jueves, 19 de diciembre de 2024

Prisionera De Tu Amor: Capítulo 34

Paula estaba mareada. Esa era su peor pesadilla. Odiaba bailar en público. Le parecía imaginar las risas y burlas de sus hermanos en sus oídos.


–De verdad, prefiero quedarme… –protestó ella, pero se quedó sin habla cuando Pedro la abrazó contra su pecho, rodeándola por la espalda con un fuerte brazo.


De pronto, empezaron a moverse. Paula no tenía idea de cómo sus pies podían hacerlo, sin embargo, se dejó llevar. Nadie los miraba. Bueno, sí los miraban, pero era a Pedro, no a ella. Su miedo cedió un poco, aunque fue sustituido por otra clase de tensión. Sus cuerpos estaban pegados. Aun con los tacones, era bastante más bajita que él y no tenía nada que ver con las gráciles y esbeltas damas que llenaban la pista de baile. Cuanto más lo pensaba, más se preguntaba si no habría sido una alucinación lo que había pasado en los establos. En ese momento, él podía haber pasado por un completo desconocido.


–No te he felicitado todavía como mereces por tu carrera de hoy. Si sigues montando así, podrías liderar la nueva generación de mujeres jockeys –le susurró él.


Paula se sonrojó. Le parecía que había pasado una eternidad desde la carrera. Y no había esperado recibir alabanzas de ese hombre.


–Puede haber sido solo cuestión de suerte. Si me va mal en la próxima carrera, eso no ayudará en nada a tu reputación, ni a la mía.


Pedro negó con la cabeza.


–Has manejado al caballo de forma increíble. ¿Dónde has aprendido a montar así?


Paula tragó saliva. Clavó la vista en la pajarita de Pedro. Era más seguro que levantar la vista hacia sus profundos ojos oscuros.


–Mi padre me enseñó, antes de enfermar. Pero, sobre todo, fue Delfina. Tiene mucho talento. Yo me pasaba todo el día a caballo, desde que llegaba del colegio y los fines de semana, cuando volvía de la universidad…


–¿Has ido a la universidad?


–Delfina insistió en que todos fuéramos –contestó ella–. Sabía que yo quería ser jockey y me ayudó, pero se aseguró de que tuviera otra profesión a la que agarrarme, por si eso fallaba. El mundo de las jockeys femeninas no es muy… Fácil.


–¿Qué estudiaste?


–Empresariales.


Pedro arqueó una ceja.


–Eso tiene muy poco que ver con montar a caballo.


–Lo sé y me mantuvo lejos de los establos durante años. Pero no me importa. Quería aprender cómo ocuparme de nuestro negocio, si cualquier cosa volvía a ir mal.


–¿Aunque tu cuñado es uno de los jeques más ricos del mundo?


Paula lo miró con desaprobación.


–Ninguno de nosotros esperábamos nada de Nadim. Ni siquiera mi hermana, que está casada con él. De todas maneras, cuando yo empecé a estudiar, Delfina todavía no había conocido a Nadim. Eran tiempos difíciles. Yo sabía que no podía permitirme el lujo de dedicarme a lo que me gustaba, cuando eso no podía asegurar una fuente de ingresos estable.


Pedro no pudo evitar sentir respecto por Paula y por lo que su familia obviamente había sufrido. A menos que fueran mentiras destinadas a impresionarlo. Aunque estaba casi seguro de que no era así. Desde que había descubierto que ella había sido virgen y no había estado fingiendo su inocencia, había cambiado su percepción, tanto si le gustaba como si no. Ella lo miró con ojos llenos de determinación.


–No has respondido la pregunta que te hice antes… ¿Cómo es que sabes tanto de caballos?


Pedro maldijo para sus adentros. Estaban demasiado cerca el uno del otro, rodeados de parejas. No podía evadirse de la cuestión. Sin embargo, ¿Qué tenía que esconder?


–En la puerta de al lado de mi casa, vivía un anciano que me daba algo de dinero por hacerle algunos trabajos, como ir a la compra y cosas así. En su juventud, había sido un jockey famoso, pero un accidente había arruinado su carrera. A mí me fascinaba escuchar sus historias. Solía contarme que todos los pura sangre del mundo descienden de…


–De tres sementales árabes –dijo Paula, terminando la frase–. Lo sé. A mí también me fascina esa leyenda.

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