jueves, 19 de diciembre de 2024

Prisionera De Tu Amor: Capítulo 35

 –Francis se convirtió en adicto a las apuestas on line. Pero, a pesar de saberlo todo sobre las razas de caballos y sus capacidades, siempre perdía más de lo que ganaba. Me enseñó casi todo, incluso cómo invertir con prudencia, lo cual es irónico, porque él nunca siguió sus propios consejos.


Paula se emocionó al imaginarse a Alfonso de niño, pasando tiempo con un viejo jockey discapacitado.


–Debió de ser una persona excelente. ¿Todavía vive?


Pedro meneó la cabeza con aire remoto.


–Murió cuando yo era adolescente. Antes de morir, me dió el número de teléfono de Simón Fouret y me dijo que lo llamara y lo impresionara con lo que sabía de las carreras. Me dijo que igual podía conseguir que me contratara.


Y eso era lo que había pasado. Paula estaba un poco perpleja pero, antes de que pudiera hacerle más preguntas a Pedro, él la apretó un poco más contra su pecho para impedir que chocaran con otra pareja. Entonces, ella lo notó. La presión de su erección bajo el abdomen. Levantó la vista hacia él con los ojos muy abiertos, las mejillas ardiendo de calor. Pedro arqueó una ceja con gesto interrogativo, mientras seguían moviéndose con la música. Paula apenas podía respirar. Solo podía pensar en lo frío que él se había mostrado hacía días en los vestuarios, cuando le había dicho que nunca más volverían a tener sexo. Ella había creído que la razón era que no la deseaba.


–Pensé que dijiste que no volvería a pasar –comentó Paula.


–Y lo decía en serio.


–Pero… –balbuceó ella, confundida y excitada.


–¿Pero todavía te deseo?


Ella asintió, aturdida.


–Que te desee no significa que tengamos que acostarnos. Una de mis reglas es no tener relaciones sexuales con los empleados.


Paula quiso señalar que ella no era una empleada, sino que trabajaba gratis. Pero temió que sonara como una súplica. Era una tortura estar tan cerca de él, sabiendo que la deseaba y se contenía sin dificultad. A ella le costaba mucho más actuar con frialdad. Un húmedo calor le ardía entre las piernas. Sumida en un mar de emociones, se apartó de sus brazos.


–Dijiste que no te gustan los jueguecitos, pero creo que mentiste, Pedro. Creo que estás jugando conmigo para castigarme. Sabes que tienes más experiencia que yo y lo estás usando en mi contra.


Acto seguido, Paula salió corriendo de la pista de baile. No pudo contener las lágrimas que le quemaban las mejillas. Cuando iba a llegar a la salida, un hombre se le acercó.


–¿Señorita Chaves?


Ella tardó un segundo en reconocer al chófer de Pedro. Detrás de él, había otra persona. Pedro. Mientras Paula respiraba hondo, tratando de calmarse, él se acercó, la tomó del brazo y la llevó a una esquina apartada. Su cara tenía una expresión sombría.


–Te he dicho antes que no me gustan los juegos. Y no suelo contradecirme. Esto es nuevo para mí también.


Un poco avergonzada, Paula se dijo que, tal vez, había reaccionado de forma exagerada. Por lo menos, debería estarle agradecida porque no se aprovechara de su incapacidad para resistirse a él.


–Es tarde y le prometí a Leandro que me levantaría temprano mañana para entrenar.


–Haré que Gerard te lleve a casa. Yo tengo que asistir a una reunión en Dublín mañana, así que me quedaré aquí a pasar la noche.


Paula trató de ocultar su decepción. Había esperado fervientemente que él le pidiera que se quedara.


–Buenas noches, Pedro.


Él llamó a Gerard por el móvil y el chófer reapareció. Segundos después, Paula estaba sentada en el coche, en dirección a la granja. Humillada, se dijo a sí misma que, por mucho que Pedro la deseara, era la última mujer con la que se iría a la cama. Por muy bonito que hubiera sido su vestido y por mucho que hubiera bailado con el príncipe, se sentía como Cenicienta. Aunque a ella nada la convertiría en princesa. 

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