jueves, 12 de diciembre de 2024

Prisionera De Tu Amor: Capítulo 25

 –Mira, lo siento. Es solo que… No me olvido nunca de algo tan fundamental como usar protección.


Pero ella seguía pálida y desencajada.


–¿Qué te pasa? –preguntó él. 


¿La habría lastimado? La verdad era que no se había parado a pensar en tener cuidado o ser suave con ella.


Paula apartó la vista un momento, sintiéndose demasiado vulnerable. Más aun, después de la disculpa de Pedro. No había esperado abrazos y mimos después de haber tenido sexo con ese hombre. Pero tampoco había esperado verlo tan disgustado consigo mismo. Ni siquiera se había dado cuenta de que ella había sido virgen. Forzándose a mirarlo, se dijo que todo parecía un sueño. Él estaba vestido, aunque sin la chaqueta. Ella se sentía en desventaja, herida y sola. Pero su amor propio la obligó a defenderse.


–No sé qué es lo que hay entre nosotros, pero no estoy orgullosa de mí misma por lo que ha pasado.


Por un breve instante, a Paula le pareció percibir que Pedro se había sentido ofendido.


–Puede que tengas parientes de la realeza, pero si estuvieras sentada en una gala real ahora mismo, vestida de alta costura de la cabeza a los pies, me seguirías deseando. El deseo nos convierte a todos en iguales. Igual que el crimen –dijo él.


Ella tardó un segundo en comprender lo que había dicho. No podía creerse que la hubiera malinterpretado hasta tal punto. Entonces, lo detuvo, sujetándolo de la mano, justo cuando él se había dado la vuelta para irse.


–Espera.


Pedro se volvió.


–No quería decir que no estoy orgullosa de lo que ha pasado porque seas tú. Me refería a que me siento como si estuviera traicionando a mi familia.


–Es solo sexo, Paula –repuso él, sonriendo–. No le des tantas vueltas.


Ella se sintió como una tonta al instante. Lo soltó y dió un paso atrás.


–Olvídalo.


En ese momento, fue él quien la detuvo, sujetándola del brazo cuando ella iba a irse.


–¿Qué es eso?


Ella miró a su alrededor. Al principio, no vió lo que él estaba señalando, a sus espaldas. Pero, de pronto, reparó en la inequívoca mancha de sangre en las sábanas blancas. Su sangre. Su inocencia perdida. Paulase quedó helada. Al instante, se puso roja de vergüenza.


–No es nada.


Pedro se acercó para verlo mejor. Mientras, ella rezó porque se abriera la tierra y la tragara. Cuando él volvió a su lado, la expresión de su cara no podía ocultar una confusa mezcla de emociones. No podía creer lo que acababa de averiguar. Al mismo tiempo, no podía dejar de recordar todas las veces que la había acusado de fingir ser inocente y de cómo ella había salido corriendo de su cuarto la otra noche. Pero lo que más le impactó fue recordar el momento en que había sentido el cuerpo terso de ella a su alrededor. Entonces, la duda había asomado a su cabeza y había estado a punto de preguntarle si había sido virgen. Pero su ansia por saciar su deseo había sido demasiado fuerte y había bloqueado ese pensamiento de su mente. Paula había sido virgen. Inevitablemente, experimentó una satisfacción animal al pensar que él había sido el primero. Era algo que nunca habría imaginado.


–¿Por qué no me lo dijiste?


Ella abrió la boca y la cerró de nuevo. Pedro clavó los ojos en sus carnosos labios.


–¿Y bien?


Cuando ella se encogió, manteniendo el silencio, él maldijo para sus adentros ante su propia falta de tacto.


–No creí que fuera relevante. Ni pensé que te darías cuenta –replicó ella, levantando la barbilla con gesto desafiante.


–No me acuesto con vírgenes.


Ella se cruzó de brazos.


–Pues acabas de hacerlo.


–Si lo hubiera sabido… No habría sido tan brusco –murmuró él, sintiéndose cada vez más culpable.


Paula se sonrojó y apartó la mirada.


–No has sido demasiado brusco. Ha estado bien.


–¿Bien?


–Bueno, no lo sé, ¿Entiendes? Ha sido mi primera vez.


Al instante, Pedro se acercó a ella y posó las manos en sus brazos con suavidad, como si fuera un ser inmensamente delicado y precioso. 

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