Pedro observó a la figura montada a caballo y no pudo creer lo que veía. El niño, pues tenía que ser un niño, era demasiado menudo para ser un hombre, montaba uno de sus pura sangre como si hubiera estado haciéndolo toda la vida. Jockey y caballo formaban una unidad, cortando el viento como una bala. Él nunca había visto al animal correr tan bien. Ese jockey parecía justo lo que había necesitado para sacar el máximo partido de su pura sangre.
–¿Quién es ese jockey? ¿Y dónde ha estado hasta ahora? ¿Podemos quedárnoslo? –preguntó Pedro al encargado de los entrenamientos.
Él sabía muy bien que era raro encontrar a gente con tanto talento. Leandro acababa de acercarse a él hacía unos minutos. Se había limitado a decirle, con tono enigmático, «tienes que ver esto».
–Es una mujer –informó Leandro, sonriendo.
–¿Cómo dices? –replicó Pedro, sintiendo un cosquilleo en la piel.
Entonces, jockey y caballo pasaron como un rayo delante de él y pudo ver un atisbo de pelo rojizo bajo el casco de montar. Y una delicada mandíbula. Recordó que Juan Mortimer le había dicho que Nessa era buena amazona.
–Es Paula Chaves–le comunicó Leandro.
Durante los dos últimos días, Pedro había bloqueado cualquier pensamiento o recuerdo sobre lo que había pasado en los establos. Por la noche, sin embargo, cuando estaba dormido, no podía controlar su mente y sus sueños estaban llenos de eróticas imágenes de esa noche. Se levantaba cada mañana con una poderosa erección y el cuerpo cargado de electricidad. No había experimentado algo así desde la adolescencia. Estar a merced de sus hormonas y sus instintos más primarios le resultaba humillante.
–¿Y bien? –preguntó Leandro, sacándolo de sus pensamientos.
–¿Qué diablos está haciendo ella montada en mi caballo?
La sonrisa de Leandro se desvaneció. Levantó las manos en gesto de súplica.
–Conozco a Paula desde hace años, Pedro. Conozco a toda la familia. Llevan montando caballos desde que aprendieron a andar. Su hermana y su padre son excelentes entrenadores. He visto a Paula en alguna carrera, aunque no ha hecho muchas, y es algo que lleva en la sangre. Hoy nos faltaba un jinete, así que le pedí a la señora Owens que me la prestara. No sé qué hace trabajando como criada en tu casa, Pedro, pero es una pena. Debería estar aquí, con los caballos. Y ella está esperando una oportunidad de demostrar su talento.
Si hubiera sido cualquier otra persona en vez de su entrenador de más confianza, Pedro habría despedido a Leandro en el acto. Posó la vista donde los jinetes estaban desmontando y llevando a los caballos a los establos. De inmediato, la vio entre los demás y no pudo recordar cómo se había sentido al entrar dentro de su cuerpo. Ella había sido virgen. Y no habían usado protección. Pero lo peor era que la seguía deseando con toda su alma.
–Pedro, creo que deberías utilizarla en la próxima carrera –señaló Leandro, ajeno a sus pensamientos–. Dale una oportunidad.
–Ya has hecho bastante por ahora –repuso Pedro, nervioso y frustrado–. No me importa el talento que tenga. Ella no debería haber aceptado montar.
Paula estaba todavía cargada de adrenalina después de haber montado. Había estado charlando con los otros jinetes, algunos de los cuales conocía de antes. Tenían curiosidad por saber qué hacía ella allí, pero no les había dado más que alguna vaga explicación. Minutos después, en el vestuario, justo cuando acababa de quitarse la camiseta, la puerta se abrió de golpe. Ella se tapó el pecho de inmediato, sobresaltada. Pero no era Leandro ni otro de los jinetes que se hubiera equivocado de puerta. Era Pedro Alfonso y tenía una mirada asesina en el rostro. Cerró la puerta tras él. Parado delante de ella, con vaqueros y un polo negro, parecía inmenso. Y demasiado sexy. Ella se derritió por dentro, a pesar de que las circunstancias no eran las más adecuadas. Él había estado evitándola los últimos dos días, dejando claro que pensaba que lo sucedido en los establos había sido un error.
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