentimiento tal que no pudo evitar preguntarse si a Max le dolería algo. Entonces, él se relajó y su rostro volvió a la normalidad.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó ella—. ¿Te duele la cabeza?

—Nada que pasar más tiempo con mi hija no pudiera curar. Es su cumpleaños la semana que viene. Nos lo pasaremos muy bien.

Paula pensó en lo estúpida que había sido. Pedro estaba divorciado y su ex estaba a punto de volver a casarse. Estar separado de su hija ya era bastante duro, sin tener en cuenta la presencia de un padrastro. La situación debía de ser muy difícil, sobre todo cuando él vivía en el Caribe. Solo esperaba que Camila y él tuvieran una relación de calidad durante el breve tiempo que pasaban juntos.

—Espero que le gusten los conejos de chocolate.

Chocolate: Capítulo 26

—Bueno, hemos tardado más de lo que esperaba —suspiró Paula mientras entraban en la cocina—. Es maravilloso que tu cocina sea tan fresca…

—Gracias. Me alegro de que te guste —replicó él—. ¿Quieres que prepare café para darnos un poco de energía? Espero que no tengamos que pasarnos otras dos horas limpiando después de la siguiente remesa.

—Te ruego que ni siquiera bromees al respecto —dijo Paula. Entonces, empezó a toser al notar que el polvo se levantaba de todas partes—. Deduzco… que hace tiempo que no vienes por aquí.

—Estuve tres semanas en Navidad con Camila. Mariana se marchaba a esquiar con su novio, que ahora es su prometido, por lo que supongo que tendría que agradecérmelo a mí —comentó mientras llenaba de agua el hervidor—. ¿Te acuerdas del tiempo que hizo en enero? Estuvo nevando cinco días sin parar. Fue la primera vez en años que el pueblo se quedó aislado. Fue maravilloso. No me lo habría perdido por nada del mundo.

—¿Maravilloso? ¿Cómo te las arreglaste con una niña pequeña a la que cuidar y divertir?

—Por suerte, teníamos el frigorífico y la alacena llenos. Tal vez suene raro, pero hasta ir a por leña resultó divertido porque lo hacíamos con el mismo trineo de madera que yo había usado de niño.

—Tu hija se lo debió de pasar muy bien.

—Así fue. A Camila le encantó. El pueblo se había convertido en un lugar de cuento. Nos peleábamos con la nieve, hacíamos concursos de trineo en la ladera y teníamos un árbol de Navidad de verdad. Deberías haber visto los muñecos de nieve que hacíamos…

—Camila es una niña muy afortunada. Mi enero fue muy diferente. La nieve puede ser una pesadilla cuando se te paga para organizarle a alguien una maravillosa fiesta de Año Nuevo. Estuvimos trabajando todo el día para cumplir con los encargos y luego peleándonos con el mal tiempo para realizar las entregas. En la ciudad fue una locura.

—Camila y yo tuvimos suerte…

—Cuando me estaba cambiando, estuve admirando las fotos de tu hija. ¿La ves con frecuencia?

—Tanto como puedo —respondió Pedro frunciendo el ceño—, pero las Navidades pasadas fueron especiales —añadió mientras comenzaba a sacar tazas y platos para el café—. El problema es que ahora me paso la mayor parte del año en Santa Lucía y esta casa está vacía. No le viene bien. El jardín es una selva. ¿Prefieres té o café?

—Té, por favor. Si tenemos leche. Si no, mejor café.

—Claro que tenemos leche. Puede que incluso haya queso y galletas saladas. Si esta noche no queremos cocinar, podemos ir a cenar al pub que hay en el pueblo. El chef es italiano y algunos de su platos son muy buenos… ¿Qué pasa? —preguntó Pedro al ver el modo en el que Paula lo miraba.

—¿Cenar? ¿Y por qué iba yo a querer cenar aquí? —replicó ella—. Creo que ha habido un malentendido. Yo voy a regresar a Londres esta noche, con algunos bloques de chocolate Alfonso. Supongo que no estarías esperando que yo trabajara aquí en las recetas y que fuera y viniera de Londres todos los días.

—No, no. Claro que no —replicó Pedro—. Esperaba que te quedaras a pasar la noche para que mañana podamos trabajar aquí juntos en las recetas. ¿Azúcar?

Paula contuvo la respiración.

—A ver si lo he entendido —dijo mientras rechazaba el azúcar con un movimiento de la mano—. Primero me haces venir hasta esta casa, que tardé horas en encontrar, solo para decirme que esperas que yo haga el chocolate y, ahora, descubro que esperas que me quede a pasar la noche para…

—Que podamos trabajar en las recetas a primera hora de la mañana, sí. Pensé que así te ahorraría el tener que regresar a Londres esta noche para volver mañana —dijo él con una sonrisa mientras le entregaba la taza de té.

—¡Eres imposible! —exclamó ella—. Contrario a lo que todo el mundo cree, no todas las mujeres saben leer el pensamiento. A menos que alguien me diga las palabras, yo no tengo manera de saber lo que a tí se te pasa por la cabeza. Eso me plantea otra cuestión.

—Tú dirás —dijo él antes de tomar un sorbo de café.

Chocolate: Capítulo 25

Afortunadamente, ya había pasado antes por una situación similar y había aprendido de los errores que había cometido con David. Sabía perfectamente lo que tenía que hacer. Debía aceptar el hecho de que se sentía atraída por Pedro y, entonces, ocuparse exclusivamente de su trabajo. Nada de contacto. Sencillo. Mantendría las distancias. Eso era lo suyo. Pedro iba a ayudarla a abrir su propia chocolatería, a hacer realidad el sueño que había compartido con su padre. Además, con un poco de suerte, él no se volvería a quitar la camiseta delante de ella. Justo en aquel momento, él dejó la toalla sobre una silla y se dio la vuelta. Y la miró. La miró de verdad. Era como si estuviera viéndola por primera vez y le gustara lo que veía. La miró a los ojos y, por primera vez en su vida, Paula supo lo que era ser el objeto de la admiración total de un hombre. El corazón se le aceleró.

Entonces, Pedro sonrió y asintió.

—Bonito atuendo —comentó—. Te sienta mucho mejor a tí que a mí.

—No creo que eso sea cierto, pero gracias de todos modos. Estoy considerando darle otra oportunidad a tu chocolate. Sin embargo, primero hay algo que tienes que saber.

Pedro volvió a sonreír y se colocó la toalla alrededor de los hombros.

—Tú dirás. Soy todo tuyo.

Paula se detuvo un instante. El corazón le latía a toda velocidad.

—Está bien. Te haré una versión abreviada —replicó—. Ya sabes que mi padre era panadero, pero le encantaba el chocolate. La gente solía venir desde muy lejos para encargarle tartas de cumpleaños de chocolate. Incluso realizó un par de tartas de boda. No obstante, jamás estuvo satisfecho del chocolate que compraba. Por lo tanto, todas las semanas, recibía entregas de proveedores con extraños nombres extranjeros. América del Sur, África, Bélgica… Yo tenía la mejor colección de sellos de todo el colegio y, durante un tiempo, estuve segura de que la panadería Chaves terminarían convirtiéndose en panadería y chocolatería Chaves. Desgraciadamente, no fue así. Cuando le pregunté qué había pasado, me dijo que no teníamos dinero para seguir invirtiendo en más chocolate. Estaba solo para mantenerme a mí y hacía lo que podía. Me dijo que ya se centraría en el chocolate más adelante —susurró—. Murió de cáncer hace tres años. Encontré la receta que te enseñé antes en un libro de cocina. Llevaba años trabajando en la mezcla perfecta para su propia marca de chocolate y nunca me lo dijo.

