Por otra parte, eso no le daría a Gonzalo la oportunidad de probar su inocencia, los rumores se extenderían y eso lo apartaría del mundo de los caballos, que tanto amaba. Por no mencionar la decepción que se llevarían su padre y su hermana…
–Eres la única garantía de protección que Gonzalo tiene por el momento. Si te vas, no tendré piedad con él. Ni ninguna duda de su culpabilidad –señaló él, como si le hubiera leído el pensamiento.
A Paula le dió un brinco el corazón. Así que había una oportunidad de que Alfonso creyera en su inocencia, si ella podía convencer a Gonzalo de que volviera y se explicara.
–Bien. Trabajaré en la casa.
Él esbozó una sonrisa de medio lado.
–Me hace gracia que lo digas como si pudieras elegir.
Paula se esforzó para no demostrarle lo mucho que le afectaba su desprecio.
–¿Algo más? –preguntó ella.
Él frunció el ceño antes de responder, como si le disgustara que no hubiera presentado más batalla.
–Sí. La señora Owens te mandará buscar y te enseñará lo que tienes que hacer. Te mudarás a uno de los cuartos de los empleados, aquí en la casa.
Dicho y hecho. Paula había sido apartada de la paz y el aire fresco de la granja y los establos. Tenía el corazón encogido por tener que separarse de los caballos y, al mismo tiempo, sentía una extraña emoción al pensar que compartiría techo con Alfonso. Aunque ella quería ver a ese hombre lo menos posible, se aseguró a sí misma. De todas maneras, lo más probable era que estuviera castigada a limpiar baños y pasar la aspiradora por el pasillo. Con toda la dignidad de que fue capaz, salió del despacho y se dirigió a su cuarto para recoger sus cosas. De camino, no pudo evitar pasar por los prados, donde los sementales comían la hierba fresca en libertad. Uno de los caballos se acercó a ella y apoyó la cabeza en su hombro. Ella le ofreció la zanahoria que siempre llevaba encima y le acarició la nariz. Verse apartada de la libertad de estar al aire libre con los animales era mayor castigo que tener que limpiar establos. Sin embargo, no creía que Alfonso lo hubiera hecho a propósito. No podía dejar de pensar en cómo él la había tomado de la mano y había clavado los ojos en su piel enrojecida. Se guardó las manos en los bolsillos, avergonzada al recordarlo, y continuó su camino. Era ridículo pensar que Alfonso le había hecho mudarse a la casa porque le preocupara el estado de sus manos. Ese hombre nunca se preocuparía por ella. Además, las labores domésticas tampoco iban a ser coser y cantar. Lo único que podía hacer era seguir adelante e intentar hacer las cosas lo mejor posible, se dijo a sí misma.
Pedro tardó un buen rato en recuperar la temperatura normal de su cuerpo después de que Paula se hubiera ido de su despacho. Había tenido que controlar su impulso de acercarse a ella, sujetarla de esa provocativa barbilla y besarla con pasión. Era una sensación extraña. E irritante. Sobre todo, cuando ella no había llevado nada especialmente sexy. Se había presentado ante su vista con unos vaqueros, una camiseta vieja y botas, el pelo recogido en una cola de caballo medio deshecha y nada de maquillaje. Aun así, había algo en ella que lo incendiaba. Eso y su desafiante expresión, la mirada de sus ojos. Cuando la tenía cerca, experimentaba la misma sensación que cuando estaba con un caballo que no hubiera sido domado aún. Tenía el deseo de domarlo, de hacer que se sometiera a su voluntad. Nunca antes había sentido tanto interés por una mujer. Las féminas nunca lo habían interesado demasiado y los primeros instantes de atracción se habían desvanecido, por lo general, muy rápido. Era el primero en admitir que su experiencia con el sexo opuesto no era demasiado satisfactoria. Su madre le había dedicado solo unos breves años de amor maternal, antes de haber sucumbido a la adicción a las drogas. Las chicas en su entorno habían sido tan duras como él, rotas por las circunstancias y las dificultades. Y, si les había quedado algo de cerebro, habían huido lejos, igual que había hecho él. A veces, las mujeres que frecuentaban las altas esferas sociales le recordaban a las chicas que había conocido en su juventud. Eran también duras, pero ocultaban su dureza bajo un caro disfraz de lujo y esplendor. Sin embargo, Paula no era nada de eso. Y estaba fuera de su alcance, por muchas razones, entre ellas, su supuesta complicidad con el robo. Aunque sabía que ella se sentía atraída por él. Lo adivinaba por sus ojos brillantes y sus mejillas sonrojadas, el ligero temblor de su cuerpo cuando estaba en su presencia. Lo más probable era que, también, Nessa supiera que a él le gustaba, a pesar de que la primera noche le había dicho que no había sido su tipo. No era cierto.
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