Pedro respiró profundamente y pareció por un momento que iba a hablar, pero permaneció en silencio, dejando que fuera ella la que hablara. Paula entró un momento en la cocina y salió con el trozo de papel.

—Así que espero que ahora comprendas que esto no tiene solo que ver con el concurso. Es algo personal. Quiero honrar la memoria de mi padre del mejor modo que puedo hacerlo. Eso significa que tú vas a tener que demostrarme que puedo confiar en ti porque te aseguro que no te daré una tercera oportunidad…

Paula levantó la mano para secarse una lágrima y se asustó al ver que el papel se le escapaba volando de entre los dedos. Pedro se apresuró a rescatarlo y se lo entregó. La miró con tanto anhelo y comprensión que ella sintió que el corazón se le paraba. En ese instante, sintió un vínculo con aquel hombre que era tan profundo y poderoso, a pesar de que tan solo lo conocía desde hacía unas horas, que le dio vértigo. Se perdió en aquellos hipnóticos ojos azules. Tal vez por eso, le permitió que él le secara una lágrima con el pulgar.

—Siento mucho lo de tu padre. De verdad. Gracias por decírmelo y por darme una segunda oportunidad para poder demostrarte que puedo conseguir que esto salga adelante. Por tí, por mí y por tu padre —afirmó.

—En ese caso —replicó ella—, si vamos a preparar más chocolate hoy, es mejor que empecemos a limpiar. ¿Dónde guardas la fregona?

jueves, 16 de julio de 2020

Chocolate: Capítulo 24

Podía ser que Pedro Alfonso no fuera el mejor ingeniero mecánico del mundo, pero era un buen padre. Sin embargo, había sacrificado a su hija y posiblemente su matrimonio para vivir en una plantación y cultivar el cacao que le apasionaba tanto. Sacudió la cabeza. Tal vez le apenaba su situación, pero eso no significaba que debiera correr riesgos por él a aquellas alturas de su carrera, cuando estaba tan cerca de alcanzar su sueño. Si Pedro los dejaba en mal lugar a ambos en la conferencia, la reputación de Paula sufriría un serio revés en el pequeño mundo de los maestros chocolateros.Se levantó de la cama y se dirigió al pequeño armario que había al otro lado de la chimenea para ver si encontraba algo que ponerse. Lo que vió la dejó perpleja. El armario estaba lleno a reventar de ropa de niña. Seguramente, él se había ocupado de guardar aquellas prendas para que Camila se sintiera cómoda cada vez que se alojaba allí. Sintió una ligera sensación de culpabilidad por haber invadido aquel espacio tan íntimo y volvió a cerrar rápidamente la puerta. Recordó una vez que regresó a su casa tras acabar el curso de cocina y vio que su padre había ordenado completamente su ropa, la había lavado y la había planchado. Todo estaba listo para que ella se lo pusiera cuando regresara a casa. A Paula le había encantado lo que su padre había hecho por ella. Y allí tenía otro padre que había hecho exactamente lo mismo.

De repente, sus motivos para no seguir trabajando para él comenzaron a parecerle triviales. No era una tragedia terrible que hubiera comprado una procesadora con el mando de la velocidad estropeado. Y su chocolate era fantástico. Tal vez había tomado la decisión de marcharse demasiado precipitadamente. Tal vez aquel plan aún podía funcionar. Tal vez era una mujer demasiado sentimental y seguramente iba a lamentar lo que estaba a punto de hacer, pero acababa de decidir que le daría a Pedro Alfonso otra oportunidad. Sin embargo, él tenía que comprender por qué el trabajo era algo tan serio para Paula. Si no era así, no tendrían oportunidad alguna frente a los veteranos profesionales de la conferencia. Con un enorme suspiro, se miró en el espejo del dormitorio y se preguntó si iba a hacerlo. Sabía que tenía que tomar una decisión y que tenía que ser en aquel mismo instante. O se metía de lleno en el proyecto o se marchaba de allí inmediatamente. Nada de medias tintas. Y, sobre todo, debía asegurarse al cien por cien que no volvía a haber contacto físico entre ellos. En absoluto. Nunca más.

Diez minutos más tarde, después de buscar en un armario que encontró en el pasillo, Paula entró en la cocina vestida con un par de pantalones cortos y la camiseta más pequeña que había podido encontrar y que, a pesar de todo, le llegaba a mitad de los muslos. Salió al jardín y miró a su alrededor. Entonces, se quedó completamente inmóvil. No podía creer lo que estaban viendo sus ojos. Pedro se estaba aún lavando en el jardín. Ella vió que los rizos del vello que cubría su torso estaban empapados de sudor y de agua fría de la manguera que debía de haber estado usando. Al ver cómo se secaba al sol con la toalla, sintió que la chica de ciudad que ella era desaparecía de repente para dejar paso a una faceta mucho más primitiva. Desde donde estaba, veía cómo se le movían los músculos de la espalda y de los hombros para terminar de secarse. El deseo y la anticipación que ella sintió fueron tales que no pudo evitar pensar cuánto tiempo tardaría en meterse en su coche con su vestido mojado para fingir que no había cambiado de opinión. Seguramente tardaría solo unos minutos y podría marcharse para dejar atrás toda aquella locura. No había ni un solo gramo de grasa en la espalda de Pedro. Cada músculo y cada tendón se mostraban perfectamente definidos con cada movimiento. La última vez que Paula había visto un cuerpo así había sido n televisión. Estaba cambiando de canales cuando se encontró con un concurso de natación, en el que los nadadores estaban explicando los diferentes estilos tan solo con un minúsculo bañador. Eso había sido en la pantalla, pero verlo en vivo y a pocos metros de distancia era un asunto muy diferente… ¿Nacían los hombres con unos hombros tan anchos? Al menos Pedro llevaba puestos los pantalones, pero era un verdadero placer observar cómo los músculos se movían cuando levantó un cubo de agua y se lo vertió por el largo cabello rubio. Realmente, la escena era hipnótica. Y ella estaba babeando por el hombre con el que iba a trabajar durante los próximos días. Santa María.

Chocolate: Capítulo 23

El agua caliente caía sobre los hombros de Paula mientras se enjuagaba el cabello por tercera vez. Cuando comprobó que ya estaba completamente limpia, se envolvió en una toalla y secó el vapor que cubríauna parte del espejo y para mirarse en él. Tenía el cabello de punta, pero no creía que encontrara un secador en aquel cuarto de baño. Por eso, se secó todo lo bien que pudo con la toalla y se volvió a poner la ropa interior, que había salido indemne del incidente del chocolate. Entonces, se envolvió de nuevo con la toalla. Pedro había murmurado algo sobre que él se lavaría en la cocina, pero no quería encontrárselo medio desnudo en el pasillo.

Se sentó sobre la tapa del retrete y pensó qué iba a hacer sobre Pedro. Él casi no había dicho ni una sola palabra desde que ella le dijo que se marchaba. Se había limitado a señalarle dónde estaba el cuarto de baño y la habitación de invitados antes de desaparecer en dirección al jardín. Recordó el estado en el que había quedado el garaje. Tardarían horas en limpiarlo todo antes de que él pudiera intentar siquiera hacer una nueva remesa de chocolate. Un fuerte sentimiento de culpabilidad se apoderó de ella. Pedro ya había pagado las tasas para participar en el concurso y había reservado las habitaciones en el hotel. No le iba a resultar fácil encontrar alguien que lo acompañara con tan poco tiempo. Tal vez era mejor así. Él no estaba listo para trabajar con chocolate. Podría seguir ganándose la vida vendiendo cacao e ir aprendiendo todo lo referente al mundo del chocolate poco a poco. Fuera como fuera, no podía seguir escondida en el cuarto de baño todo el día. Sería mejor que tomara algo prestado mientras se le secaba el vestido en el jardín y que luego se marchara a Londres lo antes posible. Entonces, podría olvidarse de todo. Y de Pedro. Y de lo maravilloso que había sido estar entre sus brazos durante unos instantes. ¡No! ¿Cómo era posible que se metiera en aquellos líos?

Con mucho cuidado, abrió la puerta del cuarto de baño y salió al pasillo, que estaba completamente vacío. Entonces, se dio cuenta de que le faltaba algo muy importante. Sus sandalias. Seguían en el jardín. Y tenía los pies helados. Tal vez la madre de Camila había dejado un par de zapatillas que ella pudiera tomar prestadas unos minutos mientras las sandalias se le secaban. Si no encontraba nada, se tendría que conformar con los zapatos mojados. O pedirle a Pedro unos calcetines. Cuando estuvo en el dormitorio, miró a su alrededor. Era acogedor y, con su techo bajo y las vigas de madera, sería la habitación de ensueño para una niña. Paula se percató de que, sobre la cómoda, había una serie de fotos personales. Cada una de ellas, capturaba un momento de la vida de Camila. Y en cada una de ellas aparecía Pedro. Eran unas fotos tan bonitas que ella no pudo evitar sonreír al verlas. Se sentó en la cama y decidió que así sería exactamente como le gustaría despertarse todas las mañanas, viendo los rostros felices de las personas que amaba y sabiendo que ellos la amaban igualmente. En especial su padre.

La madre de Paula murió cuando ella tenía doce años, pero debía de resultar muy difícil para una niña de ocho asimilar el hecho de que su padre no iba a estar viviendo en la misma casa que ella a diario. Alabó la elección de fotografías que había hecho Pedro. Él quería que Camila recordara que él había sido parte de su vida antes y que lo seguiría siendo a partir de entonces. Se preguntó si Pedro tendría unas fotografías similares en su dormitorio. Debía de ser muy duro dejar a su hija sabiendo que no la iba a ver durante meses. Además, le había dicho que Mariana iba a volver a casarse. Vaya.

Chocolate: Capítulo 22

Pedro abrió el grito del agua fría al máximo y, tras agarrarse al fregadero con las dos manos, cerró los ojos y metió la cabeza debajo del chorro de agua corriente. Poco a poco, el frescor fue haciendo efecto. Soltó el fregadero y se mesó el cabello con las manos para intentar retirar el chocolate que le había caído. Entonces, se incorporó sin dejar de peinarse el cabello, de manera que las gotas de agua cayeron sobre el suelo de la cocina y sobre su espalda. Entonces, miró a través de la enorme ventana que había sobre el fregadero. A su abuela le había encantado la vista que se dominaba desde allí del jardín mientras trabajaba en la cocina. Ella decía que era «su ventana al mundo» y había tenido razón. Efectivamente, aquel era su mundo.

Durante mucho tiempo, aquel mundo no había sido el de Pedro, pero, en aquellos momentos, tenía que aprovechar al máximo lo que quería. Aquella casa era el único trozo de Inglaterra que le pertenecía verdaderamente, junto con Camila. Aquella casa le pertenecía a la niña tanto como a él. Frunció el ceño. Allí era donde había esperado pasar dos meses de vacaciones de verano con su hija. En vez de eso, se tendría que conformar con una visita de fin de semana después de su cumpleaños antes de que Mariana se la llevara a Francia con la familia del que iba a ser su esposo. Seguramente, aquella sería la última vez que vería a Camila antes de Navidad, que seguramente también sería diferente. Su hija iba a tener una nueva familia. Pensar que tendría que compartirla le resultaba demasiado doloroso. Se sentía muy cansado. La noche anterior apenas había logrado conciliar el sueño hasta que, al amanecer, había perdido toda esperanza de dormir más gracias a la combinación del desfase horario y los planes de futuro que Mariana tenía para Camila.

Se mesó el cabello una vez más y suspiró lentamente. El sentimiento de culpabilidad se adueñó de él con más fuerza que nunca. Camila lo necesitaba tanto como él la necesitaba a ella, al igual que ocurría con los trabajadores de la plantación.  Nunca le había resultado fácil equilibrar las dos principales responsabilidades de su vida. Ya había estado a punto de perder su vínculo con su hija cuando perdió a Mariana. Por suerte, los dos se habían esforzado mucho para que eso no ocurriera. Sin embargo, Mariana se iba a volver a casar. Tanto si le gustaba como si no, Camila iba a compartir su vida con un padrastro. Anton sería el que estaría a su lado para consolarla cuando se hiciera daño, para leerle cuentos y para abrazarla. Él le ayudaría con los deberes y la animaría cuando participara en alguna competición. Decidió que las cosas tenían que cambiar.

Salió de la cocina y trató de tranquilizarse. Necesitaba conseguir que la plantación fuera productiva para construirse un sólido futuro financiero. Por eso, tenía que tratar de convencer a Paula de que él no era un completo idiota y de que podrían estar listos a tiempo para el concurso. Ella había ido desde Londres para trabajar con él y, a cambio, Pedro había hecho todo lo posible para demostrarle que era un desastre. Lo que había ocurrido en el garaje había sido un error. El hecho de que fuera tan atractiva resultaba irrelevante. Además, se acababan de conocer. Cualquier otra cosa sería una locura.  Había destruido ya una relación con su arrogante creencia de que era capaz de hacerlo todo, trabajar todo el día y seguir teniendo una persona que lo estuviera esperando al final de la jornada. Se había equivocado. Además, la finca suponía un trabajo exigente e insaciable, por lo que no podía excusarse en el hecho de estar haciendo un esfuerzo temporal. El trabajo nunca terminaba. Observó la fotografía de sus padres, que se habían tomado en Santa Lucía. Estaban de pie frente a la casa. Ellos le habían dado todo lo que pudiera haber deseado de niño. Lo menos que podía hacer era honrar su memoria manteniendo la plantación a flote y el sueño de sus padres vivo. Y, de paso, hacer que su hija se sintiera orgullosa de él. Con ese último pensamiento, tomó una esponja y se dirigió hacia la manguera.

Chocolate: Capítulo 21

—¡Vaya! ¡Es absolutamente delicioso! Lo hemos conseguido. Creo que ya tenemos un ganador. ¿Qué te parece a tí?

—Creo que Dolores me odia. Eso es lo que creo. En el momento en el que me abrazaste, perdió completamente el control.

Una rápida mirada a su ropa le confirmó que la tenía hecha un asco. Además, sus sandalias favoritas, que se había comprado en París, también estaban manchadas. Un sentimiento de total exasperación se apoderó de ella. Tenía dos opciones. O ver el lado positivo de verse cubierta de chocolate y reírse de lo ridículos que los dos estaban, que era precisamente lo que parecía estar haciendo Pedro, o pensarse qué era lo que estaba haciendo allí, con aquel hombre alocado y con la alocada idea de participar en un concurso que iba a celebrarse dentro de unos pocos días. Efectivamente, el cacao de él era maravilloso, pero ¿Qué estaba haciendo ella allí? ¿Cómo había sido tan estúpida para confiar su reputación profesional en manos de… un niño grande? Un niño muy guapo y sexy al que había estado a punto de besar hacía unos minutos. Gran error. Se sentía cansada, hambrienta y sucia por el chocolate, pero agradecía que Dolores hubiera evitado que cometiera una gran estupidez. Miró a Pedro y vió que tenía las manos en las caderas como si aquello fuera lo más divertido del mundo. En aquel momento, su cerebro le repitió de nuevo que estaba cometiendo un grave error. Debería montarse en su coche y marcharse a Londres lo más rápido que pudiera.

—Tal vez debería haberme ocupado de encontrar medidas de seguridad —comentó con una carcajada mientras se encogía de hombros y miraba a su alrededor.

Paula no se lo podía creer. Lo estaba volviendo a hacer. Estaba permitiendo que otro hombre guapo la cegara y desviara su atención de lo que de verdad tenía que hacer. Realmente, era muy atractivo, pero no debía olvidar que también era responsable de todo aquel lío. Esperaba que, en cuestión de días, se presentara en una conferencia profesional. Además, aunque ganaran, ¿podría estar segura de que él podría producir cacao con la misma calidad año tras año? Todo aquello parecía ser una enorme broma para Pedro, un gran entretenimiento.  Se había prometido que jamás volvería a cometer el mismo error que el que había cometido con David Barone, su antiguo novio de París. No arriesgaría su carrera futura por alguien que no fuera tan dedicado y apasionado como ella. Su tío, Chef Barone era el dueño de Barone Fine Chocolate, un maestro chocolatero que había dedicado su vida al trabajo. Paula se había equivocado al pensar que David sentía lo mismo. Desgraciadamente, en aquellos momentos estaba cometiendo el mismo error con Pedro Alfonso. Peor aún. Había estado a punto de besarlo. Y, en aquellos momentos, él estaba muerto de risa porque el trabajo de toda una mañana se había visto desperdiciado. Había sido una estúpida. Se lamió los labios y saboreó el chocolate. Él tenía razón. Era delicioso y habría sido aún mejor con el tiempo correcto de mezcla y un par de ajustes en los ingredientes. Después de lo ocurrido, tendrían que volver a empezar. Ella no sabía si echarse a reír o a llorar. Por lo tanto, le dijo la verdad.

—Pedro, este chocolate es muy bueno. Sé que podría realizar postres espectaculares con él, pero necesito más que eso. Necesito alguien en quien pueda confiar. Alguien que se tome su trabajo en serio. Alguien que mire al futuro. Alguien que pueda seguir suministrando cacao de esta calidad —dijo. Él la observaba sumido en un silencio absoluto—. Lo siento, pero esto no está funcionando para mí. Tienes que encontrar otro chef con el que trabajar —añadió mientras daba un paso atrás—. ¿Te importa que utilice tu cuarto de baño antes de regresar a Londres?

martes, 14 de julio de 2020

Chocolate: Capítulo 20

De repente, de forma automática, comenzó a levantar los brazos hacia el cuello de él. Pedro comenzó a bajar la cabeza, de manera que sus frentes estaban a punto de tocarse. Paula aspiró el aroma del chocolate, mezclado con el aroma que se desprendía del cuerpo de él y decidió que era un perfume tan sensual y rico como cualquier fragancia y que provocaba que aquel fuera uno de esos momentos que ocurrían raramente en su vida. Sabía que permanecería con ella mucho tiempo después de que Pedro hubiera regresado a su isla. Por lo tanto, no era de extrañar que ella, suavemente, se uniera aún más a él, de manera que sus cuerpos quedaron en contacto desde los muslos al torso. Los labios de Pedro se apretaron suavemente contra el cabello de Paula mientras la estrechaba entre sus brazos con fuerza, tanto que casi la levantaba del suelo. Todo era tan agradable… Pedro era tan agradable…

Casi se le había olvidado lo que se sentía al estar entre los brazos de un hombre que parecía estar disfrutando del momento tanto como ella. De repente, el deseo comenzó a adueñarse de ella, provocándole un extraño calor en el vientre, caldeándole la sangre y sensibilizándole la piel. Sabía que debería luchar contra aquella atracción. Decirle que se detuviera. Sin embargo, cuando levantó el rostro para hacerlo, cometió el error de mirar aquellos maravillosos ojos azules. Lo que vió en ellos le cortó la respiración. Más que una simple atracción. Deseo. Un deseo que ardía lenta, sensualmente, para igualar los suaves movimientos que él le estaba realizando sobre la espalda. El abrazo se estaba transformando en una caricia… Y a Paula le gustaba. Respiró profundamente al ver que él comenzaba a bajar el rostro hacia el de ella. Se lamió los labios y estaba a punto de colocar la cabeza para recibir el beso cuando el movimiento lento y regular de las cuchillas de la procesadora comenzó a acelerarse. La máquina comenzó a realizar un extraño sonido. Pedro se quedó completamente inmóvil y miró a Dolores alarmado. Los dos se soltaron y observaron horrorizados cómo las cuchillas iban adquiriendo cada vez más velocidad y empezaban a salpicar la mesa con la mezcla que estaban batiendo en su interior.

—Pedro, ¿No te parece que va un poco… bueno, demasiado rápido?

—Sí. El problema es que, según el mando de la velocidad, es la más baja. Podría ser que el cableado del dial estuviera cambiado, no sé. Sin embargo, solo hay un modo de descubrirlo —añadió. Colocó el dial al máximo antes de que Paula pudiera impedírselo.

Pedro acababa de soltar el mando cuando las cuchillas comenzaron a rotar aún más rápido. El chocolate comenzó a salir despedido por el aire.

—No… ¡Apágalo! ¡Apágalo! —exclamó Paula.

—Lo estoy intentando, pero creo que el interruptor está roto —replicó Pedro. Se hizo rápidamente a un lado para tratar de evitar el diluvio mientras intentaba desesperadamente apagar la máquina.

El chocolate comenzó salpicar también a Paula en el cuello y en la parte delantera del vestido. Instintivamente, ella levantó las manos para protegerse la cara, pero ya era demasiado tarde. Antes de que Pedro desenchufara la máquina, cuello, hombros y brazos estaban totalmente cubiertos. Se produjo un profundo silencio en la sala, roto tan solo por el sonido que hacía el chocolate al caer de todas las superficies en las que había aterrizado. Ella se limpió la cara y se quedó asombrada al ver el destrozo que el chocolate había creado. Pedro contempló la escena atónito y luego la miró a ella. Lo miró también y vio cómo él se relamía los labios y utilizaba un dedo para limpiarse parte del chocolate que le manchaba el hombro y saborearlo.

Chocolate: Capítulo 19

Fue a buscar su bolso y sacó la cartera. Entonces, muy lentamente, extrajo una arrugada hoja de papel. Lo sujetaba con veneración, como si no quisiera entregárselo a un hombre al que apenas conocía. Había tanta historia asociada con aquella hoja de papel… Tantos sueños fallidos y tantas oportunidades perdidas… Él le estaba dando la oportunidad de hacer lo que tanto tiempo llevaba deseando querer realizar. Sin embargo, ¿Podía confiarle sus esperanzas y sus sueños? Le miró a los ojos y tragó saliva. Entonces, le entregó el papel a Pedro.

—Llevo años con ese papel encima, esperando el día en el que, por fin, podría descubrir si es tan especial como creo. Por eso, estoy dispuesta a darte una oportunidad. No me defraudes, Pedro. Lo digo en serio.

Pedro se puso de pie y estiró los brazos. Durante un terrible y maravilloso momento, ella pensó que iba a abrazarla. Sin embargo, simplemente le colocó las manos en los brazos y le dió un beso en la mejilla, tan cálido, dulce y auténtico, que la dejó anonadada.

—Eres fantástica, Paula. Te aseguro que no lamentarás tu decisión ni por un instante. Vamos a hacer un chocolate tan delicioso que el mundo se rendirá a nuestros pies. Espera y verás. Ahora, deja que vaya a cambiarme. Volveré enseguida.

Soltó los brazos de Paula tan rápidamente que ella se cayó contra el fregadero. Sentía un agradable hormigueo en los brazos y la mejilla. La cabeza le daba vueltas. Con un beso en la mejilla había sido suficiente para rendirla. ¿En qué demonios se había metido? Les llevó mucho tiempo cargar la procesadora. Por fin, solo le quedó ver cómo Pedro empezaba a manejar los controles. Rezó para que él supiera lo que estaba haciendo. Al menos, lo parecía. Se había recogido el cabello con un pañuelo y se había lavado las manos a conciencia. Por fin, Pedro pareció estar preparado.

—Deja que compruebe que no se me ha olvidado nada. Pasta de cacao. Vainilla. Lecitina. Un poco de azúcar y especias. Y lo más importante, la cantidad precisa de mantequilla de cacao para conseguir el nivel que exige la señora para su chocolate. Creo que ha llegado el momento. ¿Qué te parece? ¿Crees que podemos empezar?

Paula se mordió el labio inferior y asintió.

—Adelante. Solo espero que sepa tan bien como huele.

—Me encanta ver a alguien tan emocionado como yo por esto. Recuerda que para mí esto también es la primera vez…

Paula contuvo el aliento.

—Dolores parece bastante… complicada. ¿Tienes las instrucciones?

—No hace falta —replicó Pedro—. Mi Dolores es una chica de clase alta, pero yo sé cómo manejarla… Ya sabes a lo que me refiero —añadió mientras señalaba el panel de control—. Dos botones. Encendido y apagado. Y la velocidad. Parece muy fácil. Bien, ¿Estás lista para descubrir lo bien que va a saber este chocolate?

Paula sabía que aquel no era el momento para expresar sus dudas sobre lo de manejar la máquina sin instrucciones. Por lo tanto, en vez de seguir su instinto y empezar con cautela, se despojó de sus miedos y asintió con entusiasmo. Pedro apretó el botón de encendido y colocó la velocidad de la máquina en el mínimo. Para alivio de Paula, las luces verdes se encendieron y las cuchillas comenzaron a mezclar todos los ingredientes. ¡Sí! Ya estaba. Su primera remesa de su propio chocolate.

—¡Esto es fantástico! ¡Gracias, Pedro! Llevo tanto tiempo esperando este momento…

—Yo también —replicó él en voz baja y cálida, mientras abría los brazos para acogerla en ellos.

A Paula le pareció natural dejarse abrazar. Él la estrechó con fuerza contra su cuerpo y ella suspiró cuando se dió cuenta de que Pedro seguramente no sabía que ella había cerrado los ojos y que estaba gozando con aquel contacto físico. Sentía cómo el corazón le latía a través de la delgada camiseta. De repente, él se echó a reír y los ecos de su carcajada le resonaron en el pecho, inundando también el de ella y haciendo que se sintiera joven, ingenua y feliz. Era un delicioso sentimiento al que se quería aferrar durante todo el tiempo posible. Entre los brazos de Pedro se sentía capaz de hacer todo lo que se propusiera en la vida.

Chocolate: Capítulo 18

No. No estaban funcionado. Paula abrió los ojos lentamente. Vió que Pedro estaba medio inclinado delante del frigorífico, con su delicioso trasero levantado, de modo que los pantalones se le habían caído un poco más. La ruda tela rozaba las piernas desnudas de Paula y, para horror de ella, un escalofrío de delicioso placer le recorrió su traidor cuerpo. No. No se iba a dejar llevar, y mucho menos cuando sabía que había puesto sus esperanzas en un soñador con delirios de grandeza. Pedro era un hombre apasionado, encantador y atractivo, pero no por eso dejaba de ser un soñador. Normalmente,  le gustaban los soñadores. Ella misma lo era, pero había un momento y un lugar para los sueños y aquel no lo era.

—En realidad —murmuró ella—, hay algunas cosas que se te olvidó decirme cuando me sugeriste que viniera aquí para… ¿Cómo lo describiste? Ah sí. Una reunión de planeamiento. Planeamiento. Sí. Esa fue la palabra que utilizaste.

Se giró hacia él y colocó una mano sobre la encimera. Con la otra, empezó a señalarle al pecho al tiempo que lo miraba fijamente a los ojos.

—Ni en una sola ocasión me mencionaste el hecho de que tú aún tienes que hacer el chocolate que necesito dentro de tres días. Eso me da dolor de cabeza con solo pensarlo. ¿Tienes idea de la cantidad de trabajo que eso implica? El tiempo de mezclado es crucial. No sé si vamos a necesitar nueve o diecinueve horas. Todo depende del nivel de mantequilla de cacao y de otros diez factores que deben conjugarse para conseguir hacer algo que merezca la pena.

Cerró los ojos y respiró profundamente porque el corazón estaba empezándole a latir demasiado alocadamente. Inmediatamente, sintió que unos fuertes dedos le agarraban el codo y que le acercaba una silla de plástico. Antes de que pudiera quejarse o darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, Paula sintió que la obligaba a sentarse en la silla.

—Hace mucho calor —dijo él—. ¿Quieres un vaso? —le preguntó mientras le abría una lata de refresco.

Le entregó a Paula inmediatamente la lata y ella bebió varios tragos del refresco.

—Está bien, gracias…

—Sé lo que estás pensando —dijo él mientras se bebía una lata entera y se sentaba en otra silla—. Estate tranquila. Freya no sabe que tengo un alijo secreto de comida basura aquí. Es solo para adultos.

Paula dejó escapar el aire muy lentamente. Entonces, abrió los ojos y luego bebió otro poco de refresco.

—Eso no era exactamente lo que yo estaba pensando… —susurró mientras señalaba a Dolores con la barbilla.

Pedro giró la silla de manera que los dos quedaron sentados mirando el robot de cocina.

—Entiendo —dijo—. ¿Sabes una cosa? Llevo trabajando con el mismo equipo en la finca toda la vida. Ellos me conocen y yo les conozco a ellos. Como resultado, parece que mi habilidad para la comunicación deja mucho que desear. Lo siento. Intentaré hacerlo mejor en lo sucesivo.

—¿En lo sucesivo?

—Eso espero, sí. Yo sigo teniendo que hacer chocolate, pero me daba la impresión de que una maestra chocolatera como tú tendría su propia receta. Estaría perdiendo el tiempo y los ingredientes si hubiera hecho algo que no estuviera a la altura de lo que tú esperabas. Sin embargo, entiendo que prefieras marcharte a pasar la tarde con tu novio en Londres en vez de mezclar chocolate con un aficionado completamente loco.

Paula no lo pudo soportar más. Se levantó para caminar un poco mientras se tomaba lo que le quedaba de refresco. Pedro le estaba ofreciendo la posibilidad de crear su propio chocolate. Eso nunca se le había ocurrido. Era el premio que siempre había querido, pero del que se había mantenido alejada hasta que empezó a trabajar en Barone en París, que era lo suficientemente grande para justificar el gasto. Era una idiota. Él la estaba tratando como a una profesional y lo único que ella estaba haciendo era quejarse. Ni siquiera Marcos esperaba que ella fabricara su propio chocolate. Era patética. Debería estar avergonzada. Se dio la vuelta y se apoyó contra el fregadero. Pedro seguía sentado.

—Está bien.

—¿Que está bien?

—Sí. Tal vez no tenga un novio esperándome en Londres ni esta noche ni ninguna otra, pero sí tengo una receta familiar para el chocolate que siempre he querido confeccionar. Llevo esperando tres años para tener la oportunidad de ver si sabe tan delicioso como espero.

Chocolate: Capítulo 17

—Esto es un garaje, Pedro. Estaba esperando una sala llena de acero inoxidable y con aire acondicionado. Dime que no haces el chocolate ahí, porque en esta parte del mundo la gente le da mucha importancia a la manipulación de los alimentos y a la higiene.

—Bueno, para tí es un simple garaje, pero para mí es la fábrica más importante de todo el imperio Alfonso. Entra. Ahí es donde se hace la magia.

Paula ahogó un gruñido de protesta y pasó por la puerta que él le había abierto. Cuando estuvo en el interior, se sorprendió. El espacio interior era fresco, limpio y ordenado. Resultaba más que adecuado. En realidad, ella había visto cocinas mucho peores a lo largo de los años. Pedro había pintado las paredes de blanco y había instalado una enorme encimera a lo largo de una de las paredes del garaje, justo debajo de las ventanas. La iluminación de lámparas halógenas era más que suficiente. Contra la otra pared, había sacos de cacao y sobre la encimera enormes contenedores de plástico. También había un frigorífico y varios utensilios. Sin embargo, la habitación se veía dominada por una enorme procesadora de acero inoxidable.

—¿No te parece maravillosa? —le preguntó Pedro mientras se acercaba a la máquina con profundo orgullo—. Lo mejor. La compré a muy buen precio en una pequeña empresa belga que había sido absorbida por una de las empresas más grandes. Me muero por verla por fin en funcionamiento.

—¿Cómo? Te ruego que me digas que has utilizado esta máquina antes —gimió Paula.

—No —replicó Pedro—. Estaba esperando la ocasión perfecta. Y ya ha llegado.

Paula contempló durante un instante la enorme máquina y luego soltó una carcajada.

—Estoy segura de que hasta has pensado darle un nombre —comentó, como si fuera una idea completamente absurda. Entonces, observó a Pedro—. No, por favor. No. Eso no. Se lo has puesto, ¿Verdad?

—«Dolores» es un nombre perfectamente respetable para un maravilloso ejemplo de ingeniería que nos va a reportar una fortuna.

—¿Dolores?

—Sí. Dolores, te presento a Paula —dijo Pedro mientras golpeaba cariñosamente la procesadora—. Es la primera vez que viene aquí, así que te ruego que te portes muy bien. Hazlo por mí, ¿De acuerdo?

Paula cerró los ojos durante un instante. Decidió que Dolores iba a tener que funcionar porque, si no, no habría chocolate. Y, sin chocolate, simplemente no podrían participar en el concurso.

—Encantada de conocerte, Dolores —dijo—. Me alegra tenerte en el equipo —añadió apretando los dientes. Era la primera vez en su vida que saludaba a un objeto inanimado.

—Excelente —replicó Pedro mientras se frotaba las palmas de las manos—. Equipo Alfonso. Me gusta cómo suena —añadió. Entonces, indicó los contenedores de plástico blanco que había sobre la encimera—. Tengo todo lo que necesitas. Pasta de cacao. Mantequilla de cacao, vainilla y azúcar orgánicos y una serie de deliciosos extras en el frigorífico. Solo tienes que decirnos lo que hay que hacer para que Dolores y yo nos pongamos manos a la obra. Tus deseos serán órdenes.

Pedro sonreía con la energía y el entusiasmo de un adolescente. Le brillaban los ojos de excitación y felicidad.

—Nos morimos de ganas por empezar con mi primera remesa comercial de chocolate Alfonso Estate. Lo único que tienes que hacer es decirme cuál es la receta y mi encantadora Dolores nos enseñará lo que es capaz de hacer.

—Espera un momento —dijo Paula tras comprender el alcance de aquellas palabras—. ¿Acabas de decir que esta era tu primera remesa? ¿Te referías a tu primera remesa utilizando a Dolores o…?

Cuando Pedro no respondió, Paula se quedó boquiabierta.

—No… Es imposible. No puede ser que esta sea la primera remesa de chocolate que has hecho en tu vida… —susurró horrorizada.

—Por supuesto. En realidad, claro que lo he visto docenas de veces en otras fincas donde sí hacen su propio chocolate, pero yo no lo he hecho. Me he estado reservando para el momento adecuado y la oportunidad adecuada. ¿Por qué si no te iba a traer hasta aquí? Esto va a ser la primera vez para los dos. ¿Acaso no te había mencionado esa parte?

Paula cerró los ojos y trató de realizar los ejercicios de relajación que le habían enseñado. Sentía que, una vez más, se había dejado llevar por un hermoso rostro que le había ofrecido un cacao de sabor increíble. Una vez más, un hombre la había engañado y se había creído que ella iba a ser masilla entre sus manos.

—No te preocupes —le dijo Pedro, con su típica sonrisa—. Todo va a salir bien. ¿Qué te parece una bebida fría antes de que empecemos? Creo que me comí todas las galletas anoche, pero puede que la tienda del pueblo siga abierta.

jueves, 9 de julio de 2020

Chocolate:Capítulo 16

—Esos ya los tuve cuando cumplí cinco años. Ya no nos gustan los conejos de chocolate, papá.

—¿No? ¿Y el helado? ¿O las magdalenas caseras? ¿O los donuts con crema y mermelada y un montón de cosas pegajosas más? ¿Eso sí te gusta?

La niña asintió furiosamente y se relamió los labios al tiempo que se frotaba la barriguita.

—Bueno, en ese caso será mejor que empecemos a cocinar, pero, por el momento, nos llevaremos algunos de esos bollos del escaparate para practicar, ¿Te parece?

Camila entró rápidamente en la tienda, sin darse cuenta del sufrimiento que acababa de causar. A Pedro le habría gustado celebrar el cumpleaños de su hija en su casa de campo, a solas los dos, con un pastel y limonada, en vez de la elaborada fiesta de cumpleaños que Mariana estaba planeando en Londres. En realidad, eso era precisamente lo que Camila quería. Habría sido una crueldad negárselo. La niña se sentía tan emocionada que sería imposible quitarle lo que deseaba. Camila no quería una fiesta en el campo, a solas con su padre. Ni conejitos de chocolate. Ni loros tallados a mano. Ni la vida que él llevaba. La niña estaba creciendo y alejándose de él. Aún era pronto, pero se veía que eso era lo que iba a ocurrir. ¿Llegaría el día en el que ella tal vez no querría que fuera a buscarla al colegio porque su padre era un perdedor, un soñador que se ganaba la vida en una isla vendiendo chocolate orgánico? ¿Un padre que no estaba a su lado cuando ella lo necesitaba? ¿Un padre que la había defraudado? Saludó a la pequeña cuando ella le sonrió desde la tienda. Tenía que conseguir que su negocio fuera un éxito. Tenía que hacerlo. Por su bien y por el de su hija.

—Me estás tomando el pelo, ¿Verdad?

—Lo sé. Sé que parece algo raro, pero no puedes negar que está cerca de casa.




Paula apretó los labios y parpadeó de incredulidad al ver la larga y estrecha construcción que ocupaba la mayor parte de la zona del jardín que quedaba más lejos de la casa. Quedaba casi oculto al otro lado de un seto, por lo que resultaba invisible desde la preciosa casita de tejado de paja a la que Pedro llamaba su casa. Y menos mal, porque aquella monstruosidad de ladrillo era una de las construcciones más feas que ella había visto en mucho tiempo. La dirección que Pedro le había anotado en el reverso del menú del restaurante le había parecido tan buena como cualquier otra, pero había tardado casi una hora de aquella calurosa mañana de miércoles y, durante los últimos quince kilómetros, no había podido ir a más de treinta kilómetros por hora. La estrecha carretera secundaría estaba llena de curvas y, además, se había perdido dos veces. Solo el orgullo le había impedido llamarlo para pedirle más indicaciones. Cuando por fin encontró la casa, al fondo de un escondido sendero, estaba despeinada, con el vestido completamente arrugado y las sandalias que se había comprado para una ocasión especial habían empezado a rozarle los hinchados pies. Se sentía acalorada, cansada y, cuanto más estuviera al sol, más exasperada y más nerviosa se ponía. Pedro Alfonso, por otro lado, parecía completamente acostumbrado al calor. Llevaba una camiseta de manga corta y unos pantalones de algodón que se le habían deslizado unos centímetros por las estrechas caderas para dejar al descubierto la parte superior de unos calzoncillos negros. Tenía un manchurrón negro en la nariz, los antebrazos manchados de grasa, no se había afeitado y portaba en el cabello una buena colección de telarañas. Aun así, estaba muy guapo, lo que resultaba más que enojoso para Paula, considerando el estado en el que ella se encontraba.

Chocolate: Capítulo 15

Acababa de entregarle el contenedor de helado cuando su teléfono móvil comenzó a sonar. Al mirar la pantalla, dijo:

—Lo siento, pero tengo que contestar.

Paula dió un paso atrás. Entonces, se dió cuenta de que la tapa de la caja de plástico estaba aún abierta. Al cerrarla, un poco del cacao se deslizó por el lateral del contenedor. Instintivamente, limpió el cacao con un dedo y se lo metió en la boca. Estuvo a punto de desmayarse ante la explosión de sabor y aroma que se apoderó de ella con tal poder que tuvo que agarrarse a la mesa para tratar de sobreponerse. Cerró los ojos y gozó con el exquisito sabor del chocolate más delicioso que había probado en toda su vida. No tenía azúcar o vainilla. Era chocolate puro. Sin que pudiera evitarlo, su cerebro comenzó a repasar su listado de recetas, buscando algo que pudiera competir con un sabor tan intenso. Aquello no era simplemente un ingrediente. Era sorprendente. Si un poco le había provocado aquella reacción, se podía decir que el chocolate de Alfonso Estate era mejor que el sexo. Si salía al mercado, todas las mujeres de Inglaterra saldrían a la calle con una sonrisa en el rostro. Cuando Pedro se acercó de nuevo a la mesa después de terminar su llamada, le susurró:

—Me gustaría hacerle una pregunta.

—Por supuesto.

—¿Por qué diablos no me dijo que probara esto antes? Acabo de cambiar de opinión. Lo haré. Iré a esa conferencia, cocinaré y ganaré. Para los dos. Ahora, ¿Cuándo quiere que empecemos a trabajar? Tenemos mucho que hacer y no disponemos de demasiado tiempo. Ah, y puede llamarme Paula si quiere, señor Fernandez. Este chocolate es verdaderamente… maravilloso —añadió levantando la caja de plástico.

Pedro sonrió encantado.

—Bueno, por fin estamos de acuerdo en algo. Y, viendo que vamos a trabajar juntos, deberías saber que Fernandez es el apellido de soltera de Mariana. Ella decidió volver a utilizarlo cuando nos divorciamos. Así que te ruego que me permitas que me presente. Mi nombre es Pedro Alfonso. A tu servicio. Sin embargo, como ya he dicho, te ruego que me llames Pepe. ¿Puedes estar en mi casa a primera hora el miércoles por la mañana? —añadió, con aquella arrolladora sonrisa.





Una hora más tarde, Pedro estaba ocupándose de otra fémina problemática.

—Venga, papá. Vamos a llegar tan tarde… —dijo Camila con una entonación muy exagerada y dramática.

Pedro agarraba con fuerza la manita de la niña mientras fingía dejarse llevar. Estaban cruzando una calle del lujoso y exclusivo barrio de Londres en el que Mariana vivía.

—¿A qué viene tanta prisa? ¿Acaso te avergüenza que te vean con tu viejo papá? ¿Es eso? Si quieres, me puedo quitar la chaqueta y ponérmela de sombrero. O tal vez te pueda llevar a hombros. ¿Te gustaría eso más?

—No. ¡Qué tonto eres, papá! Mi programa de televisión favorito empieza dentro de diez minutos.

Camila se echó a reír cuando Pedro empezó a caminar más lentamente aún. Estaba disfrutando mucho de aquellos maravillosos momentos con su hija. La niña había heredado el hermoso cabello rubio de su madre y sus delicados rasgos, pero los ojos azules eran los mismos que Pedro veía en el espejo todas las mañanas. En aquel momento, aquellos ojos estaban contemplando extasiados el escaparate de una carísima pastelería.

—¡Mira, papá! Mamá se olvidó de encargarle galletas al hombre que trae las galletas del supermercado. Una vez más. Y Valentina va a venir a jugar conmigo. Además, voy a celebrar mi fiesta en la piscina —susurró—, pero tienes que prometerme que no se lo vas a decir a nadie. Es un supersecreto —añadió mientras se colocaba un dedito encima de los labios—. Va a ser una sorpresa, aunque Valentina lo tiene que saber porque tenemos que planear lo que vamos a hacer y lo que nos vamos a poner y los juegos que vamos a jugar y… un montón de cosas más. Es tan emocionante que anoche no hacía más que despertarme para pensar en todas las cosas maravillosas que podríamos hacer. ¡Es estupendo!

—Te prometo que no diré ni una palabra —asintió Pedro—, pero espero que no te hayas olvidado de lo más importante.

—¿Y qué es?

—Los conejos de chocolate, por supuesto —bromeó Pedro. Entonces, se tapó inmediatamente la boca con la mano.

Camila hizo un gesto de desaprobación con los ojos y le apretó un poco más la mano.

Chocolate: Capítulo 14

Paula había apartado la silla y se había puesto de pie.

—Gracias por pensar en mí. No estoy segura del criterio que ha empleado para su selección, pero me siento halagada de igual modo, a pesar de que mi respuesta vaya a ser «no». Harían falta meses para planear un concurso como ese, que es lo que los demás habrán hecho. A menos, por supuesto, que usted ya haya tratado de convencer a otros chefs y estos le hayan rechazado. ¿Es eso?

—No voy a negarlo. Sí que le pedí recomendaciones a algunos de mis amigos, pero todos parecían estar ocupados este fin de semana o tenían otra excusa muy conveniente para no poder arriesgarse con una pequeña empresa independiente.

—¡Aja! —exclamó ella—. Ahora están las cosas un poco más claras. Usted les ha presentado su idea a todos los chefs de la ciudad y nadie quiere trabajar con usted. No sé si sentirme insultada por ser el último plato o encantada de que haya visto mi puesto esta mañana y ahora hayamos tenido esta entretenida conversación. Encantada de haberle conocido. ¡Buena suerte!

—¿Supondría alguna diferencia que le dijera el premio tan especial que esa cadena hotelera ofrecer al ganador del concurso?

—Tendría que ser espectacular para interesarme, no solo especial — replicó Paula con desdén.

—¿Qué me diría de un contrato de un año para suministrar los postres a toda la cadena hotelera por todo el mundo? El ganador tendría que viajar por todo el mundo para promocionar los postres y hacer unas cuantas demostraciones, pero estamos hablando de viajes de primera clase, de los mejores y más frescos ingredientes. El nombre del ganador aparecería en todas las cajas de bombones que se vendan o en todo lo que se sirva a los clientes. Por supuesto, el hotel pagaría una campaña de publicidad y daría al ganador la clase de prestigio que el marketing no puede comprar.

Pedro se detuvo un instante. Entonces, levantó la mano derecha con los cinco dedos extendidos.

—Ah, y una cantidad de cinco cifras que se tendrían que repartir el proveedor y el maestro chocolatero. Un incentivo extra —dijo.  Entonces, miró a Paula a los ojos y sonrió—. Lo único que tendría que hacer es trabajar conmigo cuatro días a finales de semana. Con su talento y mi chocolate, ¿Cómo íbamos a perder? —concluyó, con una voz tan seductora, cálida y suave como el mejor chocolate fundido.

Paula respiró profundamente y trató de calmar su temperamento irlandés. ¡Un concurso en una conferencia internacional de productores de cacao! Evidentemente, Pedro no tenía ni idea de cuánto trabajo implicaría crear una variedad de recetas adecuadas para una conferencia de especialistas tan selecta. Por supuesto que le atraía todo lo que el hotel podía ofrecer y el premio en efectivo era precisamente lo que necesitaba para mostrar al banco que iba en serio y que tenía algo de capital que la respaldara. Sin embargo, para tener alguna posibilidad en aquel concurso, necesitaría una enorme inversión de tiempo y energía. Desgraciadamente, solo tenía unos pocos días para conseguir todo lo que necesitaba. Sencillamente, no tenía tiempo para prepararse. No podía arriesgarse a dañar su emergente reputación participando en un concurso para el que no estaba preparada y en el que los miembros del jurado seguramente serían maestros chocolateros de primera clase… ¿O sí? Un ruido procedente de la cocina del restaurante la hizo volver al mundo real. Acababan de ofrecerle un trabajo de verdad. No quería trabajar para nadie, pero trabajar para Marco en el restaurante era una gran oportunidad, real, en vez de las ideas de cuento de hadas de ganar un prestigioso concurso de chocolateros.

—Se ha quedado muy callada —dijo Pedro inclinándose ligeramente para poder mirarle a la cara—. ¿Asombrada? ¿Emocionada, tal vez?

—Lo siento mucho, pero simplemente no hay suficiente tiempo para preparar un concurso que tiene lugar la próxima semana. Si accediera, nos estaría defraudando a ambos. La verdad es que no quiero trabajar para una cadena hotelera a tiempo completo. Mi sueño es abrir mi propia tienda, ser mi propio jefe y crear los postres que verdaderamente me apasionan. Lo que usted me está sugiriendo es algo completamente diferente. Lo siento, pero no soy la persona que usted está buscando. Estoy segura de que encontrará a otra que sea perfecta para este concurso.

Con eso, Paula extendió la mano derecha y sonrió. Pedro se la estrechó y la apretó suavemente. Su piel era cálida y ella podía sentir los callos que tenía en la palma de la mano. Era la mano de alguien que trabajaba la tierra, una mano sincera. Una mano que le costó trabajo soltar.

—¿Al menos lo pensará? —le preguntó mientras se sacaba una tarjeta de visita de la cartera—. Ah, y no se olvide de la muestra.

Chocolate: Capítulo 13

Había trabajado mucho realizando las recetas que sabía que tendrían éxito, pero aún no había encontrado ese factor especial que la hiciera resaltar por encima de los demás. Se había sentido desilusionada antes, pero por fin podría haberlo encontrado. Tenía que darle una oportunidad. Tal vez aquel hombre tan desaliñado al que le encantaba su chocolate era la persona adecuada para conseguir que su sueño se hiciera realidad. De repente, el cerebro le ganó la partida al corazón. Todo aquello sonaba demasiado bueno para ser cierto. Los desconocidos no se acercaban en los restaurantes para ofrecer cacao de lujo. Una vez más, había dejado que su entusiasmo y su desesperación tomaran la iniciativa.

—Perdóneme por preguntar, pero antes de que responda a su pregunta, me gustaría saber más sobre su plantación de cacao. Necesito saber que usted podrá seguir proporcionándome un producto de idéntica calidad año tras año. Espero que no se sienta insultado, pero los cocineros tienen que confiar en sus proveedores y a mí no me gustaría comprometerme a algo para luego descubrir que me han defraudado.

La respuesta de Pedro Alfonso fue una intensa mirada. A continuación, sonrió.

—En mi caso no se trata de algo pasajero. Compré la finca hace algunos años, pero ha formado parte de mi familia desde que tengo uso de razón. De hecho, pasé la primera parte de mi vida en esa finca. Mis padres se enamoraron de la isla y a mí me ha ocurrido lo mismo. Esa finca es como una amante celosa y por eso la conozco perfectamente. Sé dónde crece mejor cada variedad de cacao, los microclimas que hay dentro de mis tierras y los nombres de cada uno de mis trabajadores y de sus familias. He invertido todo lo que tengo en el futuro de esa finca. Por eso Alfonso Estate siempre va a cumplir sus compromisos. Tiene usted mi palabra de ello, señorita Chaves.

Paula aspiró profundamente. El poder de aquellas palabras era tal que su intensidad y su sinceridad parecieron apoderarse de ella. Él hablaba en serio. No era simplemente el dueño de la finca. Aquellas tierras eran su vida. Su mente no dejaba de sopesar todo lo que él le había dicho, tratando de considerar los riesgos. ¿Debería arriesgarse o conformarse con lo que tenía como había hecho su padre toda su vida? Siempre esperando, siempre deseando, hasta que finalmente fue demasiado tarde para hacer realidad sus sueños.  No. Nunca más. Aquello podría ser exactamente lo que había estado buscando. Levantó la mirada y sonrió débilmente.

—Da la casualidad de que siempre estoy buscando nuevos proveedores de chocolate orgánico para darle a mis postres ese sabor especial que busco. No le prometo nada —dijo rápidamente al ver que él se levantaba de la silla con gran ímpetu—. He trabajado mucho para hacerme un nombre. Necesitaré un listado de precios y muestras, pero… sí. Voy a probar su chocolate. Me pondré en contacto con usted dentro de dos o tres semanas.

La sonrisa de Pedro se hizo más amplia.

—En realidad, mi fecha límite es algo más breve que eso. ¿Se acuerda de la conferencia de la que le he estado hablando? Da la casualidad de que va a realizar un concurso muy especial durante la conferencia. Y con un premio en el que usted podría estar interesada.

Paula lo observó atónita mientras Pedro volvía a tomar la mochila y sacaba una hoja de papel impresa con el logotipo de un hotel muy famoso. Estiró el cuello para tratar de leer el papel, pero se contuvo al ver la intensidad con la que los ojos azules de él la estaban observando. Estaban tan cerca que ella se percató de que las espesas y largas pestañas de él no eran negras, sino marrones oscuras. Pensó que cualquier chica habría estado encantada de tener unas pestañas así, que enmarcaban perfectamente aquellos ojos maravillosos ojos.

—La idea es que cada uno de los productores de cacao utilice el chocolate orgánico que produce para preparar tres postres diferentes en la cocina del hotel, bajo la atenta mirada del jurado del concurso. Los ganadores se anunciarán al final de la conferencia, en la cena de gala. Es el paraíso de los amantes del chocolate. Ambrosía de los dioses. A mí me encantaría participar, pero, desgraciadamente, no tengo maestro chocolatero que esté a la altura de la tarea. Ahora, tal vez lo haya encontrado. Lo único que tiene que hacer es acceder a cocinar unos postres el sábado. Yo puedo pasar a recogerla el viernes y llevarla hasta allí en mi coche. ¡Es muy sencillo!

Pedro esperó a que Paula respondiera, pero ella guardó un completo silencio. Abrió la boca para hablar, pero la volvió a cerrar.

—Ya lo sé —añadió Pedro mientras se frotaba las manos completamente encantado—. Me muero de ganas de que empiece todo — dijo. Entonces, la sonrisa se le heló en los labios—. Señorita Chaves, ¿Adónde va?